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Metamorfosis del liderazgo en el México democrático
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Metamorfosis del liderazgo en el México democrático
Libro electrónico567 páginas15 horas

Metamorfosis del liderazgo en el México democrático

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Camp, uno de los más distinguidos estudiosos de las élites políticas mexicanas investiga la evolución del perfil de los políticos mexicanos desde 1930 hasta nuestros días y analiza la relación entre la descentralización del poder político y los cambios en las características, las experiencias y las rutas de acceso al poder de los líderes nacionales a partir de la alternancia política en México.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento25 mar 2013
ISBN9786071613653
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    Metamorfosis del liderazgo en el México democrático - Roderic Ai Camp

    SECCIÓN DE OBRAS DE POLÍTICA Y DERECHO


    METAMORFOSIS DEL LIDERAZGO EN EL MÉXICO DEMOCRÁTICO

    Metamorfosis del liderazgo en el México democrático

    Roderic Ai Camp


    Traducción de

    Juan José Utrilla

    Primera edición en inglés, 2010

    Primera edición en español, 2012

    Primera edición electrónica, 2013

    Título original: The Metamorphosis of Leadership in a Democratic Mexico,

    originally published in English in 2010. This translation is published

    by arrangement with Oxford University Press.

    © 2010 by Oxford University Press, Inc.

    Metamorfosis del liderazgo en el México democrático fue publicado originalmente en inglés en 2010. Esta traducción se publica mediante acuerdo con Oxford University Press.

    D. R. © 2012, Fondo de Cultura Económica

    Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 México, D. F.

    Empresa certificada ISO 9001:2008

    Comentarios:

    editorial@fondodeculturaeconomica.com

    Tel. (55) 5227-4672

    Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc., son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicanas e internacionales del copyright o derecho de autor.

    ISBN 978-607-16-1365-3

    Hecho en México - Made in Mexico

    ÍNDICE

    Introducción

    Índice analítico

    INTRODUCCIÓN

    Hace cuatro décadas, siendo yo estudiante de posgrado, me interesé en los dirigentes políticos de México. Buscando un tema para mi tesis, desarrollé un estudio comparativo del papel desempeñado por los economistas mexicanos y estadunidenses en la política, empleando para ello un modelo político creado por Charles O. Jones.¹ Mediante una extensa correspondencia, seguida por entrevistas efectuadas en México, me encontré ante toda una generación de figuras públicas mexicanas, muchas de las cuales vivieron durante su infancia la Revolución mexicana de 1910 y quienes hicieron considerables aportaciones al desarrollo posrevolucionario, desde la década de 1920 hasta el fin del siglo XX.² Esta generación de dirigentes mexicanos, gracias a su generosidad y a su interés en mis investigaciones académicas, me encaminaron a un proyecto —que ha durado toda mi vida— de conocimiento profundo de los líderes y las élites. Atravesé los límites de diferentes profesiones, informándome acerca de las figuras literarias, los artistas y otros personajes de México en el mundo fascinante de la vida intelectual; obispos y sacerdotes católicos que actuaban dentro de los peculiares confines de la Iglesia y la historia de México; capitalistas con sus tenues relaciones con el gobierno, y el misterioso cuerpo de organismos militares, que sucumbió ante la supremacía civil mientras conservaba, empero, su protegida esfera de autonomía mucho antes que sus colegas latinoamericanos: todos ellos significativamente vinculados, de manera formal e informal, con los dirigentes de la política.

    El estudio de cada líder es una manera indirecta de examinar sus instituciones, ya sea que se trate de negocios, iglesias, periódicos, grupos de interés o ejércitos. Es, asimismo, un modo de comprender cómo cada una de estas muchas instituciones se relaciona con el Estado mexicano y con la naturaleza de las interacciones que existen entre ellas. Después de examinar a estos numerosos grupos de poder, individual y luego colectivamente, decidí reconcentrarme en los propios políticos que determinaron este enfoque para comprender cabalmente cómo la dirigencia política evolucionó durante la mayor parte del siglo pasado y hacia dónde parece encaminarse en este siglo tras la notable elección del año 2000. Por todo esto estoy en deuda con Peter Siavelis, quien hizo resurgir mi interés después de haber dedicado toda una década a analizar las ideas de los ciudadanos sobre la democracia y la política democrática, al invitarme a la Wake Forest University, para la primera conferencia celebrada allí sobre el reclutamiento de los políticos en América Latina.³

    En esencia, deseaba abordar dos interrogantes generales y fundamentales. La primera, ¿cómo evolucionó el liderazgo político mexicano desde la década de 1930 hasta 2010? En concreto, ¿cómo pasó el cambiante modelo de la política mexicana, después de la época de un solo partido semiautoritario y dominante, a consolidar un sistema electoral democrático y competitivo, y cómo esto afectó el liderazgo mexicano en formas que se extendieron más allá de sus preferencias ideológicas?⁴ Deseo poner en claro, desde el principio, que no considero que el México de hoy tenga un modelo político plenamente democrático. Veo que actualmente se encuentra en un proceso de consolidación.⁵ Por tanto, mi definición de México como democracia se limita a que ha logrado establecer un proceso electoral competitivo y responsable, gobernado por instituciones independientes que cuentan con el apoyo de la mayoría de los ciudadanos.⁶ También creo que ha logrado establecer un conjunto diferente, aunque incompleto, de procedimientos que lo aleja de la época predemocrática, lo que implica un nivel más alto de pluralismo.⁷ Mi segunda interrogante consiste en saber si los cambios de la dirigencia ocurridos entre estas dos épocas han sido extensos y, en caso afirmativo, ¿cuáles rasgos de la dirigencia mexicana han sido los más modificados por nuevos patrones institucionales, cuándo ocurrieron en realidad estos cambios y por qué ocurrieron?

