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México: Memorias de un viajero
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México: Memorias de un viajero
Libro electrónico341 páginas4 horas

México: Memorias de un viajero

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En este volumen se ofrece por primera vez la traducción al español de un texto del viajero austriaco del siglo XIX Isidore Löwenstern. Este volumen constituye un excelente retrato de la vida y costumbres del México de la época, así como de los lugares y situaciones de mayor importancia para el viajero. Es, además, una aproximación privilegiada, desde la perspectiva de un explorador de filiación monárquica y colonialista, al pensamiento que el hombre del viejo mundo guardaba sobre su contraparte extranjera.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento28 jun 2013
ISBN9786071614476
México: Memorias de un viajero

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    México - Isidore Löwenstern

    SECCIÓN DE OBRAS DE HISTORIA


    MÉXICO

    ISIDORE LÖWENSTERN

    México

    MEMORIAS DE UN VIAJERO

    Edición, traducción y prólogo

    MARGARITA PIERINI

    Viaje pintoresco y arqueológico

    de la parte más interesante de Mexico.

    Carl Nebel, 1836

    Primera edición en francés, 1843

    Primera edición en español, 2012

    Primera edición electrónica, 2013

    Título original: Le Mexique: souvenirs d’un voyageur

    D. R. © 2012, Fondo de Cultura Económica

    Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 México, D. F.

    Empresa certificada ISO 9001:2008

    Comentarios:

    editorial@fondodeculturaeconomica.com

    Tel. (55) 5227-4672

    Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc. son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicana e internacionales del copyright o derecho de autor.

    ISBN 978-607-16-1447-6

    Hecho en México - Made in Mexico

    ISIDORE LÖWENSTERN es el epítome del explorador europeo del siglo XIX. Hijo de una familia económicamente privilegiada, viajó a aquellos lugares que la época aún consideraba exóticos: Cuba, Egipto, China, Estados Unidos y México. Presentó la imagen filtrada de sus habitantes, de su cultura y su entorno. En ocasiones crítico y en otras complaciente, Löwenstern traza siempre una imagen definida de las lejanas tierras que visita y del encuentro de esas nuevas culturas con el pensamiento europeo.

    ÍNDICE

    Prólogo

    MÉXICO. MEMORIAS DE UN VIAJERO

    Prefacio

             I. Llegada a México. Veracruz

            II. Xalapa

           III. Puebla de los Ángeles. Cholula

           IV. México

            V. México. La vida

          VI. Gobierno

         VII. Población. Estado militar

        VIII. Establecimientos científicos

          IX. Hospitales. Ceremonias religiosas

           X. México. Estancia

          XI. Costumbres mexicanas

         XII. Costumbres (continuación)

        XIII. Los indios. Las razas mezcladas

        XIV. Excursión a las ruinas de Xochicalco y a la caverna de Cacahuamilpa

         XV. Continuación de la excursión a Xochicalco y Cacahuamilpa

        XVI. Excursión a las minas de Real del Monte

       XVII. Regreso de Real del Monte por San Juan Teotihuacán

      XVIII. Alrededores de la capital. Pirámides de los Remedios y de Tepatitlán

        XIX. Observaciones sobre las pirámides mexicanas

         XX. Hombres de Estado y militares célebres

        XXI. Salida de la capital

       XXII. Querétaro. Celaya. Guanajuato

      XXIII. Minas de Guanajuato. Ruta de Guadalajara

      XXIV. Guadalajara

       XXV. Salida de Guadalajara hacia Tepic

      XXVI. Tepic. Salida hacia Mazatlán

     XXVII. Continuación de la ruta hacia Mazatlán

    XXVIII. Mazatlán. El pronunciamiento

      XXIX. Continuación de Mazatlán

       XXX. El cordonazo

      XXXI. Conclusión

    Anexo: Equivalencia de pesos y medidas entre México y Francia

    PRÓLOGO

    Parece que el genio del mal es el que inspira a algunos viajeros de Europa y de los Estados Unidos [a] visitar nuestro país con una malevolencia y con una decisión por la caricatura y el sarcasmo que desmienten los estudios filosóficos a que se suponen entregados. […] Con el título de Memorias de un viajero ha publicado el señor Isidoro Löwenstern una infame sátira cuyo blanco ha sido nuestra patria, y felizmente desde el prólogo de su obra descubre sus intenciones y su fin político, que es el de inclinar a las potencias de Europa a que intervengan en los negocios de América, trastornando sus gobiernos y transformándolos en monárquicos.

