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Juzgador O Juzgado
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Libro electrónico429 páginas6 horas

Juzgador O Juzgado

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Inmerso en los intricados laberintos de la moral humana, la tica, la justicia, el conocimiento cientfico y el uso de los mismos con propsitos ulteriores, el autor nos adentra en un mundo cuasi mgico en el que nuestros sentidos nos dictarn el desenlace del crimen cometido. Cada lector tendr la oportunidad de sentir a flor de piel cada instancia de los acontecimientos en la vida de los personajes que el autor retrata con sus letras.

Un grupo de jvenes estudiantes adolescentes cuyos talentos se combinan, creando un crculo de hermandad y un cdigo secreto el cual unir sus vidas y cambiar el curso de stos para siempre. Ese hermetismo y complicidad, con el tiempo logra transformar ese cdigo en el instrumento y causal de un crudo y escalofriante crimen.

Sigfredo Soto nos plantea la distorsin que pueden sufrir nuestras estructuras sociales, morales, ticas, religiosas y de justicia cuando son arropadas por el deseo de poder, venganza y ambicin. Lograrn la justicia y el bien prevalecer?
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento12 ago 2013
ISBN9781463362171
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    Vista previa del libro

    Juzgador O Juzgado - Sigfredo Soto Santiago

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    SIGFREDO SOTO

    Copyright © 2013 por Sigfredo Soto.

    Ilustraciones y diseño de portada: camilotorres.art@gmail.com

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.

    Fecha de revisión: 08/08/2013

    Título de la obra: Juzgador o Juzgado

    Primera Edición

    Escribí este libro creando situaciones, haciendo investigaciones y juntando ideas ficticias con la idea de brindarle al público una obra de trama, acción e intriga, pero a la vez mostrándoles que más allá de todo eso, también pueden encontrar pensamientos e ideas que son realidades que los pueden ayudar a recordar alguna verdad que quizá hayan vivido o estén por vivir, pero que tal vez no les hayan dado la atención o el valor necesario para sentirse complacidos.

    Al volver a encontrarlas en este libro tendrán una nueva oportunidad de poder recordarlas, estudiarlas y enfrentarlas para siempre superando esos momentos de sus vidas y sintiendo que esta vez han cumplido con su propósito y con ustedes mismos.

    Para realizar pedidos de este libro, contacte con:

    Palibrio LLC

    1663 Liberty Drive

    Suite 200

    Bloomington, IN 47403

    Gratis desde EE. UU. al 877.407.5847

    Gratis desde México al 01.800.288.2243

    Gratis desde España al 900.866.949

    Desde otro país al +1.812.671.9757

    Fax: 01.812.355.1576

    ventas@palibrio.com

    488294

    ÍNDICE

    Dedicatoria

    Prólogo

    Introducción

    Capítulo 1 Realidad sin conocimiento

    Capítulo 2 Muerte en vida

    Capítulo 3 Renacer de un nuevo día

    Capítulo 4 Triste realidad

    Capítulo 5 Recuerdos del pasado; alegría o tristeza

    Capítulo 6 El pasado que no se olvida

    Capítulo 7 Figura emblemática y desconocida

    Capítulo 8 Círculo secreto de hermandad

    Capítulo 9 Noche de iniciación

    Capítulo 10 Misteriosa realidad

    Capítulo 11 Encuentro inesperado

    Capítulo 12 Duda y temor ante una realidad desconocida

    Capítulo 13 Recuerdos y misterios de hermandad

    Capítulo 14 Otros secretos ocultos

    Capítulo 15 Una sombra oculta

    Capítulo 16 Amistad abandonada y perdida

    Capítulo 17 El comienzo del final

    Capítulo 18 Final de una vida emblemática

    Capítulo 19 Fin de la amistad y el secreto

    Capítulo 20 Noche de oscuridad e intriga

    Capítulo 21 Triste destino

    Capítulo 22 Oscura realidad, triste final

    Capítulo 23 Final de la noche, encuentro aterrador

    Capítulo 24 Escena del crimen

    Capítulo 25 De frente con el primer juzgador: la prensa

    Capítulo 26 La sociedad y su forma de juzgar

    Capítulo 27 Noticia cruel, juicio sin conocimiento de causa

    Capítulo 28 Figura emblemática de Justicia Criminal

    Capítulo 29 La policía al acecho

    Capítulo 30 Cita con la prensa

    Capítulo 31 Recuerdos estériles

    Capítulo 32 Enfrentando la justicia del hombre

    Capítulo 33 Juicio por jurado

    Capítulo 34 Sistema de Justicia Criminal

    Capítulo 35 Pruebas documentales autenticadas

    Capítulo 36 Presentación inicial de la defensa

    Capítulo 37 El juicio, primera parte

    Capítulo 38 Defendiendo lo imposible

    Capítulo 39 El testigo oculto

    Capítulo 40 De regreso a su origen

    Capítulo 41 El juicio, segunda parte

    Capítulo 42 Viaje sin regreso

    Capítulo 43 Realidad al descubierto

    Capítulo 44 Movida estratégica

    Capítulo 45 Interpretando los mensajes

    Capítulo 46 La verdad del hombre ante sus iguales

    DEDICATORIA

    El hombre para ser feliz y completar su peregrinaje por esta vida necesita el sostén y la fortaleza de una familia. Yo he sido afortunado de contar con una gran familia; la mejor. Es una familia numerosa que me llena de orgullo y engrandece mi corazón y mi alma con solo mencionarla. No tuve la suerte de conocer a todos mis abuelos. Solo conocí a uno y con eso me bastó para saber que mis raíces son como las de un árbol de ceiba: fuertes, profundas y duraderas.

    Es a esa familia; mi familia a quien le dedico con todo el amor, respeto y admiración la realización de este trabajo, no su contenido. Con ello quiero dejar grabado y perpetuado sus nombres por siempre, para que todos los que lo lean, sean testigos del gran orgullo que siento por cada hombre y mujer miembro de esta familia. Que se enteren de cuán importante han sido todos en mi vida y en mi formación personal y profesional.

    Permítanme presentárselos. Mi papa Lucas fue el tronco que sembró la semilla de fortaleza y amor en nosotros; Mami Panchita, la mujer que en verdad nos crio y educó mientras mi papa buscaba el sostén económico para darnos de comer; Carmen, por ser la mayor, es el modelo a seguir: educada, tolerante, retadora, profesional; Toñita, la fuerza que nos mantiene unidos y nos dirige; Tito, el hombre valiente y luchador incansable; Margarita, la que proyecta paz, armonía y seguridad; Iris, la joven que se marchó al cielo para marcar nuestro camino hacia el señor; Lucas el deportista y relacionista público de la familia; Millie, la intelectual y oradora por excelencia; Jorge el artista y bohemio y Papo, el símbolo perfecto de superación personal y profesional. Ellos al igual que sus compañeros y sus tremendos y excelentes hijos son un ejemplo vivo de lo que es la formación perfecta de una familia grande, fuerte y unida.

    Deje aparte a mi esposa Gloria y a mis hijos Yarimar, Eddie y José porque quiero reconocerles directamente su apoyo incondicional y su inmenso amor por mí. Sin ellos no tendría nada y mi pasar por la vida se hubiese perdido. También se los quiero presentar para que sean testigos de lo que es una familia extendida llena de amor, bondad, voluntad y unidad.

    Gloria, es mi querida esposa. Ella ha estado a mi lado desde que tenía 12 años, primero como novia y años después como mi eterna compañera. Sin duda ella ha sido el mayor y más bello respaldo que he tenido. En verdad la amo con todo mi corazón. Yarimar, mi hija mayor es una mujer luchadora a quien admiro y respeto con todo el amor que un padre puede sentir por un hijo. Sus hijos, Alanis, Alex y Alan son niños extraordinarios y amorosos hasta más no poder; Eddie mi segundo hijo es un ser especial. Es un hombre bondadoso, lleno de amor y excelente esposo y padre de Aidan y Nathan, mis encantadores, adorables y bellos nietos, y José es el menor y el regalo que Dios me dio para entender los misterios de la vida, aceptarlos y enfrentarlos con valor, seguridad y entrega. Todos representan en mi vida, eso precisamente, mi vida. Juntos nos hemos superado y hemos extendido la gran familia unida, fuerte y segura, que nuestros padres nos legaron. A ellos mi agradecimiento por ser mi familia, brindarme su amor y darme su apoyo. Sepan que daría lo que me queda de mi vida por ellos sin pensarlo.