    Dados los recursos de que pude disponer, tuve la esperanza de poner a prueba empíricamente muchos de los interrogantes planteados por estas cuestiones generales. Me llevó 40 años diseñar dos conjuntos completos de datos. El más abundante es el que comienza, cronológicamente, en junio de 1935, cuando era presidente Lázaro Cárdenas, quien se liberó de la intervención solapada y la influencia de su mentor original, Plutarco Elías Calles, y que continuó hasta junio de 2009, durante el tercer año de la presidencia de Felipe Calderón. Este conjunto de datos —subconjunto de mi Proyecto de Biografías de Políticos Mexicanos— contiene información biográfica extensa y detallada de cerca de 3 000 influyentes líderes nacionales, que incluye a secretarios del gabinete, subsecretarios y oficiales mayores que representan la rama ejecutiva; jueces de la Suprema Corte, que representan la rama judicial, y diputados y senadores, que representan la rama legislativa.⁸ Todos los gobernadores de los estados fueron incluidos como representantes de los dirigentes políticos nacionales más destacados, papel que, sin duda, ha ido en aumento desde la década de 1990.⁹ Por último, he incluido figuras políticas influyentes que no pueden clasificarse de acuerdo con sus cargos públicos formales; entre ellos, guerrilleros, candidatos a la presidencia y dirigentes de los partidos políticos más pequeños, y a otros que ejercieron una gran influencia sobre las elecciones y la política pública.

    Para complementar la información cifrada en el banco de datos biográficos, intenté dar vida al análisis de los datos, incorporando una extensa investigación basada en entrevistas publicadas en periódicos regionales, así como fragmentos pertinentes y profundos de casi mil entrevistas y correspondencia personal de figuras políticas representativas de cada generación, desde la década de 1880 hasta la de 1960. Estas fuentes personales van desde entrevistas y cartas de siete presidentes, docenas de miembros de gabinete, subsecretarios, jueces de la Suprema Corte, senadores, gobernadores, presidentes de partido y figuras destacadas de todos los partidos, desde la extrema izquierda hasta la extrema derecha. Dichas fuentes ofrecen toda una plétora de visiones y observaciones personales, como respuesta a muchas de las interrogantes planteadas en este estudio.

    Para poner a prueba mis numerosas suposiciones e hipótesis, he dividido este conjunto de datos en tres épocas cronológicas. La época predemocrática queda comprendida entre los años de 1935 y 1988, incorporando las siguientes nueve presidencias: Lázaro Cárdenas (1934-1940), Manuel Ávila Camacho (1940-1946), Miguel Alemán (1946-1952), Adolfo Ruiz Cortines (1952-1958), Adolfo López Mateos (1958-1964), Gustavo Díaz Ordaz (1964-1970), Luis Echeverría Álvarez (1970-1976), José López Portillo (1976-1982) y Miguel de la Madrid (1982-1988). La segunda época, que supuse que mostraría muchas diferencias con el medio siglo precedente, puede considerarse como una época de transición democrática, y consiste en las presidencias de Carlos Salinas de Gortari (1988-1994) y Ernesto Zedillo (1994-2000). Por último, la tercera época, el periodo democrático, señalado por la elección del primer candidato a la presidencia de un partido de oposición desde 1929, analiza el liderazgo político durante los gobiernos de Vicente Fox (2000-2006) y Felipe Calderón (2006-2009).

    Valiéndome de las mismas normas para la inclusión de políticos específicos, en el proyecto de 2009 también me he auxiliado de un conjunto de datos que desarrollé en 1994, y que también forma parte del más general Proyecto de Biografías de Políticos Mexicanos, en el que examiné las principales figuras públicas desde 1884 hasta 1934, comenzando con Porfirio Díaz y culminan do con el primer año de gobierno de Cárdenas. De este modo, los dos conjuntos de datos combinados, que contienen entradas biográficas de casi 4 000 figuras políticas determinadas, permiten hacer comparaciones que cubren más de 125 años. Hasta donde sé, este conjunto de datos combinados constituye la compilación más numerosa y detallada de las élites políticas (desde el siglo XIX hasta el periodo contemporáneo) que existe para cualquier país.¹⁰

