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Seguridad y asuntos internacionales: Revista Anthropos 258
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Libro electrónico350 páginas4 horas

Seguridad y asuntos internacionales: Revista Anthropos 258

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Artículos

◗ Feminismo y seguridad: ¿(in)seguridad para quién?, Mónica Trujillo López
◗ La seguridad desde las teorías de relaciones internacionales, Alberto Lozano Vázquez
◗ Pandemias, epidemias y seguridad, Celina Menzel
◗ La seguridad desde una perspectiva de género, Marianne H. Marchand
y Adriano E. Romero Dueñas
◗ Movimientos sociales y seguridad internacional, Laura Carlsen
◗ Seguridad alimentaria, Olivia Sylvester
◗ La seguridad en la era digital: la complejidad de la ciberseguridad, Yadira Gálvez Salvador y Juan Manuel Aguilar Antonio
◗ Seguridad y filosofía, José María Filgueiras Nodar
◗ Geopolítica crítica entre la vida y la muerte: repensando las agendas multidimensionales de la seguridad socioambiental,
Jaime Preciado Coronado y Mario Edgar López Ramírez
◗ Covid-19: dilemas de la cooperación internacional, Élodie Brun
◗ Terrorismo en el siglo XXI: evolución, estado actual y tendencias futuras,
Mauricio Meschoulam
◗ Biopolítica y gubernamentalización del miedo en la "guerra contra el terror", Isidro Morales
◗ La masacre de El Paso, Texas: la supremacía blanca y el presagio de un quiebre civilizatorio, Abelardo Rodríguez Sumano
◗ Basura orbital y seguridad, Carlos Gabriel Argüelles Arredondo
◗ China y su política de seguridad nacional: ¿hacia una nueva carrera
armamentista?, Roberto Hernández Hernández
◗ Rusia: actor clave de la seguridad internacional en el siglo XXI
y su nueva rivalidad con Estados Unidos, Ana Teresa Gutiérrez del Cid
◗ India y su gran estrategia en un mundo dinámico, Sarang Shidore
◗ Colaboradores
IdiomaEspañol
EditorialAntrophos
Fecha de lanzamiento23 jun 2021
ISBN4064066981365
Seguridad y asuntos internacionales: Revista Anthropos 258

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    Seguridad y asuntos internacionales - Alberto Lozano Vázquez

    Feminismo y seguridad:

    ¿(in)seguridad para quién?

    MÓNICA TRUJILLO LÓPEZ

    Introducción

    El análisis feminista en general, y en especial en los Estudios de Seguridad, tiene como objetivo explorar cómo la (in)seguridad afecta, es influida y reforzada por la construcción política/social/cultural de la subjetividad de género. Con ello, pretende mostrar que las amenazas a la seguridad de las mujeres tienen implicaciones más profundas que sólo «recuento de daños» o la inclusión (o no) de las mujeres en los espacios de la alta política relacionados con asuntos militares, guerra o de seguridad nacional. Tanto en las Relaciones Internacionales (RI) como en los Estudios de Seguridad (ES) existen relaciones de poder (evidentes o no) que implican el dominio de una persona, una agenda, un asunto sobre otros y por lo tanto a qué/ quiénes se presta atención. En la práctica, esto se convierte en política pública o en (in)acción.

    El enfoque de género como construcción social y cultural de lo que es femenino y masculino permite plantear preguntas de manera efectiva sobre cómo se relacionan hombres y mujeres, qué papel deben desempeñar y cómo éste es constitutivo de la teoría, práctica, funcionamiento y análisis en el proceso de la (in)seguridad global (Tickner, 1992; 2001; Peterson y Runnyan, 1999; Tickner y Sjoberg, 2010; Steans, 2013). El análisis feminista se volvió más incluyente y amplio mostrando que no se limita sólo a las mujeres, es decir, el género no es igual a mujer. No sólo se enfoca en su condición, también en los significados que esto supone en determinados contextos, experiencias, identidades e interseccionalidades, ampliando las posibilidades de análisis que ayuden a visibilizar cómo en los problemas de (in)seguridad están implícitas relaciones de poder binarias, con esquemas occidentales, heteronormativos, masculinos. Advertimos que no se profundizará en la discusión sobre las implicaciones de género pues hay un capítulo dedicado a su análisis y a la profundidad de este aporte.