    No tengan duda que he sido bendecido por Dios con esta familia; mi familia. Juntos hemos hecho historia siendo reconocidos por nuestros iguales como una familia modelo digna de ser emulada. A todos ellos mi reconocimiento y agradecimiento sincero.

    PRÓLOGO

    La vida del ser humano es un sube y baja constante. Unas veces, estamos en la parte de arriba y otras, en la parte de abajo: a veces, por voluntad propia y otras, por decisión de alguien más. Todo nos es desconocido hasta que lo enfrentamos. En ese diario vivir, viajamos -cada segundo- por innumerables y misteriosos caminos. Cada día, cada minuto y cada segundo, nos enfrentamos con nuevos retos y oportunidades que debemos afrontar con conciencia, seguridad y valentía. Nada es fácil, nadie nos dijo que sería fácil.

    Cada acto tiene su propio valor ante nosotros. Es posible que a todos, en mayor o menor grado, nos toque vivir algún suceso que no entendamos o que no aceptemos en el momento en que nos ocurra. Sin embargo, aun así, lo enfrentaremos y con el pasar del tiempo: lo recordaremos, lo traeremos a nuestras mentes, lo juntaremos con otras vivencias, lo analizaremos y lo aceptaremos como otra experiencia de vida valiosa, que servirá para la formación y el desarrollo de la personalidad: aquella por la que seremos conocidos y juzgados –tanto por nosotros mismos como por nuestros iguales.

    La vida es: un compendio de experiencias vividas que nos forman y nos desarrollan. Cómo dirigirla y por qué camino llevarla, es la realidad que nos tocará vivir. Pero, cuidado, no estamos solos. Nuestras decisiones no solo nos afectan directamente a nosotros; también, pueden afectar a otras personas. También las decisiones y acciones de los demás pueden afectar a quienes los rodean. Siempre existe la posibilidad de poder controlar lo que hacemos y lo que pensamos pero nunca podremos controlar lo que piensan y lo que quieren los demás. Es cierto que, constantemente, nos enfrentamos a muchos retos; pero debemos pensar antes de actuar. Cuando ya hemos actuado y no entendemos o aceptamos los resultados, es cuando fallamos realmente; tratamos de encontrar a quien culpar o sencillamente, minimizamos esas acciones que no nos satisfacen y que afectan el alma y la tranquilidad interna que necesitamos para estar en paz con nosotros mismos.

    Siempre hallaremos un culpable que responderá por lo que no entendemos o aceptamos. Juzgarlo será nuestro deber y lo enfrentaremos con garras y dientes. Por el contrario, nunca aceptamos ser los juzgados. Es nuestra forma de autodefensa tratar por todos los medios posibles de responsabilizar a otros por nuestros errores. Encontrar un camino que nos desvié de enfrentar las circunstancias que nos vinculen con algún hecho del cual se nos acuse, será siempre la mejor forma para escapar de nuestra propia responsabilidad. Todos queremos ser juzgadores porque ello nos satisface y llena nuestra autoestima. No obstante, el ser juzgados es terrible porque nos hace sentir fracasados y débiles.

    A veces, las palabras se parecen, pero los significados cambian cuando nos encontramos acusados en la sala de un Tribunal, o ante la opinión pública. Todos buscan una verdad absoluta que no encuentran; una explicación a un suceso que los aterra y conmociona pero que no entienden ni pueden aceptar. Cuando no somos nosotros, buscamos un culpable que pague por lo que no conocemos pero que juzgamos, basándonos en circunstancias especiales, que se nos dice que son pruebas inequívocas, ciertas y sin ningún margen de error, pero si se trata de nosotros, entonces queremos intimidad y silencio. Evitamos por todos los medios posibles que se nos identifique y se nos juzgue, especialmente si pensamos que somos acusados injustamente. Para juzgar siempre estamos listos. Para ser juzgados, irónicamente, jamás lo estaremos.