    Además de que es capaz de analizar los datos sobre la base de los gobiernos presidenciales que recorren las tres diferentes épocas estudiadas, elaboré las variables que nos permiten analizar los datos sobre la base de la generación (la década en que nacieron) a la que pertenecen: si ocuparon cargos en cualquier administración presidencial específica, y en la presidencia durante la que ocuparon su primer cargo de alto nivel, catalogándolos institucionalmente para su inclusión en el conjunto de datos. La justificación de crear y emplear una vasta categoría generacional para su análisis consiste en que las generaciones, y no los gobiernos presidenciales, a menudo ofrecen atisbos de cambios considerables en las características de liderazgo, mucho antes de que ejercieran un impacto sobre un periodo presidencial determinado.¹¹ Asimismo, en general, dos generaciones dominan ampliamente cada gobierno presidencial.¹² El argumento a favor de la creación, por administraciones, de una vasta categoría de quienes por primera vez ocuparon un importante cargo público, es que nos permite ver la influencia de cada presidente sobre la cambiante composición del liderazgo político mexicano, e introducir tendencias que pueden haber ejercido un impacto sobre ese liderazgo durante las décadas venideras.¹³

    Valiéndome de estos datos, empecé a abordar otras varias y diversas interrogantes. En primer lugar, ¿cómo el cambiante papel de las instituciones políticas influye en las características y las experiencias de un poderoso liderazgo político? Por ejemplo, de un modelo político que sufrió un cambio después de ser un sistema político centralizado para convertirse en un sistema democrático descentralizado habríamos esperado que el entorno político y la nueva cultura política institucional promoviesen una mayor importancia de las experiencias políticas locales, fuesen electorales o por nombramiento.¹⁴ Los politólogos han sostenido que la experiencia política local de los Estados Unidos desempeñó un papel influyente en las carreras de importantes futuros políticos.¹⁵ Más aún, en algunos estudios sobre México se ha llegado a la conclusión de que el contexto político local es un rasgo central que afecta el modo en que se considera el sistema político nacional y que el contexto local, las percepciones del sistema y la conducta política están íntimamente conectados.¹⁶ No hay razón alguna para creer que esos descubrimientos no puedan aplicarse a los políticos locales que con el tiempo ascendieron hasta el nivel nacional. De este modo, un aumento de la diversidad y la profundidad de las experiencias locales afecta, asimismo, la conducta del liderazgo. Sin embargo, descubrí que algunos de nuestros juicios intuitivos, que preveían estos cambios, por muy lógicos que puedan parecer, a la postre resultan erróneos.

    Para ejemplificar precisamente este punto, los resultados de los datos muestran que entre 1935 y 2000, el porcentaje de dirigentes políticos importantes que antes fueron presidentes municipales alcanzó su nivel más alto durante la presidencia de Díaz Ordaz (1964-1970), a quien muchos analistas describirían como el más autoritario (o, por lo menos, uno de los más) de los presidentes predemocráticos.¹⁷ Pero, como lo revelaron los datos, de este temprano aumento existe una explicación lógica. Por otra parte, el patrón más importante —por mucho— que surge para mostrar la tendencia general a lo largo del tiempo y apoya la noción intuitiva basada en estudios anteriores del modelo democrático de los Estados Unidos, es que el número más alto de ex presidentes municipales que alcanzaron cargos de importancia nacional surgió durante las presidencias de Fox y Calderón, los dos presidentes democráticos.¹⁸ Más aún, desde 1988 hasta 2000, al avanzar la transición democrática, quedó bien establecido el patrón de una experiencia electoral local más intensificado entre los políticos, habiendo aumentado drásticamente, en contraste con todos los políticos importantes que ocuparon cargos desde 1970 hasta 1988.¹⁹

    Una segunda interrogante, no menos general, enfoca el grado hasta el cual las características informales (en contraste con las formales) ejercen un impacto sobre la composición del liderazgo. Por ejemplo, cualidades informales, como los nexos de parentesco, ¿son afectadas por la competencia electoral democrática, como lo son las consecuencias institucionales? Durante todos mis estudios anteriores acerca del liderazgo, he hecho notar la importancia de los nexos de familia en la política mexicana como medios de vincular generaciones políticas y como una variable importante al determinar el acceso y el ascenso por la escala del liderazgo.²⁰ Un medio para definir un liderazgo cambiante, en especial uno que pueda sufrir modificaciones por el cambio institucional en el modelo político, es el grado hasta el cual el grupo de políticos se ve modificado por un proceso más abierto y competitivo.

    La experiencia política, medida por el tipo de cargos que previamente ha ocupado una generación de figuras políticas, sugiere algunos cambios, pero no más que el grado en que los políticos, en una época, fueron en otra los productos de importantes familias políticas. En otras palabras, ¿cuán diferente es el grupo de políticos democráticos, de sus colegas predemocráticos y de los de la transición? Debido a que el conjunto de datos es tan cronológicamente general, he logrado rastrear tales vínculos de familia a lo largo de más de 10 generaciones.²¹ Y, lo que acaso sea de mayor interés aún, he logrado precisar hasta cierto punto el grado en que los políticos contemporáneos están relacionados con figuras de importancia histórica de la élite porfiriana o con sus opositores entre el liderazgo revolucionario, civiles o militares por igual.²²

