Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Cada quien morirá por su lado: Una historia militar de la Decena Trágica
Cada quien morirá por su lado: Una historia militar de la Decena Trágica
Cada quien morirá por su lado: Una historia militar de la Decena Trágica
Libro electrónico232 páginas3 horas

Cada quien morirá por su lado: Una historia militar de la Decena Trágica

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Es una historia militar de la decena trágica porque describe con minucia, por un lado, las acciones armadas que en esos días terribles azotaron la ciudad de México y, por el otro, investiga y pone en evidencia las relaciones y tensiones interiores en el ejercito federa, pilar del régimen profiriano que francisco i. madero heredo y cuyas jerarquías
IdiomaEspañol
EditorialEdiciones Era
Fecha de lanzamiento20 jun 2020
ISBN9786074452129
Cada quien morirá por su lado: Una historia militar de la Decena Trágica
Autor

Adolfo Gilly

Adolfo Gilly (Buenos Aires, 1928), escritor e historiador, ha publicado libros y ensayos sobre México y América Latina. Se naturalizó mexicano en 1982. Desde 1979 es profesor en la División de Estudios de Posgrado de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México. Ha sido profesor e investigador visitante en University of Chicago, Columbia University, University of Maryland, Stanford University, Yale University, New York University, y por dos veces investigador residente en el National Humanities Center, North Carolina. Colabora asiduamente en el periódico La Jornada. En 2010 la UNAM lo nombró profesor emérito.

Lee más de Adolfo Gilly

Relacionado con Cada quien morirá por su lado

Libros electrónicos relacionados

Historia de América Latina para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Cada quien morirá por su lado

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Cada quien morirá por su lado - Adolfo Gilly

    encontrará.

    1. LA GUERRA DEL SUR, LA GUERRA DEL NORTE

    *

    Desde junio de 1912 el presidente Francisco I. Madero estaba cercado. Entre los altos mandos militares sólo podía confiar plenamente en el apenas ascendido general Felipe Ángeles, quien desde el 8 de enero, a su regreso de Europa, era director del Colegio Militar de Chapultepec.

    En los primeros meses de 1912, durante sus paseos a caballo por el bosque de Chapultepec, se había dado entre ambos una relación de amistad, ideas y sentimientos. En las ideas republicanas esta afinidad venía de años antes.

    En marzo de 1909 el coronel Felipe Ángeles había recibido orden de la Secretaría de Guerra de desempeñar una comisión en Francia, en compañía del capitán Guillermo Rubio Navarrete, para estudiar detenidamente las escuelas de tiro y todo lo relativo al periodo de instrucción de seis meses, de los cursos de artillería práctica en los regimientos.¹ En apariencia esta orden nada tenía de excepcional, pues Ángeles era el director de la Escuela de Tiro. Pero también encubría el interés de los mandos superiores de alejarlo del país y de las controversias políticas de esos tiempos, entre otros motivos por un extenso artículo -dos planas enteras- publicado en El Diario en abril de 1908, que le había valido ya un arresto de ocho días.² Era este periódico una publicación relativamente joven, con un buen equipo de redactores y caricaturistas, en competencia con El Imparcial y por tanto con un sutil sesgo opositor.

    En esa publicación Ángeles cuestionaba ante la opinión pública en términos severos la creación y el programa de estudios de la Escuela de Aspirantes como instituto de formación acelerada de oficiales en competencia con el Colegio Militar:

    Cualquier curso profesional de los que se estudian en Tlalpan tiene tan poca extensión y es tan elemental que un alumno de sexto año del Colegio Militar de Chapultepec puede aprenderlo muy bien en una sobremesa; y tiene que ser así, dado que en año y medio se hace la carrera en Tlalpan (que más que carrera es un solo paso) y toda vez que para el ingreso se exige sólo la instrucción primaria, y de que, por necesidad, esa exigencia es muy condescendiente.³

    El escrito era una requisitoria en regla contra el proyecto mismo de la Escuela de Aspirantes. Meses después, a inicios de 1909, Francisco I. Madero publicaba La sucesión presidencial en 1910⁴.

    En abril de 1908 el militar Ángeles criticaba en El Diario una creación diseñada bajo los auspicios de Bernardo Reyes para competir con el Colegio Militar en la formación de oficiales del ejército. Veía en ella, con razón que los hechos después le darían, una semilla de división en la institución militar desde los años mismos de formación de sus oficiales.

    Menos de un año después, el hacendado Madero publicaba su crítica de las formas de constitución de los poderes de la República. No se conocían entonces en persona pero se puede suponer, verosímilmente, que cada uno había leído las reflexiones del otro en esos tiempos de ocaso de la larga época presidencial del general Porfirio Díaz y de viva discusión sobre el futuro inmediato del país.

