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Sin miedo al destino
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Libro electrónico176 páginas4 horas

Sin miedo al destino

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Una corazonada obsesiona a Fátima Dávalos para emprender una audaz búsqueda que la llevará a desafiar la violencia organizada de México, cuyo poder traspasa todo tipo de fronteras. Su meta es saber cuál ha sido el destino de su jefe, el ortopedista Román Arzamendi, involucrado a su pesar con la banda de Los Alacranes. En el largo trayecto, la atrev
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento24 feb 2021
Sin miedo al destino
Autor

Edgardo Arredondo

Edgardo Arredondo, Mérida, Yucatán 1961. Es Médico Ortopedista y se desempeña también como profesor e Investigador. Ha publicado escritos sobre temas médicos en Revistas de Ortopedia y en periódicos de Yucatán. Su producción literaria comprende las novelas: Detrás del Horizonte (Felou 2011), Dé Medico a Sicario (2014 Sedeculta. Felou 2017), Me llamo Juan (Felou 2018), Bungo —Nunca te irás del todo— (Felou 2019), la compilación de cuentos: Los Profanadores (Felou 2019) y el anecdotario: Los Diez Consejos que nadie me pidió…Pero me vale madres: Vengo a darlos (Felou2020).

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    Sin miedo al destino - Edgardo Arredondo

    Sin miedo al destino

    Primera edición:

    © Edgardo Arredondo, 2020

    © De esta edición:

    D.R. © Ediciones Felou, S.A. de C.V., 2020 Oaxaca # 72, despachos 201 y 202 Colonia Roma, Delegación Cuauhtémoc,

    C.P. 06700, Ciudad de México, tel. 5256 0561

    sabermas@felou.com

    www.felou.com

    Diseño de portada: Nora Mata norite2005@hotmail.com

    Revisión y corrección: Mtro. Jorge Cortés Ancona

    ISBN: 000-000-0000-00-0

    Conversión gestionada por:

    Sextil Online, S.A. de C.V./ Ink it ® 2021.

    +52 (55) 52 54 38 52

    contacto@ink-it.ink

    www.ink-it.ink

    Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, ni total ni parcialmente, ni registrada o transmitida por un sistema de recuperación de información en ninguna forma ni por ningún medio, mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito de la editorial.

    1

    Dicen que amar duele… ¡y vaya que duele! Mi vida tiene un antes y un después. A veces el verdadero amor llega cuando uno menos se lo espera. Duele cuando no es correspondido, pero cómo se disfruta el día en que el dolor se diluye porque descubres que la respuesta estuvo siempre ante tus ojos. Claro que las cicatrices lastiman también. Tal vez sea ese mi caso. Ahora ya me atrevo a hablar del tema.

    La verdad, me sigue doliendo, pero sabroso: ¡qué lindo es amar! Puedo comenzar mi relato justo en el momento en que me di cuenta de que el amor se había incrustado como una daga en lo más profundo de mis sentimientos.

    Aquel día, a pesar de tener delante de mí un mar color turquesa y el más radiante de los soles posibles, nada me calentaba, como diría Abuela Tina.

    Era el tercer día de haber emprendido mi increíble viaje recreativo; increíble, porque cuándo iba yo a imaginar poder estar en el Princess, uno de los cruceros más lujosos, con todos los gastos pagados, de vacaciones por el Caribe. Habían anunciado que en unos minutos más estaríamos bajando a Nassau.

    Libia, mi amiga de la infancia y, mi acompañante, para variar, tratando de ligarse a alguien. De reojo, miraba cómo cambiaba de pose en un camastro para mostrar su mejor ángulo tan pronto sus ojos divisaban el paso de algún futuro galán.