    Con estas palabras anticipaba José María Tornel lo que el atento lector podría encontrar en las páginas de este tomo en 4°, en francés, impreso en París por Arturo Bertrand, y que vio la luz en el año de 1843.¹ Atento a las novedades llegadas de las prensas extranjeras —en especial a las referidas al país—, escritor y traductor al mismo tiempo, el general Tornel, a la sazón ministro de Guerra del gobierno santanista, publicó en El Museo Mexicano una encendida y detallada reseña del libro del malévolo viajero para, refutando sus críticas, despejar sus falacias y alertar sobre las oscuras intenciones que podrían haber llevado al autor a esparcir semejantes infundios a partir de su (breve) estancia en tierras mexicanas.

    Otros lectores contemporáneos coincidirán en esas apreciaciones, a tal punto que Löwenstern habría de convertirse en el paradigma de los viajeros hostiles a México (unido casi indefectiblemente a la marquesa Calderón de la Barca y a Michel Chevalier) y sus comentarios siempre sarcásticos, siempre negativos, serían objeto de burla o de ironía (Luis Martínez de Castro —conocido por su seudónimo Mala Espina y Bien Pica—, Manuel Payno, Antonio Haro y Tamariz), o servirían como punto de partida para una reflexión sobre la necesidad de ofrecer desde la incipiente literatura nacional una cabal representación de sí mismos, en lugar de verse reflejados por espejos ajenos y deformantes (Ignacio Manuel Altamirano).²

    Con el tiempo, sin embargo, el nombre de Löwenstern irá cayendo en el olvido, y su libro sobre México³ no atraerá particularmente la atención de los investigadores,⁴ tal vez por ser un tanto inclasificable: escrito en francés por un austriaco de oscura filiación y confusos objetivos, que se dedica a realizar un viaje en torno al globo y a redactar sus memorias alertando sobre la decadencia de estos pueblos americanos y predicando soluciones civilizadoras.

    En general, los viajeros europeos que llegaron a América a inicios del siglo XIX no venían ya impulsados por el espíritu filosófico propio de la Ilustración, que planteaba la igualdad de razas y culturas. Como ha señalado Bitterli,⁵ las primeras décadas del siglo XIX se caracterizaron por una involución del humanismo ilustrado que hace inteligible, por ejemplo, que no se alzaran voces de protesta ante la conquista de Argelia por los franceses ni —podemos agregar— ante las expediciones punitivas enviadas por Luis Felipe contra los gobiernos de México y del Río de la Plata. Por el contrario, como observa Pascual Mongne:

    El siglo XIX tiene la particularidad de haber visto el nacimiento de lo que hoy llamamos ciencias humanas (arqueología, etnología, antropología, física, etc.) y de haberlas recubierto enseguida de un barniz etnocentrista, incluso racista. Europa, entonces en plena expansión industrial y colonial, se creyó investida de una misión casi divina de civilización de las naciones llamadas primitivas.

    Existe, en consecuencia, toda una bibliografía europea de viajes que denigra a América, vista a través de la lente de la ideología y de imágenes preconcebidas. En esto, Löwenstern es sólo un integrante más de un vasto grupo que llega a tierras extrañas provisto de arraigados prejuicios, y se limita a corroborarlos con la realidad conocida durante su viaje. Las obras de estos autores reiteran una serie de tópicos que caracterizan al género durante la primera mitad del siglo XIX: la influencia del clima sobre los habitantes (invariablemente negativa, si se trata del clima tropical), la nefasta herencia de la Colonia española, el pernicioso dominio del catolicismo sobre las masas, la corrupción de los gobernantes, la apatía de criollos e indios; el atraso de las costumbres, las fatigas y peligros que debe afrontar el viajero entre gentes hostiles; los beneficios que una educación a la europea puede aportar a las clases dominantes… La lista es larga.

    ¿Qué es, pues, lo que hace destacable a este viajero, tan leído y criticado en su tiempo y, más tarde, relegado a un discreto segundo plano? En primer lugar, el hecho de ser el representante más extremo (hasta convertirse en objeto de sátira) de la crítica negativa sobre México entre los viajeros de su época; en segundo lugar, que su discurso anticipa la propuesta de buscar la salvación del país en la instauración de una monarquía europea —proyecto que, como es sabido, se llevaría a cabo dos décadas después de la publicación de su libro—.