    Existen diversas preguntas feministas sobre seguridad: ¿por qué quiénes toman decisiones o establecen las agendas de seguridad son más hombres que mujeres? ¿Por qué en ciertos contextos las mujeres están más expuestas a la inseguridad? ¿Ser mujer representa sesgos de (in)seguridad en ciertos escenarios? Una constante de la discusión feminista gira en torno al dilema ¿las mujeres quieren tener la oportunidad para ser incluidas en las estructuras de seguridad o buscan transformarlas radicalmente? (Ferguson y Naylor, 2016). Las respuestas son complejas y no hay un consenso. Sin embargo, partiendo de la idea de que lo personal es internacional/global y viceversa —en general— cuestionan la concepción clásica de la seguridad (enfocados en las causas de la guerra y la paz), con lo que se identifican también con los estudios críticos de seguridad (ECS).

    Por cuestiones de espacio no es posible detallar la diversidad de enfoques en los planteamientos feministas sobre la (in)seguridad y agotar sus aportaciones.¹ Asimismo aclarar que, aunque las mujeres enfrentan particulares situaciones de (in)seguridad en ciertos contextos, el feminismo no niega el problema que enfrentan otros grupos vulnerables (hombres, niños, y de diversas identidades y sexualidades), es decir, no se pretende proponer cierta jerarquía en los problemas de seguridad pero sí poner atención en algunos que frecuentemente experimentan las mujeres que permanecen «invisibles».

    El capítulo consta de cuatro partes. La primera destaca la contribución general de mujeres y feministas a los ES. La segunda, sitúa los Estudios de Seguridad Feministas (ESF). La tercera aborda la violencia, la guerra y la paz. La cuarta establece una reflexión más amplia sobre la seguridad.

    Contribución de las mujeres y feministas a los estudios de seguridad

    Los trabajos feministas sobre la seguridad internacional no son nuevos, el tema es fundamental (Tickner, 1992; Enloe, 2014; 2000; Peterson y Runnyan, 2014; Sjoberg, 2016) y, al igual que en ri, su análisis se ha desarrollado desde una variedad de enfoques, teorías y métodos. El feminismo, casi desde su fundación «oficial», desarrolló teorías y movimientos durante los siglos XIX y XX, tomando relevancia en la política internacional especialmente con la paz (Peterson y Runnyan, 2014: 142) y el desarme. Las discusiones de las mujeres y feministas sobre el significado de la seguridad en términos de guerra y militarismo dejan ver grandes divisiones. Las de clase media occidentales se enfocaron a temas de guerra nuclear; las del tercer mundo, en términos más amplios, argumentan que a la violencia estructural sí se tiene que agregar el imperialismo, el sexismo y el racismo (Tickner, 1992: 54-55). En lo que están de acuerdo es en la crítica a la concepción clásica de la seguridad enfocada al Estado nación, cuyas amenazas internas o externas implican el uso de la fuerza y la defensa de la integridad de su territorio con sus respectivos «daños colaterales». Por lo tanto, la seguridad carece de significado si no está basada «en la inseguridad de los otros» (p. 55).

    En la Posguerra Fría, teorías feministas en RI integraron la categoría de género para analizar la seguridad internacional y su impacto en la vida de las mujeres, reexaminando conceptos clave como el del Estado, la soberanía y la seguridad (Tickne y Sjoberg, 2010). Una contribución importante a los ES y ECS es mostrar que si la discusión de la categoría se ignora o minimiza su importancia, los problemas no llegan a la práctica política (discusiones de leyes, agenda política, elaboración de la política pública, etc.) (Steans, 2013: 121). Cynthia Enloe (1989) examina diferentes espacios políticos y discute lo que ahora conocemos como economía política de la seguridad, es decir, la economía como parte de la seguridad nacional o personal (Sjoberg, 2016: 45).

