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Luces políticas y cultura universal: Biografías de Alamán, Gutiérrez de Estrada,
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Luces políticas y cultura universal: Biografías de Alamán, Gutiérrez de Estrada,
Libro electrónico973 páginas21 horas

Luces políticas y cultura universal: Biografías de Alamán, Gutiérrez de Estrada,

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En este libro se reúnen cuatro trabajos biográficos de uno de los historiadores más destacados del pasado siglo. Con un particular estilo, mezcla de periodismo e historia, José C. Valadés afronta el reto de retratar la vida de algunos de los personajes fundamentales del siglo XIX con legados que merman la reconstrucción histórica de sus acciones: Ignacio Comonfort, Lucas Alamán, José María Gutiérrez de Estrada y Melchor Ocampo.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento12 ago 2015
ISBN9786071631930
Luces políticas y cultura universal: Biografías de Alamán, Gutiérrez de Estrada,

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    Luces políticas y cultura universal - José C. Valadés

    SECCIÓN DE OBRAS DE HISTORIA


    LUCES POLÍTICAS Y CULTURA UNIVERSAL

    JOSÉ C. VALADÉS

    Luces políticas y cultura universal

    BIOGRAFÍAS DE ALAMÁN, GUTIÉRREZ DE ESTRADA, COMONFORT, OCAMPO

    Primera edición, 2014

    Primera edición electrónica, 2015

    Diseño de portada: Teresa Guzmán Romero

    D. R. © 2014, José Diego Valadés

    D. R. © 2014, Fondo de Cultura Económica

    Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 México, D. F.

    Empresa certificada ISO 9001:2008

    Comentarios:

    editorial@fondodeculturaeconomica.com

    Tel. (55) 5227-4672

    Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc. son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicana e internacionales del copyright o derecho de autor.

    ISBN 978-607-16-3193-0 (ePub)

    Hecho en México - Made in Mexico

    ÍNDICE

    ALAMÁN, ESTADISTA E HISTORIADOR

    A don Ignacio E. Lozano

    NOTICIAS PRELIMINARES

    1

    Si quien se ocupa de la historia y de la vida de un hombre está obligado a señalar las fuentes que le permitieran hacer resurgir —y no en un sentido de gloria, ni siquiera de valor subjetivo, sino de historicidad— la figura del pasado, obligación tiene también de explicar el porqué del propósito, y en qué medio actuó y qué estado de ánimo alimentaba y por fin, qué método empleó en la tarea.

    Por más amor que se tenga a la verdad, por más afán que se emplee en la investigación, por más interés que se consagre al trabajo, interés, afán y amor se pierden cuando el escritor no se coloca en un medio, si no de igualdad —¡quién podría hacerlo a un siglo de distancia!—, sí de un conjunto de factores equivalentes a los que se dispone a narrar y a interpretar.

    ¡Cuánto y cómo influye en el escritor el medio! Si en algún acto de la vida es indispensable desprender la individualización del individuo, ha de ser al trasplantar sentido y realidad, realidad y sentido a los hechos del pasado. Se ha de vivir en un mundo diferente al que se vive. No fueron ni los hombres, ni la sociedad de ayer, la sociedad y los hombres de hoy.

    Ha de olvidarse la subjetividad que nos rodea. Hay que vivir, por horas y por días, un mundo que fue y que ya no es. Hay que desligarse de la sociedad, de los amigos, de uno mismo, y gozar y sufrir, y pensar y creer lo que el biografiado gozó, sufrió, pensó y creyó.

    Y si a veces hay necesidad de abandonar al biografiado, es para avalorar los instantes de su vida y de su historia, en los cuales el desquiciamiento moral o el desquiciamiento físico le empequeñecen en grandezas o le engrandecen en pequeñeces. Y no es esta avaloración un juicio final; no es la sentencia histórica, que no existe en el método objetivo; no es la elección entre lo apolíneo y lo satánico: es la guía arquitectónica para una figura que se reconstruye.

    2

    Fue don José Vasconcelos —guía espiritual de un pueblo que no lo comprende— quien me llevó a don Lucas Alamán.

    Vasconcelos trazó, intuitivamente, al hombre, al creador, al imaginativo que fue Alamán. Pero ¿fue Alamán el Alamán vasconceliano?

    El Alamán vasconceliano es el Alamán de la ráfaga cintilante que fulgió sobre el cielo mexicano a mediados del siglo pasado. Vasconcelos inspirose en el alamanismo que fue, principio de raza, principio de ideas, principio de moral, principio de instituciones. Nada parte y todo parte, de y para una nacionalidad, de esa idea sobre la cual Vasconcelos forjó su Alamán.

    Pero, históricamente, ¿era el pensamiento vasconceliano la interpretación justa del alamanismo? ¿Vasconcelos con su maravillosa pasión había superado al investigador?

    Cualquiera que la respuesta fuese, ella invitaba a la investigación, al estudio, al método: tal fue el origen de este trabajo.

    3

    Ardua era la tarea por emprender; superior a mis posibilidades económicas, cuando el mercantilismo lo abarca todo. Mas grande fue mi fortuna cuando, ya en el camino de la investigación, me hallé con la generosidad de un amigo: de don Salvador Noriega, que puso en mis manos, con caballerosidad y desprendimiento sin iguales, los papeles de don Lucas Alamán —que tanto él como su señor padre don Juan Manuel Noriega han conservado cariñosamente— y que constituyen la parte documental más importante de esta biografía, sin cuyo valioso auxilio no habría yo dado cima a mi modesto trabajo.

    Tuve además la buena suerte de contar con el estímulo de don Genaro Estrada, amigo inolvidable con quien leía yo las páginas de este trabajo cuando lo sorprendió la muerte. Era don Genaro animador desinteresado de todos los que se ocupan de la historia mexicana. Con este recuerdo a su memoria vaya mi gratitud.

    He de expresar también públicamente mi agradecimiento al profesor don Aurelio Manrique júnior, director de la Biblioteca Nacional, quien con verdadero cariño, se interesó en mis investigaciones, dándome todo género de facilidades para realizarlas dentro de la Institución que dirige; a don Ricardo Obregón, que puso a mi disposición en la ciudad de Celaya los archivos de la hacienda de Trojes; a don Alfonso Alamán, que de París me remitió valiosos documentos; a don Rafael Alamán, quien hizo llegar a mi mano importantes papeles de familia; a don Luis González Obregón; a don Salvador Azuela; a don Benjamín Tamayo; a don Fernando Torres Vivanco; a don Joaquín Meade; a don Eduardo Enrique Ríos; a don Jorge Flores D.; a don José de J. Núñez y Domínguez; a don Guillermo M. Echániz, y a cuantos amigos me hicieron inestimables indicaciones.

    J. C. V.

    I. ABRIENDO LOS OJOS (1792-1810)

    1

    CUANDO Lucas Alamán alzó la vista para contemplar el espectáculo de la vida, encontrose frente a un escenario en el que representábase un acto que era de desenfreno, de crueldad, de dolor.

    Los dieciocho años de existencia que contaba hasta entonces, habíanse desarrollado en el mecanismo rígido e inconmovible de la amistad, de la escuela, de la ciudad, de la religión, de la familia y del Estado coloniales, y en el cual los contrastes de la vida pasaban inadvertidos: la desgracia y la dicha, lo trágico y lo cómico llevaban el ritmo de una sociedad en la cual el orden y la paz eran el goce supremo.

