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Estuve en el infierno y volví
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Libro electrónico77 páginas1 hora

Estuve en el infierno y volví

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«Aquel día me encontraba pidiendo monedas donde siempre, pero antes de ir pasé primero por el santuario de mi padrecito Hurtado, donde descansan sus restos. Me arrodillé ante él y en ese minuto mi vida cambió. Antes de eso no creía en nada, así que le pedí, con mucha fe, que me desgarrara, que me sacara la piel; le pedí que intercediera ante mi amigo, el Flaco Cruz, para que él, solo él me demostrara que existía porque de seguir así como estaba, mi vida no valdría nada».
IdiomaEspañol
EditorialMAGO Editores
Fecha de lanzamiento23 jul 2017
ISBN9789563173956
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    Estuve en el infierno y volví - Víctor Ábalos

    © Copyright 2017, by Víctor Ábalos

    Primera edición: agosto 2017

    Colección Registros

    Director: Máximo G. Sáez

    editorial@magoeditores.cl

    www.magoeditores.cl

    Diseño y diagramación: Catalina Silva Reyes

    Edición literaria: Sasha Di Ventura Camacaro

    Edición electrónica: Sergio Cruz

    Imagen de portada: www.flickr.com/photos/117117533@N07/13825354604/sizes/l

    Registro de Propiedad Intelectual Nº 281.161

    ISBN: 978-956-317-391-8

    Derechos Reservados

    MINIBIOGRAVERDAD

    Santiago de Chile, 1959.

    Vago de profesión. Consiguió su título profesional después de 8 años de carrera, en la esquina de Arica con Velásquez, donde queda la Universidad Semaforial. Esta sí es gratuita, de la calle. Tomó algunos postgrados —perdón, ya no sea rasca, se dice «en-vi-ei», suena más cuico—, los cuales realizó en diferentes «antrosgrados». Terminó su memoria y se graduó en la mejor Sede Veteranos Amigos Siempre, especializándose y doctorándose en drogas de todo tipo, delincuencia (sin ejercer, solo la teoría), condiciones sexuales, abusos autoritarios (dolor que siente cualquier ser humano) y pobreza, no solo del alma, sino también del estómago, es decir: «hambre».

    Es autodidacta de la escritura, publicando su primer libro con los mejores. En sus manos y profesionalismo está toda mi vida y la de otros. Siempre los milagros son mágicos.

    PRÓLOGO

    Quiero comenzar diciendo que este relato es de la vida real. Digo real porque cada experiencia plasmada en este libro es absolutamente verdadera, años de ver tanto dolor y sueños de mucha gente que conocí.

    Comienzo por agradecer a mi Dios, aquel que me dio la oportunidad de conocer la realidad de la vida y del ser humano. Gracias a esto vuelvo a la vida normal, como la que cada uno de ustedes tiene, solo que este hombre jamás volverá a ser el mismo. También quiero agradecer a toda esa gente que, sin saber quién era yo, incondicionalmente me regalaba algunas monedas, sin importar la suma, ya que no era obligación hacerlo: muchísimas gracias. Hoy día me siento renovado, limpio de alma y con un crecimiento espiritual a toda prueba. Por eso mismo, la única forma que tengo para agradecerle a cada uno de ustedes es contar mi verdad.

    Bienvenidos.

    «Ellos vienen de un hogar bien constituido». Esta frase sobre mis hermanos y yo la escuché ciento de veces, una y otra vez. De esta forma se expresaba la mujer a la cual adoré, amé y respeté hasta el día en que falleció. Mi madre, una mujer hermosa en su juventud, muy educada y que también venía de un hogar «bien constituido», siempre comentaba eso con sus amistades.

    Tengo ascendencia de español con francés de parte de mi abuelo materno, un hombre realmente maravilloso que se jubiló de Investigaciones como jefe de una unidad del centro. Ellos eran del barrio Brasil y, según lo que mi madre contaba, eran vecinos de la familia de un personaje muy querido en el medio farandulero de la Nueva Ola, el «Pollito Fuentes», a quien nombro con mucho respeto y cariño (mis disculpas por tomar su nombre). Mi madre siempre comentaba: «Fui muy amiga de la hermana del Pollito, se llamaba Silvia…» Lo escuché tantas veces que no me cuesta recordar.

    Mi abuelo paterno, en ese tiempo oficial de Carabineros, falleció con el grado de coronel. Con mucho respeto también lo plasmo en este papel, coronel Ángel Ábalos Castellini, quien terminaría sus días como presidente de la Fordapreca. Yo me sentía como el muchacho más orgulloso y feliz por tener de abuelo a un personaje como este, que respetaba tanto, incluso sin haberlo conocido mucho. Lo vi por primera vez a los 17 años y fue impresionante. Allí estaba yo, frente a frente con mi abuelo, un coronel de Carabineros y, aunque no lo crean, el coronel estaba frente a un cadete. Pero no se rían, es verdad. Hoy en día pienso ¡qué madre más astuta la mía! Tenía una inteligencia a toda prueba.

    Mi abuelo también me veía por primera vez y noté en su duro rostro una emoción que pudo disimular muy bien, ya que ante él estaba el nieto paria, aquel que todos negaban, el que no existía, del que no se podía hablar. Mi abuelo y este cadete, mirándonos frente a frente, sin saber nada el uno del otro. En varias oportunidades busqué los ojos de mi madre y hoy recuerdo muy bien su porte de vencedora, no expresaba ningún sentimiento, pero igual se notaba la satisfacción. Ahora que pienso en ello, creo que me utilizó. Me convertí en cadete por darle el gusto y ella consiguió que mi abuelo me viera en uniforme. Si ese acontecimiento hubiera ocurrido ahora, tal vez mi madre muy interiormente diría: «Toma, toma. Ahí tienes, viejo tal por cual», y yo que ahora conozco la calle y el coa, diría: «vender la pescá», «chaucha, chaucha los pacos, pero sin zapatilla…» Así conocí al padre de mi padre, personaje que seguiría en mi vida por algunos años de mi vida.

    Para esa época, la «esposa» de mi abuelo ya había fallecido. Qué pena y qué dolor siento pues con el tiempo supe por familiares directos de mi padre que ella, mi abuelita, la Sra. Raquel Verdugo, me había querido de verdad. Pero me la negaron y no fue la vida, sino mi madre, mi padre, mi abuelo y algunos de mis tíos.

    Pasaron dos años y yo seguía frecuentando a mi abuelo, siempre en el mismo lugar: Banco de Chile, calle Paseo Ahumada, el mismo donde se hicieron famosos Los Atletas de la Risa. Parece un chiste en esa sucursal.

    Mi mamita seguía con su idea de «sigamos con la victoria», es decir, presentarme al resto de la familia mientras estaba con el uniforme. Un día llegué a casa para descansar por el fin de semana, en ese momento no había alcanzado a cambiarme, y mi madre, muy feliz y hermosamente arreglada, me tomó de la mano y partimos velozmente. En el camino me explicó que que conocería a un nuevo personaje: don Nelson Ábalos, mi tío. Este hombre, también exuniformado y con grado, trabajaba en el Falabella

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