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Estados Unidos: Situación interna e internacional en el entorno de las elecciones y la pandemia: Revista Anthropos 255
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Libro electrónico341 páginas4 horas

Estados Unidos: Situación interna e internacional en el entorno de las elecciones y la pandemia: Revista Anthropos 255

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Revista Anthropos 255 Estados Unidos: Situación interna e internacional en el entorno de las elecciones y la pandemia presenta los siguientes contenidos y autores:
◗ Presentación, Sonia Winer y Mariana Aparicio Ramírez
◗ Estados Unidos: situación interna e internacional en el entorno de las elecciones y la pandemia
◗ Marco A. Gandásegui. Pensador prolífico y multifacético, Dídimo Castillo Fernández
◗ Las políticas de Estados Unidos hacia América Latina y el Caribe después de los comicios de 2020: una primera aproximación al escenario más probable, Luis Suárez Salazar
◗ Los centros de pensamiento (tanques pensantes) y el proceso de conformación de la política exterior de Estados Unidos, Raúl Rodríguez Rodríguez
◗ Estados Unidos más allá de 2020: tendencias, perspectivas y opciones, Jorge Hernández Martínez
◗ Trump, los derechos humanos y la guerra híbrida: disputas en contexto electoral y de Covid-19, Sonia Winer y Gabriel Merino
◗ Apuntes sobre el vínculo entre seguridad nacional y política comercial en la campaña electoral de Estados Unidos en tiempos de la Covid-19, Mariana Aparicio Ramírez, Andrés Cuevas Puigferrat
y Santiago Molina Torres Arpi
◗ Los think tanks latinoamericanos y sus conexiones con las organizaciones de Estados Unidos, Ary César Minella
◗ Trump y la Argentina, de Macri a Fernández. Balance y perspectivas de la relación bilateral, Leandro Morgenfeld
◗ Proceso de paz en Colombia o de la búsqueda de caminos para la democratización de la sociedad, Jaime Zuluaga Nieto
◗ Los intereses hegemónicos estadounidenses como factor de continuidad de la estrategia contra las drogas en México, Yasmín Martínez Carreón
◗ Estados Unidos y el golpe de estado en Bolivia: asistencia para el desarrollo, red de derecha y consumación del golpe, Silvina M. Romano, Tamara Lajtman, Aníbal García Fernández y Arantxa Tirado
IdiomaEspañol
EditorialAntrophos
Fecha de lanzamiento16 oct 2020
ISBN4064066512187
Estados Unidos: Situación interna e internacional en el entorno de las elecciones y la pandemia: Revista Anthropos 255

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    Estados Unidos - Sonia Winer

    2020

    Marco A. Gandásegui.

    Pensador prolífico y multifacético

    DÍDIMO CASTILLO FERNÁNDEZ

    El pasado viernes 24 de abril la sociedad y comunidad académica panameña y latinoamericana fue impactada con la inesperada partida de Marco A. Gandásegui, sociólogo, pensador prolífico y multifacético, quien durante la segunda mitad del siglo pasado y lo que va de éste, mantuvo e hizo sentir su influencia en la reflexión, el análisis crítico y la construcción de agendas de la investigación social en el país y en la región. Conocí personalmente a Marco a principios de la década de 1980, recién inaugurada la carrera de Sociología en la Facultad de Humanidades de la Universidad de Panamá. Desde aquellos años forjamos una larga amistad. Mi estancia como asistente en actividades de documentación y edición en el Centro de Estudios Latinoamericanos (CELA) «Justo Arosemena» durante casi 10 años, me permitieron constatar su calidad humana y, particularmente, su capacidad excepcional como académico dedicado y comprometido con el conocimiento y los procesos de transformación social.

