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1945, entre la euforia y la esperanza: el México posrevolucionario y el exilio republicano español
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1945, entre la euforia y la esperanza: el México posrevolucionario y el exilio republicano español
Libro electrónico544 páginas7 horas

1945, entre la euforia y la esperanza: el México posrevolucionario y el exilio republicano español

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Parte de la colección Biblioteca de la Cátedra del Exilio, en este volumen los especialistas hacen un recorrido histórico riguroso por el año de 1945, en el que el clima de posguerra y antesala de la Guerra fría abre la brecha para terminar, por medio la Junta española de la Liberación con el exilio español. Se analiza la reconstrucción del gobierno, las instituciones republicanas y la economía en el México posrevolucionario, y la importancia del reconocimiento del gobierno de la República en el Exilio por la administración de Manuel Ávila Camacho, lo que lleva a su vez a la normalización de la agenda diplomática entre México y España. Finaliza en el debilitamiento del franquismo y la simpatía mostrada por las potencias internacionales con la causa de la república y la instauración en ese año de la democracia en España.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento29 abr 2014
ISBN9786071619624
1945, entre la euforia y la esperanza: el México posrevolucionario y el exilio republicano español

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    1945, entre la euforia y la esperanza - Mari Carmen Serra Puche

    Mari Carmen Serra Puche

    Doctora en antropología por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Investigadora titular C de tiempo completo del Instituto de Investigaciones Antropológicas, UNAM. Directora del Museo Nacional de Antropología e Historia de 1990 a 1997. Coordinadora de Humanidades de la UNAM durante el periodo 2004-2007. Representante de la UNAM en la Cátedra del Exilio Español.

    José Francisco Mejía Flores

    Licenciado, maestro y doctor en historia por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Becario del Programa de Becas Posdoctorales de la UNAM, en el Centro de Investigaciones sobre América Latina y el Caribe. La mayoría de sus trabajos de investigación académica se han especializado en historia política y diplomática del exilio español en México durante el periodo de la segunda Guerra Mundial.

    Carlos Sola Ayape

    Doctor en historia por la Universidad Pública de Navarra. Profesor e investigador en el Tecnológico de Monterrey (campus Ciudad de México). Miembro del Sistema Nacional de Investigadores, nivel 2. Como especialista en las relaciones hispanomexicanas durante el siglo XX, ha publicado numerosos artículos y entre sus libros más recientes se encuentran Entre fascistas y cuervos rojos: España y México (1934-1975) y El reencuentro de las águilas: España y México (1975-1978).

    La elaboración y publicación del presente libro forma parte del calendario de actividades ideado por la representación de la UNAM en la Cátedra del Exilio Español para el año 2014, con motivo de la conmemoración del 75 aniversario del exilio español y, en particular, de su llegada a México.

    En su esencia conceptual, esta obra da respuesta a muchas de las preguntas que dejó abiertas la publicación del otro proyecto editorial que vio la luz en 2011 con el título De la posrevolución mexicana al exilio republicano español, también publicado por el Fondo de Cultura Económica dentro de la colección Biblioteca de la Cátedra del Exilio y bajo la dirección de los doctores Mari Carmen Serra Puche, José Francisco Mejía Flores y Carlos Sola Ayape.

    1945, ENTRE LA EUFORIA Y LA ESPERANZA:

    EL MÉXICO POSREVOLUCIONARIO Y EL EXILIO REPUBLICANO ESPAÑOL

    BIBLIOTECA DE

    LA CÁTEDRA DEL EXILIO

    CÁTEDRA DEL EXILIO


    Universidad de Alcalá • Universidad Carlos III de Madrid • Universidad Nacional Autónoma de México • Universidad Nacional de Educación a Distancia • Fundación Pablo Iglesias


    Con el patrocinio del Grupo Santander

    1945, entre la euforia y la esperanza: el México posrevolucionario y el exilio republicano español

    MARI CARMEN SERRA PUCHE

    JOSÉ FRANCISCO MEJÍA FLORES

    CARLOS SOLA AYAPE

    (editores)

    Primera edición, Biblioteca de la Cátedra del Exilio, 2014

    Primera edición electrónica, 2014

    Imagen: banquete de honor en la Ciudad de México

    al nuevo presidente de la República Española en el Exilio,

    Diego Martínez Barrio (octubre de 1945)

    [Foto: AGN-HM (sección cronológico), núm. 2206.]

