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Las izquierdas en México
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Las izquierdas en México

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En este libro se presentan y analizan las principales corrientes y organizaciones de las izquierdas mexicanas, desde el extinto Partido Comunista hasta el PRD y Morena. La presencia del reformismo de izquierda tuvo, como en otros países, críticas y cuestionamientos izquierdistas. Entre estas corrientes destacaron el trotskismo, el espartaquismo, el
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento9 mar 2021
ISBN9786077521754
Las izquierdas en México
Autor

Octavio Rodríguez Araujo

Octavio Rodríguez Araujo es doctor en ciencia política, profesor emérito de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), investigador nacional (nivel III) y miembro de la Academia Mexicana de Ciencias. Es también colaborador de La Jornada. Entre sus libros más recientes destacan Izquierdas e izquierdismo. De la Primera Internacional a Porto Alegre (2002), Derechas y ultraderechas en el mundo (2004), ambos traducidos al francés y el primero también al portugués, y México, ¿un nuevo régimen político? (coordinador, 2009). En esta misma editorial: México en vilo (2ª edición aumentada, 2008), Tabaco: mentiras y exageraciones (2009), La Iglesia contra México (coordinador, 2010), Poder y elecciones en México (2012, con la colaboración de Gibrán Ramírez Reyes), Derechas y ultraderechas en México (2013), Las izquierdas en México (2015) y tres novelas: La organización (2006), El asesino es el mayordomo (2007) y Entre pasiones y extravíos (2012). Con su libro Democracia, participación y partidos (2016) celebra 75 años de vida y 50 de antigüedad en la UNAM.

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    Las izquierdas en México - Octavio Rodríguez Araujo

    citadas

    AGRADECIMIENTOS

    A Teresa Guitián quien, una vez más, con infinita paciencia leyó mis borradores y los enriqueció con sus agudos comentarios. Ella, por cierto, me estuvo animando durante varios años a que escribiera este libro. Finalmente le hice caso y espero no defraudarla.

    Aunque no lo sabrá, a Ernesto de la Torre Villar (1917-2009) porque, en los difíciles tiempos de 1968 cuando la policía estaba sobre muchos de nosotros, él protegió mi colección de documentos de las organizaciones de izquierda que me han sido muy útiles para esta investigación. Fue a mi domicilio por ellos y los guardó por varios años —hasta que pasó el peligro— en la Biblioteca Nacional de la que era su director.

    A Edgard Sánchez Ramírez, de quien obtuve ciertas referencias, precisiones y detalles que no existen en mis fuentes documentales o bibliográficas.

    A Felipe Gálvez quien, desinteresadamente, consultó su colección de la revista Política para encontrar datos y artículos que me eran necesarios, facilitándomelos.

    A Antonio Moscato porque le solicité uno de sus libros, para mí de difícil acceso en México, y de inmediato lo puso a mi disposición. Por lo mismo, estoy en deuda con Nadia Piemonte porque tradujo muy bien y rápido lo que requería del libro de Moscato.

    Finalmente, pero no menos importante, a Guadalupe Ortiz Elguea por publicar uno más de mis libros, siempre bien cuidados en su edición.

    PREÁMBULO

    Desde el siglo XIX las izquierdas aspiraban al socialismo, incluso los anarquistas aunque su concepto de socialismo fuera sensiblemente diferente al de raíz marxista. No fue sino hasta mediados de los años setenta del siglo pasado que el socialismo como objetivo comenzó a diluirse (salvo en la mayoría de los grupos de extrema izquierda, incluidos los armados) a pesar de que se mantuvo en el discurso todavía unos años más. En la actualidad el eje de las ordenadas (vertical) de la geometría política se ha corrido a la derecha, de tal forma que las izquierdas, salvo algunas minoritarias, no aspiran más al socialismo, ni siquiera en el discurso. La razón es más simple de lo que parece: antes los partidos de izquierdas, salvo los reformistas-gradualistas inspirados por Eduard Bernstein, estaban convencidos de que al socialismo se llegaría por una revolución pues nadie creía que la clase dominante aceptaría por las buenas ceder sus privilegios y posesiones (yo todavía no lo creo).¹ Se participaba en elecciones y por ganar legisladores en los parlamentos, pero por lo general bajo la convicción de que sólo se obtendrían algunas parcelas de quienes tenían el poder económico y político, es decir los mínimos y no los máximos. Para quienes querían los máximos la revolución social tendría que ser el medio.

