Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

De la hegemonía a la ignominia: El PRI de México
De la hegemonía a la ignominia: El PRI de México
De la hegemonía a la ignominia: El PRI de México
Libro electrónico524 páginas7 horas

De la hegemonía a la ignominia: El PRI de México

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

El PRI fue una de las bases del régimen autoritario de México; de hecho, fue difícil distinguir entre el partido y el régimen. A partir de las múltiples crisis económicas y políticas entre las décadas de 1970 y 1980, el control del partido sobre los resultados electorales empezó a debilitarse, mientras el poder de la oposición crecía. Sin embargo,
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento7 dic 2021
De la hegemonía a la ignominia: El PRI de México
Autor

Joy K Langston

Joy K. Langston es profesora-investigadora del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE). Ha publicado en varias revistas académicas de México, Estados Unidos y Gran Bretaña, como The Journal of Politics, Comparative, Electoral Studies, foro internacional y Legislative Studies Quarterly. Fue editora de la revista académica Política y Gobierno e integrante del consejo Académico del CIDE.

Relacionado con De la hegemonía a la ignominia

Libros electrónicos relacionados

Política para usted

Ver más

Artículos relacionados

Categorías relacionadas

Comentarios para De la hegemonía a la ignominia

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    De la hegemonía a la ignominia - Joy K Langston

    images/cover.jpgimages/contra.jpg

    INVESTIGACIÓN

    E IDEAS

    TRADUCCIÓN

    Ana Inés Fernández Ayala

    images/img-5-1.jpg

    CENTRO DE INVESTIGACIÓN Y DOCENCIA ECONÓMICAS

    Primera edición, 2019

    Biblioteca del CIDE – Registro catalogado

    Langston, Joy (Joy Kathryn), autora

    Título: De la hegemonía a la ignominia: El PRI de México

    Responsable(s): Joy K. Langston; Ana Inés Fernández Ayala, traductora.

    Pie de imprenta: Ciudad de México : Centro de Investigación y Docencia Económicas, ©2019.

    Edición: Primera edición.

    Traducción de: Democratization and Authoritarian Party Survival: Mexico’s PRI. Oxford University Press, 2017.

    Descripción física: 368 páginas, 23 cm.

    Identificadores: ISBN: 978-607-8508-60-0

    ORCID: 0000-0002-1828-502X (Joy K. Langston)

    Colección: Investigación e ideas

    Clasificación LC: JL1298.R45 L3618 2019

    Tema(s):

    Partido Revolucionario Institucional

    Democratization – Mexico

    Mexico – Politics and government – 1988-2000

    Mexico – Politics and government – 2000-

    Dirección editorial: Natalia Cervantes Larios

    Portada: Fotografía de Joy K. Langston

    www.LibreriaCide.com

    D.R. © 2019, CIDE, Centro de Investigación y Docencia Económicas, A.C.

    Carretera México-Toluca 3655, Lomas de Santa Fe, 01210, Ciudad de Mexico.

    www.cide.edu editorial@cide.edu

    Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra —incluido el diseño tipográfico y de portada—, sea cual fuere el medio, electrónico o mecánico, sin el consentimiento por escrito del editor.

    Conversión gestionada por:

    Sextil Online, S.A. de C.V./ Ink it ® 2020.

    +52 (55) 5254 3852

    contacto@ink-it.ink

    www.ink-it.ink

    Índice

    Agradecimientos

    Epílogo

    Lista de entrevistados

    Glosario

    Bibliografía

    Índice analítico

    Este libro está dedicado a todos los que me dieron su tiempo y energía para poder terminar el proyecto, en especial a mi madre, Joann H. Langston

    Agradecimientos

    Este libro inició gracias a una conversación de hace más de veinte años, en la que un amigo mexicano nos hizo a mí y a otro politólogo, especialista en política mexicana, una pregunta muy simple: ¿Qué es el PRI?. Quince minutos después, seguíamos sin poder dar una respuesta satisfactoria, lo cual provocó burlas por parte de quien hizo la pregunta. Yo pensé que si dos politólogos no podían dar una descripción o una definición clara sobre el Partido Revolucionario Institucional, que llevaba tantos años en el gobierno de México, era porque no se había estudiado lo suficiente, así que decidí dedicar mi próximo proyecto a uno de los partidos hegemónicos más longevos del mundo.