    De esta edición:

    D. R. © 2014, Cátedra del Exilio

    D. R. © 2014, de los textos, sus respectivos autores

    D. R. © 2014, de la compilación y edición, Mari Carmen Serra Puche,

    José Francisco Mejía Flores y Carlos Sola Ayape

    D. R. © 2014, Universidad Nacional Autónoma de México

    Ciudad Universitaria, Delegación Coyoacán, C. P. 04510

    México, Distrito Federa

    D. R. © 2014, Fondo de Cultura Económica

    Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 México, D. F.

    Empresa certificada ISO 9001:2008

    Comentarios:

    editorial@fondodeculturaeconomica.com

    Tel. (55) 5227-4672

    Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc., son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicanas e internacionales del copyright o derecho de autor.

    ISBN 978-607-16-1962-4 (ePub)

    Hecho en México - Made in Mexico

    ÍNDICE

    Prólogo, por JOSÉ ANTONIO MATESANZ

    Abreviaturas

    A modo de introito: El México posrevolucionario y el exilio republicano español en la encrucijada de 1945, por MARI CARMEN SERRA PUCHE, JOSÉ FRANCISCO MEJÍA FLORES Y CARLOS SOLA AYAPE

    1. Complejas alianzas. La experiencia de la Junta Española de Liberación, por LUIS C. HERNANDO NOGUERA

    2. Las Cortes españolas de 1945 en el destierro. La reconstrucción del gobierno y las instituciones republicanas en el México posrevolucionario, por PABLO JESÚS CARRIÓN SÁNCHEZ

    3. El exilio de un presidente: Diego Martínez Barrio y México, por LEANDRO ÁLVAREZ REY

    4. Las bases financieras del gobierno republicano en el exilio (1945-1948), por AURELIO VELÁZQUEZ HERNÁNDEZ

    5. La administración de Manuel Ávila Camacho y el reconocimiento del gobierno de la República en el Exilio, por AGUSTÍN SÁNCHEZ ANDRÉS Y FABIÁN HERRERA LEÓN

    6. 1945 y la normalización de la agenda diplomática de México y España, por JOSÉ FRANCISCO MEJÍA FLORES

    7. La cuestión franquista y la posición obrera latinoamericana: las acciones de Vicente Lombardo Toledano, por PATRICIO HERRERA GONZÁLEZ

    8. Orden, unidad y aguantar. El régimen de Franco ante la condena internacional de posguerra, por LORENZO DELGADO GÓMEZ-ESCALONILLA

    9. Contra las Cortes de ultratumba y la legalidad de opereta: escritores de la derecha mexicana y sus críticas al exilio republicano español, por CARLOS SOLA AYAPE

    10. La Unión Nacional Sinarquista y su percepción sobre los exiliados españoles en 1945: entre el anticomunismo de posguerra y la ridiculización del adversario, por AUSTREBERTO MARTÍNEZ VILLEGAS

    11. México y la España del exilio de 1945: iconografía y caricaturas en la prensa mexicana, por MAURICIO CÉSAR RAMÍREZ SÁNCHEZ

    Índice onomástico

    PRÓLOGO

    La publicación de un libro como el que está ahora en nuestras manos no puede menos que llenarnos de satisfacción. La historia, o más exactamente las historias, son inagotables, y aunque existe hoy una bibliografía abundante y excelente sobre los procesos históricos que han tenido lugar en España, en México y en el mundo entero durante los aciagos años de mediados del siglo XX, hay ahí todavía sectores oscuros y vaguedades que reclaman nuestra atención y estimulan nuestros deseos de saber más.

    Ha sido un acierto tomar como hito temporal 1945, pues en efecto en ese año se entrecruzaron hechos históricos capitales para la historia del mundo: terminó la segunda Guerra Mundial, se pusieron las bases de la Guerra Fría y se fundó la Organización de las Naciones Unidas. Capitales, también, para la historia del exilio republicano español en México, pues en tierras mexicanas se reconstituyó el gobierno de la República, y gracias al esfuerzo de la diplomacia mexicana se logró excluir al gobierno franquista de la nueva Sociedad de Naciones.

    El libro es de una gran riqueza. En los diversos ensayos que le dan cuerpo se abordan temas centrales del exilio a la historia de México, algunos muy polémicos, vistos desde diversos ángulos y perspectivas. Desfilan así por sus páginas análisis de historia política e institucional: la Junta Española de Liberación, las Cortes españolas en el destierro; análisis de historia económica: las bases financieras del gobierno republicano en el exilio; recuentos críticos de historia diplomática mexicana y española.

