Los diez consejos que nadie me pidió...: ...pero me vale madres: vengo a darlos
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Edgardo Arredondo
Edgardo Arredondo, Mérida, Yucatán 1961. Es Médico Ortopedista y se desempeña también como profesor e Investigador. Ha publicado escritos sobre temas médicos en Revistas de Ortopedia y en periódicos de Yucatán. Su producción literaria comprende las novelas: Detrás del Horizonte (Felou 2011), Dé Medico a Sicario (2014 Sedeculta. Felou 2017), Me llamo Juan (Felou 2018), Bungo —Nunca te irás del todo— (Felou 2019), la compilación de cuentos: Los Profanadores (Felou 2019) y el anecdotario: Los Diez Consejos que nadie me pidió…Pero me vale madres: Vengo a darlos (Felou2020).
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Los diez consejos que nadie me pidió... - Edgardo Arredondo
Los diez consejos que nadie me pidió…
pero me vale madres: vengo a darlos.
© 2020 Edgardo Arredondo
De esta edición:
© D.R. 2020, Ediciones Felou, S.A. de C.V.,
Oaxaca # 72, despachos 201 y 202
Colonia Roma, CuauhtémocC.P. 06700,
Ciudad de México, tel. 5256 0561
sabermas@felou.com
www.felou.com
Portada: Tony Peraza/Nora Mata
Ilustraciones: Tony Peraza
Revisión y corrección: Mtro. Jorge Cortés Ancona
Conversión gestionada por:
Sextil Online, S.A. de C.V./ Ink it ® 2021.
+52 (55) 52 54 38 52
contacto@ink-it.ink
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Contenido
Presentación
LOS DIEZ CONSEJOS:
I Amarás al Seguro Social sobre todas las instituciones
II Comuníquense con sus pacientes
Apréndete los nombres de tus pacientes… y algo más
Cómo dar las malas noticias
Como manejar temas incómodos
Los niños… otro rollo
¿Por qué no se entiende la letra de los médicos?
La comunicación en tiempos modernos
Envejecer con gracia… y con nuestros pacientes
III Tratarás por igual a todos tus pacientes
IV Nunca abandonen a un paciente
V Aprende de los errores ajenos.No vivirás lo suficiente para cometerlos todos.
No siempre es bueno tirar al vuelo las campanas… y menos en Medicina
Reconocer cuando hay una complicación
Dar prioridad a los casos urgentes
Todo exceso es malo…
Cuando el paciente se salva es gracias a Dios
Planificar cualquier evento quirúrgico por muy rutinario que este sea
Ni afecto por lo que es nuevo, ni admiración por lo antiguo
VI Sé amable con los que van subiendo la escalera detrás de ti… porque serán los mismos que encuentres cuando vayas de bajada.
VII Propicien un ambiente saludable de trabajo
Haz de tu sitio de trabajo el mejor de los escenarios posibles
Recuerda que ser médico es una profesión no un título de nobleza
Enfermería nuestro brazo derecho
Ante todo respetarás el sueño de los demás
VIII A donde fueres haz lo que vieres
IX Involúcrate en la enseñanza
X Nunca dudes en tener amigos
HUMILDES HOMENAJES
Adiós a un maestro
Abriendo la página…
El hombre de la maleta
Un artista entre nosotros
Enseñanzas para la vida
¿Dónde lo leíste?
El final de una época...
Cuando un amigo se va
Las personas que son irrepetibles
Epílogo
Presentación
En septiembre del 2016 decidí auto-despedirme del IMSS. Con meses de anticipación le pedí a la Jefatura de Enseñanza me separaran el Auditorio de la T-1, el hospital donde terminó mi labor de 28 años. El título de la conferencia es el que le da nombre ahora a este anecdotario. Para mi satisfacción el recinto se llenó y estaban hasta las autoridades del hospital y desde luego la mayoría de mis compañeros y alumnos. La conferencia ha gustado tanto que la he presentado en otras ocasiones, una de ellas en el Auditorio "Alejandro Gómory Aguilar" de la Universidad Anáhuac Mayab, con el riesgo de ser expulsado a media ponencia por el tono subido en algunas partes, algo que afortunadamente no ocurrió.
