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Historia mínima de las relaciones multilaterales
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Libro electrónico368 páginas4 horas

Historia mínima de las relaciones multilaterales

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La diplomacia multilateral ha representado para México un importante espacio de contrapeso en su entorno geopolítico inmediato. A través de ella, México desarrolló iniciativas y asumió posiciones que dejaron huella en los principales temas de la agenda internacional. El multilateralismo también permitió mitigar asimetrías en las relaciones interame
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento30 jun 2021
ISBN9786075642680
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    Historia mínima de las relaciones multilaterales - Claude Heller Rouassant

    cover.jpg

    Historia mínima de las relaciones multilaterales de México

    Claude Heller

    Primera edición impresa, abril de 2021

    Primera edición electrónica, junio de 2021

    D. R. © El Colegio de México, A. C.

    Carretera Picacho Ajusco núm. 20

    Ampliación Fuentes del Pedregal

    Alcaldía Tlalpan

    14110, Ciudad de México, México

    www.colmex.mx

    ISBN 978-607-564-234-5 (vol. 4)

    ISBN 978-607-564-173-7 (obra completa)

    ISBN electrónico 978-607-564-268-0

    Conversión gestionada por:

    Sextil Online, S.A. de C.V./ Ink it ® 2021.

    +52 (55) 52 54 38 52

    contacto@ink-it.ink

    www.ink-it.ink

    Índice

    Introducción

    Capítulo I. La construcción de una visión internacional

    El diseño de la onu

    Las aspiraciones de México en la construcción de la onu

    La preeminencia de la Asamblea General

    La visión de México en los primeros años

    El impacto de la descolonización y el tercermundismo

    La contribución jurídica de México

    Capítulo II. Las aportaciones al mantenimiento de la paz

    La participación mexicana en una nueva etapa de la Guerra Fría

    La vuelta al Consejo y los buenos deseos (2002-2003)

    Las razones de México para su cuarta participación (2009-2010)

    El balance general de la acción del Consejo en 2009

    El contexto internacional en 2010

    La evaluación de la participación de México

    La accidentada ruta internacional hacia 2021

    La participación de México en las omp

    La participación de México en los Grupos de Amigos

    Capítulo III. La lucha por el desarme

    Las razones de México

    Tlatelolco y la creación de las zonas nucleares

    El camino hacia la No Proliferación Nuclear y la Prohibición Completa de los Ensayos Nucleares

    México ante la parálisis del desarme

    México y las armas convencionales

    Capítulo IV. México en la agenda de derechos humanos

    La visión de México

    El escenario mexicano en los foros competentes

    La politización del sistema de derechos humanos

    México en la Conferencia Mundial de Derechos Humanos

    Los derechos de la mujer en la agenda

    Hacia la justicia internacional: el Estatuto de Roma

    La Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno de 2005 y sus implicaciones para el sistema de derechos humanos

    Los desafíos de México en materia de derechos humanos

    Capítulo V. La cooperación para el desarrollo: logros y frustraciones

    Un largo camino

    El parteaguas en la posición mexicana

    México y el Consenso de Monterrey (2002)