    Influencias intelectuales

    El CELA, dirigido por Marco en aquellos años, aglutinaba a un selecto grupo de intelectuales del más alto nivel académico, entre los que destacaban Ricaurte Soler, filósofo e historiador; Simeón González, politólogo; Guillermo Castro, sociólogo e historiador; Carmen Miró, demógrafa; Gerardo Maloney, sociólogo; Julio Manduley, economista y George Priestley, politólogo, entre otros. El trabajo conjunto, además de otorgarle un carácter multi e interdisciplinario y asegurarle el reconocimiento a nivel regional, lo convirtió en un espacio de reflexión y debate permanente, que generó importantes publicaciones en formato de libros, cuadernos de trabajo y de investigación y, sobre todo, la edición siempre oportuna y puntual de la revista Tareas. De ahí que la trayectoria académica de todos ellos, pero particularmente la de Marco, haya estado indisolublemente ligada y marcada por la dinámica de reflexión promovida y desarrollada en torno al CELA y la revista Tareas, junto a otros esfuerzos editoriales. La confluencia de temas, la intensidad de los debates, la permeabilidad de ideas de unos hacia otros, las inevitables discrepancias y, particularmente, la necesidad de nuevos abordajes, así como de las exigencias impuestas por la propia dinámica de la sociedad panameña, explican la variedad y transversalidad de los temas abordados por Marco en libros, artículos científicos y de análisis de coyuntura, publicados en revistas y periódicos de circulación nacional.

    Marco realizó estudios de periodismo en la Universidad de Chile, a comienzo de la década de 1960, y posteriormente de Sociología en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO), en el mismo país, en el periodo inmediatamente anterior al derrocamiento del gobierno socialista de Salvador Allende. A temprana edad, se nutrió de las reflexiones y debates críticos que conllevaron a la institucionalización de las ciencias sociales en América Latina, particularmente con la creación de la Asociación Latinoamericana de Sociología (ALAS) en 1950, de la que fue posteriormente presidente en 1979; de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO) en 1957, y del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) en 1967, institución con la que mantuvo vínculos de estrecha colaboración hasta el final de su vida. Fue una época académicamente rica de grandes debates sobre la modernización, el desarrollo y las condiciones de dependencia de América Latina, y también de crítica marxista a los enfoques hegemónicos. Desde su origen, la proyección del CELA estuvo marcada por ese elemento articulador con la academia latinoamericana y con la agenda política de los procesos y movimientos sociales en la región.

    La centralidad de su obra

    La influencia de Soler se mantuvo latente a lo largo de su trayectoria académica y política. Tuvieron en común el interés por la cuestión nacional poniendo como centro las condiciones de dependencia que desde la conformación del país o antes, incidieron en el desarrollo interno, y el necesario impulso y afirmación de un proyecto nacional popular. No obstante, en parte también por razones cronológicas y de énfasis en sus enfoques, Marco enfatizó con mayor ahínco en el análisis de las particularidades de la estructura social panameña y en las subyacentes contradicciones de clase. No es trivial que Marco inaugurara su entrada a la Sociología con la publicación de la obra que lo catapultó, considerada un clásico de la sociedad panameña, la Concentración del poder económico en Panamá, estudio pionero con el que puso en evidencia una de las constantes contradicciones de la estructura social que, a más de 50 años, lejos de subsanarse se mantiene en nuestros días y coloca al país como uno de los de mayor desigualdad social de la región.

    A diferencia de lo perceptible a primera vista, toda su obra está marcada por una preocupación central: la caracterización de la estructura social panameña, las desigualdades de clase y la viabilidad de impulsar proyectos alternativos no excluyentes, contenido en sus libros La fuerza de trabajo en el agro, Acumulación y migración interna en Panamá, Las clases sociales en Panamá, Las luchas obreras en Panamá y La democracia en Panamá, así como en los innumerables artículos de análisis crítico e investigación. En su obra hay un factor común o punto de continuidad que, aunque no necesariamente explícito, la cruza e integra en una preocupación central. Sus estudios sobre la fuerza de trabajo en el agro ponen en cuestión el modelo clásico de la proletarización campesina, constatando la pauperización de dichas clases. Sus investigaciones acerca de las clases sociales, en particular de las luchas obreras, dan cuenta de las características propias de una estructura de clase en un contexto de escasa industrialización dada la inherente hipertrofia terciaria derivada de la condición de transito del país. En la misma línea de reflexión, sus estudios sobre la democracia panameña, quizá su obra cumbre, intentan comprender la viabilidad, vicisitudes y posibilidades impuestas por la estructura social que, de origen, limita la construcción de ciudadanías «auténticas». Lo anterior, resultado del proceso restringido de obrerización, en la actualidad explica la amplia masa de trabajadores en el llamado «sector informal» o independiente, con consecuencias directas sobre los procesos de construcción de ciudadanía.

