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Ars Mítica: Metamorfosis de Mármol y Asfalto
Ars Mítica: Metamorfosis de Mármol y Asfalto
Ars Mítica: Metamorfosis de Mármol y Asfalto
Libro electrónico329 páginas4 horas

Ars Mítica: Metamorfosis de Mármol y Asfalto

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Información de este libro electrónico

Hace más de dos mil años Ovidio compuso una titánica obra en verso recogiendo los mitos grecolatinos. ¿Qué tienen estas historias clásicas que fascine tanto a lectores de todas las generaciones? Nueve autores van a tratar de dar respuesta a esa pregunta a través de sus reinterpretaciones. Amores que engendran traiciones, humanos que se tornan bestias, venganzas desmesuradas y sueños frágiles.

Los relatos de Ars Mítica demuestran que las nuevas voces de la fantasía y la ciencia ficción española derrochan imaginación y compromiso social. Una antología de versiones contemporáneas que hará las delicias tanto de los aficionados a la mitología como de los que se acercan por primera vez a ella.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento21 ene 2020
ISBN9788412152807
Ars Mítica: Metamorfosis de Mármol y Asfalto

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    Ars Mítica - Mariela González

    ARS MÍTICA

    Metamorfosis de mármol y asfalto

    AUTORES:

    Pau Ferrón

    Mercè Homar Mas

    Isabel Briones Galán

    Juan J. Aranda

    Irene Morales Fernández

    Olga Sanchis Terol

    Gregorio Francisco

    Jordi Noguera

    AUTORA INVITADA:

    Mariela González

    EDITADO POR:

    Carmen Romero Lorenzo y José Núñez

    Título original: Ars Mítica

    © 2019, primera edición: Carlinga Ediciones S. L.

    www.carlingaediciones.com

    Contacto: info@carlingaediciones.com

    Editores: Carmen Romero Lorenzo y José Núñez

    Maquetación ebook: Carycar Servicios Editoriales

    Ilustración de la portada: Juan Alberto Brincau

    ISBN: 978-84-121528-0-7

    Todos los derechos reservados. Queda prohibida la reproducción total o parcial de este libro en cualquier forma o medio sea electrónico o mecánico, incluyendo fotocopias, grabación o cualquier sistema de almacenamiento, sin previo permiso escrito de la editorial.

    Índice

    Prólogo

    Alternativa Laboral

    Pau Ferrón Gallegos

    El último trinar

    Mercè Homar Mas

    Faeton&Furious

    Isabel Briones

    Área de influencia

    Juan J. Aranda Jiménez

    Proyecto Medusa

    Irene Morales Fernández

    Tras la tinta

    Olga Sanchis Terol

    Acteón quiere ser como Shakespeare

    Gregorio Francisco

    Red string

    Jordi Noguera

    Auriga

    Mariela González

    Dedicatorias

    Biografías de los autores

    Otros títulos

    [prólogo]

    Hay algo singular y terrorífico en la idea de la metamorfosis: abandonar lo que uno es para adquirir una nueva forma, que viene acompañada de un cambio interior, ya sea liberador o terrorífico. Cuando el poeta romano Ovidio escribió Las Metamorfosis hablaba de mitos enraizados en su cultura y su religión, que explicaban el mundo tal y como él lo entendía, con el paso de las estaciones, la caída de los poderosos y los peligros de la hibris, la desmesura y transgresión de los límites impuestos por los dioses a los mortales, cuyo castigo muchas veces entraña una pérdida de la humanidad, incluso una animalización.

    Desde el siglo I a. C, cuando se compusieron estas historias, mucho ha cambiado en todo el mundo, sin embargo, la mitología sigue fascinándonos, evocándonos nuevas posibilidades e interpretaciones a la vez que nos ayuda a cuestionarnos nuestra propia identidad. Así pues, dos mil años después de la muerte de Ovidio, José Núñez, editor de Carlinga, y yo, planteamos a un grupo de autores el reto de renovar y reescribir estos mitos desde una perspectiva contemporánea. 

