Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

La revolución del sur: 1912-1914
La revolución del sur: 1912-1914
La revolución del sur: 1912-1914
Libro electrónico917 páginas23 horas

La revolución del sur: 1912-1914

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

El relato sigue la huella de tres campañas del Ejército Libertador sobre la capital de la República, operaciones no consideradas hasta ahora en la historiografía del zapatismo, y con ese dato examina los alcances y problemas enfrentados. Asimismo, al develar el genocidio cometido por distintos gobiernos, expone los mecanismos del discurso racista q
IdiomaEspañol
EditorialEdiciones Era
Fecha de lanzamiento20 jun 2020
ISBN9786074451412
La revolución del sur: 1912-1914
Autor

Francisco Pineda Gómez

Francisco Pineda Gómez es antropólogo y profesor investigador de la Escuela Nacional de Antropología e Historia. Además de la tetralogía sobre el zapatismo que culmina con el libro La guerra zapatista 1916-1919, recientemente ha publicado los artículos "1916. Racismo y contrarrevolución en México" en la revista En el volcán Insurgente, Cuernavaca, n. 46, noviembre-diciembre de 2016, y "Exército libertador e movimento libertário magonista", en la revista Mouro, Núcleo de Estudos d`O Capital, São Paulo, enero de 2019, así como el prólogo al libro de Mario Martínez, El general Leobardo Galván y la revolución suriana en Tepoztlán, 2017, y el prólogo al libro colectivo coordinado por Armando Josué López Benítez y Víctor Hugo Sánchez Reséndiz, La utopía del Estado: genocidio y contrarrevolución en territorio suriano, 2018

Lee más de Francisco Pineda Gómez

Relacionado con La revolución del sur

Libros electrónicos relacionados

Política mundial para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para La revolución del sur

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    La revolución del sur - Francisco Pineda Gómez

    reflexiones.

    Primera ofensiva, 1912

    CAPÍTULO 1

    Tierra del jaguar

    Ayoxuxtla, memoria de la sierra. Plan de Ayala: luchar, vencer y cumplir. Bifurcación de la revolución mexicana. La cuestión agraria en el Plan de San Luis y en el Plan de Ayala. Planteamiento ofensivo en ambos lados de la contienda. La población civil como objetivo militar del gobierno. Estimación de la fuerza numérica y el territorio zapatista al inicio de la guerra. Política de convergencia con el norte. La moral y el símbolo de los zapatistas.

    Se juntaron como tres mil rebeldes en Ayoxuxtla, sobre la barranca de los Atopules, entre los montes Piztilihuic, Coautotola, Tlacomalco y Cihuiapile. El aroma ligeramente tostado del maíz se derramaba por las veredas del pequeño poblado. Nomás les amarillaban las pajuelas, ¡pura carabina corta!, recordó entusiasmado un anciano. Viejas carabinas coaxcleras, dijo otro, sin estimar la cantidad de combatientes que se reunieron para proclamar el Plan de Ayala. Donde uno registró el signo de la fuerza, el otro vio esa debilidad que nunca se desprende por completo de la fuerza. Las imágenes de la memoria son variadas y en ello radica su valor, especialmente cuando se trata de asuntos humanos.

    Como medida preventiva, se colocaron avanzadas en los tres puntos que permiten controlar el acceso al poblado: al sur, Cohetzala, y al norte, Jolalpan y Los Linderos. Desde este último poblado, al pie de la sierra se puede observar Chiautla; luego el gran valle, Axochiapan, Tepalcingo, Izúcar, Jonacatepec, Atlixco y Cuautla. En el horizonte se dibuja la gran sierra del Ajusco que protege a la capital del país y el volcán Popocatépetl, más elevado y más completo cuando se mira desde el sur. Apostados en Los Linderos, los rebeldes tenían en la mira gran parte del teatro inicial de las operaciones.

    Los centinelas del Plan de Ayala compartieron esas noches de noviembre de 1911 con el vena-do cola blanca y el jabalí de collar; el tejón, el coyote y el gato montés; armadillo, comadreja, cacomixtle y tlacuache; murciélago, pájaro bandera, chachalaca, urraca copetona y tecolote. En el día, la flor de muerto amarillaba la milpa, junto con la flor de calabaza que dio su nombre al lugar, ayotli xúchitl tlalli.

    En esa selva seca las grandes transformaciones de nuestra tierra están grabadas sobre roca. Es una sierra volcánica que se elevó, con violencia apenas imaginable, entre 5 y 23 millones de años atrás; donde viejos arroyos excavan las cañadas que alientan a la resistencia. Las disecciones del suelo y la acción del ácido sulfúrico sobre minerales calizos generaron ahí una considerable integridad ecológica, y una reserva de especies de flora y de fauna: cuajilote, copal, copalillo, palo zopilote, órgano de mezcala y amate amarillo; mariposa de barón, guacamaya verde, escorpión, leoncillo, primavera y coralillo del Balsas. Actualmente, en esa región convergen los estados de Morelos, Guerrero, Puebla y Oaxaca.

    No es un territorio vacío y tampoco es una zona donde las preocupaciones de la raza indíge-na, que es la dominante, impiden su gran desarrollo, ni allí el indio es pobre por indolencia, como dijo Francisco Leyva, el primer gobernador morelense. Nada de eso. En esta palestra de cerros y cañadas, la historia niega los su-puestos del racismo.

    El pasado de los habitantes de esta sierra, más bien, resulta crucial para comprender la historia antigua y moderna de México. El maíz cultivable, la escritura numérica y la astronomía mesoamericana, los símbolos del sol y el jaguar (tecuani), echaron sus primeras raíces en la tierra donde se proclamó el Plan de Ayala.

    Ahí se localizan los tipos de maíz más cercanos a las primeras especies domesticadas por los antiguos pueblos de México. Siguiendo por la misma barranca de los Atopules, hacia el río Balsas, a unos 55 kilómetros se encuentra Teopantecuanitlán, el lugar del templo del jaguar, orientado con precisión astronómica hacia la puesta del sol en el solsticio de verano. Sus glifos contienen el código de punto y barra que se usó en el pasado nuestro para escribir los números, por lo que ese hallazgo arqueológico alteró la historia definitiva del origen de esa escritura en Mesoamérica. Ahora se sabe que esa práctica es cuatrocientos años más antigua en Teopantecuanitlán que en Monte Albán; es decir, en esa tierra se escribían los números tres mil años antes de la época en que vivimos. El estudio arqueológico de Chacaltzingo y Teopantecuanitlán, asimismo, ha ofrecido evidencia de antiguas alianzas entre los pueblos de la zona de Cuautla y de la montaña donde se encuentra Ayoxuxtla.

    El Códice Azoyú registra que, cuatro centurias antes de la revolución, por aquellas laderas pa-saron los mexicas cuando decidieron alejarse del Anáhuac colonizado, para resistir mejor en la montaña. Y un siglo antes del Plan de Ayala, a finales de noviembre de 1811, José María Morelos inició ahí su segunda campaña militar, al tomar Chiautla, llamada por sus pobladores, la Perla de la Mixteca.

    Los zapatistas tuvieron su baluarte en ese territorio. En Jolalpan, fundaron el Ejército Libertador del Sur y ahí mismo designaron a Emiliano Zapata como general en jefe. Más tarde, en Ayoxuxtla proclamaron el Plan de Ayala. En distintos momentos, ese enjambre de cerros operó como zona de repliegue para los rebeldes y algunos de sus pueblos –como Huautla, Pozo Colorado y Quilamula– fueron asiento del Cuartel General del sur.

    En Ayoxuxtla de Zapata, una mesa, una piedra, el horcón de una choza, dos rifles, instrumentos de música de viento, fotografías, testimonios y documentos que los habitantes conservan respetuosamente, hacen parte de la memoria del Plan de Ayala; dan fe de su humilde cuna y de lo que fue el Ejército Insurgente. Las palabras y las cosas sugieren el carácter de quienes lanzaron la proclama histórica.

