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Cuentos completos
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Cuentos completos

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En las páginas de este libro se ve desfilar la violencia del opresor contra el oprimido, la violencia entre iguales, la violencia acicateada por la venganza, la violencia que se da en un estallido espontáneo, la maledicencia, la guerra, la crueldad psicológica, la brutalidad más elemental, la violencia pragmática y hasta la violencia que ejerce la misma naturaleza en contra de los seres humanos. Pero siempre al final, parece decirnos Mauricio Magdaleno, queda un espacio, aunque sea mínimo, para albergar la esperanza: esa luz que brilla al final del túnel. Quizá esto sea lo que lo convierte en uno de los forjadores más brillantes de nuestra tradición narrativa. La reunión de estos relatos de Mauricio Magdaleno podría servir, entonces, como una muestra de lo que ha sido la estética de la violencia. Una estética que, sobre todo durante el siglo XX, dio importantes productos literarios, y que en este autor toma diversas formas y adquiere diversos matices.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento17 ene 2014
ISBN9781940281612
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    Cuentos completos - Mauricio Magdaleno

    Índice

    Prólogo

    Las campanas de San Felipe

    Pasos a mi espalda

    Las Víboras

    Cuarto año

    Las carretelas

    El caimán

    El compadre Mendoza

    El baile de los pintos

    Palo ensebado

    Teponaxtle

    Leña verde

    El héroe de peñuelas

    Estrellas de noviembre

    Llamarada

    Viernes Santo en Ixtapalapa

    El ardiente verano

    Prólogo

    Eduardo Antonio Parra

    Para muchos de nuestros escritores, lo mismo que para el ciudadano común, México es un país cuyas señas de identidad se agrupan en torno a la violencia.

    Desde la conquista de Tenochtitlan, pasando por el sistema de encomiendas, la esclavitud, la explotación de la Colonia por parte de la Metrópoli, los levantamientos indígenas, hasta la lucha por la independencia, las rivalidades entre caudillos y las intervenciones extranjeras, el devenir nacional rebosa de capítulos sangrientos que tuvieron su origen en la constante opresión de los débiles por los poderosos y en las explosivas reacciones con que aquellos intentaron sacudirse la opresión.

    Este cuadro, que poco a poco modeló una parte importante de nuestra idiosincrasia, influyó en nuestra psicología y, por lo tanto, condicionó muchas de nuestras actitudes, aparentó suavizarse en las últimas décadas del siglo XIX, al grado de que los optimistas auguraban que, con el advenimiento de la nueva centuria, llegaría al país una época de estabilidad, paz y progreso.

    Se equivocaron. El estallido de la revolución y el desarrollo de sus secuelas hicieron de la primera mitad del siglo XX una etapa de turbulencias quizá mayores que las de la etapa anterior. De 1910 a 1940 abundaron las revueltas populares, acicateadas por la inconformidad social o por los vendavales ideológicos y religiosos. El país se convulsionó al ritmo de las traiciones, los crímenes, las asonadas, los magnicidios, los violentos cambios de rumbo.

    Época de gestación y parto, estos años constituyen una fuente de estudio para científicos sociales pertenecientes a todas las disciplinas; sus protagonistas han sido analizados en sus ideas y actitudes, diseccionados hasta el cansancio por historiadores, psicólogos, sociólogos y politólogos con el fin de entender ese periodo que generó al México de hoy.

    Sin embargo, más allá de teorías, tesis o tratados, las primeras décadas del siglo también contaron con cronistas y fabuladores, quienes registraron de primera mano, por medio de la palabra, la existencia real, inquieta y cambiante que llevaron nuestros antepasados. Gracias a su literatura ahora tenemos la oportunidad de conocer a la gente que vivió entonces, su pensamiento, su manera de actuar, sus tribulaciones y esperanzas.

    Uno de los principales testigos de estas décadas convulsas fue Mauricio Magdaleno, quien supo capturar ese acontecer que lo rodeó desde la infancia hasta el momento de su muerte, plasmándolo en sus obras para beneficio de sus lectores contemporáneos y de los futuros, es decir, de nosotros.