Quise con estos Diez Consejos tratar de abarcar los aspectos más importantes que marcaron mi carrera como médico y que creo son de utilidad para llevar mejor las cosas, pero sobre todo disfrutar a plenitud la más antigua de las profesiones —¡qué pasó!, no sean mal pensados—y también lo mucho de arte que tiene la Medicina. En el último consejo, aprovechamos también para agregar algunos artículos que ya han sido publicados pero que guardan relación con el tema general, y algunos de ellos representan un humilde homenaje a muchas de las personas que tuve la fortuna de que se cruzaran en mi camino.
ADVERTENCIA
Todo lo vertido en el presente anecdotario está basado en vivencias personales o en fuentes confiables, tan es así, que cualquier semejanza de los personajes o acontecimientos con la vida real… no es para nada casual: es la mera neta. De tal manera, que en algunos casos se les sustituyó el apellido por una N
, siguiendo los lineamientos de la Procuraduría General de la República (PGR) y el Nuevo Sistema de Justicia Penal Acusatorio para proteger la identidad y evitar la criminalización de los presuntos responsables de cometer algún delito, en este caso ocasionar desde incomodidad, molestia o indignación hasta momentos de aflicción y reflexión, pasando desde luego por una sonrisa y una que otra carcajada.
Dicho lo anterior, ofrezco de antemano una disculpa en caso de herir algún tipo de susceptibilidad del amable lector.
I
Amarás al Seguro Social sobre todas las instituciones
Una institución es la sombra proyectada de un hombre.Ralph
Waldo Emerson
Había acompañado a Soco, mi abuela materna, al cobro de su pensión de viudez. Tendría yo unos 10 años. Recuerdo la explanada amplia y el haberme fijado en el enorme escudo que adornaba la fachada del edifico: la silueta de una enorme águila abrazando a una mujer con su bebé. Atravesábamos una extensa explanada y observé entonces a un numeroso grupo de jóvenes médicos, todos ataviados de un blanco inmaculado. ¿Te imaginas, abuelita, que cuando yo sea grande sea doctor?
. Recuerdo su mirada de ternura al responderme: El sueño de tu abuelito
. Éste fue el primer recuerdo que tengo de la T-1
, la clínica del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), y quién iba a decirlo: mi centro de trabajo del cual me jubilaría como médico.
¡Segurito: no te acabes!
. Tal vez éste sea el estribillo que mejor refleje la relación del médico con el IMSS, el Seguro
o el Aguilita
. Esta institución del gobierno federal, autónoma y tripartita es, a pesar de las denostaciones, quejas y desencuentros, un auténtico referente de la seguridad social en Latinoamérica y sin lugar a dudas un baluarte en la medicina en el país. El General Manuel Ávila Camacho funge como el artífice del decreto que funda al IMSS el 19 de enero de 1943.
Han transcurrido tres cuartos de siglo y el Seguro Social continúa. No ha pasado mucho tiempo en que dejó de estar en Terapia Intensiva y comenzó operar de nuevo -y después de mucho tiempo de no hacerlocon números negros. Esto último es atribuible al trabajo iniciado por José Antonio González Anaya y rematado por un singular personaje, émulo de Megamente
, por ciertos rasgos alienígenas y su inteligencia para el manejo de la Institución, aunque haya decidido dar al traste su legado al dedicarse a la política: Mikel Arriola.
Cuando se hace referencia al patrimonio del IMSS, se exponen una serie de artículos con los clásicos tecnicismos del caso, que hacen hincapié en los bienes inmuebles y materiales destinados al servicio del derechohabiente, pero hay algo más importante, se diría que en un sentido figurado pero que es la realidad: el patrimonio más significativo del Instituto lo conforman sus miles de trabajadores.
Ahora que recordé el escudo del IMSS, hay que mencionar que el primer director, el Lic. Ignacio García Téllez (cuyo nombre, por cierto, sustituyó por un tiempo el alias de nuestra T-1) le hizo el encarguito a Salvador Zapata de hacer un logotipo. Pasaría casi una década para que el afamado escultor Federico Cantú hiciera la primera de muchas esculturas, que es develada al inaugurarse la Unidad Habitacional Independencia, allá en la Magdalena Contreras de la Ciudad de México, y de ahí con diversas variaciones y modernizaciones perdura hasta hoy con el águila que representa a la patria dando cobijo al pueblo, simbolizado por la tierna imagen de la madre y su hijo.
El emblema es tan específico de la protección que el colmo de los colmos fue cuando unos chinos, que todo se fusilan, usaron el logotipo para representar a una empresa de seguridad. El símbolo igualmente ha sido pasto de los moneros cuando a lo largo de su historia el Instituto ha sido presa de malas administraciones, funestos gobiernos y pésimas decisiones.
