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Seguridad y asuntos internacionales: Teorías, dimensiones, interdisciplinas, las américas, amenazas, instituciones, regiones y política mundiales
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Seguridad y asuntos internacionales: Teorías, dimensiones, interdisciplinas, las américas, amenazas, instituciones, regiones y política mundiales
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Seguridad y asuntos internacionales: Teorías, dimensiones, interdisciplinas, las américas, amenazas, instituciones, regiones y política mundiales

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Impresionante. Alberto Lozano y Abelardo Rodríguez Sumano lograron que 94 autores escribieran 80 capítulos en esta obra ambiciosa e imprescindible. Hace unas décadas la seguridad era un tema marginal en el trabajo académico. En la actualidad es indispensable un trabajo de este tipo para acercarse a la enorme complejidad de un asunto que obsesiona –justificadamente– a México y el mundo.

SERGIO AGUAYO El Colegio de México

Excelente contribución que permite entender desde diversas perspectivas teóricas y metodológicas los principales temas y problemas que tiene la seguridad. Este libro constituye uno de los primeros volúmenes con perspectiva regional y global, y se convierte en un aporte sustantivo para el desarrollo de una disciplina emergente en América Latina, como lo son las Relaciones Internacionales. La seguridad está en el centro de las agendas nacionales, regionales y globales, y esta obra presenta un esfuerzo exitoso para abrir un espacio de debate con la participación de múltiples especialistas y analistas de primer nivel. Sin duda, un texto que se convertirá en clave para estudiantes, profesores y profesionales en la temática.

LUCÍA DAMMERT Universidad de Santiago de Chile

Este volumen, coordinado por los destacados investigadores Alberto Lozano Vázquez y Abelardo Rodríguez Sumano, reúne a un grupo extraordinario y diverso de expertos, tanto académicos como funcionarios públicos, para examinar los desafíos y oportunidades de la seguridad y de las Relaciones Internacionales en el contexto inédito del comienzo de la tercera década del siglo xxi. Su alcance analítico y práctico es notable, con una perspectiva profundamente enraizada en México y América Latina, pero también en un diálogo fructífero con otras regiones del mundo. En un tiempo en que el flujo de ideas, bienes, tecnologías, finanzas, personas –y también de amenazas y enfermedades– sobrepasa las fronteras, este libro será de gran utilidad para lectores en diversos ámbitos de la sociedad, ayudando a forjar nuevos caminos hacia el futuro.

MATTHEW CARNES, S.J.
Associate Professor, Department of Government
& Edmund A. Walsh School of Foreign Service.
Director, Center for Latin American Studies.
Georgetown University
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento23 dic 2020
ISBN9786070311154
Seguridad y asuntos internacionales: Teorías, dimensiones, interdisciplinas, las américas, amenazas, instituciones, regiones y política mundiales

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    Seguridad y asuntos internacionales - Alberto Lozano Vázquez

    pp.195-202.

    I.

    TEORÍAS DE RELACIONES INTERNACIONALES Y SEGURIDAD

    1. REALISMO Y SEGURIDAD INTERNACIONAL

    VÍCTOR M. MIJARES

    En los Estudios Internacionales, el realismo configura la más larga tradición de pensamiento, tanto en Occidente como en Oriente. Como escuela intelectual, el realismo ha experimentado importantes cambios en el marco de la sistematización teórica que se inicia en 1919. En ese sentido, se reconocen grandes tendencias modernas que arrancan con una versión clásica desarrollada en el periodo de entreguerras (Niebuhr, [1932]1966; Carr, [1939]2004; Morgenthau, [1948]1986; Kissinger, [1957]1973; Aron, [1962]1985), una versión estructuralista derivada de enseñanzas de la Guerra Fría (Brodie, [1973]1978; Waltz, [1959]2017, [1979]1988; Jervis, [1976]2017), versiones originadas en el Sur Global (Ayoob, 1995, 2002; Escudé, 1992; Schenoni y Escudé, 2016) y avances recientes basados en un neoclasicismo realista (Rose, 1998; Schweller, 1998, 2006; Lobell, Ripsman y Taliaferro, 2009; Sterling-Folker, 2009; Toje y Kunz, 2012; Foulon, 2015; Dyson, 2016). En todas sus etapas de mutación, el realismo ha sido blanco de múltiples críticas, centradas, principalmente, en una supuesta tendencia al culto a la fuerza, al mecanismo irreflexivo en las decisiones políticas y al reduccionismo analítico (Keohane, 1986; Smith, 2018). Aunque esas críticas han tenido algún asidero real, yerran al encasillar al realismo en sus interpretaciones más superficiales, omitiendo frecuentemente el hecho de que éste, desde sus orígenes, plantea una clara inclinación por la racionalidad, el relativismo moral y la prudencia en la política internacional (Morgenthau, [1948]1986).

    En cuanto a seguridad, el realismo generalmente hace referencia a la neutralización de amenazas a instituciones primarias de la política internacional. Así, lo que debe ser preservado, según la tradición realista, es la soberanía manifiesta en instituciones estatales, fronteras y regímenes. Por medio de la extrapolación desde lo nacional, la preservación atiende al cuidado de la estabilidad de las variables sistémicas internacionales, siendo menester considerar en los Estudios de Seguridad Internacional (ESI), desde el realismo, a la anarquía, entendida como institución base del equilibrio de poder, y la jerarquía, una condición que, centrada en el poder, permite la construcción de instituciones internacionales secundarias.

    La centralidad de la seguridad en el pensamiento realista es indiscutible. El vínculo resulta tan natural y fuerte que es usual pensar en una centralidad del realismo en los ESI. Cuando se revisan los rasgos esenciales del realismo, resulta evidente esta relación, frecuentemente asumida como automática. Por un lado tenemos que el realismo pone al poder en el centro de sus reflexiones. Bien sea como una pulsión humana primaria o como el resultado de un entramado estructural internacional dominado por Estados de capacidades desiguales –pero con funciones homólogas–, la capacidad de imponer valores e intereses propios por encima de los ajenos es una preocupación constante. La relevancia del poder político está inextricablemente atada al principio de interés egoísta. El poder se piensa en términos de beneficio propio, siendo preeminente incluso bajo condiciones que pudiesen facilitar el altruismo. El principio egoísta pone en evidencia al miedo como un elemento sustancial en la tradición realista, que puede traducirse como percepción de amenazas. Como principio realista, el miedo vincula a esta tradición con el pensamiento hobbesiano y, en consecuencia, con los fundamentos de la filosofía política moderna (Strauss, 2006). Esta tradición moderna se entrelaza con filosofía occidental del mundo antiguo, en tanto Hobbes, como primer traductor de Tucídides, extrajo de la Historia de la guerra del Peloponeso al factor miedo, una de las pasiones motivadoras de hombre, junto con el interés y el orgullo (Hobbes, [1629]1959).