    Quiero agradecer a todos los que me han ayudado con el trabajo durante estos años, incluyendo a mis colegas del CIDE, muchos de los cuales creían que el estudio del PRI necesitaba a un historiador, no a un politólogo. La verdadera base del trabajo consiste en aquellos a quienes tuve el gran placer de entrevistar en el transcurso de esos casi veinte años; les agradezco su generosidad. Algunos me han ayudado leyendo ciertos capítulos, como Rosario Aguilar, John Aldrich, Matt Cleary, Scott Desposato, Steve Levitsky, Gerardo Maldonado, Guillermo Rosas, Peter Smith y Steve Wuhs. He presentado capítulos de este trabajo en varias instituciones, como el ITAM, el Centro de Estudios México-Estados Unidos de la Universidad de California en San Diego, la Universidad de California en Riverside; la Universidad de Houston, la Universidad de Notre Dame y la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Recibí muchísima ayuda de varios asistentes de investigación todo este tiempo, como Paulina Gutiérrez, Rita Moch, Pedro Zapata, Bernardo Pérez, Carolina Torresblanca y Melena Altamiranda, todos extremadamente pacientes y trabajadores. También quiero agradecer el apoyo de Luisa Béjar, Roderic Camp, Alberto Díaz Cayeros, Federico Estévez, Rogelio Hernández y Jeffrey Weldon. Varios académicos de otras naciones me ayudaron con las secciones comparativas, como Tun-Jen Cheng, Eva Coffey, Petr Kopecky, Lukas Linek, Mikael Mattlin y Alexander Tan. Finalmente, amigos como Varun Sahni, Jorge Chabat, Mieke Beckhart, Bill Bernhard, Jim Granato, Allyson Benton, Javier Aparicio, don Víctor Alarcón y Stephanie Jenson han tenido que aguantar parte de mis refunfuños, y les estoy agradecida por ello.

    I. El dinosaurio que no murió: El México del PRI de 1982 a 2012

    […] el PRI nunca se ha ido. Ha perdido y ha ganado, ha competido en democracia y entendió el cambio.¹

    Les tengo más miedo a estos dinosaurios mexicanos, que a los que existieron hace millones de años.²

    El 2 de julio de 2000, el escenario fuera de las oficinas nacionales del Partido Revolucionario Institucional (PRI) era desolador: bajo la llovizna nocturna quedaban unos cientos de simpatizantes del partido, silenciados por el mayor golpe de sus vidas políticas. El presidente de México y líder informal del partido, Ernesto Zedillo (1994-2000), acababa de anunciar en radio y televisión la derrota del candidato presidencial del PRI a manos del Partido Acción Nacional (PAN). Con el anuncio, llegaban a su fin más de setenta años de gobierno de un solo partido.³ Incluso antes de que el PRI perdiera la presidencia en 2000, muchos analistas y académicos se preguntaban si el antes partido hegemónico se fragmentaría, pues sus políticos lo abandonaban para competir por opciones más populares o los electores simplemente rechazaban la marca del partido y a los candidatos que la abanderaban (Crespo, 1998; Muñoz Patraca, 2006).

    Sin acceso a los recursos del gobierno federal para comprar a los miembros de la coalición ni a los electores, y ausente el liderazgo del presidente para obligar a sus miembros a cooperar, no quedaba claro si los distintos grupos internos del partido serían capaces de negociar sus diferencias sobre las candidaturas, el dinero, ni los altos mandos dentro del partido. El PRI siempre se había apoyado en los recursos financieros del Estado mexicano para bombear la maquinaria electoral, pues de su control sobre los organismos electorales nacionales y estatales dependía su capacidad de robar votos o abultar los totales. Conforme caía el número de votos que ganaban los candidatos priistas, el partido se volvía vulnerable a la fragmentación, pues sus políticos podían romper filas para contender bajo otras marcas partidistas. Otra pregunta abierta era si los candidatos y líderes del partido serían capaces de transformar sus estrategias de campaña para retener y ganar nuevos electores sin subsidios gubernamentales ni el apoyo de los líderes locales y los sectores corporativistas de base que venían perdiendo recursos y miembros desde inicios de la década de 1980.

    Durante las largas décadas de la hegemonía, desde 1929 hasta 2000,⁴ cada presidente de México —y líder informal del partido—actuó como árbitro, obligando a los políticos del PRI a seguir una estrategia cooperativa para ganar más si permanecían en el partido que si lo dejaban y enfrentaban la derrota (Meyer, 1986). Como el PRI ganaba por grandes márgenes, los políticos ambiciosos del régimen permanecían disciplinados, pues no tenían una estrategia de salida creíble (Langston, 2003; Magaloni, 2006).

    Pero cuando una sucesión de crisis económicas golpeó costas mexicanas —desde el inicio de la década de 1970 y durante la de 1980—, los incentivos de casi todos los miembros de la sociedad mexicana para tener fe en el PRI empezaron a caer. Dichas crisis económicas y el profundo cambio en el modelo de desarrollo de industrialización por sustitución de importaciones (ISI) enojaron a los electores, creando al mismo tiempo críticas dentro del régimen. La transición de la hegemonía del PRI inició en 1986-1987, cuando el partido se dividió en torno a la sucesión presidencial. La ruptura estuvo guiada por el hijo de un expresidente, Cuauhtémoc Cárdenas, quien, junto con Porfirio Muñoz Ledo, se llevó a unos cuantos simpatizantes fuera del PRI porque tenían poco futuro dentro de la nueva coalición que había puesto su destino en manos de las políticas económicas pro mercado.⁵ Posteriormente, el PRI sufrió un resultado electoral catastrófico en 1988 y usó su control sobre el manejo de las elecciones para hacer que cayera el sistema (de cómputo) y ganar al menos la mayoría del voto popular. En los años subsiguientes, los líderes del régimen se vieron obligados a negociar varias reglas electorales con los líderes del partido de oposición.⁶

