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Historia mínima de las izquierdas en México
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Libro electrónico258 páginas5 horas

Historia mínima de las izquierdas en México

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La historia de las izquierdas está hecha de sus organizaciones, de sus hombres y mujeres, así como de sus programas e ideologías. También está hecha del tiempo, de sus tiempos. En este libro se entreveran ambas dimensiones de la historia mexicana. No una ni dos, sino diversas tradiciones organizativas y programáticas confluyen en la historia d
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento21 oct 2021
ISBN9786075643052
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    Historia mínima de las izquierdas en México - Ariel Rodríguez Kuri

    Historia mínima de las izquierdas en México

    Ariel Rodríguez Kuri

    Primera edición impresa, julio de 2021

    Primera edición electrónica, agosto de 2021

    D. R. © El Colegio de México, A. C.

    Carretera Picacho Ajusco núm. 20

    Ampliación Fuentes del Pedregal

    Alcaldía Tlalpan

    14110, Ciudad de México, México

    www.colmex.mx

    Imagen de portada: Sin título (1978), Fernando García Ponce. Acrílico sobre tela, 165 x 135 cm. Fotografía: Francisco Kochen.

    ISBN 978-607-564-235-2 (vol. 5)

    ISBN 978-607-564-173-7 (obra completa)

    ISBN electrónico: 978-607-564-305-2

    Conversión gestionada por:

    Sextil Online, S.A. de C.V./ Ink it ® 2021.

    +52 (55) 52 54 38 52

    contacto@ink-it.ink

    www.ink-it.ink

    Índice

    Agradecimientos

    La Revolución mexicana y las izquierdas

    Las izquierdas: definición, tiempo y geopolítica

    El Partido Liberal Mexicano y la saga magonista

    La Constitución de 1917

    Los mandatos de la demografía (I)

    Los partidos socialistas y el agrarismo en la década de 1920

    El mundo según Lombardo (I)

    Los comunistas (I)

    El mundo según Lombardo (II)

    La gran conflagración y las izquierdas

    Los comunistas (II)

    Lombardo y el Partido Popular

    Los trabajos y los días (I)

    José Revueltas: ¿Lenin o Gramsci?

    Los trabajos y los días (II)

    1968 o la calle

    1968 y sus vidas posteriores

    Los mandatos de la demografía (II)

    Antígona y sus hermanos: la guerrilla

    Heberto Castillo o el liberalismo de izquierda

    El juego cambia de nombre: las izquierdas y el Partido de la Revolución Democrática

    Chiapas

    Las mutaciones identitarias y las nuevas geografías de las izquierdas

    Género, política y los atisbos de un nuevo constitucionalismo en las izquierdas

    El camino al poder: la ruptura del orden de la transición

    Bibliografía comentada

    Sobre el autor

    Agradecimientos

    Estoy en deuda con Pablo Yankelevich, director del Centro de Estudios Históricos, por haberme comisionado la escritura de una historia mínima de las izquierdas mexicanas; ha sido un reto intelectual y un placer, y se lo debo. En momentos clave de la investigación y de la escritura del texto recibí comentarios esclarecedores de Horacio Crespo, Rafael Rojas, Gabriel Cano, Vanni Pettinà, Cecilia Zuleta, Luis Aboites, Carlos Marichal, Marco Palacios, Aidé Grijalva, David Jorge, Rodrigo Negrete Prieto, Juan Ortiz, Benjamin Smith, Erika Pani, Javier Garciadiego, María Eugenia Terrones y Pablo Piccato. Claudio Lomnitz me invitó a una estancia de investigación en la Universidad de Columbia que fue crucial para el sustento bibliográfico de este estudio; mi agradecimiento para él. Estoy en deuda con Víctor Julián Cid Carmona, quien hizo malabares para conseguir materiales de difícil acceso.