    Esa convergencia se iba a cerrar del todo en el día final de la Decena Trágica.

    Cuando Madero asumió la presidencia llamó a Felipe Ángeles de su disfrazado exilio en Francia y le encargó la dirección del Colegio Militar a partir de enero de 1912. Ángeles tenía enemigos, entre ellos el general Manuel Mondragón, a quien le había arruinado negocios turbios en la compra de armamento en Francia.⁵ No les agradaron el regreso, ni el nombramiento, ni las reformas que el nuevo director introdujo en la vida del colegio para modernizar la educación de los cadetes, afirmar y flexibilizar a un tiempo la disciplina o entrenar en sus instalaciones a las Defensas Sociales. Veían en Ángeles, respetado entre los oficiales del ejército, un adversario más en la guerra interior que al menos desde la renuncia de Porfirio Díaz se desarrollaba en las filas de esa oficialidad. Esta disputa se había recrudecido desde la segunda mitad de 1911, a medida que se acercaba la trasmisión del mando del presidente interino Francisco León de la Barra al presidente electo Francisco I. Madero.⁶

    Así, junto con la presidencia de la República, Madero recibía como herencia dos guerras: la del norte, encabezada por Pascual Orozco, y la del sur, encabezada por Emiliano Zapata, más un severo conflicto en el seno de su propio ejército.

    En la guerra del norte contra la rebelión de Orozco el nuevo gobierno sufrió un temprano desastre militar. Su secretario de Guerra y jefe militar de confianza, el general José González Salas, se suicidó el 24 de marzo de 1912 después de su derrota en El Rellano, adonde había sido enviado con escasez de tropas y de pertrechos en medio de una feroz campaña de prensa en contra suya. Madero convocó de urgencia a su gabinete con un nuevo secretario de Guerra, el general de división Ángel García Peña.⁷ A propuesta del nuevo secretario, el 1° de abril se designó a Victoriano Huerta al mando de las fuerzas que irían a batir a los orozquistas.

    Huerta, veterano de las guerras indias en Yucatán, preparó con cuidado la campaña y fue a combatir a Orozco con una división de ocho mil hombres bien pertrechados y cincuenta y cuatro piezas de artillería.⁸ El 23 de mayo, en El Rellano mismo, Huerta derrotó a Orozco y sus fuerzas, y los obligó a replegarse hacia el norte. El prestigio y la influencia de Huerta, ya fuertes durante el interinato presidencial, se acrecentaban. El 30 de mayo Emilio Madero pidió a su hermano el ascenso de Huerta a general de división. El presidente no le hizo caso. El general lo supo y lo vivió como un insulto. Semanas después quiso Madero recomponer la relación con un gesto amistoso. El general y los suyos lo tomaron como un rasgo de debilidad.⁹

    Los roces entre ambos venían de lejos. Huerta, preciso es recordarlo, era el prestigiado general federal que en agosto y septiembre de 1911 había hecho fracasar con amenazantes movimientos de tropa los intentos de Madero, como jefe de la revolución del Plan de San Luis, de negociar un acuerdo de paz con Emiliano Zapata. En octubre, ya electo presidente, Madero se lo reprochó a Huerta en carta pública. Un áspero intercambio de recriminaciones condujo a una ruptura, recompuesta después en las formas. Madero no ignoraba que esos movimientos tenían la aprobación del presidente interino, Francisco León de la Barra. Pero sólo atacó a Huerta. El general nunca olvidó ni perdonó la afrenta.¹⁰

    El 6 de noviembre de 1911 Francisco I. Madero tomó posesión de la presidencia. Pocos días después, el 11 de noviembre, por medio de Gabriel Robles Domínguez, enviado especial del presidente, Emiliano Zapata le hizo llegar un documento con su firma. El jefe de la revolución del sur proponía trece puntos para firmar la paz, entre ellos el retiro del gobernador Ambrosio Figueroa, un indulto general a todos los alzados en armas, el retiro de las tropas federales de las poblaciones del estado y el compromiso de dictar una ley agraria procurando mejorar la condición del trabajador del campo. No parecía mucho a cambio de la paz. Al día siguiente, 12 de noviembre, la respuesta de Madero por medio del mismo enviado fue tajante:

    haga saber a Zapata que lo único que puedo aceptar es que inmediatamente se rinda a discreción y que todos sus soldados depongan inmediatamente las armas. En este caso indultaré a sus soldados del delito de rebelión y a él se le darán pasaportes para que vaya a radicarse temporalmente fuera del estado.¹¹

    Robles Domínguez no pudo llegar a entregar en persona este mensaje a Emiliano Zapata. Le cerró el camino el general Arnoldo Casso López. El enviado tuvo que recurrir a un nuevo intermediario, Jesús Cázares. La cadena de trasmisión se alargaba y se hacía más débil y lejana, agravio adicional al destinatario.