    México y los Objetivos del Milenio y del Desarrollo Sostenible

    Capítulo VI. Migración, cambio climático y drogas

    La aceptación de la dimensión multilateral de la migración

    México como facilitador en la lucha contra el cambio climático

    La estrategia multilateral de México contra las drogas

    Capítulo VII. México y las relaciones interamericanas

    México y la concertación latinoamericana ante la parálisis de la oea

    Hacia una nueva credibilidad del sistema interamericano

    De la cooperación a la fragmentación

    Los vuelcos políticos de México en la oea: 2017-2019

    El intento de forjar una comunidad de América Latina y el Caribe

    Diversificación y diplomacia económica multilateral

    Capítulo VIII. México ante la crisis de la gobernanza global

    La conformación del G-20

    Las perspectivas de mikta

    México ante la reforma pendiente del Consejo de Seguridad

    Epílogo

    Bibliografía

    Sobre el autor

    Introducción

    Desde el siglo xx la diplomacia mexicana ha privilegiado el espacio multilateral como ámbito propicio para defender la soberanía nacional, promover el desarrollo, definir sus posiciones ante los problemas mundiales y avanzar iniciativas basadas en su experiencia histórica y en los principios que han normado su conducta externa. De su participación en los principales foros, comenzando por la Sociedad de Naciones y, por supuesto, la Organización de las Naciones Unidas (onu) y la Organización de los Estados Americanos (oea), se ha derivado buena parte del prestigio y el capital político que ha acumulado en su política exterior. México contribuyó activamente en el diseño de las principales organizaciones de vocación universal y regional después de la Segunda Guerra Mundial, e imprimió su huella diplomática en los asuntos multilaterales. A diferencia de la inmensa mayoría de los países en desarrollo, que han conocido una estabilidad cíclica y vuelcos históricos, la participación de México ha conservado rasgos de continuidad y consistencia, independientemente de los matices sexenales que conllevan los cambios de administración y, más recientemente, la alternancia política democrática.

    Son varias las razones que explican lo anterior. En primer lugar, hay una profunda coincidencia de los principios de política exterior con las normas consagradas en los documentos constitutivos de las grandes organizaciones internacionales: la diplomacia mexicana ha promovido siempre en su seno la defensa del derecho internacional; el mantenimiento de la paz y la seguridad, y la promoción del desarrollo económico y social. En segundo lugar, ante la asimetría de las relaciones de poder en detrimento de los países más vulnerables, la diplomacia multilateral le ha proporcionado a México un valioso instrumento de contrapeso en su entorno inmediato frente a Estados Unidos, y es en el sistema de las Naciones Unidas donde ha podido expresar su concepción sobre las bases que deben regir a la comunidad internacional organizada y la responsabilidad que le corresponde a los Estados. El multilateralismo es la alternativa democrática a la política del poder en su calidad de instancia privilegiada para la convergencia de los esfuerzos nacionales en acciones conjuntas frente a los desafíos que enfrenta la humanidad en todos los ámbitos. En tercer lugar, las posturas asumidas ante diversas situaciones y las iniciativas emprendidas en la agenda internacional le han permitido a México participar con un perfil propio y desarrollar una capacidad de interlocución con todos los Estados, incluyendo con aquellos cuyos vínculos bilaterales son débiles o prácticamente inexistentes, principalmente en regiones de África, Asia y el Medio Oriente. Desde un primer momento, México reconoció el papel central que le correspondía a la onu en la construcción de un nuevo orden internacional.

    En las principales etapas que siguieron a la Segunda Guerra Mundial y hasta el fin de la Guerra Fría, México desplegó una intensa actividad en el marco de las Naciones Unidas estando frecuentemente a la vanguardia de iniciativas relevantes. Fue así como tuvo una actuación destacada en favor de las negociaciones multilaterales sobre desarme, así como sobre la no proliferación y el control de armamentos, propiciando, entre otros acuerdos, la creación de zonas libres de armas nucleares y la prohibición de éstas. Asimismo, contribuyó activamente a la codificación y el desarrollo progresivo del derecho internacional en distintas esferas. De igual manera, México otorgó un decidido respaldo al proceso de descolonización de África y de Asia e incluso del Caribe, a partir del principio de la libre determinación de los pueblos, y asumió un papel de liderazgo en la promoción del desarrollo económico y social en la década de los años sesenta, a partir de la creación de la Conferencia de las Naciones Unidas para el Comercio y el Desarrollo (unctad), el establecimiento del Diálogo Norte-Sur y la búsqueda de un Nuevo Orden Económico Internacional (noei) a fines de los años setenta. En materia de derechos humanos, México no sólo contribuyó a la creación y al fortalecimiento del sistema internacional de protección proponiendo nuevos tratados y mecanismos multilaterales, sino que además desempeñó un papel central en la promoción de su vigencia en países latinoamericanos escindidos por sus conflictos internos. México también se involucró en los esfuerzos de la comunidad internacional en el combate contra las drogas, el crimen organizado y otras actividades ilícitas de carácter transnacional.