    El entusiasmo y la admiración provocados por la gran figura del general Lázaro Cárdenas han propiciado hasta hoy que se ignoren, en gran medida, los logros de su sucesor, el general Manuel Ávila Camacho. Por fortuna, en algunos de los ensayos aquí incluidos se reconocen y se valoran, pues como presidente de México durante los problemáticos años de la Guerra Mundial tomó sabias decisiones, vitales para el exilio: su apoyo a la reconstitución de las Cortes republicanas en territorio mexicano; sus instrucciones para la batalla que los diplomáticos mexicanos dieron en la Conferencia de San Francisco contra el gobierno franquista, todo ello matizado por su política realista y moderada de permitir la presencia de repre­sentantes franquistas en México, habida cuenta de la postura pro Franco de la comunidad española en México.

    Por fortuna, en el volumen se incluyen ensayos de biografías sobre personajes considerados secundarios, pero que en su momento ocuparon posiciones clave para el desarrollo de estos procesos: don Diego Martínez Barrio, quien fuera presidente de la República en el Exilio, y Vicente Lombardo Toledano, quien encabezara combativamente, por muchos años, diversas organizaciones obreras. También por fortuna se lanzan miradas críticas al otro, es decir, a las reacciones en el régimen franquista ante la política de oposición mexicana y de la República, miradas que redondean y enriquecen la imagen del periodo, a lo cual contribuye también la presencia en estas páginas de la oposición al exilio, el movimiento sinarquista, e incluso una mirada a las caricaturas y a la prensa mexicana de la época, muchas veces opuesta a los exiliados españoles.

    En suma, un libro que nos ofrece una imagen compleja y contrastante del periodo. Responde a las últimas exigencias de la historiografía: que sea el espejo crítico pero cada vez más fiel de la naturaleza humana, concebida hoy con todas sus múltiples dimensiones.

    JOSÉ ANTONIO MATESANZ

    ABREVIATURAS

    Manifestación contra el terror franquista en la Ciudad de México ante el monumento a Benito Juárez. Era el 6 de marzo de 1945. En este contexto de fin de la segunda Guerra Mundial y vísperas de la Conferencia de San Francisco, el exilio español, así como las organizaciones mexicanas afines a su causa, quisieron reforzar la idea de que la España de Franco estaba bañada por la violencia, el terror y la represión y de que el franquismo era un régimen innegablemente vinculado al recién derrotado fascismo. [Foto: AGN-HM (sección cronológico), núm. 1959.2.]

    El 12 de octubre de 1943, y en sesión solemne, Diego Martínez Barrio pronunció un discurso en la Cámara de Diputados de México. A la misma asistieron 130 diputados y senadores de México y casi medio centenar de diputados republicanos españoles. En la celebración de aquel Día de las Américas, Martínez Barrio manifestó su anhelo de que las Cortes españolas pudieran reunirse en tierras americanas para la restauración de las instituciones republicanas, máxime cuando todo hacía prever que la segunda Guerra Mundial acabaría con la derrota del nazi-fascismo.

    [Foto: AGN-HM (sección cronológico), núm. 1489.]

    Momento de la llegada del coche oficial que transportaba a Diego Martínez Barrio al cabildo de la Ciudad de México. Al fondo de la imagen, el majestuoso palacio presidencial de México. Era el 17 de agosto de 1945. Minutos después sería nombrado nuevo presidente de la República Española en el Exilio. De esta forma, el Zócalo capitalino, gran símbolo espacial de México, se convertía en el escenario por excelencia para el republicanismo español.

    [Foto: AGN-HM (sección cronológico), núm. 2207.]

    Tras la reunión de las Cortes y el nombramiento de Martínez Barrio como nuevo presidente de la República Española, se produjo otro de los momentos de mayor carga simbólica de aquella tarde de agosto del 45. La bandera tricolor republicana española ondearía sobre la gran plancha del Zócalo de la capital mexicana. En un acto de ejercicio soberano, el presidente Ávila Camacho permitió que durante aquellos breves pero intensos momentos el corazón espacial de México se convirtiera en territorio español.

    [Foto: AGN-HM (sección cronológico), núm. 2207.]

    Diego Martínez Barrio, abrazado por Fernando de los Ríos, es rodeado por José Giral e Indalecio Prieto tras su nombramiento como presidente de la República Española en México. Era la tarde del 17 de agosto de 1945. El exilio español volvía a tener resuelto no sólo el problema institucional, sino también el de sus liderazgos.

    [Foto: CDMH, fondos fotográficos.]