    Nadie se escapa de la influencia del ojo de la sociedad; ni siquiera nuestra propia familia. Cuando eres juzgado, todos te señalan culpable, y las noticias giran alrededor de tú culpabilidad y no, en la búsqueda de la verdad. Todos tratamos de explicar por qué es culpable. Ser juzgador es fácil. Ser Juzgado es inaceptable e inhumano.

    Cada sociedad tiene sus propios actores: jueces, abogados, médicos, políticos, periodistas…; personas con mucha influencia que manipulan la opinión pública según su perspectiva de la justicia. El resto de las personas, los que no tenemos acceso al poder o al dinero, nos conformamos con fundamentar nuestras opiniones en lo que escuchamos por la radio, vemos por televisión o leemos en los periódicos y en las redes sociales. Pero aun así y posiblemente, sin querer, nos convertimos en actores importantes con un rol protagónico de mucho impacto al momento de juzgar la culpabilidad o la inocencia de un acusado cuando demandamos con mucha intensidad que se haga justicia.

    No tengamos duda de que la opinión pública puede ser manejada y puesta a prueba, dependiendo de quiénes son sus actores, qué sucesos se tienen que evaluar, quiénes están envueltos y el poder económico o las influencias políticas y sociales con que esa persona puede contar. En contraste, si alguno de nosotros, los que somos la mayoría de la población, es acusado por algún delito, éste no cuenta con el apoyo inmediato de sus iguales y en muchas ocasiones sin el beneficio de una duda razonable de nuestra parte. Nos distanciamos lo mejor que podemos de ser parte de los encausamientos en su contra y nos dedicamos a hacer nuestro propio juicio, utilizando a conveniencia lo que leemos y escuchamos a través de los medios noticiosos.

    La verdad, si es que existe, no nos importa, cuando las pruebas que se presentan demuestran algún grado de culpabilidad. De esa forma nos unimos al resto de la opinión pública para requerir que se haga cumplir con la justicia aunque la misma este distorsionada y manipulada a conveniencia de alguien o de algo.

    Es probable que a muchas de las personas que componen la sociedad no les interese que se busquen pruebas de la inocencia de un acusado. Pienso que un gran porciento de la opinión pública se interesa solo en conocer las pruebas de culpabilidad, para llegar a sus propias conclusiones, quizá porque la mayoría de los sistemas de justicia del mundo funcionan así: La policía investiga, los fiscales del estado buscan pruebas incriminatorias, los abogados de defensa buscan tecnicismos de ley que les sirvan para debatir las pruebas presentadas, testigos o pruebas exculpatorias y un juez o en su defecto, un jurado; el responsable de pasar juicio y basar su veredicto de acuerdo a quien los convenza con sus argumentos y evidencias más allá de duda razonable.

    Los medios noticiosos, en tanto, se limitan a presentar aquello que hace noticia y llena las expectativas de la audiencia para que éstos, en ausencia de un conocimiento propio y exacto vayan desarrollando su propia opinión y llegando a sus propias conclusiones. Lo lamentable es que al final del proceso todo puede resultar contradictorio. El veredicto puede ser de inocencia pero la opinión pública se mantiene intacta. Desde su perspectiva sigue siendo culpable y la marcarán y aislarán por el resto de su vida.

    INTRODUCCIÓN

    Puede que usted piense: Si en vida, soy una persona buena, ¿podré ir al cielo? Sí creo que lo soy, entonces, ¿quién va al infierno? Solamente las personas realmente malas cómo: asesinos, violadores y personas similares. Gente que mata o viola a niños. ¿Esas son las personas realmente malas?

    Eso suena razonable para la mayoría de nosotros: Pero, ¿qué norma establecida por los propios seres humanos es lo bastante razonable para ayudarnos a determinar si alguien es bueno para ir al cielo y otro es malo para ir al infierno? ¿Qué criterio es lo bastante certero para ayudarnos a determinar lo que será nuestro destino final? ¿Está en nosotros la contestación correcta a esas preguntas? Creo que esto es algo que deberíamos conocer con certeza para dirigir con seguridad nuestros pasos hacia donde queremos. Cada uno tiene la responsabilidad moral de hacerlo. Ninguna otra autoridad sobre la tierra puede darnos esas respuestas.

