La Victoriosa
En nuestras clases de historia de México, las que nos recetaron con torpeza en la escuela primaria, aprendimos con azoro sobre aquella derrota que originó las lágrimas del famoso derrotado; sin faltar la excursión escolar para ver, condolidos por decreto, el supuesto árbol donde se palió ese injusto dolor ante lo que el futuro revelaría impensable. Y andando de esa guisa, se negó asimismo, con deshonesta deliberación estatal, que en algún lado tendría que haber quedado la visión con la tónica celebratoria.
¿Mas de qué diantre estáis hablando?, preguntarán los exquisitos y los vasallos que mamaron íntegros los preceptos de la ávida Madre Patria... Pues de la reyerta del 30 de junio de 1520, donde Hernán Cortés y sus huestes sufrieron el peor descalabro en sus planes de conquista. Cómo negar que ahí está también el ajado tronco de ahuehuete en la Calzada, para alabar la proeza del asesino que desencadenó la rebelión mexica a partir de la matanza del Templo Mayor… En fin, más de los desconciertos que pueblan nuestro imaginario y que se han transmitido, con nitidez explícita, en la edificación del ambiguo ser mexicano.
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