    La Revolución mexicana y las izquierdas

    En Evocaciones requeridas José Revueltas hizo una confesión plena de sentido y de vergüenza; recuperó el bochornoso recuerdo de una impertinencia juvenil contra un personaje intachable […]: el general Francisco J. Múgica. Revueltas acudió al despacho del entonces secretario de Comunicaciones y Obras Públicas del gobierno de Lázaro Cárdenas. Múgica lo recibió con afabilidad, con la calidez de un camarada de lucha. Revueltas quería (exigía, en realidad) un pase gratuito del ferrocarril para hacer proselitismo comunista en el sureste de la República. Soberbio, Revueltas respondió a cada acercamiento del general con algún desplante. Su situación era entonces un poco mejor que en las Islas Marías, ¿no cree usted?, respondió a un afable ¿cómo está?. En una clara provocación, Revueltas encendió un cigarrillo, sabiendo que Múgica detestaba el tabaco. Ese gesto cambió el semblante del secretario; se negó tajantemente a la solicitud de Revueltas, con el argumento de que era un acto ilegal, una concesión injustificada. Décadas después, Revueltas juzgó aquel encuentro sin contemplaciones: un jovenzuelo petulante y provocador, en quiebra; un típico joven comunista deformado por la autosuficiencia, la vanidad y la olímpica poca consideración hacia todo.

    Las relaciones entre la Revolución mexicana y las izquierdas pueden plantearse de varias maneras. Pero destaca una, rara vez tomada en cuenta y que tendría una enorme implicación, al menos hasta la década de 1970. La Revolución mexicana irrumpe, se desarrolla y culmina justo en el decenio en que la Primera Guerra Mundial somete a su mayor prueba a todo el entramado político e ideológico del liberalismo europeo. Como se sabe, los participantes en la contienda podían reivindicar su naturaleza liberal, ya fuese en términos económicos (todos los contendientes, incluidos los rusos y alemanes), o en términos económicos y políticos (como los británicos y franceses). De hecho, en agosto de 1914 dominaban el panorama europeo la empresa privada y la participación política por la vía de partidos organizados; un censo electoral relativamente amplio (pero no en todos los casos universal) y la división de poderes, así como libertades establecidas para la prensa y las personas. La mayoría de estas garantías y certezas pasaría su prueba de fuego en las siguientes tres décadas, de tal suerte que en el segundo semestre de 1940 sólo Gran Bretaña, Suiza y Suecia mantenían un régimen político liberal en Europa. Y en prácticamente todo el continente, como resultado de la crisis económica de 1929 (y luego de 1939, por la guerra en sí), los gobiernos comenzaron a jugar un papel más importante en la economía, en términos de planeación, asignación de recursos y regulación de la producción y el consumo. En otras palabras, como escribió George Steiner, entre 1914 y 1945 el jardín imaginario de la cultura liberal del siglo xix había quedado atrás, incendiado por sus propietarios en sucesivos episodios de locura.

    Si la Revolución mexicana no fue anticapitalista y sí en cambio plebeya y antioligárquica, su triunfo militar, su consolidación institucional y sus primeros éxitos políticos y socioeconómicos coincidieron con la crisis general del liberalismo europeo. La experiencia trágica de la saga de Francisco I. Madero (incluyendo su asesinato) debilitó la idea de que la Revolución podía agotar su programa reformista sólo con la conquista y la instauración de un régimen de libertades. Si el constitucionalismo de Venustiano Carranza fue, como escribió un historiador, la autocrítica armada del maderismo, no había necesidad alguna de ocultar el modo autoritario del nuevo régimen, el de los triunfadores en una guerra civil cruenta. No obstante este diagnóstico, la historia del proceso político del régimen de la posrevolución rebosa de facciones y partidos; en los 15 años que siguen a la promulgación de la Constitución de 1917 el juego de los partidos y las elecciones fue determinante en la vida política de la nación, algo que se olvida con frecuencia.

    Así, lo político como la administración normada de los conflictos entre grupos más o menos estructurados, el derecho de éstos a competir por cargos de elección popular y la idea de que el Estado estaba por encima de las vicisitudes de la política de cada día se dieron en un contexto internacional —político e ideológico— donde las dudas sobre el ideario y las formas de la democracia representativa se habían planteado ampliamente. Es por estas razones que resulta sorprendente que los modos autocráticos de la Revolución mexicana no hayan llevado a la instauración plena de la dictadura. He aquí, sin embargo, una segunda característica del arreglo institucional en la posrevolución: la publicidad de las formalidades en la renovación de los poderes, con énfasis en los calendarios electorales y en la no reelección del titular del Ejecutivo federal. (El asesinato del presidente electo Álvaro Obregón en julio de 1928 canceló la aventura reeleccionista en el panorama nacional.)