    SEGURIDAD Y NATURALEZA HUMANA: REALISMO CLÁSICO

    El realismo se ha caracterizado por ser una tradición intelectual política tanto en Occidente como en Oriente. Este rasgo es generalmente reconocido incluso por sus más enconados críticos que, lejos de verlo como una virtud, apelan a él para señalar la poca viabilidad contemporánea con respecto a los valores modernos y aspiraciones humanas, así como han señalado los problemas inherentes a su pretendida ahistoricidad.¹ Sus proponentes, por el contrario, han apelado a la tradición como un criterio sólido en la demostración de su transhistórica importancia y utilidad. En un esfuerzo por reconstruir esa tradición intelectual, los realistas incluyen en la génesis de su escuela de pensamiento a Tucídides, Chanakia, Xun Zi, Han Feizi, Nicolás Maquiavelo, Thomas Hobbes y Carl von Clausewitz. Esta colección de pensadores, los más relevantes en el pensamiento realista clásico precientífico, coincidieron en la indivisibilidad del poder político en sus manifestaciones de orden y desintegración, esto es, de paz y guerra.

    La unidad del poder político en el realismo es esencial para la comprensión del papel de éste en la seguridad. En tanto la paz y la guerra son parte de un mismo continuo de poder que se mueve entre la construcción y la destrucción del orden social, se asume que la inmutabilidad de la naturaleza humana es clave en la comprensión de las ambiciones que conducen a la lucha. Aquí, además de los pensadores mencionados, hallamos un vínculo importante con la teología cristiana, en tanto san Agustín partía de la una descripción de la naturaleza imperfecta y egoísta del hombre ([ca.1480]1992). Así, la naturaleza humana es esa condición constante que, según el realismo clásico, motiva las tensiones entre grupos, conduciendo a la guerra (Morgenthau, [1948]1986; Mearsheimer, 2001).

    La comprensión y aceptación de la naturaleza humana es la primera labor analítica en el realismo. Este primer paso implica reconocernos como una especie susceptible a la violencia. Las críticas al realismo afirman que esta antropología pesimista carece de fundamentos científicos y que reproduce una visión ahistórica, carente de referentes sociales y temporales. Como presunción, insisten las voces críticas, la naturaleza según el realismo clásico omite los procesos de construcción social que darían origen a sus axiomas (Tickner, 1988). La respuesta usual desde el realismo ha sido invariablemente la misma, aunque el lenguaje empleado sea más sofisticado con el paso del tiempo: la historia. El realismo clásico en su fase temprana de sistematización, apeló a una epistemología empirista fundada en el método histórico para defender su principal presupuesto.

    En el sentido expuesto, la naturaleza humana, entendida como sujeta a la ambición, dominada por el miedo y la desconfianza, y susceptible a la violencia, es para el realismo clásico la constante ineludible en la comprensión de la seguridad. Ello encaja con la visión que sobre la seguridad tiene el realismo, como un estado de cosas en el que las amenazas son suprimidas, teniendo esas amenazas un origen en la competencia por el poder. Este último, en sus distintas formas, pero sobre todo como capacidades y fuerza, sería el instrumento mediante el cual las relaciones políticas se forjarían en una dinámica indefinida de competencia revolucionario-conservadora. La propuesta lateral del realismo clásico en su visión de la naturaleza humana como constante disruptiva en las relaciones sociales, es la de una explicación de la historia con rasgos teleológicos. Bajo esa idea, el dinamismo histórico está marcado por el continuo orden-desorden, que pudiese ser visto como el de paz-guerra o seguridad-inseguridad (Buzan y Hansen, 2009).

    SEGURIDAD Y ESTRUCTURA INTERNACIONAL: NEORREALISMO

    La Guerra Fría le dio contornos específicos a los ESI. A pesar de las dimensiones sub- y trans- nacionales, manifiestas sobre todo en las luchas insurgentes y sus desbordes fronterizos en África, Asia y América Latina, la confrontación entre las superpotencias resultó decisiva para el advenimiento de la hegemonía neorrealista. Al calor de la carrera espacial y a partir de la Crisis de los Misiles, se desarrollaría un nuevo tipo de realismo, que se acoplaría a las necesidades de seguridad nacional de Estados Unidos frente al bloque soviético, tendiendo a omitir factores de la complejidad social en nombre de una heurística de la estrategia. Fue así que la literatura realista sobre seguridad abandonó el presupuesto acerca de la voluble naturaleza humana, remplazándolo por los criterios más objetivo de distribución de capacidades y balance de poder. Pero el neorrealismo (NR) no sólo respondió a una necesidad estratégica de una superpotencia, sino también a las demandas intelectuales por el perfeccionamiento del análisis científico de la alta política internacional y el desarrollo una explicación estructuralista sobre la misma.

    En ese contexto, y sobre todo luego de la Crisis de los Misiles, los ESI se orientaron a explicar los problemas de la seguridad nacional de las mayores potencias y al riesgo de guerra termonuclear entre ellas. El resultado fue el subcampo de los Estudios Estratégicos (Buzan y Hansen, 2009). Los realistas rescataban así parte de su reconstruida tradición intelectual vinculada a la sabiduría en el uso de la fuerza en las Relaciones Internacionales. Los Estudios Estratégicos, como forma neorrealista de ESI, partían de la centralidad de la violencia como la variable que debía ser explicada, y al Estado –en especial a las superpotencias– como la insoslayable unidad de análisis internacional. Así, proliferaron los estudios acerca de las condiciones que harían de la guerra (internacional) un evento más o menos probable. Pero la violencia no sólo fue vista como una manifestación física o un ejercicio efectivo de fuerza, en buena medida porque el principio de destrucción mutua, asegurado por el megatonelaje nuclear y la avanzada telemetría de vectores intercontinentales, pusieron a la guerra entre superpotencias en el plano de la irracionalidad, inconcebible entre poderes estatales de esas dimensiones. De allí que la violencia como estrategia se convirtiese en un ejercicio de administración de expectativas, siendo la racionalidad un presupuesto político y analítico, y la diplomacia coercitiva el vehículo natural de la disuasión (Schelling, [1960]1980; Aron, [1962]1985; Brodie, [1973]1978).

    Estos desarrollos realistas en los ESI eran un reflejo de un proceso mayor en el marco de las ciencias sociales. La revolución behaviorista llegó al campo de los estudios internacionales de la mano de los Estudios Estratégicos, alterando los principios del realismo. La comprensión científica de la realidad internacional –sobre todo en su dimensión más relevante, según los realistas, la de la seguridad– sólo se podía lograr a través de la incorporación de métodos y supuestos estandarizados que diesen robustez a sus explicaciones sobre la paz nuclear y las dinámicas alternas de conflicto. Las limitaciones propias del nivel de análisis internacional, así como el rechazo a estudiar la naturaleza humana, redujeron las posibilidades de desarrollo de una corriente psicológica en el NR, pero el campo estaba libre para el surgimiento de una teoría microeconómica de la política internacional. Es así como nace la propuesta más exitosa del NR, la de Kenneth Waltz de 1979, Teoría de la Política Internacional. Waltz planteó una teoría basada en lo que considera los microfundamentos de la acción internacional, esto es, cómo unidades estatales, homólogas en funciones pero desiguales en poder, reaccionan a los estímulos de la estructura anárquica y material internacional, en términos de contrabalances (balancing) y alineamientos (bandwagoning). Es menester señalar que en 1979 Waltz se quedó apenas con una parte de su propia obra de 1959, El hombre, el Estado y la guerra. En aquella oportunidad, Waltz planteó una aproximación metateórica tanto más sugerente como compleja, compuesta por tres imágenes o niveles de análisis, incluyendo el análisis sobre el estadista (primera imagen) y las dinámicas dentro del Estado (segunda imagen) (Waltz, [1959] 2017). No obstante, fue la tercera imagen, la del sistema internacional anárquico, carente de una autoridad central y legítima, asociada a la guerra entre grandes potencias, la que rescató veinte años después y la que mayor impacto tuvo en las explicaciones sobre la estabilidad de la Guerra Fría.