    Cázares entregó a Zapata esta respuesta en Villa de Ayala, mientras al mismo tiempo llegaban noticias de que las tropas federales al mando de Casso López avanzaban sobre las posiciones zapatistas. Del Plan de San Luis al presidente electo, y de éste al presidente constitucional ahora en funciones, apenas un año había trascurrido. Zapata, refirió después Cázares, le encargó trasmitir esta respuesta:

    Diga usted al licenciado Robles Domínguez que le diga a Madero que si no cumple con sus compromisos con el pueblo, no pierdo las esperanzas de verlo colgado en el árbol más alto de Chapultepec. Que me ha engañado. Dígale también a Robles Domínguez que lo espero con sus federales en el cerro del Aguacate.¹²

    Me ha engañado: frase clave de esta ruptura, como antes lo había sido del conflicto entre Madero y Huerta. Pero aquí no había arreglo posible. El presidente ofrecía el indulto por el delito de rebelión a quienes con su rebelión habían contribuido a llevarlo a la presidencia. Esta respuesta del presidente Madero, negando su palabra y entregada por un emisario de tercer orden, traía una carga de menosprecio y humillación que no existía en las confrontaciones entre iguales del presidente electo Madero con el general Huerta.

    Tan abrupto cambio de actitud hizo que Zapata y los suyos vieran una falsía y una celada en las negociaciones precedentes, una duplicidad al enviar un emisario personal mientras se movían las tropas federales y, lo peor de todo, una traición a la palabra empeñada. La furia de Zapata se condensó en esas tres palabras: Me ha engañado.

    Friedrich Katz se refiere a este episodio crucial, digno de El jardín de los senderos que se bifurcan, en su conversación con Claudio Lomnitz:

    Una de las cosas que nunca se han explicado bien es por qué Madero decidió de un día para otro que no aceptaba esto [reanudar el acuerdo al cual ya habían llegado con Zapata]. Lo único que podía hacer Zapata, según él, era rendirse e irse del país. ¿Por qué esa decisión tomada rápidamente, sin pensarlo, sin negociar? Fue una de las decisiones más fatales de Madero, porque no sólo antagonizó a un grupo muy importante de revolucionarios sino que se puso más y más en manos del Ejército Federal.¹³

    Fatal fue, porque determinó el rumbo posterior de la revolución y de la existencia misma de Madero. Decisión como ésta es de las que ya están tomadas antes de discutir. El juicio de Katz es certero: el presidente, en los primeros días de su mandato, se puso más y más en manos del Ejército Federal. En el interior de éste y de sus secretos conflictos se iría decidiendo, también más y más, la suerte de la República.

    Ésta es la escena del drama: Madero, hacendado y candidato presidencial, fuerte entonces porque se apoya en la esperanza o la expectativa popular, negocia con Zapata para ganar tiempo, suavizar los enfrentamientos y desmovilizar las armas. Zapata desconfía, pero cree aún en su palabra. De la Barra y Huerta se mueven para hacer más difícil un acuerdo y, si es posible, engañar a Zapata y luego romper sin ceder nada. Madero piensa conceder reformas, calmar la guerra hasta ocupar la presidencia y ejercer el poder (o eso cree) y desde ahí verá.

    Cuando asume su cargo esa palabra ya no vale. La palabra empeñada, sobre todo si es con jefes indios, es cuestión subordinada. Se trata de una convicción y una educación, no de un razonamiento. Porfirio Díaz, su antecesor, solía cuidar más las formas.

    Sin embargo queda en pie la pregunta de Katz: ¿por qué la violencia del viraje? Madero adoptaba en noviembre la política que en octubre había reprochado a Huerta: exigir la rendición incondicional de Zapata como única salida. ¿Fue esto discutido entre De la Barra, Huerta y Madero a la hora de la trasmisión del mando? ¿Convencieron aquéllos al presidente con datos -verdaderos o falsos- que él antes ignoraba? La disputa pública entre ellos de agosto a octubre no era fingida. Y sin embargo, ahora Madero exigía a Zapata lo mismo que antes Huerta.¹⁴

    Más allá de las conjeturas posibles hay un hecho duro: Francisco I. Madero es ahora presidente de la República, no caudillo o presidente electo como lo era hasta ese momento, ni presidente interino como había sido Francisco León de la Barra. Asume su investidura presidencial, pero ésta lo asume a él. En tanto presidente tiene ahora en su mano el poder y el deber de decidir, no sólo la posibilidad de negociar, prometer y mediar. Su persona encarna ese poder y se vuelve suya la política del Estado hacia la propiedad y la rebelión agraria. Era la misma que De la Barra había recibido de Porfirio Díaz, en esa relación estatal de mando y obediencia cuyos gobiernos habían cambiado pero no el Estado mismo y su materialización armada, el Ejército Federal.