    El nexo que nos unía a todos era el paso por Caja de Letras, la escuela de escritura de Concha Perea y Jordi Noguera. Consideramos que el aprendizaje es una especie de metamorfosis y, por eso decidimos dedicarle este proyecto a Concha, para agradecerle no solo sus clases y la vocación que nos ha ayudado a desarrollar, sino por las amistades que nos hemos llevado, las lecturas descubiertas y el cariño con el que nos ha tratado siempre a todos. Al final, de este proyecto surgieron ocho relatos del grupo original y uno más de nuestra invitada, Mariela González.

    Cada uno de estos relatos ha abordado el tema de una manera diferente. Nuestro primer autor, Pau Ferrón Gallego opta por una crítica al capitalismo desmedido y la deshumanización que conlleva en Alternativa laboral, donde el lector podrá reencontrarse con el mito del rey Licáon. 

    En El último trinar, Mercè Homas Mas se vale de la distopía para narrar la historia de Narciso, una estrella privilegiada y arrogante del Olimpo, y Eco, una chatarrera con la garganta inutilizada que malvive junto a su prima Dafne en la peor zona de la ciudad. 

    Isabel Briones decide tomarse la mitología con humor y nos regala Faeton&Furious una deliciosa parodia en la que los dioses del panteón grecorromano siguen disfrutando de la vida eterna en la actualidad y pasan su tiempo entre locales de modas y citas a ciegas.

    Área de influencia de Juan J. Aranda nos traslada a Cádiz para adaptar de manera muy personal el mito de Ceix y Alcione y, de camino, hablar de una adolescencia sin muchas esperanzas de futuro y las consecuencias de los actos de juventud. 

    Irene Morales aborda un problema muy actual: el tratamiento de la prensa sobre las violaciones y la culpabilización a la que se somete a las víctimas a través de uno de los personajes más emblemáticos de la mitología en Proyecto Medusa. 

    Acteón quiere ser como Shakespeare es el título del relato de Gregorio González que nos sorprende con la historia de un escritor fracasado que se enfrenta al panorama literaria en el siglo XXI y contrata los servicios de una tal Diana, que promete milagros a cambio de algo tan íntimo como la propia piel. 

    En Tras la tinta de Olga Sanchis Terol se nos presenta la historia de un adolescente modélico que va cambiando paulatinamente tras su primer tatuaje de muto, una sustancia que otorga capacidades extraordinarias.

    Red String de Jordi Noguera escenifica la historia de Procris y Céfalo en un futuro cercano en el que las modificaciones corporales eróticas están en boga y se cuestiona lo que significa la fidelidad. Al igual que en el mito, una tercera persona, Aurora, propietaria del famoso local Red String moverá sus hilos para trastocar la vida de la pareja. 

    Por último, el relato de nuestra invitada, Mariela González se centra las figuras de Heracles y Yolao, ahora convertidos en estrellas del post-rock, envueltos en una poética gira de doce conciertos que parece no tener fin. 

    Cada una de estas historias reinventa a su manera historias tan antiguas como nuestra cultura. Nos ayudan a entendernos, advierten sobre posibles futuros más o menos desoladores y, sobre todo, invitan a adentrarse en universos fantásticos en los que lo real y lo mítico se confunde. 

    Carmen Romero Lorenzo

    01 de octubre de 2019, Sevilla

    ALTERNATIVA LABORAL

    Pau Ferrón Gallegos

    Aterrado él huye y alcanzando los silencios del campo 

    aúlla y en vano hablar intenta; de sí mismo 

    recaba su boca la rabia, y el deseo de su acostumbrada matanza 

    usa contra los ganados, y ahora también en la sangre se goza. 

    En vellos se vuelven sus ropas, en patas sus brazos: 

    se hace lobo y conserva las huellas de su vieja forma.

    Libro I, Las Metamorfosis. Ovidio

    ¹

    1.

    Las tres rúbricas en el papel sonaron como los tres primeros latidos de un nuevo ser. Se cerraban de ese modo meses de gestación de la traición perpetrada por Lico, Helena y Alex contra le empresa que había explotado su genio técnico y creativo durante años. C-US nacía, la startup tecnológica que cambiaría sus vidas.

    Salieron del notario sonrientes, con mil planes en la cabeza. El cóctel de emociones mezclaba, en diferentes medidas, la anticipación por lo que llegaba, el miedo por la seguridad que estaban a punto de abandonar y la ilusión por dedicar cuerpo y alma a algo que sería suyo.