    Desde finales de los años noventa, varios aspirantes a las candidaturas a las gubernaturas dejaron el PRI cuando se les negó la nominación, y luego derrotaron al candidato priista en las elecciones generales. Los problemas de cohesión interna se agravarían tras la derrota de 2000. El crecimiento de la competencia electoral, que inició a finales de la década de 1980 y se había fortalecido a lo largo de la década de 1990, les había demostrado a los priistas ambiciosos que ya no tenían que obedecer la regla fundamental de la era hegemónica: seguir siendo leales aunque los ignoraran para una nominación o puesto de gobierno importante. Sin el presidente de la república actuando como árbitro, las reglas formales plasmadas en los estatutos del partido eran débiles porque carecían de sanciones creíbles; por lo tanto, los grupos intrapartidistas muchas veces se vieron obligados a hacerse trampa entre ellos, porque no había garantías de que el otro bando cooperaría o respetaría los estatutos.

    Sin embargo, el escenario catastrófico no se cumplió: el PRI no se fragmentó en varios partidos pequeños tras el año 2000,⁷ no ha perdido a los miles y mejores políticos locales que tiene ni ha sufrido el rechazo de los electores como vestigio corrupto del pasado. Al contrario, el partido recuperó la presidencia en 2012 tras dos periodos presidenciales fuera del gobierno; controla el doble de gubernaturas estatales (31 y Distrito Federal) que los partidos de oposición juntos; gobierna gran parte de las ciudades más importantes y tiene mayoría en la Cámara de Diputados y en el Senado, en alianza con el Partido Verde (PVEM).

    El conjunto de reglas institucionales mexicanas ha tenido un importante papel tanto en la supervivencia del partido como en su transformación. Ya para el año 2012, cuando el partido retomó la presidencia, el PRI estaba más descentralizado que en sus tiempos hegemónicos; había modernizado sus habilidades de campaña al tiempo que seguía apoyándose en el proselitismo localizado y en la movilización clientelista. El federalismo, junto con la competencia electoral, fortalecieron a los gobernadores del partido (Modoux, 2006), líderes informales con control sobre el acceso a las boletas y a los recursos partidistas para financiar sus campañas. Las elecciones de mayoría relativa en los distritos electorales uninominales han descentralizado la selección del candidato porque los electores prefieren candidatos locales con experiencia. El sistema de representación proporcional (RP) ha permitido que los funcionarios de partido sigan siendo poderosos, porque mantienen su influencia sobre los ganadores de los escaños más altos en las cinco circunscripciones electorales plurinominales de lista cerrada. Finalmente, el partido no se fragmentó porque los ganadores del proceso de ajustarse a la competencia fueron capaces de encontrar formas de cooperar; de esta manera, aunque el PRI haya sufrido varias salidas políticas, no se ha dividido en docenas de opciones electorales dispares.

    La transición a la democracia en México, con todos sus problemas, ha sido un éxito en términos de estabilidad política en gran medida porque el PRI no se escindió en muchos partidos menores. El sistema de partidos mexicano permaneció relativamente estable desde inicios de la década de 1990 hasta 2012, y mantuvo su carácter tripartita (aunque la izquierda se haya deshilachado desde 2009).⁸ El PAN, de centro-derecha, y el Partido de la Revolución Democrática (PRD), de centro-izquierda, junto con el PRI, siguen dominando el Congreso y casi todas las gubernaturas estatales. Moreno (2009a) afirma que, para 2006, los electores mexicanos podían identificar a los tres grandes partidos en una escala ideológica. Los niveles de identificación de los electores con un partido permanecieron relativamente estables hasta 2012; y los partidos en ambas cámaras del Congreso votan de forma disciplinada. La dirigencia nacional del PRI, llamada Comité Ejecutivo Nacional (CEN), ha modernizado la publicidad mediática nacional para vender la marca del partido, mientras que los candidatos de los distritos uninominales —incluso ante la prohibición constitucional de la reelección consecutiva— han respondido con rapidez a los nuevos incentivos y han cambiado su forma de hacer campaña.

    Este libro no pretende ser una historia del partido, aunque el capítulo III tiene una sección que recorre la historia de las primeras tres décadas del PRI. Más bien, propone una explicación del cambio partidista que inició con la vacilación del partido hegemónico de principios de la década de 1980 y atraviesa los años de transición de la década de 1990 antes de pasar a sus años fuera del Ejecutivo. El libro inicia con las elecciones de 1982 y termina con el regreso del PRI en 2012.

