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El crisol del Guerrero. Búsqueda de la perfección en las artes marciales
El crisol del Guerrero. Búsqueda de la perfección en las artes marciales
El crisol del Guerrero. Búsqueda de la perfección en las artes marciales
Libro electrónico135 páginas1 hora

El crisol del Guerrero. Búsqueda de la perfección en las artes marciales

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Las tradiciones marciales pasan de una generación a otra, superando el incontenible suceder del tiempo. Han tenido un comienzo para muchas personas; sin embargo, su auténtica realización está en manos de aquellos que llevan marcando el espíritu del guerrero en la sangre, el auténtico "Bushido". Los beneficios avaluados en el mejoramiento personal y, en ocasiones, en la defensa propia y de los seres allegados, no tienen precio. Han pasado los años y resulta incierto saber cuándo llegará el final: el camino no se ha terminado, el aprendizaje tampoco. Hay que seguir buscando la perfección hasta el último respiro: éste es precisamente el reto del autor.
JIMMY BAQUERO LIMA, Precursor de las Artes marciales en el Ecuador

En este libro encontrará:
I. REFERENCIAS HISTÓRICAS OBLIGADAS
II. CUATRO FORMAS DE ENTENDER EL ARTE MARCIAL
III. EL BUSHIDO
IV. RESCATE DE LOS PRINCIPIOS ÉTICOS
1. Humildad
2. Sentido de familia y cortesía
3. Principio de autoridad y obediencia
4. Capacidad de contemplación y admiración
5. Fortaleza y perseverancia
V. PRINCIPIOS FILOSÓFICOS Y FÍSICOS
1. Flexibilidad y relajación
2. Sensibilidad e intuición
3. Respiración y ritmos
4. Fuerzas y ángulos
VI. ELEMENTOS PRÁCTICOS
1. La cadera
2. Fluidez
3. Puntos vulnerables
VII. KAKUGYO-RYU / NAGARE-RYU
1. Razón de ser (misión)
2. Visión de las artes marciales
3. Nombre y Sello
4. Los Waza y el Kakugyo-Ryu / Nagare-ryu
a) Ataque
b) Defensa
VIII. GRADOS
IX. ARMAS
X. EL COMPROMISO DEL GUERRERO

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento28 ene 2015
ISBN9781310063244
El crisol del Guerrero. Búsqueda de la perfección en las artes marciales
Autor

Jaime Baquero de la Calle Rivadeneira

Nace en Quito, el 20 de agosto de 1974. Se graduó como Abogado y Doctor en Jurisprudencia en la Pontificia Universidad Católica del Ecuador. Además es Doctor en Derecho Canónico, con Premio extraordinario, en la Universidad de Navarra y tiene un bachillerato de Filosofía y Teología, en la Pontificia Università della Santa Croce.La historia del autor está relacionada con la historia del Karate y con la de su padre. El origen de su escuela se remonta a los comienzos de las artes marciales en Ecuador. En la década de los sesenta, Jaime Baquero de la Calle Lima, nacido en 1946 en la ciudad de Quito, viajó frecuentemente a los Estados Unidos de América. Aprendió de las enseñanzas marciales de Kim Ki Whang, Robert Trias y Al Smith. A su regreso al Ecuador mantuvo contacto y prácticas con los profesores Nam Kyu Bak y Seinosuke Sasaki, establecidos temporalmente en Quito por motivos profesionales. Impartió clases en la Escuela Politécnica Nacional, Banco Central del Ecuador y la Residencia Universitaria Ilinizas. Formó varios discípulos: de entre ellos, su hijo mayor, Jaime Baquero de la Calle Rivadeneira, hizo las veces de continuador. Después de practicar con su padre, tuvo la oportunidad de entrenar sobre todo Taekwondo y Kárate, este último en el estilo Shotokan, conservando especial gratitud hacia la Japan Karate Association (JKA) sección Ecuador. Tras años de práctica, observación, estudio e intercambio de conocimientos con personas del mundo marcial en Quito, Guayaquil, Roma y Pamplona, Baquero de la Calle Rivadeneira y sus alumnos más antiguos se propusieron resaltar ciertos elementos éticos y técnicos que han considerado como fundamentales y que podrían parecer poco prioritarios en ciertos ambientes de práctica marcial, sobre todo deportiva. La propuesta ha quedado plasmada en la obra titulada: “El crisol del guerrero: búsqueda de la perfección en las artes marciales”, editada por la Universidad de Los Hemisferios (Quito. 2011, 1a edición). El actual libro es la segunda edición corregida y ampliada.