    Instrumentos jurídicos en las áreas más relevantes de la agenda internacional —como el Tratado de Tlatelolco, de 1967; la Carta de Derechos y Deberes de los Estados, de 1975; la Convención del Derecho del Mar, de 1982; la Convención de 1988 sobre el Tráfico Ilícito de Estupefacientes y de Sustancias Psicotrópicas, o la Convención sobre la Protección de los Derechos de Todos los Trabajadores Migratorios y de sus Familiares de 1990— fueron resultado de propuestas introducidas por México o, en su caso, se vieron influidas de manera sustancial por aportaciones originales de su diplomacia. Cuando el mundo cambió radicalmente a partir del fin de la Guerra Fría con la desaparición de la Unión Soviética y la disolución de la política de bloques, México también se transformó en función de la reorientación de su modelo de desarrollo, la apertura a la globalización y una mayor inserción al mercado internacional. Fueron clara expresión de ello el lanzamiento de la Cumbre Iberoamericana; la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (tlcan) y de múltiples acuerdos con diversos países del mundo, y el ingreso a organismos internacionales asociados al establecimiento de buenas prácticas de gobierno —como la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (ocde)— y a mecanismos de cooperación interregionales —como el Mecanismo de Cooperación Económica Asia-Pacífico (apec)—. Paralelamente, la democratización de la vida política y el surgimiento de nuevos desafíos en la agenda —como el cambio climático, los derechos humanos, la migración, el narcotráfico y el crimen organizado— incidieron en su interacción con las demás naciones y en su posicionamiento internacional. Su diplomacia multilateral se adaptó a las nuevas exigencias, pero siguió siendo igualmente dinámica en temas fundamentales con la promoción de nuevos acuerdos, como el Tratado de Comercio de Armas de 2014, el Tratado de Prohibición de las Armas Nucleares de 2017, el diseño de la Agenda 2030 sobre Desarrollo Sostenible y el Pacto Global Migratorio de 2018.

    Ello también ocurrió en su ámbito natural en el marco del sistema interamericano, en el cual México realizó contribuciones relevantes en varios planos. Pero su historia de las relaciones multilaterales no se limita a su actuación en los organismos internacionales. Cuando éstos enfrentaron inercias y momentos de parálisis ante graves situaciones coyunturales, la diplomacia mexicana tuvo las suficientes imaginación y creatividad para impulsar procesos de concertación alternativos y alianzas informales que lograron un mayor grado de eficacia.

    Revisar las relaciones multilaterales implica plantear temas diversos; una extensa red de organismos, instituciones y procesos, así como el papel que han desempeñado en la historia destacadas figuras de la diplomacia mexicana y numerosos miembros de uno de los servicios civiles de carrera con mayor reconocimiento en la función pública. Ello merecería la elaboración de una obra monumental. El propósito de este libro es más modesto, al ofrecer una visión de algunas de las principales acciones multilaterales que han distinguido a México y que definen su lugar en el mundo. Esto permite también plantear asuntos, tareas y desafíos que debe asumir la política exterior en la actualidad, cuando la gobernanza global está en cuestión. Finalmente, valga la aclaración, como autor de este libro, de que, en virtud de mi trayectoria diplomática, he sido actor, testigo, observador y estudioso de la política internacional de México desde una posición privilegiada. Ello se refleja inevitablemente en apreciaciones personales derivadas de mis experiencias en diversos episodios e iniciativas que son abordados a lo largo de este relato.

