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Buenos días, manicomio ¿dígame?
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Libro electrónico233 páginas3 horas

Buenos días, manicomio ¿dígame?

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¿Me estaré volviendo loco? ¡Deberían de recluirle en un manicomio! Son algunas frases que tenemos presentes cada día. Pero, ¿sabe la gente diferenciar la locura saludable de una enfermedad que necesita tratamiento psicológico o psiquiátrico? ¿Sabe la gente qué es un manicomio?

Según dice ¿Me estaré volviendo loco? ¡Deberían de recluirle en un manicomio! Son algunas frases que tenemos presentes cada día. Pero, ¿sabe la gente diferenciar la locura saludable de una enfermedad que necesita tratamiento psicológico o psiquiátrico? ¿Sabe la gente qué es un manicomio?

Tras años de duro trabajo con enfermos mentales graves, las enfermeras Isabel Márquez e Isabel Cabellos han decidido relatar las experiencias y las mutaciones de la institución psiquiátrica.

El resultado es una apasionante aventura por el mundo del caos, de la paranoia y del delirio. Un libro repleto de historias, secretos, testimonios, recuerdos, sentimientos contradictorios y anécdotas dignas de películas de terror. "Ya es hora de compartirlos y de sacarlos fuera de los muros del manicomio, que la sociedad conozca y aprenda lo que sucede al otro lado del espejo". Todo ello narrado con aguda sensibilidad, confidencialidad y con una pizca de humor. Isabel Márquez "todos tenemos una idea parecida acerca de lo que es un hospital. Sin embargo, el imaginario colectivo es muy ingenioso a la hora de dibujar el escenario que se esconde detrás de las paredes de un manicomio". Con tan sólo escuchar esa palabra nos estremecemos yen nuestra mente aparecen imágenes escalofriantes de un universo oscuro,
IdiomaEspañol
EditorialNed Ediciones
Fecha de lanzamiento23 oct 2017
ISBN9788416737307
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    Buenos días, manicomio ¿dígame? - Isabel Márquez

    Bibliografía

    Introducción

    El título, Buenos días. Manicomio, ¿dígame?, responde a una frase célebre y popular que se puso de moda por los años 1990 y que era de obligado cumplimiento. Frase que todo el personal veterano que trabaja en el psikiatric conoce y repite cada vez que suena el teléfono de la planta de agudos de psiquiatría. Hemos cambiado el nombre de la planta por la palabra manicomio por cuestión de confidencialidad. Además, a partir de ahora, a la unidad de hospitalización de agudos la llamaremos bedlamp (casa de locos).

    Esta sencilla frase formaba parte del protocolo de identificación de la unidad. Por este motivo, todos los profesionales de enfermería que trabajaban en las unidades de hospitalización, una vez descolgado el teléfono, debían decir: «Buenos días. Manicomio, ¿dígame? Buenos días, si era en el turno de mañana; o buenas tardes, en el turno de tarde; o buenas noches, en el turno de noche. Ahí va una primera anécdota; los profesionales de enfermería repetían tantas veces esta frase que cuando sonaba el teléfono en su casa continuaban repitiendo: «Buenos días. Manicomio, ¿dígame?».

    En cierta manera, se convirtió en todo un símbolo de identificación de las plantas del psikiatric. Incluso se utilizó como método de evaluación del personal por parte de las supervisoras que querían saber si su personal seguía las normas de las unidades de hospitalización. A día de hoy, continuamos utilizándola. Nosotras («Isabeles»), que somos un claro ejemplo de la herencia recibida de aquellos años, como buenas custodias de las «normas» continuamos perpetuando el legado que se nos ha confiado como un tesoro.

    A estas alturas, queridos lectores, os preguntaréis: «¿Quiénes son «Isabeles»? Pues cabe decir que somos dos diplomadas en enfermería, especialistas en salud mental que, tras largos años de trabajo como enfermeras psiquiátricas y después de muchas andadas por el territorio de la psiquiatría, trataremos de ir descubriéndoos a lo largo de este libro los secretos del manicomio de antes y del psiquiátrico de ahora, sus entramados, sus misterios, sus entredichos, sus «tejemanejes» y sus tópicos, que no son pocos; sumergiéndoos poco a poco a través de nuestros relatos y de los de otras profesionales (testimonios que nosotras mismas hemos ido recopilando a lo largo del tiempo), en un mundo desconocido para muchos y conocido por muy pocos.