    La experiencia del PRI en México se puede usar para entender mejor por qué sobreviven algunos partidos (y otros no), y por qué cambian como lo hacen. Primero, demuestra cómo el contexto institucional fortalece ciertas facciones internas sobre otras mientras luchan por ganar control sobre los recursos, dados los crecientes retos de la competencia electoral. Este trabajo afirma que todos los partidos autoritarios enfrentan presiones por dividirse cuando la competencia electoral aumenta, de tal forma que debemos preguntarnos cómo se resuelven las tendencias a la división. Se trata de un dilema de acción colectiva: aunque los jugadores se percaten de que sería mejor cooperar y seguir dentro de un partido cuya etiqueta tenga valor, en vez de destruir al partido, quizá no sea posible. Una solución es que una sola facción del partido tome el control; otra es que dos (o más) grupos internos encuentren formas de cooperar porque gozan de recursos autónomos y complementarios. En otras palabras, se necesitan mutuamente para sobrevivir y tienen acceso a diferentes fuentes de dinero y candidaturas. Una vez más, las instituciones políticas afectan las capacidades de cooperación.

    En los sistemas partidistas hegemónicos, existen otros partidos aparte del hegemón, pero no pueden ganar suficientes puestos de elección popular como para poner en riesgo las mayorías del gobierno y, por lo tanto, no controlan puestos gubernamentales ni burocráticos (Sartori, 1976).⁹ Muchos políticos del régimen son hábiles para las negociaciones internas, no para ganar votos; para las intrigas de palacio, no para hacer campaña electoral. Las relaciones internas de autoridad que mantuvieron intacto al partido bajo el autoritarismo dejan de funcionar cuando el partido se ve obligado a competir por votos. Como escribe Roberts sobre el caso de los partidos Comunista y Socialista de Chile de finales de la década de 1980 y principios de la de 1990: El cambio gradual […] hacia la competencia electoral volvió más valiosas las nuevas características de organización, los nuevos recursos políticos y las nuevas orientaciones estratégicas (Roberts, 1998: 127). Un partido autoritario enfrenta retos únicos cuando aumenta la competencia electoral y hay elecciones más justas.

    De manera más general, Anthony Downs (1957) puso la competencia electoral en el centro de su explicación sobre el cambio partidista; sin embargo, tras estudios de otros países, quedó claro que los partidos no son actores unitarios que necesariamente reaccionen racionalmente a un golpe externo determinado. Harmel y Janda (1994) se enfocan en cómo algunos grupos intrapartidistas¹⁰ usan retos externos —sobre todo, pérdidas en las urnas— para competir con más éxito contra sus rivales internos. En otra línea de argumentación están los estudiosos que afirman que los recursos hereditarios de un partido autoritario determinan si sobrevivirá a la competencia bajo nuevas reglas democráticas, en particular Grzymala-Busse (2002), Loxton (2016), y Slater y Wong (2013). Grzymala-Busse afirma que las habilidades de la élite y la capacidad organizacional son dos recursos básicos que ayudan a los partidos autoritarios a sobrevivir en democracia. Que los partidos cuyos líderes empezaron a reformar la economía nacional antes de que iniciara la transición deberían estar mejor preparados para forzar a sus organizaciones a reaccionar ante los retos de la competencia democrática. El trabajo de Grzymala-Busse contribuye con la bibliografía mencionada al enfocarse en el papel de las instituciones y las facciones dentro del partido en una nación fuera de Europa del Este. Enfrentarse a los retos de la competencia electoral es el problema central de los partidos autoritarios al transitar a la democracia, y esta competencia pasa a través de las instituciones políticas, que ayudan a ciertas facciones partidistas y dañan a otras. Todos los partidos autoritarios tienen fuertes incentivos para dividirse cuando se enfrentan a la amenaza del aumento de la competencia electoral. Este trabajo, en cambio, problematiza el tema de la unidad interna para entender cómo los actores resolvieron el dilema de acción colectiva en un mundo competitivo sin un Leviatán presidencial.

    La bibliografía sobre organización partidista está llena de trabajos que subrayan los efectos que tienen las instituciones políticas en la organización y el comportamiento de los partidos (Carey y Shugart, 1995; Duverger, 1954; Montero, 2007; Riker, 1964; Samuels y Shugart, 2010). Las instituciones políticas más importantes en México que afectan a los partidos son: primero, las instituciones federales que pueden crear gobernadores fuertes o partidos estatales; segundo, el sistema electoral de dos niveles, con elecciones de mayoría relativa en distritos uninominales y escaños de RP de lista cerrada, fortalece las trayectorias locales de los políticos y, al mismo tiempo, permite que la dirigencia nacional del partido mantenga el control de algunas candidaturas de RP; tercero, el control sobre la selección de candidatos y el generoso financiamiento público para los partidos lo pueden captar ya sea el partido o los candidatos. Finalmente, los partidos en sistemas presidenciales tienden a tener menor influencia sobre sus ejecutivos que los partidos en regímenes parlamentarios (véase el capítulo II para leer más sobre efectos institucionales).