    Esta opinión, que cada vez sería más débil, se debió a razones electorales y al desprestigio de los regímenes del llamado socialismo. En la medida en que cobró carta de naturalización la vía electoral para cambiar el estado de cosas, los partidos se movieron al centro con la intención de recibir más votos y competir mejor con sus contrapartes de derecha. Definiciones como socialismo, comunismo, lucha de clases, etcétera excluirían a millones de electores, por lo general conservadores como suelen ser las clases medias cada vez más numerosas incluso en países de mediano desarrollo. La revolución, para muchos, quedó para las calendas griegas. El éxito de la Revolución cubana se volvería irrepetible, incluso en Nicaragua donde se ganó el poder por este medio para cederlo, en elecciones, a la derecha encabezada por Violeta Chamorro con la Unión Nacional Opositora (1990).

    El caso de México, que es el que nos ocupa, podría dividirse en tres momentos: el primero del socialismo tradicional sujeto en buena medida a la Internacional Comunista y al Partido Comunista de la Unión Soviética, el segundo con la aparición de la crítica izquierdista a esta última y crecientes simpatías con el trotskismo y el maoísmo, y el tercero coincidente con la decepción del pasado y la adopción de dos vías por principio incompatibles: la electoral y parlamentaria con el concurso protagónico de los partidos políticos (crecientemente desprestigiados por diversos motivos) y el movimientismo sin objetivos claros más allá de la resistencia y la protesta (con ciertos ingredientes de una suerte de neoanarquismo no siempre explícito). Aunque no debiéramos generalizar hay grupos que se dicen anarquistas, presentes en México en los años recientes, cuyo fin es crear caos, confusión e inestabilidad sólo porque sí. Estos grupos están en contra de las izquierdas, tanto partidarias como guerrilleras y no proponen nada positivo, ni para ellos ni para el resto de la sociedad.²

    Sería inapropiado tratar de seguir dichos momentos como si fueran etapas acabadas y sucesivas, pues se presentan entreveradas y ninguna con un antes y un después claramente definidos aunque a veces así parezca. Diversas corrientes de pensamiento y acción, que por sí mismas dan idea de momentos específicos, se presentan al mismo tiempo; por lo que separarlas sería una arbitrariedad aunque hacerlo pudiera facilitar la lectura. He preferido seguir una línea continua en el tiempo (línea sinuosa y a veces interrumpida) tratando de darle a cada organización o conjunto de organizaciones y movimientos su espacio, nunca aislado de los demás. ¿Cómo le llamarían los historiadores a este método de exposición? No lo sé, pero tampoco me preocupa pues no soy historiador ni lo pretendo. Me concreto a exponer, a manera de ensayo, lo que me interesa para ilustrar e interpretar, de la mejor manera que puedo, el complejo rompecabezas de las izquierdas y las ultraizquierdas en México.

    Es más fácil seguir el hilo histórico de las izquierdas en México, que en general han sido reformistas, porque como quiera que sea se podrá percibir una cierta continuidad en la evolución de sus posiciones hasta el presente. Menos fácil es apreciar el desenvolvimiento de las ultraizquierdas o izquierdas radicales, pues por lo común han sido vistas como intrusas por ser contestatarias y críticas del reformismo en sus diversas versiones. Las tendencias contestatarias con más presencia en el siglo XX fueron, una vez marginado el anarquismo desde la Segunda Internacional, la trotskista y la maoísta. En México, la primera, luego el espartaquismo y parcialmente derivado de éste el maoísmo. Por razones distintas estas corrientes político-ideológicas han sido consideradas de extrema izquierda o, en términos actuales, ultraizquierdistas. Yo más bien pensaría que simplemente han sido tendencias izquierdistas de tipo radical (en el sentido de extremistas y partidarias de soluciones radicales) y que sólo por comparación con las izquierdas reformistas serían ultraizquierdistas. En otras palabras, se trata de organizaciones con inclinaciones anticapitalistas como vía al socialismo y que, en este sentido, han hecho pocas concesiones ideológicas aunque en la práctica hayan mantenido posiciones tolerantes con el reformismo en ciertas coyunturas. Podría decirse que han sido más principistas (dentro del marxismo y del leninismo) que las izquierdas reformistas, sin necesariamente caer en dogmatismos propios del estalinismo en sus varias versiones dentro y fuera de la Unión Soviética.

