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CUESTION DE ESTILO

Afines de la década del 80, Wim Wenders realizó un documental sobre el proceso creativo del diseñador japonés Yohji Yamamoto en el que cuenta: “Una vez hablamos de estilo y de cómo esto podía ser un enorme problema: el estilo siempre alberga el peligro de convertirse en una prisión, en una sala de espejos donde lo único que haces es reflejarte a ti mismo e imitarte. Yohji era muy consciente del problema. Naturalmente, él también había caído en la trampa. Decía que no volvería a caer porque había aprendido a aceptar su estilo. La prisión cedió (de la editorial Leteo), un libro de relatos tan dislocados como inquietantes. Personajes arrasados por la soledad, que guardan en su interior una densidad a punto de explotar, y puestos en escenas donde se percibe hasta la respiración de los objetos. Así como el psicoanálisis asume que lo siniestro es una variante de la angustia cuando lo conocido se torna extraño, Tentoni logra esa incomodidad en el lector a partir de un distanciamiento preciso y sin estridencias. Situaciones de quiebre y deseos inconfesables. Tal como anuncia el título, acá se combina la furia de la escritura con la exquisitez de la edición, que cuenta con ilustraciones de la artista chilena Javiera Hiault-Echeverría. Fuerza y sobriedad, en un objeto para atesorar. Hacer que un libro de cuentos sea atrapante y parejo de principio a fin es algo que solo pocos pueden. Por suerte, este año Fernanda García Lao nos regaló (Emecé), después de haber descollado con sus últimas novelas. Rama espinosa del mismo árbol genealógico de Clarice Lispector, su escritura no resiste el ejercicio quirúrgico de separar el contenido de la forma. Con cada libro arma un festín para la ficción que huye espantada de cualquier pretensión realista. Los relatos crujen según la lógica de su propio universo y la autora se vuelve una médium que nos acerca ese mundo extrañado, mezcla de sueño y absurdo. La cita de Ted Hughes que abre el libro nos da la pista de lo que vendrá: “Unas pocas palabras húmedas han transformado una úlcera de núcleo amargo en algo delicioso”. No hay dudas, las heridas punzantes que produce en el lector la escritura de Lao son algo tan doloroso como exquisito. El género novela también trajo aire fresco a las bibliotecas. Entre una de las voces más potentes está Mariana Komiseroff con (Emecé). La historia hunde sus raíces en el barro del conurbano pobre, áspero y sin eufemismos. Una especie de realismo criollo. Tres mujeres, una madre y dos hijas, en un mundo donde los hombres aparecen solo como el eco de la violencia cotidiana. Las voces de los personajes son el punto más fuerte de esta novela, donde Komiseroff señala las marcas del patriarcado no por corrección política sino porque está en el ADN de su propia posición como escritora. Al mismo tiempo, hay algo que surca la trama: la identidad como problema. Será por eso que se nos vuelve tan cercana, por esa cicatriz indeleble en la historia argentina que es un poco la de todos. Con una potencia lírica que ya habíamos conocido en su novela anterior, Leila Sucari no defrauda en (Tusquets), un relato a contrapelo de todos los mandatos, centralmente del que presenta a la maternidad como idilio. “Apenas lo vi me dio asco”, dice la protagonista en el comienzo para después encarar el camino de un deseo por fuera de toda lógica de la productividad, incluso cuando ese camino es difícil de digerir para una sociedad que todavía tiene el cuerpo de las mujeres como rehén. Imágenes oníricas para narrar el devenir de una madre en mujer, el camino inverso de lo que indica la norma. Mucho más allá de lo que la medicina define como depresión postparto, Sucari construye una maternidad salvaje y plagada de contradicciones. “El mundo nos obliga a ir contra nosotras mismas”, dice la protagonista y el lector ya se pone de su lado. Y si de experimentación con el lenguaje se trata, (Eterna Cadencia) de Ana Ojeda tensa todos los límites de lo conocido. Poblada de jergas, términos inclusivos y hasta hashtags, la historia cabalga en una prosa dislocada que sacude el sillón de la comodidad. La protagonista cuida de un hijo que se llama “Pequeña Montaña” ante la ausencia de su compañero, nombrado como “Maridito”. Un grupo de amigas se suma al ritual de afectos tan tragicómicos como sororos. Ojeda explora lo intertextual, obligando al que lee a saltar de una referencia publicitaria a una clásico de la literatura argentina, confirmando que el lenguaje está más vivo que nunca y en pugna por un mundo más amplio. El año cierra, además, con tres argentinas premiadas en el exterior. Mariana Enríquez ganó el Herralde de novela; María Gainza recibió el Sor Juana Inés de la Cruz 2019 de la Universidad Autónoma de México y Selva Almada fue galardonada con el First Book del Festival del Libro de Edimburgo, Escocia.

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