    A partir del siglo XIX, México ha sido un régimen federal presidencial, con una legislatura bicameral federal (aunque el Senado haya sido eliminado durante varios años en el siglo XIX). Desde la década de 1930, el presidente y los gobernadores sólo pueden permanecer un periodo de seis años en el cargo, y no pueden volver a competir por el mismo cargo nunca. Los legisladores y alcaldes pueden permanecer un periodo (seis años para los senadores, tres años para los diputados locales y federales, así como para los alcaldes), y luego volver a contender por el mismo cargo después de un periodo de separación. Tras una reforma constitucional, los legisladores podrán contender por la reelección a partir de 2021. Antes de 1964, la legislatura mexicana sólo estaba conformada por distritos uninominales elegidos por mayoría relativa. Entre 1964 y 1979, se concedieron diputados extra —los llamados diputados de partido— a los partidos que obtuvieran un porcentaje específico del voto nacional; el límite superior finalmente quedó fijado en 25 diputados extra por partido.

    La reforma electoral de 1977 instituyó un sistema electoral mixto de representación proporcional para la Cámara de Diputados con un incremento del número de diputados de RP, hoy con un total de 300 uninominales y 200 plurinominales, elegidos en cinco circunscripciones regionales de lista cerrada con 40 nombres cada una. Los electores sólo tienen una boleta para ambos niveles, y marcan a su candidato uninominal de mayoría relativa. Los votos de los 300 distritos se agregan en una de las cinco circunscripciones plurinominales de la Cámara federal. El Senado también tiene un sistema mixto, en el que cada estado elige a dos senadores de una lista cerrada con dos nombres, y el partido que quede en segundo lugar en cada estado también manda al Senado al primer nombre de su lista. Otros 32 senadores se eligen a través de una lista nacional cerrada de RP. Una vez más, los electores sólo tienen una boleta para ambos niveles de representación.

    Los gobernadores se eligen en años calendario escalonados, así que, en un momento dado, el presidente trabaja con gobernadores electos durante la presidencia anterior, y gracias a tal calendario electoral, la mayoría de los gobernadores no puede montarse en el carro de la victoria del presidente. Los alcaldes se eligen por mayoría relativa, y los miembros de su gabinete entran en la plataforma del alcalde. Las asambleas estatales siguen los mismos lineamientos electorales federales; cada uno de los 32 congresos estatales elige diputados uninominales y plurinominales. Los partidos locales (los que no tienen registro nacional) no pueden competir en las elecciones federales. Hasta 2015, los nombres de los candidatos independientes no podían aparecer en la boleta electoral, y el proceso para adquirir el registro siempre ha sido largo y difícil, incluso después de las reformas electorales de 1996.

    Muchas de estas instituciones se crearon décadas antes de que iniciara la transición a la democracia en 1988, algunas durante el siglo XIX (una forma de gobierno federal presidencial, con dos cámaras en el Congreso), y otras durante el largo interludio hegemónico (sin reelección consecutiva, sin partidos locales en la elección federal y con registro de partido obligatorio para los candidatos). Pero en la década de 1990 se promulgaron nuevas disposiciones para que las elecciones fueran más justas, aunque esas reglas no cambiaron de forma significativa el sistema electoral mixto de representación proporcional instituido en 1977 (excepto para introducir puntos de RP en el Senado).

    Durante las reformas electorales de las décadas de 1990¹¹ y del siglo XXI (2008 y 2013), los líderes priistas negociaron varias modificaciones al código electoral con sus contrapartes panistas y perredistas que les permitían controlar a los políticos ambiciosos en busca de puestos. La reforma electoral de 1996 asignó el dinero de campaña no a los candidatos, sino al partido nacional, quien tiene alta discrecionalidad en la forma de gastarlo. En 2008 se aprobó una nueva ley electoral que obliga a las estaciones de radio y televisión a transmitir los anuncios de los partidos en tiempos públicos designados, sin costo, lo que, una vez más, liberó una enorme cantidad de dinero para gastar en otras actividades (véase el capítulo VIII).

    Los efectos del gobierno federal mexicano, un sistema electoral mixto a nivel estatal y federal de las legislaturas, y el generoso financiamiento para las actividades partidistas ayudan a explicar a qué grupos empoderó la transición y cuáles se diezmaron, y por qué los grupos empoderados pudieron cooperar tras la pérdida del Leviatán presidencial. La adaptación evolutiva del PRI hacia la competencia electoral llevó más de una década, lo que le ha permitido al presente estudio examinar cómo el partido cambió con el tiempo mientras que muchas otras variables explicativas potenciales —como la historia y la cultura políticas—, la mayoría de las instituciones políticas y las relaciones con el mundo exterior, se mantuvieron constantes.

