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El resurgir de los recuerdos
El resurgir de los recuerdos
El resurgir de los recuerdos
Libro electrónico198 páginas2 horas

El resurgir de los recuerdos

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Información de este libro electrónico

La fuga de la cárcel de Yure Holub obliga a Teresa a esconderse en un pueblo abandonado de la mano de Dios en el norte de Italia. Pero no estará sola, Michelle se las ingeniará para encontrarla y así resolver el caso del mafioso ucraniano. En el proceso, un tipo huraño, solitario y con mucha sangre fría sembrará el pánico en Bilbao robando los números secretos de las tarjetas bancarias de grandes personalidades españolas. En El resurgir de los recuerdos, la autora, despeja todas las incógnitas que quedaron abiertas en la anterior novela, No soy un asesino; sin embargo, este nuevo libro es otro enigma que solo los lectores más atentos podrán descifrar.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento2 nov 2020
ISBN9788418386411
El resurgir de los recuerdos
Autor

Carmen Galdeano Ligero

Carmen Galdeano Ligero nació el 28 de octubre de 1990 en Granada. Se crio en la costa noreste de Mallorca y en 2014 puso rumbo a Fráncfort (Alemania). Se dedicó al sector de la hostelería durante siete años hasta que aterrizó en Alemania. Ha escrito artículos semanales para una revista digital y tiene su propio blog, en el que cuenta anécdotas sobre la maternidad y su vida en general. Escribe desde niña, y recuerda con cariño cómo mandaba artículos a revistas juveniles sin éxito alguno. Publicó su primera novela negra en febrero de 2016. En marzo de 2017 nació su primera hija de manera prematura, desde entonces se ha dedicado a su crianza sin dejar de lado su faceta de escritora.

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    El resurgir de los recuerdos

    Carmen Galdeano Ligero

    El resurgir de los recuerdos

    Carmen Galdeano Ligero

    Esta obra ha sido publicada por su autor a través del servicio de autopublicación de EDITORIAL PLANETA, S.A.U. para su distribución y puesta a disposición del público bajo la marca editorial Universo de Letras por lo que el autor asume toda la responsabilidad por los contenidos incluidos en la misma.

    No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del autor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal).

    © Carmen Galdeano Ligero, 2020

    Diseño de la cubierta: Equipo de diseño de Universo de Letras

    Imagen de cubierta: ©Shutterstock.com

    www.universodeletras.com

    Primera edición: 2020

    ISBN: 9788418385650

    ISBN eBook: 9788418386411

    Para mi amiga Julia.

    Prólogo

    Los prólogos demasiado extensos, al menos cuando no se trata de introducir un trabajo académico o una obra clásica, suelen ser justo esa parte del libro que muchos lectores se saltan o, en el mejor de los casos, dejan para el final, salvo que sepan de forma fehaciente que aparecen citados, de un modo u otro, en ellos. Quien esto redacta también lo hace, así que seamos tan breves como sea posible.

    Quizá lo más sencillo fuera decir que El resurgir de los recuerdos es una continuación del anterior No soy un asesino, pero entendemos que sería una afirmación inexacta. Es evidente que existe una continuidad, tanto en una de las líneas argumentales como en lo que se refiere a la presencia de varios personajes, pero también lo es que el peso específico de estos ha variado y que nos encontraremos con muchos otros con los que se irá construyendo una historia que se lee sin andaderas.

    Una de las características de la autora es que en sus obras no hay personajes de relleno. Así, de Teresa, la Teresa Pedraza del libro anterior, ya sabíamos mucho, era más marcadamente la protagonista de la historia en la trepidante y oscura No soy un asesino. Pero ahora conoceremos mucho más a Gabriela, desde su infancia, para entender su presente, o al hermano de esta, por poner solo dos ejemplos. En esta nueva novela —que no es coral, pues está narrada casi íntegramente en tercera persona, pero bien podría haberlo sido— se pueden contar no menos de veinte personajes, todos ellos rotundos, reconocibles, con personalidad propia, que se moverán en escena a lo largo de décadas, desde la Kiev de los años setenta del siglo pasado hasta la actual Euskadi —siempre presente en estos relatos la inconfundible luz del Cantábrico y sus sombras, como antes ocurrió con Santander—, pasando por un pequeño pueblo del norte de Italia junto a un espectacular lago, entre otros.

    Lo que sí podemos afirmar, en suma, es que los aficionados a la novela policiaca están de enhorabuena, porque Carmen Galdeano vuelve a publicar un libro, pero el lector a quien el género le deje más o menos indiferente también lo está, porque si el volumen ha caído en sus manos podrá disfrutar —o volver a disfrutar— de una excelente historia, sin más, concebida y escrita por una autora que no es una recién llegada y, al contrario, dispone ya, además de imaginación, de una voz reconocible, un estilo personal y un universo propio. Si bien, sobre esto último, como se venía apuntando arriba, este se cimenta siempre sobre tierra tangible, como lo son las interminables autopistas que atraviesan la Vieja Europa y los camiones que llevan toda —toda— clase de mercancías o lo es Bilbao, no un Bilbao mítico, sino el de las dos orillas-frontera de la ría, el del imponente museo que se asoma arrogante sobre ella, el de los viejos caseríos de familias con pedigrí y el de los barrios humildes.