    Banquete de honor en la Ciudad de México al nuevo presidente de la República Española en el Exilio, Diego Martínez Barrio (octubre de 1945). La presencia del presidente mexicano Manuel Ávila Camacho vendría a ser un ejemplo más del espaldarazo brindado por el Ejecutivo mexicano al proceso de reconstrucción institucional del exilio español.

    [Foto: AGN-HM (sección cronológico), núm. 2206.]

    Guardia de los exiliados españoles en la columna del Ángel de la Independencia en la Ciudad de México (12 de septiembre de 1945), encabezada por Diego Martínez Barrio y José Giral. En vísperas de un nuevo aniversario de la Independencia mexicana, el exilio español quería mostrar con este gesto simbólico el respeto por las instituciones soberanas de México e, implícitamente, el reconocimiento de la disolución legítima de aquel nexo colonial entre España y la Nueva España.

    [Foto: AGN-HM (sección cronológico), núm. 1873.]

    Mussolini y Hitler, los protectores militares de Franco, han dejado de existir, pero sostenemos que su desaparición no puede borrar de manera retrospectiva y automática los pecados de los hombres a quienes ayudaron a colocar en el poder. […] España fue una de las primeras víctimas del fascismo internacional y los cientos de miles de héroes que lucharon y murieron allí por la causa de la democracia fueron en realidad los primeros aliados combatientes de las Naciones Unidas. Los millones que aún quedan tienen derecho a compartir nuestra victoria, una victoria que también les pertenece. Como China y Etiopía, la España republicana fue en realidad nuestro primer aliado. En esta hora de triunfo no debe pasar a ser un amigo olvidado.

    LUIS QUINTANILLA,

    representante de México en la Conferencia

    de San Francisco, 19 de junio de 1945

    Estamos reunidos aquí, señores Diputados —vosotros lo sabéis, pero es obligatorio repetirlo—, gracias a la magnífica comprensión, al espíritu generosamente democrático del Primer Mandatario de la República Mexicana. Hemos de corresponder a su hidalguía no traspasando un límite de los derechos que nos han sido generosamente otorgados, y habríamos de colmar las esperanzas de su espíritu, en las que le alienta y ayuda el de este gran pueblo mexicano, si con nuestras deliberaciones y resoluciones nos pusiéramos a la altura del gran honor de que hemos sido objeto.

    DIEGO MARTÍNEZ BARRIO,

    presidente de las Cortes republicanas españolas,

    en la sesión celebrada en la Ciudad de México

    el 10 de enero de 1945

    A modo de introito

    EL MÉXICO POSREVOLUCIONARIO Y EL EXILIO REPUBLICANO ESPAÑOL EN LA ENCRUCIJADA DE 1945

    Mari Carmen Serra Puche

    José Francisco Mejía Flores

    Carlos Sola Ayape

    En la Conferencia de San Francisco [1945], México logró que fuese aprobada por unanimidad de los entonces 50 miembros de la naciente ONU una resolución excluyendo al régimen franquista de ser Miembro de ese organismo mundial. […] Creíamos, en aquel entonces, que esa medida bastaría para precipitar la caída del régimen franquista.

    LUIS QUINTANILLA, 1º de octubre de 1975

    En este 2014 se cumplen 75 años de la llegada del exilio español a México, así como a otros puntos de la amplia geografía de la diáspora republicana que devino de la imposición de la victoria franquista en la Guerra Civil española (1936-1939). Como es sabido, el triunfo de unos supuso la derrota de los otros y, en consecuencia, la consumación de una España fracturada en dos, incapaz de encontrar por espacio de cuatro décadas acercamiento y conciliación, al menos hasta bien entrados los años setenta, ya con la recuperación de la democracia perdida. Para el caso del exilio mexicano, y como si de un fatal presagio se tratara, no podemos olvidar, y menos en este año de aniversario, aquella primera expedición de junio de 1937, cuando un contingente de más de 450 niños españoles acabarían encontrando refugio en el México del presidente Lázaro Cárdenas y que, por el lugar donde encontraron acogida, acabarían siendo conocidos como los niños de Morelia.