    No los quiero muy hombres, nomás que se paren bien, dijo Zapata alegre y desafiante, cuando un rebelde ingresó a las filas del Estado Mayor. Igual retó a los combatientes que se reunieron en Ayoxuxtla: Los que no tengan miedo, que pasen a firmar. El juramento delante de la bandera, luchar hasta vencer o morir, fue otro reto, el más importante y solemne de todos. Al mismo tiempo que hacía clara la certidumbre del fin, hacía visible la incertidumbre del medio empleado: la guerra de liberación. En el instante fundador, al jurar, se afirmó la consumación como un desafío. La palabra condensó en un punto de decisión la frontera entre la vida y la muerte.

    Este carácter desafiante se observará en cada detalle de la contienda, en la personalidad de Emiliano Zapata y en la estrategia general del Ejército Libertador. Sin el reto de sí mismo, el zapatismo jamás habría nacido.

    Cuando estuvo terminada la redacción del Plan de Ayala, llamaron a los jefes y soldados del Ejército Libertador que se habían distribuido en los poblados cercanos. Los de Ixcamilpa llegaron tarde. Ya había pasado la ceremonia, cuando Zapata les pidió amablemente que cruzaran hasta donde él se encontraba.

    Nos abrieron así y ya nos preguntó el general si estábamos dispuestos a morir por la patria.

    Dijimos que sí, pues. Yo respondí:

    –Sí, hasta quemar el último cartucho.

    –Bueno, muy bien. Ahora, me hacen favor de firmar a esta reunión del Plan de Ayala, para que se verifique todo lo que estamos luchando. Cuando triunfemos, tienen que quedar algunos de los de esta reunión y han de dar cuenta de que se cumpla lo que luchamos.

    Agustín Cortés,

    Ejército Libertador¹

    Luchar, vencer y cumplir. Eso fue como un trueno que partió el proceso histórico de la revolución mexicana. Nació como rumor de la sierra y más tarde alcanzará el nivel de estruendo.

    Alboreando la mañana

    En la esfera del poder, hacia el mes de noviembre de 1911, la conmoción parecía haber llegado a su fin. Después de un breve periodo de lucha armada que derrocó a Porfirio Díaz, se efectuaron elecciones y Fran-cisco Madero asumió la presidencia de la república, el día 6 de ese mes. Durante semanas se festejó el triunfo.

    Una de las ceremonias más significativas del momento fue el banquete que ofrecieron al nuevo presidente los caballeros de la banca, agricultura, comercio, industria y empresas ferrocarrileras. La fiesta quiso presagiar el engrandecimiento de la oligarquía. En esa ocasión, el restaurante Chapultepec lucía encantador, en medio de una vegetación exuberante y magnífica, según la nota de prensa. Millares de foquillos combinando los colores desparramaban su luz, prendidos a ondeados cordones que simulaban la tela de una araña fantástica y maravillosa. El amplio salón ostentaba un adorno en que rivalizaba el suave tinte de las rosas con el verde esmeralda del follaje; festones y guirnaldas tapizaban los cristales del recinto. Si, como dicen, el estilo liberty del modernismo se caracterizó por desplegar el concepto wagneriano del arte total, quizá la guerra total tenga la misma genealogía. Por medio de eso, buscó afianzarse la voluntad de dominio total, sin olvidar que este proyecto no habría podido avanzar en su meta sin la producción masiva de muchos y el consumo masivo de pocos.

    El lugar se antojaba al reportero como la señorial residencia de un prócer medieval. En las me-sas, sobre albeantes manteles, en artística combinación rosas y gardenias regalaban la vista y embriagaban con sus nectarios a todos aquellos que se creían el nervio vital de la prosperidad moderna de México: por la metrópoli, Henry Lane Wilson, embajador del naciente imperio yanqui; Bernardo Jacinto de Cólogan y Cólogan, embajador plenipotenciario de la monarquía española decadente, y Paul von Hintze, contralmirante del imperio alemán rezagado; por la oligarquía criolla, los Castellot, Escandón, Elorduy, Barrios Gómez, López Negrete, González Treviño, Landa, Icaza, Pimentel, Fagagoa, Noriega, Pagaza, Valle Ballina, Rincón Gallardo, Braniff; los Redenau, Lefaivre, Beck, Backmeister, Bertaux, Braschi, Butter, Bell, Bornemann, Giraud, Kladt, Mayer, Galbraith, entre otros; y por la nueva élite política, Gustavo Madero, José María Pino Suárez, Abraham González, Miguel Ángel de Quevedo, Juan Sánchez Azcona, Gabriel Mancera e Ignacio Torres Adalid.² Al borbotear de vaporosos champagnes, todos ellos compartieron la felicidad de la ocasión, mientras el presidente repetía con insistencia: yo nunca prometí repartir las haciendas a los campesinos.

    En efecto, cuando finalmente Francisco Madero llegó a la presidencia de la república, culminó el primer ciclo de la revolución. En los comicios de 1911, la divisa antidictatorial de la no reelección se materializó, por decirlo así, arrolladoramente. Aquel hombre era ensalzado como un Cromwell y se decía que fue elegido casi aritméticamente por la nación entera. Pero la verdad es que el sufragio efectivo se ejercía sólo por una minoría y votaron a favor de Madero menos de 20 mil personas; es decir, 0.1 por ciento de la población. Eso no importaba, el éxtasis era el espíritu del tiempo. Los hombres y las cosas aparecían iluminados por el triunfo de la democracia.

    La sangre saltaba musicalmente, igual que las palabras. Se agolpaba la imaginación para hacer desfilar cuadros emblemáticos de conciliación y grandeza. En los discursos de la prensa los hijos de burgueses, la juventud dorada, compartía el mismo anhelo que los hombres del trabajo. Los ferrocarrileros, por ejemplo, con sus anudados bíceps y musculaturas de edades de Cíclopes, dejaron el martillo para trabajar el bronce de la república en los yunques de las luchas electorales... Las mujeres mismas se encontraban interesadas. Casi todo parecía re-velar la esplendidez del nuevo despertar. Triunfaba el nuevo régimen y parecía palparse el comienzo de una nueva era, el advenimiento de nuevas costumbres, nuevas ideas y nueva raza, según el lema del maderismo.

    En la guerra, el fin del primer ciclo fue también el comienzo de una gran empresa, la de reducir al rasero burgués los resultados de la revolución. Ante todo, el nuevo gobierno tenía que acabar con las pretensiones de los campesinos revolucionarios y, entre éstos, los más radicales eran los zapatistas.

    Por esto, en la capital, mientras se festejaba, tropas federales y exrevolucionarias eran embar-cadas para Morelos, Puebla y Guerrero. La primera medida trascendente del nuevo gobierno fue emprender la ofen-siva militar contra los zapatistas y la primera acción fue el intento de asesinar a Zapata en Villa de Ayala.

    En aquella ocasión, mientras Emiliano Zapata y Otilio Montaño trataban de llegar a un acuerdo de paz con el negociador del gobierno, Gabriel Robles Domínguez, se formó el cerco sobre Villa de Ayala. El general Arnoldo Casso López avanzó desde Cuautla; parte del 11° regimiento se colocó en la hacienda de Coahuixtla; una fracción del 34° batallón con artillería cubrió desde ese punto hasta la barranca del Cuatro; otra parte del mismo grupo, con tropas del 9° regimiento y falanges rurales de Gobernación, cubrió el lado oriente y sur, colocando sus fuerzas en Tenextepango y Chinameca. Completó el dispositivo, con apoyo del 9° regimiento, el figueroísta Federico Morales, asesino del jefe rebelde Gabriel Tepepa. Morales esperó emboscado a que Zapata se retirara por el rumbo de Moyotepec. El combate inició a las tres de la tarde y continuó hasta el anochecer, cuando Zapata pudo salir de la trampa.

    Los hombres del sur respondieron a esa acción de guerra proclamando el Plan de Ayala y dec-lararon traidor al apóstol. Eso fue como un rayo en el cielo sereno de la democracia que produjo la gran bifurcación de la revolución mexicana. Otros sujetos pasaron al frente del escenario de la historia y, con la ruptura zapatista, otras cosas que asuntos electorales comenzaron a ventilarse como problemas de la república.