    Las izquierdas: definición, tiempo y geopolítica

    Una definición de las izquierdas: aquellos grupos, partidos, gobiernos, corrientes ideológicas y formas de pensamiento que postulan derechos y luchan para que más personas los tengan, con el fin de que el mayor número posible acceda a la riqueza material y cultural de la sociedad y la usufructúe. Las izquierdas suponen que no existen mecanismos económico-sociales capaces de garantizar por sí mismos esa expansión de derechos y posibilidades materiales, y por eso recurren a la política. Las izquierdas definen y tratan de instituir conceptos y formas políticas, económicas y jurídicas que promuevan la igualdad. Pero dado que el horizonte de la igualdad proviene de un a priori potente y formidable, esto es, que todos los hombres y mujeres somos iguales ante la naturaleza o ante Dios (o los dioses) o ante la ley, la noción misma de igualdad resulta insuficiente —si bien imprescindible—. La diferencia también ha entrado en el imaginario ideológico de las izquierdas, y juega un papel fundamental en las luchas por la justicia, las oportunidades de desarrollo personal y de grupo, la libertad y el bienestar. La conciliación entre la igualdad y la diferencia es siempre problemática, y de ahí que haya sido necesario, en el último medio siglo, la definición de modelos públicos de equidad: ese buen juicio colectivo que supone dar a los iguales y a los diferentes lo que les corresponde y lo que necesitan.

    Para que igualdad y diferencia puedan articularse en una definición operativa se requiere —postulo— del enfoque de no-dominación (y sigo muy libremente a Philip Pettit). Al lado de las propuestas socioeconómicas de las izquierdas, y en realidad subsumiéndolas, la no-dominación es el horizonte político e ideológico en el cual los actores reconocen su propia desigualdad y establecen demandas y programas que las definen. Esta operación formidable sólo es posible si se desnaturaliza la realidad sociopolítica, es decir, si se muestra que el mundo puede ser de otra manera en asuntos cardinales como el acceso a la tierra, los salarios, la pobreza material, alimentaria y cultural, el gansterismo sindical, la persecución policiaca, el control del voto, la ausencia de libertades públicas o la discriminación por motivo de género o de preferencia sexual. Secularizar estos temas —esto es, convertirlos en problemas políticos mundanos cuya enunciación está al alcance del mayor número posible de mujeres y hombres, y definir plataformas e instrumentos para enfrentarlos y eventualmente resolverlos— es el campo de las izquierdas.

    Según indica la experiencia mexicana, una definición de las izquierdas no se valida sólo en los proyectos político-electorales o en los actos de gobierno. Han existido, y existen, izquierdas sociales y culturales que permean y a veces definen realidades en la alta cultura, la cultura popular, la comunicación de masas, la educación, la salud, las iglesias, los barrios urbanos de pobres, las luchas por la salud reproductiva y la autonomía del cuerpo (de mujeres y hombres), la sustentabilidad ambiental y los esfuerzos por defender y promover los recursos naturales. En la base de todo este inventario se encuentran tanto la enunciación como el incremento de los derechos y del número de sus usufructuarios y beneficiarios. Para decirlo de otro modo, sostengo que la definición de las izquierdas gravita alrededor del dilatado y complejo fenómeno de expansión de los atributos de la ciudadanía, cuyo corazón es esencialmente político, aunque sus intereses y obsesiones se presenten en ocasiones revestidos de lenguajes en los cuales parece predominar lo social, lo cívico, lo cultural o lo ambiental.

    La historia de las izquierdas está hecha de sus organizaciones y de sus hombres y mujeres, de sus programas e ideologías. Pero está hecha también del tiempo, de sus tiempos. A la vieja intuición de Marx en El 18 brumario de que a los entusiasmos y furores de 1848 en Francia seguirían unos tiempos burgueses y conservadores bajo la égida de Napoleón el pequeño no resta sino hacerle un homenaje: desde la perspectiva de dos de las familias globales de las izquierdas del siglo xx (los anarquistas y los bolcheviques), los tiempos están hechos de la posibilidad o la imposibilidad, de la cercanía o la lejanía, del quiebre y la disolución del orden político burgués. ¿Cuánto falta para el año cero de la historia?, ¿cuánto para que todo inicie de nuevo?