    RETRATO DE UN VIAJERO

    La figura del conde Isidore Löwenstern resulta bastante escurridiza, y la investigación para reunir datos sobre él mucho tuvo de rompecabezas, hasta armar un trazado biográfico más o menos completo.

    En el catálogo de la Biblioteca de Washington⁷ se da como fecha de su nacimiento el año de 1810; el de su muerte aparece con un interrogante: 1858 or 59?⁸ No deja de llamar la atención que se dude de este último dato, tratándose de un hombre que, según se asienta en la portadilla de su primer libro (Les États-Unis et la Havane),⁹ era caballero de la Orden Hospitalaria y Militar del Santo Sepulcro y miembro de la Sociedad Geográfica y Etnográfica de París. No se trata, pues, de un hombre oscuro o tan remoto en el tiempo como para que resultase difícil determinar la fecha de su muerte.

    La monumental Biographie universelle ancienne et moderne, publicada por los Michaud, padre e hijo, entre 1810 y 1828, y posteriormente continuada por el hijo hasta 1863, reúne datos sobre personas ilustres ya fallecidas.¹⁰ Allí se lee, en la entrada sobre nuestro viajero: Nació en Viena, Austria, en 1807. Era de familia israelita y bien situada económicamente, por lo cual pudo efectuar su viaje a América.¹¹

    Löwenstern pertenecía a una familia noble; en alguna parte de su viaje a los Estados Unidos hace referencia a la admiración —poco republicana, dice irónicamente— de los norteamericanos frente a un título nobiliario.¹² Ya en México, el ministro de Guerra, José Morán, envió un oficio al comandante general de Guanajuato ordenándole que proporcionase una escolta al conde Isidoro Löwenstern por instrucciones del presidente Anastasio Bustamante.¹³

    A través de diversos artículos y documentos es posible trazar el itinerario de este joven de fortuna que decide dar la vuelta al mundo en tiempos en que aún quedaban regiones por explorar y descubrir.¹⁴ Después de conocer gran parte de Europa, decidió visitar Oriente en compañía de su esposa. Partió en febrero de 1836 e hizo extensos recorridos por Turquía, Siria y Jerusalén, con cuyas lenguas se familiarizó.¹⁵ En Egipto visitó las pirámides de los faraones, que después asociaría reiteradamente con las que encontró en México.

    Atravesó el Mediterráneo para dirigirse a Grecia y de allí regresó a Viena a principios de 1837, a fin de prepararse para su gran viaje de circunnavegación.

    El 2 de julio inició —esta vez solo— su excursión alrededor del mundo. Se embarcó en Londres rumbo a los Estados Unidos, adonde llegó el 8 de septiembre de 1837, provisto de cartas de recomendación dirigidas a funcionarios de alto rango —entre ellos, el entonces presidente Van Buren y el ex embajador Poinsett—. Recorrió la zona occidental, visitó las cataratas del Niágara —que lo deslumbraron—, el sur de Canadá —donde satisfizo su indiomanía (sic) asistiendo a un baile de indios hurones—,¹⁶ diversas ciudades importantes (Washington, Nueva York, Filadelfia) y, finalmente, se embarcó en Nueva Orleans rumbo a Cuba.

    Permaneció pocos días en La Habana, los suficientes para visitar una plantación de azúcar —lo que le daría pie para comparar, en su libro sobre México, las ventajas y desventajas del trabajo libre o esclavo—, y prodigó alabanzas al capitán general de la isla, el general Tacón, el "hombre firme y severo" que en tres años hiciera de La Habana un lugar "seguro, tranquilo y sano".¹⁷

    Llegó a Veracruz el 8 de febrero de 1838. En la hoja de desembarco, que debe llenarse ante el capitán del puerto, se asientan los datos de los pasajeros de la Sylphide. Siguiendo las preguntas de rigor, Löwenstern hizo constar su edad (32 años), su estado civil (casado), su profesión (comerciante) y su nacionalidad (austriaca).¹⁸ Para su sorpresa, no se preguntó por la religión del pasajero.¹⁹

    Su estancia en el país —de febrero a diciembre de 1838—, durante la segunda presidencia de Anastasio Bustamante, coincidió con la ruptura de relaciones con Francia y el bloqueo de los puertos del Golfo. La actividad que desarrolló durante ese periodo no resulta muy clara. Se atribuye la profesión de comerciante, pero no hay mención en su obra —ni en los documentos que encontramos— de que realmente se desempeñara como tal. Solamente hizo referencia, durante los escasos días que pasó en Veracruz, a las cartas de recomendación que traía para los comerciantes del puerto, cuya acogida lo defraudó por completo —dándole oportunidad para iniciar la larga serie de vituperios contra el mexicano, de cuyos amables ofrecimientos, dice, siempre hay que desconfiar—. Hacia el fin de su viaje se referiría a la acogida —ésta, muy cordial— que le dispensaron en Tepic los representantes de una de las casas comerciales más importantes de la época: Barron y Forbes.²⁰