    Los ES se han definido sin considerar las experiencias y la condición de las mujeres —o de cualquier tipo de grupos vulnerables— sin preguntarse si éstos son más parciales que universales (Stokes, 2015). Asimismo, la categoría de género no puede incluirse por completo dentro de otras. Categorías como nación, etnia, clase, raza, entre otras, contienen por sí mismas diversas voces subalternas silenciadas con diversas discriminaciones como indígenas o jóvenes, por mencionar algunas. Por eso es importante el análisis feminista de la interseccionalidad que visibiliza cómo el género «atraviesa» diversas categorías, complicando el concepto y las discusiones sobre la seguridad (sujeto y referente) (Steans, 2013: 121) y la inseguridad.

    Al igual que los ECS, se otorga importancia a la seguridad centrada en las personas y las comunidades, enfoques multidimensionales y multinivel. Para los enfoques feministas es muy importante que se consideren temas concretamente situados (Steans, 2013: 121) incluso desde lo doméstico. Por eso es común que utilicen enfoques de abajo hacia arriba (Tickner, 2004; Sjober, 2009). A pesar de las contribuciones de los feminismos a los ES, Ann Tickner y Jacqui True (2018: 221) señalan que en asuntos de política global ha sido difícil que las voces de las mujeres sean escuchadas, particularmente en los asuntos de seguridad como la guerra y la seguridad nacional donde es poco frecuente que las mujeres ocupen altos cargos militares o relacionados con la seguridad nacional.

    Estudios de seguridad feministas

    En el transcurso del nuevo milenio se desarrolló un nuevo campo de investigación para identificar el trabajo de las feministas y la seguridad que en sus investigaciones plantea «nuevas» implicaciones y articulaciones. Actualmente se conocen como Estudios de Seguridad Feministas (ESF).² En 2016, Sjoberg, en su artículo What, and Where, is Feminist Security Studies? señala que ante la falta de reconocimiento en temas y significados del trabajo feminista en seguridad dentro de los es es que empieza a utilizar el término de ESF. Los ESF, por un lado, hacen énfasis en el género y cómo éste influye, desde diversos ángulos y posturas políticas, en la seguridad; y por otro, pretenden avanzar y consolidar el programa de investigación feminista en el área.

    Sjoberg (2016) reconoce que los ESF han tenido una buena aceptación con las feministas en RI pero acompañados de debates acerca de su significado o lo que debería significar el análisis feminista en/de seguridad.³ Aunque las tensiones existen, en opinión de Christine Sylvester (2010), no deben ignorarse sino hacerlas productivas para el estudio de la seguridad. Carol Cohn (2011), advierte sobre la importancia y responsabilidad de reflexionar acerca de las preguntas, metas y parámetros en los que se intentan inscribir los ESF pero que, más allá de preguntarnos qué son los Estudios de Seguridad Feministas, deberíamos preguntarnos cuáles son los compromisos políticos e intelectuales que motivan y dan forma a nuestro trabajo académico y qué nombre podemos darle.

    Existen diversas formas de estudiar la seguridad desde los feminismos. Por ejemplo, para Akanksha Mehta y Annick T.R. Wibben (2019) cualquier estudio de la seguridad debe ser considerado a partir de sus diversas narrativas ¿Qué historias? ¿Quién las narra? De acuerdo a la interseccionalidad, seguridad e identidad interactúan todos los días. Para Lauren Wilcox (2011), seguridad y biopolítica están interrelacionados, por eso los cuerpos importan para entender la relación material/discurso/poder. Otras formas sugieren trabajo de campo, análisis del discurso, etnografía entre una diversidad teórica y metodológica. La diversidad de enfoques feministas para el estudio de la seguridad no carece de sesgos (Cohn, 2011; Wibben, 2011; Shepherd, 2013; Basu, 2013). Para Laura Shepherd (2013: 436) la dificultad para tener una verdadera representación de las investigadoras, enfoques y prácticas feministas sobre el tema y en los ESF es parcial y política por lo que las prácticas de poder también están presentes (Sjoberg, 2011; Sheperd, 2013). Valeri Hudson (2011: 589) propone no definir los límites de los ESF para decir quién/quiénes están «dentro» o «fuera» que, a su vez, reproduce los debates interdiciplinarios en RI y han afectado al feminismo.

