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El tiempo mexicano de Carlos Fuentes en el cine nacional (1960-1970)
El tiempo mexicano de Carlos Fuentes en el cine nacional (1960-1970)
El tiempo mexicano de Carlos Fuentes en el cine nacional (1960-1970)
Libro electrónico159 páginas2 horas

El tiempo mexicano de Carlos Fuentes en el cine nacional (1960-1970)

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Este ensayo, retoma el libro Tiempo mexicano de Carlos Fuentes publicado en 1971. Su intención es la de mostrar los cambios que el escritor visionó durante esa época, tiempos violentos, y que el cine nacional ha recopilado y denunciado a través de sus argumentos y guiones. El tiempo mexicano de Carlos Fuentes en el cine nacional (1960-1970), reflexiona sobre la obra de Fuentes dentro de la filmografía nacional, no sólo como guionista, y contrasta y análoga, con cintas como Los jóvenes de Luis Alcoriza o Los mediocres de Servando González; con Los caifanes o Las dos Elenas. A partir de estos hallazgos, González realiza un estudio social del México de la década de los setenta, así como el México actual; un México que se desmoronó a partir de 1968, hecho que vuelve más difícil llegar a una conclusión e incluso al significado de lo que verdaderamente es ser mexicano.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento8 may 2020
El tiempo mexicano de Carlos Fuentes en el cine nacional (1960-1970)

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    El tiempo mexicano de Carlos Fuentes en el cine nacional (1960-1970) - Obed González

    Este ensayo, retoma el libro Tiempo mexicano de Carlos Fuentes publicado en 1971. Su intención es la de mostrar los cambios que el escritor visionó durante esa época, tiempos violentos, y que el cine nacional ha recopilado y denunciado a través de sus argumentos y guiones. El tiempo mexicano de Carlos Fuentes en el cine nacional (1960-1970), reflexiona sobre la obra de Fuentes dentro de la filmografía nacional, no sólo como guionista, y contrasta y análoga, con cintas como Los jóvenes de Luis Alcoriza o Los mediocres de Servando González; con Los caifanes o Las dos Elenas. A partir de estos hallazgos, González realiza un estudio social del México de la década de los setenta, así como el México actual; un México que se desmoronó a partir de 1968, hecho que vuelve más difícil llegar a una conclusión e incluso al significado de lo que verdaderamente es ser mexicano.

    El tiempo mexicano de Carlos Fuentes en el cine nacional (1960-1970)

    Obed González

    De Kierkegaard en la zona rosa al rostro descarnado

    Tiempo e imagen

    Babilonia, Roma y Tenochtitlan poseyeron un tiempo, un lenguaje: verbo e imagen. Descripción que también nos muestra lo invisible: Entropía, verbo y movimiento. Rostros que son ninguno, todos y uno sólo a la vez y que, sin embargo, nos exhiben quienes somos. El hecho de estar y no estar del todo, de ser de un lugar, de todos los lugares y de ninguno a la vez. El suceso de ser lanzados a la ambigüedad de lo jamás terminado, seres finitos arrojados a un hueco que termina y comienza interminable: Nuestra percepción del tiempo.

    En 1965 el Instituto Nacional de Bellas Artes que dirigía José Luis Martínez, durante su primer año en el cargo, a través de la dirección de Antonio Acevedo Escobedo quien fungía como jefe del Departamento de literatura, invitó a 20 escritores para hablar de su vida y obra, entre estos escritores se encontraba Carlos Fuentes. José Luis Martínez quien fue admirado y odiado al escribir en la revista Cuadernos Americanos en 1948 sobre la literatura mexicana, criticarla y poner en tela de juicio esta actividad a partir de 1940:

    Una de las peculiaridades más visibles de la actividad literaria de los escritores mexicanos que han aparecido después de ¹⁹⁴⁰ es precisamente cierta forma limitada de dilentatismo. Les interesa ciertamente la literatura, pero sólo en cuanto es un ejercicio distinguido y un medio para conseguir o justificar algunas libertades. Y han llegado a ella, por otra parte, por una pendiente engañosa. La necesidad de expresión de una carga sentimental. Cuando la han satisfecho, unos permanecen anclados a este lirismo primitivo, retocándolo aquí y allá con un barniz de modernidad, y otros, que ha comprendido su incapacidad poética, derivan a otras formas literarias que consideran de fácil acceso o abandonan la literatura... En cualquiera de los sentidos en que se opere esta confusión, sus resultados suelen ser el divorcio entre la vida y la literatura. Es grande la dosis de valor o cinismo necesario para llevar las obras escritas la materia turbia o inconfesable de la vida y, cuando no se tiene esa audacia, como sucede en la mayoría de los casos, la solución es crear un mundo separado del arte. Un mundo que comienza por enrarecer y extenuar sus savias y acaba por ser inocuo. [¹]

    Para este programa Fuentes escribió un texto que después fue incluido en el libro Los escritores ante el público (1966), texto donde conversa en correspondencia con su vida y lo relaciona con la obra que hasta esa fecha había publicado. Dentro de sus líneas comenta que en su niñez vivió en varias partes del mundo y que fue lo que le ofreció una visión distinta sobre México. A partir de la reflexión de este escrito emergen sus recuerdos de infancia que lo llevaron a preguntarse a sí mismo su posición ante un México que intentaba comprender:

    ¿Cómo hacerme partícipe de las grandes mentiras y las grandes verdades de este país y, al mismo tiempo, mantener la distancia exigida por el pro instinto de conservación? ¿Qué actitud tomar, en mi vida y en lo que empezaba a escribir, ante las contradicciones de ese desorden básico en el que México es, crea y muere, y el orden inventado para para ofrecer una semblanza de organización? ¿Cómo, en fin, darle palabras a todo esto, palabras en un medio donde el lenguaje popular es la máscara defensiva de las violentas sofocadas, un lenguaje de emboscadas permanentes, que quema la lengua, que exige su amortiguador, su diminutivo, su albur, para mantener un equilibrio entre el mutismo verbal y la violencia física, y el lenguaje culto es otra máscara, la de un medio tono, una elegancia pegada con saliva, un falso pudor y una expresión anémica que pretende una vez más, disfrazar y ordenar la muda violencia circundante?. [²]

    Este soliloquio escrito es un signo más que mostró Fuentes para comunicarnos su preocupación identitaria que más adelante incluyera en Tiempo mexicano (Sexta edición. 1975:63-64), libro que deconstruiremos a través del cine mexicano. El tiempo, que en muchos títulos de su obra es recurrente y que es la gran obsesión del escritor al igual que la identidad mexicana.

    En Tiempo mexicano Fuentes colapsa el pasado con el presente para que estalle la imaginación presagiando un futuro posible. El escritor, como antecedente, mediante el cuento y la novela confirma el ensayo. Construye una obra concreta donde la idea de identidad se nos manifiesta como algo que se va construyendo y que todavía no posee un rostro definido en México. Tiempo mexicano es una analogía reflexiva y argumentada que se va develando desde la publicación de Los días enmascarados como una metáfora narrativa que se aprecia a partir del relato Chac mool como punto de inicio de sus temas ensayísticos, partiendo del movimiento conductual mexicano por medio del tiempo y que conlleva como elemento de análisis lo mítico. Esta parte de la historia que abre camino y, que, sin embargo, siempre es el mismo, aunque el hecho sea exánime. El tiempo que de manera simbiótica a la vez regurgita al mito. El híbrido, el mestizaje que en su estructura posee el sincretismo que nos parte y desborda hacia la confusión identitaria: Chac Mool revela cómo fue descubierto por Le Plongeon y puesto físicamente en contacto de hombres de otros símbolos. Este sincretismo cincelado en la piedra con otra forma que, sin embargo, en la cual, en su fondo sigue habitando lo perene: el poder de lo sagrado. Esta reunión de discursos repleta de imágenes y actos que convive con nosotros y que nos lleva a la reflexión de nuestro origen y a cuestionarnos sobre nuestra identidad a través del protagonista, Filiberto —que es la misma reflexión de Fuentes transformada en personaje—: Desfilaron en mi memoria los años de las grandes ilusiones, de los pronósticos felices y, también todas las omisiones que impidieron su realización. Sentí la angustia de no poder meter los dedos en el pasado y pegar los trozos de algún rompecabezas abandonado; pero el arcón de los juguetes se va olvidando y, al cabo, ¿quién sabrá dónde fueron a dar los soldados de plomo, los cascos, las espadas de madera? Los disfraces tan queridos, no fueron más que eso. Y, sin embargo, había habido constancia, disciplina, apego al deber