    SEGURIDAD EN LOS REALISMOS DEFENSIVO Y OFENSIVO

    El NR, en su ampliamente aceptada y disputada versión waltziana, el realismo estructural, llevó al extremo la reducción de la agencia como un factor explicativo de la seguridad. La (in)seguridad del sistema internacional es entendida como una función del equilibrio y la distribución de poder a la cual los Estados se ajustan de acuerdo a sus propias capacidades. La utilidad analítica del realismo estructural consiste, en consecuencia, en un deliberado ejercicio de reduccionismo que conduce a la simplificación de la realidad en macrovariables. En este sentido, la pregunta relevante para el análisis de seguridad nacional, como objetivo fundamental e irrenunciable del Estado, está mediada por el poder: ¿cuánto poder es necesario para la autopreservación?

    La respuesta a la pregunta anterior divide al realismo estructural en dos vertientes, la defensiva y la ofensiva. Para el realismo defensivo la acumulación de atributos de poder debe ser un proceso racional y de equilibrio con ajustes incrementales, cuidando la distribución relativa de capacidades. En ese sentido, el poder necesario para la autopreservación debe ser el suficiente para mantener los equilibrios internacionales y preservar así la seguridad nacional por vía de la estabilidad internacional. Para el realismo ofensivo, la respuesta es opuesta, los Estados deben acumular tanto poder como sea posible a fin de autopreservarse en un mundo de poderes agresivos. El argumento realista ofensivo para esta posición, que potencialmente conduce a conflictos internacionales, se basa en el principio de incertidumbre internacional, pues se asume que todas las potencias tienen alguna capacidad ofensiva y que no es posible anticipar las intenciones ajenas. El resultado para la seguridad internacional es trágico, en tanto la versión ofensiva del realismo estructural predice que la lógica sistémica conduce a competencias por la hegemonía (material) y, en consecuencia, hace inevitable la guerra (Mearsheimer, 2001).²

    SEGURIDAD EN LOS REALISMOS SUBALTERNO Y PERIFÉRICO

    Como puede resultar evidente, el realismo estructural en su versión defensiva, pero sobre todo en la ofensiva, no sólo incurre en el reduccionismo estatocéntrico, sino que además tiende a perder de vista a la mayor parte de los Estados, es decir, a aquellos que no llegan a ser medias, grandes o superpotencias. Esto ha resultado problemático para una aplicación del neorrealismo en América Latina, así como para buena parte del Sur Global.³ Sin embargo, el realismo se ha mostrado dúctil, logrando adaptarse a condiciones que no responden al canon anglosajón –especialmente estadunidense– en la lógica de una aún imperfecta teoría global de las Relaciones Internacionales (Acharya, 2016). Es el caso del realismo en su versiones subalternas (Ayoob, 1995, 2002; Cicek, 2004) y periférica (Escudé, 1992).

    El realismo subalterno nace como una preocupación acerca del análisis de la seguridad en el Tercer Mundo⁴ y las limitaciones del realismo para su abordaje. Así, el realismo subalterno distingue al tercer mundo como una realidad sociohistórica diferenciada de las grandes potencias occidentales en cuanto a poder, pero sobre todo en referencia a experiencias distintas. Los predicamentos de seguridad para estos Estados se encuentran anclados en la labor de su propia construcción como unidades político-territoriales y etnonacionales, lo que los ubica en una situación análoga a la de los Estados europeos occidentales en fases previas al Estado westfaliano. La definición de difusas identidades nacionales, de unos contornos geográficos imperfectos y regímenes soberanos inestables, serán entonces las motivaciones –y preocupaciones– de Estados de tardía emancipación y no plenamente consolidados. Pero además, estos procesos se desarrollarán a la luz de la existencia de potencias establecidas, algunas de ellas antiguas metrópolis, que alteran las dinámicas de desarrollo nacional y de seguridad de Estados frágiles.

    Si bien el realismo subalterno fue pensado para explicar la seguridad en el Tercer Mundo, sus supuestos parecen adaptarse mejor a las experiencias asiáticas y africanas, y no tanto a las latinoamericanas. Con un pasado colonial de modernidad temprana y menos reciente al afroasiático, América Latina plantea un reto distinto al análisis de seguridad desde el realismo. Éste es el reto que atiende el realismo periférico. Si el realismo subalterno parece responder más al realismo clásico en su búsqueda de certezas en la historia de las unidades estatales de análisis, el periférico es claramente estructuralista.⁵ Esta explicación realista plantea una estratificación tripartita de la política internacional, con potencias hacedoras de reglas, en la cúspide, y Estados conformes e inconformes en una base dual en oposición. Los conformes con las reglas y por tanto, con el orden internacional, antepondrían la seguridad de sus propias poblaciones a los objetivos gubernamentales exteriores, siendo lo contrario en el caso de los inconformes. La rebelión ante el sistema de reglas impuesto expondría a los inconformes y a sus poblaciones a sanciones o agresiones directas o indirectas por parte de las grandes potencias. Es así que, a diferencia del realismo subalterno, más preocupado por entender y explicar la realidad de seguridad del tercer mundo, el periférico cuenta con un rasgo normativo relativo al deber ser de la política exterior de los Estados débiles, pensando especialmente en los latinoamericanos.

    SEGURIDAD INTERNACIONAL DESDE EL REALISMO NEOCLÁSICO

    Con el predominio del NR, en la forma de los Estudios Estratégicos, como teoría dominante para los ESI durante la bipolaridad, la explicación estructural se convirtió en canónica, a pesar de las voces disidentes. No obstante su influencia académica, las tesis waltzianas fueron incapaces de predecir, y posteriormente analizar, la disolución soviética y el consecuente fin de la Guerra Fría. Esto alentó el desarrollo de explicaciones alternativas desde el Constructivismo Social o la Escuela Inglesa, pero no logró que el realismo se desmoronara como enfoque dominante para pensar la seguridad.

    En la década de los noventa surgieron importantes obras que corregían las fallas de la tesis de Waltz (Wohlforth, 1993; Brown, Lynn-Jones y Miller, 1995; Christensen, 1996; Schweller, 1998; Zakaria, 1998). Paradójicamente, esas correcciones fueron cercanas a El hombre, el Estado y la guerra, planteando el rescate de la primera y segunda imagen para analizar la política internacional, pero sobre todo, la política exterior.⁶ En 1998, Gideon Rose publica Neoclassical Realism and Theories of Foreign Policy, donde acuñó el término realismo neoclásico (RNC), y ofreció una sistematización de sus bases teóricas y principios analíticos a partir de la inclusión de factores domésticos como condiciones intervinientes en la explicación de la política exterior.