    Marco avanzó notablemente en la comprensión de la estructura social y política panameña, marcada por las condiciones de dependencias económica y social. Quizá percibió que faltaba algo más allá del estudio de la cuestión nacional, en congruencia con las tesis del historiador Alfredo Castillero, sobre la denominada «primera globalización», que de una u otra manera colocó a Panamá desde su origen en el centro de la dinámica de la hoy llamada «globalización». Marco llegó a suscribir tácitamente este concepto, pero explícitamente el de «globalización neoliberal» o neoliberalismo, entendido como un modelo de transferencia o despojo de riqueza. La crisis de Estados Unidos de 2008 lo llevó a plantear de manera reiterada la «muerte del neoliberalismo», dadas sus inherentes contradicciones. Durante sus estudios de doctorado en la Universidad de Binghamton, Universidad Estatal de Nueva York, pudo haber sido influido por las tesis de Immanuel Wallerstein acerca de la pérdida de hegemonía y decadencia de Estados Unidos, y colapso y crisis final del capitalismo mundial. Tengo la impresión de que se inclinó más por la tesis de Giovanni Arrighi y el supuesto desplazamiento del centro de hegemonía de Washington hacia Pekín. Percibió, en todo caso, las consecuencias de un capitalismo mundializado en crisis. Esta preocupación marcó uno de sus más importantes proyectos: la creación y coordinación por más de 15 años del grupo de trabajo de CLACSO: «Estudios sobre Estados Unidos», colectivo al que permanentemente enriqueció con sus ideas centradas en la crisis de hegemonía de dicho país, la emergencia de una «nueva geopolítica», considerando los cambios en la dinámica social y económica global, las condiciones internas de Estados Unidos, particularmente de su estructura de clase y sistema político, así como las consecuencias sobre América Latina.

    Un legado para pensar

    La diversidad y heterogeneidad de su obra, sistemáticamente propositiva, estuvo marcada por sus preocupaciones sobre el rumbo del cambio social nacional e internacional. La abundancia de sus escritos ofrece muchas aristas para el análisis. Todos sus trabajos, inclusive los desarrollados en el ámbito periodístico, destacan por su originalidad y erudición, así como por su capacidad excepcional de adecuación permanente y su vasto conocimiento e información sobre los procesos sociales nacionales y del capitalismo global. En todas las facetas de su trayectoria intelectual, Marco deja un legado singular.

    Las políticas de Estados Unidos hacia América Latina y el Caribe después de los comicios de 2020: una primera aproximación al escenario más probable

    LUIS SUÁREZ SALAZAR

    Introducción

    Como su título indica, este artículo tiene como único propósito realizar una primera y seguramente incompleta aproximación al que considero «el escenario más probable» de las políticas hacia América Latina y el Caribe que desplegará el presidente estadounidense que resulte electo en los comicios que se efectuarán el 3 de noviembre del 2020.

    Pero antes de hacerlo, me parece necesario recordar que, como he tratado de demostrar en mis diversos escritos sobre las asimétricas relaciones interamericanas (Suárez, 2006, 2006a y 2017), las doctrinas y estrategias desplegadas por esa potencia imperialista hacia el que denominan «hemisferio occidental» han estado guiadas, desde la proclamación de la Doctrina Monroe, por sus seculares propósitos de garantizar su sistema de dominación (hegemonía, acorazada con la fuerza) sobre el ahora llamado «sur político del continente americano».