    Quizá cada uno de nosotros tenga su propia opinión sobre las realidades del infierno. Pero, ¿estamos seguros qué es lo correcto? La calificación para entrar al cielo (o en el infierno) no se basa únicamente en el modo en que nos comparamos con otros. Puede que cada uno, en su evaluación, resulte bastante bueno y aceptable ante sus propios ojos, pero, ¿y si se mira a través de los ojos de alguien que no tenga pecado? Y, ¿si fuéramos juzgados no solo por nuestros propios actos sino también por nuestros pensamientos? ¿Nos haría sentir eso un poco más incómodo? Si somos sinceros, admitiremos que ambos: nuestros propios actos y pensamientos nos condenarían.

    El hombre con su capacidad de pensamiento y libre albedrio creó sus propias leyes para ser juzgados en vida. Distribuyó su poder en tres categorías: los responsables de crear las leyes, los que administraran esas leyes y los que las hacen cumplir. Estableció, por libertad propia, que unos iguales en mayoría, pueden decidir la suerte de aquellos que por alguna razón tienen o deben ser juzgados. Les dio el poder para establecer castigos y penas de acuerdo a los actos por los que serán juzgados y encontrados culpables.

    Debemos entender que la verdad, no puede ser verdad si para entenderla se tiene que ir por encima de lo establecido. Las pruebas que se tengan determinaran la inocencia o culpabilidad. El juzgador se limita a ver y escuchar esas pruebas con supuesta objetividad hasta lograr la culpabilidad del acusado. Si todo lo que se presenta demuestra culpabilidad, la persona será declarada culpable aunque la verdad escondida ya sea por desconocimiento o conveniencia, sea inocencia. Y le aplicaran el infierno en vida, porque no conocen el verdadero infierno. Lo separarán de todo y de todos y lo erradicarán por siempre de su derecho de libertad encerrándolo y aislándolo de todo lo que por derecho de vida le pertenece.

    Esto en teoría parece ser razonable. Si somos buenos y no fallamos en nada, vamos al cielo y si somos malos al infierno. No es a nuestro propio cielo o a nuestro propio infierno. Es al cielo o al infierno de aquellos que nos juzgan y nos declaran inocentes o culpables. Así de sencillo para la humanidad.

    En ocasiones no tenemos que ser separados de nuestra libertad para sentirnos juzgados. Quizá no nos demos cuenta pero a nuestro lado siempre hay otros que nos juzgan y nos enjuician por lo que somos y hacemos con nuestras vidas. Nos juzgan por ser blancos, negros, pobres, ricos, hombres, mujeres, lesbianas, homosexuales…; les satisface juzgar y castigar pero no se percatan de que eso mismo ocurre constantemente contra ellos mismos.

    Hagamos un ejercicio de conciencia interna. Contestemos para nosotros mismos unas preguntas. Usted mismo descubrirá en qué lado de ésta ecuación se encuentra. ¿Ha dicho alguna mentira alguna vez? Usted posiblemente se conteste: Si, pero fueron mentiras sin mayor importancia. ¿Ha robado alguna vez? Usted dice: Sí, pero solamente cosas pequeñas y de poco valor. Sepa que con sus argumentos está minimizando sus delitos y engañándose usted mismo. Un delito es eso, un delito y un robo es eso mismo un robo. Está bien, o está mal. La verdad es que si usted ha mentido, entonces es un mentiroso: si ha robado, no importa el valor, es usted un ladrón. Al minimizar sus actos usted desea no ser juzgado, pero si observa el mismo comportamiento en otra persona, entonces sí quiere juzgar.

    Ir al infierno en vida significa castigar a una persona por acciones que no aceptamos o entendemos. Separarla de la familia, restringirle su derecho de libertad, no permitirle contacto alguno con sus seres queridos, juzgar sin tener pruebas…; son ejemplos de castigos que la sociedad utiliza frecuentemente. Por eso les digo con toda certeza que cada uno de nosotros en algún momento de nuestras vidas hemos estado en el infierno. Ese es el peligro que corremos cuando cambiamos de ser juzgadores a ser juzgados.

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    CAPÍTULO 1

    Realidad sin conocimiento

    Mi vida transcurría con mucha tranquilidad. Tenía un hogar estable. Esposa, hijos y nietos. Ellos llenaban toda mi existencia y me hacían feliz. Tenía un trabajo bueno y exigente. No tenía ningún vicio mundano y mis horas de ocio las pasaba en casa. Nunca imaginé que todo lo perdería en una sola noche.