    Hay que mencionar que las personas que componemos el equipo de enfermería de la unidad de agudos, según nuestras propias compañeras de otras unidades, somos «personas risueñas, alegres, divertidas» e incluso, se podría decir, «escandalosas» en ciertos momentos. En otras ocasiones, serias, responsables, reflexivas y exigentes. De lo más normal, porque hay momentos y situaciones para todos. En Bedlamp todo tiene cabida.

    Este equipo de enfermería de la planta bedlamp lo conformamos mujeres: dos enfermeras («Isabeles»), cuatro auxiliares y los canguros de fin de semana (Ophelia, Megan, Rhoda, Selene, Rhea y Minerva, entre otras). Somos personas que sabemos encontrar el lado positivo de las cosas e incluso en ocasiones reírnos de ellas. Este don nos permite afrontar situaciones especiales cargadas de subidones de adrenalina que conllevan un peligro para nuestra propia integridad física y que resultan peligrosas. Este buen humor, precisamente, nos ha ayudado a superar muchas situaciones vividas. Situaciones de alto riesgo que requieren por parte de los profesionales una serie de planteamientos y enfoques con unos límites muy marcados para poder controlarlas.

    Los límites impuestos por el hospital son necesarios si se quiere impedir que los pacientes sufran las repercusiones sociales de su conducta antes de comprender su alcance; si se quiere evitar que se aíslen o que se rodeen de espíritus afines que refuercen, socialmente, las exteriorizaciones de su conducta inadaptada (Gralnick, 1974: 193).

    Esta autoridad generalmente recae sobre el personal de enfermería, pues son los encargados del cuidado y vigilancia del enfermo, aunque deben ejercerla con la mayor flexibilidad posible.

    Pero, pese a que la flexibilidad debe ser muy grande, no debe permitirse la concreción de una situación caótica. Esto sucede algunas veces cuando a un conjunto demasiado numeroso de enfermos se les concede una libertad excesiva. Y puede suceder también cuando se trata de dar gusto a demandas irracionales de algunos enfermos, sin pensar en el efecto que tal actitud pueda tener sobre el resto del grupo. Muchas veces, el paciente presiona para lograr satisfacer sus gustos y, si las autoridades hospitalarias ceden, franqueando los límites de lo razonable, el resultado es que no se benefician ni el enfermo ni sus compañeros. Al mismo tiempo, suele pedirse al grupo que tolere la conducta egoísta de determinados pacientes. Muchas veces, es delicado encontrar el punto medio y puede resultar difícil trazar límites adecuados. Pero, en gran medida, esta tarea debe cumplirse por parte del equipo terapéutico y administrativo. El personal médico y las enfermeras deben ejercer su autoridad con gran prudencia. Deben ser flexibles sin mostrar debilidad; firmes, pero no agresivos. Deben ser lo bastante fuertes como para mantener sus decisiones, aunque tengan que enfrentar la hostilidad de uno o de varios pacientes. Deben mostrar autoridad, pero no autoritarismo. En todo momento, deben maniobrar con gran habilidad, sin exagerar la autoridad, de manera que puedan replegarse sin rencor frente a una situación demasiado explosiva, aunque tengan que volver sobre el problema en un momento más oportuno. Los que ejercen la autoridad deben tener siempre presente que ganar o perder una batalla frente al paciente no reviste ninguna importancia; lo esencial es que, como resultado del enfrentamiento, los enfermos logren un mejor insight y las autoridades aumenten sus conocimientos. Algunas personas consideran que el hospital debe representar un retiro del mundo (Gralnick, 1974: 22-23).

    A lo largo de este libro, presentaremos nuestra particular y peculiar manera de ver el mundo de la locura. Descubriremos el manicomio desde una visión emic, a través nuestras miradas expertas, pues «los años pesan y el conocimiento y las anécdotas son muchas y no caben en un libro». Compartiremos con vosotros todo tipo de anécdotas, algunas divertidas y otras no tan divertidas. Anécdotas de verdaderas novatas, de principiantes, de desconcierto, de verdadero pánico, algunas dignas de películas de terror.