    Históricamente las diferencias entre reformistas y revolucionarios vienen de muy atrás. Un punto clave, ya en el siglo XX, se puede ubicar después de la división de la Segunda Internacional con motivo de la Primera Guerra Mundial y la situación particular de Rusia en 1917. En abril de ese año llegó Lenin a Petrogrado. Entre sus primeras declaraciones en territorio ruso destacaron sus discursos en contra de la democracia burguesa y la república parlamentaria. En sus tesis de abril³ Lenin dejó claro que la guerra no era la guerra de los trabajadores rusos, que el proletariado por carecer […] del grado necesario de conciencia y de organización le dio el poder a la burguesía (en febrero) y que ahora, en la siguiente etapa, habría que poner el poder en manos de los trabajadores. Mientras tanto, no debía darse ningún apoyo al gobierno provisional, ni al de Lvov ni al posterior de Kérenski. Por lo tanto, y sin perder de vista que los bolcheviques eran minoría, había que explicar a las masas que "los Soviets de diputados y obreros son la única forma posible de gobierno revolucionario". Propuso, asimismo, que el partido cambiara de nombre (a Partido Comunista), puesto que la socialdemocracia se había desprestigiado desde la Segunda Internacional. Contra las posiciones de Lenin estaban las de los mencheviques⁴ que sostenían la pertinencia de no acelerar la ruptura con la burguesía en la revolución ni con el gobierno provisional, ante el cual había que hacer la crítica por los desaciertos y apoyar las medidas que consolidaran los avances de la revolución. Es evidente cuál era la posición de izquierda y cuál la reformista. Tanto los reformistas rusos como los alemanes, entre éstos Kautsky, defendían el carácter burgués de lo que llamaron primera fase de la revolución rusa, es decir desarrollar primero la democracia y en ésta la economía de Rusia y luego, mediante reformas, elecciones y acciones parlamentarias, llegar al socialismo gradualmente.⁵ Contra esta posición estaban obviamente Lenin y Trotski, y en Alemania Rosa Luxemburgo y sus camaradas radicales (los espartaquistas de aquellos años).

    De lo anterior no debe pensarse que Lenin hubiera estado en contra, como los otzovistas, de participar en los órganos parlamentarios o en las organizaciones obreras legales.⁶ Para él quienes se negaban a hacerlo no sólo eran izquierdistas (que ahora llamaríamos ultraizquierdistas) sino sectarios. Había que aprovechar todas las tribunas sin alienarse a ellas. Y este matiz marcaba y marca la diferencia aun hoy entre los reformistas y quienes se llaman revolucionarios.

    Es éste el marco en que quisiera considerar a las tendencias, corrientes, movimientos, grupos y partidos que trataré en este libro.

    1 Contra la opinión de Bernstein estaba, entre otros marxistas, la de Karl Liebknecht quien escribió: aunque en la Asamblea Nacional [el parlamento] una mayoría socialista decidiera la socialización de la economía alemana, tal decisión parlamentaria quedaría como un simple pedazo de papel y se enfrentaría con la enérgica resistencia de los capitalistas. Karl Liebknecht, ¿Qué quiere la Liga Espartaco? (23 de diciembre de 1918), Antología de escritos, (edición de L. Lalucat y J. Vehil), Barcelona, Icaria Editorial, 1977, p. 217.

    2 Juan Pablo Becerra-Acosta escribió en Milenio (30/11/2014): "Se inconforman… hasta con los inconformes: critican a la izquierda y a los grupos guerrilleros conocidos: «La pantomima de las diferentes organizaciones sociales de ‘izquierda’, con su discurso pacifista de mediación con el Estado, nos tiene hartos; la falacia de las guerrillas (llámese

    EPR

    ,

    ERP

    ,

    ERPI

    ,

    FARP

    , etcétera) refleja pura demagogia», Y si para eso (desestabilizar) tenemos que infiltrarnos (como ocurrió) en las manifestaciones recientes con palos, explosivos, fuego, incluso armas de fuego, que quede claro que lo haremos. La nota es reveladora: ellos, los neoanarquistas, se pintan solos; no es necesario tratar de interpretarlos. El sociólogo cubano-estadounidense Gustavo Rodríguez Romero, para algunos un ideólogo del neoanarquismo, plantea la insurrección cotidiana, la extensión del caos y la concreción de la anarquía (la incineración de la mercancía, la destrucción de los centros de producción, la parálisis económica, el fin de las obligaciones, la secesión de la vida cotidiana, el término de la ‘normalidad’)" (La Jornada, 4 de diciembre de 2014).