    Era el viernes 17 de septiembre del 2011. Después de un día regular de trabajo, decidí asistir a una fiesta de cumpleaños de uno de mis compañeros. No me gustaban las fiestas, pero por su insistencia y para evitar malos entendidos decidí hacer una excepción. -Nunca pensé que mi vida iba a cambiar para siempre después de esa noche- De repente, sin ninguna señal de alerta, me encontré siendo arrojado al aire, y luego cayendo hacia un precipicio completamente fuera de control.

    Aterricé en lo que parecía ser la celda de una prisión. Las paredes de aquel pequeño espacio estaban hechas de concreto sin pulir, con piso rústico y con agujeros que retenían mugre y podredumbre y tenía una puerta que parecía estar hecha de gruesas barras de metal. Yo estaba casi desnudo, sangrando profusamente y golpeado a tal punto que casi no podía respirar ni moverme. Mi mente no estaba conmigo y mis recuerdos de toda la vida habían desaparecido. Era un despojo humano tirado a su propia suerte. Si mi alma estaba presente, no lo sabía.

    No era un sueño; yo estaba en realidad en aquel lugar extraño y solitario. Me sentía despierto y con conocimiento, pero no tenía idea de lo que había pasado ni de cómo había llegado allí. Tenía vida pero no tenía control de nada. Mis sentidos estaban dispersos. El dolor que sentía era brutal. Me encontraba allí, tirado sobre el suelo y sin poder moverme. No sentía ni escuchaba nada. La soledad era tan terrible como mi estado anímico. Estaba muerto en vida, esperando por algo o por alguien que no llegaba. Divagando y tratando de encontrar explicaciones que no tenían sentido. Ni siquiera tenía idea del tiempo que había transcurrido desde la última vez que había visto la luz del sol. Cuánto más podría soportar: no lo sabía.

    Por un instante traté con las pocas fuerzas que me quedaban de afinar mis sentidos de supervivencia, concentrarme y entender la situación. Lo primero que noté y que me pareció comprender fue la temperatura. Hacía calor, un calor mucho más fuerte del que la vida de un hombre puede soportar. Dudé: ¿En verdad estoy con vida? Si es así; ¿cómo podré sobrevivir a este calor tan intenso? Pensé en la muerte, en el infierno. Yo aún no era plenamente consciente de ello pero había caído en el infierno. No estaba muerto pero sí estaba en el infierno.

    La dureza del calor y los golpes en el cuerpo, tuvieron el efecto de quitarme las pocas fuerzas que me quedaban. Quedé a oscuras, completamente desvanecido. El poco conocimiento que había logrado, desapareció. El dolor que recorría mi cuerpo y la sangre que emanaba a borbotones de algún lugar en mi costado, me hicieron desmayar. Mi alma no estaba presente. Yacía tirado sobre aquel mugriento piso.

    No sé cuánto tiempo transcurrió antes de que recobrara el conocimiento. Por instinto, traté de moverme pero mí cuerpo no respondió. Un dolor aterrador aceleró mí pulso y me puso en conocimiento del daño físico que tenía. Quise pensar, pero mi mente no respondía. Me sentía mareado, como si estuviera ebrio o drogado. Traté de controlarme, de encontrar alguna respuesta, pero por más que lo intenté nada parecía tener sentido. ¡Dios! ¿Qué me pasó? ¿Por qué estoy aquí encerrado y en estas condiciones?

    Traté de pedir ayuda pero mi voz no salía de la garganta. Estaba solo, mal herido e indefenso. Lejos de todo y de todos por alguna razón desconocida. La frustración se apoderó de mí. Pasé mis manos por la cara tratando de aclarar mis pensamientos y lo que palpé fue horrendo. Sentí el rostro totalmente desfigurado. Alguien me golpeó con tanta furia que casi lo destruye por completo.