    Al día siguiente presentaron sus respectivas dimisiones coordinados: cada uno en su respectivo departamento, a su respectivo jefe. En la empresa los mails saltaban de buzón en buzón y las llamadas ascendían el escalafón. La multinacional para la que trabajaban, Crono, no era idiota, y estaba claro que aquellos tres algo tramaban. Eran sus genios y quizá los habían cuidado poco. Les llegaron ofertas de mejora, pero los tres se mantuvieron firmes. Tenían un nuevo credo: C-US era su futuro y su camino. La multinacional tomó la decisión de liquidarles las vacaciones y mandarlos a casa. Eran traidores y no quería arriesgarse a que pudiesen llevarse sus secretos. Recogieron en una caja todas sus pertenencias y se marcharon. Sus compañeros susurraban a su paso. Los cobardes bajaron la cabeza para no sufrir los celos de la multinacional; algunos valientes se despidieron de ellos con abrazos y buenos deseos y los más osados, los que sospechaban que algo nuevo ya había nacido, les dieron tarjetas para que los tuviesen en cuenta.

    Después de celebrar una primera comida oficial de C-US, Lico llamó a su suegro: no haría falta que fuera a por los niños. Él mismo recogió a los cuatro pequeños y los llevó a casa. Eucaris llegó tarde, como era habitual en ella. Encontró a su pareja y a los niños (los que tenían en común y los de él) esperándola.

    —¿Al fin les has dado la patada? —dijo Eucaris.

    —¡Ya soy libre! —Lico se acercó y la besó ante las caras de asco de los pequeños—. Se acabaron las jornadas hasta las tantas, depender de nuestros padres, y llegar a casa destrozado. Ahora tendré los horarios que quiera, podré escoger las vacaciones y trabajar desde casa. Podremos pasar más tiempo juntos. —Miró a los cuatro hijos—. Todos.

    Nicti, el mayor de los pequeños, aplaudió. Odiaba ir al colegio y, en su inocencia, entendió que su padre estaría siempre en casa y ellos ya no tenían la obligación de las clases. Hereeo y Figa, ambos hijos del matrimonio anterior de Lico, estaban en plena pre adolescencia y eran más conscientes de la realidad, pero agradecerían no tener que aguantar a los abuelos cada tarde y la pequeña Calista, tan joven que no se enteraba de nada, se limitaba a aplaudir desde la trona contagiada por la felicidad que rondaba en el ambiente. Pidieron comida a domicilio sin reparar en gastos. Ahora pasarían una temporada de apretarse el cinturón, pero esa no era una noche de contar monedas. Todos se acostaron tarde, aunque al día siguiente había colegio, y Eucaris aún no se había liberado de la tiranía de un horario fijo.

    En mitad de la noche el exceso de glutamato, el rebozado del cerdo agridulce y la excitación se combinaron para despertar a Lico y lanzarlo directamente al baño, atravesando el pasillo iluminado por la luz que la luna llena conseguía colar a través de la ventana, sin olvidar su teléfono móvil. Lo había abandonado desde que entró Eucaris por la puerta: una de las ventajas de haber dejado su antiguo trabajo. Había muchas notificaciones, la mayoría felicitaciones, incluso algunas de los que no se habían atrevido a dárselas en directo mientras salía de la sede de Crono. Las miró por encima, sin mucho interés. Cada mensaje que leía aumentaba su ego y reforzaba el convencimiento sobre lo acertado de la decisión. Quizá si hubiese dormido un poco más o si la comida hubiese sido menos copiosa habría observado con más detenimiento los detalles de cada uno de los mensajes. Habría descubierto algo raro en uno de ellos: «Estoy deseando empezar mañana. Gracias por vuestras energías». El mensaje en sí mismo no era demasiado sospechoso, uno más entre la vorágine, pero lo realmente extraño, de lo que Lico no se dio cuenta, fue que el remitente era él mismo.

    2.

    Los inicios siempre vienen marcados por la ilusión, que actúa como un estimulante. Con ella el sueño se puede postergar y las comidas saltan de los horarios normales a una especie de limbo espontaneo. Los planes cambian a cada segundo y las agendas se vuelven flexibles como el chicle y, como el chicle también, se transforman en algo pegajoso que acaba manchándolo todo. Fue en esa masa viscosa y ligeramente azucarada donde C-US empezó a dar unos tímidos primeros pasos.