    Partícipe de los procesos más importantes de su época, novelista, escritor cinematográfico, ensayista, dramaturgo, cuentista, cronista político y funcionario cultural, Mauricio Magdaleno es sin duda uno de los creadores que han conseguido imprimir su huella con mayor fuerza en el imaginario mexicano del siglo XX. Como crítico de su realidad, destacó entre los integrantes de su generación por su disciplina, su afán innovador y su talento artístico, cualidades que lo llevaron a enriquecer cada uno de los géneros que abordó, impulsándolos en su evolución, dotándolos de un sello nacional y, a un mismo tiempo, de un cariz moderno y universal.

    Dada la variedad de sus impulsos creativos, actualmente quizá cada uno de los mexicanos guardamos en la memoria por lo menos una imagen, una escena o una frase ideada por él. Es posible afirmar que nuestra concepción del pasado reciente de México le debe mucho a su obra.

    Como dramaturgo, fue uno de los primeros en trasladar al teatro la crítica de la revolución, en dramas como Emiliano Zapata, estrenada a principios de los años treinta.

    Como guionista de cine, unió su visión a la de Emilio el Indio Fernández y a la de Gabriel Figueroa, formando con ellos el triunvirato que pasearía la imagen del México bronco y violento por todo el mundo en películas clásicas de la llamada Época de Oro de nuestro cine.

    Como cronista, su libro más conocido y leído es aquel en el cual relató la campaña de José Vasconcelos a la presidencia: Las palabras perdidas, testimonio capital en nuestra historia contemporánea, que narra la formación de un grupo de gran trascendencia en la vida pública del país, pues de él surgieron quienes le darían rostro cultural y político al país por muchos años.

    Sin embargo, quizá la labor más importante de Mauricio Magdaleno, donde desplegó su verdadero talento de artista y por medio de la cual influyó de manera decisiva en nuestra cultura, fue la de narrador. En novelas y cuentos nos ha dejado universos completos, cerrados, orgánicos, que en su momento fueron innovaciones, es decir, modelos a seguir por quienes venían detrás de él, por los escritores jóvenes que habrían de modernizar en definitiva nuestra narrativa.

    Para ilustrar sus alcances narrativos bastaría con mencionar Concha Bretón, acaso la primera novela mexicana urbana escrita después del periodo revolucionario, donde se lleva a cabo un profundo análisis de la situación moral en que se hallaba el país, abordando de frente el tema del machismo y la vida de las mujeres en la ciudad; novela célebre, entre otras cosas, por contener el primer registro narrativo de Agustín Lara, quien en ese tiempo era tan sólo un cantante de cabaret. O Sonata, novela también situada en la capital, en la cual se arremete contra la comunidad artística mexicana, denunciando la frivolidad y la chapucería de la vida literaria y acusando a los creadores de correr sin ningún pudor tras la fama y el dinero.

    No obstante, las novelas más reconocidas de Magdaleno son las que se inscriben en la corriente conocida como Novela de la Revolución Mexicana: La Tierra Grande y, principalmente, El resplandor —rescatada para el lector de nuestros días por editorial Lectorum, que junto con El luto humano, de José Revueltas, y Al filo del agua, de Agustín Yáñez, marca el inicio de la novela contemporánea mexicana.

    Los hallazgos del Mauricio Magdaleno novelista son innegables. Mas como sucede con la mayoría de quienes acuden lo mismo al cuento que a la novela, un acercamiento a su narrativa corta nos devela la esencia de sus obsesiones temáticas y la variedad de las formas que éstas adquieren en su escritura. Temas y obsesiones que muchas veces pasan de un relato a otro, transformándose de acuerdo con la situación de cada uno, y en los que no resulta difícil identificar tres diferentes etapas que marcaron la trayectoria de Magdaleno: su primera infancia, transcurrida en la provincia; la pubertad y la adolescencia sacudidas por el terremoto revolucionario; y la juventud y la vida adulta instalado en la urbe capitalina.