    El conflicto entre la democracia burguesa y la revolución campesina, que para las plumas inde-lebles fue un error de la historia, se dirimió en una guerra. En ésta, dijo Madero, el objetivo del gobierno fue acabar con el bandidaje que bajo la forma de un comunismo agrario amenaza la vida, la honra y la propiedad.³ Los zapa-tistas, por su parte, se propusieron como objetivo inmediato derrocar al gobierno. El planteamiento en ambos lados fue el ataque y esto anticipaba el nivel que tomaría la contienda.

    Declaramos al susodicho Francisco I. Madero, inepto para realizar las promesas de la revolu-ción de que fue autor, por haber traicionado los principios con los cuales burló la voluntad del pueblo y pudo escalar el poder; incapaz para gobernar por no tener ningún respeto a la ley y a la justicia de los pueblos, y traidor a la patria por estar a sangre y fuego humillando a los mexicanos que desean libertades, a fin de complacer a los científicos, hacendados y caciques que nos esclavizan y desde hoy comenzamos a continuar la revolución princi-piada por él, hasta conseguir el derrocamiento de los poderes dictatoriales que existen.

    Ejército Insurgente,

    Plan de Ayala

    Por aquellos días, cuando Zapata envió el Plan de Ayala para que se imprimiera en México, pi-dió a Gildardo Magaña que suspendiera toda negociación con el maderismo. Fuimos prudentes hasta lo increíble, escribió. Nada nos importa que la prensa mercenaria nos llame bandidos y nos colme de oprobios. No transaremos con nada ni con nadie. Y recordó el encarcelamiento de Abraham Martínez, Cándido Navarro y tantos otros que in-justamente estaban recluidos en las mazmorras metropolitanas. Consideró que el gobierno de Madero había enviado tropas a Morelos, para acabar militarmente con la osadía de quienes pidieron que se devolvieran las tierras usurpa-das. Recordó los dos intentos que hizo el Estado para asesinarlo: uno en Chinameca, el 1° de septiembre de 1911, y el otro en Villa de Ayala, el 13 de noviembre de ese año, cuando Madero ya era presidente. Para colmo de todas las infamias [decía Zapata en aquella carta] se impuso como gobernador de este sufrido estado [Morelos] al tránsfuga Ambrosio Figueroa, irreconciliable enemigo de este pueblo y uno de los primeros traidores que tuvo la revolución... ¿A esto se le llama revolución triunfante?

    Otro día, como a las tres de la mañana, que ordena ensillar. El estado de Morelos estaba testo de gobierno, ya que nos habíamos levantado.

    –¿Ya están listos?

    –Ya.

    –Nadie habla. Nadie fuma.

    Caminamos como de aquí a Jojutla.

    –Alto. Corran la voz hasta el último, que el último avance para saber la gente.

    Para saber que no se le cortaba la gente, para ver con la gente que contaba.

    Estaba alboreando la mañana...

    Miguel Cabrera Rojas,

    Ejército Libertador

    Alineamiento de fuerzas

    El Plan de San Luis, proclamado por Madero en 1910, consideraba la resolución del conflicto agrario, ante todo, como un asunto mercantil. Se decía que tal disputa sobrevino a raíz del abuso cometido por los que adquirieron de modo inmoral los terrenos, afectando a numerosos pequeños propietarios en su mayoría indígenas. Esto significaba que se reconocía, como base de todo, un acto de adquisición de terrenos y la cuestión estaba en demostrar legalmente si la compraventa era o no inmoral, si hubo o no abuso en cada caso. Era un conjunto de diferendos individuales recientes y el fallo estaba en manos de los tribunales y la Secretaría de Fomento. No había reconocimiento del conflicto social e histórico. Originalmente, el artículo 3° del Plan de San Luis consideró la posibilidad del despojo y planteó la restitución de tierras. Ésta fue la base de la alianza con los campesinos durante el levantamiento armado contra Porfirio Díaz. Pero Madero se deshizo de este compromiso cuando firmó el Pacto de Ciudad Juárez. Esto polarizó las posiciones dentro del movimiento antiporfirista hasta que se produjo la ruptura.

    Para los zapatistas, en cambio, la raíz del conflicto era el despojo de las tierras, montes y aguas que sufrió la inmensa mayoría de pueblos. El despojo constituía el polo opuesto de la adquisición. En términos de clase, lo primero representaba el punto de vista del campesino usurpado y lo segundo expresaba el punto de vista del apropiador burgués. Lo que cuestionaron los zapatistas fue la propiedad misma del poderoso, con el añadido de que ese despojo fue considerado por los surianos como la base histórica de la opresión en México. Los enemigos de la revolución del sur son los déspotas y conservadores que en todo tiempo han pretendido imponernos el yugo ignominioso de la opresión y el retroceso. Restitución, confiscación y nacionalización son las tres acciones primordiales que los rebeldes plantearon realizar en contra de los usurpadores, los monopolizadores y los enemigos del Plan de Ayala. Para los hombres del sur ese antagonismo se resolvería del modo directo: los pueblos tomarían posesión de las tierras con las armas en la mano. El asunto de los tribunales fue planteado, en el Plan de Ayala, como una práctica posterior al acto revolucionario, para atender reclamos por eventuales injusticias.

    En noviembre de 1911, los insumisos se replegaron a la montaña, pero esta vez no sería para iniciar una larga resistencia, sino para levantar la bandera, desatar la guerra y atacar de inmediato. Los rebeldes no optaron por la espera, por consolidar o por el combate de montaña en su propia retaguardia. Una de esas alternativas posibles habría provocado otro curso de los acontecimientos; en el mejor de los casos, una guerra prolongada; en el peor, la inmovilidad, el cerco y aniquilamiento. Pero esto, sólo si los zapatistas hubieran considerado que la superioridad del oponente era tan abrumadora que no tenían otro medio para compensar la desventaja más que buscando protección en las dificultades del suelo. En este caso, que es el de una guerra defensiva, el esfuerzo se habría empeñado en acoplar el ejército rebelde a los obstáculos del terreno y conseguir que los dos elementos hicieran causa común: que el combatiente defienda la montaña y la montaña defienda al combatiente; lo que resulta en una pérdida enorme de movilidad, con su corolario inevitable, la contingencia del cerco. En noviembre de 1911, el Ejército Libertador tampoco optó por hacer la guerrilla en las montañas del sur para tratar de conseguir por ese medio el desgaste de la fuerza oponente.

    Por el contrario, los zapatistas consideraron que la superioridad de su enemigo no era tan grande y optaron por hacer una guerra ofensiva. De inmediato se asignaron las zonas, bajaron del monte, desataron el ataque con guerrillas y se enviaron comisiones para irradiar el movimiento en un amplio espacio del territorio na-cional. La expansión de la zona de operaciones fue el primer movimiento general en su estrategia. El ataque concéntrico sobre el centro de gravedad del poder, la ciudad de México, será el segundo paso. Diástole y sístole, la guerra del Ejército Libertador tomará esa forma, alternando los movimientos como sucede en el trabajo del corazón, hasta entrar victoriosamente en la capital del país, a los tres años exactos.

    El recuento de las acciones del mes de diciembre de 1911, solamente en las fuentes del Minis-terio de Guerra, arroja un saldo de cincuenta y un enfrentamientos de zapatistas con el gobierno. La mitad de esos choques ocurrió en los valles de Morelos durante la segunda quincena de ese mes. Los blancos de la primera oleada fueron estaciones y algunos tramos de la línea ferroviaria, poblados y haciendas. Si también se considera la información que proporciona Gildardo Magaña, relativa al mismo lapso, resultan veintitrés acciones más de los zapatistas: dos en contra de los ferrocarriles, seis contra haciendas y quince acciones sobre poblados. El carácter ofensivo de la campaña rebelde parece claro en esos setenta y cuatro hechos de armas del mes de diciembre, pues casi no hubo enfrentamientos en despoblado que pudieran indicar una situación de ataque del gobierno y defensa de los rebeldes.