    Así ¡cómo no habrían de grabarse en el corazón del joven Alamán las desgarradoras escenas ante las que abrió la ventana de su conciencia el 30 de septiembre de 1810!

    2

    En el año del Señor de setecientos noventa y dos, a veinte de Octubre, en esta Santa Iglesia Parroquial de Guanajuato, yo el Dr. D. Manuel de Quesada, Cura y Juez Eclesiástico de esta ciudad y su partido, bauticé solemnemente, puse óleo y crisma, y por nombre Lucas Ignacio José, Joaquín Pedro de Alcántara, Juan Bautista Francisco de Paula, a un infante español, de tres días, hijo legítimo de D. Juan Vicente Alamán y de Da. María Ignacia Escalada: fue su padrino D. Tomás de Alamán, a quien advertí el parentesco espiritual y la obligación de enseñar al ahijado la doctrina cristiana,

    dice la partida de bautismo a fojas 171 de uno de los libros de la administración de la parroquia de la ciudad de Guanajuato.

    Los padres del recién nacido eran de noble ascendencia. Don Juan Vicente descendía de los muy poderosos señores que fueron los Alamán en el Condado de Tolosa en los siglos XII y XIII; doña María Ignacia era descendiente de don Pedro Busto, Caballero de Ocaña.

    Había llegado don Juan Vicente a Nueva España por el año de 1770, y atraído quizá por las fabulosas riquezas de las minas de Guanajuato, había ido a establecerse a este real de minas. Tenía entonces el joven Alamán veintitrés años. Era nativo de Ochagavía, en el valle de Salazar, Navarra, siendo hijo de don Juan Vicente Alamán (nació el 8 de abril de 1724 y murió el 13 de diciembre de 1793) y de doña Francisca Ochoa (murió el 26 de abril de 1753).

    Fueron los Alamán Señores de Castelnuevo de Nonafus, de Labastida de Levis, de Graulhet, de Puybegon, de Rabastens, en el país albigense; de San Sulpicio, de Azas, de Montastruc, de Corbarieu, de Buloc, en el país tolosano. Diosdado Alamán, del primero de quien se tiene noticia, vivía en 1234 y fue padre de Sicardo el Viejo, consejero de Raymundo VII, conde de Tolosa, quien lo hizo lugarteniente de todos sus Estados en 1249. Dos años después Alfonso de Poitiers, heredero del último conde de Tolosa, lo confirmó en ese cargo.

    Hijo de Sicardo el Viejo y de Beatriz de Medulión fue Sicardo el Joven, casado en primeras nupcias con una Medulión y en segundas con una Lautrec. El Joven murió en 1279, desapareciendo con él el poderío de esta rama. La mayor parte de sus bienes pasó a su yerno Bertran, vizconde de Lautrec, de donde surgió la casa grande de los Toulouse-Lautrec, franceses.

    Un hermano de Sicardo el Joven, Diosdado, casó con doña Fines, y uno de los hijos de este matrimonio, Raymundo, fue el origen de la rama directa de don Lucas Alamán.

    A la muerte de Sicardo el Joven, los Alamán fueron perseguidos por la Inquisición, pues se les suponía partidarios de la herejía cátara, que dio motivo a la terrible guerra de los albigenses, y fue durante esa guerra cuando los Alamán pasaron a sus posesiones de Navarra, sin que se vuelva a encontrar huellas de su existencia en las regiones del sureste de Francia, en las cuales, durante tres siglos, ejercieron las más altas funciones.

    Las armas de los Alamán eran de azur y un vuelo bajado de plata, según dice Demay en su obra Le costume au moyen-âge d’après les sceaux.

    En el siglo XVII, se encuentra a los Alamán en Ochagavía. En el archivo de la parroquia de San Juan Evangelista aparecen los nombres de Juan Alamán casado con María Enojanz el 11 de junio de 1644, padres de Carlos Alamán, nacido el 6 de enero de 1645 y casado con Juana Garro; padres éstos de José Alamán (nació el 21 de septiembre de 1682) y unido en matrimonio el 21 de diciembre de 1718 con Margarita Arbe. Hijo de don José y de doña Margarita fue el abuelo de don Lucas Alamán.

    De los Busto, ascendientes por el lado materno de don Lucas, Ocariz dice: En las montañas de Burgos, en el valle de Escaño, cerca de la Rioja y del valle de Valdeosera, fue la casa solariega del noble linaje de Busto. Sus armas son: escudo partido de azur y oro, cargado con una águila explayada, trocados los esmaltes.

    Descendientes de don Pedro de Busto, caballero de Ocaña quien en 1745, según dice Zurita en los Anales de Aragón, tomó las armas en favor de la reina Isabel y, auxiliado por Rodrigo Manrique, maestre de Santiago y el conde de Cifuentes, venció al marqués de Villena, que se había declarado en favor de don Enrique; era el capitán Francisco Busto Moya Pérez y Monroy llegado a Nueva España en los primeros años del siglo XVIII.

    Establecido en el real de minas de Santa Fe de Guanajuato, el capitán Busto iniciose en la minería con grande éxito, llegando pocos años después a ser dueño de las minas de Cata y de Mellado y de las haciendas Dolores, San Jerónimo y San Clemente; y como todos los mineros enriquecidos en Nueva España, el capitán aspiró a un título de Castilla que concediole el rey Felipe V, el 20 de diciembre de 1730.

    Don Felipe —dice la cédula—, "vine en conceder al Abad y Monje del Monasterio de San Victoriano en el mi reino de Aragón, cuatro títulos de Castilla, para que beneficiado cada uno en veintidós mil ducados de vellón, pueda con sus productos continuar la obra y reedificación de la Iglesia que está amenazando ruina, y habiéndoseme presentado ahora por parte de los referidos Abad y Monje que han beneficiado uno de esos cuatro títulos al Capitán don Francisco Matías Busto Moya Pérez y Monroy, Regidor de primera del Real y Villa de Santa Fe de Guanajuato en los Reinos de Nueva España, en los expresados veintidós mil ducados de vellón, para vos y vuestros hijos, herederos y sucesores […] he tenido por bien en su conformidad y porque habéis elegido el de Marqués de San Clemente, mi voluntad que vos os podáis llamar e intitular y os hago e intitulo Marqués de San Clemente.

    El escudo del marquesado era el mismo de la familia Busto, sólo que tenía una orla de plata y estaba timbrado con corona de marqués.

    3

    Familia muy piadosa fue la de Busto. A doña José Teresa de Busto y Moya, hermana del marqués de San Clemente y viuda de don Gonzalo de Aranda, debiose la fundación de la casa de la Compañía de Jesús en Guanajuato y el establecimiento en 1732 del colegio de la Purísima Concepción, hoy del Estado.

    Doña José Teresa, matrona timorata y sin dependencia de varón, a la que no faltaban maravedís en arcas y sus fincas con pingües rendimientos, pues entre sus grandes propiedades contaba las haciendas de San Miguel, de Aguasbuenas y de Santa Teresa; habiendo concurrido a una función de San Francisco Javier en unión de otras personas pudientes escuchó la plática del sacerdote don Antonio Ibarbuen sobre la falta de un colegio para la Compañía de Jesús en Guanajuato.