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El crisol del Guerrero. Búsqueda de la perfección en las artes marciales - Jaime Baquero de la Calle Rivadeneira

Prologo

Quien vence a los demás es fuerte;

quien se vence a sí mismo es verdaderamente fuerte.

LAO TSÉ [1]

Las tradiciones marciales han pasado de una generación a otra, superando el incontenible suceder del tiempo. Se cuenta que en 1928 se provocó un incendio en el monasterio o templo Shaolín, una de las cunas más importantes del Kung-fu desde el siglo V, ocasionando la pérdida definitiva de importantes pergaminos que describían con detalle la teoría y el entrenamiento de este arte marcial. El legado —seguramente no fue la primera vez, ni será la última— pasó necesariamente a transmitirse de forma oral, de padres a hijos, de maestros a discípulos, hasta nuestros días.

Me han pedido que, a manera de prólogo de esta obra, relate mis experiencias marciales. Entiendo que la razón es precisamente el enlace que puede haber entre lo personalmente aprendido y lo enseñado, también en casa. Sea éste un buen momento para desempolvar recuerdos que, de alguna manera, siempre discreta pero real, forman parte del acervo histórico de las artes marciales en el Ecuador.

En 1966 había llegado a la capital de Estados Unidos de Norteamérica para continuar con mis estudios de Ingeniería Mecánica en la Universidad Católica de Washington, donde mi padre sería profesor de Economía. Nos habíamos trasladado con toda la familia desde un pueblo de unos veinte y cinco mil habitantes (Starkville): allí mi padre había sido, hasta entonces, Catedrático en la Universidad Estatal de Mississippi.

Fue probablemente en el invierno de ese mismo año cuando fuimos todos, conjuntamente con otros amigos ecuatorianos de mis papás, los Albornoz, a una reunión de amistades. Siendo aproximadamente las ocho de la noche, y habiendo acompañado a nuestros padres a su evento social, Marcelo Albornoz —de mi edad—, su hermano mayor, dos amigos más y yo, decidimos separarnos de nuestras familias por un momento, aburrido de la compañía de los adultos y buscando algo más entretenido que hacer. Subimos por el edificio donde estábamos y, por la imprudente curiosidad de alguno de los nuestros, al que se le ocurrió gastar una broma a los habitantes de uno de los cuartos, se armó una pelea con unos norteamericanos en los corredores. Hubo varios heridos de nuestro lado, aunque personalmente —y por fortuna— salí ileso: me cogió un tipo enorme de las muñecas y no me dejó pasar al lugar de los hechos, pues por alguna razón yo había quedado rezagado, al último.

Fue entonces cuando me acordé que Marino Ginebra, un amigo de República Dominicana. Me había invitado varias veces a practicar Tang Soo Do-Moo Duk Kwan en la misma Universidad. Me había negado a aceptar su invitación, para dedicarme a tiempo completo a mis estudios. Pero a partir de las últimas vivencias decidí entrenar. Descubrí que se trataba de un arte marcial que, según muchos autores, se remonta a los primeros siglos de nuestra era. Sin embargo, su unificación y sistematización se llevó a cabo, no sin dificultades, por el denominado en ambientes anglosajones Great Grandmaster, el coreano Hwang Kee, formado en varias tradiciones marciales de oriente (chinas, japonesas y coreanas), y fallecido en el año 2002.

Comencé a practicar este arte marcial, y muy pronto me di cuenta que me gustaba y tenía facilidad para muchas de sus técnicas, sobre todo de piernas. Todo este tiempo entrenamos bajo la dirección del Maestro Ki Whang Kim, que en 1963 había sido enviado por Hwang Kee a Washington D. C., en calidad de Chairman in the United States. Fue el pionero de este arte marcial en América, y unos de los primeros marcialistas en Occidente. Tuvo bajo su responsabilidad el equipo nacional olímpico de Tae-Kwon-Do de Estados Unidos de Norteamérica. Para esos momentos, Kee ostentaba el octavo dan, rango más alto en el Hemisferio Occidental en la década de los sesenta. A manera de anécdota dejo señalado que precisamente Ki Whang Kim fue el instructor de Carlos Ray Norris (Chuck Norris), y lo llevó a alcanzar el primer puesto en un torneo marcial de nivel mundial, previo a su carrera cinematográfica.