    Lo que sí manifiesta claramente en su obra es su afición por las antigüedades. Dedica numerosos y detallados capítulos a sus recorridos y descubrimientos por diferentes sitios arqueológicos, así como al Museo Nacional (capítulo VIII). Como es sabido, el interés por las diversas muestras del arte prehispánico había cobrado auge en Europa, particularmente después del viaje de William Bullock al México recién independizado (1825); el viajero inglés reunió una abundante colección que se expuso en el Museo Británico. Sus sucesores prosiguieron con esa sana costumbre, y Löwenstern no sería la excepción. En su texto menciona que, gracias a la amabilidad de un joven compatriota, Theodore Bahre, pudo embarcar directamente hacia Europa sus colecciones, en lugar de llevarlas consigo durante su periplo alrededor del globo. Junto con diversos objetos prehispánicos, adquiridos en insistentes búsquedas, llevó también la espada de Pedro de Alvarado, procedente del convento de Santo Domingo, y comprada, según dice, casi a precio de hierro viejo.

    Después de recorrer, como es de rigor, los alrededores de la ciudad de México, Löwenstern se puso en marcha rumbo a Mazatlán para embarcarse hacia China. Las tormentas de otoño hicieron que la partida se demorara más tiempo del esperado, hasta que finalmente pudo partir el 23 de diciembre de 1838.

    Una carta del propio Löwenstern, aparecida en 1841 en el Bulletin de la Société de Géographie de Paris,²¹ da cuenta del resto de su viaje. Llegó a las islas Sandwich (Hawái), donde durante dos meses se dedicó a explorar varios volcanes, entre ellos el Mauna Loa, dejando registros más o menos científicos de sus descubrimientos. Luego se dirige a China, pero, ante las dificultades para desembarcar en Cantón —único lugar por entonces abordable para los extranjeros debido a la guerra del opio—²² continuó rumbo a las islas Célebes y Molucas; después emprendió el regreso bordeando el continente africano, hizo un breve alto en la isla de Santa Elena —sería uno de los últimos en visitar esa isla de roca solitaria y funesta, antes de que se la privara del imán que atraía los ojos del universo²³ (es decir, la tumba de Napoleón, cuyos restos fueron repatriados a Francia un año después)—,²⁴ y desembarcó en Dover el 15 de noviembre de 1839, habiendo realizado la vuelta al globo en dos años y tres meses.²⁵

    De regreso en su patria parece que se dedicó a la labor científica: fue nombrado miembro de la Sociedad Geográfica y Etnológica de París; publicó sus dos libros de viaje con los mismos editores, Bertrand y Michelsen, y presentó una serie de artículos y folletos sobre temas de arqueología de Medio Oriente en sociedades y revistas especializadas.²⁶ Poco después, según informa la breve biografía de Michaud, volvió a viajar y fue durante una estancia en Constantinopla [cuando] murió el 6 de mayo de 1856.²⁷ Tenía 50 años.

    Otro viajero mexicano, Michel Chevalier, lamentaría algún tiempo después la prematura muerte de Löwenstern que lo arrebatara a la ciencia y a sus amigos.²⁸

    MÉXICO EN 1838

    Para esbozar brevemente lo que ocurría en el país a lo largo del agitado año de 1838, cuando Löwenstern visitó estas tierras, resulta ilustrativo revisar los periódicos de la época y observar el cuadro que presentan —por lo general, coloreado por sus banderas partidarias.²⁹

    El año comienza bajo negros auspicios. La escuadra enviada por Luis Felipe bloqueó los puertos del Golfo, mientras no se aceptaran las condiciones planteadas por el embajador Deffaudis en un severo ultimátum. El objetivo: asegurar a los franceses que comercian con el interior […] la justicia y la seguridad que les son debidas.³⁰ Sería el inicio de la que, en palabras de José Emilio Pacheco, hemos trivializado como ‘la guerra de los pasteles (1838-1839)’, cuando en realidad, se trata de una intervención francesa que preludia el desastre de 1847 y las invasiones de 1862.³¹

    Las hostilidades con Francia representaban una grave amenaza para el porvenir de la nación. Si bien considera injustificadas y excesivas sus reclamaciones, el gobierno terminará por aceptar gran parte de sus exigencias después de un año de hostilidades, que culminaron con el bombardeo de Veracruz.