    La dama, interesada en la plática del sacerdote Ibarbuen

    se resolvió a dejar el quinto de sus bienes haciéndose fundadora del Colegio […] Aportó desde luego dos fincas valiosas, la una en veintiséis mil pesos, en la esquina de la Plaza de la Parroquia, bajando por el camino de las minas, y otra, que valuó en once mil pesos y fue la que sirvió de habitación a los jesuitas […] Además, acreció sus dádivas hasta la suma de cincuenta mil pesos […] Siguiendo tan fervoroso ejemplo el marqués de San Clemente, don Francisco Matías de Busto, contribuyó con diez mil pesos y con cinco mil pesos don Juan de Hervas.

    Hecha la donación, la señora Busto y Moya comunicó el suceso a su hijo don Ildefonso de Aranda, que era eclesiástico y doctor en teología, y ambos se dirigieron al P. Manuel Valtierra, quien formuló un memorial para el Provincial de los Jesuitas don Juan Antonio de Oviedo, haciendo hincapié sobre lo útil que sería la fundación del establecimiento.

    Llegaron los jesuitas a Guanajuato el día 1º de octubre de 1732 y desde luego, escogieron para establecer su colegio la casa que había sido la morada de la ilustre fundadora doña José Teresa de Busto y Moya, situada […] en la calle del Cerero.

    El marqués, por su parte, había hecho construir la capilla del camarín —ahora bautisterio de la parroquia de Guanajuato— para que sirviese de sepulcro suyo y de sus descendientes. Allí estuvo su retrato hasta los primeros años del siglo actual, y en la cripta se encuentran sus restos.

    Murió el capitán Busto el 3 de junio de 1747. Cinco años antes, el 13 de abril de 1742, había muerto su hermana doña José Teresa.

    Casado con doña Luisa Marmolejo y Esquivel, el capitán dejó dos hijos: Francisco Cristóbal y Josefa Antonia; aquél murió sin sucesión y ésta casó con el minero don Antonio Jacinto Díez Madroñero, regidor y alcalde provincial de Guanajuato. De este matrimonio vino al mundo doña Antonia Madroñero, que casada con el capitán Francisco Escalada, fue la abuela materna de don Lucas Alamán.

    Rica era la familia. En una nota de su puño y letra (sin fecha, y seguramente escrita con motivo de las segundas nupcias que contrajo con doña María Antonia de Borja), don Antonio Jacinto comunica a su hija doña Antonia lo que correspondíale por la herencia de su madre: en efectivo, doce mil setecientos cuarenta y cuatro pesos; en barras de plata, tres mil pesos; en alhajas, tres mil pesos; en liquidación de varios, seis mil seiscientos ochenta y cuatro pesos.

    No era, por supuesto, ésta la total fortuna de los descendientes del marqués de San Clemente. A los bienes de Díez Madroñero habían ingresado los que dejole su esposa, doña Josefa Antonia, y entre ellos una fuerte participación en las minas de Cata y de Mellado, aunque la primera pasó poco después, casi por entero, a poder de la familia Sardaneta.

    Hija del matrimonio Escalada-Madroñero era doña María Ignacia, que el 12 de noviembre de 1770 casó con don Gabriel Arechederreta, originario de la villa de Durango del señorío de Vizcaya en el reino de Castilla y a la sazón alcalde ordinario de segundo voto de la ciudad de Guanajuato.

    4

    Coincidencia extraordinaria: en el mismo año que doña María Ignacia Escalada contraía matrimonio, llegaba a Guanajuato don Juan Vicente Alamán, que había de ser su segundo esposo.

    Dedicose don Juan Vicente al ramo de minería, estableciendo una casa de avío que fue muy próspera. Al mismo tiempo ocupó importantes cargos en el gobierno civil de la ciudad, habiendo dejado un manuscrito que, a pesar de estar incompleto, da una buena idea de las actividades que desarrolló. Es éste el único documento que hemos encontrado sobre la vida del padre de don Lucas en Nueva España, y aunque sin fecha se desprende que fue escrito a fines del siglo XVIII.

    Habiendo hallado —escribe don Juan Vicente—, el día primero de este año con billetes del M. I. C., suponiéndome que sería llamado para ocuparme de algún puesto público, y respondido en palabra que no admitía, pues ya sabía que estaba exento, y que así procediera a nueva elección antes de que se publicara, vuelto a llamarme hube de presentarme en su sala capitular, en donde se me hizo saber el nombramiento hecho para mí para alcalde de segunda elección, a lo que me excusé de nuevo haciendo presente el despacho de releva que tenía presentado, aunque contenía la calidad de por ahora, exponiendo otras varias razones, y entre ellas mis notorias enfermedades, que de nada me sirvieron; por lo que en obsequio de la paz, por el respeto y súplica que interpuso el señor intendente y por evitar un escándalo en circunstancias que todo el pueblo estaba en expectación, como que vio pasar a mi casa dos veces al macero, hube de admitir, en el concepto de que el de primera elección era el licenciado don Felipe Francisco Riaño, a quien por su antigüedad y por haber servido el mismo empleo en mi compañía el año de 81, lo hacía acreedor a que me prefiriese; pero luego que conocí mi equívoco, advirtiendo que el otro Alcalde era el regidor provisional don Bernardo Chico, que jamás ha obtenido empleo alguno electivo, lo reclamé al M. I. C., no ya para revocar, pues ya estaba pública y yo tenía admitido y jurado el mío, sino para que se viera el agravio que se había hecho: viendo, pues, asunto de tanta gravedad, en el que mi reputación y honor son atropellados, me es indispensable hacer este ocurso en defensa de mi crédito ofendido, para que se me reintegre como es de justicia, según lo voy a fundar, para lo cual me es preciso referir por delante mis méritos y servicios, puesto que me han estrechado a ello.

    Empecé mis servicios en el año de 81, que este I. C. se dignó ocupar mi persona honrándome con el empleo de Alcalde ordinario de segunda elección, en el que procuré llenar la confianza y concepto que de mí se había hecho, dedicándome enteramente al desempeño de esta obligación, abandonando mis propios intereses y negocios al cuidado de los subalternos, en que fuera de los crecidos gastos que trae el empleo, tuve pérdidas irreparables, como es público y notorio.

