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Torpezas de la inteligencia
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Libro electrónico339 páginas5 horas

Torpezas de la inteligencia

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A lo largo de los "tiempos oscuros" que corren en México la inteligencia estratégica estuvo fundida tenebrosamente con el ejercicio de gobernar... y, peor, asociada sólo con los intereses personales del presidente. Frente a esta creencia, es mi intención ofrecer un recuento de sus tránsitos y describir su actualidad, abordar esa tan compleja m
IdiomaEspañol
EditorialProceso
Fecha de lanzamiento14 sept 2022
ISBN9786077876755
Torpezas de la inteligencia

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    Torpezas de la inteligencia - Jorge Carrillo Olea

    Índice de contenido

    Portadilla

    Página Legal

    Dedicatoria

    Presentación

    El espíritu de mi vocación

    Gustavo Díaz Ordaz y Luis Echeverría Álvarez: Recuerdos amargos

    José López Portillo: Rumbo a la psiquiatría política

    Miguel de la Madrid: Paso a paso, que vamos lejos

    Carlos Salinas de Gortari: Control, inteligencia y seguridad

    Zedillo, Fox y Calderón: El punto de quiebre

    Enrique Peña Nieto: Las oportunidades, por la borda

    Epílogo

    Mi gratitud a quien me acompañará

    portada.jpg

    Torpezas de la inteligencia

    Las grandes fallas de la seguridad nacional y sus posibles soluciones

    Primera edición: junio, 2018

    D.R. © 2018, Comunicación e Información, S.A. de C.V.

    Fresas 13, Colonia del Valle, delegación Benito Juárez,

    C.P. 03100, México, D.F.

    D. R. © Jorge Carrillo Olea

    Foto portada: Eduardo Miranda

    Diseño portada: Alejandro Valdés Kuri

    Diseño y formación: Antonio Fouilloux Dávila

    Corrección tipográfica: Daniel González, Jorge González, Serafín Díaz,

    Patricia Posadas

    Edición: Hugo Martínez Téllez

    Coordinación editorial: Alejandro Pérez Utrera

    edicionesproceso@proceso.com.mx

    Queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas por las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía, el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares de la misma mediante alquiler o préstamo públicos.

    A los jóvenes de mi patria, por que sepan

    defender sus convicciones

    A las víctimas de mil torpezas

    A los que saben buscar y tienen el valor

    de exponer la verdad

    Presentación

    Alo largo de los años –no sé cuántos ni recuerdo cuántas veces– con frecuencia se me hizo la sugerencia de escribir algo, un testimonio sobre la trayectoria de la inteligencia estratégica en México, con la atención puesta en la importancia de su ruta histórica, su presente y hacia dónde debe o puede orientarse, ante su papel en los altos intereses nacionales.

    A raíz de tanto yerro de la actual administración en cuanto a la conducción nacional, se antoja pensar en causas; una de ellas sería que el gobierno hoy decide y actúa sin información de calidad o sin información a secas. Se toman decisiones cotidianas sin hacer cálculo de los resultados (Ayotzinapa o la invitación a Donald Trump para que visitara México en su calidad de candidato) y se carece de un horizonte suficientemente profundo para anticipar hechos trascendentes en el mediano y largo plazos. Un país de las dimensiones y complejidad del nuestro no puede conducirse a golpes de corazón o con supuesta información generada sin el concurso de instituciones integrales y profesionalizadas.

    Tal vez esas son las razones que sirvieron de estímulo para producir este texto: México es ya muy grande para conducirse caprichosamente. La vieja máxima que asegura que ningún dirigente lo sabe todo hoy toma particular vigencia. Ha habido aciertos, errores y dilaciones. El balance no es positivo. Un servicio de inteligencia estratégica que cubra todos los ámbitos de interés nacional es indispensable para la concepción y ejecución de toda política esencial para la nación. Ese servicio no está presente en la vida nacional.