    Ninguna variable es más difícil de determinar que los antecedentes de la familia de un político, así como su origen socioeconómico. He logrado recabar información precisa y confiable acerca de estas cualidades informales para casi la mitad de los políticos aquí analizados. La rápida expansión de internet en México me ha permitido escudriñar en periódicos locales y en otras valiosas fuentes locales y nacionales, aumentando así considerablemente nuestro conocimiento de políticos determinados así como de sus extensas familias. De haber alguna limitación, sería que mis cifras reducen considerablemente la extensión de tales nexos, ya sea que nos estemos refiriendo a vínculos de familia de importancia histórica (que se extendían hasta el siglo XIX o a las primeras décadas del siglo XX) o a miembros de familias extensas que han participado profundamente en la política local, estatal y nacional.²³ Un solo ejemplo analizado en el capítulo sobre la política local nos muestra que durante los años de los conjuntos de datos combinados, desde la década de 1880 hasta la actualidad, se supo que en una comunidad cuatro miembros de familias ocuparon el cargo de presidente municipal durante casi dos tercios de esos años, desde la primera década hasta la actual.²⁴ Así, las variables informales pueden sostener influencias a través de periodos históricos y de diferentes modelos políticos, ejerciendo su propio impacto sobre quien llega a un cargo político y, por ello, sobre la toma de decisiones.

    Una tercera interrogante, de particular relevancia para la llegada de la política democrática a México, concierne al grado de partidismo entre los políticos mexicanos y cómo ha cambiado la importancia de una participación política activa y el desempeño de un cargo, conforme la influencia institucional de los partidos políticos aumentaba notablemente en las dos décadas pasadas. Previamente, he comparado grupos reducidos de políticos del Partido Acción Nacional (PAN) y del Partido Revolucionario Institucional (PRI), lo que reveló algunas diferencias importantes entre ambas.²⁵ Pero el papel del partidismo entre los principales políticos no ha sido bien examinado, en gran parte porque no tenemos la cantidad adecuada de datos acumulados para hacer semejante exploración durante varias décadas.²⁶ La mayoría de los analistas cree que durante los años en que el PRI ejerció un monopolio virtual de las ramas ejecutiva y judicial (lo que permitió a la oposición obtener pocas victorias en la rama legislativa y ninguna entre los gobernadores de los estados), el partidismo del PRI era muy extenso, dado su control centralizado y su disciplina interna.²⁷

    Sin embargo, como descubrí, la realidad de un fuerte partidismo durante la época predemocrática no siguió ese patrón, como era de esperarse. En realidad, encontré que tan sólo una pequeña minoría de miembros del PRI (uno de cada tres) ocupó una posición en el partido. En contraste, casi ocho de cada 10 miembros del PAN ocuparon puestos estatales o nacionales del partido. Al revisar el nivel de militancia de los dirigentes políticos, descubrí que durante la época predemocrática ¡sólo una tercera parte de los políticos del PRI podía ser considerada militante y no sólo miembro nominal! Por otra parte, un examen de los miembros del PAN en la época democrática, en contraste con el PRI, reveló lo importante de la militancia de partido entre sus principales políticos, incluidos los que alcanzaron los más altos cargos en la rama ejecutiva. Como lo demuestro en el capítulo II, variables institucionales —incluidas la estructura y el papel que el partido ha desempeñado en la evolución de la jefatura del PAN— explican las enormes diferencias de los niveles de militancia entre los políticos del PRI contra los del PAN y los del Partido de la Revolución Democrática (PRD). Sin embargo, también descubrí que los mayores entornos políticos caracterizados por la política electoral competitiva desde el año 2000 produjeron recientemente tendencias similares entre los políticos del PRI.

    Un cuarto interrogante que espero abordar en este estudio es hasta qué grado la llegada de un proceso electoral democrático ha alterado características demográficas básicas entre los dirigentes mexicanos, incluidos sus orígenes sociales y geográficos. Durante el siglo pasado se produjo una serie de cambios demográficos entre la alta dirigencia política. No es de sorprender que la vida pública mexicana se vea abrumadoramente dominada por personas procedentes de la clase media. Los políticos de clase media alcanzaron su mayor número con el presidente Fox, pero más interesante resulta el hecho de que un cambio verdaderamente significativo en la distribución de políticos de clase obrera o de clase media se produjo durante el gobierno de Luis Echeverría, mucho antes de que comenzara siquiera la transición democrática o la época democrática.²⁸ De este cambio podemos ofrecer diversas explicaciones, incluido el hecho de que el comienzo de la presidencia de Echeverría siguió a dos décadas de crecimiento económico sostenido.²⁹ También vale la pena observar que las generaciones que dominaron su presidencia fueron los productos inmediatos del México posrevolucionario de las décadas de los veinte y los treinta. También descubrí la importancia de la clase social al determinar las preferencias de carrera entre los políticos más importantes, por ramas de gobierno, y cómo los políticos de clase obrera casi han desaparecido del liderazgo de las ramas judicial y ejecutiva desde el inicio de la democracia electoral a nivel presidencial en el año 2000.³⁰

    A lo largo de estos años me han interesado las cuestiones de género relacionadas con la dirigencia. Como resultado de tal interés, y desde que comencé mis estudios antes de la transición democrática, predije (junto con otros analistas) que las mujeres resultarían beneficiadas por el advenimiento de un proceso electoral democrático, porque ellas participaban ampliamente en organizaciones de origen rural o popular, con estructuras democráticas participativas. Estas organizaciones ayudaron a perfeccionar las habilidades de las mujeres en cuestiones de negociaciones y dirigencia, con base en el principio de lograr acuerdos.³¹ Para examinar minuciosamente los patrones de género y su impacto sobre periodos extensos, examiné a las mujeres que fueron elegidas sólo una vez como miembros del Congreso y del Senado, con normas similares a las que había aplicado a los primeros miembros del PAN y de la izquierda antes de que tuvieran acceso a los más altos cargos públicos, creando así una muestra lo bastante grande para que de ella se pudieran sacar conclusiones creíbles.