    3 V. I. Lenin, Las tareas del proletariado en la presente revolución, Obras escogidas, tomo 2, Moscú, Ediciones en Lenguas Extranjeras, [1960], pp. 39 y ss. Estas tesis fueron presentadas a título personal.

    4 Los mencheviques eran los miembros minoritarios del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso (

    POSDR

    ), contrarios a los bolcheviques en el mismo partido, y representaban el ala reformista del partido y luego en la revolución.

    5 El énfasis en cursivas es para llamar la atención de una tesis que se repetiría, palabras más o menos, a lo largo de todo el siglo

    XX

    y lo que va del

    XXI

    en los ámbitos reformistas.

    6 Los otzovistas se negaban a participar en la Duma (asamblea legislativa), a trabajar con los sindicatos y otras organizaciones legales de masas y eran partidarios de encerrarse en el marco de las organizaciones ilegales, lo cual ponía al partido al margen de las masas y como una organización sectaria. Lenin los llamó liquidadores de nuevo tipo. Nota de la editorial Progreso a V. I. Lenin, La enfermedad infantil del ‘izquierdismo’ en el comunismo, escrito en abril y mayo de 1920, Obras escogidas, Moscú, Editorial Progreso, 1966, tomo 3.

    1. EL PARTIDO COMUNISTA MEXICANO Y SIMILARES

    El porvenir de México, puede decirse, se cifra en este punto capital: si los marxistas-leninistas seremos, o no, capaces de crear el partido proletario de clase en nuestro país.

    José Revueltas (en: ¿Qué es la izquierda mexicana?)

    Durante muchos años, hasta los cincuenta del siglo pasado, el referente principal de la izquierda mexicana fue el Partido Comunista (PCM).⁷ Si los planteamientos y las acciones de éste eran positivos o no, acertados o equivocados, no parece haber importado mucho a los historiadores. Éstos, en su mayoría, han sido poco críticos y cuando se han apartado de las verdades oficiales u oficiosas sobre el partido han sido ignorados, calificados de anticomunistas e incluso de agentes de las fuerzas de derecha de México y del extranjero, principalmente de Estados Unidos.

    En ese contexto Márquez y yo escribimos nuestro libro sobre el PCM, que no fue fácil pues, además de que muchos comunistas nos negaron materiales, nos obstaculizaron su publicación durante cinco años.⁸ En ese entonces sólo existían los libros de Alexander y de Schmitt en inglés, y el clásico de Fuentes Díaz referido a los partidos políticos en México.⁹ Diez años después de la edición de nuestro texto Arnoldo Martínez Verdugo publicó la primera historia del comunismo mexicano escrita por varios comunistas que él coordinó.¹⁰ Es un buen libro y varios de los autores escribieron sus ensayos con un cierto espíritu libre y en ocasiones crítico, es decir no estrictamente partidario pues para entonces el PCM ya no existía: había cedido su lugar al Partido Socialista Unificado de México (PSUM) fundado en 1981.

    Con errores o con aciertos, el hecho más importante ha sido que el PCM no puede soslayarse en la historia del país y que su influencia, a veces relevante y otras veces menor, ha servido por lo menos para distinguir a las izquierdas de las derechas durante buena parte del siglo XX. Su mera existencia demostró que había derechas ya que, según Bobbio, se rigen indisociablemente unas y otras: existe una derecha en cuanto existe una izquierda, y existe una izquierda en tanto y cuanto existe una derecha. […] si todo es izquierda ya no hay derecha, y, recíprocamente, si todo es derecha ya no hay izquierda.¹¹

    Sin embargo, la responsabilidad histórica del PCM sólo puede examinarse a partir de hechos, igual le sean favorables que negativos. Y esos hechos tienen que ver con la congruencia entre sus propósitos y los resultados, con la percepción de quienes han sido o debieron ser sus enemigos de clase y políticos, con su aceptación social o por lo menos la de aquellos a quienes ha dirigido sus planteamientos y sus acciones y, finalmente, aunque esto sea más difícil de descifrar, por sus aportaciones al avance de los sectores subalternos de la sociedad en sus luchas por emanciparse de las relaciones de explotación y sometimiento ejercidas contra ellos desde el poder económico y político.