    Los gobernadores del PRI fueron más fuertes colectivamente que los líderes nacionales del partido durante los doce años fuera de la presidencia (2000-2012) porque controlaban mucho más dinero, aunque el CEN dispusiera de millones de pesos en recursos públicos gracias a las reformas electorales de 1996. Los gobernadores obtenían recursos fiscales del gobierno federal y acumulaban mayor control e influencia sobre las candidaturas federales y locales en sus entidades respectivas. Los gobernadores del PRI lograron controlar a las candidaturas porque, si ganaban la mayoría o muchos de sus distritos de mayoría relativa para la Cámara, por ejemplo, el partido ganaba más votos en las cinco circunscripciones regionales de RP y, por lo tanto, más escaños de representación proporcional, lo que generaba una mayoría relativa más fuerte en la Cámara, y más recursos financieros.¹² Si una gobernadora del PRI tiene una bancada estatal mayor en la Cámara de Diputados, está en mejor posición para extraer ganancias fiscales durante las negociaciones presupuestarias anuales; así, puede verse cómo los incentivos están fuertemente alineados con los del CEN para ganar los distritos de mayoría relativa. Además, si los gobernadores apoyan las campañas federales en las elecciones simultáneas, el candidato presidencial se beneficiará también del apoyo de las gubernaturas. Al apoyar al candidato presidencial en su campaña, los gobernadores del PRI establecen una relación armónica que perdurará si este gana la presidencia.

    Finalmente, como la política estatal crea muchas candidaturas y puestos burocráticos, los gobernadores por lo general también controlan importantes recursos políticos en sus estados. En términos de reglas electorales, los sistemas electorales de mayoría relativa en distritos uninominales y de listas regionales de representación proporcional con gran magnitud distrital (la cantidad de legisladores elegidos para la circunscripción) promovieron trayectorias profesionales locales más fuertes, mientras que las reglas de representación proporcional de lista cerrada mantuvieron a la dirigencia nacional del partido en control de algunas candidaturas valiosas, lo que le dio influencia dentro del partido.

    Durante el periodo fuera del Ejecutivo, los dos grupos de líderes del PRI, los gobernadores y el jefe nacional del partido,¹³ llegaron a un acuerdo cooperativo basado en el control independiente de las candidaturas y las finanzas, el apoyo mutuo y la capacidad de sancionar. Sólo cuando el presidente del CEN compitió también por la nominación presidencial hubo serios problemas entre los grupos. Estos grupos partidistas (con diferentes líderes) transformaron al PRI en una organización electoral capaz de elegir candidatos populares, dirigir campañas modernas en los medios de comunicación nacionales y ganar elecciones más justas, tanto que el PRI retomó la presidencia en 2012 con un candidato muy popular, el exgobernador estatal Enrique Peña Nieto. A diferencia del candidato presidencial del PRI de 2006, Peña Nieto pudo unir a los grupos partidistas dispares porque hizo compromisos creíbles de que no usaría su posición como presidente (si ganaba la elección) para minarlos, y usó sus recursos como gobernador para apoyar a sus copartidarios en la Cámara de Diputados, así como a diferentes candidatos a gubernaturas, lo cual le granjeó nuevos aliados incluso antes de que iniciara la campaña en 2012.

    Así como los gobernadores eran muy importantes para la dirección nacional del partido antes de 2012, los ejecutivos estatales también necesitaban el apoyo de la dirigencia partidista nacional (el CEN): en primer lugar, el CEN del PRI era la cara pública del partido, que negociaba y se enfrentaba al presidente de México (miembro del PAN) para apuntalar los intereses del partido, lo que les permitía a los gobernadores priistas negociar con el presidente. El liderazgo nacional se encargaba de manejar y mantener la disciplina de la bancada del PRI en el Congreso, otra tarea que era muy costosa para los gobernadores a nivel individual, incluso con los esfuerzos colectivos de la Conferencia Nacional de Gobernadores (Conago).¹⁴ Finalmente, el CEN manejaba los mensajes mediáticos nacionales del partido, en especial en las elecciones legislativas intermedias. La dirigencia nacional del partido decidía dar un mensaje central, contrataba a las empresas encuestadoras y coordinaba a los 300 candidatos uninominales. Por lo tanto, el CEN tuvo un papel central para elegir a los candidatos a gobernador en los estados donde el PRI no gobernaba.

    La experiencia de transformación del PRI se puede comparar con las de otros partidos autoritarios en el mundo. Por ejemplo, la Unión Nacional Africana de Kenia (UNAK) es un antiguo partido autoritario que se derrumbó tras perder una sola elección nacional, mientras que el Kuomintang (KMT) de Taiwán sobrevivió sus dos periodos fuera de la presidencia antes de retomarlo. El antiguo líder autoritario de la UNAK ideó un sistema electoral permisivo durante los años de transición para dividir a las fuerzas de oposición, estrategia que tuvo éxito durante aproximadamente una década. Pero cuando el partido perdió las elecciones presidenciales, prácticamente desapareció, pues sus ambiciosos políticos abandonaron sus filas y ganaron puestos de elección popular con organizaciones pasajeras, poco permanentes. Los candidatos kenianos a los escaños parlamentarios no requieren etiquetas partidistas fuertes para ocupar el cargo porque pueden apoyarse en identidades étnicas, lo que reduce el valor de la etiqueta partidista. Sin embargo, una vez derrotada la UNAK, esas mismas reglas devastaron al partido, pues sus líderes abandonaron sus filas y formaron sus propias organizaciones pasajeras o se unieron a las ya existentes.