    Lo antes dicho no niega que, en uno u otro momento de esa bicentenaria historia, la maquinaria de la política exterior, de defensa y seguridad imperial de los Estados Unidos, así como sus aparatos económicos-financieros e ideológico-culturales no hayan introducido cambios en las diferentes estrategias o tácticas, más o menos inteligentes, que han empleado para cumplir los objetivos geopolíticos y geoeconómicos indicados en el párrafo anterior.

    En algunas ocasiones, esas mutaciones han provocado ciertas modificaciones positivas en el desenvolvimiento de las relaciones interamericanas o en las políticas específicas que los gobiernos demócratas y republicanos de Estados Unidos previamente habían venido desplegando en sus interrelaciones con algunos de los gobiernos de los 33 estados nacionales independientes o semiindependientes actualmente ubicados al sur del Río Bravo y de la península de Florida, al igual que con su mal llamado Estado Libre Asociado instalado desde 1952 en Puerto Rico.¹

    En mi apreciación, esas son las fuentes de las esperanzas que tienen algunos actores sociales y políticos, estatales y no estatales, de esa última región (y de otras regiones del mundo) con relación a que en los comicios presidenciales que se realizarán a fines de este año en los Estados Unidos resulte electo el candidato del Partido Demócrata, Joe Biden.

    Esas expectativas se han incrementado a causa de algunas de las encuestas generales que se han divulgado en las semanas más recientes, de las brutalidades del actual presidente estadounidense Donald Trump en el enfrentamiento a la pandemia del coronavirus que está diezmando a su población, así como de la profunda recesión que al menos en los próximos meses seguirá afectando la economía de ese país con su consiguiente impacto en el galopante incremento de cifras de desempleo; incluso en aquellos estados tradicionalmente «demócratas» o «pendulares» que tuvieron una significativa importancia en la elección de Trump en los comicios del 2016.

    Comoquiera que, por las razones que veremos al final de este artículo, casi nunca me he animado a realizar pronósticos con relación a los resultados de esos comicios y mucho menos del impacto que estos tendrán en la correlación de fuerzas en el «poder legislativo», ahora únicamente quiero indicar que, de los que se efectuarán dentro de casi seis meses, solo pueden surgir los siguientes futuros posibles excluyentes entré sí:

    1. Triunfa Trump y el Partido Republicano mantiene el control del Senado, pero no logra reconquistar la mayoría que tuvo entre el 2017 y 2018 en la Cámara de Representantes o, en otro escenario, vuelve a tener la que disfrutó durante ese bienio en esas dos instancias del poder legislativo.

    2. Triunfa Biden y el Partido Demócrata recupera su mayoría senatorial (por lo general precaria) y, mantiene (o no), la que desde enero de 2019 tiene en la Cámara de Representantes.

    Los análisis prospectivos se deben hacer con la memoria y no con la amnesia

    Aunque, como se sabe, salvo excepciones que confirman la regla, ninguna de esas dos cámaras del Congreso son las que deciden la política externa de Estados Unidos, lo cierto ha sido que en los asuntos vinculados con América Latina y el Caribe la mayoría de las veces se han creado en ellas los consensos bipartidistas necesarios para respaldar las estrategias, más o menos inteligentes, según el caso, que haya estado desplegando el llamado «inquilino de la Casa Blanca», ya sea demócrata o republicano.

    No tengo espacio en este artículo para demostrar esas afirmaciones; pero creo conveniente recordar que, cuando a comienzos de este año Trump le presentó al Congreso su disparatado y megalómano informe sobre el Estado de la Unión, la actual presidente demócrata de la Cámara de Representantes, Nancy Pelozzi, rompió públicamente el texto de ese discurso. Sin embargo, cuando previamente había entrado al recinto el presunto «Presidente Encargado» de la República Boliviana de Venezuela, Juan Guaidó, casi todos los senadores y representantes de ese partido lo aplaudieron de manera tan entusiasta como sus colegas republicanos.