    En el plano interno, el país se debatía en la lucha entre centralistas y federalistas. La nueva constitución, sancionada en 1836, tampoco había logrado el orden y la unión que se reclamaban desde uno y otro sector. Algunas regiones (como Yucatán) se separaron del centro o amenazaron con hacerlo, como Chiapas, decidido a unirse a Guatemala.³² En el norte, Texas acababa de constituirse como república independiente, pero continuó siendo un foco de conflictos, y la agitación se extendió a California.

    La economía no se recuperaba de los perjuicios sufridos desde hacía varias décadas, agravados por las guerras de independencia y posteriores pronunciamientos. Löwenstern dio testimonio de la pobreza del ejército que debería hacer frente a las bien pertrechadas tropas francesas. La única manera de reclutar soldados era la leva, socorrido y añejo recurso de un Estado miserable. La leva, claro, era selectiva: en Veracruz, cuenta un corresponsal, "por diferentes puntos se dio una especie de ataque cogiendo de leva a todos los de traje pobre que andaban por las calles: ni criados, ni artesanos, ni albañiles, ni carboneros se escaparon de esta correría".³³

    El presidente intentó engrosar el escuálido erario agregando nuevos y realmente extraordinarios impuestos a los ya existentes: ahora debían pagar tributo las casas de alquiler de camas, los juegos de bochas y de bolos, los lugares de tiro al blanco.³⁴

    Aunque, al mismo tiempo, se derrochaba el dinero público: en la procesión de Corpus 20 000 soldados engalanados como para una función de ópera desfilaron por las calles del centro. Löwenstern, al describir este acto religioso, hizo hincapié en el lujo desplegado.³⁵ Por su parte, la oposición preguntó si el ejército encargado de defender el territorio nacional se encontraba igualmente bien equipado y uniformado.³⁶

    La seguridad pública era otro viejo y no resuelto problema. A los asaltos en los caminos, en especial en la ruta de Puebla a México, se sumaban los que tenían lugar en las cercanías de la ciudad. El mismo párroco del Sagrario fue asaltado en el camino de la Viña, zona de muladares que servían de refugio a bandidos… y bandidas. Las cuchareras, como se las denominaba, integraban en gran número grupos marginales. Su punto preferido de reunión era la Plaza del Volador, donde los paseantes podían identificarlas por su aspecto de harpías.³⁷

    Todo viajero lleva ya, prefigurada, una representación del lugar al que dirige sus pasos. Así, desde los inicios de su viaje, Löwenstern anticipó sus expectativas sobre el país imaginado:

    Ardía en deseos de llegar a México, ya que, cualquiera que sea la importancia de Estados Unidos, para mí solo tenía un interés secundario. Aficionado a las antigüedades, anhelaba el momento de recorrer esa parte de América tan señalada por los hechos de los españoles, por los pueblos indígenas que allí encontraron y cuyo origen desconocido ofrece un campo tan vasto a las investigaciones, o mejor dicho, a las hipótesis, del viajero.³⁸

    De este modo delimitaba los marcos para aprehender ese nuevo mundo: el pasado español, a partir de sus lecturas sobre la Conquista; el pasado indígena, a partir de sus aficiones arqueológicas. Para el presente, para lo no conocido, contaba con un sólido sistema de pensamiento —monárquico, conservador, católico ultramontano— que en el encuentro con el país real de 1838 se traduciría en una crítica acerba y permanente, rebajando o anulando —como diría Tornel— el mérito de sus instituciones, con la pintura atroz de hábitos y costumbres que se suponen salvajes.³⁹

    EL ITINERARIO DEL VIAJERO

    Como todo libro de viajes, la obra de Löwenstern se estructura sobre un itinerario, a lo largo del que se alternan descripciones y relatos. Si bien, como recalca en el inicio, el objetivo de su obra se centra en las costumbres del país visitado, en su desarrollo va más allá, para trazar ambiciosos panoramas históricos, informar sobre las riquezas del suelo y sus formas de explotación, analizar sistemas políticos y proponer medidas de salvación para el futuro.