    Capítulo I

    La construcción de una visión internacional

    Se ha sostenido con razón que la política exterior de México encuentra sus raíces en la experiencia de su historia y de su contacto frecuentemente hostil con el mundo en los siglos xix y xx. Su nacimiento y su desarrollo como nación independiente, después de trescientos años de colonización, se vieron constantemente condicionados por el asedio, las amenazas, las intervenciones militares extranjeras —que incluso diezmaron parte de su territorio— y las injerencias en sus asuntos internos durante largos periodos de inestabilidad política. A partir del surgimiento de una conciencia nacional en la lucha contra la Intervención francesa y el Segundo Imperio bajo el liderazgo de Benito Juárez, y, posteriormente, con Venustiano Carranza en 1918 durante la Revolución, México definió principios y criterios, fundamentalmente los de la no intervención, el derecho a la autodeterminación de los pueblos y la igualdad de los Estados, que habrían de estar en el corazón de su postura internacional. Estos principios correspondieron a un nacionalismo mexicano profundamente marcado por el desarrollo del país bajo un entorno desfavorable que ponía en duda su viabilidad y donde la lucha por la autodeterminación, la preservación de la soberanía, la independencia y la integridad territorial fue una constante hasta la Segunda Guerra Mundial.

    En la medida en que surgió y se desarrolló un sistema de organización de las relaciones entre los Estados, tanto en una dimensión universal como en su vertiente regional, México encontró gradualmente en las instancias multilaterales un espacio para proyectar la defensa de su interés nacional, determinado en gran medida por su ubicación estratégica excepcional en el continente americano, y sustentar su posicionamiento ante las turbulencias de un mundo en mutación después de dos conflagraciones mundiales.

    El desenlace de la Primera Guerra Mundial fomentó la aspiración de fundar un nuevo orden internacional basado en principios comunes bajo un marco institucional que garantizara la paz, la justicia y la autodeterminación como sustento de la legitimidad de las naciones. Se ponía fin a la visión eurocéntrica de las relaciones internacionales que había prevalecido a partir del Congreso de Viena de 1815 y que fue clave en la construcción del concepto mismo de la cooperación internacional entre los Estados al fundarse las primeras organizaciones internacionales, como la Unión Internacional del Telégrafo (1865) y la Unión Postal Universal (1874). La emergencia de Estados Unidos y de Japón como actores internacionales de primer orden anunciaba la evolución de una nueva multipolaridad que rebasaba las fronteras europeas. Paralelamente, el fin de la Gran Guerra significó la desintegración de los imperios austrohúngaro y otomano, lo que dio pie al nacimiento de nuevos estados nacionales y modificó la geografía política europea. Sin embargo, el reordenamiento mundial se celebró bajo los peores auspicios. Alemania, la potencia derrotada, no recibió invitación a la Conferencia de Paz de París y se le humilló en todos los aspectos en el Tratado de Versalles al imponerle cargas insoportables, entre ellas, su desarme, incluyendo severas restricciones para su futuro desarrollo militar; la aceptación de la responsabilidad moral y material de la guerra; la pérdida de sus posesiones coloniales, y el pago de indemnizaciones económicas exorbitantes a los Estados vencedores.

    Impulsor de un mundo nuevo, el Presidente de Estados Unidos, Woodrow Wilson, hizo un llamado el 8 enero de 1918 desde el Congreso a las naciones europeas en conflicto para incorporar, en lo que es conocido como los Catorce Puntos, los principios que deberían garantizar la paz en el futuro. Además de incluir temas tales como la abolición de los tratados secretos, la libertad de comercio, la libertad de los mares, el desarme, el ajuste de las reclamaciones coloniales sobre la base de la descolonización y la autodeterminación, el mandatario propuso que una Asociación General de Naciones debía formarse bajo acuerdos específicos, con el propósito de ofrecer garantías recíprocas de independencia política e integridad territorial a pequeños y grandes Estados.