    El KMT de Taiwán, por otro lado, retuvo a sus movilizadores electorales locales, muy unidos al partido, y aunque sufrió al menos dos divisiones durante la primera fase de democratización, no se fragmentó ni desapareció, sino que mantuvo su mayoría en el Yuan Legislativo antes de retomar el Yuan Ejecutivo tras ocho años fuera del cargo. El KMT de Taiwán sufrió una seria división durante el periodo de transición de la década de 1990. Debido a las reglas nacionales de voto único no transferible (que ya cambiaron), todos los partidos requerían dinero tanto para comprar a los intermediarios locales como para coordinar el número de candidatos que reenviarían. Como resultado, los partidos escindidos del KMT no pudieron crecer. Se pueden ver los efectos poderosos de las instituciones sobre la capacidad de los políticos de dejar el partido, de reformar las organizaciones o de cooperar desde dentro. Esta comparación se discutirá con más detalle en las conclusiones.

    La pregunta de por qué los partidos autoritarios sobreviven después de verse obligados a competir bajo reglas democráticas es importante porque, como afirman Mainwaring y Scully (1995: 1, 2), es difícil mantener una democracia sin un sistema de partidos estable, y es difícil estabilizar un sistema de partidos sin organizaciones de partido duraderas, capaces de compromisos políticos creíbles, arraigadas en sus sociedades y, finalmente, en control de recursos independientes. Huntington (1968), Neumann (1956), Riker (1964) y Sartori (1976), entre otros, concuerdan en que los partidos pueden integrar a los ciudadanos en una nueva democracia así como facilitar que el gobierno central llegue a los estados y localidades. Los partidos pueden moderar el conflicto reduciendo la cantidad de opciones disponibles para los legisladores. Más importante aún, los partidos pueden crear una base de apoyo estable para el Estado y sus políticas (Levitsky y Way, 2010; Mainwaring y Scully, 1995; Stoner Weiss, 2002: 128). Otros autores han mostrado lo que puede suceder cuando los políticos en nuevas democracias, como Rusia y Perú, no necesitan usar los vehículos partidistas para ganar elecciones: el sistema de partidos se vuelve inestable y la democracia puede sufrir en consecuencia (Hale, 2006; Levitsky y Cameron, 2003; March, 2006; Smyth, 2006).

    La supervivencia del PRI tras salir de Los Pinos (la mansión presidencial) en 2000 no estaba asegurada en absoluto: varios partidos políticos latinoamericanos que, de alguna forma, se parecían al PRI —populistas, de base masiva y nacionalistas, como el partido Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA) de Perú, la Acción Democrática (AD) de Venezuela o el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) de Bolivia)—, se debilitaron profundamente o no sobrevivieron a largos periodos fuera del poder o a las crisis económicas de las décadas de 1980 y 1990 (Coppedge, 2001). En África, varios antiguos partidos autoritarios se han convertido en sombra de lo que fueron o en segundones, incapaces de ganar elecciones y de competir en los nuevos sistemas de partidos. Por otro lado, muchos partidos comunistas sucesores, en países como Polonia, Hungría y Rumania, tuvieron un éxito sorprendente en los años siguientes a la caída de sus regímenes (Golosov, 1998; Grzymala-Busse, 2002; Ishiyama, 1999; March, 2002).

    Sin embargo, en las discusiones sobre cómo el PRI regresó al poder en 2012, muchos analistas afirman que el partido nunca se transformó: que sigue mostrando una postura vaga y pragmática frente al desarrollo económico, y que sigue dirigiendo los gobiernos estatales y locales con una postura cínica ante las recompensas personales a expensas del bienestar público.¹⁵ En la política nacional, el liderazgo del partido parecía volcado en un enfrentamiento público con el Ejecutivo del PAN (que gobernó dos sexenios, de 2000 a 2012) para ganar beneficios políticos de corto plazo y, al mismo tiempo, proteger los intereses rentistas de sus afiliados, como los sindicatos de electricistas y trabajadores petroleros. Los gobernadores del partido por lo general han estado involucrados en escándalos de corrupción.¹⁶ Sus líderes nacionales se niegan a tomar una postura pública sobre el aborto o el matrimonio del mismo sexo, aunque se autoproclame un partido secular y socialdemócrata; además, cambió su postura varias veces sobre la reforma fiscal desde su derrota en 2000. En el frente ideológico, las expresiones de los líderes partidistas por lo general son muy vagas con respecto a lo que representa el PRI en asuntos económicos o sociales, lo que permite que coexistan todas las corrientes ideológicas en el partido.¹⁷

    El PRI ha tenido cambios importantes por la traumática transición a la democracia y por los dos apaleos que le dieron los candidatos presidenciales de oposición; ahora es un partido tanto moderno como tradicional, basado en sus gobernadores exitosos y en una oficina central de partido bien establecida. Sin embargo, no se ha transformado en una organización programática que promueva la democracia interna ni las prácticas justas en el gobierno. Muchos de sus políticos son corruptos (al igual que los del PRD y los del PAN, y los de muchos de los partidos menores) y sumamente pragmáticos y orientados hacia el mercado en temas económicos; pero ahora es capaz de hacer tanto campañas modernas como clientelismo a la vieja usanza. Nunca renunció a su pasado autoritarista; más bien, proclamó con orgullo sus éxitos al modernizar la nación tras una revolución de una década. En este sentido, no es como los antiguos partidos comunistas de Europa del Este que tuvieron que reformarse y renunciar a regresar al poder, probablemente porque la naturaleza de la transición no fue tan profunda en México como lo fue en muchas naciones de dicha región. En las conclusiones del libro se discutirá el tema del PRI después de 2012.