    Por lo tanto, quise probar si la llegada de la competencia electoral aumentaba efectivamente la representación de mujeres entre las principales figuras políticas. Como lo demostraré, no hay duda de que las mujeres han incrementado su presencia entre los altos dirigentes desde el año 2000, duplicando con creces su número. Sin embargo, lo que es aún más interesante es que hacia el fin de la época predemocrática, durante los setenta y ochenta, ya se observaban incrementos considerables del número de mujeres políticas, incluso desde antes de la transición democrática: pero la transición reforzó e intensificó su presencia. Uno de los principales descubrimientos de mi análisis de los patrones de género es que, al alterar los patrones institucionales de cómo se seleccionaban y se elegían los diputados, el PRI aumentó las oportunidades políticas de las mujeres, que se vieron representadas sobre todo en la rama legislativa.

    Con el incremento de la presencia de las mujeres, la aparición de un modelo democrático alteró, asimismo, la composición general de los principales políticos mexicanos. Esto se debe a que las mujeres elegidas se diferenciaban, de muchas maneras, de los hombres elegidos, incluso en su nivel educativo y en sus intereses, en las experiencias de sus carreras políticas y en su concentración en carreras electivas en la rama legislativa.

    Descubrí (y este descubrimiento se ve reforzado en otra parte del estudio) que el cambio democrático produjo mucho mayores consecuencias en la rama legislativa que en ninguna otra arena institucional del gobierno. Los datos también demostraron que la mayor presencia de las mujeres había causado un aumento no menos importante en la militancia de los partidos, a su vez vinculada con un enfoque de carrera dentro de la rama legislativa, tanto nacional como estatal. A largo plazo, estos y otros cambios producidos por las mujeres (porque las carreras legislativas aumentaron en importancia entre los principales políticos con Calderón), afectaron la composición del liderazgo en las otras ramas del gobierno, sobre todo en la ejecutiva.³²

    Mi investigación de tesis me llevó indirectamente al tema de la importancia de los economistas en la vida pública de México. Los políticos economistas cobraron mayor notoriedad con el presidente Salinas a finales de los años ochenta, y así por toda América Latina. Como descubrí a finales de los años sesenta, su influencia ya estaba en camino, y empezaron a dejar su huella durante los gobiernos de José López Portillo y Miguel de la Madrid.³³ Si pensamos en la dirigencia tecnócrata, cualquiera que sea su formación profesional, por haber alterado la composición de los políticos mexicanos, podemos remontarnos hasta los científicos del Porfiriato.³⁴ Una vez identificada la creciente influencia de algunos antecedentes académicos entre los líderes políticos, empecé a ver la importancia de los títulos profesionales, que definieron a toda una nueva generación de dirigentes mucho antes de la tantas veces mencionada generación tecnocrática de finales del siglo XX.³⁵

    ¿Se ha caracterizado México por tener más de una generación tecnocrática, y cómo ha moldeado, generalmente, esa generación a la alta dirigencia? Argumentaré que México presenció dos oleadas tecnocráticas en el siglo XX, y el comienzo de una tercera con el presidente Calderón. La primera oleada tecnocrática fue representada por la aparición de abogados civiles con Miguel Alemán, el primer presidente civil que, desde 1920, completó su mandato. Su generación representa la influencia de una dirigencia con títulos universitarios en la política mexicana, la importancia de profesores y estudiantes universitarios en el reclutamiento de dirigentes políticos y el predominio de las dos instituciones educativas nacionales ubicadas en el Distrito Federal en el reclutamiento y la vida social de los dirigentes mexicanos. La generación de Alemán reforzó la importancia del Poder Ejecutivo federal y destacó los cargos burocráticos nacionales como los más codiciables para futuros políticos ambiciosos.

    La influencia de la generación de Alemán se extiende mucho más allá de proporcionar un precedente tecnocrático a principios del siglo XX. Las características de esta generación establecen patrones institucionales que afectaron la composición de la dirigencia durante el resto del siglo, así como después del año 2000; por lo tanto, se las examinará extensamente. Por ejemplo, dos patrones que acentuó este grupo —una concentración geográfica en el Distrito Federal y la influencia de dos fuentes institucionales de dirigencia en un mismo local— afectan la presencia de docenas de otras variables de educación, muchas de las cuales influyen entre políticos de otras épocas o culturas. Los jóvenes en quienes surgen ambiciones políticas y que logran realizarlas comprenden estos patrones y toman las medidas necesarias para integrarse. De este modo, se trasladan al Distrito Federal porque entienden de antemano que podrán asociarse con quienes pueden abrir las puertas a sus ambiciones políticas. Al hacer tal elección, menosprecian otras fuentes de reclutamiento institucional, como un cargo político local y actividades locales del partido. Además, Alemán y sus colaboradores no extendieron las libertades y la participación política, meta que muchos de ellos profesaron siendo estudiantes activistas. Los discípulos de la generación de Alemán perpetuaron muchos de estos patrones y percepciones, y continuaron haciéndolo durante los años siguientes.