    En los cuentos es fácil advertir su constante preocupación por las consecuencias de la desigualdad socioeconómica, tanto en lo particular como en lo colectivo, que también ha desplegado detalladamente en sus novelas. La revolución, sus causas ancestrales, la larga cadena de horrores que arrastró a su paso y su fracaso tras apropiarse del poder político está presente en estas páginas. Las creencias religiosas, las supersticiones, los rituales indígenas suelen actuar como un resorte que lanza la historia por los caminos de la magia y la fantasía, poco transitados en las letras de la época. Las leyendas provincianas que suelen destruir reputaciones y que muchas veces se originan en algo tan simple y en apariencia inofensivo como los chismes de infancia. El drama de la pobreza. Las transgresiones de índole moral, como el incesto.

    Pero, sobre todo, existe una dicotomía visible que está presente en cada una de las piezas cortas del autor: por un lado, esa violencia que envuelve la historia de México y que Magdaleno describe en casi todas sus posibles manifestaciones; y, por el otro, la fiesta popular, el ritual gregario, las celebraciones en las que los mexicanos, desde los inicios de nuestra historia, dejamos escapar la frustración, el resentimiento y toda la energía contenida que a veces también se convierte en accesos de furia. Fiesta ritual y violencia combativa se conjugan, en la obra de este narrador, para entregar a sus lectores un retrato psicológico de lo que hemos sido, y somos, los habitantes de esta tierra.

    Mauricio Magdaleno nació en 1906 en un pequeño pueblo llamado Tabasco, en el estado de Zacatecas, aunque muy pronto se trasladó junto con su familia a la ciudad de Aguascalientes. Es ahí, en esa pequeña capital de estado, donde comienza a registrar tanto los sucesos cotidianos como los extraordinarios que agitaban a la comunidad y que más tarde serían la materia prima de algunos de sus relatos.

    Es este ambiente provinciano, generador de recuerdos nostálgicos, el que nuestro autor refleja en el único cuento inédito que contiene esta reunión. Aunque su trama se sitúa en Oaxaca, es decir, un territorio distante a donde el autor pasó su infancia, también muestra esa aparente tranquilidad que se vivió durante el Porfiriato en toda la nación.

    Relato histórico, en Las campanas de San Felipe se reviven las viejas luchas ideológicas entre liberales y conservadores, dentro del marco de las fiestas de la celebración de la independencia en 1897. Como en varios de los cuentos, la recreación de la fiesta, del grito en este caso, alcanza niveles de registro periodístico. El argumento y su desarrollo sirven a Magdaleno para deslizar críticas irónicas contra la posición extremista de los jacobinos de la época. El estilo y la estructura son bastante tradicionales, lo que podría indicar que, no obstante inédito en vida del autor, este cuento pertenece a la primera época de su producción literaria.

    Aunque quizá el Aguascalientes de las primeras décadas del siglo XX no era distinto a otras poblaciones del interior del país, la pluma de Magdaleno la torna inconfundible, tendiendo sobre sus calles estrechas y empedradas, sobre sus paredes claras y su escasa vegetación un aire único, y arrancándole a su somnolencia relatos armados con el entramado de una violencia brutal que desmiente el rostro pacífico de las ciudades mexicanas.

    Pasos a mi espalda, ubicado en una época imprecisa que bien podrían ser los años inmediatamente posteriores o anteriores a la guerra revolucionaria, es sin duda un relato de gran intensidad, intensidad que va en aumento línea tras línea, hasta que ella misma parece explotar en el violento desenlace. El autor enfrenta aquí a su protagonista, un fuereño recién llegado a la ciudad por cuestiones de trabajo, con ese miedo que puede acecharnos a cualquiera de nosotros detrás de la esquina menos esperada.

    Pero si el ámbito donde transcurre la infancia de un autor puede marcar su escritura durante toda su vida, los acontecimientos que sacuden ese espacio suelen transformar su existencia y su manera de ver el mundo. Cuando Magdaleno apenas tenía cinco o seis años de edad, México comenzó a cimbrarse a causa de la revolución. Dos años más tarde, todas las fuerzas en pie de lucha se dieron cita en Aguascalientes, y de ahí en adelante su infancia se vio inmersa en ese remolino que no habría de aplacarse sino mucho tiempo después.