    Ésta fue la semilla de la creación del Pacto de la Sociedad de Naciones (sdn) o Liga de las Naciones, al amparo del Tratado de Versalles, principal resultado de las Conferencias de Paz de París que pusieron fin a la Gran Guerra, suscrito el 28 de junio de 1919 y que entró en vigor el 10 de enero de 1920. Establecida con el objetivo central de velar por la paz ulterior en el mundo y promover la cooperación y la aceptación de no recurrir a la guerra, la sdn aspiraba a establecer un sistema de seguridad colectiva. Sin embargo, esta organización internacional nació herida de muerte desde su creación. Fue crucial la negativa del Senado estadunidense —de mayoría republicana y bajo el liderazgo de Henry Cabot Lodge— para ratificar el Tratado de Versalles, al considerar que éste contenía cláusulas negativas para el interés nacional. La ausencia de Estados Unidos, el principal promotor del nuevo organismo internacional, le restó representatividad y autoridad a éste. Además, limitaron su aspiración de universalidad y su funcionamiento la exclusión de la Unión Soviética —que no sería admitida hasta 1934, para ser expulsada en 1940— y la ausencia de los países vencidos en la guerra —Alemania fue admitida en 1926, pero se retiraría en 1933, al ascender Adolfo Hitler al poder— así como, en un principio, de naciones que atravesaban situaciones de inestabilidad política. Fue así como, en el caso de América Latina, no recibieron invitación Costa Rica, Ecuador, Honduras, México y la República Dominicana, entre otros, para participar en las labores iniciales de la organización, fundada en Ginebra en 1920.

    La sdn constituyó un primer intento para establecer una organización geográficamente representativa con aspiraciones universales e institucionalizar la vida internacional sobre la base de una estructura normativa que pretendía ser novedosa. Durante sus veintiséis años de existencia, la organización atendió alrededor de sesenta casos de controversias e inició algunos procesos en favor del desarme y la reducción de armamentos, como el Protocolo de Ginebra de 1925, concerniente a la prohibición del empleo en la guerra de gases asfixiantes o tóxicos y de medios bacteriológicos, que de hecho fue un primer tratado sobre armas químicas y bacteriológicas. El Tratado de Versalles creó también a la Organización Internacional del Trabajo (oit), que sobrevivió a las turbulencias de la Segunda Guerra Mundial, por lo que actualmente es una de las organizaciones más antiguas.

    Sin embargo, las mayores debilidades de la sdn fueron el alcance limitado de sus decisiones y la incapacidad de aplicar con eficacia sus facultades coercitivas en aquellos conflictos en los que Estados miembros clave violaron las disposiciones del pacto y provocaron el quebrantamiento de la paz. Las crisis internacionales que se sucederían hasta 1939 prepararon el terreno del estallido de la Segunda Guerra Mundial. La Gran Depresión de 1929 rompió la precaria estabilidad mundial, que no fue ajena a los abruptos cambios de régimen con el ascenso del fascismo, del nazismo y del comunismo al poder, cuya expansión modificó los mapas políticos europeo y asiático, como resultado de la política agresiva del Imperio japonés.

    La situación de México con respecto a la Sociedad de Naciones puso de manifiesto las dificultades de su inserción en el escenario internacional. En primer lugar, porque México no fue incluido en la lista de países neutrales durante el conflicto bélico invitados a participar en los trabajos que condujeron a la fundación de la Organización en Ginebra, en virtud de su turbulenta situación interna y del contexto conflictivo de sus relaciones con Estados Unidos y las potencias vencedoras de la Gran Guerra. En segundo lugar, porque aun cuando las condiciones resultaron más favorables para su ingreso, México expresaba desconfianza, así como serias reservas sobre las ventajas de su participación en la Sociedad de Naciones.

