Late un corazón
Por I Acevedo
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Cartas, diarios, ensayos, estos textos tienen un destinatario y un propósito, como en el siglo XIX, pero también imaginan la literatura del futuro.
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Late un corazón - I Acevedo
A Martín y Gregorio
A Paula
A María Fourcade y Gregorio Herrera
Late un corazón
Al titular así este cuento cierro con urgencia un ciclo lleno de urgencias. Se abre un nuevo camino, lleno de urgencias también. Tengo que contar muchas cosas y debo contarlas aquí y ahora. Lo lograré como siempre, mezclando todo con todo, y sin ocultar mi modo, diré desde el principio la sustancia que compone este relato: repasar el por qué y el para quién de mi escritura, romper con una tradición literaria, reivindicar mi derecho a amar.
Ahora es viernes, son las diez de la noche y en tres horas parto a una fiesta a la que no quiero faltar, aunque detesto la noche: Cuando la luz empieza a cambiar, a veces me siento un poco extraña, un poco inquieta, cuando está oscuro…
. Gre se fue con Martín a la playa; quedaron por todas partes sus potes de yogur que brillan en la oscuridad. Gregorio tiene cuatro años y ocho meses, y una estatura que le da una experiencia específica acerca del género: cuando vamos por la calle, las carteras de las mujeres le golpeen la cabeza, los codos de los varones ponen en peligro su cara. Eso es lo que vivimos cuando callejeamos por Libertad, él con paso despreocupado de chico, y yo atajando carteras y codos. Dice que soy la líder de la familia, y cuando vamos a las marchas, dice que soy la líder de las mujeres. Cuando echo a los gatos de la mesa de la cocina, dice que ellos tienen tanto derecho como nosotros a estar en cualquier parte de la casa. ¡Justicia!
, me dice. A veces me dice papá
en vez de mamá
, y no le digo nada. Tuvieron que pasar casi cinco años para que yo pudiera hablar de él; primero tuve que poder elaborar la presión social que implica ser madre… también aprender en algunos textos cómo una hija puede amar la memoria de su madre muerta por una causa política, y comprobar que ser madre te cambia mucho, pero hay cosas que siguen siendo las mismas. Nunca escribí nada sobre mi hijo, pero ahora me doy cuenta de que mucho lo hago pensando en él.
Tímidamente, desde hace un tiempo, he venido detallando cómo escribo mis historias: hilando todo con todo, tratando de enaltecer la lógica, cuando sé que la lógica no tiene ningún sentido en la vida, luchando por que los sentimientos emerjan. Hoy cierro un ciclo de veinte años de escritura, veinte años en los que la escritura me ayudó a sobrevivir en todos los sentidos posibles, incluso monetarios, pues los primeros ochos pesos que gané en mi vida, a los catorce años, fueron producto de un texto. Hoy quiero dejar algo bien claro: la primera persona del singular yo es una modalidad de la época, no es un capricho egocéntrico, y lejos de ser un gesto individual, es una necesidad colectiva: la de nombrarnos, la de extender nuestra voz hacia les otres y hacia el futuro, la de derribar la opresión. Y para llevar al extremo esa necesidad, romperé aquí y ahora una regla implícita y explícita de la literatura, aquella que indica que les artistes no deben explicar elles mismes su obra. Pues este cuento habla de mi vida y también de mi obra.
Ser madre, hacerme lesbiana, no ser más mujer, fueron experiencias que me abrieron a las emociones. Y necesito reivindicar ahora, dentro de mi escritura, como ya lo vengo haciendo por fuera, la importancia de hablar de nuestras emociones. Necesito dejar dicho todo esto antes de irme a la fiesta donde la chica que me gusta es dj. Sé que los hilos que conectan estos temas serán muy débiles, y así quiero que sea, porque la causa y el efecto de estos hechos son un artilugio provocado por los cruces de la vida que me parecen relevantes; y a medida que crezco, cada vez me importa menos que se note que hago lo que se me canta y cada vez me importa más reivindicar mi derecho a ser libre. Por otro lado, la grave situación social que estamos transitando hace que la ficción se vuelva obsoleta, y la narrativa, ensayística. Este cuento, donde digo lo que se me da la gana, como en un discurso, es el cuento con que se cierra una etapa de mi vida, y la cerraré con un toque de batería mortal, a lo Iron Maiden… Tal vez rompa el instrumento. Y que lo que se tenga que romper, se rompa.
Hace una semana me tocó hablar en un homenaje a Hebe Uhart,a pocos meses de su muerte, y al rato de empezar, me largué a llorar enfrente de toda la gente. Antes, a los treinta, me largué a llorar frente al público en la Feria del Libro, leyendo un cuento donde el narrador se siente triste por la muerte de su galgo. Hace dos años, en el Filba, me tocó estar en una charla en el MALBA, y mientras hablaba, Gregorio se clavó la punta de un escalón de mármol en la frente. Las chicas del museo lo llevaron al baño, y cuando llegué y vi sangre en la puerta creí que me moría. Vi a mi hijo sentado en el lavatorio bañado en sangre hasta la cintura. ¡Hijo! ¡Te dejé solo!
, fue lo primero que me salió decir. Una semana después, los del Filba me proponían dar un paseo con una escritora brasileña para escribir una crónica que sería leída en el cierre del festival. La consigna era ver alguna manifestación en Plaza de Mayo, pero terminamos visitando la carpa de ex combatientes de Malvinas (carpa que hoy en día no está, porque fue clausurada por este gobierno infame). Le comenté a la escritora un recuerdo: cada vez que cantábamos el himno en la escuela, mi madre se largaba a llorar. ¿Por qué llorás?, le pregunté un día. Por los chicos que murieron en la guerra, me respondió. En el relato sobre ese paseo que escribí para el cierre del festival, las dos historias de sangre se conectaron. Ahora recuerdo la frase que escribí y que me hizo romper en llanto frente a ciento cincuenta personas: Ver a tu hijo bañado en sangre es algo que no debería pasarle a ninguna persona
. Después pensé: Pero por favor, ¿cómo no me di cuenta de que me iba a echar a llorar mientras leía semejante frase? Todavía consideraba que llorar en público era un accidente.
Una de las últimas veces que lloré fue acá mismo, en Casa Brandon, hace poco, leyendo Untitled Document
, un cuento donde hablo de mi relación con Paula. En ese cuento le agradezco a Paula por ser la primera persona en llorar públicamente el aplastamiento que sufrimos a manos de los senadores el 8 de agosto, cuando pisotearon nuestra demanda impostergable de que el aborto fuera legal en Argentina… Al contar, ese día, que su llanto fue lo que me permitió derramar la primera lágrima cuando aún nadie se animaba, con pulsión negadora, a asumir ese duelo, me eché a llorar en público una vez más. Pero no me importó, porque estaba entre amigas.
Ahora pienso que en todas esas ocasiones en que lloré en público estaba contando algo. Pero hubo una vez en que no estaba contando nada, y fue la vez en que me mandé un verdadero espectáculo del llanto. Fue la semana después del 8A, cuando fuimos a la Casa de la Provincia