    En mi opinión eso no podía ser de otra forma porque todos ellos o sus antecesores habían cohonestado las sucesivas directivas presidenciales declarando a Venezuela «como una amenaza inusual y extraordinaria para la seguridad nacional y la política exterior de Estados Unidos» anualmente firmadas por Barack Obama y Donald Trump, desde comienzos del 2015 hasta los primeros meses de este año. Y, que conozca, casi ninguno de los actuales senadores y representantes del denominado «partido azul» se han opuesto a las multifacéticas y cada vez más draconianas sanciones contra ese país latinoamericano desplegadas desde el 2017 hasta la actualidad.

    Más aún, las informaciones disponibles indican que la mayor parte de los representantes y senadores demócratas han respaldado las multimillonarias partidas presupuestarias que les ha solicitado la actual administración para fortalecer al que sus principales personeros (con el apoyo del Grupo de Lima) han venido calificando como «el actual presidente legal de Venezuela, Juan Guaidó», en su lucha contra «la dictadura narco-terrorista de Nicolas Maduro» (Pompeo, 2020).

    Igualmente, para emprender, en estrecha coordinación con el represivo gobierno del presidente colombiano Iván Duque, las acciones que, desde ese país y asesoradas por la CIA y por el Comando Sur de las Fuerzas Armadas estadounidenses (SOUTHCOM), han tratado de ejecutar algunos grupos paramilitares colombo-venezolanos (vinculados con el narcotráfico) contra el pueblo y el gobierno de ese último país; incluidos los frustrados intentos más recientes contra la vida de sus principales autoridades políticas y para capturar y trasladar a Maduro con vistas a que fuera juzgado por los tribunales estadounidenses.

    Algo parecido pudiera decirse del silencio cómplice que ha guardado el poder legislativo estadounidense frente al golpe de Estado contra el presidente Evo Morales, organizado a lo largo del año pasado por la Casa Blanca, la CIA, la NED y la USAID (Misión Verdad, 2019). Al respecto cabe recordar que uno de los primeros intentos para derrocar al gobierno boliviano antes mencionado fue emprendido durante el primer año la administración de Barack Obama, de la cual era vicepresidente el actual candidato presidencial demócrata, Joe Biden; quien —como he documentado en otros escritos (Suárez, 2017a)— fue el que condujo las políticas hacia América Latina y el Caribe (con excepción de Cuba) desplegadas entre el 2012 y el 2016.

    Por consiguiente, Biden tuvo una alta cuota de responsabilidad en el inmediato apoyo que la antes mencionada administración estadounidense le ofreció al gobierno neoliberal y plutocrático argentino presidido desde el 2015 hasta fines del año pasado por Mauricio Macri. Asimismo, en el golpe de Estado mediático, jurídico y parlamentario contra la presidenta constitucional de Brasil, Dilma Rousseff, y en el respaldo de la Casa Blanca, del Departamento de Estado y del Pentágono a su corrupto sustituto Michel Temer.

    Por otra parte, el actual candidato presidencial demócrata también respaldó el escandaloso fraude electoral que se produjo en Honduras en noviembre de 2013, así como todas las acciones emprendidas por la segunda administración de Barack Obama con vistas a desarticular Petro Caribe y el Fondo ALBA-Caribe, al igual que a tratar de dividir a la Comunidad del Caribe (CARICOM) mediante el impulso de las llamadas Iniciativas Energética y para la Seguridad de la Cuenca del Caribe que —como he documentado en un escrito reciente (Suárez, 2019)— han sido continuadas por el gobierno temporal de Donald Trump.²

    El escenario más probable de la política de Estados Unidos hacia América Latina y el Caribe

    De modo que puede afirmarse que es altamente probable que esos propósitos y esas iniciativas (que siempre han contado con el apoyo del Senado y la Cámara de Representantes), junto a otras que se verán después, seguirán formando parte de la política de Estados Unidos hacia América Latina y el Caribe, cualquiera que sea el resultado de las elecciones presidenciales de noviembre del 2020 y de la nueva correlación de fuerzas que, a partir de enero del 2021, se creará entre demócratas y republicanos en el poder legislativo.