    Por eso no es casual que la mayor parte de sus cuentos toquen el tema de la revolución, ya sea en su natal Aguascalientes, en los campos de batalla, en las haciendas o en los poblados que fueron barridos por ese vendaval de violencia que significó nuestra mayor lucha armada del siglo XX. Las víboras, Cuarto año, Las carretelas y El caimán" son relatos que reflejan ese ambiente épico a través de los ojos de un narrador que recuerda hechos sucedidos durante su más temprana edad.

    En Las víboras, en medio de una frágil paz concedida por los revolucionarios, los habitantes de Aguascalientes se muestran más alterados por una historia de amor trunca a causa de un supuesto incesto, que por la suerte de las facciones en lucha. El autor teje con sutileza los comentarios nacidos de la maledicencia, en torno a un padre y sus dos hijas, hasta que de manera natural el chisme desencadena en tragedia. El tránsito del amor al odio entre la pareja de protagonistas y los mitos eróticos que rodean el romance actúan como catalizadores del despertar sexual del niño testigo de la historia.

    En Cuarto año, enmarcado en el ambiente escolar de una escuela primaria, asistimos a la historia de un amor imposible entre el director del plantel, encarnación del terror infantil, y la maestra Macías, una suerte de ángel que tiene hechizados a los alumnos. Durante los meses de la Convención Revolucionaria, época en que las rivalidades políticas llegan hasta los niños, el drama del amante desdeñado conmueve a los habitantes de la ciudad como no lo hace la brutalidad de los guerreros que pululan por las calles.

    Las carretelas narra otra historia de amor, pero en este caso los celos desaforados de un villista son los causantes del escándalo. En este relato es posible advertir los temas que Magdaleno desarrollaría una y otra vez en los guiones de sus películas: un hombre se roba a una mujer, ésta le es fiel pero a causa de un malentendido él cree que lo engaña, explota el resentimiento contenido y, después de los hechos sangrientos, se aclaran las cosas y todo termina en la letra de un corrido.

    En la pieza titulada El caimán, se explora la técnica del relato de aventuras. Sin abandonar el marco de un Aguascalientes tomado por los revolucionarios, se nos cuenta una trama de persecuciones y encubrimientos en la que un hombre, cuya cabeza exige el general Fierro, tras una serie de peripecias tanto peligrosas como torturantes, logra escapar de sus verdugos gracias a una treta que también ha sido explotada una y otra vez en el cine.

    La Convención Revolucionaria en Aguascalientes le da pie a Magdaleno, como hemos visto en los cuatro cuentos anteriores, para aventurarse en distintas vertientes literarias. Siempre con la sombra de la guerra cubriendo a los personajes, los argumentos se desarrollan en una tensión que quizá no hubiera existido en tiempos de paz. Sin embargo, nuestro autor coloca a sus personajes en conflictos particulares aún más intensos que el que envuelve a todo el poblado, a todo el país. Por eso sus cuentos no pierden ni su vigor ni su actualidad.

    Si bien uno de los temas recurrentes en la cuentística de Magdaleno es la violencia, en los relatos que abordan de frente la revolución mexicana y sus causas ésta se diversifica, se exacerba, puede alcanzar cimas de crueldad pocas veces vistas entre nosotros, y se mezcla con las fiestas tradicionales del pueblo que ya de por sí muchas veces presentan un carácter sombrío, de brutalidad contenida, que sólo espera el momento propicio para canalizarse.

    El compadre Mendoza es una crítica a la amoralidad, a la violencia pragmática de los hombres entregados a la codicia. Se nos señala aquí el prototipo del oportunista, de ese político corrupto que haría carrera y fortuna tras el triunfo de la revolución y que tuvo su génesis durante la lucha. Se trata de un hombre simpático, cuya única causa es el provecho propio, que se sirve de las convicciones de los otros. El relato, que finaliza en una tragedia que no afecta al protagonista, plantea a un personaje que, con el tiempo, habría de convertirse en uno de los arquetipos más conocidos de nuestro siglo XX.

    El baile de los pintos refleja otro tipo de violencia: la brutalidad telúrica que se desató en muchos tras el desencadenamiento de la bola, y que victimiza a la gente de paz, ésa que al no comprometerse con ningún bando es la que más sufre las consecuencias de la guerra.