    En lo que se refiere al estilo, apenas iniciada la lectura puede leerse: «Y así pasaban los meses, sin pena ni gloria, entre pañales llenos de mierda, biberones, sacaleches, eructos y las visitas mensuales al cardiólogo». Estas y otras descripciones pueden dar una idea de que no estamos ante una narradora que sea partidaria de perfumar nada. Eso sí, nunca cae en la trampa de llenar el texto de insultos, exabruptos o frases más o menos soeces para que el relato parezca «más duro». Después de todo, la crudeza —y abunda, y a veces duele— está en los acontecimientos que narra, no tanto en el vocabulario escogido. Pero esta elegancia narrativa está también presente cuando, más adelante, leemos —se escogen deliberadamente fragmentos minúsculos que no revelen aspectos de la trama— que «el pecho de Michelle era en aquel momento el lugar más seguro del mundo». Porque sutilmente, a veces entrelíneas, en el relato —y también por eso se afirma al principio que no es necesario ser un amante de la novela policiaca para disponerse a su lectura— están también presentes las diversas formas de entender la paternidad o la maternidad, asunto recurrente en la autora, el amor y sus desvaríos, la infancia y su importancia en nuestro desarrollo o, desde luego, el sexo, desde su reducción patológica a prácticas repugnantes hasta variables absoluta y rotundamente defendibles.

    El pulso narrativo, y vamos terminando, no es solo convincente cuando de la trama policiaca se trata, sino también, y por momentos aún más, cuando la historia va por otros derroteros y Galdeano saca lo mejor de sí misma para narrar historias de gente sencilla, casi siempre rodeada de un halo de tragedia, que pone de manifiesto la total falta de criterio selectivo que el azar —inhumano para lo malo y para lo bueno, como corresponde a su propio carácter— siempre tiene, cebándose a veces en donde menos justo resulta que tenga lugar el infortunio.

    La elegancia no es incompatible con la negritud, y en todo caso el lector seguirá con interés la(s) trama(s) principal(es), pero a buen seguro también se le encogerá el corazón en alguno de esos compartimentos espaciotemporales —o episodios, que no capítulos, dicho de modo más sencillo— en los que la novela se divide. Porque —y ahora ya es momento de advertirlo—, tampoco nos encontramos ante una historia lineal, sino ante un rompecabezas que se irá componiendo poco a poco. Esto no debe intimidar a nadie: la estructura no es casual, sino medida, y está al alcance de cualquier lector más o menos atento. Al final, todas las piezas encajan. O quizá solo casi todas. Pero no por descuido, sino porque en algún momento hay poner el punto final a las historias y dejar que el tiempo, además de cuestiones personales y factores externos más o menos inesperados —uno de los cuales estamos viviendo en todo el planeta en este preciso instante—, determine por dónde irán las siguientes, ante las que algunos ya estamos expectantes. Por ahora, y haya calma, estamos de enhorabuena.

    José Raudet

    La Isla, Asturias, julio de 2020

    Toda mujer que se precie lleva planeando su boda desde la infancia.

    Es muy probable que aún no conozca al hombre que se plantará con ella en el altar y le dirá que la amará hasta la muerte, en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza. Pero ella ya sabe cómo será su vestido de novia, cómo lucirán las damas de honor, qué menú se servirá y hasta sabrá la localización, aunque en el momento en el que lo haya pensado tenga ocho años y la localización sea el parque de columpios que hay justo enfrente del colegio.

    Teresa no conocía a ninguna mujer que no quisiera casarse, vestirse de blanco, que no quisiera sentirse una princesa, al menos por una vez en su vida. No se imaginaba que acabaría contrayendo matrimonio con un grafitero llamado JM y que su boda, con la que llevaba soñando desde que era una niña, iba a acabar convirtiéndose en un infierno.

    Kiev, 1970

    Oxana no tuvo ni siquiera un síntoma malo en el embarazo. Todo iba bien. Nada era como se lo había imaginado. Sus amigas, que ya tenían hijos, le dijeron cuando esta contó la noticia que iban a ser los peores nueve meses de su vida; en el primer trimestre le invadiría un cansancio abrumador que solo podría calmar durmiendo, durmiendo mucho, casi días enteros. Náuseas y vómitos; todo lo que comiera lo iba a echar por la boca unos minutos después. Mareos; para la amiga de Oxana no cesaron ni siquiera cuando llegó al segundo trimestre, hasta había dejado de conducir, porque estos le nublaban la vista y tenía que parar en el coche en cualquier sitio.

    El segundo trimestre sería mucho más llevadero, todo lo anterior desaparecería, la barriga empezaría a notarse y los movimientos del bebé aparecerían, lo que le hacía especial ilusión a Oxana, que estaba impaciente por notar esas mariposas que, según le avisaba todo el mundo, iba a sentir.