    Para cualquier organización de izquierda, en especial si ha colocado en el centro de su ideario y de su estrategia la modificación más o menos abrupta del orden político existente, la identificación de la coyuntura es una prioridad política absoluta. En buena medida, y más allá del registro de sus fortalezas organizativas y discursivas, una historia de las izquierdas podría escribirse a partir de sus capacidades para identificar una coyuntura: cómo ejecutar las políticas más convenientes para su sobrevivencia, fortalecimiento y éxito. En una lectura original de Maquiavelo, Louis Althusser sugirió que el florentino fue el primer pensador en otorgarle a la coyuntura un estatuto epistemológico y teórico en el pensamiento político. Maquiavelo fue el primer teórico de la coyuntura, y no por proponer una categoría abstracta, sino por entenderla como un caso singular aleatorio. Sea aportación de Maquiavelo, sea una propuesta del propio Althusser, la aleatoriedad como característica esencial de la coyuntura supone un desplazamiento en la comprensión de las tradiciones políticas de las izquierdas y de la propia historia política. Si lo aleatorio es lo que sucede o aparece sin que se pueda prever, sin estar determinado por ley o hábito alguno, por pura suerte, al azar (según el Diccionario del Español de México), y, en fin, si lo azaroso domina, la tarea cognitiva del político es habitar plenamente la coyuntura para, desde adentro, atajar y redirigir esa indeterminación de origen. En caso de que la propuesta anterior parezca toda ella una contradicción irresoluble (la coyuntura es puro azar y por tanto es incognoscible e inmanejable), lo será menos cuando entendamos la política como el acto de sumergirse en las circunstancias y buscar salidas y ganancias concretas, con la condición de entender (intuir es quizá el término más adecuado) sus prefiguraciones y desarrollos probables (y acertar más o menos en ese cálculo).

    Una versión de la historia de las izquierdas escorada únicamente hacia una supuesta tradición leninista (pero menos hacia Lenin y su obra), con sus énfasis en la clase y el poder, desvirtúa el patrimonio amplio, diverso, del pensamiento político de las izquierdas (incluyendo formas del liberalismo radical y social) y de los hallazgos historiográficos como tales. La vulgata leninista supuso siempre que la Revolución sólo era posible si se contaba con una infraestructura humana capaz de responder a la irrupción de unas masas convencidas de su agencia histórica —Trotski dixit—. Sin embargo, y como sabemos por la historiografía, la revolución moderna es el gran acontecimiento azaroso. Más aún: la verdad cruda es que las revoluciones políticas son reales y tangibles, pero también son un bien escaso en la historia moderna; en todo caso, la participación de grupos proclives y organizados para su planeación, desarrollo y consecución ha sido con frecuencia secundaria, a veces marginal y en ocasiones nula: revoluciones sin un ente político preexistente (como la francesa y la mexicana), de grandes equívocos organizativos luego rectificados (como los comunistas chinos al refugiarse en el campo) o de guerrillas que se convierten en ejércitos convencionales (la cubana y la nicaragüense). Incluso la Revolución rusa de febrero de 1917 —paradigmática en términos de participación popular, del protagonismo del partido revolucionario y del dislocamiento del antiguo régimen— sorprendió a unos bolcheviques bien organizados, pero sin las certezas del timing político que los arrastraba. Tal ha sido la aportación de Orlando Figes, que, si discutible, tiene la enorme virtud de distinguir las dos revoluciones (la de febrero y la de octubre de 1917) sin expulsar de la historia a los trabajadores y a otros grupos populares.

    Las revoluciones políticas no se planean: se vislumbran, se intuyen; en el mejor de los casos, sus partidarios disponen de una organización que espera, un poco al acecho. Así, la revolución política como constructo racional y planificado por un grupo omnisciente de iluminados es un mito. Sin embargo, ese mito es el punto de arranque y de llegada de una parte de las organizaciones políticas que en este trabajo llamamos las izquierdas. A qué distancia temporal del presente se coloca el advenimiento de la revolución bien pudiera ser una medida para calcular la radicalidad de las izquierdas en la historia mexicana del siglo xx; de todos modos, se trata casi siempre de un criterio menor. En la familia política del lombardismo, por ejemplo, será un faro distante, una meta lejanísima antes de la cual están todas las estaciones previas del antiimperialismo y la consecución de las metas del programa democrático nacional, burgués inclusive. En cambio, en prácticamente todos los ensayos de guerrilla urbana formados entre 1969 y 1973 —ese cuatrienio enloquecido de la historia política mexicana— la revolución estaba a la orden del día, era inminente. Este cálculo resultó fatídico.