    Para los fines de este libro basta saber que, desde su fundación hasta finales de los años cincuenta del siglo pasado, el PCM dependió en buena dosis de los lineamientos establecidos desde la dirección de la Internacional Comunista (IC) o Tercera Internacional o, una vez desaparecida ésta (1943), desde el Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS). Este dato no es secundario de ninguna manera. Sólo a título de ejemplos, entre otros muchos, se puede hacer referencia a la política de los comunistas ante la controversia entre Cárdenas y Calles en 1935 y ante la aceptación del presidente Cárdenas al asilo político de Trotski en 1937. En estos dos ejemplos el PCM —o más bien su dirección— se alineó a las directrices de la IC y de Stalin en concreto, pero hubo otros muchos casos similares que largo sería mencionar en este espacio.¹²

    Ni con Calles ni con Cárdenas, con las masas cardenistas fue la consigna del PC en aquellos momentos en que el presidente se enfrentaba al Jefe Máximo, enfrentamiento que fue calificado como una lucha interburguesa sin interés para el proletariado. Esta extraña posición tuvo mucho que ver con las resoluciones del VI Congreso de la Internacional que dictaban una suerte de aislacionismo comunista respecto de los partidos y organizaciones reformistas y socialdemócratas calificadas, erróneamente, de social-fascistas.¹³ Los mismos comunistas se refirieron posteriormente a esa etapa, entre el sexto y el séptimo congresos de la IC, como una época sectaria y ultraizquierdista, pero muy pocos, si alguno, han calificado al VII Congreso (el de los frentes populares) como una claudicación reformista frente a las burguesías nacionales e internacionales contra las que —se suponía— luchaban. Si el VI Congreso significó, respecto de los anteriores, un giro de 180 grados a la izquierda, el VII fue otro giro equivalente pero hacia la derecha, ambos en consonancia con los intereses de Stalin en su política zigzagueante frente al capitalismo y sus naciones más representativas. Si el Congreso de 1928 planteó la lucha de clase contra clase, el siguiente de 1935 propuso la alianza de clases. Señales, como puede suponerse, confusas para los militantes de los partidos comunistas del mundo, tan confuso como fue después, en 1939, el pacto de Stalin con Hitler aparentemente para evitar un enfrentamiento entre las dos potencias; enfrentamiento que no pudo evitarse, como bien se supo a partir de junio de 1941.

    El asilo a Trotski fue otro ejemplo representativo del seguidismo del PCM a las políticas estalinistas. Si Stalin había declarado a Trotski enemigo de la Unión Soviética, así como a otros bolcheviques que fueron procesados y muertos por instrucciones suyas, el Partido Comunista Mexicano no podía estar a favor de que en su país se le diera asilo. ¿Por qué? Porque sí, así era y así fue. Sin embargo, tanto Laborde como Campa, los máximos dirigentes comunistas en el país,¹⁴ fueron expulsados por no haber sido suficientemente intransigentes contra Cárdenas a pesar de que éste, al tomar posesión […] eliminó las restricciones contra la prensa del partido, ordenó la liberación de los presos políticos comunistas y suprimió el Departamento de Servicios Confidenciales de la Secretaría de Gobernación, famoso por su violenta persecución de la izquierda.¹⁵ Dicha expulsión se dio, en primer lugar, por la nefasta influencia del comunista cubano Blas Roca (seudónimo de Francisco Calderio)¹⁶ y como consecuencia del forzado Congreso Extraordinario de 1940, derivado del cual se formó la Comisión Nacional Depuradora que, sin justificaciones suficientes, se dedicó a destituir del partido a todos aquellos que fueran acusados de trotskistas o de simpatizantes de esa corriente. Bajo la dirección de Dionisio Encina, sucesor de Laborde, el partido inició una

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