    En lo que corresponde al estudio de las costumbres, Löwenstern, a pesar de sus pretensiones de originalidad, siguió los tópicos propios del relato de viajes a las regiones hispanoamericanas. Los grupos sociales, la religión y sus instituciones; la comida, los atuendos propios de los distintos sectores, las diversiones, la educación y las formas de relación entre hombres y mujeres son otros tantos motivos que se verán representados, con las letras o con las imágenes, para ilustración y entretenimiento del lector europeo. Así, la fabricación del pulque, la tertulia, la corrida de toros, una procesión religiosa, un evangelista redactando misivas sentimentales, evocados en los relatos de viajes, encuentran también su colorida representación a través de los pinceles de Linati, Rugendas, Eggerton, Bullock y la señora Ward.

    Ese itinerario se desarrolló siguiendo una cronología; el viaje en el espacio es necesariamente un viaje en el tiempo. Pero varía, según los viajeros, la importancia otorgada al registro minucioso de lugares y fechas. Algunos prefieren uno de estos elementos y dejan de lado el otro. Löwenstern, por ejemplo, es cuidadoso en la enumeración de lugares por los que va pasando —a veces simples caseríos, pero que en medio de la soledad de la sierra debieron representar para el viajero la tranquilidad de alcanzar la meta anhelada: un techo y algún alimento—. En cambio, con frecuencia deja de lado la mención de las fechas en que cubre sus distintos itinerarios, y hasta llega a asentarlas equivocadamente.

    Su estancia en México se extendió a lo largo de once meses,⁴⁰ pero lo sustancial de su viaje se sitúa entre los primeros días de febrero de 1838, cuando llegó a Veracruz, y mediados de agosto, cuando desde Guadalajara puso rumbo hacia la costa occidental. Tanto el mes que pasó en Tepic como los dos largos meses en Mazatlán obedecen a la espera de un tiempo favorable para la navegación por el Pacífico; son por lo tanto etapas de inmovilidad, y el relato de sus experiencias en esos lugares es muy escueto y por demás superficial. No es difícil imaginar a Löwenstern encerrado en su residencia de turno, atento sólo a las noticias sobre los acontecimientos que podían demorar o acelerar los siguientes pasos de su viaje.

    Tres etapas se distinguen en este itinerario: a) llegada a México (por Veracruz) y viaje hacia la capital (un mes); b) estancia en la ciudad de México y recorridos por algunos puntos cercanos (cinco meses), y c) viaje hacia Mazatlán y salida del país (cinco meses).

    Corresponde a la segunda etapa la parte más extensa de la obra, que es también la parte medular; allí cambia el discurso narrativo. Tanto la primera como la tercera parte tienen un ritmo más ágil; en ellas el tema del viaje y los sufrimientos que implicaba, así como el papel de descubridor que el viajero se arrogó, ocupan un lugar destacado. En la segunda parte, en cambio, predomina la descripción. Se presentan las características generales del país —visto desde el centro político—, se analizan el sistema de gobierno, las personalidades de la política y la cultura; la legislación y el estado de la educación, entre otros, y se traza el retrato del ser mexicano.

    Del texto de Löwenstern se desprende que, después de su partida, se había seguido informando sobre el destino de México y de algunas de las personalidades que conoció durante su viaje. En ese lapso varios hechos habían modificado la vida política del país: con la renuncia del presidente Bustamante, tras los enfrentamientos entre facciones, se volvió al sistema federal y a un nuevo mandato de Santa-Anna. Desde el interior de la nación surgieron voces de notables que proponían la vuelta al sistema monárquico como solución para la anarquía reinante: la carta de Gutiérrez de Estrada a Bustamante (1840) así lo atestigua.⁴¹

    Todo esto debió de incidir, necesariamente, en la perspectiva desde la cual el viajero redactó su obra, transcurridos algunos años desde su regreso.⁴² Desde las primeras páginas expone con toda claridad su tesis:

    Es Europa la que, al oprimir a estos países en los siglos en que reinaba la ley del más fuerte, aportó los gérmenes de sus males presentes. Es solamente Europa la que puede y debe intervenir para hacer cesar un estado deplorable, contrario al espíritu de una época ilustrada en la que el deseo de los soberanos y los pueblos es la felicidad del mundo.⁴³

    Los 30 capítulos que abarca su libro ponen en escena ese estado deplorable, que conduce al país en forma inminente hacia el caos o, peor aún, a caer en manos de los Estados Unidos. La conclusión retoma y reafirma la hipótesis inicial: sólo un sistema

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