    El surgimiento de los más conocidos tecnócratas económicos de la época de Salinas contribuyó en realidad a dividir profundamente la jefatura del PRI, que fomentó el cambio democrático durante los años ochenta. Precisamente el conflicto entre esta ala y el ala no tecnocrática del PRI, encabezada por Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo, dio por resultado la escisión del partido y la fundación del PRD poco después de la trascendental—pero fallida— campaña presidencial de oposición en 1988.³⁶ Esta segunda oleada tecnocrática se jactaba de tener sus propios antecedentes académicos, mostrando que los dirigentes mexicanos contaban con educación de posgrado, preparación especializada en economía y, lo más importante, estudios avanzados en las universidades más prestigiosas de los Estados Unidos.³⁷

    La iniciación de la política democrática moderó el impacto de la segunda oleada tecnocrática, mientras introducía una tercera oleada, notable por sus diferentes especializaciones académicas, que se extendían mucho más allá de la economía en numerosos campos modernos, como las comunicaciones, la tecnología de computadoras y estudios avanzados en múltiples disciplinas esotéricas. Esta oleada adquirió rasgos adicionales que fueron definidos por la presencia de miembros del PAN en los cargos políticos más influyentes, e invirtió algunas de las corrientes más pronunciadas de la segunda oleada, incluso el énfasis en la educación de posgrado en los Estados Unidos. La política democrática aumentó la diversificación de la preparación universitaria en esta tercera oleada, mientras simultáneamente continuaba haciendo hincapié en la especialización.

    Las características básicas que pudieron verse en todos los políticos sobresalientes no son homogéneas. De hecho, cuando se examinan los datos demográficos básicos y las experiencias profesionales de las figuras públicas de México, pronto salen a la superficie patrones significativos que ejercen un poderoso impacto sobre la diversidad dentro de ese liderazgo. Supuse que desde el inicio de la época democrática las elecciones libres intensificarían la diversidad regional entre el liderazgo mexicano. La lógica subyacente en esta suposición era que la intensificada competencia —que abriría las puertas a candidatos de otros partidos— procedía de manera desigual en los niveles local y estatal.³⁸ ¿Ha sido esto así? Por ejemplo, un examen de la trayectoria de políticos importantes parece sugerir que, mucho más probablemente que todas las demás, las figuras que representan la rama ejecutiva han procedido del Distrito Federal. De hecho, cuatro de 10 subsecretarios de nivel de gabinete proceden de esta única entidad. Dada la capacidad de nombrar a los secretarios del gabinete y por el hecho de que numerosos subsecretarios pasan después a ocupar cargos en este gabinete, aumenta la importancia de esta tendencia geográfica. Una comparación de los orígenes regionales de funcionarios de la rama ejecutiva y de los jueces de la Suprema Corte (que representa la rama judicial), durante los periodos predemocrático y democrático, revela un enorme incremento de los políticos procedentes de la capital. Esto también ocurre en la rama legislativa, pero los porcentajes generales no corresponden, ni con mucho, con las porciones descubiertas en las otras dos ramas. Habríamos esperado algún aumento de las figuras importantes originarias del Distrito Federal desde que su población se duplicó entre 1920 y 1950, pasando de 6 a 12%. Pero el porcentaje de los políticos importantes supera, con mucho, esos porcentajes, cualquiera que sea la generación que examinemos. Sin duda, la democracia ha producido un cambio en la distribución de los lugares natales entre las principales figuras políticas, pero ha reducido en lugar de aumentar la diversidad geográfica.³⁹

    A lo largo de gran parte del libro, me he valido de datos generacionales para verificar cierto número de interrogantes, en el entendido de que la edad ofrece una medición crítica al identificar y analizar las nuevas corrientes del liderazgo. Esto es así porque las generaciones quedan distribuidas entre las distintas presidencias, ya sea que se limiten a quienes ocupan cargos importantes por primera vez o que incluyan a quienes repiten en esos cargos. Creo que las diferencias generacionales influyen sobre las diferencias ideológicas, que afectan los diversos cargos y la capacidad de los políticos para cumplir con sus compromisos legislativos.⁴⁰ Esperé que los dos anteriores partidos de oposición, especialmente el PAN, estarían formados por políticos más jóvenes, en comparación con sus adversarios del PRI. Una vez más, si pensamos que la competencia abierta y la apertura democrática están diversificando el grupo del que surgen las principales figuras políticas, la distribución de las fechas de nacimiento entre tales figuras confirma esa hipótesis. En general, los partidarios del PRD eran aún más jóvenes que los del PAN, y, lo que es de mayor importancia, unos y otros eran considerablemente más jóvenes que los priistas, incrementando así la presencia de una generación más joven en la mezcla de edades de estos dirigentes.