    El 31 de diciembre, los zapatistas cerraron el año con ataques a Tepoztlán y Santiago Ixcatepec. Así terminó, en México, el agitado ciclo de 1911. Fueron miles los muertos de la revolución que apenas salía de su primer movimiento. Tantos, que México ocupó esa vez el tercer sitio mundial en las estadísticas de la guerra, con cifras que podrían considerarse conservadoras, luego de China y de Trípoli.

    El 19 de diciembre de ese año, cuatro días después de que el Plan de Ayala fuera publicado en la capital, los principales jefes militares de la lucha antizapatista se reunieron para discutir el curso de acción. Asistie-ron a la junta el ministro de Guerra, general José González Salas; el gobernador de Morelos, general Ambrosio Fi-gueroa; el coordinador de las operaciones, general Arnoldo Casso López, y el general brigadier Rafael Eguía Lis, quien asumió el mando de una sección mixta (tropas del ejército regular y de rurales) con asiento en Izúcar de Ma-tamoros.

    En esa ocasión, se delineó uno de los rasgos fundamentales de la guerra que hará el gobierno. La población civil fue considerada como enemigo y sería blanco de los ataques militares del Estado. Eso fue lo que trascendió en la prensa acerca del encuentro. Los zapatistas, se dijo, cuentan con el apoyo de mucha gente del pueblo alucinada con las absurdas promesas de reparto de terrenos que les ha hecho Zapata... Estos elementos entorpecen la libre y eficaz acción de la tropa, porque a la vez que sirven de espías a los zapatistas, niegan toda clase de informes a las fuerzas del gobierno.

    Para celebrar el inicio del año 1912, Francisco Madero ofreció una cena al cuerpo diplomático. El plato fuerte se sirvió en la vajilla de plata del difunto Maximiliano y el postre en media vajilla de oro puro que per-teneció a don Porfirio. Los personajes hicieron el ritual de intercambiar a sus mujeres en la mesa; simbolizaron así la más plena comunión entre los poderes representados. Entre Madero y Pino Suárez colocaron a la esposa de Jacinto de Cólogan y Cólogan, el enviado plenipotenciario de la monarquía española. A doña Sara Pérez le tocó sentarse entre el excelentísimo embajador de Estados Unidos, Henry Lane Wilson, y el embajador Cólogan y Cólogan. Ella no podía imaginar que estaba en medio de los que serán, un año más tarde, dos de los principales responsables del asesinato de su esposo, el presidente Madero. Fue la primera vez que se permitió usar lámparas de magnesio para imprimir las fotografías del poder en Palacio Nacional.

    –¿Y qué decía el Plan de Ayala?

    –Pues, lo que pelea Zapata es que entreguen los hacendados las tierras de los mexicanos; que por qué se hicieron dueños de los terrenos, y nosotros mirando, y ya no tenemos con qué mantenernos. ¡Mjm!

    Ahora, dice, con este ejemplo que le vamos a dar a todos, a todo mundo... ¿Qué le puedo decir? ¿Qué le puede parecer a los hacendados si les quitamos las tierras? Apuesto que no son de ellos. No fu-eron herederos ellos, los herederos semos nosotros.

    Ahora, ¿ellos se hicieron dueños?, ¿no quieren entrar por la buena? Pues, a balazos tienen que entrar. [Ríe.]

    –¿Y los hombres que andaban con usted sabían por lo que estaban peleando?

    –Pus sí.

    –Los soldados que andaban con usted...

    –Sí, todos, casi todos ellos saben, porque venían muchos, venían de tierra caliente, por donde quiera venían a unirse a ti. Y les platicaban, ya viejitos, ya hombres, ya hombres de experiencia, dicen: Miren muchachos, no tengan cuidado. Vamos a seguirle hasta cumplir o morir. Pero tenemos que quitarle a los hacendados nuestros terrenos. ¿Por qué no? ¿Hidalgo, cómo peleó?... Pues, ahora, a balazos tenemos que ganarles.

    Esa plática oí, muchas pláticas traiban otras gentes de por allá abajo.

    Pablo Ramírez Anacleto,

    capitán 1° de caballería del Ejército Libertador

    Primer dispositivo

    En esa época, el Ejército Libertador operaba en grupos de combate que no siempre fueron pe-queños. Entre doscientos y quinientos oscilaba el número de rebeldes que, según el diario maderista Nueva Era, participaron en los hechos de armas que ocurrieron en el rumbo de Chalco, Tepalcingo, Tejalpa, Topilejo y Tlaquiltenango. A partir de febrero de 1912, los reportes de prensa indican un incremento significativo de los contin-gentes.

    En Teotimihuacan, Puebla, se calcularon mil; otros 1400 en el ataque a la hacienda de Matlala, por Izúcar de Matamoros; dos mil en el ataque de Acatlán; dos mil más tomaron Jojutla; y mil fueron avistados en Tlapa, en la montaña de Guerrero. A principios de mayo, en Mixcoac y San Ángel, Distrito Federal, hubo alarma por el rumor de que estaba próximo el ataque de una partida de mil insurgentes zapatistas.

    El 24 de marzo de 1912, la prensa maderista reconoció que el zapatismo era un adversario con-siderable y calculó que los efectivos surianos eran seis mil.¹⁰ Por su parte, el diario católico El País estimó que cerca de Cuernavaca operaban cuatro mil zapatistas a fines de abril de ese año. Este parecer, que la guerrilla atacaba concentrando tropa en distintas zonas, fue corroborado por un informe del Ministerio de Guerra al Congreso de la Unión.¹¹

    Tomando estas cifras como indicio, se puede observar que la fuerza numérica del zapatismo, al comienzo de la lucha contra Madero, fue semejante a la que tuvo al final de la guerra contra Porfirio Díaz. Es decir, los campesinos no se desmovilizaron con la asunción de Madero y fue acertado el cálculo que hizo la jefatura del Ejército Libertador cuando decidió, en Ayoxuxtla, emprender la ofensiva de inmediato.

    El error fue del gobierno, pues inicialmente creyó que le bastaban cinco mil soldados para ap-lastar una insurrección local. Gabriel Robles Domínguez indicó a Madero que ese cálculo era equivocado y que fundar en eso la política del gobierno podía conducir a consecuencias imprevisibles. Quién sabe lo que suceda, porque como dije al señor ministro García Granados, en ocasión en que me afirmaba que con cinco mil hombres al mando de Huerta acabaría con los zapatistas, éstos son tan numerosos como son los habitantes del estado de Mo-relos y los de los distritos colindantes de Guerrero, y hoy le agregaré muchos del estado de Puebla y todo el sur del Distrito Federal.¹²

    Los hechos de armas muestran, además, la forma del despliegue de las fuerzas rebeldes. Con-centran, atacan, se abastecen y se retiran, vuelven a concentrar y atacar, crecen. El teatro de las operaciones zapa-tistas, en esa época, tuvo una línea frontal en forma de arco, que hacía una especie de frontera con los valles que alojaban los dos centros urbanos más importantes del país: las ciudades de México y Puebla. Siguiendo el lado sur de la gran sierra volcánica del Ajusco, esa curva comprendía desde las montañas ubicadas al norte de Cuernavaca hasta el pie del Popocatépetl, en la cercanía de Atlixco.

    En un principio, ésa fue la posición de vanguardia del Ejército Libertador, la zona de opera-ciones de cinco grupos rebeldes, por lo menos. Genovevo de la O llevó a cabo acciones en el rumbo de Huitzilac; Amador Salazar en Yautepec y Felipe Neri en Tepoztlán. Los tres eran coroneles en ese momento. Más al oriente, los generales Otilio Montaño y José Trinidad Ruiz operaron por el rumbo de Nepantla, Jumiltepec y Acatzingo; mientras que el general Francisco Mendoza, junto con el coronel Felipe Vaquero y el capitán Ladislao Franco –también fir-mantes del Plan de Ayala– combatieron de Acatzingo hacia Atlixco, Puebla.