    En fines del mismo año de 81, tuve el honor de entrar a ser miembro de este I. A. tomando posesión del empleo de regidor Capitular, y desde luego me fui prestando para todo, y se me fueron confiando las comisiones más laboriosas y graves, a más de las comunes de todos los regidores: la limpia del río fue a mi cargo en los años de 82 y 83; en Octubre de 85 pasé al reconocimiento de las Trojes de las jurisdicciones de Irapuato y Silao, y a ver las existencias de maíz y trigo para la provisión pública en la calamidad que ya estaba declarada con la pérdida del año por falta de las aguas, comisionándome también luego que regresé para los Hospicios que se pusieron para recoger y alimentar en ellos a los pobres, supliendo de mi bolsa el gasto que faltaba, pues que al fin se me pagó. En Mayo 86 separándome del cargo de los hospicios se me destinó a la Junta de provisión de víveres establecida en la Real Caja de orden superior, que tanto por el tino que era menester para que no faltaran víveres ni sobraran muchos para evitar la pérdida que podría haber sobre compras de suma carestía, como por más de trescientos cincuenta mil pesos que se juntaron para fondos parte de ellos a réditos de que era responsable la ciudad, fue asunto de los más graves que jamás puede tener, sin más recurso a proveer al público que las compras de la ciudad, pues de venta no entraba ningún maíz ni trigo, y aunque eran varios los sujetos que componía la Junta, la ejecución de todo libraron en mí; y así que hubo fondos en dinero y que consideré no era menester para más compras, dispuse la redención de sesenta mil pesos a la Sta. Iglesia de Valladolid y de ciento cinco mil al fondo de temporalidades antes del tiempo condicionado, con el fin de quitar el gravamen que así se hizo, pagando después las demás cantidades a los que las suplieron, y últimamente al vecindario las que cada uno hizo graciosamente sin pensión alguna: desempeñando así sin que hubiesen faltado semillas ni sobrado más que mil y tantas fanegas de maíz, que aun de un mil de ellas hubiere salido por junto a cuatro pesos por Noviembre, que ya abundaba el nuevo, si no han sido de contrario sentir los demás vocales, pues con el mismo dinero por diciembre se podían haber comprado dos mil fanegas.

    En 87 que por falta de postor quedó el abasto de carnes de cuenta de la ciudad, esforcé más que ninguno en el asunto, graduando con prudencia las porciones de carnero y res que se podían dar, exponiendo para ello mis razones, en que convinieron la mitad de los vocales, y por voto decisivo del presidente se resolvió a favor de los de igual número que dictaminaron mayor porción, de que resultó en lo mejor del año corrido hasta septiembre alguna pérdida y mayor hasta el fin aun bajada de la porción de carnes que fue preciso hacer, y esto manejándolo los que gritaban las ventajas a favor del público y fondos de la ciudad, que fueron los causantes del retiro del único postor que hubo al principio: en obsequio de la verdad debo decir, que el uno que era el difunto Ríos lo hacía de buena fe y dejó un legado de dos mil pesos que se aplicó para resarcir en parte el quebranto, pero no así el otro que lo hacía como todas sus cosas.

    En 87 y 88 corría con la comisión del Pócito, cuyos fondos debido la mayor parte a la actividad y celo del procurador don Manuel Cobo García se habían consumido casi en todo el año de 86, en otros dos hospicios puestos de orden superior para socorrer a los pobres en las necesidades tan terribles de hambre y peste: y en principio de 89 que habiéndome electo de Procurador general fue preciso sacudirme de esta comisión dada la cuenta de ella, pagado el dinero que se me dio para las compras en los dos años, di existentes tres mil y tantas fanegas de maíz compradas a cinco reales que en febrero del mismo año se vendieron a más de tres pesos fanega, la cual existencia fue debida a mi actividad y celo, y hubiera sido en mucha mayor porción si el I. C. ha atendido a mis representaciones hechas por escrito, que pedí en tiempo la venta de tres mil y más fanegas de maíz el año de 87 al precio corriente, sacando el costo que tenía de tres pesos exponiendo graves fundamentos para temer la baja de precio, y con ella la pérdida como así se verificó a pesar de mis repetidos reclamos, pues en agosto que por fin se vendió a trece reales perdiendo la mitad del dinero y aún más rebajando los derechos y gastos.

    En 89 que fui electo de Procurador General revestido y autorizado con el nuevo carácter a favor del público promoví a su beneficio cuantos asuntos me permitió el tiempo y sus circunstancias: uno de los más notables fue suspender la formación en gremio de los zapateros, que cuatro cabecillas intentaban poner la ley, estacando con ellos la facultad de trabajar, dejando perecer a centenares del oficio, que por su miseria no podían soportar los costos del examen; otro fue el de los panaderos que dos de ellos sostenidos por un regidor capitular [cosa increíble] formaron un arancel, el cual querían hacer valer para arreglarse a él: la maldad que envolvía hice ver con muchos ensayes y conseguí que hecho otro con aumento de dos onzas de pan en medio real graduado por los ensayes y por los panaderos de la mejor nota se aprovechase y estableciese éste, anulando aquél sin costo alguno a las ventas públicas, cuando el año anterior en ambos expedientes se gastaron más de trescientos pesos en disputas sin avanzar nada.

    Pero el grande asunto del tiempo de mi Procuración fue el que voy a referir. Habiendo sido muy escaso de lluvias el año, desde agosto ya se declaró malo de cosechas de maíz, y empezó a escasear su entrada subiendo cada día de precio el poco que venía: desde entonces empecé a pedir providencias para las provincias de Valladolid y Guadalajara, a fin de que no estorbaran a los trajineros la saca de maíces para esta ciudad.

    Muy meritorios habían sido, ciertamente, los servicios prestados a la ciudad por don Juan Vicente, sobre todo en el año de 1786 cuando, víctima Guanajuato del hambre y de la peste, no sólo se encargó de organizar un solemnísimo novenario y una procesión (16 de abril) de la imagen de Nuestra Señora de la Luz para invocar la protección divina, sino que estableció una junta para el abastecimiento de víveres, y a la que donaron tanto él como don Pedro González una fuerte cantidad.

    Debiose también al empeño de don Juan Vicente el que la corporación municipal resolviese reedificar las casas reales en febrero de 1792; y al efecto fue comisionado por el cabildo para que vigilase dichas construcciones, y aunque al año siguiente apoyó la idea del Procurador General del Ayuntamiento para la fabricación de la Alhóndiga de Granaditas que había de ser el granero central para evitar que se repitiese la tragedia popular de 1786, al tener noticia de que el intendente Riaño pretendía que el nuevo edificio fuese muy ostentoso, el señor Alamán opúsose a ello creyendo indebido que se hiciese un palacio para el maíz.

    Mi padre —escribe don Lucas—, no obstante la amistad que tenía con el Intendente, desaprobaba la construcción de este edificio, pareciéndole preferible que los fondos que en él se invirtieran, procedentes de una contribución de dos reales en cada carga de maíz que se introducía en Guanajuato, se gastasen en hacer el camino que después se ha empezado por los cerros al Norte de la Cañada, para evitar el tránsito por ésta, harto peligroso en tiempo de aguas, que fue el objeto con que la contribución se impuso, y censurando con agudeza el demasiado lujo de arquitectura y ornato decía que el señor Riaño estaba haciendo un palacio para el maíz.

    5

    Era don Juan Vicente Alamán persona rica y distinguida en Guanajuato cuando en 1780 contrajo matrimonio con doña María Ignacia Escalada viuda de don Gabriel de Arechederreta. Doña María Ignacia, mujer inteligente y de grande energía, había enviudado cuatro años antes. Era madre de un niño que en el correr de los años sería hombre de poderosa influencia entre el Clero mexicano y sería también rector de los colegios de Santa María de Todos Santos y de San Juan de Letrán, y canónigo de la Iglesia Metropolitana de México: don Juan Bautista de Arechederreta.

    De este matrimonio nació el 25 de diciembre de 1781 María de la Luz Estefanía Anna José Ignacia Alamán, y al año siguiente vino al mundo Agustina, muerta poco después. Diez años más tarde nació Lucas.