    Wibben (2011), desde un punto de vista poscolonial, destaca la importancia de la inclusión y reconocimiento de la diversidad que en los ESF deben ser «antiimperialistas» para no asumirse como homogéneos y que al mismo tiempo reconozca las fronteras y limitaciones de los ES (p. 594). La posicionalidad (literal o figurada) es importante. Discutir, además de la seguridad, la postura de quién/es investigan y posición que tiene/n en los espacios donde se investiga (Shepherd, 2013: 438). Soumita Basu (2013), en abierta crítica a los ESF, sugiere que pensar los estudios feministas de seguridad como posibilidad emancipatoria debe tener en cuenta contextos específicos, con posibilidades realizables y flexibles que reflejen la necesidad de transformar las opresiones del poder estructural. Propuesta que incluye para los problemas abordados de la guerra y la paz.

    De violencias, guerras y paz

    En los ES es común identificar a las mujeres con la paz y a los hombres con la guerra. Ante esta idea, la posición de los feminismos dista de ser homogénea y sus posturas suelen ser ambivalentes.

    Identificar a las mujeres con la paz es coherente con los enfoques feministas que asocian lo femenino en oposición a la característica masculina ligada a la agresión y a la propensión a la guerra. Sin embargo, no todas las feministas están de acuerdo, al contrario, lo consideran problemático y reduccionista, ya que generaliza tanto a mujeres como a hombres y sus posiciones ante la paz y la guerra (Stokes, 2015). Wendy Stokes señala que existe un enfoque feminista llamado política de cuidado (o pensamiento materno) que considera que características «femeninas» como la compasión, la cooperación, el perdón (contrarias a las «masculinas» como agresión-dominio) otorgan a las mujeres un acceso a la paz y el rechazo al conflicto. El problema con este enfoque es que frecuentemente se interpretan dichas características como innatas en mujeres y hombres (2015: 50).

    En la actualidad, más allá del determinismo biológico, las feministas que abogan por la paz reconocen que el ser maternales no es innato, al contrario, es el resultado de «prácticas maternalistas» de las que han sido responsables, sea del trabajo, del cuidado y tengan o no hijos (Ruddick, 1984: 142). Práctica que puede llevar a generar empatía por «otros» y rechazo a la guerra (p. 142). Sin embargo, la correlación mujeres-paz no es simple, como lo señala Stokes (2015), las mujeres también se involucran y desempeñan diversos papeles en conflictos y guerras. Silvester (2010) advierte que los estudios de paz son desafiados por la participación activa de mujeres en conflictos armados en todo el mundo. Ya sea apoyando las guerras (imperialistas o de liberación nacional) enviando a los esposos e hijos a la guerra, mujeres soldado en conflictos armados, o en el terrorismo (aumento de mujeres suicidas) son, tan solo, algunos ejemplos donde las mujeres participan activamente en asuntos de (in)seguridad.

    Por un lado, hay mayor participación de mujeres en conflictos armados, por otro, la evidencia de su inseguridad durante o posterior a éstos. En general, en un contexto de violencia internacional (y doméstica), el género es un factor relevante para entender la seguridad internacional (y nacional). Por ejemplo, se suele asociar a los hombres con la guerra, luchan para proteger la patria, el territorio, los estados, la nación y a mujeres y niños que los habitan. Lo que se conoce como el mito de la protección que según Tickner (2011: 268), suele ser utilizado para legitimar «las actividades militares y oculta algunos efectos de la guerra en civiles» (traducción nuestra) como las muertes de mujeres y niños o que los que sobreviven constituyen la mayor parte de los refugiados en el mundo.

    La relación de la guerra con la masculinidad contiene diversas implicaciones. Una es la militarización, a la que Cynthia Enloe describe como un proceso tan generalizado y enraizado en la sociedad que es difícil de distinguir y desarraigar porque parece «no poner en peligro la vida» (2000: 3) y como resultado favorece la solución de conflictos a través de la violencia. Una segunda es la admisión de mujeres en las fuerzas armadas. Si bien son admitidas y aportan un avance en la igualdad de género en la institución, los ejércitos todavía están masculinizados (2000: XI). De manera que las mujeres que ingresan a los ejércitos como soldados «están sujetas a los mismos (o peores) arreglos patriarcales como otras mujeres, incluida la violencia sexual y la explotación laboral (Ferguson y Naylor, 2016: 513, traducción nuestra). Además, rara vez llegan a los más altos rangos, especialmente en áreas estratégicas militares.