    Ripsman, Taliaferro y Lobell (2016) propusieron una taxonomía de tres tipos de RNC. El tipo I se refiere al esfuerzo por corregir las fallas del NR. Allí encontramos el surgimiento del RNC y su vocación correctora frente a la simplificación estructuralista. Incorpora información de los sistemas políticos domésticos para explicar la conducta exterior de los Estados, especialmente cuando estos no se comportan de la manera que deberían, según sus capacidades relativas con respecto al sistema internacional (Schweller, 2006). Así, el tipo I resulta especialmente frecuente en análisis en los que la conducta esperada de contra-balance entre potencias rivales y equivalentes en poder no se presenta y, por el contrario, se presentan situaciones históricas anormales, en las cuales unas ceden ante otras, o incluso terminan alineándose al supuesto potencial rival o amenaza. También se aplica en el estudio de casos de poderes menores que, sin tener los recursos materiales suficientes, deciden confrontar a poderes mayores en lugar de someterse o alinearse un tipo de conducta que Schweller define como sub-balance (underbalancing) o la falla en identificar el lugar ocupado en la estructura internacional y la consecuente toma de posición adversa a los intereses nacionales esperados.

    El RNC tipo II se refiere al refinamiento de la teoría en lo concerniente al análisis de política exterior, más allá de las fallas neorrealistas (Lobell et al., 2009). La incorporación de modelos conceptuales sobre la movilización de recursos nacionales, el tipo de régimen, el papel de la ideología y la definición del ejecutivo de política exterior como núcleo decisor, son los principales aportes del tipo II. La noción de movilización autoritaria de recursos para el conflicto (Taliaferro, 2006; Schweller, 2009) es quizá de los aportes más destacables del tipo II a los ESI, proponiendo el argumento según el cual ideologías y regímenes cercanos al totalitarismo serían los más proclives y eficientes en la iniciativa para la guerra.

    Por su parte, el RNC tipo III va más allá de la corrección de fallas neorrealistas, e incluso trata de superar al análisis de política exterior, proponiendo una teoría de la política internacional. Este salto cualitativo en la ambición de la propuesta realista neoclásica, abandona la aspiración de ser otra teoría de política exterior, para comenzar a competir con el Constructivismo Social y el Neoliberalismo como paradigma de la política internacional, heredero legítimo de la larga tradición realista. En este tipo de RNC, la seguridad internacional se analiza como una interacción entre las respuestas de los Estados y sus efectos sobre la estabilidad sistémica, con participación de las estructuras sociopolíticas domésticas, pero siempre como reactivas a las dinámicas del sistema internacional.

    CONSIDERACIONES FINALES

    Como explican Buzan y Hansen (2009), no resulta posible ni deseable llevar adelante una aproximación a la evolución de los ESI desde una perspectiva de ciencia normal en el sentido de Kuhn. Un rasgo que no debe perderse de vista en las ciencias sociales, y en especial en objetos de estudio altamente politizados como la seguridad, es la extrema dificultad de construir comunidades epistémicas capaces de imponer un criterio unificado sobre la forma en la cual debe tratarse al objeto. Así, el hecho de la persistencia de la explicación realista en los ESI no se riñe con el ascenso de miradas alternativas acerca de la seguridad. Este sentido poskuhniano responde tanto a la naturaleza de la Teoría de las Relaciones Internacionales, cuyo pluralismo responde a tensiones epistémicas que limitan la posibilidad –y utilidad– de una hegemonía intelectual paradigmática, como también a la propia naturaleza de la seguridad internacional moderna, cuyo rasgo distintivo es el advenimiento progresivo de nuevas formas de amenaza, sin que ello sugiera la superación de las anteriores.

    Entre los retos del realismo para la comprensión y explicación de la seguridad contemporánea, se destaca el abordaje de la seguridad global. Sobre ésta ha habido un prolífico debate respecto a su definición y alcances. Podríamos segmentar ese reto en cinco dimensiones no exhaustivas de la seguridad global: regionalización, trasnacionalización, subnacionalización, digitalización y humanización. De estas cinco dimensiones, la regionalización es la que mejor ha logrado abordar el realismo en tiempos recientes.⁸ Su difusión intelectual más allá de Occidente ha permitido la replicación y puesta a prueba de sus tesis en contextos geopolíticos más específicos. No obstante, las lecciones que el realismo puede incorporar desde lecciones regionales forman parte de un proceso apenas en marcha, cuyo éxito dependerá, sobre todo, de los realistas que deconstruyan y reconstruyan a esta vasta tradición analítica a la luz de sus propias realidades de seguridad, es decir, avanzar en una agenda de Relaciones Internacionales Globales (Acharya, 2016), manteniendo al análisis de poder e intereses como esencia realista.

    En menor medida ha avanzado el realismo en la trasnacionalización y subnacionalización de la seguridad internacional. Las deudas en el estudio de amenazas, dentro y a través de fronteras nacionales, persisten en tanto la mayor parte de los realistas sigue asumiendo al Estado como unidad de análisis indisoluble para el realismo, siendo además éste el principal argumento de sus críticos. Esto es un efecto inercial del auge neorrealista y su estructuralismo, que obstaculiza las capacidades epistemológicas y, por lo tanto, explicativas del realismo. La retoma de enseñanzas clásicas de un realista preocupado por la naturaleza humana y la ontología del poder es menester en la labor de adaptar el enfoque a complejas realidades no estatales, como, por ejemplo, la seguridad de la salud global.

    La tecnología digital está escapando del alcance realista en lo referido a los ESI. Esto no deja de ser llamativo tomando en cuenta que en el pasado reciente, y muy especialmente en el marco de la Guerra Fría, los avances tecnológicos fueron rápidamente asimilados por los realistas como manifestaciones materiales de poder. Pero no es en la digitalización dirigida desde el Estado en donde el realismo ha encontrado límites, sino en la masificación de la tecnología digital más allá de los entes oficiales. Esto se vincula con los procesos de trasnacionalización y subnacionalización de la seguridad, mostrando una zona gris cuya ambigüedad no ha logrado ser resuelta por el realismo. Estos avances tecnológicos muestran una naturaleza no binaria en cuanto al uso civil y militar, y al ser masivos y furtivos son capaces de revertir tendencias tradicionales en el análisis del poder. La tarea de los realistas debe ser evitar el rezago tecnológico y, como en el pasado, observar a expertos en el terreno de fuerzas estatales de ciberseguridad, empresas privadas de datos, o incluso ciberactivistas bajo la óptica de poder e intereses del realismo.

    Por último, el realismo sigue en deuda con un abordaje a la seguridad humana. La centralidad del Estado en los ESI realistas ha impedido que desde el enfoque se abarquen relevantes asuntos de seguridad, aun siendo la seguridad el tema por excelencia del realismo. En este sentido, el reto es seguir avanzando en la diversificación de niveles y unidades de análisis que permitan aplicar los criterios analíticos realistas en la búsqueda de explicaciones sobre la seguridad, explorando posibilidades alternativas a la pregunta ¿seguridad para quién? (Buzan y Hansen, 2009), que vayan más allá del Estado como unidad o como sistema internacional.

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    Zakaria, F. (1998), From Wealth to Power: The Unusual Origins of America’s World Role, Estados Unidos, Princeton University Press.

    ¹ El carácter ahistórico del realismo, es decir, su posición analítica desarraigada del contexto histórico, se le ha atribuido fundamentalmente a la corriente clásica a partir del primero de los seis principios del realismo político de Morgenthau ([1948]1986, cap. 1), que hace referencia a leyes sociales objetivas arraigadas en la naturaleza humana. No obstante, esta crítica debe matizarse a la luz del tercer principio, según el cual los intereses, definidos en términos de poder, no son inmutables, sino sujetos al contexto. Para una visión alternativa sobre el realismo clásico, véase Ovádek (2015).