    El tremendo sonido de la bocina del buque me sacó brevemente de mis disertaciones para después caer en lo mismo. Como una película que reiniciaba una y otra vez. Recuerdo aquella mañana cuando él hizo su aparición. Llegó casi al mismo tiempo que yo a la clínica donde días antes había metido una solicitud para trabajar como secretaria. Lo que más me llamó la atención de él era esa seguridad con la que se desenvolvía mientras esperaba el turno para hablar con el administrador. Su cabello ensortijado, un par de hoyuelos en un rostro un tanto infantil, fueron suficientes. Fue un flechazo instantáneo; él apenas se fijó en que yo existía. Madre, hubieras visto al doctor que llegó hoy para solicitar en renta un consultorio: ¡guapo! Que digo guapo, ¡guapísimo!. Acostumbrada a lanzar cubetazos de agua fría, mi madre sólo encogió los hombros mientras soltaba: ¿Y qué, mi hijita? ¡Sitúate!. Recuerdo haberle contestado que era sólo un comentario, pero, la verdad, había recibido la primera de las muchas advertencias que tendría de mi madre. Transcurrió una semana más para que esta vez sí se me tomara en cuenta. Resultó que de las cinco solicitantes para puestos de secretaria, yo era la única que no alcanzó puesto. Todo parecía que una vez más me quedaría sin trabajo. Entonces, Miriam, la gerente me llamó:

    —Ni modo, cariño, ahora sí que fuiste la tortilla de arriba. Nadie quiso llevarte, aunque, ¿qué crees?, se me apareció una plaza vacante. Es con el Dr. Román Arzamendi, el ortopedista que acaba de ocupar un consultorio con el Dr. Ramiro Del Monte, pero como éste ya adquirió los dos de arriba, se llevó a la secretaria que compartían. Entonces, mejor trata de ver si te contrata. Por cierto, hace unos diez minutos se fue para allá.

    Recuerdo haber salido un tanto decepcionada. No era para menos. Hacía un año que había terminado de estudiar para secretaria bilingüe, y a pesar de tener un curso de computación, no lograba encontrar trabajo. Al parecer las cosas eran cada vez más difíciles: bachillerato o carrera universitaria trunca, ¡qué tal! Con algo de miedo me dirigí al consultorio 205. Al abrir la puerta, ¡Dios bendito!, sentí que hasta los calzones se me cayeron. Ahí estaba mi galán de cine. Apenas me salió la voz para decir:

    —Buenos días. Perdón, busco al Dr. Román Arzamendi. Él asentó un pequeño portafolio en el escritorio, mientras me regalaba la mejor de sus sonrisas y me atravesaba con los ojos más bellos que he visto.

    —Pues, ¿qué crees? Ya lo encontraste… ¿Y tú quién eres?

    Tardé unos segundos en poder responder.

    —Fátima Dávalos.

    Con la mano temblorosa le entregué un fólder con mi currículo.

    —¿Y esto?

    —Me dijo la señora Miriam que probablemente habría una vacante para secretaria.

    Ni siquiera terminó de leer el currículo y me lo devolvió. Dejó de sonreír, pero sin apartarme la mirada guardó silencio. Esperaba lo peor de lo peor, pero no.

    —Muy bien, Fátima. Preséntate mañana a las 8. Estás contratada.

    —¡Fátima, reacciona zonza!

    Ahí estaba Libia con un par de horrendos vejestorios.

    —Mira, él es Anthony y él es Marc. Dicen que con gusto nos acompañan a dar un paseo por Nassau.

    No sabía yo qué decir, mientras el par de libidinosos no dejaban de mirarme. Tomé del brazo a mi amiga y me alejé.

    —¿Qué demonios te pasa, Libia? ¡Estás pasada!

    —Tú eres la pasada, andas de amargada. ¿Qué le ves de malo?

    —¡No cuentes conmigo!

    —¿Vas a bajar?

    —¡No lo sé!

    —¡Venimos a divertirnos! Ya me caes sangrona con eso de tu jefecito.

    Libia se alejó bastante enojada, tan enojada que dejó hablando solos al intento de galanes.

    La cercanía al puerto me animó para intentar de nuevo comunicarme al celular de mi jefecito lindo, como yo le decía (bueno, en mis adentros). Una vez más la grabación con la voz más odiosa del universo me indicaba que el número no estaba disponible.