    Las diferencias en las carreras profesionales son igualmente valiosas para comprender la distribución de características informales. Intuitivamente, podría esperarse que la competencia democrática redujera el porcentaje de las figuras políticas de más alto rango que estaban relacionadas con otras personas activas en la política. ¿Esto queda confirmado por los datos? En términos generales, casi la mitad de todos los secretarios del gabinete estaban relacionados con otras figuras políticas. Cuando se compara esta cifra con la de los dirigentes posteriores al año 2000, el porcentaje de los secretarios con dichos nexos de parentesco disminuye de manera significativa, lo que sugiere que la aparición en gran número de políticos del PAN y en menor medida del PRD ha ampliado el número de potenciales dirigentes políticos. Sin embargo, esto no es una verdad universal, porque entre las figuras más importantes de la rama judicial se produjo una ligera disminución.

    Los patrones en la elección de carrera también afectaron la fuente de la educación de los políticos. Una vez más, como en el caso de los nexos de parentesco, el cambio electoral democrático produjo numerosas corrientes que contribuyeron a la diversidad del liderazgo político. Tal vez el más notable fue la reducción de posgraduados de las universidades públicas de la Ciudad de México, particularmente de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), y el aumento correspondiente de universidades estatales como el alma mater de numerosos políticos más jóvenes.⁴¹

    De todas las variables analizadas en este estudio, tal vez la más discutible sea el grado en que las alteraciones no violentas o violentas de un modelo político producen cambios igualmente drásticos. Creía que el cambio democrático produciría consecuencias sobre el liderazgo político que afectarían tantas variables como el cambio violento. Sin embargo, lo que descubrí fue que el cambio no violento puede ser tan drástico, o más, que el cambio violento, y que algunas de estas repercusiones pueden ocurrir, incluso en la dirección opuesta.

    Deseo dejar claro, como lo hago en el capítulo VII, que me refiero a los conflictos que se produjeron durante la década de 1910 a 1920. No intento definir esa violencia de ninguna otra manera para los fines de mi análisis, sobre todo no implicando el grado en que México se sometió en realidad a una revolución social: tema muy polémico entre los historiadores, como resultado de los conflictos civiles.⁴² Lo que sí sabemos es que aproximadamente dos millones de mexicanos (de un total de 15 millones) se perdieron para México, porque murieron directa o indirectamente a causa de los conflictos de esa década, o nunca nacieron, y esas experiencias afectaron a la gran mayoría de los mexicanos durante décadas posteriores.⁴³ Como lo ha sugerido Jack Womack Jr., la violencia puede definirse de muchas maneras, incluso la violencia hacia los mexicanos pobres. También afirmó que otros sucesos singularmente violentos ocurrieron después de dichos conflictos, entre ellos el asesinato de Luis Donaldo Colosio durante la campaña presidencial de 1994, lo que, claramente, tuvo sus propias consecuencias políticas.⁴⁴ Cualesquiera otras formas de violencia que hayan ocurrido en México, ninguna de ellas se aproximó siquiera al impacto de la extensa violencia armada de aquella década así como a sus potenciales consecuencias para alterar al liderazgo político.

    En una época en que las cuatro quintas partes de los mexicanos vivían en pueblos y ciudades de menos de 2 500 habitantes, se esperaría que los disturbios violentos que tuvieron lugar en la década de 1910 a 1920 hubieran aumentado drásticamente el porcentaje de los políticos de origen rural en los gobiernos de la generación dominante de 1920 a 1928. Ese porcentaje sí aumentó, pero sólo 12%. Como consecuencia del cambio electoral no violento del año 2000, los procedentes de las zonas rurales de la generación de los cincuenta aumentaron inesperadamente 20%, superior a la medida del cambio que se produjo 80 años antes.

    Cambios no menos importantes ocurrieron en los lugares de nacimiento de los políticos mexicanos. Esperaba que los números de las figuras sobresalientes nacidas en el Distrito Federal se redujeran considerablemente, en proporción al aumento de zonas rurales de nacimiento, porque el origen de la mayoría de quienes combatieron en la revolución fue estatal. Esto fue así, en realidad, ya que el número de políticos de la capital se redujo considerablemente, 64%: la más alta tasa de cambio regional entre las siete regiones. No obstante, la época democrática presenció un espectacular aumento de 72% de los políticos procedentes del Distrito Federal: una vez más, mayor que el ocurrido después de una década de violencia. En seis de las siete regiones, los periodos no violentos dieron por resultado un cambio más drástico que los periodos violentos.

    Si se examinan algunas de las características informales más determinantes de destacadas figuras políticas mexicanas, se encuentran, asimismo, patrones similares. Por ejemplo, me atrevo a pronosticar que en ambos casos, de cambio violento y no violento, los números de políticos con miembros de sus familias que ocuparon cargos políticos y militares destacados se reducirían, dada la alteración del grupo general del cual surgieron nuevas generaciones de políticos en las décadas de 1920 y 2000. Considerando las profundas diferencias ideológicas y de clase social entre las cohortes prerrevolucionarias y posrevolucionarias, esperaría que estos cambios fueran mucho más drásticos entre las generaciones producidas por los conflictos violentos. El número de políticos con tales nexos familiares se redujo en ambas décadas, pero en el mismo porcentaje, ligeramente con menos nexos entre la generación democrática.