    La vieja práctica del fisgoneo en beneficio de los intereses personales del presidente pasó a la historia hace más de 30 años, en 1985, con la desaparición de la Dirección Federal de Seguridad (DFS); viciosa costumbre que, por desgracia, dio recientemente señales de resurgir. Para todo analista objetivo hay un dejo de nostalgia por algo que efectivamente falta: un concurso de talento, que no se da, al servicio de la patria.

    Consecuentemente pareciera que la publicación de este volumen es de actualidad y futuro, oportuna y quizá hasta útil para armar ciertas reflexiones sobre el presente y el porvenir. Éste puede ser un libro singular y propositivo sobre la materia de inteligencia estratégica. En contraparte, la bibliografía respecto a la seguridad nacional es ya abundante.

    Con relación al tema de la inteligencia estratégica, en nuestro país no hemos sido muy productivos. De ahí que este paso represente sólo un primer ensayo para subsanar dicha carencia. Por eso mismo necesariamente habrá de ser polémico. Ni hablar: es el papel que, por diversas razones, le corresponde.

    A lo largo de los tiempos oscuros –por llamarlos de algún modo– la inteligencia estratégica estuvo fundida tenebrosamente con el ejercicio de gobernar... y, peor, asociada sólo con los intereses personales del presidente. Frente a esta creencia, es mi intención ofrecer un recuento de sus tránsitos y describir su actualidad; abordar esa tan compleja materia de la ciencia y la praxis políticas desde la perspectiva de mis cinco décadas de conocerla, así como vislumbrar algunos indicadores sobre su evolución.

    Quiero suponer que mi opinión puede ser de interés, pues hablaré sobre el valor específico de la inteligencia estratégica, sus efectos en un plano teórico para gobernar mejor, y ofreceré ciertas consideraciones sobre su posible futuro. No tendría otro aval más que 50 años de participar, observar y considerar sus progresos, aciertos, dilaciones y deformaciones, así como las circunstancias en que se dieron. No me atribuyo ningún mérito más que ser viejo y haber visto la vida desde un balcón privilegiado.

    Confieso que me resistía a escribir; dudaba de la utilidad de mi aportación, visto el ambiente de confusión y escepticismo que reina actualmente en torno a tantos valores éticos y políticos que ayer fueron certidumbres. Uno de ellos es el de la inteligencia estratégica, tan bien logrado en su cimentación y que, además, soportó tropiezos y capitalizó éxitos, pero que ahora se encuentra en una grave y peligrosa disfunción, en una degradación provocada por el actual gobierno. Por desgracia, se padecen en toda la nación los terribles costos de despreciar la potencialidad de la previsión de oportunidades y riesgos. Hoy es así. ¿Qué podremos esperar mañana?

    Ha habido una seria omisión gubernamental. Simplemente se despreciaron los principios o pilares básicos que rigen la inteligencia estratégica y que son universalmente reconocidos: la investigación, el estudio, la valoración, la advertencia y la propuesta que aproveche su poder previsor, anticipador, para una mejor gestión de gobierno presente y futuro, muy determinante para anticipar consecuencias. De haberlos atendido, se hubieran prevenido hechos y consecuencias que han conmovido al país: la llamada guerrilla en Chiapas, la expansión de la criminalidad, las fugas del Chapo y, lo que será la herida histórica del presidente Enrique Peña Nieto, Ayotzinapa.

    Desde mayo de 1993 vimos venir el conflicto indígena en Chiapas, pero no se actuó; políticamente se jugó el albur de esperar medio año. No se quisieron atender los indicios del avance de la criminalidad, que amenaza con ser un caso de fractalización –o sea deterioro social de una parte del país– que puede ser origen de la metástasis en todo el territorio. Todo esto pudo haberse evitado, pero el sistema actual, tan presumido en planes y programas, sencillamente demostró estar ausente.

    En otra cara de la moneda, hoy hay quienes, al mencionarse a Trump –y que antes sonreían y promovían comentarios chuscos–, se muestran más que razonablemente temerosos, pues no supimos prever el cinismo del magnate y, por si fuera poco, le abrimos la puerta. Nadie en el gobierno opinó nada en contrario y las consecuencias del actuar de Trump ya están presentes. Debieron haberse iniciado estudios predictivos y propositivos para abordar el temible caso de una manera políticamente apropiada. No se hicieron. Y ojalá no haya razón para lamentarlo. Por lo pronto, el presidente y su canciller siguen tocando de oído.