Al regresar a Quito, muy avanzada la década de los sesenta, comencé a dar clases de artes marciales en YMCA (Young Men´s Christian Association) y en la Residencia de estudiantes universitarios Ilinizas, iniciativa formativa promovida por Juan Larrea Holguín y la Prelatura del Opus Dei. En ese momento no tenía conocimiento de nadie que practicara ningún otro arte marcial en Quito. Realicé rotura de ladrillos y baldosas en una primera demostración. Se formó un pequeño grupo de aficionados, a quienes pude transmitir los conocimientos aprendidos. Practicábamos semanalmente. Recuerdo a mis buenos amigos Enrique Pérez Intriago y Jorge Andrade: con el transcurso de los años, ambos siguieron adelante, desarrollando su marcialidad a través del Kárate Do [2].

Pasado el tiempo, y con el crecimiento económico del país, sobre todo a raíz del boom petrolero, aparecieron por Quito personas destacadas en distintas áreas profesionales, algunas de ellas con cierta práctica marcial. Amos Henry, afroamericano, cinturón negro, pasó una corta temporada con nosotros. Luego vino Chul W. Chang (Yang), un cinturón negro en Tae kwon Do, actualmente reconocido como Grand master, además de international advisory consultative member de la Kukkiwon: World Taekwondo Headquarters [3]: actualmente continúa con sus visitas al Ecuador.

Mientras continuaba mis estudios de ingeniería Mecánica en la Escuela Politécnica Nacional, donde también daba clases de artes marciales en las horas de Educación física, conseguí además ser instructor en el Banco Central. De pronto me vinieron a decir que un coreano me buscaba para pegarme por el simple hecho de dar clases marciales. Decidí seguir con mis lecciones y pensaba defenderme si me llegase a agredir aquel enigmático individuo. Un día apareció en la terraza del Banco Central, y me preguntó que por qué daba clases, a lo que le contesté que lo venía haciendo desde hacía mucho tiempo; pero que si él consideraba que no debía continuar, que me lo dijese y ahí quedaba todo. Me dijo que continuase con esa clase: al final, la lección fue de su agrado, o al menos pasó su visto bueno. Seguí con mis alumnos, y pasé a ser su alumno personal. Desde entonces nos hicimos muy amigos. Practicaba con Nam Kyu Bak (ese era su nombre), quinto dan para esos momentos. Después de duros entrenamientos me confirió el cinturón negro en Hap Ki Do [4]. Según su perfil en Facebook, es Doctor en Quiropráctica y Acupuntura, décimo dan en Hap Ki Do coreano, Grand Master de Venezuela, y Fundador de este arte marcial en Sudamérica [5].

Me casé al poco tiempo y regresé a los Estados Unidos, donde obtuve la maestría en Ingeniería Industrial, y donde continué practicando con el Instructor Al Smith, cinturón negro en Tae kwon do, en la Universidad Estatal de Mississippi. Más adelante, y después de serios entrenamientos, el Maestro Robert Trias [6] (en ese momento ostentaba un 8vo dan otorgado en Okinawa) me concedió el cinturón negro de la United States Karate Association (USKA No. 2-76-72), el 21 de marzo de 1972.

Regresé al Ecuador con mi esposa Lourdes y nuestra primera hija Jeannette. Entonces practiqué un poco de todo: Tak Fun do (arte marcial chino) y Aikido. Me asenté en el Kárate con mis hijos, en el dojo de mi buen amigo y compañero de colegio, el ya mencionado Sensei Enrique Pérez, entonces segundo dan en Kárate. Empezamos en la sede de Buenavista, y pasamos a la posterior ubicación de la academia, muy cerca del Estadio Atahualpa. Tuvimos varias clases con el Sensei Seinosuke Sasaki. Allí mismo conocí también al legendario Sensei Hirokazu Kanazawa [7]. Todos mis hijos: Jeannette, Jimmy, José Antonio, Luis y Margarita, practicaron artes marciales, pero Jimmy Jr. es el que continuó hasta la presente fecha. Honrosamente recibí el cinturón negro por parte del Maestro y amigo Rubén Flores Bifarini, Instructor Jefe y Director de la Japan Karate Association en el Ecuador. Ahora continúo entrenando en el Colegio Intisana con otro buen amigo, Sensei Wladislav Quirola.

Las artes marciales han tenido un comienzo para muchas personas; sin embargo, sólo aquellos que llevan marcado el espíritu del guerrero en la sangre, el auténtico bushido, han sabido perseverar. Los beneficios, avaluados en el mejoramiento personal y, en ocasiones, en la defensa propia y de mis seres allegados, no tienen precio. Han pasado los años y resulta difícil saber cuándo llegará el final: el camino no ha terminado, el aprendizaje tampoco. Hay que seguir buscando la perfección hasta el último respiro. Este es el reto que propongo a todos: perseverar hasta el final.

Jimmy Baquero Lima

Introducción

Quien volviendo

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