    A este respecto, cierto es que, entre otras tantas valoraciones, el inexorable paso del tiempo nos brinda la oportunidad de tomar distancia de los hechos acaecidos, renovar las miradas analíticas y, desde el atesoramiento de lo conocido, formular nuevas preguntas sobre el pasado con la intención de arrojar luz sobre las sombras de desconocimiento que se siguen cerniendo sobre lo vivido. Para el caso que nos ocupa, las intenciones del presente libro se muestran de manera diáfana, y además en forma de palabra e imagen, desde el pórtico mismo que nos brinda su portada. Como se observa, su propuesta temática se fundamenta en una tríada conceptual conformada por el México posrevolucionario, el exilio republicano español y un año, especialmente significativo en el devenir del crispado siglo XX, como fue 1945, año que sería testigo del final de la segunda Guerra Mundial.

    En este sentido, y haciendo un poco de memoria, es preciso recordar que esta crisis bélica internacional, de hondas raíces y múltiples repercusiones, se inició en España en julio de 1936, con motivo de la insurgencia militar franquista en contra del régimen republicano instituido y que, entre otras particularidades, llegaría a contar con el apoyo decidido de la Italia fascista de Mussolini y la Alemania nazi de Hitler. Eran tiempos convulsos, donde el acechante totalitarismo del periodo de entreguerras coincidiría no sólo con el auge del comunismo soviético, sino con la debilidad de los regímenes democráticos. Dos décadas después del Tratado de Versalles, que auguraría un largo periodo de paz tras la Guerra Mundial del 14, el maniqueísmo acabaría imponiéndose y, con el precedente español sobre la mesa de la discordia, el mundo acabaría enrolado en una segunda gran guerra desde el momento mismo de la invasión de Polonia por las tropas nazis el 1º de septiembre de 1939.

    Y así, quemando etapas de una devastadora y mortífera guerra, hasta la llegada de aquel 7 de mayo de 1945 en que tendría lugar la firma de la capitulación sin condiciones de Alemania. A la postre, el ocaso de la segunda Guerra Mundial no sólo estaría marcado por la caída del frente occidental, sino también por el lanzamiento, tres meses después, de dos bombas atómicas estadunidenses sobre territorio nipón, concretamente sobre las pobladas ciudades de Hiroshima y Nagasaki, 6 y 9 de agosto, respectivamente. Por sus repercusiones demoledoras, el hongo atómico obligó a la capitulación de Japón para cerrar un largo periodo de conflagraciones bélicas que estallaría en España, como se ha dicho, en aquel 18 de julio de 1936.

    De ahí, y por todo cuanto se resalta, la importancia histórica de 1945. Este año fue testigo del final de la segunda Guerra Mundial, de las conferencias de posguerra en San Francisco y Potsdam, del nacimiento de la Organización de las Naciones Unidas, de la intempestiva muerte del presidente estadunidense Franklin D. Roosevelt y, por si fuera poco, acabaría siendo año bisagra entre una guerra que expiraba y otra que nacía —la Fría— que, con una naturaleza distinta a su precedente, se alargaría hasta bien entrado el siglo, precisamente hasta la simbólica, y todavía recordada, caída del muro de Berlín en 1989. Entre otros más que pudieran reseñarse, he aquí los grandes acontecimientos internacionales que dieron cuerpo y forma a lo que restaba del corto siglo XX, tal como sería definido por el historiador británico Eric Hobsbawm.

    Para el caso que nos ocupa, y a nuestro entender, la larga biografía del exilio español nos brinda tres años emblemáticos por excelencia: el primero —1939—, que marcaría el fin de la Guerra Civil y el inicio de la salida de España de miles y miles de refugiados españoles; el segundo —1945—, que sería testigo de la reconstrucción institucional republicana en un proceso anticipatorio de un inminente, aunque finalmente frustrado, regreso a España, y el tercero —1977—, que anunciaría la disolución de las instituciones del republicanismo español en el exilio después de validarse la legitimidad de aquella democracia monárquica en fase transitoria hacia un Estado de derecho. Sin perder de vista las referencias cronológicas de los otros dos, de las que también se da cuenta a lo largo de estas páginas, la razón de ser de este libro entronca su raíz en la coyuntura histórica que nos brinda 1945, un año que quedará marcado en los anales de la historia como el fin de la guerra mundial más devastadora que la humanidad ha conocido y, de manera paradójica, como la coyuntura histórica donde el republicanismo español del exilio avivó la llama de la esperanza de regresar al país perdido ante la presumible caída del régimen militar de Franco. Y, como se irá analizando, capítulo tras capítulo, no hay que olvidar que aquel tiempo del exilio se cruzaría, una y otra vez, con el tiempo político del México posrevolucionario.