    A esos Senadores y Representes le corresponderá tomar las decisiones con relación a la prórroga (o a la modificación) de la Ley de Asociación Comercial con la Cuenca del Caribe hasta el 2020, aprobada en el 2010 por la administración de Barack Obama como sucedánea de la Iniciativa para la Cuenca del Caribe impulsada, desde 1983, por la administración del republicano Ronald Reagan. Como he indicado en otros escritos (Suárez [2011] 2017), esa prórroga también abarcó el virtual Tratado de Libre Comercio con Haití (conocido como «la Ley HOPE»: Haitian Opportuniyy for Economic Enhancement) firmado en el 2007 por los entonces presidentes de ambos países, René Préval y George W. Bush, respectivamente.

    Por consiguiente, también puede afirmarse que es muy probable que la próxima administración estadounidense, sea cual sea su color político, continuará respaldando al corrupto y antipopular gobierno de Haití actualmente encabezado por Jovenel Moîse o al presidente que resulte electo de los comicios que deberán realizarse el próximo año, bajo la amañada supervisión de la ahora denominada Misión para el Apoyo de la Justicia en Haití (MINUJUSTH) y de la Organización de Estados Americanos (OEA).

    Mucho más porque, cuando se suman las asignaciones de los Presupuestos Federales (FY) del 2016-2017, 2017-2018 y 2018-2019 los sucesivos gobiernos haitianos instalados desde el primero de esos años hasta la actualidad han sido los segundos receptores de la Ayuda Económica y Militar entregada a algunos de los gobiernos de América Latina y el Caribe durante el último año del gobierno de Barack Obama y los primeros dos años de la actual administración estadounidense.

    Sin embargo, ninguna de las dos le entregó un centavo a los gobiernos del Caribe integrantes de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América-Tratado de Comercio entre los Pueblos (ALBA-TCP) fundada a fines del 2004 por los entonces presidentes de Cuba y Venezuela, Fidel Castro y Hugo Chávez: Antigua y Barbudas, Dominica, Granada, Saint Kitts y Nieves, así como San Vicente y las Granadinas, aún encabezados por los primeros ministros Gaston Brown, Roosevelt Skerrit, Keith Mitchell, Thimothy Harris y Ralph Gonsalves, respectivamente.

    Con la excepción de Dominica (que las efectuó a fines del año pasado) en todos esos pequeños estados insulares se celebrarán elecciones en el presente año (Legra, 2018). Por consiguiente, es de esperar que, en caso que resulten triunfadores los partidos políticos lidereados por esos mandatarios, la próxima administración estadounidense, sea demócrata o republicana, continuará desplegando diversas acciones para tratar de desestabilizarlos y, si le fuera posible, derrocarlos mediante las elecciones anticipadas, previstas en los sistemas electorales de esos países en el caso de que el poder legislativo apruebe un «voto de desconfianza» hacia su Primer Ministro.

    Esto último me coloca en el escenario más probable de las estrategias que, a partir del 2020, desplegarán las autoridades oficiales estadounidenses contra otro de los gobiernos integrantes del ALBA-TCP: el presidido por el líder del Frente Sandinista de Liberación Nacional de Nicaragua (FSLN), Daniel Ortega. Estas continuarán orientadas a tratar de desestabilizar a ese gobierno y, si le fuera posible, producir el «cambio del régimen» instalado en ese país desde el 2006.

    Mucho más porque, como se sabe, en el 2018 la actual administración estadounidense estimuló las acciones vandálicas emprendidas por las fuerzas integrantes de la ahora llamada Unidad Nacional Azul y Blanco dirigidas a tratar de lograr el colapso del antes mencionado gobierno nicaragüense o, cuando menos, que este se viera obligado a adelantar, bajo la supervisión de la oea, las elecciones presidenciales que, según su calendario constitucional, se tendrán que realizar en el 2022.