    ² Vale mencionar que las tesis centrales del realismo ofensivo son subsidiarias de las tesis estructurales de Gilpin (1990 [1987]) y Lenin (2012 [1917]).

    ³ Ello podría explicar en parte la debilidad relativa del realismo en la enseñanza de Teoría de las Relaciones Internacionales en Latinoamérica, como sugieren los datos del proyecto TRIP (2017).

    ⁴ Usamos aquí el término Tercer Mundo siguiendo al propio Ayoob.

    ⁵ Más por su deuda intelectual con las teorías de la dependencia (Borón, 2008), patente en su propia enunciación, que por una con Waltz.

    ⁶ Esta visión apunta con revertir la autonomía ganada de los EI con respecto a la Ciencia Política (Mijares, 2015).

    ⁷ La persistencia de la preocupación por el uso de armas de destrucción masiva o por la no obsolecencia de la guerra convencional en un contexto de seguridad global, es sugerente respecto del sentido poskuhniano de los ESI.

    ⁸ Para una marco analítico de la seguridad regional con carga realista estructural, véase el aporte de Buzan y Wæver (2003), la teoría de los complejos de seguridad regionales.

    2. INTERDEPENDENCIA Y SEGURIDAD

    JORGE CHABAT

    LA SEGURIDAD COMO FUNCIÓN DEL ESTADO

    Una de la principales funciones del Estado moderno es, sin duda, la de proveer seguridad a sus ciudadanos. De hecho, para los clásicos de la Ciencia Política, la provisión de seguridad es lo que da origen al estado moderno. De acuerdo con Thomas Hobbes en El Leviatán, escrito en 1651, los súbditos renuncian a su derecho natural a protegerse a cambio de que el Soberano (el Estado) cumpla esa función. De esta forma, la tarea principal del Estado es proteger la vida y las propiedades de sus ciudadanos. Para ello, debía proteger a los ciudadanos de agresiones de otros ciudadanos, pero en un mundo hostil, también debía proteger a sus súbditos de posibles agresiones de otros Estados. Esto supondría la posesión de un ejército poderoso, que fuera capaz de repeler las agresiones de otros Estados en un sistema internacional de Estados soberanos, surgido del pacto de Westfalia. En ese mundo, donde en teoría todos los Estados pueden agredir a los demás, lo único que podía dar seguridad a un Estado eran los medios que se proveyera, esto es, la autoayuda. Por ello, lo que debían hacer los gobiernos era limitar los contactos con el exterior y estar preparados para enfrentar una agresión de algún otro Estado. En otras palabras, dado que en el sistema internacional westfaliano no existía una autoridad mundial que pudiera hacer las funciones de policía global, cada Estado debía protegerse de posibles y casi inevitables agresiones. En un sistema de este tipo, una de las metas fundamentales de cada Estado era mantener su independencia frente a los otros estados, por lo que la búsqueda de la soberanía se volvió una piedra angular de la política internacional. Esta realidad dio pie a la acuñación del concepto de seguridad nacional. Según Borkowitz y Bock, la seguridad nacional es la capacidad de una nación para proteger sus valores internos de las amenazas exteriores (Berkowitz y Bock, 1974: 326). Para Akpeninor, ésta es el requerimiento de mantener la sobrevivencia del Estado nación a través del uso del poder económico, militar y político con el ejercicio de la diplomacia (Akpeninor, 2012: 21). En el siglo XX, después de dos guerras mundiales, el concepto de seguridad nacional tenía claramente una dimensión militar. Para Walter Lipmann una nación está segura cuando no tiene que sacrificar sus legítimos intereses para evitar la guerra y cuando puede recurrir a esta en caso de amenaza (Berkowitz y Bock, 1974: 526). La Guerra Fría acabó de moldear este concepto dando lugar a doctrinas tales como la contención o la represalia masiva. Es en este contexto histórico en el cual se desarrolla la teoría del realismo político, el cual ha sido el paradigma teórico más importante de las Relaciones Internacionales en el siglo XX.

    De acuerdo al realismo político la unidad de la política internacional es el Estado nación y en el sistema internacional cada Estado es responsable de su propia supervivencia, por lo que no tiene sentido confiar su seguridad a una entidad externa, como las Naciones Unidas. La única forma en que un Estado puede garantizar su supervivencia es aumentar su propio poder, fundamentalmente sus capacidades militares. El realismo parte del supuesto de que todos los Estados buscan expandir su poder, por lo que hay que desconfiar de los demás y estar preparado para una guerra. Si bien es cierto que las fuentes del poder de acuerdo al realismo no son sólo militares, sino que incluyen también recursos naturales, tamaño de la población y capacidad económica, al final estos recursos son el sustento de una capacidad militar que es el último instrumento para sobrevivir en un mundo anárquico en el cual prima la autoayuda. Ciertamente la historia de los últimos siglos confirmaría los supuestos del realismo. Las guerras entre Estados han sido una constante que ha marcado la evolución de las naciones del mundo y aquellos que hablaban de que una paz perpetua era posible simplemente no podían encontrar argumentos sólidos para mantener esta visión idealista de la política internacional. Sin embargo, a pesar de la hostilidad inherente entre las naciones, en los siglos XIX y XX hubo momentos de acuerdos y de cooperación internacional: desde la creación de algunas organizaciones internacionales como la Unión Postal Universal o la Cruz Roja Internacional hasta la Liga de las Naciones. Estos intentos de cooperación internacional coexistían con los conflictos bélicos, pero su existencia mostraba que, a pesar de las guerras, los Estados obtenían algún beneficio en cooperar.