    Al nacimiento de su hijo encontrábase don Juan Vicente en la cumbre de su carrera de minero. Desempeñaba a la sazón funciones de administrador de tabacos en Guanajuato; explotaba con provecho las minas del Rincón de Centero, de San Juan y del Durazno, siendo esta última la que rindió mayores productos. Su casa de avío, establecida en el Patrocinio, tenía injerencia en todas las empresas mineras guanajuatenses. Unida su fortuna a la de su esposa, era Alamán uno de los más acaudalados mineros de Guanajuato, aunque la reunión de ambos capitales motivó un grave incidente familiar, pues Arechederreta reclamó la parte que le correspondía de su herencia paterna, entablando un pleito con don Juan Vicente, cosa que amargó grandemente los últimos años de éste.

    Para don Juan Vicente, el nacimiento de Lucas fue un verdadero suceso. Por diez años había esperado la llegada de un hijo que perpetuase su nombre, y disfrutando de riqueza y felicidad quiso solemnizar el acontecimiento estrenando la mansión que había hecho construir.

    Con mi nacimiento, escribe Alamán en su autobiografía inédita, se estrenó la casa que mi padre construyó en la plaza de Guanajuato, en la cuesta del Marqués, a propósito de la cual don Agustín Lanuza dice:

    Como a espaldas de las susodichas accesorias (del coronel Manuel de la Canal) y en un jirón del mencionado sitio […] había construido don Juan Vicente Alamán, rico minero y comerciante de platas, un mirador, interesado […] en adquirir tales accesorias, hubo de comprarlas a don José Mariano Loreto de la Canal en el año de 1791 [… y] levantó […] una gran casa […] con un costo de más de sesenta mil pesos [… cuyo] aspecto exterior nos está diciendo que era una de las casas fuertes de Guanajuato con su ancha y rasgada puerta de entrada, su fachada con cuatro espaciosas balconerías, todas de hierro forjado, sustentadas por ménsulas de cantera rosa tallada, y corridas las jambas de las ventanas hasta el cornisamento; rematando el frontis dos pedestales donde se izaban entonces los reales pendones […] La casa [… era] un verdadero banco que habilitaba o refaccionaba a mineros y beneficiadores, tanto criollos como españoles, con un descuento en el valor de la plata que en pago recibían, según las reglas establecidas para los avíos a precio de platas, en las Ordenanzas de minería.

    6

    En el mismo año en que nació don Lucas Alamán llegó a Guanajuato para hacerse cargo de la intendencia, uno de los hombres más distinguidos de la época colonial: don Juan Antonio de Riaño y Bárcena.

    Originario de Liérganes, en las montañas de Santander, Riaño nació el 16 de mayo de 1757 y después de una brillante y honrosa carrera en la marina, logró el grado de capitán de fragata; y cuando la expedición que mandaba don Bernardo de Gálvez, después conde de Gálvez, sitió y tomó a Panzacola y se hizo dueño de la Florida, el general con varios de sus principales oficiales pasó a Nueva Orleans, donde casó, y lo mismo hizo el señor Riaño.

    Fue la esposa del señor Riaño doña Victoria de Saint Maxent —nativa de Nueva Orleans y hermana de la virreina condesa de Gálvez—, dama que se hacía estimar de todos los que la conocían por la suavidad y uniformidad de su trato, haciendo agradable su conversación aun con los mismos defectos de su pronunciación, pues nunca habló bien el castellano.

    Establecidas en Nueva España las intendencias por la variación que se hizo en el gobierno de América por efecto de la visita de don José de Gálvez, marqués de la Sonora, y ministro universal de Indias, tío de don Bernardo (virrey de Nueva España), el señor Riaño fue nombrado Intendente de Valladolid, de donde pasó con igual empleo a Guanajuato.

    Riaño, que ha de llenar dos décadas de la vida guanajuatense, que ha de modelar el alma de jóvenes como Alamán, es la esencia del castellano. Su sentido estético, su apasionado orgullo, su intachable valor, lo conducen más allá del imperio que se va apagando; es el último hombre que ha dado España para una nueva Nueva España.

    Reúne en su intendencia a matemáticos, a físicos, a arquitectos. En su hogar se habla el francés, pero, no obstante ello, no déjase influenciar por lo híbrido de los enciclopedistas; es la cultura y el espíritu hispánicos los que han de beber sus hijos y los amigos de sus hijos. Su casa era una academia […] En aquel santuario del honor jamás penetró el oro corruptor, ni hizo bajar el fiel de la justicia.

    A él se le debe la afición que los jóvenes de aquella ciudad tomaron al dibujo, a las matemáticas, a las lenguas extranjeras, al estudio de los clásicos, así como también los progresos que la arquitectura hizo en toda la provincia. Todo el que emprendía construir alguna casa en Guanajuato, estaba seguro de tener en el Intendente un sobrestante activo que visitaba frecuentemente la obra, daba instrucciones a los arquitectos de aquella ciudad que se formaron en su escuela y aun enseñaba a los canteros el corte de las piedras.

    Don Carlos María de Bustamante, todavía cuando reinaba el trágico grito de mueran los gachupines, escribió de Riaño:

    Él fue el primero que introdujo la policía frumentaria en Valladolid y en Guanajuato, y con ella la abundancia. Él hizo efectiva la teoría de jovellanos, y a merced de la liberalidad de sus principios el monstruo del hambre quedó ahogado […] Previó la suerte de este continente; fue víctima de su honor militar […] Puesto a la cabeza de la administración pública en cualquier ramo, habría formado la dicha de su nación. Tamaño astro estaba colocado fuera de la órbita sobre la que debía girar. Amó a los americanos, y fue el único jefe que en la lid de nuestra libertad se ajustó a los principios de la guerra y de gentes. La naturaleza le dio a par de un grande ingenio un bello personal: su gesto y modo airoso anunciaba la linda alma que lo animaba.

    En la sociedad que Riaño había formado la señora Victoria aumentaba el atractivo […] por su amabilidad y por sus finos y elegantes modales que recordaban la corte de Luis XV, al mismo tiempo que su franqueza le hacía familiarizarse con todas las señoras distinguidas de Guanajuato en donde era universalmente estimada.

    En esta sociedad fue en la que Alamán instruyose. Riaño fue el maestro de su pensamiento; con él aprendió a amar las lenguas, la música, la pintura, las ciencias naturales.

    7

    Conoció Alamán las primeras letras con doña Josefa Camacho, en la calle de los Pócitos, pasando después a la escuela de Belén, en la que fue su maestro fray José de San Jerónimo, que fue el primero en descubrir el talento del niño. A la enseñanza que en Belén había recibido su hijo correspondió don Juan Vicente costeando el levantar el piso de dicha escuela.

    Después fue preceptor de Lucas don Francisco Cornelio Diosdado, y siendo discípulo de éste dio pruebas de su claro ingenio, pues en un solo año cursó mínimos, menores y medianos, y en los diez meses del siguiente aprendió con perfección mayores, ejercitándose en traducir las epístolas de San Jerónimo, Cornelio Nepote, Quinto Curcio, Virgilio, Horacio y Ovidio, todos cuyos autores presentó a examen en el acto público que tuvo lugar el 6 de septiembre de 1805, habiendo obtenido del preceptor un certificado muy honroso en 17 de septiembre y la calificación de óptimo entre todos, extendida por el intendente Riaño, quien había sido uno de los sinodales.