    Pero ese dolor no se podía comparar con el dolor agudo que sentía en mi costado derecho. Lentamente volteé mi cuerpo y con la mano palpé una herida abierta bastante profunda. Al retirar la mano sentí que un torrente de sangre comenzó a emanar de la herida. De inmediato reconocí que estaba mal herido y que la herida debía ser atendida con prontitud o perecería desangrado. Lágrimas brotaron de mis ojos. No podía comprender por qué había sido abandonado allí, quizá para que muriera, como si fuera una peste humana que tiene que aislarse para no afectar a los demás. Si ese era mí destino de nada me servía tratar de ayudarme. Ya estaba muerto y aun no me daba cuenta.

    Pero el instinto de supervivencia pudo más que mi debilidad mental. Giré la cabeza de lado a lado tratando de encontrar algo que pudiera ayudarme. Lo que pude divisar fueron tres paredes rústicamente labradas en concreto sólido y una pared con barras rígidas. Estaba en una pequeña celda completamente a oscuras. Un lugar donde el único sonido que puedo percibir es el eco de mis pensamientos y el murmullo de mis oraciones. Fue entonces que comprendí e internalicé que estoy en una celda de aislamiento, consumido, infinitamente sucio y al borde de la muerte: en donde la soledad es mí única compañía, el dolor, la única forma de comprobar que aún tengo vida y mi mente perdida, la que me obliga a luchar por tratar de recordar lo que me ha pasado y por qué estoy siendo castigado tan vilmente.

    Cada minuto que pasa me siento más débil. La sangre perdida, el castigo al que fui sometido y la falta de alimento y agua continuaron, de forma agresiva, minando la poca resistencia que me queda. Las náuseas y los vómitos que experimento, tampoco ayudan. El desconocimiento del tiempo que ha transcurrido no me permite hacer un buen juicio. Nada de esto que estoy viviendo tiene sentido. Estoy encerrado, privado de mi libertad y mantenido bajo condiciones infrahumanas. Tirado en el suelo de una sucia y abandonada celda, sin colchón ni abrigo, maltratado y herido, privado de alimentos y agua y sin acceso a baño. En las condiciones más deplorables y bajo las humillaciones más terribles a las que un hombre puede ser sometido, cuando el poder que tienen otros lo utilizan para castigar y abusar del caído.

    La frustración que siento hace que trate de ocultar mi cara entre mis manos para sollozar. Al hacerlo, observé en mis brazos varias pinchadas de jeringuilla. Traté de contarlas; una, dos, tres…; son muchas. Respiro profundo y un fuerte olor a alcohol que emana de mis manos y cuerpo casi me hace desmayar. ¿Será posible que estas marcas y el olor a alcohol signifiquen algo? Traté de razonar, de pensar en algo que tuviera algún significado. Huelo a alcohol, sin embargo, la idea de consumirlo no parece de mi agrado. Siento desapego por la idea de pincharme para consumir droga… No lo entiendo… La tristeza que experimento se convierte en nostalgia y rechazo. Mis limitados pensamientos se ponen en rebeldía. Si en verdad soy un alcohólico y drogadicto tengo justo lo que merezco".

    El debilitamiento corporal que experimento me hace retornar a la realidad. Reconocer que aún tengo vida, que mí cuerpo está desecho, herido y adolorido. Mi mente desierta y mi alma triste y desolada es en todo lo que debo pensar, si en verdad guardo alguna esperanza de poder superar lo que estoy viviendo.

    CAPÍTULO 2

    Muerte en vida

    La angustia mental que siento es indescriptible y, esperar o pedir ayuda solamente parece aumentar mí desconsuelo y atormentarme más. Estoy solo y nadie puede ayudarme. Al menos, no hasta que alguien piense y se compadezca de mí o se acuerde de que aún existo. ¿Cuándo será? No puedo pensar en ello. Debo pensar en el momento y actuar de acuerdo a las circunstancias tan hostiles en que me encuentro.

    Todavía estaba consciente de que salía mucha sangre de mi herida. Debo atender esta herida pronto o inevitablemente pereceré desangrado. Desesperadamente busqué por todos lados hasta que detecté que aún conservaba sobre el cuerpo varios pedazos de lo que alguna vez fue mi ropa. Con dificultad logré rasgarlas y colocarlas directamente sobre la herida que permanecía abierta. Era una herida de más o menos dos centímetros de diámetro y bastante profunda. Mientras me curaba no dejaba de pensar ni de buscar respuestas a mis constantes preguntas. ¿Cómo me causé está herida? ¿Quién pudo haberme herido tan vilmente? Ninguna idea. Ningún recuerdo. Toda esa información permanece oculta en el pasado que no puedo recordar.