    COOPERACIÓN INTERNACIONAL E INTERDEPENDENCIA

    La tendencia a la cooperación internacional se incrementó después de la Segunda Guerra Mundial con la creación de la Organización de las Naciones Unidas, la cual si bien no ha logrado desaparecer los conflictos militares, sí los ha aminorado y ha contribuido a aumentar la seguridad internacional. Pero el fortalecimiento de la cooperación internacional no ha sido sólo resultado de la arquitectura institucional desarrollada en torno a las Naciones Unidas y a los acuerdos de Bretton Woods que dieron origen al Banco Mundial, al Fondo Monetario Internacional y al Acuerdo General de Comercio y Tarifas (GATT). La construcción de estas instituciones se ha dado como resultado de una creciente interconexión entre los países, la cual ha hecho cada vez más costosa la confrontación militar. Este fenómeno fue descrito en la literatura académica desde la década de los setenta del siglo pasado por un conjunto de autores que desafiaban uno de los supuestos básicos del realismo político: que la única unidad en la política internacional es el Estado nación. Esta literatura comenzó a hablar del surgimiento de actores no estatales cada vez más importantes y de la multiplicación de contactos entre éstos que se desarrollaban de manera paralela a los contactos oficiales entre los gobiernos (Keohane y Nye, 1975). Estos textos dieron pie al surgimiento del enfoque de la interdependencia. Keohane y Nye definieron la interdependencia como dependencia mutua. A diferencia de la interconexión simple, la interdependencia implica que existen costos o beneficios mutuos en la interacción (Keohane y Nye, 1989). Experimentar estos costos y beneficios involucra la presencia de dos características que diferencian a una situación de interdependencia de aquella de interconexión simple: sensibilidad y vulnerabilidad. La sensibilidad supone que los cambios en la otra unidad afectan a la unidad interdependiente. La vulnerabilidad supone la incapacidad de la unidad afectada para modificar las circunstancias en las que le afectan esos cambios externos. Es obvio que un mayor nivel de vulnerabilidad de una de las dos partes implica la existencia de una relación interdependiente asimétrica. De acuerdo a estos autores, la interdependencia asimétrica presenta tres características principales: a] la existencia de numerosos canales que conectan sociedades (canales interestatales, transgubernamentales y trasnacionales); b] la ausencia de una jerarquía definida en los temas de las agendas interestatales, lo que significa que la seguridad militar no es necesariamente el tema dominante y la frontera entre temas internos e internacionales es difusa; c] la eliminación del uso de la fuerza militar por parte de un gobierno contra otro cuando prevalece la interdependencia compleja (Keohane y Nye, 1989: 25). Este concepto podría explicar las relaciones entre los países desarrollados occidentales durante la segunda posguerra. El énfasis de la interdependencia en los instrumentos no militares hace que este enfoque sea más aplicable, como dicen Keohane y Nye, al estudio del mundo industrial avanzado compuesto por Estados desarrollados con economías de mercado (Keoane y Nye, 1975). En realidad las relaciones de dichos países entre sí estuvieron ciertamente caracterizadas por la ausencia de conflictos militares y la importancia creciente de los actores no gubernamentales. Sin embargo, el concepto es menos útil si se quieren explicar las relaciones de los países menos desarrollados entre sí y las de éstos con los países desarrollados. En estos casos los conflictos militares son más constantes. Incluso cuando un país desarrollado, industrializado, que tiene relaciones de interdependencia con otros países desarrollados, entra en conflicto con un país en desarrollo con el cual no hay nexos de interdependencia, prevalece el uso de la fuerza, como fue el caso de la invasión de Irak por parte de Estados Unidos en 2003.

    Lo anterior podría sugerir que los conflictos militares se van a dar fundamentalmente entre países que no tienen nexos de interdependencia entre sí, ya sean estos países industrializados o en vías de desarrollo. Ciertamente, ésta podría ser una conclusión apresurada, pero lo cierto es que una revisión de los conflictos bélicos desde la segunda mitad del siglo XX parecería apuntalar dicha afirmación. Incluso los conflictos limitados de la Guerra Fría apuntarían en esa dirección: la Guerra de Corea, la invasión de Hungría, Checoslovaquia y Afganistán por parte de la Unión Soviética y la invasión de Guatemala, República Dominicana y la frustrada invasión de Cuba en 1961 por parte de Estados Unidos. En todos estos casos el conflicto bélico se dio indirectamente entre dos potencias que no tenían nexos de interdependencia entre sí: Estados Unidos y la Unión Soviética. Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial no se he registrado ninguna confrontación militar de los países industrializados del bloque occidental entre sí: los países europeos, Estados Unidos y Japón. Incluso en la relación entre un país desarrollado como Estados Unidos y otro en desarrollo, como México, el conflicto militar está descartado desde los años treinta del siglo pasado cuando las amenazas de una invasión estadunidense a México se extinguieron al percatarse Washington de que necesitaba tener una frontera segura ante la perspectiva de la Segunda Guerra Mundial (Meyer, 1972).

    Ahora bien, todo lo anterior no significa que no existan conflictos entre los países que presentan nexos de interdependencia entre ellos. Las disputas comerciales entre Estados Unidos y Japón, así como entre Europa y Estados Unidos han existido durante las últimas décadas. Lo mismo puede decirse de la relación entre México y Estados Unidos desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, en la cual han existido diferencias comerciales y confrontaciones fuertes por temas como el narcotráfico y la migración. Sin embargo, el conflicto militar en todos estos casos ha sido y es impensable. Incluso, la creciente participación de China en el comercio mundial y el peso que ese país tiene en la balanza comercial de los países occidentales, ha hecho que la perspectiva de una confrontación militar quede descartada. Más aún, la creciente interdependencia de China con Estados Unidos, ha hecho que el gobierno estadunidense, tan crítico de los abusos de derechos humanos en varios países, haya guardado en las últimas décadas un prudente silencio en este tema en relación a China.

    Una explicación alternativa a la ausencia de confrontaciones militares y la paz que ha prevalecido entre los países occidentales en las últimas décadas la ha buscado dar la teoría de la paz democrática. De acuerdo con esta teoría, los países que poseen un sistema democrático son renuentes a entrar en un conflicto armado con otro país democrático (Doyle, 1983). Esta teoría ciertamente permite describir la forma en que se han relacionado los países occidentales durante las últimas décadas. Sin embargo, tendría problemas para explicar la ausencia de conflictos bélicos entre países democráticos y aquellos que no lo son plenamente, como es el caso de la relación entre Estados Unidos y México o Estados Unidos y China. El caso de México es particularmente ilustrativo, pues aunque formalmente ese país tiene un sistema democrático desde fines del siglo XIX, esta caracterización difícilmente podría aplicarse durante el siglo XX, cuando la mayor parte de la literatura académica ubicaba al sistema político mexicano como autoritario. De hecho, la razón por la cual Estados Unidos toleraba la falta de democracia y las violaciones a los derechos humanos en México desde los años treinta del siglo pasado tenía más que ver con la importancia estratégica de ese país para la seguridad nacional de Estados Unidos que con su sistema político (Keller, 2012; Ojeda, 1976). Algo similar puede decirse de la relación de Estados Unidos con China: el peso que ese país tiene en el comercio estadunidense es tal, que cualquier conflicto militar queda descartado.

    ¿De lo hasta ahora expuesto se puede deducir que con la existencia de nexos de interdependencia los países han renunciado a la búsqueda del poder? Eso sería llevar el argumento demasiado lejos. Lo cierto es que la interdependencia parecería que ha eliminado la tentación del uso de la fuerza militar, pero es obvio que los conflictos no han desaparecido. Pero si bien la búsqueda de mayor poder en la arena internacional persiste, tampoco está claro que las potencias no hegemónicas busquen desplazar al hegemón, como plantea el realismo político. De hecho, todo hace suponer que las potencias no hegemónicas están relativamente conformes con la distribución de poder actual y no parecerían muy interesadas en asumir los costos que implica el papel de hegemón en el sistema internacional. Ello es así porque los costos de equilibrar el poder del hegemón, Estados Unidos, son tan altos que han preferido seguir una estrategia de equilibrio blando (soft balancing) que implica el uso de instrumentos no militares que no desafían la preponderancia militar estadunidense, tales como el uso de instituciones internacionales, políticas económicas y acuerdos diplomáticos (Pape, 2005: 10). Lo anterior vendría a reforzar la idea de que es precisamente la existencia de nexos de interdependencia lo que hace que si bien los conflictos no desaparecen, éstos tienden a manifestarse por otras vías.

    ¿HACIA UN MUNDO MÁS SEGURO?