    Para mí es desestimulante observar las deformaciones a las que se ha sometido a la inteligencia estratégica, sobre todo después de conocer y valorar tantos años de iniciativas, de esfuerzos de muchos distinguidos servidores públicos, académicos y formadores de opinión. Todos se interesaron honestamente por establecer un proyecto de inteligencia estratégica, su idea central, su desarrollo y legitimación con sus frutos; todos ellos colaboraron con un trabajo metódico para que fuera apreciada como una verdadera necesidad nacional.

    Si aquellos esfuerzos se frustraron, o se lograron sólo muy parcialmente, fue debido a la falta de credibilidad por parte de los potenciales beneficiarios; por la consecuente discontinuidad del interés oficial y de los esfuerzos aplicados, y por la carencia de personal de nivel medio y superior experto en el tema (consecuencia de lo anterior).

    Pese a las circunstancias adversas, aquel trabajo se realizó con probidad, denuedo y prudencia; pero eso no bastó y hoy estamos ante la mayor incógnita: ¿Sirvieron para remediar la situación las recientes lecciones de dramática violencia –y no sólo de crimen– que conmovieron como nunca al sistema de gobierno, o simplemente la soberbia las ratificará? Ojalá sí, pero eso podría ser hasta mañana.

    En perspectiva, la descomposición institucional heredada al gobierno de Miguel de la Madrid fue tremenda, increíble, como se verá a lo largo del presente libro. Enterarse de ciertos hechos y acontecimientos será motivo de azoro para las generaciones que no vivieron aquel horror. Ante tal panorama, el planteamiento original, surgido de las primeras hipótesis de trabajo sobre seguridad nacional e inteligencia estratégica, fue rico, metódico, racional y, sobre todo, de una necesidad urgente. Y exitoso, completamente exitoso.

    Los resultados y logros de entonces fueron muchos en relación con el caos precedente: prevalecía un sistema oscuro, clandestino y criminal. Puedo asegurar que los cambios se sintetizan fácilmente: se inició la traslación del criterio de instituciones que existían sólo para servicio del hombre en el poder, para el presidente, que eran muy escasamente útiles al gobierno y para nada estaban al servicio del interés superior del país. Se logró mucho, reitero; sin embargo, claramente fue insuficiente. Era pronto, era temprano, había que cocer más ese barro.

    Seguramente muchas personas podrían ofrecer un testimonio similar o complementario a éste y, sobre todo, ricas aportaciones teóricas que entonces no existían. Reconozco, valoro y agradezco sus esfuerzos; cada vez son más, y sus frutos, mejores. La única diferencia es que ellos comenzaron ayer o comienzan hoy. En este texto me refiero a más de 50 años de un empeño que pareciera haber llegado apenas a la media mañana y que aún esperaría al deseado esplendor cenital.

    Ahora intento escribir motivado nuevamente por viejos amigos, poseedores de un vigor siempre fresco que reconocen el momento desafiante en el que se elabora esta reflexión sobre la inteligencia estratégica. El contexto es retador porque cada vez se habla más de ella en la empresa, en la academia, en dispersos fundos del sector público, como de un recurso de gran valor, y se le declara necesaria en grado extremo para la mejor conducción nacional; simultáneamente, alguien o algo la reduce en su utilidad: por ejemplo ahora, cuando se condenó al Centro de Investigación y Seguridad Nacional (Cisen) al triste y pobre escenario de ser sólo una comisaría de lo criminal y al lamentable chisme protervo con terribles, nunca calculadas consecuencias para el prestigio del país, para el gobierno y para el propio presidente.

    En un ánimo de precisión, objetividad y ética testimonial, es necesario mencionar de manera responsable –claro está– nombres de personas y datos sobre agrupaciones, así como reseñar sus actuaciones, unas ya conocidas y otras que no lo son. Lo hago porque esos actores y hechos fueron o siguen siendo parte positiva o negativa de acontecimentos de interés.