Manrique sustituyó el águila por un buitre cuando se desató un escándalo por el exceso de algunas subrogaciones, mientras Pacote lo convirtió en un avestruz tratando de ocultar la cabeza por el déficit de la institución; después cambió al bebé por un vampiro con el logotipo del Servicio de Administración Tributaria (SAT), cuando se enlazaron las nóminas de las dos instituciones. Por el tema de las subrogaciones, Rocha dibuja al águila sólo con el esqueleto; tres años después, en referencia a las corruptelas dibuja lo que parece ser un funcionario sacando unos billetes del pecho de la mujer, con la mirada complaciente del águila. Algo parecido hace Dee! por el escándalo de las asignaciones sin licitación, en donde el bebé está envuelto en una frazada con el nombre de una empresa farmacéutica, la mujer con rostro de dolor o preocupación mientras es succionada y el águila silbando y mirando hacia otro lado. Hernández retrata a Calderón diciendo: Y va a haber más
, en relación a la cantidad de muertos por su estúpida guerra, dibujando al águila muerta con la madre y el hijo desangrándose. El Fisgón le dedica una al mismo Calderón tomando pecho
de la mujer por haber dejado sin reservas al IMSS, y así muchos cartones más donde el aguilita ha sido vapuleada.
La paradoja es, sin lugar a dudas, que el Seguro Social también es un paciente con enfermedades crónicas: la falta de recursos y la saturación de los servicios son tal vez las más importantes. Estas carencias llegaron a ser tan reiterativas que uno tenía que capear el temporal.
En una calurosa tarde (la falla en los aires acondicionados es endémica) entró al consultorio una furibunda paciente, después de dos horas de espera, para una consulta de 15 minutos de un promedio de 26 pacientes en la lista, más los agregados que incluían: curaciones, alguien por una receta y sobre todo: ¡incapacidades! La señora regordeta de unos 60 años tenía un problema moderado de degaste en las articulaciones. Después de revisarle la rodilla e infiltrársela con un corticoide, y mientras llenaba la receta, me dijo en tono enérgico:
—¡Doctor, no me vaya a dar Naproxén!
Sin levantar la mirada seguí con mi prescripción.
—Definitivamente: no se lo voy a dar… porque no hay, pero no se preocupe… le voy a mandar lo último que tenemos en antiinflamatorios.
La paciente ahora dibujó una sonrisa sarcástica.
—¡Vaya! Sería para aplaudir que nos dieran lo más reciente del mercado.
—Le vamos a dar Diclofenaco…
—¡De verdad que aquí ni siquiera la burla respetan!, así que lo último—al menos la paciente empezó a reír.
Con la mejor de mis sonrisas le contesté:
—No le miento, le dije que es lo último. Cuando se acabe, lo que nos va a quedar es puritito Paracetamol.
—Lo cual no me extraña, aquí todo lo resuelven con Paracetamol.
—Créame, señora, que los medicamentos de aquí son de buena calidad, pero usted puede hacer mucho para mejorar sus rodillas.
—Sí, no lo dudo, yendo a una clínica particular. ¿Qué cree? Que por gusto vengo aquí. ¡No me gusta venir al Seguro Social!
Le lancé una fría mirada, acerqué mi rostro, le guiñé un ojo y le dije susurrando:
—Ya somos dos, a mí tampoco me gusta, pero, ¡qué cree!... De esto vivo.
—Así es. Porque gracias a lo que pago… ¡usted come!
Deberían dar un mejor servicio.
Ahora traté de poner un rostro angelical.
—¡De lo que usted paga!... ¿yo como? Si es así, ¡pague menos! A ver si así como menos. Mire la lonja que me cargo —dije, apretando uno de mis neumáticos.
La paciente rió de nuevo.
—Y volviendo al tema, ¿qué puedo hacer por mis rodillas?
—Pues para no alejarnos mucho de lo último: bajar de peso.
—¿Bajar de peso? ¡No me diga! Si usted no me dio permiso para salir a caminar.
—Bicicleta estacionaria.
—Tengo una en mi casa.
—No lo dudo, debe estar de perchero debajo de una montaña de ropa.
—¡Ajá, es cierto!… Pero ¿cómo voy a bajar si me puso cortisona?