    Después de lo expuesto en este texto, cabe preguntarse si la existencia de mayor interdependencia promueve mayor seguridad. La respuesta es que sí, pero no totalmente. La interdependencia claramente hace que la fuerza militar no sea el instrumento para resolver los conflictos. Pero evidentemente los conflictos internacionales no desaparecen. Se manifiestan por otras vías: diplomáticas, comerciales, culturales. Sin embargo, la interdependencia que se ha desarrollado en las últimas décadas va de la mano de la globalización, la cual ciertamente favorece la cooperación pero también actúa como una correa de transmisión de los problemas. De hecho, las nuevas amenazas que enfrenta el mundo son en buena medida producto de la globalización y de la interdependencia: una crisis económica en un país se transmite inmediatamente al resto de la comunidad internacional y afecta paradójicamente a los países que son más interdependientes con dicho país. Esto es, la interdependencia al acentuar las vulnerabilidades y sensibilidades, acentúa también los beneficios y los costos de un evento en otro país. Ello lo podemos ver claramente con las crisis ambientales, migratorias o con pandemias como el coronavirus. En ese sentido, la interdependencia puede hacer al mundo más seguro o más inseguro, dependiendo de lo que ocurra en otro país. No obstante lo anterior, el mundo occidental ha disfrutado de una disminución de conflictos militares gracias, en buena medida, a la interdependencia. Ello nos permitiría hablar no de una paz democrática sino de una paz interdependiente. Desde este punto de vista, el mundo parecería ser más pacífico gracias a la interdependencia, aunque no necesariamente más seguro si consideramos a la seguridad como la ausencia de amenazas de todo tipo, no sólo militares.

    CONCLUSIONES

    La búsqueda de la seguridad de los ciudadanos es una de las tareas fundamentales del Estado. De hecho, el moderno Estado nación surge para ese fin. La seguridad en el siglo XVII era concebida básicamente como una seguridad física frente a ataques de otros individuos. En este sentido, el Estado vendría a remplazar la defensa propia a la que todo individuo tiene derecho para proteger su vida y sus propiedades en el estado de naturaleza. A nivel sistema internacional, la función de proveer seguridad pasa no sólo por la defensa frente a ataques de otros individuos dentro del territorio de una nación, sino también por la defensa frente a ataques militares provenientes de ejércitos extranjeros. El desarrollo de ejércitos propios se convirtió en uno de los instrumentos principales para proveer seguridad en un mundo caracterizado por la ausencia de una autoridad global y con estados que buscarían expandir su territorio y sus recursos constantemente. Esta situación dio lugar a un sistema internacional en el cual las guerras entre estados eran comunes. Sin embargo, a partir del fin de la Segunda Guerra Mundial, la comunidad internacional comenzó a desarrollar mecanismos para evitar los conflictos militares, en un proceso de construcción de instituciones globales acompañado de una creciente interconexión de los países tanto económica, como social y cultural. Este proceso fue definido como interdependencia por varios autores liberales desde los años setenta del siglo pasado. Uno de los principales argumentos del enfoque de la interdependencia es que la sensibilidad y vulnerabilidad mutua hacían poco viable el uso de la fuerza militar para dirimir los conflictos. Y lo cierto es que, en efecto, los conflictos militares entre países interdependientes entre sí, la mayoría de ellos del mundo occidental y con regímenes democráticos, disminuyeron de manera sensible durante la segunda mitad del siglo XX. El proceso de interdependencia se aceleró con la caída del bloque soviético y el fin de la Guerra Fría, lo cual hizo a muchos albergar la idea de que estábamos frente a un nuevo orden internacional. Y si bien es cierto que, al menos entre los países que presentaban nexos de interdependencia, los conflictos militares disminuyeron, la relación con los países excluidos de estas redes interdependientes no se volvió más pacífica. En todo caso, parecería que sí hay una correlación directa entre mayor grado de interdependencia con un menor grado de confrontaciones militares. Ello en teoría haría pensar que un mundo más interdependiente es un mundo más seguro. Sin embargo, si bien un mundo más interdependiente disminuye los conflictos militares, también abre la puerta a otras formas de inseguridad como las crisis económicas, los desastres ambientales, las migraciones masivas y las pandemias. En ese sentido, la discusión está lejos de estar agotada y plantea sin duda retos académicos formidables para los próximos años y abre rutas de investigación muy prometedoras a futuro.

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    Pape, R. A. (2005), Soft balancing against the United States, International Security, 30(1), pp. 7-45.

    3. CONSTRUCTIVISMO Y SEGURIDAD

    ARTURO SANTA CRUZ

    El constructivismo es hoy un enfoque establecido en la disciplina de Relaciones Internacionales (RI). Su consolidación, sin embargo, es relativamente reciente. No fue sino hasta la última década del siglo pasado cuando entró en escena como una alternativa reconocida para el estudio de la política mundial; así, a fines de los noventa se hablaba de que se estaba dando un giro constructivista en las RI, y de que la nueva perspectiva estaba capturando el terreno intermedio, entre el realismo y el liberalismo, en la disciplina (Adler, 1997; Checkel, 1998; Hopf, 1998; Santa Cruz, 2009).

    El contexto internacional fue definitivamente uno de los factores que catapultaron al constructivismo al centro de la escena en RI. El panorama mundial había cambiado radicalmente en la década de los ochenta, culminando con el fin de la Guerra Fría. Afloró entonces un creciente estado de insatisfacción entre los internacionalistas respecto a la incapacidad de los enfoques prevalecientes para predecir o explicar el cambio de época que para la política mundial significaba el fin de la era bipolar (Kratochwil y Koslowski, 1994). Parte fundamental de este cambio mayúsculo atañía por supuesto a la agenda de seguridad, pues si bien la confrontación ideológica entre el bloque soviético y el estadunidense había terminado, permanecía todavía el arsenal acumulado durante las cinco décadas previas, el cual podía acabar con la vida en el planeta.

    Así, desde temprano en la literatura constructivista se cuestionó el entendimiento convencional sobre la seguridad. Cabe notar que existen varias interpretaciones sobre la seguridad de corte constructivista. Esto es, de la misma manera que el constructivismo en RI no es una teoría sustantiva de la disciplina, sino un enfoque amplio, y que por lo mismo da cabida a varias versiones, las concepciones constructivistas sobre la seguridad en la política internacional varían. Sin embargo, dichas interpretaciones tienen algo en común: el considerar que la seguridad no existe como un hecho dado, externo, sino que es socialmente construida.

    Este capítulo está dividido en dos secciones principales: en la primera paso revista, muy someramente, a dos enfoques constructivistas sobre la seguridad: el convencional o modernista y el de la Escuela de Copenhague. En la segunda sección presento una propuesta propia que, partiendo del entendimiento constructivista de la política internacional, sugiere una concepción alternativa del tema en cuestión: la seguridad nacional como síntesis. De acuerdo con la propuesta planteada, la seguridad nacional puede fructíferamente concebirse en términos de la tensión fundamental entre lo interno y lo externo del moderno sistema internacional, expresando, como Jano, la naturaleza bifronte de la política internacional. El capítulo concluye con unas muy breves consideraciones finales.