    Os sumergiremos en el psiquiátrico y os presentaremos a sus moradores, tanto enfermos como profesionales. Pues las experiencias son muchas y no nos caben ya en los bolsillos, por eso nos hemos dicho: «Ya es hora de compartirlas y de sacarlas fuera de los muros del manicomio; que la gente sepa, que conozca y que aprenda lo que sucede al otro lado del espejo». De aquí surge la motivación de plasmar nuestra experiencia en el psikiatric y dar a conocer este mundo tan estigmatizado todavía por nuestra sociedad.

    En esta cuestión radica la importancia de este libro. Libro fruto de nuestro esfuerzo como enfermeras que tras años de duro trabajo en una institución psiquiátrica y en una unidad de agudos nos atrevemos por primera vez a plasmar las impresiones surgidas de nuestra propia observación y nuestro relato. A lo largo de sus páginas, «realizaremos una aproximación al escenario, a la institución psiquiátrica y a la locura, entendida ésta como actor social, pues pensamos que la locura toma posesión de su cuerpo, se apodera de sus pensamientos y es la que habla a través de los sujetos», según refiere la propia Isabel Márquez.

    Es un mundo presentado a través de relatos, narrativas, testimonios, recuerdos, sentimientos encontrados de alegría, tristeza, miedo, angustia, cariño, etcétera, vividos por nosotras tras años de brindar cuidados a los «locos». Aunque «hay más [locos] fuera que dentro», como dice Isabel Cabellos. Mucha información que aparecerá a lo largo de este libro es producto de la tesis doctoral de Isabel Márquez, una de nosotras. Tesis doctoral¹ del programa de doctorado en Antropología Social y Cultural de la Universidad Autónoma de Barcelona y que lleva por título: En el boulevard de los sueños rotos: estudio de caso sobre la enfermedad mental y su tratamiento en una unidad psiquiátrica de agudos (Márquez, 2015).¹

    Y, sin más preámbulos, iniciamos esta apasionante aventura por este mundo de caos, de delirio y de paranoia que esperamos sea de vuestro agrado y arranque alguna que otra sonrisa.

    1. Véase Márquez, I., En el boulevard de los sueños rotos: estudios de caso sobre la enfermedad mental y su tratamiento en una unidad psiquiátrica de agudos, tesis doctoral en Antropología Social y Cultural, Universidad Autónoma de Barcelona, 2015. Si el lector está interesado en consultar esta tesis doctoral está disponible en: http://hdl.handle.net/10803/377428

    Tras los muros del manicomio:

    una historia que contar

    Cuando la pena cae sobre mí,

    el mundo deja ya de existir,

    miro hacia atrás y busco entre mis recuerdos.

    Para encontrar la niña que fui

    y algo de todo lo que perdí,

    miro hacia atrás y busco entre mis recuerdos.

    Luz Casal

    Está oscuro y fuera se siente el frío de la noche. Los coches o motos de los trabajadores van llegando. La mayoría de ellos acuden a su trabajo en vehículo propio, dado las malas combinaciones de transporte que existen para poder llegar a ese lugar...

    Sophia entornó los ojos y vio cómo poco a poco todos ellos pasaban por debajo de un arco enorme que configuraba parte de la fachada, con retratos de personajes célebres grabados. Este mundo apareció ante sus ojos a través de una barrera de seguridad que se abría y a lo lejos vislumbró la silueta del manicomio de entonces y el psiquiátrico de ahora...

    Por esa puerta van entrando los trabajadores a través del arco de la entrada; en su mayoría son auxiliares o técnicos de curas de enfermería y diplomados en enfermería. Sobre estas horas de la mañana, de 6:45 h a 7 h, entran los profesionales de enfermería. El resto de profesionales entra a las 8 h.