    Esta línea cubría las tres entradas de ferrocarril a la zona zapatista y jugó un papel importante desde el inicio. Los estragos que causaron los combatientes a las comunicaciones y el aprovisionamiento enemigo facilitaron las acciones, el crecimiento y la estructuración del grueso del Ejército Libertador. Al comienzo, la vanguar-dia del ejército rebelde principalmente estaba destinada a cumplir funciones de contención y distracción.

    La política ofensiva del zapatismo se manifestó, también, en la lucha por sostener esa línea avanzada. Esto llevó, muy temprano, a una guerra de posiciones en las montañas del norte de Cuernavaca. Al inicio, los rebeldes de esa zona fijaron su campamento en Las Trincheras del Madroño, en las inmediaciones de Santa María. Ésa era una frontera territorial del zapatismo, que hacía las funciones de limitar la penetración de lo externo a lo interno y, en cierto modo, mermaba el poderío militar del gobierno. Con ataques al ferrocarril, retrasaba y desgas-taba los refuerzos federales, despojándolos de su frescura.

    Tal frontera fue también un punto de unión con el exterior. Ahí acudió, por ejemplo, el reportero del semanario El Socialista buscando entrevistar al general Genovevo de la O.¹³ Asimismo, Manuel Ugarte, poeta argentino de vocación bolivariana, narró en aquellos días el procedimiento que tenía que seguir para entrevis-tarse con Zapata. El movimiento consistía en salir de la ciudad de manera que nadie lo supiera, de noche, con su-mas reservas, y a una distancia relativamente corta de esta capital, me esperaría una escolta de trescientos hombres que me conduciría hasta encontrar al rebelde mexicano.¹⁴ Se ha dicho que Ugarte fue el argentino de su época que más trabajó por la unidad política antiimperialista de latinoamérica. En su libro, El destino de un continente, escribió acerca del México que conoció en 1912. Ugarte evocó el carácter insurgente del pueblo mexicano; fuerte orgullo, cierta feliz disposición para las artes y espíritu combativo, inquebrantable. Un gesto de la multitud le llevó a expresar sentidamente su experiencia. La gente, en su mayor parte estudiantes, se había reunido en un acto político callejero, no programado. Le gritaron que no lo consideraban extranjero sino mexicano, por defender la causa del pueblo. Y cuando Ugarte mencionó los nombres de San Martín y Bolívar, las cabezas se descubrieron en gesto de respeto. Nunca he sentido una emoción semejante, escribió el poeta, ensayista y orador.

    El centro del teatro de operaciones zapatistas, inicialmente, quedó comprendido entre las poblaciones de Cuautla, Jojutla e Izúcar de Matamoros. En esa zona informantes del ejército federal detectaron en los enfrentamientos a Jesús el Tuerto Morales, a Emiliano y Eufemio Zapata. Más al suroriente, en el rumbo de Acatlán, Puebla, operó el coronel Fortino Ayaquica.

    La retaguardia del Ejército Libertador iba de Huautla a la Sierra Madre del Sur. En esa región, al comienzo de la guerra contra Madero, hicieron campaña los otros dos generales que firmaron el Plan de Ayala, Próculo Capistrán y Jesús Navarro. En Oaxaca, el alzamiento contra Madero se debilitó por la detención del ingeniero Ángel Barrios, en el combate de Quiotepec, a mediados de noviembre de 1911. Barrios había sido jefe magonista de esa entidad, egresado del Estado Mayor del ejército federal con grado de teniente. Continuará su labor Manuel Oseguera, en Teotitlán, bajo la bandera del Plan de Ayala.

    Esta disposición del Ejército Libertador permite representar sólo una faceta de la estrategia pues, ante todo, ésta es movimiento, una oscilación constante entre la disposición de las fuerzas y los choques sucesivos. El dinamismo de los grupos de combate modificó la primera configuración. Emiliano y Eufemio se desplazaron frecuentemente, entre el centro y la retaguardia, hacia Guerrero. Francisco Mendoza, por su parte, tendía a llevar la campaña hacia la región de Izúcar de Matamoros, es decir, entre las posiciones de avanzada y el centro. Jesús Morales hizo lo propio, moviéndose en periodos hacia la retaguardia, incursionando en el estado de Oaxaca. Además, las fuerzas zapatistas que operaban autónomamente en sus regiones, con frecuencia se unieron para efectuar ataques a posiciones importantes, tal como sucedió en Jojutla, Acatlán, Jonacatepec, Tepoztlán y las maniobras de asedio sobre Cuernavaca y la ciudad de México, en 1912.

    Esos movimientos no alteraron, en lo básico, la disposición general de las fuerzas zapatistas, con su avanzada fuerte, un centro ágil y la retaguardia profunda. Tal alineación les permitió emplear la fuerza con flexibilidad, dispersando y concentrando, resistiendo las embestidas militares del gobierno y tomando la iniciativa para desplegar su campaña ofensiva. Poco después, este dispositivo desarrollará vigorosamente sus alas en el oriente y el poniente. Las actividades militares del zapatismo en Puebla y el Estado de México, por periodos, serán incluso superiores que las de Morelos.

    Licenciado Emilio Vázquez Gómez

    San Antonio, Texas, Estados Unidos de América

    Estoy enterado del movimiento revolucionario del norte, por lo cual felicito a usted y espero que de esa manera combinemos los dos movimientos hacia la ciudad de México para terminar con el desastroso gobierno del traidor Madero. Ya usted sabe que mis partidarios y yo, proclamamos a usted nuestro futuro presidente de México pues tenemos fe en usted como el hombre que sabrá hacer cumplir el Plan de San Luis reformado en Villa de Ayala y en Tacubaya, y que de esta manera se hará la felicidad del pueblo mexicano y será cimentada la positiva paz nacional.

    General Emiliano Zapata¹⁵

    Desde los días iniciales, la campaña militar zapatista se orientó hacia la ciudad de México. Fue la meta que se consideró necesaria para hacer cumplir el Plan de Ayala y también fue elemento organizador de la política de alianzas de la revolución del sur. Para alcanzar esos propósitos se buscó la convergencia con otras fuer-zas, en especial con el general Pascual Orozco y con el licenciado Emilio Vázquez Gómez. El primero de ellos se había destacado como el principal jefe militar de Chihuahua durante la guerra en contra de Porfirio Díaz; Pancho Villa estuvo bajo su mando. Mientras que Emilio Vázquez Gómez, en la campaña electoral de 1910, fue uno de los pre-candidatos del partido antirreeleccionista a la presidencia de la república (su hermano había sido compañero de fórmula de Madero en esas elecciones, como candidato a la vicepresidencia); fue ministro de Relaciones Exteriores del gabinete que designó Madero en Ciudad Juárez y ministro de Gobernación en el interinato de Francisco León de la Barra. Con esa política de alianzas, el zapatismo buscó atraer a quienes representaron apoyos clave de Madero, tanto en el campo electoral como en el campo de batalla. Emilio Vázquez Gómez además era considerado como uno de los precursores de la lucha contra la dictadura, ya que en 1888 publicó un folleto titulado La reelección indefinida, en que atacó a Porfirio Díaz. El licenciado había tenido ligas con los rebeldes de Ayala desde antes de la revolución. Pablo Torres Burgos, el primer jefe que tuvo el movimiento suriano, participó en la fundación del Club Político Antirreeleccionista, en 1908, junto con Filomeno Mata, Paulino Martínez y Emilio Vázquez Gómez.

    Al parecer, el plan concebido por los zapatistas contempló los siguientes pasos: alentar el levantamiento de Orozco, por lo que se le reconoció como jefe nacional en el Plan de Ayala; apoyar el retorno de Emilio Vázquez Gómez, refugiado en Texas desde que rompió con Madero; reconocer a éste como presidente de la república, y realizar un movimiento convergente, desde el norte y el sur, hacia la capital del país.