    CONSTRUCTIVISMO Y SEGURIDAD

    Como apunté anteriormente, todos los enfoques constructivistas de la seguridad parten del supuesto de que ésta es construida por los actores. Esto es, no es un dato externo ni inmutable, sino que depende de los entendimientos sociales y del momento histórico. Así, temas tradicionalmente abordados desde una perspectiva realista por la subdisciplina denominada Estudios de Seguridad han sido objeto de análisis por parte de autores constructivistas; por ejemplo, las alianzas militares, la seguridad nacional y la construcción de la amenaza han sido abordados desde el planteamiento constructivista enfatizando factores como el discurso o las normas en la construcción de la concepción y la práctica del tema en cuestión. Ahora bien, la importancia relativa que se le da a determinado factor depende de la escuela constructivista desde la cual esté trabajando el autor. En lo que resta de esta sección me voy a referir muy brevemente a dos de ellas: la moderna (o convencional) y la de Copenhague (por razones de espacio omito otra, menos influyente en la literatura que, aunque tiene puntos de contacto con las dos recién mencionadas, abreva más de posiciones posestructuralistas que la distancian ontológica y epistemológicamente de lo que normalmente se asocia con el constructivismo: Estudios Críticos de Seguridad; al respecto véase Krause y Williams, 1997).

    La escuela moderna puede ejemplificarse con el muy influyente volumen editado por Peter J. Katzenstein en 1996 titulado The Culture of National Security: Norms and Identity in World Politics. Como el título mismo lo sugiere, tres son los factores que enfatizan los autores del libro en cuestión a la hora de considerar la construcción social de la seguridad nacional: la cultura, las normas y la identidad. El punto es poner de relieve la manera en que factores intersubjetivos, no materiales tales como los tres señalados, impactan en la concepción y la práctica de la seguridad nacional. Para Katzenstein, la cultura se refiere tanto a un conjunto de estándares evaluativos (tales como normas y valores) como a un conjunto de estándares cognitivos (tales como reglas y modelos) que definen qué actores sociales existen en un sistema, cómo operan y cómo se relacionan entre sí (Katzenstein, 1996). Esto es, la cultura otorga significado a las acciones de los actores. Para Alexander Wendt, quizá el autor más influyente de la corriente modernista del constrcuctivismo en general, y participante en el volumen en cuestión, la Guerra Fría misma había sido fundamentalmente una cuestión cultural más que material (Wendt, 1996: 49). Wendt desarrolla más el aspecto cultural de la política internacional y la seguridad nacional en su libro de 1999 Social Theory of International Relations, en el cual plantea la existencia de tres culturas de la anarquía: la hobbesiana, la lockeana y la kantiana.

    Las normas, por otra parte, las define Katzenstein como expectativas colectivas de comportamiento adecuado de actores con una cierta identidad (Katzenstein, 1996: 5), en tanto que esta última, en el contexto de la construcción de la seguridad estatal, es tomada simplemente como una manera abreviada de referirse a la construcción variable de la nación y el estado (Katzenstein, 1996: 6), la cual surge de sus interacciones con diferentes ambientes sociales, tanto el doméstico como el internacional (Katzenstein, 1996: 24). Así pues, estos tres conceptos ayudan a los autores a problematizar la construcción de los intereses estatales en materia de seguridad, los cuales solían darse por sentados en los enfoques tradicionales (Katzenstein, 1996: 1). Para ellos, las normas internacionales tienen efectos en las de carácter interno, esto es, en la manera en que los estados construyen su seguridad nacional; sin embargo, de manera análoga, conocer la concepción interna es importante también para dilucidar la manera en que los estados interpretan los imperativos externos (cf. Katzenstein y Okawara, 1993; Varadarajan, 2004; Cho, 2009).

    Otro enfoque muy influyente en los Estudios de Seguridad desde la perspectiva constructivista es el de la Escuela de Copenhague; encabezada por autores como Barry Buzan y Ole Wæver. Buzan innovó desde 1983 en su libro People, States and Fear: The National Security Problem in International Relations con el concepto de sectores de seguridad; con él hacia referencia a los múltiples posibles ámbitos del concepto de seguridad, es decir, cuestionaba que la seguridad, como sucedía en los tratamientos convencionales, tuviera que estar relacionada exclusisamente con el ámbito militar. Así, él proponía otros cuatro sectores: el ambiental, el económico, el societal y el político. Desde entonces, Buzan abogaba por ampliar el concepto de seguridad más allá del estado (Buzan, 1983: 3, 9, 13).

    Una década más tarde, en el trabajo Securitization and Desecuritization Wæver introdujo el término securitización. En lugar de tratar de criticar o expandir el concepto tradicional de seguridad, Wæver se pregunta: ¿Qué realmente hace de algo un problema de seguridad? (Wæver, 1995: 5; el trabajo apareció originalmente en 1993). La respuesta tiene que ver con considerar a la seguridad misma como un acto del habla. Como Wæver lo pone: "Al nombrar cierto evento como un problema de seguridad, el ‘estado’ puede reclamar para sí un derecho especial. […] Los detentadores del poder siempre pueden intentar utilizar el instrumento de la securitización de un tema para obtener el control sobre ella (Wæver, 1995: 6). Así pues, para Wæver lo que puede ser presentado como un asunto de seguridad nacional no es necesariamente una amenaza real, en el sentido de representar un peligro existencial; el mero hecho de enmarcar un tema en tales términos lo hace ser una amenaza (aunque, por supuesto, el mensaje tiene que ser aceptado por la audiencia). Aunque esta perspectiva parte de la teoría del lenguaje y enfatiza los elementos discursivos en el estudio de la seguridad, lo que podría emparentarla con posturas posestructuralistas que se alejan, al menos, de la versión moderada del Constructivismo Social, Buzan y Wæver afirman que su enfoque es constructivista hasta la raíz (Buzan y Wæver 1997: 243; véase también Buzan, Wæver y de Wilde 1998; VII. Cf. Balzacq, 2009: 56). De manera interesante, la Escuela de Copenhage se distancia abiertamente de la arriba mencionada corriente de Estudios Críticos de Seguridad; (cf. Buzan, Wæver y de Wilde 1998: 34-35). Pero más importante, la Escuela de Copenhague encuadra su perspectiva sobre la seguridad en términos más amplios; como lo puso Buzan en su obra seminal: Puesto que el concepto de seguridad es un concepto central en el campo [de las RI], el proceso de mapearlo nos lleva inevitablemente a un gran recorrido de las Relaciones Internacionales" (Buzan, 1983: 12).

    Aunque tanto la versión constructivista convencional como la de la Escuela de Copenhague fructíferamente reelaboran el concepto de seguridad y toman a éste como un componente importante de la agenda de las RI, por lo general continúan la tradición disciplinar de considerar la política doméstica y la internacional como ámbitos separados. Esto es, si bien en ambas escuelas existe un reconocimiento explícito de que lo interno y lo externo forman un continuo, las más de las veces adoptan una visión de afuera hacia adentro o de adentro hacia afuera al abordar la manera en que se construye la seguridad; lo que desde mi punto de vista ha faltado enfatizar es cómo la tensión entre los dos ámbitos constituye también un campo fértil para inquirir acerca de la manera en que las diversas concepciones sobre la seguridad nacional emergen. En el planteamiento constructivista alternativo que presento en la siguiente sección, la seguridad nacional es concebida como la resultante de la interacción de lo interno con lo externo.

    LA SEGURIDAD COMO SÍNTESIS

    El quid de la

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