    La tensa relación con las potencias en el contexto del fin de la Primera Guerra Mundial dio origen a una postura defensiva frente a las condiciones de desigualdad enfrentadas con el exterior a partir de la Revolución y de la Constitución de 1917, cuya promulgación afectó intereses extranjeros, particularmente en lo concerniente a la industria petrolera y la reforma agraria, además de las reclamaciones sobre los daños sufridos durante la violencia del periodo revolucionario. La Doctrina Carranza, de enero de 1918, proclamó la igualdad entre las naciones; la no intervención en los asuntos internos en ninguna forma; la igualdad de nacionales y extranjeros ante la soberanía del país donde se encuentren, y el rechazo del uso exclusivo de la diplomacia para la protección de intereses particulares y como modo de presión sobre los gobiernos de los países débiles a fin de obtener modificaciones en las leyes no convenientes para los súbditos de países poderosos.

    La situación era peor aún para México debido al artículo 21 del Pacto de la Sociedad de Naciones, el cual estableció con todas sus letras que nada en el contenido de dicho acuerdo afectaba la validez de los compromisos internacionales destinados a asegurar el mantenimiento de la paz, tales como los tratados de arbitraje o las llamadas inteligencias regionales, como la Doctrina Monroe. Ante esta formulación, que consagraba la hegemonía estadunidense en el continente americano con todas sus consecuencias, el gobierno de Carranza anticipó su rechazo a esta vinculación y anunció que no realizaría ningún gesto para ingresar en esa sociedad internacional, porque las bases sobre las cuales se había constituido no establecían una perfecta igualdad de todas las naciones y razas.

    México rechazó así la esencia institucional del nuevo orden mundial que se perfilaba, e inició una etapa de relativo aislamiento que predominaría a lo largo de la década de los años veinte. Formalmente neutral durante la Gran Guerra, el gobierno mexicano fue señalado por su ambigüedad ante las propuestas alemanas de alianza bélica, a la vez que las denuncias de germanofilia fueron propaladas por las compañías petroleras y por medios de la prensa estadunidense. El acercamiento diplomático que intentó Alemania con el gobierno de Venustiano Carranza en enero de 1917 por medio del famoso telegrama Zimmermann —nombre del Ministro de Relaciones Exteriores de aquel país—, a fin de consolidar una alianza militar con México a cambio de obtener ayuda para recuperar los territorios perdidos en 1848 y obstaculizar la participación de Estados Unidos en el conflicto al lado de los aliados europeos, fue uno de los factores que llevaron al Congreso estadunidense a abandonar la neutralidad y aprobar la entrada en el conflicto bélico en abril de ese año. El distanciamiento diplomático de México con la mayoría de las potencias europeas y la tensa relación con el Presidente Woodrow Wilson en el periodo posrevolucionario contribuyeron al aislamiento de México en el momento de la fundación de la sdn.

    No fue hasta 1923 cuando, por medio de los Tratados de Bucareli, el Presidente Álvaro Obregón obtuvo el reconocimiento de Estados Unidos y, con ello, el restablecimiento de las relaciones con Washington, lo cual permitió que paulatinamente se fueron normalizando las relaciones diplomáticas con Alemania, Bélgica, España, Francia, Italia, la Unión Soviética y la Santa Sede. La única excepción fue la Gran Bretaña, con la cual las relaciones no se reanudaron hasta 1925. Durante la década de los años veinte se realizaron numerosas gestiones, particularmente por parte de las repúblicas americanas, para que México se incorporara a la sdn.

    Como consecuencia de ello, las autoridades mexicanas expresaron un mayor interés en integrase a la escena internacional. A partir de enero de 1930 el Secretario de Relaciones Exteriores, Genaro Estrada, decidió enviar a Ginebra a un observador permanente ante la Sociedad de Naciones. Posteriormente, durante la decimosegunda sesión de la Asamblea, celebrada el 7 de septiembre de 1931, Alemania, España, Francia, Gran Bretaña, Italia y Japón propusieron que México fuera invitado a formar parte de la considerada magna organización internacional, lo cual fue aceptado a los pocos días. De manera expedita, el Senado mexicano ratificó el Pacto de la Sociedad de las Naciones el 10 de septiembre. Entonces, el Secretario de Relaciones Exteriores, en respuesta a la invitación formulada, remitió al Presidente de la Asamblea y al Secretario General de la Sociedad de Naciones una carta en la que les comunicaba la aceptación de la invitación de la Liga de las Naciones formulando al mismo tiempo una reserva con respecto al artículo 21 del Pacto, por la mención explícita de la Doctrina Monroe. La prensa mexicana destacó que la invitación emitida era, a fin de cuentas, un acto de justicia y de reparación a México, después de haber sido excluido de la fundación.

