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Vidas mexicanas: Diez biografías para entender a México
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Libro electrónico279 páginas3 horas

Vidas mexicanas: Diez biografías para entender a México

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En este libro se conjuntan diez biografías de individuos sobresalientes de la historia de México. Realizadas por diez de los más importantes historiadores de México, miembros todos de la Academia Mexicana de la Historia, estas biografías ofrecen una lectura actualizada e imbuida con el rigor de la investigación histórica, con el fin de equilibrar la noción de personajes polémicos, inmaculados o poco estudiados, pero que indudablemente tuvieron un impacto en la historia nacional.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento22 abr 2015
ISBN9786071627407
Vidas mexicanas: Diez biografías para entender a México

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    Vidas mexicanas - Gisela von Wobeser

    Paz.

    I. MARINA MALINTZIN,

    INDÍGENA EMBLEMÁTICA

    (Siglo XVI)

    ANTONIO RUBIAL GARCÍA

    UNO DE LOS personajes más controvertidos de nuestra historia es sin duda la Malinche, nombre deformado de la palabra náhuatl Malintzin, de malinalli, hierba que se tuerce, y del reverencial tzin. La mayor parte de los escasos datos fidedignos que tenemos de ella nos los proporciona la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, de Bernal Díaz del Castillo, quien la conoció, recibió de ella misma información sobre su persona y muy posiblemente interpretó dichos datos, y por lo tanto los tamizó, a partir de su propia concepción del mundo.

    Bernal cuenta en el capítulo XXXVII de su Historia que doña Marina, nombre que se le puso cuando fue bautizada, era una gran señora y cacica de pueblos y vasallos de un señorío llamado Painala, lugar que algunos han relacionado con Copainalá, territorio dominado por grupos nahuas y localizado en Chiapas. Otros autores, como el jesuita Francisco Xavier Clavijero, señalan que era natural de Huilotla (Olotla), cerca de Coatzacoalcos, territorio al que llegaron los nahuas chiapanecos expulsados por los zoques. No es descabellado pensar, por tanto, como lo ha sugerido Marcos E. Becerra, que Malintzin haya formado parte durante su niñez de esas migraciones de los nahuas chiapanecos hacia el Golfo de México.¹

    Cuando Malintzin era aún pequeña, continúa el cronista Bernal, murió su padre, y su madre volvió a casarse. Al nacerle un hijo varón del nuevo marido, la cacica decidió vender a su hija mayor a unos mercaderes de Xicalanco para que no compitiera por el cacicazgo con el nuevo vástago. La historia, que recordaba al mismo Bernal la narración bíblica de José vendido por sus hermanos, es confusa y muy posiblemente fue elaborada por la misma Malintzin para construirse un pasado noble y bíblico a la altura de las expectativas de los españoles.² Así, a pesar de su situación de esclava, para Bernal era incuestionable su condición nobiliaria; su insistencia en llamarla doña Marina se constituía en argumento retórico en favor de los valores aristocráticos de su tiempo, pues un personaje protagónico como ella no podía ser de condición plebeya: la compañera de Cortés debía estar a la altura de su destino histórico. Con todo, no era posible negar el hecho de que la joven intérprete había sido vendida como esclava y que como tal había llegado a Xicalanco, el gran centro de intercambios comerciales entre mayas y nahuas. Después Bernal la hace pasar a manos de los caciques de Tabasco, no sabemos si como mercancía o como parte del botín de una guerra entre xicalancas y potonchanecas. Aunque el cronista no lo señala explícitamente, es muy posible que durante esos años Malintzin aprendiera algunas variantes dialectales de la lengua maya.

    En los primeros días de abril de 1519, la primera fecha que tenemos con precisión de su vida, la joven esclava fue entregada a Hernán Cortés junto con otras mujeres, después de que los españoles vencieron a los potonchanecas en la batalla de Centla. Bernal señala que el conquistador la regaló a su pariente Alonso Hernández de Portocarrero, al igual que hizo con las otras mujeres, que repartió entre sus hombres de confianza, y reemprendió el viaje hacia el occidente bordeando la costa del Golfo. Muy posiblemente fue entonces bautizada por fray Bartolomé de Olmedo, mercedario que venía con la expedición, y se le nombró Marina. Es claro que Cortés aún no conocía las dotes de intérprete de la muchacha ni lo había atraído especialmente, pues no se quedó con ella.³