    Como puede imaginarse, si la segunda Guerra Mundial acabaría condicionando el devenir del mundo, también lo haría con los respectivos proyectos que encarnaba aquel México posrevolucionario, encabezado por el presidente Manuel Ávila Camacho, y aquella República Española en el Exilio que, en busca de sitio y destino, ya contaba en 1945 con seis años de ausencia de España. El devenir de los acontecimientos acabaría fortaleciendo el vínculo entre México y aquellos refugiados de una forma nueva hasta entonces, para dejar en evidencia que el fenómeno del exilio español debe comprenderse más allá de las fronteras del cardenismo.

    Si bien en 1939 aquellos españoles habían encontrado acogida en el México del presidente Lázaro Cárdenas, no se oculta que también lo hicieron en otros países de Europa y del resto del continente americano. Y, sin embargo, en 1945 México acabaría siendo el país de referencia para el exilio español no sólo por defender su causa en la Conferencia de San Francisco —en un ejercicio similar a lo que haría en la ginebrina Sociedad de Naciones durante la Guerra Civil—, sino por permitir que la Ciudad de México se convirtiera por espacio de unas horas en la verdadera capital de la España republicana del exilio.

    Gracias a las prerrogativas jurídicas concedidas por el presidente mexicano Ávila Camacho, en un edificio de la majestuosa plaza del Zócalo —en aquel palacio municipal desde el que en otro tiempo se gobernaran los destinos de la Nueva España y, durante siglo y medio, la ciudad emblemática del México soberano—, la España del exilio pudo reunirse en Cortes y restaurar sus dos instituciones por excelencia: la república y el gobierno. Acto seguido, la bandera tricolor republicana ondearía a los cuatro vientos en uno de los balcones de Palacio, consumándose así uno de los acontecimientos más singulares no sólo de las relaciones hispano-mexicanas, sino también del México soberano. Salvo incurrir en el error, nunca hasta entonces, ni después del hecho, una bandera distinta de la mexicana había ondeado sobre la plancha del Zócalo y bajo el cielo del México soberano con semejante carácter de oficialidad. No cabe duda de que aquéllos eran tiempos de euforia y esperanza.

    Para el caso de México y el exilio español, 1945 sería año de mancuerna y no pocas valoraciones, tal y como se irán presentando en los capítulos que dan forma al libro. Para ese entonces habían pasado ya 35 años del surgimiento de la Revolución mexicana. Después de los primeros momentos de aislamiento y hasta desconocimiento de las grandes potencias, México se encontraba en un claro proceso de reconocimiento internacional, de consolidación de sus instituciones revolucionarias —y hasta de modernización de aquellas heredadas de la etapa porfirista— y de cosecha de los frutos obtenidos de las reformas sociales emprendidas en los años treinta durante el sexenio cardenista. A su vez, las inversiones nacionales y hasta extranjeras venían confiando en la estabilidad ofrecida por el régimen —caracterizado por su presidencialismo, su corporativismo y la preponderancia electoral de un partido oficial—, hasta el grado de que los grandes emporios industriales llegarían a crecer de forma vertiginosa con motivo de la coyuntura brindada por la segunda Gran Guerra. En suma, es en este periodo tan decisivo para la historia del México soberano cuando acabarían sentándose las bases del desarrollo estabilizador.

    Frente a estos tiempos de bonanza y crecimiento, la España republicana de 1931 llegaría a correr una suerte bien distinta. Su rápida llegada y su promisorio ascenso, principalmente con marcado acento de reformismo social, muy pronto se verían detenidos por la sublevación militar del 18 de julio. De nuevo, España hacía de su vieja piel de toro un escenario de enfrentamiento, destrucción y muerte. El segundo proyecto republicano español había concebido una aventura —también revolucionaria y transformadora—, de hondo calado y de largo alcance, pronto abortada no sólo por la posición estratégica de España en el mosaico territorial europeo, sino por el momento histórico que le tocó vivir.

    Como ya se ha dicho antes, a lo largo de toda Europa se escuchaban ya los aires broncos del fascismo y, más allá de caer en una guerra meramente fratricida, la civil española habría de alcanzar unas dosis de innegable internacionalización, donde las invectivas del nazi-fascismo comulgarían con la calculada pasividad de las grandes potencias europeas como Francia y Gran Bretaña y hasta con la complicidad de los Estados Unidos. Sin el apoyo de estos países —sobre el papel, aliados— y quedando en papel mojado el espíritu solidario que inspiró la formación de la Sociedad de Naciones tras la primera Guerra Mundial, la suerte de aquella España republicana estaba echada.