    Antes de que el niño Lucas presentase examen, habían ocurrido en el seno de la familia Alamán tres grandes acontecimientos. El 20 de enero de 1802, doña María de la Luz había contraído matrimonio con don Manuel de Iturbe, mayor del batallón provincial de Guanajuato y poco después gobernador de Nuevo Santander. Por esa misma época habían comenzado a decrecer los negocios de don Juan Vicente. Todavía en la Cuenta de lo colectado en Guanajuato de los granos pertenecientes al ramo de minería en las platas de rescate, correspondiente al año de 1801, el señor Alamán pagó derechos mayores del cincuenta por ciento de lo que cubrían potentados como el conde de Valenciana, don José María Irízar, don Pedro de la Riva, don José de Atazo, don Manuel Quintana y don Manuel Chico. Pero en las Cuentas de cuatro años después, los pagos de don Juan Vicente disminuyen, señalando así la decadencia económica de la familia. Un tercer suceso en la vida hogareña fue la reconciliación de don Juan Vicente con don Juan Bautista de Arechederreta.

    Éste, después de haber sostenido un pleito muy reñido por intereses con don Juan Vicente, había llegado a una transacción mediante la súplica de su madre, doña María Ignacia. Para sellar esta reconciliación el señor Alamán llevó a su esposa y a su hijo Lucas a la ciudad de México, a fines de 1804.

    Y por los días en que los Alamán marchaban a la capital del virreinato, en Guanajuato nacía (29 de octubre de 1804) doña Narcisa Castrillo, futura esposa del futuro estadista e historiador.

    De regreso en Guanajuato y al terminar sus estudios de latín, el joven Alamán ingresó al colegio de la Purísima Concepción para estudiar matemáticas, siendo su maestro don Rafael Dávalos, distinguido catedrático fusilado por el general Félix María Calleja en octubre de 1810.

    Terminó los estudios de matemáticas con un acto muy lucido en compañía de don Juan Méndez, y seguidamente, dice don Lucas en su autobiografía,

    mi padre me aplicó a la minería llevándome todos los días a aprender el beneficio de metales en la hacienda del Patrocinio de Nuestra Señora de Guanajuato que era suya y que él construyó, y frecuentemente a la mina de Cata que trabajaba en compañía de otros parientes míos en la que gastaron entre todos más de trescientos mil pesos, de los cuales puso mi padre cosa de sesenta mil. Por ésta mi primera ocupación y haber sido todos mis abuelos maternos mineros, me vino la afición que he tenido siempre a este ramo.

    Cuando Alamán cumplió quince años, quiso su padre que fuese a conocer otras regiones de Nueva España, y el joven marchó a la colonia de Nuevo Santander de la que su hermano político, don Manuel Iturbe, era gobernador. Partió a fines de 1807 acompañando a don Juan José Iriarte, sujeto principal en aquel país.

    Durante su permanencia en la casa del gobernador Iturbe Lucas escuchaba diariamente las aventuras que refería el capitán Ramón Díaz de Bustamante, a quien los indios, con quienes había tenido continuas guerras, llamaban el capitán Colorado, por lo encendido de su color. Este capitán, que estaba procesado por materia de cuentas […] era muy grueso, de pelo rubio y hombre de singular calma, y cuando contaba sus aventuras lo hacía con mucha gracia y con tantas exageraciones, que en mi familia quedó por mucho tiempo el decir cuando alguna cosa parecía muy abultada: ‘Eso será como los cuentos del capitán Colorado’, escribe Alamán.

    Tanto de las aventuras del capitán Díaz de Bustamante como de sus observaciones sobre la región visitada escribía el joven Lucas a su padre en relación pormenorizada, diciendo el mismo Alamán que estas cartas fueron su primer ensayo literario. Desgraciadamente esas cartas de don Lucas están perdidas.

    8

    Una honda pena sufrió la familia Alamán con la muerte de don Juan Vicente, acaecida en Guanajuato el 29 de abril de 1808. El cura don Antonio Lavarrieta asentó en el libro de entierros de la parroquia de Guanajuato que don Juan Vicente no testó, ni se administró y se sepultó […] en el convento de San Diego y en el espacio que hoy ocupa el teatro Juárez.

    Hombre de vivir intachable, de alta capacidad como iniciador y realizador de grandes empresas —cualidades que había de heredar don Lucas—, don Juan Vicente murió cuando su fortuna comenzaba a declinar, como anticipo al fin del real de minas que por años y años fue la columna central de la economía colonial.

    La muerte de don Juan Vicente reunió a la familia Alamán una vez más en la ciudad de Guanajuato. Semanas después de la tragedia estaban al lado de doña María Ignacia, viuda por segunda vez, don Juan Bautista de Arechederreta, don Lucas, doña María de la Luz, don Manuel Iturbe y don Tomás Alamán —hermano de don Juan Vicente, minero como éste, y llegado a Nueva España en los últimos años del siglo XVIII—.

    Siguiéronse a esos días amargos los muy ocupados en la formación del inventario y de la liquidación de los bienes de don Juan Vicente. Doña María Ignacia quiso que las empresas de su esposo siguiesen como en vida de éste, no sin que antes se señalase a los dos hijos de su segundo matrimonio la parte que les correspondía de la herencia paterna.

    Me tocaron por mi herencia paterna unos sesenta mil pesos, escribe don Lucas en su autobiografía, y con el resto de los bienes siguió la casa su giro en compañía de todos los interesados, girándola don Gregorio de Trasviña, asociado con intereses, dependiente por quien mi madre tenía mucha predilección.

    Para la mejor educación del joven Lucas, y a instancia de don Juan Bautista, doña María Ignacia resolvió trasladarse a la capital del virreinato, ciudad de que mi madre gustaba mucho.

    A fines de septiembre de 1808 y cuando acababa de suceder la prisión del virrey Iturrigaray, llegó la familia Alamán a México, y apenas instalada doña María Ignacia recibió una invitación del virrey Garibay para que contribuyese, al igual de todas las personas pudientes de la Colonia y por vía de donativo, para socorrer a España que ha tomado sobre sí el glorioso y necesario empeño de recobrar la sagrada persona de nuestro rey y señor don Fernando Séptimo.

    Contestó la viuda de Alamán a esta invitación con una orden para que su apoderado en Guanajuato entregase a las reales cajas en nombre de ella y en el de su hijo Lucas dos mil pesos para socorro de las actuales urgencias de la monarquía; lo que hizo el apoderado el 25 de octubre.

    En México, el joven Alamán se dedicó al dibujo que había comenzado a ejercitarme en Guanajuato, y a aprender francés en la casa del librero don Manuel del Valle, quien tenía su establecimiento en la calle de Tacuba número 24. Este librero y sus hijos habían formado una pequeña escuela de idiomas en la cual, además, leíanse las obras francesas e inglesas que subrepticiamente entraban a Nueva España.