    No fue sino unos días después, el jueves santo (18 de abril) de 1519, cuando los españoles llegaron a las playas de Chalchicueyecan (Veracruz), cuando por una casualidad Malintzin Marina mostró su destreza lingüística. El cronista Antonio de Solís narraba en el siglo XVII cómo se acercaron a los españoles dos piraguas con gente enviada por Moctezuma para saber quiénes eran; Jerónimo de Aguilar, el náufrago recogido por Cortés en las costas caribeñas y que le sirviera de intérprete de la lengua maya, no entendió lo que preguntaban, pero sí la esclava Marina, de origen nahua. Cuando la joven tradujo las palabras de los enviados al maya y Aguilar se las comentó a Cortés, éste descubrió los enormes servicios que le podía prestar esa mujer. Solís, que se basó en una escueta mención del episodio que hace Bernal, consideraba providencial el hecho de haber encontrado una traductora tan a la mano, en esas circunstancias, y señaló que Cortés dio gracias a Dios por el favor recibido.⁴ No sabemos si esto haya sucedido o fue sólo un recurso dramático y retórico de Solís, pero es muy posible que desde ese momento Cortés convirtiera a la joven esclava en su intérprete personal. Es por demás significativo que poco después el conquistador enviara a Portocarrero a España para dar noticias al emperador de su llegada a Veracruz y que desde entonces convirtiera a Malintzin en su concubina.⁵

    En un principio se hizo necesario utilizar los servicios de Marina y Aguilar, sus dos intérpretes, e incluso de un tercero cuando los interlocutores no hablaban náhuatl ni maya (como sucedió con el cacique totonaca de Cempoala); ese largo periplo comunicativo permitía a Cortés conocer la situación de los pueblos con los que entraba en contacto y planear sus estrategias diplomáticas. En este contexto la joven esclava mostró ser no sólo una gran ayuda como intérprete sino también una buena consejera y espía, papel que Bernal se encargará de recalcar a cada momento.

    Esta actividad se puede vislumbrar en el episodio de la matanza de Cholula, en el cual Bernal otorga a doña Marina un papel protagónico. Según narra el cronista, los cholultecas, azuzados por los mexicas, planeaban emboscar a los españoles y darles muerte; Malintzin, quien se había ganado la confianza de una anciana esposa de uno de los dirigentes, descubrió el plan y lo transmitió a Cortés, quien se adelantó y llevó a cabo la terrible matanza en la ciudad santuario de Quetzalcóatl el 18 de octubre de 1519.

    Cortés también menciona el episodio, aunque no le da a Marina el mismo peso que Bernal y ni siquiera la llama por su nombre:

    En tres días que ahí estuve [en Cholula] proveyeron muy mal y cada día peor, y muy pocas veces me venían a ver y hablar los señores y personas principales de la ciudad. Y estando algo perplejo en esto, a la lengua que yo tengo, que es una india de esta tierra que hube en Potonchan […] le dijo otra natural de esta ciudad como, muy cerquita de allí estaba mucha gente de Mutezuma junta, y que los de la ciudad tenían fuera sus mujeres e hijos y toda su ropa, y que habían de dar sobre nosotros para nos matar a todos […] la cual lo dijo a aquel Jerónimo de Aguilar […] y me lo hizo saber.

    A partir del episodio de Cholula, Marina es mencionada en la narración de Bernal como la intérprete única y el binomio Malintzin-Aguilar se vuelve cada vez menos requerido. Esto se ve claramente en los sucesivos encuentros que Cortés y Moctezuma tuvieron desde que los españoles entraron a Tenochtitlan hasta la desastrosa muerte del emperador mexica. El cronista reseña así la despedida que Cortés le hizo a Moctezuma antes de partir a Veracruz para enfrentar a Pánfilo de Narváez: y allí le abrazó Cortés dos veces a Montezuma, y así mismo Montezuma a Cortés. Y doña Marina, como era tan avisada, se lo decía de arte que ponía tristeza con nuestra partida.

    Bernal es también el referente más importante del papel que jugaron las mujeres de los conquistadores en el terreno simbólico. Cuando narra los acontecimientos sucedidos durante la huida de la Noche Triste y de la terrible situación en que se encontraban los españoles, el cronista señala que fueron escogidos trescientos tlaxcaltecas y treinta soldados para cuidar a las mujeres importantes que estaban con ellos. Y una vez que salieron de la ciudad agrega:

    Pues olvidado me he de escribir el contento que recibimos de ver viva a nuestra doña Marina y a doña Luisa, la hija de Xicotenca, que las escaparon en los puentes unos tlaxcaltecas, y también una mujer que se decía María de Estrada, que no teníamos otra mujer de Castilla en México sino aquella.