    Para obtener la respuesta de Pascual Orozco a este plan, Zapata envió al norte a Gonzalo Vázquez Ortiz. En la ciudad de México, Gildardo Magaña arregló el viaje de este emisario. En ese momento, Magaña trabajaba clandestinamente en la ciudad y tenía el grado de teniente coronel del Ejército Libertador. Además, mantu-vo informado de los avances políticos al Cuartel General. Magaña era un joven de veinte años, exseminarista y con-tador, nacido en Zamora, Michoacán. Durante la dictadura hizo trabajo político entre los obreros de la ciudad de México y se afilió a la causa suriana desde la época de lucha contra Porfirio Díaz. A la muerte de Zapata, será quien lo reemplace como jefe del Ejército Libertador.

    Por un momento, la confluencia pareció avanzar. Pascual Orozco se levantó en armas el 9 de abril de 1912 y Emilio Vázquez Gómez ingresó al territorio nacional el 4 de mayo siguiente. Pronto se comenzó a ver, sin embargo, que la convergencia buscada no daría resultados. En todo se mostró la divergencia. Los surianos con-vocaron a los pueblos a defender sus derechos, mientras que Pascual Orozco apeló a los soldados del viejo régimen y, se dice, buscó el apoyo financiero de la familia Terrazas, una de las más poderosas. Los zapatistas juraron llevar a cabo la lucha, delante de la bandera nacional; Orozco lo haría frente a un triste notario público, el número 15 de la ciudad de Chihuahua. Por su parte, Emilio Vázquez Gómez proclamó un gobierno provisional en Ciudad Juárez y designó como ministro de Guerra a Pascual Orozco (padre). Poco después, en forma inesperada, Pascual Orozco (hijo) –quien tenía la fuerza militar y estaba en tratos con los zapatistas– desconoció a ese gobierno nominal. Emilio Vázquez Gómez entonces volvió a Texas, donde más tarde será arrestado por darle armas a Gildardo Magaña. El fracaso de las alianzas iba en contra de los planes.

    Movilización del gobierno

    En el inicio de esta guerra, la magnitud de las fuerzas armadas empeñadas por el gobierno fue considerable. Tomando como base los reportes de operaciones del Ministerio de Guerra,¹⁶ es posible establecer que en los dos meses y medio posteriores a la promulgación del Plan de Ayala, es decir, entre el 25 de noviembre de 1911 y el 9 de febrero de 1912, seis batallones de infantería realizaron acciones contra los zapatistas.¹⁷ Según Nueva Era, cada uno de los batallones tenía 654 plazas, lo que significa que estaban comprometidos 3924 soldados de a pie. Participaron, además, el 5° regimiento de artillería, con 228 plazas, y también cuatro regimientos de caballería, con 450 efectivos cada uno, sumando 1800 soldados a caballo. Hasta esa fecha, el total de los efec-tivos del ejército regular en las operaciones antizapatistas era de 5952 soldados de línea, lo que representaba una quinta parte del ejército federal.

    La Secretaría de Gobernación comandaba en esa época a los cuerpos rurales, que eran agru-pamientos de 300 efectivos, formados con tropas exrevolucionarias de caballería. En todo el país, esa fuerza tenía cinco mil plazas. Nueve de los cuerpos rurales, con un total de 2700 efectivos, intervinieron en las acciones contra el Ejército Libertador en el mismo periodo. Igualmente concurrieron a la guerra del sur cuatro cuerpos irregulares aux-iliares del ejército, con un total de 1200 plazas, y varias agrupaciones paramilitares, los llamados cuerpos de volunta-rios, de los que se desconoce la cantidad de integrantes en ese momento.

    Según estos datos, la suma total de las fuerzas armadas del gobierno de Madero comprometi-das en acciones contra el Ejército Libertador, al 9 de febrero de 1912, por lo menos era de 9852 efectivos arma-dos.

    Esta cifra global no considera una fuerza de artillería que llevaba consigo el general Aureliano Blanquet, jefe de la columna de operaciones en el norte del estado de Guerrero. Se sabe de su existencia por un reporte de prensa, que anunció el envío de 200 metrallas y 16 mil cartuchos Mausser a dicho comandante, el 3 de enero de 1912. Tampoco se contabilizan las tropas del ejército federal enviadas desde Guadalajara a Zihuatanejo, vía Manzanillo, debido a que en ambos casos no se puede calcular la cantidad de sus efectivos, pero lucharon en contra de los zapatistas, pues Jesús H. Salgado ya se había levantado en armas en la Tierra Caliente de Guerrero, y desde ahí amenazó la Costa Grande. Por su parte, Néstor Adame, quien también combatió bajo la bandera del Plan de Ayala, inició el acoso militar de Acapulco.

    Durante las siguientes semanas, se sumaron otros contingentes a esas fuerzas del gobierno. Por esos días, Nueva Era notificó el envío de más refuerzos provenientes del norte y occidente del país, para aniquilar cuanto antes a las hordas de Zapata: 1096 voluntarios; 2175 rurales; 900 federales de infantería y 150 de caballería, así como seis cañones más.¹⁸ Si esto ocurrió así, al primer trimestre de la guerra la suma total habría sido de 13225 efectivos, es decir, más de un tercio de las fuerzas armadas del gobierno.

    En cualquiera de los casos, sean 10 mil o 13 mil efectivos, está claro que el conflicto, en los primeros meses, desbordó la intención del gobierno de acabar rápidamente con una insurrección que creía local. Esa cantidad de tropas fue insuficiente, de todos modos, para ocupar el terreno y dominar la situación militar.

    El gobierno de Madero, a pesar de la superioridad numérica, estuvo muy lejos de poder derrotar a los zapatistas porque las acciones no fueron un enfrentamiento de masa contra masa, sino una multitud de combates en que lo importante era la relación de fuerzas en un espacio-tiempo dado. Y lo decisivo fue la superioridad moral de los zapatistas.

    –Don Macedonio, yo le quería también preguntar: ¿usted qué opinión tiene en cuanto a su nacionalidad, a ser mexicano, qué es lo que lo hace ser mexicano?

    –Pues ayudar a los decaídos es un emblema, ayudar a los decaídos; cómo los ayudo y todo, y estimarnos todos como hermanos. Así.

    –Por ejemplo, ¿qué lo hace a usted sentirse mexicano?

    –Pues, la sangre se me enardece. Siento querer llorar, quiero defenderlos todavía más de lo que los he defendido. Todavía más de lo que los defendí, quiero todavía más en algunas otras cosas. Es lo que me hace ser mexicano, que estén... que no haiga miserias, que haiga abundancia en todo. Eso me hace ser a mí mexicano y ser patriota y defender a la patria. Defender a los suyos es la patria.

    –¿Qué otra cosa nos haría ser mexicanos?

    –Pues, ya no tengo más que morir por la patria, es lo que me hace sentir mexicano, en algún caso que haiga alguna invasión. Eso es todo, no ver a la gente que sea esclava.

    –¿Entonces el defender nuestro territorio y defender nuestro bienestar, digamos, unos con otros, es lo que nos identificaría como mexicanos?

    –Y morir hasta el último momento defendiendo a la patria.

    Macedonio García Ocampo,

    teniente de caballería del Ejército Libertador¹⁹

    Dilató tres días la postulación del Plan de Ayala, recordó un anciano. Desde Jumiltepec, dijo otro, como aquello de las nueve de la noche, acabando de tomar su café, Zapata, Montaño y Trinidad Ruiz empezaron a discutir el proyecto. Hacía tiempo que veían la necesidad de un plan, para tener una bandera, para llevar los proyec-tos a un fin. Calcularon las posibilidades de su discurso. ¿Qué decir, por dónde empezar? ¿Por qué este lema y por qué no el otro? ¿Cómo nombrar al adversario, cómo nombrarse a sí mismos? ¿Qué no decir? En suma, cuál era la mejor estrategia discursiva para lograr los objetivos.

    Lo que resultó en Ayoxuxtla fue la declaración solemne de los propósitos del Ejército Insurgente y su Junta Revolucionaria. El Plan de Ayala interpeló al pueblo mexicano desde una perspectiva social e histórica.