    El primer día de trabajo dejaron de lado todo lo que habían aprendido en sus universidades: les tocaba trabajo físico, algo que Lico siempre había odiado. Tenían que organizar la oficina. Por suerte el ayuntamiento les cedía un pequeño espacio en un vivero de empresas, pero había muebles y equipos que montar. Mientras él se peleaba con el que era, posiblemente, el archivador más sencillo de armar, Alex y su pareja, Elián, mostraban una eficiencia con las herramientas dignas de un profesional. El hecho de solo tener a dos trabajadores aptos les retrasó más de lo que esperaban y se les echó encima la tarde. El sol rojo a través de la minúscula ventana del local fue para Lico como una alarma luminosa que despertó esa parte de su cerebro que se desconectaba cuando ponía toda su atención en algo que le interesaba. Dejó caer una llave allen para ir a buscar su teléfono saltando entre cartones de embalar y cables. Antes de llegar al terminal, ya vio la luz parpadeante que le alertaba de las notificaciones pendientes y, cuando desbloqueó la pantalla, sus sospechas se confirmaron. Se despidió entre disculpas a sus socios y salió corriendo.

    —Lo siento, cariño. —Eucaris estaba ya en pijama, ayudando a Nicti con los deberes—. No me di cuenta de la hora que era.

    —Ya veo que no te diste cuenta —respondió Eucaris con una sonrisa—. Eres un cabeza hueca de cuidado. Ayer estabas muy eufórico, te parecía que podrías con todo y prometiste un montón de cosas. Pero no va a ser así. Empiezas con una empresa y te va a tocar echarle horas. Yo también lo he vivido.

    —Gracias por entenderlo.

    —No te digo esto para que me des las gracias. Lo hago para que pongas los pies en la tierra. Toca hacer sacrificios hasta que todo empiece a funcionar. ¿Por qué crees que no tuve hijos hasta casi los cuarenta? Ahora necesitas trabajar con devoción, la diferencia es que esta vez lo harás para tu propio beneficio.

    Acabaron el día juntos, coordinándose en todo el proceso de acostar a los niños. Motivado por el varapalo de realidad que le había dado Eucaris, se quedó trabajando hasta tarde mientras ella dormía. La luz fría de la pantalla del ordenador iluminaba su estudio, mutando las sombras con cada cambio de ventana y a medida que navegaba por distintas páginas web y documentos. Las estanterías, llenas de pequeños recuerdos, respondían a la luz, dejándose bañar por ella. Esa luz robada volvía otra vez a la pantalla a modo de reflejo, y de la pantalla a las gafas de Lico. De algún modo, el flujo de datos alimentado por la red eléctrica escapaba y establecía comunicación con el exterior. Lico murmuraba con los labios entreabiertos lo que leía, entonando un rezo secreto e inconsciente, y se dejaba llevar tecleando, materializando sus ideas. El «clac clac» del ordenador lo ensimismaba y hacía que el tiempo volase hasta que el agotamiento empezó a tirar de sus párpados. Lico apagó el ordenador para irse a dormir y le pareció percibir una silueta reflejada en el monitor. No una sombra o una mancha oscura, sino algo con la apariencia de una figura humana, iluminada por unos perezosos fotones que se negaban a largarse. Al girarse solo encontró la oscuridad. Se pinzó el puente de la nariz para alejar lo que era, sin duda, un defecto de la vista, fruto de habérsela fundido delante de una pantalla desde niño, y se dirigió hacia su cama. Los pelos se le erizaron por la electricidad estática y también un poco por un sentimiento de terror que no llegaba a comprender. Al salir del estudio encontró la puerta de la habitación de Figa abierta. Estaba trabajando en alguna tarea del instituto, con los auriculares puestos e iluminada con la luz azulada del ordenador. Se paró un minuto a observarla y pensar todo lo que la pequeña se parecía a él. Un pensamiento que le calmó y mitigó su desazón antes de dormir.

    La charla de Eucaris dio a Lico nuevas energías. Al día siguiente, a base de café y azúcar procesado, llegó a las oficinas rebosante de energía y con un pendrive más rebosante aún de ideas. Encendieron por primera vez los equipos, conectaron el servidor y empezaron a trabajar. Acabaron tarde, muy tarde. Se sentía poseedor de algo que no tenía precio: el apoyo de su compañera. La noche se les echó encima, pero había tareas pendientes y mientras antes se acabaran, antes empezaría todo a rodar.