    En las tratativas de agosto y septiembre entre el caudillo político de la revolución de noviembre de 1910 y el jefe campesino de la rebelión del sur en marzo de 1911 había un equívoco de fondo: Madero proponía reformas en la relación entre las haciendas y los campesinos; Zapata hablaba de la propiedad de la tierra, de la restitución de sus ejidos y sus derechos a los pueblos y del reparto agrario. La asunción del mando efectivo planteó en la realidad la disyuntiva, disolvió el equívoco y cada quien retomó su camino.¹⁵

    Francisco I. Madero, que antes les hablaba con palabra mansa, inauguró su presidencia rompiendo las tratativas y declarando la guerra contra quienes en Morelos habían respondido a su llamado a tomar las armas en apoyo del Plan de San Luis. Emiliano Zapata y los suyos vieron el repentino y violento cambio como un golpe a mansalva. Por experiencia propia y saber heredado conocían la advertencia de Sun Tzu, dos mil doscientos años antes, sobre cómo medir la conducta del enemigo: Si sus palabras son humildes y sus preparativos aumentan, avanzará.¹⁶ Actuaron en consecuencia.

    El 28 de noviembre Zapata y los rebeldes del sur, abandonadas sus esperanzas e indignados por la afrenta, desconocieron a Madero como presidente y lanzaron el Plan de Ayala. Develaron así el sentido verdadero y profundo de la rebelión mexicana: una guerra campesina por la tierra, la justicia y la libertad. Reforma, Libertad, Justicia y Ley era el preciso y duradero lema que cerraba el documento. Con el Plan de Ayala se inicia la Revolución Social en México, escribió después Gildardo Magaña.¹⁷

    La guerra del sur se encendió sin tregua ni medida. Madero respondió al desafío de Zapata enviando a Morelos al general Juvencio Robles. Bajo su mando el Ejército Federal condujo una campaña implacable: pueblos y aldeas incendiados; animales y cosechas robados; campesinos, zapatistas o no, fusilados o colgados; mujeres violadas; hogares saqueados. Esta campaña de terror desató, por un lado, la respuesta del ejército zapatista, y por el otro una violencia descontrolada de bandas armadas o de pueblos que se organizaban en armas para defenderse y pedían protección ya al ejército, ya a los zapatistas.¹⁸ Antes con Huerta, ahora con Robles, más las tropelías de sus oficiales y soldados, así se presentaba ante los pueblos el gobierno de Madero.

    Al mismo tiempo, en la ciudad de México toda la prensa grande -El Imparcial, El País, El Diario- atacaba al presidente, vociferaba contra las hordas del sur, estimulaba ambiciones en políticos y jefes militares y daba alimento a la opinión bienpensante.

    De este modo, apenas seis meses después quien estaba cercado era ese presidente que no había tenido palabra y por eso mismo estaba como estaba: acosado entre la rebelión agraria organizada en armas en el Ejército Libertador del Sur y la persistencia tenaz del Antiguo Régimen encarnada en los altos mandos del Ejército Federal, en las páginas de la gran prensa y en la opinión de los dueños de la tierra, de la industria y del dinero.

    Tenía que romper ese cerco o rendirse sin lucha; y esto último no estaba en su educación ni en su carácter. Decidió defenderse.

    Romper el cerco. La idea original habrá sido del presidente o del director del Colegio Militar: no lo sabemos. Podemos sin embargo colegirlo. Los sueños republicanos de Ángeles, presentes en los escritos que lo llevaron al exilio y reforzados en Francia, estaban teñidos de una cercanía emocional con el pueblo campesino, tal vez herencia de su infancia trascurrida en los pueblos de Hidalgo: testimonios, anécdotas y escritos suyos y ajenos así lo dicen. Los de Madero eran los proyectos de un hacendado ilustrado y demócrata, valiente y benévolo, pero también leal a su medio social y distante del pueblo en afectos, costumbres y trato.¹⁹

    Puestos ante una rebelión popular, aunque las ideas se asemejen, los rasgos del propio carácter deciden conductas diferentes. Por eso en la difícil coyuntura de mediados de 1912 es muy posible que haya sido Ángeles quien, dialogando con Madero, haya influido en el cambio de la política militar hacia el zapatismo. La cercanía entre ambos era de todos conocida. La intempestiva audacia del presidente era notoria desde su llamado a

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1