    Tuvo oportunidad en ese entonces el joven de conocer y tratar a don Agustín de Iturbide. Éste, que se encontraba en la capital siguiendo en la Audiencia un pleito sobre la compra que había hecho de la hacienda de Apeo en las cercanías de Maravatío, alojábase junto con su abogado Navarrete en la casa de don Juan Bautista Arechederreta, de quien había sido condiscípulo en el seminario de Valladolid y diariamente iba a comer a la casa de la viuda de Alamán a la que llamaba mamita.

    El propósito de doña María Ignacia era permanecer indefinidamente en la ciudad de México, pero las noticias que recibía de Guanajuato eran desconsoladoras: los negocios iban de mal en peor; la producción minera disminuía; la habilitación de las minas estaba casi suspendida. Y ante estas noticias la viuda resolvió volver a su ciudad natal para ponerse al frente de sus intereses.

    A fines de 1809 estaba el joven Alamán de regreso en Guanajuato, llevando algunos libros, y junto con los que le había dejado su padre, formaba su primera, aunque pequeña, biblioteca.

    Mientras ayudaba a su madre en los negocios de la casa, principalmente en aquellos conectados con los de minería, siguió estudiando por mí mismo, poniendo preferente atención a las matemáticas, utilizando la obra de Esteban Bezout (probablemente la Théorie générale des équations algébriques, que fue texto en las universidades europeas hasta mediados del siglo XIX) y

    reuniéndose para continuar estos estudios con su condiscípulo Juan Méndez, con quien había hecho un curso en el colegio de la Purísima Concepción bajo la dirección de Dávalos.

    También entregose Alamán a la lectura de los clásicos latinos, al dibujo con el maestro Guadalupe García, y a la música, aprendiendo la guitarra, todo por mi propia afición y sin dirección de nadie. Y tal era el gusto musical de Lucas, que por ese tiempo intentó, unido a los hijos del intendente Riaño y de don Bernabé Bustamante, formar un establecimiento de grabado de música, que era entonces muy escasa y cara, y adiestramos [… a un joven] en grabar los punzones, habiendo logrado alguna producción.

    La asistencia a las tertulias de la familia Riaño, el perfeccionamiento del idioma francés que hacía con la señora Saint Maxent, la admiración que sentía por el intendente que había reunido en torno suyo a la juventud guanajuatense, la afición por las ciencias naturales, la inclinación al estudio y la inteligencia despierta que poseía comenzaron a formar en los años de 1809 a 1810 al Alamán del futuro.

    Refiriéndose a aquella época que seguramente le era muy grata, don Lucas escribió:

    La afición a la lectura se iba extendiendo, abundando en Guanajuato los buenos libros, y no era raro encontrar bibliotecas bien compuestas en las casas de los particulares, sino también en las ciudades de provincia. En Guanajuato había cuatro bibliotecas de más de mil volúmenes. Entre esas bibliotecas figuraban las muy selectas del intendente don Juan Antonio Riaño, de don Bernabé Bustamante y del cura don Antonio Lavarrieta […] Los libros prohibidos, no obstante las pesquisas de la Inquisición, circulaban bajo de mano y algunas personas eclesiásticas los leían, pocos con licencia y los más, sin formar mucho escrúpulo de hacer sin ella; esta clase de lectura había ido difundiendo, aunque todavía entre pocas personas, los principios y doctrinas del siglo XVIII, y la Inquisición, que hasta entonces no había tenido que perseguir más que a judíos portugueses, bígamos y frailes apóstatas, tuvo este nuevo campo que por desgracia vino a ser tan fructífero.

    En la biblioteca del cura Lavarrieta, leyó Alamán la primera obra histórica. Era ésta una historia universal —misma que había leído el cura don Miguel Hidalgo—, traducida del inglés por una sociedad de literatos franceses.

    9

    Alamán conoció al cura Hidalgo en enero de 1810; pues cuando éste estuvo en Guanajuato siendo la estación de los coloquios o pastorales, especie de comedias caseras que se hacen en las familias para solemnizar el nacimiento del Salvador, concurrió a una de esas diversiones en casa de mis primos los Septién, en donde estaba alojado el obispo (Abad y Queipo), y uno de los cuales estaba casado con la hija única del Intendente, y vi sentado en el mismo canapé a éste, al obispo y al cura Hidalgo. Éste, según el retrato que hace Alamán,

    era de mediana estatura, cargado de espaldas, de color moreno y ojos verdes vivos, la cabeza algo caída sobre el pecho, bastante cano y calvo, como que pasaba ya de sesenta años [tenía cincuenta y siete], pero vigoroso, aunque no activo, no pronto en sus movimientos; de pocas palabras en el trato común, pero animado en la argumentación a estilo de colegio, cuando entraba en el calor de alguna disputa. Poco aliñado en su traje, no usaba otro que el que acostumbraban entonces los curas de pueblos pequeños […] un capote de paño negro con un sombrero redondo y bastón grande, y un vestido de calzón corto y chaqueta de un género de lana que venía de China y se llama Rompecoche.

    10

    En tanto que leía los clásicos y la historia universal; que estudiaba matemáticas y dibujo; que desarrollaba sus aficiones musicales, el joven Alamán continuaba alimentando sus sentimientos religiosos, que había de conservar pura e íntegramente hasta su muerte.

    El 11 de febrero de 1811, recibió el hábito del Tercer Orden de penitencia de San Francisco, extendiendo el certificado respectivo el hermano Antonio de la Torre. Las reglas de la Orden obligaban a quienes recibiesen el hábito a abstenerse de comer carne

    todos los lunes, miércoles, viernes y sábados […] ayunando los viernes del año […] Deben rezar las Horas Canónigas, maitines, prima, tercia, sexta, nona, vísperas y completas […] Tiene obligación […] de ejercitarse en todas las obras de misericordia, y con todo cuidado en las siete corporales […] Confesarán y comulgarán en las fiestas de nuestro Señor y nuestra Señora […] Encargarase a los Hermanos que oigan misa cada día […] Prohíbese a los Hermanos del Tercer Orden, no vayan a comedias, convites, ni actos profanos, aunque a los convites de sus parientes podrán acudir, absteniéndose de todo escándalo y nota […] Deben […] no sólo apartarse de juegos ilícitos, sino también de las casas donde los hubiere, huyendo de ellas como de mal contagioso, de tabernas, de casas sospechosas […] Es prohibido traer enrizos, basiliscos y toda compostura artificial en los cabellos.

    Y era este Alamán piadoso y místico, rico y noble, talentoso y estudiante, formado en la familia, en la religión y en el Estado el que abriendo los ojos a la vida iba a contemplar el espectáculo de sangre y fuego que causaríale una lesión espiritual para todos los días de su existencia.

    II. PENETRANDO EN LA VIDA (1810-1814)

    1

    CUANDO comienza el año de 1810 el silencio reina en Nueva España. Todavía no se sienten los efectos de las aventuras napoleónicas, ni se experimenta la influencia del racionalismo ochocentista. La función orgánica de la Colonia no ha sufrido alteración alguna. La riqueza, fundada en el real de minas, es dependencia del Estado. Hay una gran porción de habitantes —la integrada por los indígenas—, que constituye una nación enteramente separada de la burocracia, del ejército, de la economía. El consulado continúa manteniendo su poder sobre el ayuntamiento. El clero rivaliza económicamente con el Estado, haciendo que cada juzgado de capellanías, cada cofradía, fuese una especie de banco.