    Así se presenta el doble reto político e intelectual de las izquierdas mexicanas: la realidad empírica incontestable de un hecho histórico, la Revolución mexicana y su programa, y, más allá, la necesidad de establecer el cronograma de la revolución por venir y el esclarecimiento de si ésta exige una profundización de la primera o bien su negación y superación. Tal singularidad histórica lleva a revisar y adaptar algunas caracterizaciones del ciclo histórico de las izquierdas según se mira desde una plataforma geográfica e ideológica más general, pero sobre todo según se entienden las articulaciones de distintos grupos políticos e ideológicos. Es obligatoria una taxonomía. En La utopía desarmada (1992) Jorge G. Castañeda encuentra cuatro grandes familias dentro de la izquierda latinoamericana en el siglo xx: la comunista, la nacional-popular, la reformista y la guerrillera. Sugiero un leve matiz nacional. Entre la segunda mitad de la década de 1930 (en pleno fenómeno cardenista) y finales de la década de 1980 (con la aparición del neocardenismo y su desgajamiento del partido oficial), las familias nacional-popular y reformista se presentaron reunidas en virtud del peso específico de la Revolución y su cultura política. Dado que la base de masas del régimen priista clásico le debe lo que le debe al periodo de reforma social de Lázaro Cárdenas, ambas familias convergían en la posibilidad de usufructuar los contingentes populares que sustentaban el régimen del oficialismo mexicano. La idea de reforma suponía entonces la realización del programa nacional popular. Si parece un tanto bizantina la discusión, lo será menos cuando la disidencia ponga en juego quién controla, y para qué, el aparato corporativo del régimen. Esa disputa por las masas disponibles del oficialismo pasará a segundo plano cuando la lucha por la democracia electoral ocupe las agendas de una parte sustantiva de las izquierdas, de 1988 en adelante. En este plano, la historia de las izquierdas es aún un proceso inconcluso.

    Es un hecho la inexistencia de un partido dentro de la tradición de la II Internacional Socialista, anterior a la creación del Partido Comunista en 1919; ésta sería una característica mayor, distintiva, de la experiencia de las izquierdas mexicanas. Los partidos socialistas de Argentina, Chile y Uruguay, por ejemplo, gravitarían de una u otra forma en sus respectivas izquierdas políticas: frente al peronismo en el primer caso; en los caminos que llevaron al Frente Popular en 1944 y a la Unidad Popular en 1970, en el segundo, o en el juicio sobre la legitimidad de la democracia liberal vis a vis la lucha armada de los Tupamaros en el caso uruguayo. En México el reformismo de izquierda tendió a traslaparse en los márgenes con el oficialismo, ya en la versión del Partido de la Revolución Mexicana (prm, 1938-1946), ya en la del Partido Revolucionario Institucional (pri, 1946).

    No obstante, la trayectoria del Partido Liberal Mexicano, que evolucionó de un programa democrático radical a un discurso dirigido de manera directa a los trabajadores del campo y la ciudad, y que hizo de la propiedad de los medios de producción el tema por antonomasia, será esencial en la experiencia de las izquierdas en México; calificar de anarquistas a los militantes liberales, una expresión a veces derogatoria, no hace nada por explicar su lugar en la historia de las izquierdas. De hecho, es falsa la aseveración de que antes de la fundación del Partido Comunista en 1919 y de los partidos socialistas en los estados en la década de 1920 no existía un partido que apelara de manera directa a los trabajadores: ahí estaba el Partido Liberal.

    Otra determinante estratégica en la historia de las izquierdas mexicanas es la geopolítica. Esta dimensión no ha sido a la fecha un horizonte de análisis. Los casi tres mil kilómetros de frontera con Estados Unidos; una integración comercial, financiera y laboral que no dejó de

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