    Tal vez la más interesante de las variables que podrían verse afectadas por un cambio en el modelo político sean las experiencias previas de los políticos de carrera. Varias de tales experiencias examinadas incluyeron cargos públicos locales, administración o propiedad de negocios y carreras militares. Entre la dirigencia posrevolucionaria, dados los antecedentes de esas generaciones, esperaría que el porcentaje de quienes habían ocupado cargos políticos locales y que habían llegado hasta el rango de coronel en el ejército hubiera aumentado considerablemente. Por otra parte, también esperaría que los antecedentes de importantes hombres de negocios, tan comunes durante el Porfiriato, se redujeran sustancialmente. La cifra de quienes ocuparon cargos públicos locales aumentó casi la mitad, mientras que la cantidad de hombres de negocios se redujo casi tres cuartas partes. La cifra de políticos con antecedentes militares aumentó 15%. Ochenta años después, tras la elección del año 2000, un examen de esas mismas variables reveló que la cifra de los políticos con experiencia en cargos públicos locales había aumentado un espectacular 170%, y los hombres de negocios (que también habría esperado que aumentaran) lo hicieron en un no menos enorme 140%.⁴⁵ La cifra de los políticos ex militares se redujo casi dos tercios, cifra igualmente reveladora. En suma, una comparación de las tres variables, cualquiera que fuera la dirección del cambio, demuestra claramente que las consecuencias no violentas son más formidables que las violentas.

    Para especular sobre el futuro de la dirigencia nacional, también analizo el impacto de las gubernaturas de los políticos nacionales más destacados y de la integración de su jefatura. Dado el hecho de que cinco de los seis principales candidatos a la presidencia en 2000 y en 2006 fueron ex gobernadores, no resulta disparatado esperar que los ex gobernadores desempeñen un papel cada vez más importante al determinar la composición de la futura élite política, como secretarios del gabinete y presidentes.⁴⁶ La interrogante fundamental planteada por este patrón es la siguiente: ¿los gobernadores y los ex gobernadores que ocupan cargos políticos nacionales, son diferentes de otros políticos importantes en las variables formales e informales de sus antecedentes, y, en caso afirmativo, cuáles son estas diferencias y cuáles sus consecuencias potenciales sobre el liderazgo nacional en las décadas venideras?

    Algunas de las conclusiones más generales mencionadas aquí pueden atribuirse a la presencia de destacados dirigentes con antecedentes de gubernaturas estatales.⁴⁷ Por ejemplo, los gobernadores son, cada vez más, de origen rural y cuentan con experiencia previa en cargos públicos de elección locales, como presidentes municipales y legisladores estatales, poseen títulos en administración de empresas y de instituciones públicas regionales, no tienen estudios de nivel superior o de capacitación salvo de los Estados Unidos, su experiencia de negocios es considerable, siguieron carreras legislativas y provienen de familias con experiencias políticas o revolucionarias.

    Por último, aun cuando he excluido el impacto de las consecuencias de las muchos patrones descubiertos en mi análisis sobre las decisiones de los políticos (porque está muy lejos del alcance de este estudio y contiene demasiadas variables para poder incorporarlas), he añadido un capítulo final sobre la generación de Alemán, que incluye su generación universitaria (1926-1930) la generación anterior (1921-1925) y la que le siguió inmediatamente (1931-1935). Este análisis se basa en datos y en extensas entrevistas y correspondencia con numerosos miembros de su generación, incluido el propio Alemán. He analizado con detalle el impacto de esta generación sobre la estructura del liderazgo político mexicano, describiendo las consecuencias reales y potenciales del reclutamiento y la socialización, o de lo que Alan Knight acertadamente llama el modus operandi o el modo de practicar la política, en especial cuando se aplica al público de masas. Hay que tener cuidado de no ocultar el modo en que los líderes obtienen, retienen y aplican el poder, enfocando las características del liderazgo.⁴⁸ Igual atención he prestado a las opiniones de esta generación y a la interpretación que estudiosos estadunidenses y mexicanos dan al impacto de este grupo sobre la política pública, analizando el nexo entre lo que ellos afirman haber evaluado como generación y el grado hasta el cual aplicaron concreta y realmente estas metas.⁴⁹ Creo que mi análisis demuestra que esta generación ejerció un efecto de largo plazo sobre las fuentes de la dirigencia política y, por tanto, sobre la estructura del propio sistema político, dado el monopolio del PRI. Los cambios que se produjeron durante esta generación en la composición del liderazgo fueron tan notables (o más) que los producidos con Fox y Calderón, lo que sugiere hasta qué grado este grupo fue influyente, por medio de su impacto sobre la época predemocrática.

    En contraste, aun cuando ejercieron un impacto significativo en las políticas públicas, en especial en la cuestión del orden político y la unidad, la intervención del Estado en la economía y la toma de decisiones pragmática, no

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