    —El mejor trimestre del embarazo siempre es el segundo; no estás demasiado gorda, aún te cabe tu ropa normal, pero con un botón desabrochado. Te ves radiante, le estás dando cobijo a la persona que más vas a amar en el mundo. En definitiva, estás obrando un milagro —narraba la amiga de Oxana.

    Sin embargo, todas las esperanzas y las comodidades del segundo trimestre desaparecerían en el tercero. Las patadas del bebé cada vez serían más fuertes y, por lo tanto, más molestas. La barriga, que a partir del séptimo mes coge un volumen casi sobrenatural, no te deja dormir, ni siquiera tumbarte, y si es verano y hay ola de calor ya puedes olvidarte, porque ni siquiera puedes poner el ventilador, porque si pillas un resfriado puede ser fatal…

    Oxana se preguntaba si todo lo que le habían contado sus amigas no eran más que teorías generalizadas, porque a ella el embarazo le había sentado genial. Ni un vómito, ni un mareo, ni ese cansancio tan atroz que narraba su amiga le habían aparecido. Ella estaba feliz, radiante, irradiaba belleza por cada poro de su piel, la barriga cada vez se le iba notando más, pero no había cogido ningún kilo extra por el que preocuparse en el posparto, ya que su ginecólogo le había dicho que todos estos desaparecerían como por arte de magia cuando naciera el bebé que esperaba, que, según todas las ecografías, iba a ser un niño. Un niño para el que aún no tenían nombre, pero que pronto tendría, porque justo acababa de pedir en la librería del barrio una revista con todos los nombres del mundo para echarle un ojo y, con suerte, encontrar el que a ella y a Yevhen les gustara para el hijo que esperaban con tanta ilusión.

    Nada hacía presagiar con el buen embarazo que había llevado Oxana que su hijo iba a nacer con un agujero en el corazón, exactamente un orificio entre las aurículas izquierda y derecha. Según los médicos, este agujero existe en todas las personas antes de nacer, pero frecuentemente se cierra poco después del nacimiento. «Persistencia del agujero oval» es como se lo denomina cuando no logra cerrarse de manera natural. Esta abertura permite que la sangre se desvíe y eluda a los pulmones. Los pulmones no se usan cuando el bebé está en el útero, por lo que el agujero oval no causa ningún problema al feto durante la gestación.

    El mismo día que nació, los médicos la intervinieron con una ecocardiografía. Llevaron a cabo la prueba de la burbuja, que consiste en inyectar agua salada en el cuerpo mientras el cardiólogo observa el corazón en un monitor de ultrasonido. Si se ven burbujas de aire desplazándose desde el lado izquierdo al derecho del corazón es porque existe persistencia del agujero oval. Por suerte para Oxana y Yevhen, pudieron llevarse a su bebé a casa con la condición de volver al cardiólogo cada mes para ver si este había logrado cerrarse.

    No todo podía ser perfecto, decían las amigas de Oxana, que tenían la absurda teoría de que si el embarazo concluía sin complicaciones, el parto, el posparto y el bebé tendrían cualquier tipo de problema. La madre, que llegó a hartarse de la poca empatía que presentaban sus amigas, se preguntaba si estas tenían razón y Dios había encontrado una manera de castigarla por haber pasado los nueves meses de gestación sin ningún tipo de síntoma. Yevhen, que era reacio a esta mierda de teorías que contaban las amigas aburridas de Oxana, le pidió a su mujer que dejara de verlas, que lo único que conseguían, más allá de levantarle el ánimo, era minárselo. Y así lo hizo, Oxana dejó de mantener el contacto con ellas y se redujo a un ser lleno de miedos, se tornó en una madre controladora y obsesiva con la salud de su pequeño retoño. El médico tenía razón, había perdido todo el peso que ganó en el embarazo y más aún. Su cuerpo tenía el aspecto de una escoba. Sus ojeras, antes ya notorias, habían cogido un color grisáceo preocupante que informaba que debería dormir más que cuatro horas al día, pero ¿cómo?, si el pequeño apenas agarraba el pezón y ella tenía que pasar las noches en vela sacándose leche con el sacaleches manual y después dárselo al niño, que necesitaba también una hora y después otra media hora buscándole un eructo que le dejara dormir de nuevo sin esos dolores de barriga que le daban cuando no salía el aire que tragaba del biberón en cada toma. Y así pasaban los meses, sin pena ni gloria, entre pañales llenos de mierda, biberones, sacaleches, eructos y las visitas mensuales al cardiólogo. El posparto no era para nada como se lo había imaginado, pero era el precio que tenía que pagar por el embarazo tan bueno que había tenido. Para Yevhen tampoco estaba siendo fácil, ya que su amada esposa, que por naturaleza era una mujer risueña y positiva, se había tornado en una señora que él no alcanzaba a reconocer.

    Justo ese año habían ascendido a Yevhen a capataz después de diez años trabajando como obrero en la misma empresa de construcción; sin embargo, ahora estaba más cansado que

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