    Pero, a finales de noviembre de 1911, no podía saberse con toda certidumbre si este plan sería aceptado por los pueblos, precisamente, como bandera. El primer día eso era un reto y una apuesta.

    La afirmación del Plan de Ayala ocurrió en los campos de batalla. Del dicho se pasó al hecho y ahí, en la primera oleada de ataques desafiantes, el Plan de Ayala se volvió símbolo. Pudo entonces palparse la re-cepción positiva del discurso. Qué tal si en lugar de atacar, los zapatistas deciden esperar, considerar, consolidar, no arriesgar y buscar encontrar la mejor ocasión. Probablemente, el discurso se habría convertido sólo en andamiaje de la historia, pero no en bandera. Ésta debe marchar al frente de los combatientes, simboliza su unión y su coraje.

    En todos los aspectos la revolución zapatista impregnó el sello patriótico a la lucha social. Tierra Patria operó como símbolo del movimiento y como principio articulador de su identidad política. En él convergen todos los antagonismos. Liberación social y liberación nacional formaron una unidad de sentido, que se multiplicó en los documentos, imágenes, canciones y testimonios de la revolución del sur. La lucha por la tierra fue para los zapatistas la batalla por "to tlalticpac nantzi, mithoa Patria" (nuestra madrecita tierra, la que se dice Patria), algo más, mucho más, que una sola parcela de labor.

    Se entenderá, pues, por qué fue posible que el zapatismo se desplegara con fuerza y por qué, para esos hombres y mujeres, la guerra fue un medio serio para alcanzar objetivos serios. Con el Plan de Ayala había nacido otra revolución y, por consiguiente, otra política. Más adelante, en el momento culminante de 1914, ellos le llamarán la revolución de fuera.

    CAPÍTULO 2

    Democracia y racismo

    Primer ataque contra la población civil. Legislación para la guerra. Compatibilidad del discurso sobre la democracia capitalista y el racismo. La visión de la oligarquía sobre el pueblo mexicano. Raza. Los códigos de la guerra de exterminio. Consenso. Propaganda. Estrategia discursiva del régimen maderista. Ignorante, salvaje, bárbaro, monstruo, demonio. Efectos de poder.

    La fría mañana del viernes 9 de febrero de 1912, las tropas del gobierno destacadas en Cuernavaca fueron aprestadas para el combate. El cielo estaba completamente despejado, según el registro meteorológico. Varias partidas de los cuerpos rurales se desplazaron a la serranía, al norte de la ciudad, con el objeto de rastrear las principales posiciones de los zapatistas comandados por Genovevo de la O.

    Era, éste, un hombre de treinta y seis años que había destacado en las luchas del pueblo de Santa María Ahuacatitlán en contra de la hacienda de Temixco. Apenas siete semanas antes, Emiliano Zapata lo había nombrado coronel jefe de aquella zona para organizar mejor su fuerza, procurando juntar a las partidas pequeñas que andan por su rumbo, con la recomendación también de que hubiera orden, disciplina en su trabajo y que las fuerzas revolucionarias no se dispersaran.¹ Estas orientaciones, además de los combates, eran señal del espíritu ofensivo que animaba al Ejército Libertador. Organización, disciplina, concentración de la fuerza, son signos del firme propósito de alcanzar un objetivo. En la guerra operan como anuncio de batallas.

    Todo parece indicar que la nueva responsabilidad de coronel y jefe de zona fue asumida con diligencia por Genovevo de la O. Además de una creciente fuerza militar, que le permitía el control de importantes posiciones en la ruta México-Cuernavaca, organizó a los trabajadores de Santa María para levantar el producto del campo, llevando un minucioso registro de la asistencia a las faenas. A la hora de repartir el rancho entre sus tropas, tenía un reglamento según número de la lista para evitar el desorden, y tomaba nota de ello.² Control de territorio representaba para los revolucionarios también control de la producción, en una escala que correspondía, por cierto, a la correlación de fuerzas del momento, pero que se practicó desde el inicio de la guerra. Este tipo de organización cuidadosa tiene valor para el análisis histórico, puesto que es indicio de la posibilidad que tiene la masa de transformarse en ejército revolucionario. La fuerza de masa está implícita en todos los ejércitos, representa un fundamento y una meta. Es responsabilidad del jefe tener los mayores cuidados para evitar que ésta se transforme repentinamente, en medio del combate, en una multitud fugitiva. Dentro de cada ejército hay una masa que trata de salir, y el mayor temor con el que vive cada jefe –mayor que sus temores a la derrota e incluso al motín– es que su ejército se convierta en masa debido a algún error suyo. Porque la masa [desordenada] es la antítesis de un ejército.³

    Realizada la tarea de exploración, a las tres de la tarde se levantó el campamento de Buenavista, en la orilla norte de Cuernavaca. Se desplegaron cuatro agrupaciones, que constituían una fuerza combinada de cuerpos rurales y ejército de línea, incluyendo la artillería que iba al mando del capitán Alberto Quiroz. Antes de salir se dotó a cada soldado con una botella de petróleo y cerillos, escribió el corresponsal L. Zea.

    Al iniciarse la refriega, los zapatistas se atrincheraron en los cerros y en los tecorrales, fuera del pueblo de Santa María. Desde sus posiciones resistieron el ataque de artillería. El tiroteo había terminado, cuando repentinamente se levantó una densa nube de humo y luego inmensas llamas. Las fuerzas del gobierno habían prendido fuego a las casas. Las mujeres, niños y ancianos de la población salieron de sus hogares lanzando gritos de sufrimiento e ira. En ese momento, los combatientes zapatistas abandonaron sus trincheras y avanzaron hacia su pueblo. En sus rostros se pintaba la rabia, la desesperación y la venganza... El incendio volvía a los rebeldes ciegos y desesperados. Mostráronse valientes como nunca bajo nutrida fusilería, sembrando el camino de cadáveres, cuando descendían para llegar al pueblo buscando sus hogares que desaparecían.

    El combate se generalizó en una extensión de dos kilómetros y la artillería reanudó sus disparos. La ferocidad y la cobardía del gobierno revoloteaban. Finalmente, los zapatistas lograron retomar el control de Santa María Ahuacatitlán. A las siete de la noche terminó el ataque. La tropa del gobierno venteando petróleo y aguardiente regresó a Cuernavaca, desde donde podía observarse el resplandor de la inmensa hoguera. La tarea militar, el incendio, continuaba.

    Ésa fue la primera acción del gobierno de Madero en contra de la población civil. Señaló cuál era el sentido militar de la prosperidad moderna propalada también con albeantes colores, art nouveau y embriagantes nectarios. Durante los meses siguientes tal estrategia militar se generalizó, pero sólo en el sur del país, mayoritariamente indígena. El método de tierra arrasada no fue empleado, ni por Huerta, en las campañas del norte. Diez días más tarde, el 19 de febrero, cuando el general Juvencio Robles, jefe de la vii zona militar, ya había asumido el mando directo de las operaciones antizapatistas, se atacó e incendió nuevamente el pueblo de Santa María. Quedó en claro que el objetivo no era tomar la posición sino aterrorizar a la gente para que no apoyara, o se incorporara, al ejército insurgente. Asimismo, con esas acciones se buscaba cortar el aprovisionamiento de alimentos. La guerra popular implica que las fuerzas del pueblo (su fuerza productiva, afectiva, familiar, política, etcétera) se convierten en objetivo militar para el Estado. Por esto, porque es un conflicto entre fuerzas, no entre posiciones, es fundamental que los rebeldes sean capaces de otorgar la debida protección a la población que los apoya o que los puede apoyar; contribuyen así al despliegue de su fuerza, con intervención política armada y no armada.

    Una semana después, saldría del Palacio Nacional un telegrama expresando el ánimo cariñoso de quien es conocido como el apóstol de la democracia:

    Señor general J. Robles, por el teniente coronel Justiniano Gómez he quedado enterado con satisfacción de las operaciones militares que se están llevando a cabo en esa región y el resultado obtenido en los últimos combates de Santa María y otros puntos, por lo que me es grato enviar a usted, jefes, oficiales y soldados que han tomado parte en ellos, mi cariñosa felicitación por su valiente y leal comportamiento.

