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El pensamiento político de Benito Juárez
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El pensamiento político de Benito Juárez

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El autor elabora un estudio que entremezcla el análisis de la cultura con la biografía del personaje, y buscaba las raíces de su pensamiento tanto en la geografía de su infancia como en las lecturas y posteriores experiencias que habrían de prefigurar su carácter y su vida, y toda una nación.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento18 sept 2015
ISBN9786071632548
El pensamiento político de Benito Juárez

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    Un clásico del siglo XX, no lo juzgues desde el presente. Abusa de la retórica y aunque menciona usar fuentes, el autor no las muestra. Una obra más de poesía histórica que de historiográfia.

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El pensamiento político de Benito Juárez - José C. Valadés

1972

I. IDEA FÍSICA DE LO CIRCUNDANTE

EL PENSAMIENTO no es una proposición idílica del en o del de individuales, sino la potencia, ya suasoria, ya violenta, que se deriva de los términos que dentro y fuera del sujeto concurren a las funciones de la vida.

Esta idea acerca del pensamiento proviene de los recursos de que dispone la investigación histórica actual, que ha necesitado, para el conocimiento de los hombres y la sociedad, examinar y cotejar los modos donantes de la acción de discurrir en las personas.

Sin ese método, que es ejercicio y orden en el encuentro de las cosas, los hechos y efectos de la conciencia no tendrían feliz y justa explicación —no la ganaron mientras el pensamiento del individuo sólo fue considerado al través de exposiciones verbales o escritas maravillosas—. De aquí, el influjo de obras que parecen ser el contenido primero y preciso de verdades eternas.

Cierto, certísimo, que el pensamiento debe ser seductor y por lo mismo requerir todos los encantos del lenguaje. Sin embargo, esta condición sólo puede exigirse a los pueblos que poseen lengua propia y no lengua invasora. Los derechos y atributos, ora de formas bellas, ora de maneras útiles en la expresión, únicamente se adquieren en el origen de las palabras y modos de hablar. No es, pues, tarea fácil obtener para el pensamiento, ya de un individuo, ya de una república, un puesto de honor universal, cuando aquél no se ha exhibido por medio de documentos propios a la elocuencia. Esto no obstante, la reunión de los instrumentos de autoridad suele presentar tantas evidencias sobre lo capital de un conjunto de idearios, que el pensamiento transido se transforma en valor y esencia.

A tales resultados, se repite, lleva la investigación histórica actual, pues no deja escapar a su revisión reflexiva los índices parciales o totales de individuos y sociedad. Y no sólo a esas advertencias o consejos se dilatan las averiguaciones. También se dirigen a la operación de buscar el tema de flexión o radical en la vida del hombre, con lo cual quedan, de un lado, los hechos naturales propios al desarrollo humano; de otro lado, la sustancia de las ideas, aunque éstas hayan sido pensamientos inexpresados al través del lenguaje.

Podría argüirse que con tal sistema orgánico de las ideas nada escapa al pensamiento y todo es pensamiento. Sin embargo, la lección histórica, es decir, la relación entre la tesis y la praxis, nos indicará incontestablemente cómo, cuándo y por qué la idea inexpresada se convirtió en institución específica. Así, la obra de los grandes constructores de las partes fundamentales de la Sociedad y del Estado, aunque sin estar precedida de una oración propia a las artes bellas y seductoras, ha sido objeto del examen y discernimiento de quienes aman el estudio de la jurisprudencia universal, por ser las instituciones políticas a semejanza del orden interno del individuo, aunque no siempre reproduzcan lo requerido por la naturaleza y sí lo ambicionado por el hombre.

De aquí el porqué, si no como ley absoluta sí a manera de ejemplo clásico, la autoridad personal en los regímenes políticos nace de la observación directa de la naturaleza, pues estudiando las impetuosidades de ésta, la autoridad fija los preceptos para no permitir que el individuo y la sociedad sean presa de las violencias y, en cambio, capaces de realizar la convivencia racional y voluntaria. Sin conocer los arrebatos de las fuerzas naturales, quizás el hombre no estaría en aptitud de reducir los impulsos humanos a energía coordinada; y es precisamente esa energía dictada por el individuo la que indica el poder del pensamiento —el pensamiento mismo—.

Ahora bien: la historia de los pensamientos inexpresados en textos constitucionales o literarios ha enseñado cómo la cultura de la naturaleza, que por su pragmatismo sobresale en gravedad, fuerza y donaire a las ciencias exactas, corresponde a las culturas desarrolladas en el sistema comparativo. Es por esto mismo que la cultura de la naturaleza, disímilmente de otras culturas, constituye un privilegio ofrendado casi siempre a la formación de los Estados y nacionalidades. A veces también de religiones.

Mas expliquemos: aunque los principios de la cultura de la naturaleza están hincados en la historia universal, es muy conveniente unir tales principios a los acontecimientos propios al desarrollo de cada nacionalidad. Sin ese lazo no podrá ser entendida la formación de las culturas políticas nacionales; tampoco el pensamiento de los hombres.

Y tan exacta debe ser esta premisa, que por igual los regímenes y los caudillos políticos de los países de habla española en el continente americano han sido deformados, y con esto desfigurada la historia de tales pueblos. Así, en vez del trato y estudio que merecen el cuerpo moral y jurídico de las personas y cosas de las naciones, se ha seguido el camino disasociativo de las culturas y, en consecuencia, el menos histórico, puesto que oculta y riñe la base y continuidad de Estados americanos.

Hase venido por eso mismo al campo de las revisiones históricas y sobre todo al examen racional de los pensamientos políticos inexpresados literariamente, para penetrar a la forma y fondo de un sistema de mando y gobierno que, como el régimen presidencial, ha ganado tanta raíz y frondosidad como el que más de los grandes y poderosos regímenes políticos universales.