    —Me largo, cabroncetes. —Helena se estiró e hizo crujir alguna articulación escondida en su espalda—. Tengo el cerebro tan colapsado que todo lo que salga de él a partir de ahora será mierda.

    —Tus ideas malas son bastantes mejores que las de Lico —dijo Alex con mala leche.

    —¡Ya he recibido! Esto me pasa por dejarme convencer por dos críos como vosotros.

    —Solo nos sacas diez años. Poca caña te damos, abuelo. —La musiquilla de cierre del sistema operativo coreó las palabras de Alex—. ¿O vas a empezar con las batallitas de la época pre digital?

    —No jodas, Alex, que este se engancha rápido.

    —Tranquilos, jóvenes —respondió Lico con falsa superioridad—. ¿Tengo que daros unos azotes?

    —Mejor otro día para el castigo físico que yo también estoy cansado y me van a matar si me retraso más. —Alex empezó a recoger su mochila.

    —Si hoy le damos un empujón más mañana podremos empezar con el trabajo de campo. —Lico se sirvió una taza de café—. No creo que estemos más de dos horas.

    —Paso, Lico. En serio A estas horas ya no doy. Necesito sobar un poco y verme una serie para desconectar. Mañana a las ocho estaré aquí con más ganas.

    —Yo me largo, llevo pidiendo prorrogas a Elián desde las seis.

    Lico estuvo unos segundos en silencio mientras algo salvaje gruñía en su pecho, quizá más de la cuenta por las miradas que Alex y Helena le dedicaron. Un tiempo que le sirvió para paladear la situación y calmar el enfado que le producía esa falta de compromiso. C-US les necesitaba ahora. Era su segundo día y ya estaban buscando excusas. Vio sus caras y frenó en seco la cadena de pensamientos que desembocarían en él gritando a sus nuevos socios. No podía pedirles que tuviesen su mismo compromiso. No tenían su perspectiva. No compartían su fe.

    —Largaros, anda. Esta juventud… —Les sonrió y, en ese momento, fue una sonrisa sincera. Se habían tirado a la piscina con él, habían sido valientes—. Yo me quedo un rato más. Eucaris ya está avisada.

    —Tienes una familia que no te la mereces.

    —Lo sé.

    La soledad le sentaba bien a Lico. Se sintió como un rey en su sala del trono. Había hecho que sus consejeros se largasen y este era el momento para reflexionar sobre lo que más le convenía a su reino. La marcha de Alex y Helena había cortado su flujo de trabajo, ni el café podía ya con el peso del día. Le asaltó la necesidad de ver a sus hijos durmiendo a salvo y de meterse en la cama con Eucaris con la esperanza de que esta se despertase para poder hablar de cómo les ha ido el día, ver a su manada. Así que, tras pensar que la idea de parar no era tan mala, empezó a apagar las luces una a una, como si de un ritual se tratara. La oscuridad se tragó la sala a excepción de los pequeños pilotos luminosos que revelaban que algunos de los equipamientos de la oficina estaban a la espera de que él los requiriese para trabajar: súbditos, al fin y al cabo. Buscaba las llaves del local, pensaba que las tenía en el bolsillo. No le quedó más remedio que encender la linterna del móvil y rondar por la sala a oscuras. «¿Qué tipo de rey eres ahora? ¿Qué hace que el rey ande a hurtadillas?», pensaba. Las encontró encima de su mesa, un lugar de lo más lógico, y, debajo de estas, un post-it amarillo con letras garabateadas: «Necesitamos trabajar más duro, estamos a punto de conseguirlo. La recompensa está cercana». Sostuvo el papel entre los dedos, lo iluminó con torpeza con el teléfono, clavado en el sitio sin entender. No reconoció la letra, lo que no quitaba que tuviese razón. Encendió el ordenador que, como buen súbdito, estaba preparado. Se lanzó a trabajar.

    «¿Quién le da órdenes a un Rey?» Seguía rumiando para sí.

