Adiós a Colón.
Confío en que no se ofendan mis amables lectores: yo sí estoy de acuerdo con la decisión de la autoridad capitalina de retirar el monumento a Cristóbal Colón en el Paseo de la Reforma para sustituirlo por un monumento a la mujer prehispánica. Por supuesto, a continuación encontrarán ustedes las razones de mi aseveración; después, aprovechando la confusión, polémicas, críticas, vituperios, órdenes y contraórdenes que mereció la fallida (y espantosa, la verdad) propuesta inicial, presentaré mi sugerencia acerca de cuál debería ser, a mi juicio, la estatua a colocar en ese lugar.
En primer lugar —estoy seguro de que se han percatado de ello—, la Ciudad de México cuenta con dos monumentos en honor del descubridor de América. Creo que somos la única urbe del planeta en la que así sucede. Además, están muy cercanos uno del otro; de hecho, a unos centenares de metros, sobre la misma vialidad. El que es motivo de este texto se halla en la glorieta donde confluye Reforma con la calle Ignacio Ramírez, misma que si la recorren a partir de allí y hacia el norte, los conducirá al monumento a la Revolución; lo atraviesan y continúan por la misma avenida, llamada como el héroe de Nacozari: Jesús García; luego cruzan la antigua calle de Puente de Alvarado —ahora
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