—Esa inyección no le engorda ni la mitad de la Coca Cola y sus galletas Emperador que tiene ahí —dije mientras señalaba la bolsa en donde se veían sus golosinas.
—¡Pues sí! Tengo que comer algo, si no aquí me desmayo de esperar. Yo ni almorcé.
—Ya somos dos.
La paciente salió y para mi sorpresa regresó después de haber pasado a la farmacia. Traía un refresco y unas galletas. Se las entregó a la enfermera: para el doctorcito que no sé si cura pero ya me hizo reír
Todo lo curan con Paracetamol
. Cuantas veces nos estrellaron ese reclamo. ¡Pobre Paracetamol!, tal vez sea el medicamento más vilipendiado, despreciado y denostado; a pesar de ser el mejor antipirético, un respetable analgésico y un regular antiinflamatorio. Sin embargo, nunca olvidaré cuando ocurrió lo inédito en el IMSS: ¡una tarde sin Paracetamol! Esto sucedió cuando el Aedes aegypti, esa pequeña bestia alada, hizo de las suyas y nos regaló el dengue, el zika y el chikungunya, enfermedades virales, para lo cual por seguridad y también por efectividad lo mejor era el citado medicamento. La cola de pacientes se extendió hasta la salida. Una fila de casi 200 metros de largo. El problema se resolvió tres horas después cuando fueron bajados los cargamentos con el humilde analgésico. Sólo recuerdo haberle dicho a mi enfermera: Para que veas, nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde
.
La saturación de los servicios rebasaba a nuestras autoridades. La sala de Urgencias estaba tan atestada que cuando nos adjudicaban a un paciente era una proeza localizarlo a la primera.
—Vamos a ver a la enfermita que nos asignaron—le dije a mi residente, que lista en mano me acompañaba a revisar a los siete pacientes que tenía a mi cargo.
Lunes, al medio día. Alguien dijo una vez: Urgencias de la T-1: el infierno de Dante
. Siempre pensé que exageraban; sin embargo, al menos ese día, después de pasar por una estancia donde los enfermos estaban: unos diez en sofás reclinables y otros tantos en sillas de plástico, en espera de que se les asignara una camilla de la sala de Urgencias, definitivamente este lugar previo tendría que ser algo así como el purgatorio. Y al llegar:
—Buenas tardes, jefa. ¿Doña Eduviges N
? Ingresó sábado por la tarde.
Sin despegar la mirada de una tabla, la enfermera señaló hacia atrás con una mano:
—Segunda fila, pasillo 3, entre cubículos 7 y 8.
Y no era broma. Esa tarde había un censo de 112 pacientes para un espacio supuestamente de 60.
Nos abrimos paso entre un verdadero embotellamiento de camillas. Mi pacientita estaba acostadita en una de ellas y a su lado una de sus hijas. La clásica historia de la viejecilla que se cae y se rompe la cadera. La revisamos y checamos sus estudios.
—La tengo que operar —lancé un suspiro.
—¿Es peligroso? —preguntó la hija
—¿Yo? ¡No! Tengo mi carácter fuerte… pero no.
—¡Doctor! No usted, la operación —contestó sonriendo la hija.
Siempre pensé que romper el hielo lo más pronto posible es fundamental para establecer un buen vínculo.
—Bueno, por su edad sobre todo… tiene cierto riesgo.
—¿Me puedo morir? —intervino la pacientita.
—Para ir al grano. Si se opera... puede morirse, pero si no se opera… se va a morir. Tenemos que operarla para que usted se mueva lo más pronto posible y no tengamos complicaciones. Desde luego tomaremos todas las precauciones del caso.
—Por eso, doctor, le digo, ¿sale mi mamá del quirófano?
Me acerqué a ella y le dije susurrando:
—Claro que sale, ni modos que si se muere la dejemos allá en la mesa.
—¡Doctor!
Unos instantes después nos despedimos. A pesar de lo pesado que pudieran ser los chascarrillos, es un hecho que las dos estuvieron más tranquilas. Gracias a Dios en una semana se fue de alta, ya operada y pude verla de nuevo caminando como a los cuatro meses. Y es que estadísticamente cuatro de cada diez mujeres con fractura de cadera que se operan mueren antes del año. Lo anterior derivado de las enfermedades crónicas que han padecido, y no en sí del acto quirúrgico, que en honor a la verdad es carpintería pura
como dicen los internistas, hecho que a mí