    Las mujeres en los ejércitos de los movimientos de resistencia presentan otras características. Ferguson y Naylor (2016: 513) señalan que prefieren unirse a estos movimientos más que a las fuerzas armadas de los estados por diversos motivos, como luchar en revoluciones de sus comunidades, otras por revancha, por protección o porque huyen de entornos de violencia (estatal o doméstica) lo que facilita ser reclutadas por facciones rebeldes. Este tipo de movimientos son más frecuentes en países con historias coloniales. Las mismas autoras notan que los movimientos insurgentes, al tener jerarquías más informales comparadas con las militares (estrictas y rígidas), son más propensos o a permitir u obligar el reclutamiento de mujeres y niñas. Incluso en los movimientos guerrilleros es frecuente que recurran a «interpretaciones patriarcales de las mujeres como madres de la nación o como recursos sexuales para los combatientes masculinos» (pp. 513-514). En ambos casos, la militarización trae consigo «una guerra en dos frentes, luchando contra los supuestos enemigos de su comunidad o nación mientras luchan contra el dominio masculino dentro de sus propias fuerzas» (p.514, traducción propia).

    En los noventa, durante la guerra y genocidio en Yugoslavia y Ruanda, movimientos de mujeres y feministas lograron que el Consejo de Seguridad (CS) de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) reconociera que tanto en conflictos como en la guerra las mujeres y los niños son afectados de manera significativamente diferente, es decir, basadas en el género. Las Resoluciones 1325 y 1820 establecen políticas de seguridad donde se reconoce que mujeres y hombres tienen diferentes necesidades y experiencias durante un conflicto, como ser más vulnerables a la violación que se utiliza como estrategia de guerra. También destaca que las mujeres tienen derecho a una igual participación en la prevención de conflictos, las negociaciones de paz, la resolución de conflictos y la reconstrucción posterior.

    Si bien las Resoluciones dejaron clara la importancia de la relación seguridad-género-alta política, no son los únicos espacios en los que éstas ocurren, sólo que por no ser los tradicionales permanecen «invisibles» (Moon, 1997; Chin, 1998; Enloe, 2014). Temas como la seguridad nacional están presentes en el trabajo de Katharine Moon (1997), que muestra cómo alrededor de las bases militares de EU en Corea, el gobierno coreano promovió la prostitución como una forma estratégica de mantener y alentar el apoyo de la presencia de las tropas. Incluso, la salud de las mujeres, para evitar enfermedades de transmisión sexual a los soldados estadunidenses, fue abordado como un problema de seguridad nacional y discutido entre ambos gobiernos.

    Por su parte, Lene Hansen (2000) advierte sobre el riesgo de elevar la violencia sexual contra las mujeres durante los conflictos armados (securitizar) y dejar de lado otras formas de violencia que ejercen contra las mujeres, tanto los estados como las organizaciones internacionales. Pone como ejemplo el caso de los crímenes de honor⁴ en Pakistán, en donde existe una amenaza existencial y de supervivencia para las adolescentes y mujeres —en menor medida para los hombres— por transgredir normas colectivas altamente influidas por el género, que por un lado implica dificultad para comprender el aspecto colectivo dentro de este caso, y por el otro, presenta un problema de gran urgencia (p. 291). Los crímenes deben entenderse desde la rigidez normativa de un patriarcado que castiga a las mujeres que las transgreden sustentado en políticas legales-políticas-religiosas adoptadas por el gobierno en 1979.

    Tanto en tiempos de paz como de guerra es cuestionada la idea del Estado protector de los derechos de las mujeres. Algunas veces en nombre de ésta utiliza la fuerza militar, otras simplemente las ignora u omite. Posterior a los ataques en EU el 11 de septiembre, el entonces presidente George Bush, en su «Guerra contra el terror», en su discurso para invadir Afganistán acusó al régimen talibán de mantener a las mujeres oprimidas. La utilización de la imagen de las mujeres afganas como «víctimas» para justificar su maquinaria de guerra a través de un discurso de género colonial, racialmente construido, no toma en cuenta ni la anterior lucha y denuncia de las mujeres de ese país ni su resistencia. (Mohanty, Pratt y Riley, 2008). Sin embargo, la guerra contra el régimen talibán y la lucha contra el grupo terrorista Al Qaeda también provocó el incremento de mujeres terroristas suicidas⁵ con razones muy similares a las de los movimientos de liberación. La investigación académica sobre la guerra y seguridad militar puede tener el riesgo de silenciar otros problemas de (in)seguridad para las mujeres (True, 2012: 194) Entre ellos otras (in)seguridades, como la económica.