    Quien viviendo esa vida de silencio, de tranquilidad, hubiese predicho un turbulento futuro para la Nueva España, habría sido tomado por un diabólico espíritu. Nadie podía concebir que un ligero desquiciamiento sería suficiente para causar un desquiciamiento general, capaz de poner en guerra a todos los factores que eran de risueña pasividad.

    2

    Guanajuato, poderoso centro minero, no podía ser menos en el concierto pacífico de Nueva España, y la juventud de la clase opulenta podía dedicarse, como ya hemos visto a Alamán, a las matemáticas lo mismo que a la música y al igual que a las humanidades.

    Formaban el círculo de Alamán los jóvenes Riaño, los Sardaneta, los Bassoco, los Irízar, los Bustamante; todos ellos a su vez participaban en las tertulias del intendente Riaño.

    La población de Guanajuato

    ascendía a setenta mil habitantes, inclusa la de las minas, de las cuales la de Valenciana, que había estado por muchos años en no interrumpida prosperidad, tenía cosa de veinte mil. Disfrutábase de grande abundancia: las gruesas sumas que cada semana se repartían en el pueblo, por pago de los trabajos de las minas y haciendas de beneficio, fomentaban un comercio activo, y los grandes consumos de mantenimientos para la gente y pasturas para el gran número de caballos y mulas empleadas en las operaciones de la minería, habían hecho florecer la agricultura en muchas leguas a la redonda. En la ciudad había muchas casas ricas y muchas más que gozaban de una cómoda mediocridad: el comercio estaba casi exclusivamente en manos de los europeos, pero muchas familias criollas se sostenían con desahogo en el giro de la minería, y todas eran respetables por la regularidad de costumbres y decoro que observaban. El pueblo, ocupado en los duros y riesgosos trabajos de las minas, era vivo, alegre, gastador, valiente y atrevido.

    La ciudad está

    asentada […] en el fondo de un profundo y estrecho valle, dominado por todas partes por elevadas y ásperas montañas. El cerro de San Miguel en cuya cumbre se forma una pequeña llanura que se llama de las carreras, por hacerse en ella las de caballos en los días festivos y populares, la cierra al Sur y por el Norte el del Cuarto, que trae este nombre de haber estado allí en tiempos antiguos, el cuarto o pierna de un malhechor ejecutado por la justicia. Al Oriente de la ciudad tiene principio un arroyo o torrente seco, excepto en tiempo de lluvias, el cual crece considerablemente con las vertientes de los cerros, y en su curso tortuoso entre las casas de la población, parece que va arrastrando a éstas en desorden: júntase al Poniente con otro arroyo que nace en los cerros en que están situadas las minas, que siguen una línea de N. O. a S. E. con respecto a la ciudad y a corta distancia de ésta. La estrechura y escabrosidad del sitio hace que haya muy pocas calles: la plaza misma, de una figura muy irregular, apenas tiene un corto espacio llano, ocupando lo demás de ella la cuesta que se llama del Marqués, y el resto de la población se halla como trepada en los cerros, siendo muy común que la puerta de una casa venga a quedar al piso de la azotea de su vecina. Hay, no obstante estos inconvenientes, hermosos edificios, en cuya disposición se admira la habilidad con que los arquitectos han luchado con las dificultades del terreno, y la economía con que han sabido aprovechar los menores espacios útiles de éste. No hay más entrada para carruajes que la continuación del mismo valle en que está formada la ciudad, el cual con el nombre de cañada del Marfil, sigue por espacio de una legua hasta el lugar así llamado, en el que viene a terminar la cuesta de Jalapita y por ésta el camino toma la dirección de los llanos de Cuevas, siguiendo el río la de los campos de Silao a desembocar en el río Grande, con el que sus aguas van a la laguna de Chapala y mar del Sur. Toda esta cañada desde la ciudad hasta Marfil y más adelante, está ocupada por las haciendas e ingenios para beneficio de los metales extraídos de las minas, y había otras muchas en todos los puntos de las inmediaciones en que había permitido el terreno construirlas […] Una ciudad tan populosa, situada entre las breñas de los cerros, y que se ha comparado con propiedad a un pliego de papel arrugado.

    3

    A mediados de septiembre de 1810, cuando los maíces están ya maduros en los campos, la ciudad de Guanajuato se sintió conmovida por los sucesos ocurridos en la villa de Dolores y cerráronse las casas y el comercio, acudieron a la intendencia el batallón de infantería provincial que se había puesto sobre las armas por aquellos días, los vecinos principales, todo el comercio, la minería y también la plebe, armados de prisa con las armas que en la ocasión habían podido cada uno procurarse.

    La noticia de la sublevación del cura Miguel Hidalgo habíala recibido el intendente Riaño a las once y media de la mañana del 18 de septiembre, por lo cual en la tarde de ese mismo día convocó a una junta a la que asistieron el Ayuntamiento, los prelados de las religiones y los vecinos principales. En ella leyó los informes que había recibido y por los cuales creía ser atacado, y agregó que dentro de pocas horas su cabeza rodaría por las calles de la ciudad.

    Dispuesto a defenderse Riaño mandó cerrar las calles principales con parapetos de madera y fosos, mientras que en la Alhóndiga depositaba los fondos de las cajas reales y de la ciudad.

    Sin embargo al amanecer el día 20 quedó sorprendida la población viendo cegados los fosos, derribadas las trincheras […] La consternación fue general, y viendo abandonada la ciudad, casi todos los europeos con sus caudales y muchos criollos, se recogieron y encerraron en la Alhóndiga, con que puede regularse que la suma que allí se reunió en barras de plata, dinero, azogue de la real hacienda y objetos valiosos, no bajaba de tres millones de pesos.

    A pesar, pues, de que la opinión era adversa, el intendente resolvió defender la Alhóndiga, disponiendo de siete días en los preparativos.

    En uno de esos días fue a visitar a la viuda de Alamán, diciéndole que estaba abatido de fatiga y que iba a descansar un momento. Riaño presentía su muerte, pues al despedirse de doña María Ignacia le hizo saber que había cumplido ya con lo que debía a Dios, habiéndose dispuesto en aquel día para morir como cristiano, recibiendo los sacramentos; que le faltaba cumplir con lo que debía al rey, y que lo cumpliría con fidelidad.

    El 28 de septiembre los insurgentes estaban a las puertas de Guanajuato y el cura Hidalgo envió una comunicación al intendente intimándole se rindiese y entregase a todos los españoles que con él estaban; a lo que se rehusó, a pesar de las garantías que ofrecíansele, y se aprestó al combate, que empezó al mediodía.

    A poco Riaño era muerto, y su muerte produjo la desmoralización y la división entre los defensores del recinto, por más que luego pusieron todo su valor para continuar peleando; pero los atacantes redoblaban su furor negándose a parlamentar; incendiaron la puerta de la Alhóndiga e invadieron el edificio para acabar con todos los defensores y refugiados que allí se encontraban.

    En la noche de ese día, la viuda de Alamán y su hijo supieron horrorizados los pormenores de todo lo ocurrido en la Alhóndiga. El padre Martín Septién, tío de don Lucas, quien durante el ataque al edificio había salido a la calle "confiado en su

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