    Francisco I. Madero

    El conde de Chambrun –agregado militar de Francia en México y, durante algunos días, acompañante del general Robles en el campo de batalla– declaró al Courrier du Mexique que tenía fundadas razones para esperar los mejores resultados [de esa campaña militar] y que el zapatismo, ciertamente, será exterminado.⁶ Por su parte, los militares L. Cherrillon y R. H. Grenfeel, funcionarios de la embajada estadounidense y alemana, respectivamente, enviaron sendas notas al general Juvencio Robles, felicitando al ejército federal por su valiente comportamiento en los combates de Santa María y Cruz de Piedra.⁷

    El coronel M. T. Stovall, originario de Virginia del Sur, Estados Unidos, así como Francisco Serrano, general colombiano que participó en la campaña de Panamá, y un sobrino del expresidente nicaragüense Santos Zelaya, derrocado por los marines, ofrecieron sus servicios mercenarios a Madero. Alberto Braniff Ricard fue más allá del ofrecimiento y acudió al llamado general del gobierno para reforzar al ejército. Miembro prominente de una de las familias más ricas del porfirismo y el posporfirismo, con intereses en la banca, ferrocarriles, energía eléctrica y las industrias del papel, el acero y la textil, el precursor de la aviación en México, Beto Braniff, formó por esos días una banda paramilitar en la capital de la república. Por esto recibió de Madero el título de teniente coronel honorario, aunque el fundamento legal de esa designación fuera inexistente y se reclamara en el Congreso. Sólo había fundamento político: la convergencia del capital y el ejército para enfrentar y aniquilar a la rebelión.

    La previsión del gobierno de alcanzar una fácil victoria no se realizó. Los zapatistas, como dijeron en Ayoxuxtla, apenas comenzaban a continuar la revolución.

    El general en jefe de las fuerzas en las montañas de Santa María y Huitzilac, a sus circunvecinos les dice que: ya basta, ya le duele el corazón de ver y de saber cuánto inocente está matando el vil gobierno, pudiendo antes tomar las armas para defenderse y no morir como cordero, en manos del traidor gobierno. Por lo cual suplico al pueblo y lo invito en general que procuren ser de sentimientos morales; que se acuerden del cura Hidalgo, que murió por nosotros y movilizó al pueblo para rescatarlo. Así lo suplico ser necesario ahora, y por eso no sean perezosos ni tontos en conocer sus deberes de ayudar al pueblo, que todo el pueblo unido es el que vence a las grandes dificultades; y por eso deseo que se muevan todos los del partido, para que en cuanto antes, ya con toda la gente en general se procure quitar al mal gobierno y quede en paz, y para sacar en limpio lo que se le prometió al pueblo mexicano...

    Esta manifestación está expedida por el general en jefe del pueblo de Santa María; y con su apoyo de sus principales soldados decididos hasta el morir en su compañía, como también él mismo se ha preparado desde el principio para defender los intereses de su pueblo, y por toda su patria mexicana.

    Genovevo de la O,

    Ejército Libertador

    Militarización de la democracia

    Desde el inicio de ese gobierno, el encargado del despacho de Guerra, general brigadier José González Salas, estudió el problema militar que enfrentaría Madero. Llegó a la conclusión de que era imprescindible retomar el proyecto de ley para establecer el servicio militar obligatorio, elaborado en París un año antes por el general Bernardo Reyes.⁹ Tal propuesta fue presentada al Consejo de Ministros, el 24 de noviembre de 1911, y de inmediato se expidió el decreto para poner en marcha el plan de reclutamiento a partir del 1° de marzo del año siguiente. El objetivo a dos años fue duplicar la fuerza,¹⁰ con 30 mil nuevos soldados federales, y en siete años aumentarla en 150 mil.

    La Prusia de Bismarck fue el modelo que se tomó para alcanzar una perfecta marcha de la máquina complicadísima que se llama organización militar, cuya pieza principal es el reclutamiento.¹¹ El mundo estaba entrando de lleno a la modernidad: producción en masa, distribución en masa, mercados en masa, consumo en masa, medios de comunicación en masa, propaganda en masa, educación en masa, movimientos en masa y ejércitos en masa. El modelo de la máquina –la eficacia fundada en piezas intercambiables– era el paradigma de la era industrial y sus guerras, se imponía sin ser cuestionado. Nada se dijo de los motivos que tuvo el imperio alemán para dotarse de tal máquina armada. Pero en México solamente había dos graves conflictos a la vista: la revolución del sur y la huelga general por la jornada de ocho horas que llevaron a cabo 45 mil obreros.

    Aquél fue un proyecto muy polémico, criticado incluso por algunos partidarios de Madero, pues recordaba a la dictadura porfirista recién derrotada. El diario Nueva Era –órgano del régimen, fundado por Gustavo A. Madero y dirigido sucesivamente por Serapio Rendón, Juan Sánchez Azcona y Querido Moheno– se empeñó en defender el servicio militar obligatorio, alegando las bondades universalistas de la democracia: Deben participar todos los ciudadanos hábiles. ¿No creen los impugnadores [del servicio militar] que cuando un derecho u obligación es igual para todos, es democrático? ¿O entonces, qué es lo que entienden ustedes por democracia?¹²

    Tal argumento parecía vigoroso. Su efecto persuasivo radicaba en el poder místico de los discursos que, hablando del universo, remiten al cielo y a la unidad de la creación divina. Pero, visto en detalle, el reglamento para el sorteo de los nuevos reclutas establecía cosas bien distintas de la igualdad universal que se pregonaba. Estableció que los que tengan algún defecto físico de aspecto ridículo o monstruoso gozarían de la exención del servicio militar, igual que los hijos de propietarios rurales, siempre que la propiedad fuera de importancia y ocupe a varios trabajadores. Tendrían esa prebenda, también, los sordos, idiotas o monomaniacos y los hijos de propietarios de fábricas y establecimientos industriales que den ocupación a un número considerable de obreros e hijos de propietarios de casas importantes de comercio; así como también los individuos que estén en posesión de bienes raíces, establecimientos industriales o casas de comercio, si viven de la explotación de ellas.¹³

    Los señoritos no estaban obligados a servir militarmente para la defensa de la propiedad, mas no por incapacidad –que es lo que pudiera suponerse– sino porque se les consideraba sobrecapacitados. La autonombrada juventud dorada estaba más allá del universo. Eran de los jóvenes que, según escribió Madero, poseen grandes conocimientos que los ponen en condiciones de labrarse muy pronto una fortuna, puesto que poseen el principal factor: la maleabilidad. En cambio, otros, como los yaquis del noroeste del país, ya han demostrado que, si son excelentes labradores, son también guerreros incomparables.¹⁴

    Antaño, en Europa, el servicio de las armas fue un honor para la élite. El ciudadano romano lo reclamaba como derecho (ius honorum) para acceder al botín de guerra y algo parecido ocurrió en la Edad Media. Pero, al llegar el capitalismo y la gran industria, para evadir la obligación de arriesgar la vida, se argumentó lo complicadísimo que era todo y la necesidad de separar los cerebros que alumbraran el camino del progreso. Puro cretinismo, lo cierto es que con la gran industria aumentaron el alcance, la precisión y la letalidad de las armas. Hasta los generales de la oligarquía abandonaron el campo de batalla, cambiaron sus espadas por espadines simbólicos y se pusieron a mandar desde el gabinete. Desde entonces, buscaron otras formas más eficientes de hacer el botín: obligar a otros a combatir y reponer las bajas, como si fueran piezas intercambiables.

    La ley del servicio militar obligatorio que era necesaria para consolidar esa democracia, sin embargo, sólo podía tener efectos de poder a mediano y largo plazo. Para resolver los problemas inmediatos se adoptó otra medida. El Consejo de Ministros, cuyas reuniones eran presididas por Madero, lanzó una iniciativa de ley para suprimir por cuatro meses las garantías individuales en los estados de Morelos y Guerrero, así como en los

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1