Persona
Por Ingmar Bergman
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Persona es una de las obras maestras del séptimo arte y en este libro Bergman nos muestra su enorme potencia literaria. Como señala el propio autor, no se trata de un guion cinematográfico, sino que «se asemeja más al tema de una melodía».
Ingmar Bergman
Ingmar Bergman (Uppsala, 1918 - Fårö, Gotland, 2007). Cineasta, guionista y escritor sueco. Considerado uno de los directores de cine clave de la segunda mitad del siglo xx, es para muchos una de las personalidades más eminentes de la cinematografía mundial. En su obra se hace patente la influencia de dos dramaturgos: Henrik Ibsen y, sobre todo, August Strindberg, que le introdujeron en un mundo donde se manifestaban los grandes temas que tanto le atraerían, cargados de una atmósfera dramática, agobiante y desesperanzada. Entre los numerosos galardones que recibió, habría que destacar el Oso de Oro del Festival de Berlín en 1958 por Fresas Salvajes, el Óscar a la mejor película extranjera en 1961, 1962 y 1983 por El manantial de la doncella, Como en un espejo, y Fanny y Alexander, respectivamente; la Placa de Oro de la Academia Sueca, en 1958; el premio Erasmus, en Holanda, en 1965, y en 1975 el doctorado honorífico en Filosofía de la Universidad de Estocolmo. En Nórdica hemos publicado Persona y Cuaderno de trabajo.
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Persona - Ingmar Bergman
Ingmar Bergman
PERSONA
Prólogo de Jonás Trueba
Traducción de Carmen Montes Cano
Prólogo de
Jonás Trueba
TENTATIVA DE PROLOGAR
UN GUION DE BERGMAN
Hemos puesto miles de fechas al nacimiento de la modernidad en el cine, pero si a los cineastas de la Nouvelle Vague les gustaba decir que el cine moderno había nacido en ese Verano con Monika de 1952, cuando Harriet Andersson se giró repentinamente y se quedó mirando al objetivo de la cámara, entonces se podría decir que fue el mismo Bergman, si no un nuevo Bergman, el que refundó el cine moderno cuando decidió filmar las manos y los rostros simétricos de Liv Ullman y Bibi Andersson.
Indagar en las razones de Persona, detenerse en los motivos que empujaron a Bergman a realizar esta película resulta mucho más enriquecedor y fascinante que tratar de analizar su argumento. Para unos, siempre ha resultado incomprensible y exasperante; para otros, se trata de una reflexión soberbia sobre el alma humana y la pérdida de la identidad. Pero Bergman siempre negó cada una de las interpretaciones que le lanzaban sobre su película. Para él no era más que «una tensión, una situación, algo que ha ocurrido y pasado, y más allá de eso, no sé».
Cuando empezó a escribir el guion, llevaba tiempo ingresado en un hospital. Había tenido que abandonar una gran producción titulada Los antropófagos a causa de una bronconeumonía y dirigía el Teatro Nacional de Suecia desde la cama. Se pasaba horas y horas tumbado, sin poder leer ni mirar la televisión, contemplando una mancha negra en el techo de su habitación y sumido en una profunda crisis existencial y profesional. Por primera vez había sentido la necesidad de interrogarse acerca de su actividad como creador y de poner esta en relación con la sociedad y el mundo. De esas preguntas surgió un texto titulado «La piel de la serpiente», que leería al recibir el Premio Erasmus a toda su carrera y que más tarde usaría como prólogo al guion de Persona. En él reconoce la futilidad del arte, pero encuentra nuevas razones para seguir trabajando, razones que se sustentan en una «insoportable curiosidad, ilimitada, jamás calmada, constantemente renovada, que me empuja hacia delante y que nunca me da descanso». Todavía resulta emocionante leer aquella declaración de intenciones: «Capturo una mota de polvo en el aire, tal vez sea una película. ¿Qué importancia tiene eso?: ninguna, pero yo lo encuentro interesante, por tanto afirmo que esto es una película». Porque más allá de los grandes dilemas, el guion de Persona se materializa gracias a una serie de elementos tangibles y de imágenes retenidas en su memoria: una fotografía, dos rostros simétricos, unas manos que se entrelazan, algunos trozos de celuloide, los recuerdos de la infancia y «esos secretos sin palabras que solo el cine es capaz de sacar a la luz».
Cuando Bergman era pequeño, le gustaba jugar con trozos de película de nitrato que podía comprar en una tienda cerca de su casa. Le gustaba bañarlos en sosa hasta que la emulsión se disolvía; entonces podía pintar y dibujar nuevas imágenes sobre la película blanca, imágenes que algunos años después incorporaría a los títulos de crédito de Persona, intercaladas con otras imágenes mucho más ásperas y desasosegantes, que reflejaban su estado de ánimo en el hospital, cuando «vivía muy cerca de los muertos, entre cuatro paredes de ladrillo y unos cuantos árboles tristes».
Fue entonces cuando descubrió el parecido asombroso entre Bibi Andersson y Liv Ullman en una fotografía, y poco después telefoneó a su productor pidiéndole que contratase a ambas actrices para una futura película. «Será la historia de una persona que le habla a otra que no dice nada. Después comparan sus manos, y finalmente se funden en un abrazo». Me gusta pensar que este guion surge de una imagen, de las ganas de Bergman de filmar el rostro de dos actrices hermosas cuyo parecido le resultaba perturbador, y de un productor dispuesto a confiar su dinero al talento de un director que no parecía saber muy bien qué película iba a hacer. Bergman contó más tarde que Persona le salvó la vida. Y lo cierto es que pocas veces el cine ha podido ser más terapéutico. El personaje de Elisabet Vogler tiene mucho del propio Bergman, y algunos de sus miedos y de sus obsesiones quedaron proyectados en esa actriz que un día enmudece y se niega a seguir interpretando. Bergman quiso