    LA DISPOSICIÓN DEL LIBRO

    Esta es la primera monografía sobre el PRI escrita originalmente en inglés en treinta años y, por eso, es necesario entender la antigua organización hegemónica de este partido para captar cómo ha sobrevivido y cómo ha cambiado.¹⁸ Por esta razón, el trasfondo sobre la relación hegemónica del partido con el presidente, su forma de manejar las campañas, su contribución con la selección del candidato y la capacidad de sus jefes de bancada para manejar a los representantes del partido en las cámaras de diputados y senadores son temas pertinentes de estudio, y pueden compararse con la forma en que el partido lleva a cabo sus tareas básicas en condiciones democráticas.

    El libro se divide en dos secciones: la primera se compone de los capítulos II al VI. El capítulo II presenta una discusión teórica. El capítulo III describe cómo se manejaba el PRI en la hegemonía y, al hacerlo, ofrece una nueva interpretación de la relación entre el Ejecutivo hegemónico y el partido. El capítulo IV se enfoca en cómo la transición a la democracia obligó al PRI a ajustarse, desde 1988 hasta 2012. El capítulo V continúa tras el año 2000 para demostrar por qué el CEN y los gobernadores encontraron formas de cooperar y por qué el candidato presidencial de 2012 fue capaz de unir al partido cuando el aspirante presidencial de 2006 estuvo a punto de desmoronarlo. El capítulo VI presenta un panorama completo del comportamiento electoral en México desde la década de 1980 a través tanto de datos de sondeos como de resultados electorales.

    La segunda mitad del trabajo, compuesta del capítulo VII al X, examina cómo los miembros y líderes del partido llevan a cabo las tareas más importantes que un partido puede emprender: elegir a sus candidatos, manejar las campañas y obligar a sus bancadas legislativas a votar de forma cohesionada, un enfoque que sigue los trabajos de Aldrich (1995), Crotty (1968: 250), Key (1958), Pomper (1990) y Schlesinger (1985: 1153). Como señaló Key (1958: 700), la maquinaria de partido que se necesita para designar candidatos y ganar votos en una campaña es muy distinta de aquella que requiere agrupar a los representantes en una causa común bajo un liderazgo común en la legislatura. Al estudiar las acciones sustantivas de los partidos, estos capítulos ayudan a ilustrar y probar los argumentos establecidos en el capítulo teórico. Estos capítulos examinan cómo las tareas de un partido tan grande cambiaron con el tiempo, qué actor fue responsable de llevarlas a cabo y cómo fueron capaces de cooperar los distintos grupos de líderes.

    El capítulo VII estudia específicamente cómo cambió la selección de candidatos dentro del PRI de la hegemonía a la democracia, y afirma que los objetivos principales de la selección de candidatos legislativos y ejecutivos antes de la década de 1990 eran: incluir tantos grupos intrapartidistas como fuera posible en la distribución de bienes selectivos, mantener bajo control a los políticos del régimen, y lograr la cooperación. Para hacerlo, este capítulo usa datos empíricos sobre los candidatos a legisladores y a gobernadores para develar la naturaleza de los diferentes grupos dentro del PRI.

    Podría esperarse que, conforme fue aumentando la competencia, los actores internos del PRI lucharan para arrebatarse el control de las nominaciones presidenciales, pues con la competencia, los candidatos populares se volvieron más poderosos dentro del partido y los que no lograban ganar elecciones o manejar campañas veían su poder mermado. Dadas las instituciones federales y los distritos uninominales, los gobernadores ganaron control sobre las nominaciones a la mayoría de los cargos de elección popular en sus respectivos estados, al igual que sobre las candidaturas uninominales a diputados. El CEN asumió la responsabilidad de dirigir las negociaciones sobre las listas federales a los cargos de representación proporcional y a los escaños federales uninominales en los estados no gobernados por un miembro del PRI. Usando las trayectorias políticas previas de 300 candidatos a diputados del PRI para dos congresos plurales (2006-2009 y 2009-2012) seleccionados al azar, se observa que el reclutamiento legislativo también ha cambiado: los líderes corporativistas y funcionarios federales que alguna vez ganaron candidaturas a la cámara vía elecciones de mayoría relativa, han sido reemplazados por políticos cuyas carreras se basan en los terrenos

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1