    Su mención no está alentada por nada que no sea un testimonio totalmente imparcial, por más personalista que pudiera parecer. Me refiero en todo momento a esas personas, organizaciones, tiempos y lugares plenamente identificables, irrebatibles. Esta explicación alimenta mi esperanza de que el hecho de testimoniar las virtudes y vicios de todos esos actores y años sea de utilidad para esclarecer una parte de la historia política de México.

    Finalidad y metodología

    La intención de este libro es presentar un repaso por la situación que condicionó a la inteligencia estratégica, cualquiera que fuera su nombre cuando surgió, desde los días de la más rígida intolerancia y autoritarismo de los gobiernos de Gustavo Díaz Ordaz y Luis Echeverría Álvarez; luego se enfrentó a la levedad e ingravidez del mandato de José López Portillo, pasando por la imaginación institucional, valerosa y creativa de Miguel de la Madrid Hurtado y los inexplicables extremos de Carlos Salinas de Gortari, gran creador de instituciones de inteligencia y, a la vez, poco interesado en su potencial, pues optó por la conducción personalista.

    Asimismo, describe los iracundos afanes de Ernesto Zedillo por destruir, deformar o abandonar proyectos ya muy maduros, innovadores, como se verá en el capítulo correspondiente. También se repasan los mediocres periodos de Vicente Fox Quesada y Felipe Calderón Hinojosa, quienes, a pesar de la escasa calidad de sus gobiernos en lo general, respecto de la IE dejaron innovaciones en sus bases jurídicas y reglamentarias, de asunción de tecnologías avanzadas y de respeto a muchos cánones. Entre ambos terminaron con ese limbo jurídico en el que por perversa conveniencia operaba la inteligencia estratégica. Es fácil, o más fácil, gobernar con leyes inaplicables o sin ellas, caprichosamente, como emperador chino. Antes de ellos, no había fronteras ni juicios ajenos; sólo impunidad, sin que esto implique que se hubiera extinguido. Era cómodo operar al margen de todo control, el legal o el institucional. Enrique Peña Nieto quiso revivir ese método con terribles efectos.

    Mi testimonio termina con un repaso por los propósitos del gran reformador que quiso ser Peña Nieto, pero que en materia de inteligencia estratégica (IE) fue un completo equivocado, y que, como se demostrará, despreció y descalabró más de 35 años de esfuerzos. En este contexto todavía hay algo más lamentable: Peña no advirtió la oportunidad de consolidar el trabajo de décadas y beneficiarse de él; no vio las profundas posibilidades de insertar una disciplina, una ciencia social, que en otras naciones es un recurso para mejorar la gestión de carácter común, en el ámbito oficial y social del país. Su egolatría y superficialidad lo traicionaron.

    La presente obra está construida a partir de testimonios propios y mediante la relatoría de hechos que presencié, y tiene la intención de ser una serie de consideraciones constructivas para pensar en el futuro de la inteligencia estratégica. Aunado a ello, ofrece un planteamiento idealista sobre lo que el país podría intentar al respecto y lo que merece, necesita y puede obtener en esa materia, incluso en términos de seguridad nacional.

    Inteligencia estratégica y seguridad nacional son disciplinas que tienen una utilidad evidente para sostener y promover los grandes propósitos nacionales, pero que no han sido entendidas en el contexto de su potencial. Tras 35 años de vagabundeo (1983-2018) hoy es imperioso actuar con firmeza y eficacia, pues ya se ha consumido mucho tiempo. Así de definitivos, de contundentes, querría yo ver los esfuerzos nacionales en pos de la IE.

    Contrario a la naturaleza compulsiva de mis deseos, ésta no es una obra determinante, especializada, mucho menos exhaustiva, sobre tan delicadas materias. Su alcance y fin son limitados. He pretendido, en todo caso, trazar una invitación, una provocación, para que otras personas se adentren con curiosidad intelectual y experiencia en el insondable espacio que representa su estudio. Ojalá cedieran a la tentación de comentar formalmente este trabajo para que de ello deriven propuestas alternas. En la naturaleza de la presente obra se halla la aspiración de ser discutida.