    Junto con El compadre Mendoza, El baile de los pintos fue de los primeros cuentos publicados por Mauricio Magdaleno en el periódico El Sol de Madrid, durante su exilio a principios de los años treinta. Estos dos relatos lo consagraron desde entonces como uno de los más importantes narradores de la Revolución Mexicana.

    En Palo ensebado la violencia de los poderosos sobre los oprimidos adquiere matices de una refinadísima crueldad psicológica. Con el telón de fondo de una fiesta tradicional en una hacienda porfirista, el narrador traza los mecanismos de la venganza del patrón contra un mediero que se había levantado en armas, poniendo como cebo a la familia de éste. El resultado es la tragedia de un padre, en donde se van acumulando emociones que detonan en el lector sólo al llegar a las últimas líneas.

    Teponaxtle es uno de los relatos más peculiares del autor y de nuestra narrativa. En él, la historia de una cuadrilla de revolucionarios que se ven copados por las fuerzas federales y emprenden la desbandada, de pronto se torna en un cuento fantástico que abreva en las tradiciones indígenas acerca de la magia y lo sobrenatural. Sin dejar de narrarlo con la misma tensión que envuelve sus otros relatos, el autor apuesta aquí más que nada por una atmósfera enrarecida y por el extrañamiento final.

    Leña verde parte de una estructura temporal novedosa para trazar la vida de un viejo indígena que ha sido abusado por todas las facciones en pie de lucha en México desde mediados del siglo XIX hasta principios del XX. Desde los franchutes y los chinacos de la guerra de la intervención, hasta los zapatistas y los federales durante la bola, todos le han quitado algo. Finalmente, el viejo se halla velando el cadáver de su nieto, el único descendiente que le quedaba. A través de la trama y de las anécdotas planteadas, el protagonista poco a poco se levanta como un símbolo del pueblo mexicano, ese pueblo pacífico y trabajador, siempre esperanzado en la llegada de tiempos mejores para poder vivir.

    Y, siguiendo el hilo de la historia, luego de dejar atrás la revolución, nuestro autor nos entrega un cuento que se sitúa, sin mencionarla apenas, en la época de la Guerra de los Cristeros. Realizando una incursión en el género picaresco, El héroe de Peñuelas trata de las aventuras amorosas y delictivas de un peladito que, con tal de hacerse de un dinero para robarse a la novia de otro, el protagonista acepta volar un puente para descarrilar un tren. Esta acción favorecería a los Cristeros que se enfrentaban al gobierno. Sin embargo, la dinamita estalla en el momento en que el saboteador intenta colocarla. Él muere y la gente corre la voz de que fue tratando de salvar el tren. Cuento en donde la ironía campea en cada página, El héroe de Peñuelas destaca por el uso de técnicas, puntos de vista y fragmentaciones del tiempo poco usuales en los años en que se escribió, así como por el tema del terrorismo que casi nunca ha sido abordado en nuestras letras.

    Ya se ha dicho que en sus relatos de la revolución, Magdaleno refleja un mundo en el cual la rebelión y la violencia se originan en los abusos de los patrones sobre los campesinos. Sin embargo, cuando sus historias mudan de ámbito hacia la ciudad, la violencia inherente a sus personajes persiste. En sus cuentos urbanos, el autor parece decirnos que, tras la lucha, aquella violencia y aquellos abusos sólo se transformaron en algo más opresivo, generalizado, que afecta a todos los mexicanos. Así sucede en Estrellas de noviembre, en Llamarada y en Viernes Santo en Ixtapalapa.

    El primero trata de un par de jóvenes delincuentes cuyo único objetivo es hacerse de unos fierros para pasarla bien. Melodrama típicamente urbano, la historia del adolescente maleado que arrastra a otro más joven al crimen, termina en una doble tragedia: la de la delincuencia y la de la madre bondadosa que mira cómo su hijo se pierde sin poder hacer nada. Se trata de un relato que bien pudo ser el ensayo para algunos guiones cinematográficos.