    Después de esta mención, Bernal retoma el binomio Marina-Aguilar, nuestras lenguas, al relatar las alianzas que Cortés consiguió con los pueblos circunvecinos de la poderosa ciudad mexica. Aunque sin duda su presencia también se hizo indispensable en todos los otros aspectos de la preparación del sitio de Tenochtitlan, en la ayuda prestada por los tlaxcaltecas y en la construcción de los bergantines. Lo mismo sucedió con la rendición final de Cuauhtémoc en la que, si bien Bernal no menciona la intervención directa de doña Marina, sí nos hace ver que el término Malinche ya se aplicaba para entonces también a Hernán Cortés, muy posiblemente como una deformación de Malintziné, es decir el poseedor de Malintzin. Así le llama por ejemplo Cuauhtémoc en la escena narrada por Bernal en la que el emperador vencido le dice a Cortés: Señor Malinche […] toma ese puñal que tienes en la cinta y mátame luego con él.¹⁰

    Tras la caída de Tenochtitlan y mientras se construía la nueva ciudad, Cortés se fue a vivir a Coyoacán con su séquito y sus concubinas, entre las que Marina tenía un lugar especial. Ahí Marina convivió con Tecuichpo, esposa de Cuauhtémoc, y con una de las hijas de Moctezuma, que recibiría el nombre de Isabel cuando fue bautizada. Posiblemente el conquistador, que se había convertido en el tlatoani sucesor de los emperadores mexicas, tuvo que desembarazarse de sus compañeras a la llegada de su mujer legítima, Catalina Xuárez Marcaida, en agosto de 1522. Pero a los tres meses de su arribo, la esposa fue encontrada muerta en su habitación y no faltó quien culpara a Cortés de uxoricidio.¹¹ Por ello Marina regresó a vivir al lado del conquistador en Coyoacán y muy posiblemente fue entonces cuando quedó embarazada del primogénito de Cortés, Martín, cuyo nacimiento se sitúa a fines de 1522 o a principios de 1523. Sin embargo, el niño fue desligado de su madre al poco tiempo de nacido y entregado para su crianza a un primo de su padre, Juan de Altamirano. Malintzin nunca más lo volvería a ver.

    Seguramente la actividad de doña Marina debió incrementarse en esos meses, en los que un nuevo sector necesitado de intérpretes se integró al proceso de conquista: los franciscanos. En 1523 llegaron tres religiosos de Flandes dirigidos por fray Pedro de Gante, a quien Malintzin, recién parida, debió servir como intérprete en algún momento. Ella tuvo que estar también relacionada con los 12 franciscanos al mando de fray Martín de Valencia, que arribaron a la capital en junio de 1524. Para entonces, sin embargo, Marina no era la única indígena bilingüe y, por lo que sabemos, también algunos españoles ya habían aprendido el náhuatl.

    Por otro lado, poco tiempo tuvo doña Marina para vincularse más con los frailes, pues a los pocos meses de su llegada, en octubre de 1524, acompañaba a Cortés en su expedición a las Hibueras (Honduras) para castigar al rebelde Cristóbal de Olid. Bernal Díaz, quien da una pormenorizada relación de este viaje pues estuvo en él, menciona que fue entonces, en un poblezuelo de un Ojeda el Tuerto, que es cerca de otro pueblo que se dice Orizaba, cuando Cortés dio a Malintzin como esposa a Juan Jaramillo, uno de sus hombres de confianza. El matrimonio debió ser oficiado por alguno de los dos frailes franciscanos de origen flamenco que iban con la expedición. Con todo, Marina debió seguir bajo las órdenes y al servicio del capitán, pues, como señala el mismo Bernal, Cortés, sin ella no podía entender a los indios.¹² Aguilar para entonces ya había fallecido y Marina, que hablaba ya fluidamente el castellano, era la única intérprete del capitán. Por tanto, doña Marina debió participar como tal en el juicio que Cortés le hizo a Cuauhtémoc durante dicha expedición y por el cual fue condenado a la horca junto con el señor de Tacuba.