    Considero oportuno decir desde ahora que respecto de los temas que me ocupan, los años de De la Madrid y Salinas fueron comprometidos y constructivos con la IE. Por su parte, los de Zedillo fueron destructivos para el entonces incipiente sistema de inteligencia que había entrado en un proceso de maduración; él degradó al Centro Nacional para la Planeación del Control de Drogas (Cendro), que ya había demostrado su valía, y desapareció al Instituto Nacional para el Combate a las Drogas, regresando a la obsesiva, pobre concepción de una fiscalía en el seno de la Procuraduría General de la República (PGR). Los años de Fox fueron divagantes, pero creadores de teoría jurídica; los de Calderón, mediocres y confundidos. De los años recorridos del gobierno de Peña Nieto, sencillamente puedo decir que son extraviados con relación a las concepciones clásicas y de observancia y reconocimiento internacional. Ha pretendido inventar a un México que sólo él entendía y sólo él, centrípeto, sabía cómo gestionar.

    Ha sido largo el esfuerzo realizado en pos de la IE por muchas personas responsables y respetadas debido a su talento y entrega. Puede considerarse su trayecto como un tránsito singular, pues abarcó un terreno casi virgen durante los primeros días de aquel 1982, momento trascendente, punto de partida que dio pie a la creación, en 1985, de la Dirección de Información y Seguridad Nacional (Disen).

    Hoy esa larga etapa ha terminado. Hay que hacer un alto en el camino y volver a mirar las cosas, atreverse a plantear una inteligencia estratégica para una nueva generación; es decir, una propuesta conceptual distinta, de avanzada, que eventualmente sea tomada en cuenta para nuevas transformaciones volitivas, no casuísticas.

    En el contexto de la necesidad de reobservar creativamente las actuales circunstancias, me preocupa que una prioridad de la IE sea la atención central, casi única, al chisme político y criminal, aun violando la ley. Esta situación es ya un ritornelo alarmante; una concepción de extrema pobreza y falta de actualidad que ha costado vidas, tiempo, prestigio y dinero. En ello prevalece una visión tan limitada conceptualmente que sólo puede ofrecer pobreza en su consumación.

    Sin ir más lejos, el país enfrenta violencia, aparente neologismo en la realidad política que, rechazado e inaceptado por la crudeza de su realismo, tiene por lo menos tres expresiones:

    La violencia que genera la criminalidad, organizada o no, cerrada o socializada, oriunda o de orígenes extranjeros.

    La violencia producida por el propio gobierno con sus cruzadas letales: la violencia social originada –a veces con legitimidad, a veces sin ella– por las víctimas del caso Ayotzinapa, o la punible, como en el caso de los huachicoleros; por las manifestaciones en la Ciudad de México de organizaciones sociales, como los guardias comunitarios, como las magisteriales; espurias o formales; por la muchachada envalentonada que secuestra casetas de peaje; por los expoliadores de Pemex, o muertos con violencia, asaltados y robados a diario e innumerables más.

    El nuevo balance debe hacerse con base en la atención de los nuevos actores de la seguridad nacional, incorporándolos, quizá tardíamente, al pensamiento analítico nacional. Algunos son los de esencia social: insalubridad, pobreza, ignorancia, injusticia social, corrupción, impunidad; otros son el terrorismo, la ciberseguridad, la demografía, la conducta social, el medio ambiente, los recursos no renovables, la política ante Estados Unidos, etcétera. Ese fue el planteamiento hace 35 años. Pero la idea global no progresó, había que promover individualmente los proyectos, empujar su solidificación.

    Tampoco fructificó la recomendación de mexicanizar toda reflexión y aserto. No hacerlo es vano y peligroso. Por falta de productividad nacional de orden teórico y bibliográfico, todo ese tiempo nos acogimos cautelosamente a textos que contenían circunstancias, doctrinas, instituciones y formas de operar de carácter extranjero, principalmente de estadunidenses, españoles o franceses.