    Ampliando la (in)seguridad de las mujeres

    La experiencia de la (in)seguridad de las mujeres en asuntos de economía, salud y medio ambiente también impacta en sus vidas cotidianas. Sea en lo internacional o lo doméstico, el ámbito público o privado, son aspectos relevantes para comprender cómo operan las relaciones de género en la seguridad. Stokes (2015) señala que para un buen número de personas, la (in)seguridad es algo cotidiano, que se entrelaza con las libertades o capacidades, frecuentemente relacionado con los derechos humanos. Por ello es que debería incluir desde la protección en las calles hasta la violencia doméstica, la estabilidad económica, el acceso a comida y agua, entre otras.

    En opinión de True (2012: 194), la seguridad internacional también debería incluir un análisis de la relación entre el género y la política económica internacional. No centrarse sólo en los problemas que causan inseguridad sino también en las estructuras económicas y políticas que las perpetúan. Peterson (2019), criticando al capitalismo neoliberal, señala que el valor asociado con la masculinidad y la feminidad afecta el trabajo femenino, reflejado en una distribución desigual de recursos, de autoridad y de privilegios que desvaloriza el trabajo femenino. Según Tickner (1997), debido a la división de trabajo por género, las mujeres en todas las sociedades experimentan inseguridad económica si se encuentran ubicadas en la parte inferior de la escala socioeconómica. Por ejemplo, algunos trabajos considerados «naturales» para las mujeres tienen bajos salarios, lo que las hace especialmente vulnerables (Tickner, 1997: 628).

    Christine Chin (1998) muestra cómo el gobierno de Malasia, para promover sus políticas de modernización, aminorar las tensiones étnicas, obtener el apoyo de las clases medias de su país y para impulsar la familia nuclear, utilizó políticas migratorias para proveer mano de obra extranjera barata, principalmente de mujeres filipinas e indonesias que trabajaban en condiciones deplorables. Más relacionado con la guerra, Tickner (1997: 625) encuentra deficiencias en los análisis de seguridad tradicionales como en las consecuencias de la sanciones económicas y pone el ejemplo de Irak (Tickner y Sjoberg 2010: 206-209), en el que una solución «humana» tiene un efecto negativo para los civiles y, especialmente, en las mujeres que, como madres de familia, responsables del cuidado del hogar e hijos, son las que más sufren las consecuencias.

    Algunas reflexiones finales

    Los estudios feministas sobre temas de seguridad no son nuevos y sus contribuciones han sido amplias. Una es cuestionar la poca presencia de las mujeres en los ES y, aunque el avance ha sido significativo, todavía falta un largo camino por recorrer. Existe la pregunta sobre si esto es suficiente para cambiar las estructuras patriarcales en las que están inmersos el concepto y la práctica de la seguridad. Aunque con diferentes enfoques, la gran mayoría de las feministas opinan que no es suficiente.

    El enfoque de género es una de las principales aportaciones a los ESF. A través de éste podemos observar que las nociones de seguridad dependen mucho de las jerarquías de género que están inmersas en las relaciones de poder y dominación que generan (in)seguridad para las mujeres y también a ciertos hombres. Además permite explorar una agenda más amplia de la seguridad.

    En la actualidad los ESF se han ido posicionando en los ES y, aunque su trabajo es poco reconocido en el área, han avanzado con propuestas académicas y de investigación desde diversos enfoques, teorías y métodos. Aunque no deja de ser un espacio de contestación, en opinión de Cohn (2011) es más probable que las mujeres que viven al margen y a la sombra de los hombres de la élite impulsen una agenda de cambio. No lo sabemos con certeza pero, para cuestionar las políticas de seguridad clásicas, también es necesario avanzar en los estudios de masculinidad-seguridad y de las prácticas que han legitimado las (in)seguridades existentes.

    Referencias

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    PETERSON, V. S. (2019): «The gendered political economy

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