    ***

    Tres meses fue tiempo suficiente para muchas cosas. En tres meses se pasó de una estación a otra, cambió el periodo escolar, se hizo balance de autónomos y se volvió a forjar el carácter de Lico.

    Después de lo que a Lico le gustaba llamar «la noche del post-it misterioso» todo cambió. De algún modo alguien, con un pequeño empujón, le había indicado el camino a seguir y, como si fuera un augur, había vaticinado una recompensa por cada uno de sus sacrificios.

    Al principio lo tomó como una broma, sin duda sus compañeros le habían tendido una trampa. Puede que fuese Elián quien lo escribió a petición de Alex, ya que nunca había visto nada escrito de su puño y letra. Pero sus socios lo negaron. No fue el único post-it que encontró. Cada vez que desfallecía o que el cansancio se apoderaba de él, aparecía un mensaje en algún lugar recóndito de la oficina. Ya no le preguntaba a Alex y Helena sobre ellos. Lico se acostumbró a ser el último en salir porque sabía que era entonces cuando los mensajes aparecían: sobre el tupper que se había preparado antes de salir de casa, en un bolsillo del pantalón, pegado al lado de la pantalla, oculto en uno de los informes técnicos que Lico manejaba… Cualquier lugar era bueno. A medida que aumentaba el tiempo dedicado a C-US, los mensajes aparecían con más frecuencia y la providencia los empezó a hacer imprescindibles. Cuando Lico tenía que tomar una decisión importante y dudaba de sí mismo solo tenía que demorar la respuesta y esperar a quedarse a solas en la oficina para encontrar su pequeña guía divina. «Confía en ti mismo, Lico», «Alex está obcecado, deja que medite», «Este cliente no quiere pagarte», «Reflexiona». Todos estos consejos, que resultaron ser buenos, catapultaron a C-US y consolidaron a Lico como la cabeza pensante de la empresa. En el fondo le avergonzaba dejar que lo guiaran los extraños mensajitos. ¿Quién se los dejaba? Quizá los escribía él mismo. ¿Había perdido la cabeza? Pero, al fin y al cabo, funcionaban. Ya todos dependían de él: Eucaris le había dado toda su confianza, sus hijos lo veían como un triunfador, Alex y Helena alababan su liderazgo. ¿Tan malo era hacer caso a su oráculo de papel amarillo?

    Lico llegó a las oficinas tras un intento de reunión con un cliente. Una rueda pinchada de camino fue la excusa perfecta para volver. Llamó al cliente e ignoró convenientemente las posibilidades de pedir a un taxi, esperar a la asistencia en carretera, coger un transporte público o aceptar la ayuda del interesado cliente que hasta se ofreció a ir a buscarlo o esperarlo. Prefirió proponerle compensar el inconveniente con una comida de cortesía. En el fondo no le gustaba reunirse fuera de C-US. Era su lugar seguro donde, en momentos clave, podía contar con los post-it misteriosos. Sí que vio conveniente contratar un VTC para poner rumbo a la sede de C-US, por lo que llegó mucho más pronto de lo que estaba previsto.

    Al entrar encontró vacías las oficinas. No es que fuesen muy grandes: un espacio diáfano que aunaba una pequeña zona para recepción y el área de trabajo con varios escritorios espaciosos, evitando el encierro opresivo de los cubículos, un comedor diminuto, y unas salas para reuniones. Sin entender muy bien qué pasaba se internó con inseguridad en el lugar que le proporcionaba más confianza. No le sorprendió ver que su mayor aliado, fuese quien fuese en realidad, había dejado escrito sobre la mesa de la recepcionista una advertencia «Silencio, Lico. Ve a la sala de reuniones». Así lo hizo, esta vez sin cuestionar nada, atravesando su reino con sigilo, como un vulgar ladrón. A medida que avanzaba escuchaba las voces que salían de la sala de reuniones, enmascaradas por pladur y madera. Se colocó bien cerca, tanto que, pese a las barreras, las palabras de los que conspiraban le llegaban claras.

    —¿Entonces cómo lo hacemos? —Era la voz de Alex—. Estamos de acuerdo en que hay que hablar con él. Pero ¿quién es el que lo va a hacer?

    —¡Yo misma, joder! ¡Vaya panda de cagaos que estáis hechos! —A Helena se la escuchaba perfectamente—.

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