    De manera simultánea, las autoridades oficiales estadounidenses presionaron a los representantes empresariales, políticos y sociales de las diversas fuerzas opositoras agrupadas en la llamada Alianza Cívica para que boicotearan las negociaciones «sin condicionalidades políticas de ningún tipo» que desplegaron directamente con el presidente Daniel Ortega (Copades, 2019). Tales presiones se complementaron con la implementación de las sanciones económicas contra Nicaragua incluidas en la denominada Nicaraguan Investment Conditionality Act (Nica Act) aprobada por el Senado estadounidense en diciembre de 2018.³

    Esa normativa (inmediatamente refrendada por Donald Trump) seguirá restringiendo los préstamos que en el futuro le otorguen a ese país centroamericano las instituciones financieras internacionales controladas por Estados Unidos —el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial (BM) y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID)—, con «la excepción del financiamiento para proyectos que promueven la democracia y las necesidades básicas del pueblo nicaragüense» (Calloni, 2018).

    Por consiguiente, se puede afirmar que cualquiera que sea el candidato presidencial que obtenga la victoria en las elecciones estadounidenses de noviembre de este año, seguirá tratando de unificar a las fuerzas opositoras para lograr la derrota del candidato presidencial del FSLN en las elecciones previstas para el 2022. Paralelamente, mantendrá (con el apoyo de ambas cámaras del congreso) sus asimétricas interrelaciones económicas, político-diplomáticas, militares y en el campo de la denominada «seguridad no tradicional» con sus contrapartes centroamericanas. Por tanto, es de esperar que mantenga su apoyo bilateral a los actuales gobiernos de Costa Rica, El Salvador, Guatemala, Honduras y Panamá, presididos por Carlos Alvarado, Nayib Bukele, Alejandro Giammattei, Luis Orlando Hernández y Laurentino Cortizo, respectivamente.

    También es altamente probable que el presidente estadounidense que resulte electo en noviembre de este año continue privilegiando los componentes militares y de seguridad aprobados en la Conferencia para la Seguridad de Centroamérica que, auspiciada por primera vez en su historia por el Comando Norte de las Fuerzas Armadas estadounidense (NORTHCOM) y por el SOUTHCOM, así como por las fuerzas armadas y la marina de México, se efectuó en ese último país en abril del 2017. Sobre todo, porque los acuerdos adoptados en esa ocasión fueron ratificados en la Conferencia para la Prosperidad y la Seguridad de Centroamérica efectuada tres meses después en las instalaciones de la Universidad Internacional de la Florida y en la sede del SOUTHCOM, ambas ubicadas en Miami.

    En ambas se adoptaron diversos acuerdos dirigidos a desarrollar de manera sistemática diferentes maniobras y operaciones militares concertadas entre el NORTHCOM (cuya área de responsabilidad incluye a México), el SOUTHCOM y las fuerzas militares y/o policiales de Costa Rica, Colombia, Guatemala, Honduras, El Salvador y Panamá orientadas a mejorar la «colaboración transfronteriza» contra las amenazas que —a decir del entonces jefe del SOUTHCOM, Kurt Tidd— le plantearán a «la seguridad nacional de los Estados Unidos las organizaciones del crimen transnacional», las «migraciones ilegales», al igual que «las redes criminales y extremistas y sus fuentes financieras» que operan a lo largo y ancho del istmo centroamericano y de los territorios de Belice y de México (Tidd, 2018).

    Llamo la atención respecto a la participación de las represivas fuerzas militares colombianas en esas operaciones militares en los territorios y las costas centroamericanas. Además de que ese país fue incluido como un «socio extra regional de la Organización del Atlántico Norte» (OTAN), capitaneada por las fuerzas armadas estadounidenses, ello obedecerá a que, sobre

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