    Las piezas no hicieron sino encajar en el rompecabezas. Tan sólo cinco meses después de que el general Franco anunciara la terminación de la guerra (1º de abril del 39) —tras verse cautivo y desarmado el Ejército Rojo y las tropas nacionales haber conseguido sus últimos objetivos militares—, Adolfo Hitler cumplía al pie de la letra su gran profecía, anticipada en su libro Mein Kampf, de llevar sus ambiciones imperialistas hasta el último extremo y, por consiguiente, de meter al mundo en una segunda guerra mundial. Para quienes conocieron bien los entresijos del momento, aquello acabaría siendo la crónica de una muerte anunciada.

    De cualquier modo, y pensando en la relación hispano-mexicana —de república a república—, estos grandes condicionamientos históricos también acabarían interactuando en el cauce y desarrollo de una agenda bilateral llena de empatías, elogios, solidaridades y mutuas complicidades. Debe recordarse que desde esta España se reconoció como propio el ideario de la Revolución mexicana, mientras que desde México se aplaudió aquel 14 de abril republicano por tratarse de la culminación en la madre patria del doble proceso revolucionario mexicano: el primero, iniciado en 1810 y finiquitado en 1821 con la Independencia y, el segundo, el de 1910, cuando los ideales democratizadores asestaron el golpe definitivo al régimen autoritario de Porfirio Díaz. Para aquellos revolucionarios mexicanos, gracias al advenimiento de la segunda República, España se convertía en la última colonia del universo hispánico en independizarse de esa otra y vieja España, la monárquica, virreinal y encomendera.

    Por eso y por más, durante aquellos años treinta la relación bilateral entre México y España pasaba por su mejor primavera. Baste recordar, por ejemplo, que, en septiembre de 1931, el ingreso del México del presidente Emilio Portes Gil en la Sociedad de Naciones se produjo a instancias del presidente Manuel Azaña. Fue entonces cuando las representaciones diplomáticas se elevaron al rango de embajadas y, al amparo de ambos proyectos modernizadores, se enviaron a sus sedes diplomáticas a reconocidas personalidades como Julio Álvarez del Vayo, destinado a la Ciudad de México, y Alberto José Pani y Genaro Estrada, dos referencias diplomáticas que pasaron por Madrid.

    Asimismo, el intercambio comercial se acrecentó y las sinergias culturales e ideológicas alcanzaron un momento inédito en la historia de las relaciones hispano-mexicanas. En resumen, sólo el inicio de la crisis militarista e intervencionista, como consecuencia del acecho nazi-fascista con una fuerte presencia en el desarrollo de la Guerra Civil española, vino a alterar ese histórico periodo de las relaciones que protagonizaban México y España. Después, y durante los años de la Guerra Mundial, su vínculo diplomático alcanzaría un estatus de mutuo desconocimiento.

    Ya en los años cuarenta, el gran proceso de transformación de las instituciones mexicanas hacia el civilismo, que aspiraba a la definitiva desmilitarización deudora del proceso armado revolucionario, se encontraba en su momento culminante. Se habían dado pasos importantes hacia la profesionalización y modernización del ejército mexicano y, en el interior del partido, se había creado la Confederación Nacional de Organizaciones Populares (CNOP), donde participarían empresarios, comerciantes y profesionistas y, en general, las clases medias del país. Eran tiempos nuevos. El pacto de unidad nacional, inspirado en el credo solidario que se gestó durante el devenir de la segunda Gran Guerra, llevaría al fortalecimiento del poder presidencial y a la creación de una alianza estratégica para la aceleración de la producción industrial, suscrita por los sectores obreros y empresariales bajo el arbitrio gubernamental. A la par, el sindicalismo oficial se vería fortalecido a través de su mayor exponente, la Confederación de Trabajadores de México (CTM), aunque ya sin la presencia en la secretaría general de su líder histórico Vicente Lombardo Toledano.

    A su vez, hay que recordar que el mandato de Ávila Camacho llegaba a su final, por lo que México llegaría a vivir momentos efervescentes en vísperas de la sucesión presidencial de 1946. Impulsado desde el Ejecutivo, el partido oficial —que, a partir de enero, pasaría de ser el Partido de la Revolución Mexicana al actual Partido Revolucionario Institucional— cerraría filas en torno a la figura de Miguel Alemán, hasta entonces secretario de Gobernación. México apuntaba hacia el futuro. La disidencia y la oposición se encontraban controladas, y en el ámbito político el periodo cerró con la noticia del fallecimiento del principal arquitecto del partido oficial y Jefe Máximo de la Revolución hasta 1934: el general Plutarco Elías Calles.