Pero, siendo que los poderes de la república se originan en los pensamientos políticos, no habrá duda de que el pensamiento político acerca del derecho que preceptúa el régimen presidencial de México, que no es régimen de unión federativo, ni gobierno parlamentario, ni república central, ni sistema político personal, se debió a Benito Juárez.

Y una afirmación de tan sobresaliente cuantía sería contraria a la ciencia, si no fuésemos del escenario de la cultura —cultura y no biografía— de la naturaleza al de una cultura —cultura y no biografía— política dentro de las cuales Juárez ganó tronco y elevación.

La vida rural reflexiva —observación del orden cósmico, gobierno entre sí de las cosas, coordinación de las representaciones, régimen voluntario del reino animal, respeto a lo circundante extraño, continuidad de la naturaleza— constituyó la primera escuela del ser interno de Juárez.

Éste, al efecto, para el aprovechamiento de una enseñanza de los hechos precisos e imprecisos de la naturaleza, debió poseer los títulos del ambicioso. Los designios de un progreso interno han sido descritos por los biógrafos de Juárez sin dificultad ni contradicción; pero el título del ambicioso no era específico de la sangre familiar. La orfandad, el aislamiento y la rusticidad del individuo, que generalmente engendran la tenacidad, no corresponden a un estamento sanguíneo por ser comunes a las reglas humanas.

Sin lugar a mayores investigaciones, la primera manifestación del ser interno de Juárez se halla en el deseo de poseer una lengua de universalidad. ¿Qué poder tenía al efecto, fuera de las órdenes domésticas, el lenguaje nativo de Juárez?

Cierto que éste, al estudiar el español, iría de lo propio a lo extraño. Mas, ¿de qué otra manera dilatar la potencia del alma cuando el idioma indígena no pertenece al entendimiento nacional?

La lengua zapoteca había dado a Juárez las primeras voces de cariño y dolor; de trabajo y obediencia. Sin embargo, no le proporcionaba los vocablos para la transformación de sí mismo. La adopción, pues, de una lengua necesaria y no voluntaria a fin de dar alas y comunidad al pensamiento constituye, incuestionablemente, el capítulo central de la niñez de Juárez y de la formación de un ideario particular, que luego sería de mando y gobierno.

Antes, sin embargo, será indispensable remirar a Juárez como pastorcito de un rebaño de ovejas. Y remirémosle: los animales irán de un lugar a otro lugar, vigilados y conducidos, ya en el monte bronco, ya en el pastizal llanero, por el guía. Éste podrá identificar a todos y cada uno de los individuos de la manada; y como guarda y apacienta a ésta con el interés de la observación reflexiva, el propio Juárez advertirá, sin duda, que así como hay ovejas de caminar largo y audaz, otras existen que andan despacio e inciertas.

Así, a par de ambicionar el conocimiento de una lengua invasora, Juárez deducirá al través de su juicio infantil que la virtud del mando no es la función del castigo, sino el ejercicio de la armonía. Suelen, al efecto, las más débiles e irracionales criaturas del universo dar las más altas enseñanzas a la razón humana.

También aprenderá Juárez, con el ir y venir de sus ovejas, la gimnasia del trabajo. Conocerá, inequívocamente, los esfuerzos en el individuo para tener el pan cotidiano; y sentirá en su alma el principio de la responsabilidad de quien dirige. Despertaránse en Juárez, asimismo, la dulzura y satisfacción del poder dar; la templanza y el método del saber pedir. De tal manera, la cultura de la naturaleza proporcionará a Juárez una lección sobre el ejercicio del mando, pues el poder suasorio del hombre ha emanado siempre de dos primeras sustancias propias a las artes humanas: dar y pedir.

Después, como el pastor ha de estar obligado a sortear las tempestades, canícula, vientos, alimañas, trampas, malas yerbas y la soledad inmensa, Juárez obtendrá fortaleza de ánimo y vigor de cuerpo.

Pero no serán ésas las únicas lecciones de la naturaleza al pastorcito. Al través de las páginas del Libro Incomensurable, Juárez sabrá que sólo la prudencia, aunque ésta anide en el alma de la temeridad, es capaz de vencer a las tormentas, ya del cielo mítico, ya de las tierras vertebradas.

Y las lecciones físicas de la naturaleza, en la vida de Juárez, formarán interminable catálogo; y de esta suerte, la anécdota mínima se transformará en enseñanza.

Un día, por ejemplo, Juárez verá cómo un trozo de tierra sobre la cual apacienta su rebaño se desgaja al soplo de los vientos y corre veloz sobre las aguas de una laguna. El pastor quedará atónito creyendo perdidas a sus ovejas; pero al cambio los soplos de aire, mirará el regreso del desgajamiento y con esto la vuelta de las criaturas que cuida y guía.

¿No ha sido esa maravillosa lección que Juárez aplicará más tarde a la idea del retorno y continuidad de las culturas del hombre, de la Sociedad y del Estado? Individuos e ideas, reflexionará Juárez adelante, suelen desaparecer de los teatros políticos. ¿Por qué no saber esperar su regreso? ¿No hay acaso una ley que suelda las partes de todos los cuerpos y mentalidades cuando aquéllos y éstas representan o corresponden a un principio común? ¿No es la virtud y ciencia de la espera el material sólido y magnífico de que se han servido los estadistas o caudillos para dar carne y sangre a las naciones?

Así, el conjunto de las fuerzas que manifiestan el poder del universo sirvió para proporcionar un conocimiento racional más al guía de las ovejas. Y todavía le doctrinará en otro principio que, no obstante pertenecer al mando de las leyes físicas, hinca una cualidad moral: la de saber resistir callada y solemnemente el

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