    A través de una carretera serpenteante que bordeaba el centro, accedió a ese centro colmado de viejas historias, historias llenas de sufrimiento, de vida y de muerte, de logros y fracasos, de cambios producidos a lo largo de tantos años... Su mirada se posó en uno de los primeros pabellones construidos, aquellos que debajo de sus entrañas escondían pasadizos secretos y se conectaban unos con otros, donde durante la Guerra Civil las religiosas que vivían en el convento corrían despavoridas... Espacios que, tras sus muros, guardaban un sinfín de misterios y cuyo uso actualmente estaba cedido a la universidad —pensó Sophia—. Esbozó una sonrisa al recordar cómo voces remotas narraban que en las entrañas de algunos pabellones todavía existían las cadenas y las argollas.

    Encaminó su coche hacía el vestuario donde se cambiaban las enfermeras... Todo continuaba igual. Rememoró viejos tiempos. Abrió su bolso y buscó un llavero con un puñado de llaves —«parecemos antiguas amas de llaves», pensó—. Con el manojo de llaves en la mano, se dispuso a abrir su antigua taquilla. Allí continuaban sus uniformes, sus enseres personales y viejas fotos enganchadas en la puerta. Cogió un uniforme limpio —pues una antigua compañera muy amablemente se lo había guardado— y empezó a desnudarse suavemente, procediendo a cambiarse la ropa de calle por su uniforme.

    Rememoró aquel antiguo ritual cargado de simbolismo que pasa desapercibido para ellas, pero que cambia completamente su imagen y su rol. Pues, con esa ropa de calle colocada en una taquilla, se despojan del que hasta ese momento es su mundo, intentando dejar atrás los problemas y los roles que cada una de ellas desempeña fuera de ese espacio —una mala noche durante la cual no se ha podido dormir, los hijos que quedaron en casa, uno de los cuales tiene fiebre, los problemas con la pareja, las tareas de la casa, los problemas con los padres, los estudios, etcétera—. En un segundo, intentan dejar en su subconsciente todas esas cuestiones que hasta ese momento son el eje central de sus vidas.

    Mientras se iba cambiando de ropa, Sophia fue consciente por primera vez del cambio de mentalidad que se estaba produciendo en su subconsciente, asumiendo el papel (ahora era una enfermera, encargada de brindar cuidados) que a partir de ese momento ejercería durante toda una larga jornada de trabajo. Trabajo que se realizaba en un espacio cerrado, sobrio y marcado por el internamiento: llaves, cerraduras, barrotes, enfermos... Incluso los uniformes y las batas blancas; recordó la frase que hacía años le refirió una paciente aquejada de la enfermedad de Alzheimer: «manchas blancas que corren sin pararse».

    Enfocó su mirada en aquel lugar, el vestuario, punto neurálgico y de encuentro, donde confluyen casi todos los trabajadores y donde se intercambian todo tipo de informaciones; lugar de confidencias, cotilleos, bromas, susurros y murmullo de voces contadoras de historias, anécdotas, comentarios e incluso risas. Risas que a esa hora de la mañana inundaban aquel espacio sobrio, constrictor, represivo y lo tornaban vivo.

    Preparada con el uniforme y la artillería pesada, los útiles de trabajo (bolígrafos de colores, rotuladores, libreta con chuletillas) y ataviada con todo el material necesario. Sophia salió del vestuario y se encamino al pasillo que conducía a las escaleras o al ascensor. Recorrió el pasillo, llegó al lugar donde estaba el ascensor, introdujo la llave en la cerradura —pues el ascensor también funcionaba con una llave— y se acomodó dentro de él, sintiéndose muy pequeñita.

    Sin pretenderlo, dirigió una mirada al pasado y los recuerdos afloraron en su mente; sintió tristeza. Ante sus ojos, aparecieron imágenes de tiempos pasados que, de alguna manera, formaban parte de la historia del manicomio, de la cual ella fue protagonista. Un mundo que en un principio resultaba aterrador, donde todavía existían las naves diáfanas, configuradas como macrohabitaciones, que realmente eran un fiel reflejo de aquellas imágenes que todos tenemos del manicomio. Nunca, ni en sus más remotos pensamientos, sospechó que se encontraría con episodios para los cuales no estaba preparada y que recordaría durante toda su vida.

