Jinetes de Tlatelolco. Marcelino García Barragán y otros retratos del Ejército Mexicano
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Jinetes de Tlatelolco. Marcelino García Barragán y otros retratos del Ejército Mexicano - Juan Veledíaz Álvarez
Capítulo I
Soldado de estómago
Las figuras nebulosas y los cascos de unos caballos a lo lejos. Era lo primero que recordaba Marcelino García Barragán cuando platicaba del día que conoció a Pancho Villa. Sucedió a principios de 1914, en algún punto de la geografía entre Coahuila y Chihuahua.
Esa tarde escribía a máquina unos partes militares en la tienda de campaña. De pronto se levantó a darles forraje a los caballos y atravesó el campamento. Al caminar nunca volteó a los costados, sólo alcanzó a escuchar un ruido que venía del fondo.
–¡Quítateeee tenientito pendejo!
Imposible olvidar aquel vozarrón, alcanzó a reaccionar a tiempo para salvarse de ser arrollado. Después supo que se trataba de Villa, quien, a galope con integrantes de su Estado Mayor, llegaba a una reunión al campamento de la columna al mando del general Maclovio Herrera, donde Marcelino servía como escribiente.
En noviembre de 1913 el país se convulsionaba tras la asonada de Victoriano Huerta contra el presidente Francisco I. Madero. Marcelino tenía 18 años cuando abandonó Guadalajara. Ahí vivió y trabajó como obrero cuando emigró de Autlán, el poblado al que llegó de niño para estudiar la primaria desde su natal Cuautitlán.
Decía que era un relajo por esos días. El caos fue aprovechado por sus compañeros de la fábrica donde laboraba en la capital tapatía. Un grupo había asaltado la caja del lugar para costear su viaje a Chihuahua donde se sumarían a la Revolución. Por esas fechas convalecía de paperas, estaba imposibilitado para asistir al trabajo, decía que sus colegas fueron a su casa y lo sacaron casi en vilo para llevárselo con ellos.
Don Marcelino recordaba una anécdota sobre cómo se volvió villista. Ocurrio cuando viajaba en tren rumbo al norte,cuando una señora que le ayudó.1
Cuando el hambre los acució, se bajaron del tren a pedir ayuda y encontraron aquella señora. Ella les dio tortillas y frijoles, y los aconsejó:
–Miren muchachos –les dijo–, ya no tienen centavos, ¿cómo van a hacerle para comer? Mejor acérquense a los cuarteles. Métanse a la Revolución.
Marcelino y sus amigos treparon al tren y continuaron su ruta. En Coahuila encontraron un campamento de alzados, quienes eran parte de la Brigada Juárez, la de su maestro Maclovio Herrera. No olvidaba aquel momento, pues resultó que él era el único del grupo que sabía leer y escribir. Ya enrolado, a los pocos días lo nombraron sargento; semanas después era subteniente. Siempre estaba pegado a la máquina de escribir, recordaba, pues su principal tarea era redactar informes y correspondencia. A los pocos días supo que el manejo de las armas y caballos eran las dos cosas imprescindibles para sobrevivir. A cambio, comería tres veces al día y recibiría una paga. Era lo que se llamaba soldado de estómago
.2
Para García Barragán había tres tipos de militares: los de estómago –enrolados por necesidad–; los de cabeza –que usaban el uniforme como trampolín político–, y los de corazón
–por su temple. Estaba orgulloso de su origen porque creía y defendía a los hombres que, como él, venían del pueblo. Su figura recurrente era Benito Juárez, forjador del carácter de una nación. Don Marcelino criticó varias ocasiones en su carrera a los militares que utilizaban la mente sólo para enriquecerse y acaparar posiciones de poder, pensaba sobre todo en los oficiales convertidos en ayudantes de políticos. Decía que los militares de corazón eran los que amaban al país, patriotas dispuestos a dar la vida desde la institución a la que se debían.
Leer, escribir y hacer cuentas le permitió acompañar a todos lados a sus jefes villistas. Su grado escolar era tercero de primaria, máximo nivel que se podía cursar en aquel tiempo en la única escuela que había en Autlán, donde estudió de niño gracias a sus tutores que lo acogieron en Cuautitlán. Marcelino García Barragán nació el 2 de junio de 1895 en Pueblo Nuevo, una pequeña comunidad de la zona donde creció junto a su madre, Virginia Barragán Plascencia, quien lo dio en custodia después que enviudó de don Luis García