    Relato que nos insinúa el cómo y con qué estamos constituidos y que suministra rechazo e ira enmascarada de indignación por la incomprensión y aceptación del saber que las partes que nos conforman todavía están sobre la mesa esperando a ser reconocidas y unidas: He debido proporcionarle sapolio para que se lave el vientre que el mercader, al creerlo azteca, le untó de salsa ketchup. No pareció gustarle mi pregunta sobre su parentesco con Tlaloc, y cuando se enoja, sus dientes, de por sí repulsivos, se afilan y brillan.

    Este híbrido que somos y que en el relato se revela por medio del torbellino del encuentro con lo Otro y sus estragos, el cual, sino es comprendido, como un huracán de tentaciones va desplazando de su naturalidad a algunas naciones y crea conflictos que conllevan elementos demoledores: si el Chac cae en tentaciones, si se humaniza, posiblemente todos sus siglos de vida se acumulen en un instante y caiga fulminado por el poder aplazado del tiempo. Pero también me pongo a pensar en algo terrible: el Chac no querrá que yo asista a su derrumbe, no querrá un testigo... es posible que desee matarme. Una nación que siempre está a la espera de los designios del destino, sin poder de decisión propia a consecuencia de aquello que no comprende y, aunque unido, se sabe separado de ello: lo divino.

    Poseemos apenas doscientos años de independencia. Este texto escrito en 1954, es un antecedente ficticio que Fuentes parafrasea en Tiempo mexicano para manifestarnos esta construcción mexicana que posee un origen quebrantado que está reorganizándose pero que tiene que causar dolor y yerros al intentar unirlo y que por el momento al igual que el Chac mool está experimentando y tomando elementos de varias culturas hasta encontrar las piezas exactas que le provean concreción pero, por lo mientras, seguirá tomando la actitud de este dios que está en confusión por un mundo que intenta comprender: Antes de que pudiera introducir la llave en la cerradura, la puerta se abrió. Apareció un indio amarillo, en bata de casa, con bufanda. Su aspecto no podía ser más repulsivo; despedía un olor a loción barata, quería cubrir las arrugas con la cara polveada; tenía la boca embarrada de lápiz labial mal aplicado, y el pelo daba la impresión de estar teñido. Nuestro tiempo y nuestra imagen.

    Realizaremos una transtextualidad y retomaremos algunas líneas de Tiempo mexicano como epígrafes para desarrollar los capítulos Kierkegaard en la Zona Rosa y De Quetzalcóatl a Pepsicóatl, donde Fuentes y el cine mexicano dialogan con otros autores para lograr un acercamiento en similitudes perceptivas, imprimiéndole un enfoque más detallado en los años sesenta, que es la década en que Fuentes se consolida como escritor e intelectual, su tiempo y espacio y que se compara con el cenit del México independiente, década de las olimpiadas, del crecimiento económico y los preparativos para mundial de futbol, sólo que en Fuentes fue una continuidad que arrojó frutos a futuro y en el país, como nación, sólo fue una máscara que el cine a través de los años nos descubre para que observemos su verdadero rostro. Nuestro nuevo tiempo y nuestra nueva imagen.

    Pluma y cine: Carlos Fuentes: un fósforo encendido en lo brumoso del celuloide

    La pluma de Fuentes no sólo se dedicó al libro y el papel, también traspasó al cine y al celuloide. Al igual que algunos artistas de la época como José Luis Cuevas, Salvador Elizondo y Carlos Monsiváis, Fuentes fue un admirador y amante del cine. Alfonso Reyes a principios del siglo XX, en Europa, en el semanario España después de relevar a Federico de Onís comienza a escribir, en un principio con Martín Luis Guzmán, crítica cinematográfica bajo el seudónimo de Fósforo. Carlos Fuentes en honor a Reyes retoma este sobrenombre para escribir sobre cine con el distintivo de Fósforo II, actividad que ejecutaba desde 1954 en periódicos universitarios en su época de estudiante, cuando era discípulo en

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