    Fue también en esta expedición donde Bernal sitúa el episodio en el cual Marina se reencontró con su madre y la perdonó por haberla vendido como esclava. Señala el cronista: Estando Cortés en la villa de Guazacoalco, envió a llamar a todos los caciques de aquella provincia […] y entonces vino la madre de doña Marina y su hermano de madre, Lázaro […] tuvieron miedo de ella que temieron que los enviaba [a] hallar para matarlos y lloraban. Marina los perdonó, les dio muchas joyas, oro y ropa y les declaró: que Dios le había hecho mucha merced en quitarla de adorar ídolos y ser cristiana y tener un hijo de su amo y señor Cortés, y ser casada con un caballero como era su marido Juan Jaramillo.¹³ Bernal consideraba a doña Marina varonil por el gran valor que mostró a lo largo de la conquista, no propio de una mujer, tópico también en la literatura. De ella decía, finalmente, que tenía mucho ser y mandaba absolutamente sobre todos los indios en toda la Nueva España.¹⁴

    En contraste con las continuas alusiones que hace Bernal a doña Marina, sorprende la escueta mención que Hernán Cortés dio sobre ella en la segunda y en la quinta Cartas de relación. En la última habla de ella a propósito, precisamente, de su estancia en la región de Coatzacoalcos: Yo le respondí que el capitán que los de Tabasco le dijeron que había pasado por su tierra, con quien ellos habían peleado, era yo; y para que creyese ser verdad que se informase de aquella lengua que con él hablaba, que es Marina, la que yo siempre conmigo he traído, porque allí me la habían dado con otras veinte mujeres.¹⁵

    Por documentos posteriores a la muerte de doña Marina sabemos que Cortés le había otorgado una encomienda en Olutla, su tierra natal, pero ésta nunca fue ocupada por su poseedora.

    Muy posiblemente poco antes de su regreso del viaje a las Hibueras, que duró cerca de dos años (1524-1526), Marina ya había dado a luz a su segunda hija: María Jaramillo. El recorrido de regreso no se hizo por tierra, sino por mar, y a partir de esa fecha las menciones a la intérprete y consejera de Cortés desaparecen de las crónicas. Esta ausencia dio pie a que algunos historiadores elucubraran que se quedó en sus tierras tabasqueñas y a que otros situaran su deceso en la capital en 1531. No obstante, existen datos que nos la presentan como una próspera encomendera de Xilotepec, encomienda que le fue otorgada alrededor de 1533 a su marido Juan Jaramillo, quien ocupara destacados cargos como miembro del ayuntamiento de la capital y como su alférez real. Además, Jaramillo también poseía una huerta en San Cosme y una estancia de ganado cerca de Chapultepec.¹⁶ Doña María Jaramillo, la hija de Marina y Juan, fue desposada con Luis de Quesada, posiblemente alrededor de 1540, y poco después sabemos que Jaramillo se casó en segundas nupcias (quizá en 1541) con Beatriz de Andrada. Es muy posible, por tanto, que doña Marina haya muerto alrededor de esa fecha.¹⁷

    En contraste con la extensa narración que de su vida hizo Bernal Díaz, los testimonios indígenas de la conquista apenas dejaron menciones de tan peculiar personaje. Pero esto no quiere decir que no tuviera importancia y que incluso fuera en el ámbito indígena donde su presencia comenzó a tomar un valor simbólico, aun antes de que se convirtiera en un personaje mítico para los criollos. Por principio de cuentas, en muchos linajes prehispánicos el matrimonio con una mujer noble era la fuente de legitimación de los invasores, por lo que la asociación entre Cortés y la Malinche pudo muy bien tener una carga simbólica al insertar al conquistador en las tradiciones indígenas del altiplano.¹⁸ Esto explicaría en parte que los indios llamaran Malinche a Cortés, similar a su concubina, o que en Coatzacoalcos, como señala Bernal, se conociera a Cortés como Huehue de Marina, lo que quiere decir […] el capitán viejo que trae a doña Marina.¹⁹

    Por otro lado, al hablar por él, Malintzin se volvía también la manifestación de su voluntad, se convertía en la voz del conquistador, quien al igual que los tlatoque prehispánicos no hablaba nunca directamente a sus subordinados, sino siempre por medio de un intermediario. Esta importancia simbólica se manifestó no en los testimonios escritos sino sobre todo en la plástica. La primera vez que doña Marina aparece representada con un rosario en la mano es en el llamado Códice del Aperreamiento (ca. 1530), aunque Malinche y Cortés tienen aquí un carácter negativo, pues se les ve como cómplices de los asesinatos de los siete caciques de Coyoacán.²⁰ En adelante, sin embargo, es común ver su imagen de una manera muy positiva en casi todos los códices que narraron la conquista, como el Florentino, el Durán, el Tizatlán o el Azcatitlan.