    El ruido del ascensor le hizo volver a la realidad. Poco a poco, se acercaba a su unidad de destino y se preguntó en silencio: «¿Qué me deparará el día de hoy?», «¿estará muy cambiada la unidad?», «¿seré capaz de enfrentarme a los recuerdos?». Con estos interrogantes se fue sumergiendo en ese espacio y extraño mundo de locura donde, en ocasiones, se rompen los sueños, las aspiraciones, los objetivos, las metas de toda una vida; y donde algunos de sus protagonistas sienten que el mundo se les viene encima (Isabel Márquez).

    Psikiatric anecdotarium

    En sus momentos de lucidez, todos los locos son sorprendentes.

    Casimir Delavigne (1793-1843)

    Todo tiene un comienzo, pero ¿por dónde empezar? En ocasiones es difícil rememorar tiempos pasados; muchos de nosotros vamos perdiendo facultades cognitivas como la memoria, otros nos volvemos selectivos con nuestros recuerdos, y hay quién no quiere recordar —sobre todo cuando las experiencias han podido ser traumáticas para la persona—. Pero en nuestros recuerdos está nuestra historia, nuestro bagaje del mundo, podríamos decir que nuestra esencia, lo que hemos sido y lo que somos.

    En algunos momentos, esas pequeñas imágenes se agolpan en nuestro cerebro; sí, en ese lugar escondido, oculto, un disco duro que lo guarda todo y que en ciertos momentos necesita de un reinicio, de un borrado, de un olvido, de un no acordarse...

    Son historias vividas por nuestras emociones: Alegría, Disgusto, Ira, Miedo y Tristeza; simpáticos personajes que cumplen una tarea específica en el interior de nuestro cerebro, tal y como Disney-Pixar muestra en la película Inside Out,² que se estrenó en junio de 2015. O como nos cantaban hace ya muchos años un dúo llamado los Pecos que quizás algunas de vosotras recordáis:

    ¡Recuerdos, recuerdos que emborronan mi tristeza!

    Recuerdos hechos con principio y fin [...]

    Recuerdos, recuerdos de palabras dichas en algún momento

    que han quedado en mí [...]

    No quiero recordar recuerdos, no quiero destrozarme así.

    Me inventaré cualquier excusa [...]

    Recuerdos, recuerdos de palabras dichas en algún momento

    que han quedado en mí [...]

    (Pecos, 1980)

    Los recuerdos son una parte imprescindible del ser humano, son necesarios para no olvidar de dónde venimos y hacia dónde nos dirigimos; y recordar. Recordar es lo que las protagonistas de este libro hemos hecho. Simplemente recordar y rememorar tiempos pasados vividos en el manicomio; para algunas de nosotras casi toda una vida, porque todas iniciamos nuestra trayectoria en el psikiatric cuando aún éramos muy jóvenes.

    Durante todos estos años, enfermeras y auxiliares «nos las hemos visto de todos los colores»... Hemos reído, hemos llorado, hemos pasado miedo; podríamos decir que hemos vivido un poco de todo. Estas experiencias han ido conformando un vínculo entre todas nosotras que nos ha convertido en un equipo que, a día de hoy, es respetado y reconocido en toda la institución. Se nos conoce como el equipo de Bedlamp. Ahora somos reconocidas, pero hubo un tiempo en que, como todo principiante, éramos personas desconocidas en el psikiatric, personas sin nombre, ni rostro, simplemente un número... Hasta que, poco a poco, nos labramos un respeto, una profesionalidad y un nombre. Nosotras las enfermeras recibimos varios nombres (Zipi y Zape, las Koplowitz, etcétera), aunque la mayoría de la gente nos conoce como «las Isabeles», porque las dos nos llamamos Isabel.

    En sus inicios, casi todas las personas dedicadas a cuidar sufren y viven un vía crucis imaginario porque cada día deben cubrir una suplencia en una unidad diferente, en los diferentes turnos (mañana, tarde, noche), todos los fines de semana del año, todos los festivos, sin apenas descanso. Nosotras no fuimos la excepción ya que, por aquellos años, principios de los años 1980, así era como funcionaban las cosas. Cada día acudías a

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