    En Llamarada son la pobreza, la ignorancia y el alcoholismo las formas que adquiere la violencia para manifestarse. La historia narra acaso los últimos momentos en la vida de un tragafuego, un teporocho que vive para beber y para intentar divertir a los transeúntes de un crucero. Casi un monólogo interior combinado con algunas descripciones urbanas, el relato finaliza con un brote de violencia homicida que deja al lector en un estado de duda, de extrañamiento, que no hace sino acentuar su fuerza.

    Viernes Santo en Ixtapalapa se centra en una afrenta con su correspondiente venganza. Como ya es común en la narrativa corta del autor, el telón de fondo lo constituye una fiesta popular cuya descripción, junto con las del adulterio y el crimen, le otorgan al relato un tono periodístico que sirve para acrecentar la tensión y preparar la eficacia del desenlace. El resultado es una magnífica estampa costumbrista y un análisis del machismo mexicano que bien podrían ser el reflejo de una escena actual en cualquier ciudad del país.

    Narrador de la desgracia, del sufrimiento y de la violencia que han arropado a México desde los inicios de su historia, Mauricio Magdaleno escribió también relatos que apuntaban hacia otro rumbo: el de la esperanza en una felicidad posible. Esta compilación se cierra con uno de ellos, El ardiente verano en donde el autor abre una temática que en su época apenas era abordada por algunos escritores y que ahora, medio siglo después, se encuentra en pleno apogeo: la de los migrantes mexicanos a los Estados Unidos.

    En este cuento el autor corona las expectativas de todos aquellos que cruzan la frontera con el fin de obtener una vida mejor, narrando la historia de una familia que, tras una mala temporada de penurias y privaciones, encuentra un objeto de características casi mágicas que puede sacarlos de la pobreza para siempre. La historia guarda algunas semejanzas con el guión cinematográfico que Magdaleno escribió para la película La perla, salvo que el desenlace aquí va encaminado en una dirección opuesta, como si con esta inyección de esperanza el autor quisiera decir a sus lectores que, a pesar del panorama oscuro que siempre se ha opacado nuestro mundo, no todo está perdido, que aún quedan cosas por las cuales mantener la fe.

    La reunión de los relatos de Mauricio Magdaleno que el lector tiene ahora en sus manos podría servir, pues, como una muestra de lo que ha sido en nuestro país la estética de la violencia. Una estética que, sobre todo durante el siglo XX, dio importantes productos literarios, y que en este autor toma diversas formas y adquiere diversos matices.

    A lo largo de estas páginas se ve desfilar la violencia del opresor contra el oprimido, la violencia entre iguales, la violencia acicateada por la venganza, la violencia que se da en un estallido espontáneo, la maledicencia, la guerra, la crueldad psicológica, la brutalidad más elemental, la violencia pragmática y hasta la violencia que ejerce la misma naturaleza en contra de los seres humanos.

    Pero siempre al final, parece decirnos Mauricio Magdaleno, queda un espacio, aunque sea mínimo, para albergar la esperanza: esa luz que brilla al final del túnel. Quizá esto sea lo que lo convierte en uno de los forjadores más brillantes de nuestra tradición narrativa.

    Las campanas de San Felipe

    A Raúl Cardiel Reyes

    De hecho, desde que el presidente municipal, Longinos Cuéllar, hizo entender terminantemente a los responsables de las iglesias de Oaxaca que a partir de aquel preciso día era un 5 de febrero no toleraría el menor acto de culto externo ni el toque de las campanas más de tres veces en veinticuatro horas, según el reglamento del precepto respectivo de la Constitución que para honra y salud de todos nos regía, aquéllos, los curas y presbíteros, amedrentados, impusieron a los campaneros el limitar el uso de los bronces a las disposiciones del diabólico Cuéllar (en todo caso y previa solicitud, podrían aventurar dos toques más, en casos explicablemente excepcionales). Era una gloria, dicho sea en honor a la verdad, oír los repiques cuando se celebraba alguna solemnidad mayor, el Corpus, la Asunción de la Santísima Virgen o la Soledad, Todos Santos y los Fieles Difuntos, la capital de Nuestra Madre

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