    La conducta de México en la sdn se convirtió en un referente obligado de su futura política multilateral, al singularizarse por su destacado y, en ocasiones, solitario posicionamiento frente a los diversos conflictos que no tardaron en estallar. Por primera vez, México tuvo que definirse frente a situaciones prevalecientes en otras regiones del globo, ajenas a sus prioridades más inmediatas en su contexto regional. Los principios de política exterior estaban a prueba en la construcción de un nuevo sistema internacional, cuyas debilidades se hicieron evidentes al ponerse en duda la eficacia de la organización internacional como sistema de seguridad colectiva.

    La invasión japonesa de Manchuria en 1931 provocó la condena de la Asamblea General y del Consejo sin mayores consecuencias para el invasor, que decidió retirarse de la organización en 1933. Alemania no tardaría en emprender un paso similar al llegar al poder el nuevo régimen nazi, que desconoció los términos del Tratado de Versalles. Entre 1933-1939 las campañas militares japonesas fueron tratadas sin resultados por el Consejo y la Asamblea de la Sociedad de Naciones. En 1937 el Representante mexicano, Isidro Fabela, manifestó que no se podía permanecer impasible ante el sufrimiento diario de las víctimas inocentes en los campos y ciudades de China, y que, de acuerdo con el gobierno mexicano, sin prejuzgar el origen y las causas del conflicto, no se trataba de un incidente local, sino de una guerra exterior que afectaba la paz del mundo, por lo cual los órganos de la Sociedad debían adoptar las medidas adecuadas para cumplir sus deberes conforme al pacto. Sin embargo, la sdn fue igualmente impotente frente a la ocupación japonesa de China en 1937, como lo había sido en 1931 en el caso de Manchuria.

    Como consecuencia de la invasión de Etiopía por la Italia de Benito Mussolini, el Consejo de la sdn declaró el 3 de octubre de 1935 que Italia había recurrido a la guerra en contravención de sus obligaciones bajo el artículo 12 del pacto. El 11 de octubre la Asamblea, al reconocer el acto de agresión, acordó imponer las sanciones previstas de acuerdo con el artículo 16, y estableció así un Comité de Coordinación que contó con la participación de México. El gobierno de Lázaro Cárdenas se apegó a las resoluciones adoptadas y dictó a nivel interno los decretos correspondientes para la aplicación de las sanciones mencionadas.

    Como en el caso de Manchuria, las sanciones adoptadas por la Asamblea quedaron sin efecto y serían de hecho levantadas en julio de 1936, dada la renuencia de los principales actores, al haber concluido Francia e Inglaterra un acuerdo al margen de la organización con el gobierno de Mussolini donde se descartaba toda acción militar. El gobierno de México no dejó de manifestar cierta amargura al levantar las sanciones que había definido el Presidente Cárdenas en cumplimiento de sus obligaciones internacionales, incluyendo la prohibición de la exportación de petróleo, al señalar el Ejecutivo en su informe al Congreso en 1936 que éstas sólo tenían sentido y justificación en tanto conservaran su carácter de medidas aplicadas universalmente por los países agrupados en la Sociedad de Naciones.

    Ante la tolerancia de las potencias, y una vez consumada la conquista de Etiopía, Italia decidió anexar Abisinia en 1936, acción que fue rechazada por el gobierno mexicano bajo la tesis de no reconocer las adquisiciones territoriales logradas por el uso de la fuerza. En 1937 Italia se retiró de la Sociedad de Naciones al firmar un pacto con Alemania

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