    Pero fue sobre todo en el ámbito tlaxcalteca y en especial en el Lienzo de Tlaxcala, donde la presencia de la Malinche se convirtió en un símbolo. En dicho códice, doña Marina aparecía representada en entrevistas con los señores indígenas, en las batallas (armada con un escudo), en travesías de viajes o atestiguando pactos y ceremonias como el bautizo de los caciques. Siempre caracterizada como la lengua de Cortés, es decir como el medio de comunicación entre el gobernante y los gobernados, se volvió el símbolo de la alianza entre los españoles y los tlaxcaltecas, y de la lealtad de éstos al nuevo gobierno.²¹

    Es indudable que la presencia de la Malinche en el ámbito tlaxcalteca haya inspirado a Muñoz Camargo para representar a la Nueva España como una noble india. En efecto, dentro de las imágenes del códice Glasgow resaltan dos versiones, copiadas muy posiblemente de los murales que decoraban las casas reales de Tlaxcala.²² En una de ellas, un Cortés ecuestre, y con un ídolo bajo la pezuña de su caballo, está flanqueado por una mujer vestida de huipil que lleva el nombre de Nueva España y porta un estandarte con una torre sobre la laguna y un nopal.

    De la Malinche decía Muñoz Camargo que era una mujer hermosa como diosa, [que] hablaba la lengua mexicana y la de los dioses y que incluso había explicado la doctrina cristiana a mucha gente, por lo que no es difícil que el cronista la identificara con el naciente emblema de Nueva España.

    La opinión de los tlaxcaltecas sobre este personaje está inmersa en la política auspiciada por los nobles de esa ciudad, quienes, interesados en mostrarse a sí mismos como fieles vasallos del rey, exaltaron en sus textos y en sus códices al pueblo de Tlaxcala y a Malintzin, colaboradores indispensables en la conquista de estas tierras. La Nueva España pintada en la obra de Diego Muñoz Camargo sería el primer antecedente de lo que un siglo y medio después se volvería una representación plástica muy extendida en el ámbito de los criollos.²³

    En efecto, a lo largo del siglo XVII, la india cacica, figura que representaba a Nueva España, aparecía en fiestas, piezas teatrales, impresos y cuadros promovidos por los criollos, vestida con huipil, portando un penacho de plumas en un brazo o en la mano y tocada con el tradicional copili, xihuitzollin o diadema azteca, objeto que debió también ser sustituido a veces por una corona murada. El emblema de la india cacica coronada daba al reino un sentido de autonomía, le daba la majestad y autoridad de un glorioso pasado indígena.²⁴

    De manera paralela, esta Nueva España, vestida como india cacica, comenzó también a vincularse con el emperador Moctezuma, símbolo de un imperio mexicano que tenía una continuidad desde los aztecas hasta los novohispanos. Estos dos personajes sirvieron a los criollos como una herramienta de inserción dentro del conglomerado imperial español y como una entelequia que permitía asegurar sus privilegios bajo el concepto de un pacto con el rey. Así, bajo el manto protector de esas figuras emblemáticas extraídas del pasado indígena, el único elemento diferenciador que tenían los criollos frente a Europa, se creaba una entidad denominada reino de Nueva España.²⁵ Frente al discurso de la monarquía hispánica, que consideraba a las Indias como propiedad de la Corona de Castilla, los criollos de la ciudad de México, y después los de las otras ciudades de provincia, elaboraron un discurso en el que la América septentrional se volvía un reino fértil en cosechas y rico en minerales, lleno de gente inteligente y devota, y por lo tanto equiparable a los reinos de Europa.²⁶

    Diversas fuentes nos permiten intuir que la representación de la india cacica, como pareja de Moctezuma, ya había sido relacionada durante los siglos XVII y XVIII con la Malinche. La estirpe nobiliaria de la intérprete y compañera de Cortés y su carácter de cacica la hacían fácilmente asimilable al emblema de Nueva España. En la Relación histórica de la conquista de Querétaro, texto de origen indígena de finales del siglo XVII sobre la fundación de esa ciudad, se llamaba a la Malinche congregadora y pobladora de México y se le hacía esposa de Moctezuma.²⁷ En

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