    El extranjerismo excluyente de lo nacional es un atentado contra la esencia de la seguridad: su carácter nacionalista. Partamos juntos del principio de que no es aceptable ningún concepto de seguridad nacional que no sea vigorosamente nacional, valga el pleonasmo. La de cada pueblo le corresponde a cada uno, a sus problemas de todo orden, a sus circunstancias y tiempos. Nada se puede copiar, pero ha habido quienes no piensan así.

    Este planteamiento demanda una explicación: no es posible aceptar linealmente teorías que no han sido sometidas a prueba de cara a nuestros propios intereses o que tienen un origen virtualmente extranjero. La globalización universal es una realidad sin discusión que ayuda a derribar las viejas murallas del nacionalismo; sí, pero tal como se entendía hace décadas. Hoy habría que revisar sus valores, actualizarlos y ejercerlos. El Artículo 89 fracción X de la Constitución sigue siendo favorablemente dogmático en su esencia.

    Genética, culturalmente, somos únicos, como lo es cualquier otra nación; pero existe una tentación esnobista de ciertos estudiosos por nutrirse de ideas y hasta de frases extranjeras, sobre todo de Estados Unidos. Esto me obliga a pensar que los 35 años de no formular ni oficializar una doctrina propia sobre seguridad nacional e inteligencia estratégica, con sus vertientes en la educación, deben subsanarse a la brevedad para evitar dispersiones ideológicas más allá de la deseable pluralidad de enfoques. Como en tantas cosas más, casi marginadas, hay que educar en la materia. Educar, siempre educar. La educación es una de las medidas de protección del interés nacional.

    Nunca propondría en este propósito ignorar la investigación, la adaptación de valores, la difusión de nuevas concepciones en estas materias, toda vez que los espacios enormes de ignorancia –y consecuente menosprecio– se explican por el hecho de que no hemos producido ni difundido con suficiencia la teoría y literatura mexicanas necesarias para entender bien la seguridad nacional y la inteligencia estratégica. Simplemente hay que crear, investigar, adaptar, nutrir, desarrollar y transmitir las ideas y posturas propias, aun tomando en cuenta modelos nutridos con riquezas ajenas, pero sólo como referentes.

    Poner un acento nacionalista de firme identidad a toda reflexión en las materias asociadas a la inteligencia estratégica y la seguridad nacional no es un problema solamente de los pensadores mexicanos. En otras latitudes de América Latina argentinos, chilenos, brasileños, colombianos, peruanos, por mencionar algunos, padecen la misma necesidad, pero la sufren en un estado de crispación estructural, histórica, muy diferente al de los mexicanos: sus conflictos son regionales; los nuestros no, salvo los efectos aún poco estudiados de la descomposición social y violencia en Centroamérica y el Caribe.

    Ese fenómeno nos iba a afectar y no lo quisimos ver venir… y nos afectó: maras salvatruchas como ejemplo, los rebotes de guerra en El Salvador y más... Tráfico de personas, de armas, de dinero, de drogas, migraciones misérrimas y más. Los indicadores estaban sobre la mesa, pero nada de eso se previó. Por tanto, es un deber imperioso desarrollar nuestros propios modelos preventivos y de gestión en las disciplinas correspondientes.

    Si estos países desearan nacionalizar la discusión concerniente, tendrían que referirse a sus reales o teóricos conflictos históricos bilaterales: Argentina vs. Chile, Brasil vs. Argentina, Venezuela vs. Colombia, Perú vs. Chile, Bolivia vs. Brasil. México no tiene ese problema. Por consiguiente, no hay razón para mantenerse en la abstracción de las teorías, casi siempre de acento belicista, si por lo común las nuestras tienen su origen en la ausencia de democracia y en la injusticia social más generalizada.

    La duda conclusiva es: ¿hay quien entienda y decida aprovechar el tremendo potencial de distinguir entre creer, saber y conocer, reto que en su teoría del conocimiento John Locke nos propuso allá por el año 1690?

    Huixquilucan, Estado de México, mayo de 2018

    EL ESPÍRITU DE MI VOCACIÓN

    Escribo este testimonio desde el retiro de la vida pública. Lo hago con la vívida emoción

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