    Mi vida tiene un antes y un después como he dicho. Llevaba casi tres años trabajando con el doctor. Apenas la semana anterior en el consultorio me dejó muda cuando me dijo: Creo que nos merecemos unas buenas vacaciones. Sostenía en una mano los dos boletos para el crucero. Aún me avergüenzo del tremendo papelón que hice cuando le contesté: Caramba, de vacaciones en un crucero y con usted…, y luego recuerdo la respuesta como un bofetada: No, no, yo no iría; es para que tú vayas con cualquier familiar. Pero había algo más. El doctor se había involucrado poco a poco con Los Alacranes, uno de los cárteles más peligrosos del país. Los últimos meses en que la violencia se había apoderado de la ciudad fueron los más difíciles. ¿Qué quieres que haga, Fátima? Son seres humanos como tú y como yo, recuerdo que era su expresión favorita. Creo que no existe en el mundo un médico como él, con tanta vocación y profesionalismo que llegó hasta el sacrificio; se involucró tanto que su mundo se fue derrumbando de a poco. Lo hizo en todos los sentidos. Hasta se quedó sin la novia, una tal Amanda que nunca supo valorar a mi jefecito, además de ser una vieja odiosa. Todavía el año anterior pasé los momentos más angustiosos cuando fue secuestrado unos días para atender a sicarios y, dicho sea de paso, hay que admitir que algunos eran muy simpáticos, sobre todo un tipo al que le decían El Cejas, que cada vez que iba me llevaba flores y chocolates, y otro peloncito que se llama Lencho, un chavo muy buena onda y casualmente nacido en el barrio donde crecí.

    En las últimas semanas me había convertido en su confidente, y era claro que su vida se había trastornado. Estaba solo. Su mejor amigo, el Dr. Ramiro del Monte fue asesinado por venganza de un narcotraficante y su novia Amanda lo abandonó, así literal como dije: ¡vieja mamona y culera! Con su familia viviendo al otro lado del país. Por cierto, su mamá era muy simpática. Él la llamaba doña Angustias. Cuando hablaba me echaba unas conversadotas con ella, además de que le caía muy mal su nuera. La verdad, pobrecita, con todo lo que se contaba que andaba pasando por acá. Los acontecimientos recientes se dieron en una forma tan rápida y a la vez tan violenta. Algo pasó que aún no sé qué fue, pero antes de salir de viaje el doctor me dijo que por ningún motivo fuera al consultorio hasta que yo regresara del crucero. Y que si no se había comunicado todavía, me había dejado instrucciones en un cajón de su escritorio, que se había convertido en una especie de buzón confidencial.

    De nuevo la sirena y ahora Libia que me hacía señas.

    —¿Y ahora qué, amiga?

    —¡Qué de qué! Bonita me la hiciste con Anthony y Marc.

    —Por Dios, Libia, ¡contrólate! Par de vejetes libidinosos: Anthony y Marc. ¡Qué distinto que fuera uno solo y se llamara Marc Anthony!

    —Ahí vas con tu flaquito amado.

    —Ahora te acompaño.

    Mientras Libia se acercaba a la escalinata hice un nuevo intento para llamar y otra vez más la misma grabación con la negativa.

    Lancé un suspiro. La señal de internet era clara. Al revisar las notas del Facebook, me quedé helada:

    Detienen a conocido médico en operativo. El dr. Román Arzamendi capturado como parte de un operativo en contra de una célula de los alacranes.

    2

    Sentí que el corazón me iba a reventar. Se veía al Dr. Arzamendi con cinco tipos; reconocí a dos de ellos en la foto, el peloncito que se llama Lencho, que tenía algo en la nariz y, a otro que era muy serio, pero muy educado, al que le decían El Capi. Había dos más que no conocía, con cara de asustados y uno que sí se ve que era un matón; en un extremo, mi jefecito lindo. No lo podía creer. Tuve que controlarme. Me puse a revisar todas las notas por internet y la información era la oficial, muy escueta y con una única foto. Un operativo en el estado vecino después de haberse enfrentado a tiros con la Armada. Traté de hacer memoria de lo que había ocurrido los últimos días. Recuerdo que fueron a visitarlo El Cejas y El Capi. La reunión debió de ser distinta a otras, porque El Cejas siempre se despedía en forma caballerosa, con una reverencia y un beso volado, y no faltaba al rato el ramo de flores o los chocolates, mientras que el otro señor moreno, moreno, siempre se despedía muy propio con sus buenas tardes, señorita, pero recuerdo que esa vez salieron con cara de pocos amigos y ni siquiera dijeron adiós. De tal manera que apenas se fueron entré al consultorio para ver si se le ofrecía algo al doctor. Estaba muy pálido. Lo único que me dijo es que cancelara las citas del día siguiente y se fue muy presuroso. Después pasó lo del papelón de los boletos y me dijo que dejaba unos sobres en un cajón del escritorio pero que sólo los abriera si

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