    Con las pocas fuerzas que aún me acompañaban, presioné una y otra vez sobre la herida, pero el flujo constante de sangre no cedía. Me detuve por unos instantes para recuperarme. Luego volví a presionar hasta que un dolor aterrador cegó mi entendimiento. El dolor era tan intenso que casi me desmayé, pero no podía dejarme vencer. Mi vida dependía de mi espíritu de lucha y mi fuerza de voluntad. Estaba débil y en verdad no comprendía por qué un ser humano merecía tanto castigo, pero me mantuve luchando. Sencillamente supe que todo lo que allí estaba experimentando era mil veces peor de lo que sería posible en la sala de un hospital; los olores de aquella celda, la humedad que respiraba, las condiciones infrahumanas, la soledad y la angustia que sentía.

    Aun consciente, de algún modo me las arreglé para moverme. Al hacerlo pude comprobar que el intento por detener el sangrado había tenido algún éxito. Me arrastré por el piso hacia la puerta con barrotes buscando encontrar una salida. La oscuridad que permeaba en mi pequeño recinto no me permitía ver más allá de unos metros de distancia, pero logré llegar a la puerta. Me incliné sobre mí costado y traté de empujarla, pero no cedió. Comprobé que estaba herméticamente cerrada. Por allí no podría salir a menos que alguien viniera por mí.

    El esfuerzo realizado agotó las pocas fuerzas que me quedaban y me desmayé. En ese estado de inconciencia solo pude imaginar cosas. Todo estaba a oscuras. No veía nada. Imaginé que por fin la muerte había llegado. Estoy muriendo. Me estoy entregando y ya no puedo luchar más.

    Busqué en mi mente desierta. Mi sub consiente me dice que tengo un pasado y que algo de ese pasado debió ser bueno. ¿Por qué no recordarlo? Haz tu mejor esfuerzo, -me dije. Imágenes borrosas transitaron delante de mis ojos. Recuerdos fugases dijeron presente. Veo figuras conocidas. Una mujer. ¡Sí! Es la figura de mi bella esposa, con sus cálidos y amorosos ojos marrón, su alegría por la vida y su suave y perfumada piel.

    Pienso en nuestros primeros días de matrimonio. En cómo todo a su lado se veía perfecto; los cielos claros, las nubes blancas, la luz del sol brillante, las estrellas en el cielo deslumbrantes, la luna resplandeciente alumbrando las noches de oscuridad y el aire fresco.

    Otras figuras giran a su alrededor. ¿Serán mis hijos? ¡Es posible! Deben ser esos seres maravillosos que Dios les da a una pareja, que se profesan tanto amor y cariño, para redondear sus vidas y llenarlas de amor y unidad.

    Todo fue un sueño. Cuando recuperé el conocimiento los bellos recuerdos se desvanecieron y mi realidad volvió a ser la misma; soledad, tristeza y desolación. Una realidad llena de una eternidad sin fin, llena de dolor corporal y emocional, pérdida de esperanza, soledad y muy posiblemente muerte: una existencia totalmente desdichada sería imposible.

    Yo quería hablar y relacionarme con alguien; pero tener una conversación que me llevara a comprender lo que estaba sucediendo o simplemente cualquier conversación con un ser humano, tan valorado en ese momento, era totalmente inalcanzable. Todas esas ideas pasaron muy rápido por mi mente. Sin embargo, albergar tales recuerdos era fútil y solamente conducirían a un mayor desengaño y una total frustración.

    Ese conocimiento volvió a llevarme a un desesperado estado mental. Ni siquiera poseía el pensamiento de elevar a Dios el clamor pidiendo ayuda, porque estaba allí totalmente destruido, casi al punto de morir y no comprendía cómo Él permitía que eso pasara. El Señor ni siquiera vino a mi mente. No podía rezar, no sabía rezar. Yo tenía tanto terror que no encontraba palabras para describirlo. Sentía que estaba al borde de un abismo y que

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