    En contraste, la llamada cuestión española viviría momentos de verdadera incertidumbre. El franquismo y el exilio se enfrentaban con más celeridad en la coyuntura histórica del 45, ya que ambos proyectos buscarían afanosamente el respaldo de los vencedores en la guerra mundial, como estrategia para alcanzar su supervivencia a futuro. A la postre, la España de Franco lograría el visto bueno de Washington y Londres y, en contrapartida, el exilio nunca alcanzaría ese ansiado reconocimiento británico-estadunidense, ni tampoco el de la Unión Soviética. La sentencia estaba echada. Aquella República en el exilio no tendría suficiente con la simpatía de buena parte de la opinión pública internacional o con el gran respeto despertado en los países de acogida por el colectivo de exiliados formado por académicos, escritores, científicos e intelectuales. En última instancia, y como el tiempo acabaría demostrando, tampoco sería suficiente el reconocimiento de países amigos como México (28 de agosto de 1945), que no contaban con la influyente fuerza en el tenso ambiente internacional como para provocar una enérgica reacción en detrimento del franquismo. Su apoyo acabaría siendo más simbólico que efectivo.

    Planteadas así las cosas, no está de más recordar que el exilio español tuvo en México grandes momentos esperanzadores, principalmente en 1945. Durante ese tiempo, tal y como se analizará más adelante, las Cortes parlamentarias se reunieron hasta en tres ocasiones, y la Ciudad de México se convirtió en punto de reunión de los principales líderes republicanos. Durante semanas y hasta meses, los periódicos capitalinos se harían eco de los pasos de Indalecio Prieto, Juan Negrín, Diego Martínez Barrio o José Giral Pereira, así como de líderes nacionalistas vascos y catalanes como José Antonio Aguirre y Josep Tarradellas, respectivamente.

    Como se ha anticipado, el 17 de agosto de 1945 fue la fecha elegida para que poco menos de un centenar de diputados españoles, protagonistas todos en la última sesión parlamentaria antes de abandonar España, se reunieran en un salón del cabildo capitalino mexicano con el fin de proceder a la reconstrucción de las instituciones republicanas. De aquel estelar momento saldría nombrado Diego Martínez Barrio como nuevo presidente de la República Española y después José Giral como jefe de gobierno, ambos secundados por una corte ministerial como si se tratase de un Ejecutivo formalmente establecido en territorio español. Después, un puñado de países normalizaría oficialmente sus relaciones diplomáticas con aquella España republicana del exilio: México, Guatemala, Panamá y Venezuela durante 1945, y Polonia, Yugoslavia, Rumania, Checoslovaquia, Hungría, Albania y Bulgaria a lo largo de 1946.

    De cualquier manera, y más allá de este ejercicio de institucionalización republicana, en aquella sesión de Cortes pudo verse justamente la principal virtud del exilio, pero también su más visible debilidad. La verdadera unificación de ideologías, personalidades políticas, partidos y sindicatos nunca estuvo realmente garantizada, a pesar de que, a nuestro entender, éste tampoco sería el factor determinante que impediría su retorno a España. La cuestión española, así como se refería a la problemática de las dos Españas en la Conferencia de San Francisco, quedaría atrapada en una nueva y compleja realidad internacional, marcada por la tensión ideológica entre el liberalismo y el comunismo. La guerra bipolar estaba planteada y dirigida bajo la batuta de sus dos grandes potencias contendientes: los Estados Unidos y la Unión Soviética.

    Éste fue el contexto histórico al que se hará constante referencia en las páginas siguientes, y con estos párrafos preliminares quedan presentados los argumentos que avalan la pertinencia del presente libro, resuelto mediante una estructura capitular de 11 trabajos de investigación escritos por verdaderos especialistas en la temática. En el primero de ellos, firmado por Luis C. Hernando Noguera, se hace un detallado análisis no sólo del papel desempeñado por la Junta Española de Liberación (JEL) en el contexto de la posguerra mundial, sino de su difícil proceso de conformación, sus aportaciones, así como de las causas que determinaron su temprana disolución. No hay duda de que estamos en presencia de la gran experiencia asociacionista del exilio español, rostro de aparente unidad y fruto de complejas alianzas políticas, surgida ante la necesidad sentida de hacer oír la voz del republicanismo español en el complejo damero de deliberación planteado por las grandes potencias al término de la segunda Gran Guerra.

    Como defiende el autor, la JEL fue una

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