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Te regalo el fin del mundo
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Libro electrónico332 páginas4 horas

Te regalo el fin del mundo

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Información de este libro electrónico

Tras el colapso climático, lo que queda de la civilización sobrevive en un universo virtual. Los cuerpos yacen latentes en cápsulas de desconexión mientras sus mentes vuelan libres en un espacio ilimitado repleto de estrellas. Una aparente sensación de libertad que esconde una pesadilla distópica. Las grandes corporaciones mantienen con vida la población de avatares a cambio de su total sumisión.
En lucha contra el alto orden, Roy, Alice y Risco emprenderán la peligrosa misión de devolverlos a todos a un planeta Tierra que se intuye fértil de nuevo tras más de 20 años sin nuestra presencia.
Un viaje solo de ida en el que pelearán por la amistad, el amor y la solidaridad en un mundo de identidades secuestradas. Un trayecto vital que pondrá a prueba el sentido de la propia naturaleza humana en el plano digital.Te regalo el fin del mundo es una apasionante novela de aventuras y VR Sci-Fi en la que los barcos veleros navegan vientos solares, los astros se generan delante de nuestros ojos, las ballenas son de luz y las guerras las libran jugadores profesionales de eSports. El contexto de la realidad virtual permite a la ciencia ficción dinamitar los límites tecnológicos apoyándose en el género fantástico.
El relato principal se enriquece de forma poliédrica con la inclusión de Más allá del fin del mundo, una expansión en forma de 14 relatos que ahonda en personajes y trama desde múltiples puntos de vista. Toma asiento y contén la respiración. Despegamos.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 mar 2020
ISBN9788417649586
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    Te regalo el fin del mundo - José María Villalobos

    TE REGALO EL FIN DEL MUNDO

    Autor: José María Villalobos

    Correción: Isaac López Redondo y Daniel García Raso

    Arte y maquetación: Domi Vakero

    Ilustraciones de portada: Daniel Cisneros

    Primera edición: Marzo 2020

    ISBN: 978-84-17649-58-6

    Producción del ebook: booqlab

    ©2020 Ediciones Héroes de Papel, S.L.,sobre la presente edición

    P.I. PIBO. Avda. Camas, 1-3. Local 14. 41110 Bollullos de la Mitación (Sevilla)

    Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra:

    (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).

    Doy las gracias a la familia que me tocó en suerte.

    A la mujer que me eligió.

    A los Héroes de Papel que me acogieron en sus filas.

    Les quiero y admiro.

    Y gracias al cine, a los videojuegos, a la música, a la literatura y la poesía, a los tebeos, porque no se limitaron a hacer mi vida más llevadera, la convirtieron en un viaje alucinante.

    NOTA DEL AUTOR

    Te saludo, querido lector. Tienes entre las manos una aventura en formato reversible. Eso quiere decir que cuando termines la novela podrás girarla verticalmente y seguir desde la contraportada. Te espera allí una colección de relatos acerca del universo descubierto que te hará asentir con complicidad. Y sí, ahora mismo estás en el lado correcto. Que disfrutes del viaje.

    ÍNDICE

    PARTE I

    PARTE II

    PARTE III

    PARTE IV

    PARTE V

    PARTE VI

    PARTE VII

    PARTE VIII

    PARTE IX

    PARTE X

    ¿Adónde iremos cuando la Tierra ya no sea habitable,

    si la respuesta no se halla en las estrellas?

    ANHELO DE KANSAS

    El sol resbala vencido y perezoso entre las Torres Gemelas pintando de tonos anaranjados el atardecer. A Roy le gusta observar ese momento desde la ventana de su apartamento en N-Manhattan. Lejos de resultar placentera, la escena le deja siempre una sensación de extrañeza y misterio. En el mundo real, mirar directamente el candente astro quemaría sus pupilas, pero aquello no es el mundo real sino una postal digital, un reflejo idealizado de lo que una vez fue.

    A finales del siglo XXI, tras casi una década desde el Gran Apagón de la Realidad, la mente humana había ido sepultando la remembranza del mundo físico por cuestiones meramente prácticas. Teniendo en cuenta que todo un nuevo universo virtual se mantenía en pie gracias a la capacidad de procesamiento de los cerebros de los supervivientes, bien estaba sacrificar los recuerdos de una infancia feliz o desdichada, de los paseos cogido de la mano de aquel amor de juventud o del sabor de un helado sentado en un banco en el parque, por mantener en pie el presente y el futuro de la humanidad.

    Roy había pensado hacía tiempo en el alto precio a pagar que suponía ponerse en manos de multinacionales tecnológicas pero, al fin y al cabo, no existía ninguna otra posibilidad de sobrevivir en un planeta calcinado. La teoría de que sin la implicación humana la Tierra se regeneraría más rápido de lo que uno pudiera imaginar se desvanecía poco a poco, casi sin darse cuenta, con el lento paso del tiempo. Un importante grupo de resistencia había surgido para poner en entredicho a K-Corp, la gran corporación que se había adueñado de los sueños de todos. Los rumores que propagaba la insurgencia sobre una Tierra ya de nuevo habitable chocaban con la brutal represión de los altos poderes y la apatía general. A Roy le daba la sensación de que cada vez importaba menos volver a pisar en firme sobre el asfalto, hundir los dedos de las manos en la arena de una playa o notar el frescor de la hierba bajo los pies desnudos. Reconstruir un mundo en ruinas resultaba además menos atractivo que expandirse hacia las estrellas en un siempre excitante universo procedimental.

    Esa mentalidad había ido arraigando en su cabeza cada vez más, pero hoy, 21 de junio del año 8 tras el Gran Apagón, ocurre algo. Roy encuentra entre la niebla que enturbia su memoria el recuerdo de la Dorothy de viejo celuloide, de cómo, viendo de pequeño El mago de Oz, le decía a su madre que no entendía por qué la protagonista quería abandonar aquel fantástico reino multicolor para volver a un Kansas en blanco y negro. Mientras el sol digital desaparece tras el horizonte de N-Manhattan para dar paso al habitual cielo cubierto de auroras boreales, aparece la respuesta en su cabeza: «Porque Dorothy sabía que Oz no era real, sabía que aquel no era su hogar, no lo era, maldita sea». Roy baja la persiana y se dirige hacia la calle con un pensamiento que no debería estar ahí: «Y este lugar tampoco es el mío».

    PROYECTO NUEVA GÉNESIS

    Las sondas se adentraron en la nada. Líneas divergentes partiendo en múltiples direcciones hacia lo desconocido. Cada cierto tiempo, un planeta se generaba al paso de uno de los bots y este mandaba los datos a sus creadores. Un sistema solar quedaba fijado pocos segundos después en el mapa estelar. Desde la superficie de uno de esos nuevos mundos el cielo rosado cubrió bajo su manto la rica orografía. Enormes bestias comenzaron a moverse con lentitud al calor de una recién nacida estrella. Antes de la llegada de la sonda solo existía el vacío. No había preexistencia, solo un algoritmo madre, una semilla de falsa vida que en un momento dado activaría la génesis.

    En la sala de control, el viejo y sabio doctor Nolan Jonas y un selecto grupo de reputados científicos, ingenieros y desarrolladores de videojuegos observaban atentos la explosión de aquel big bang inédito. Un lienzo sin límite capaz de albergar más de cuatrocientos mil millones de estrellas había obligado a experimentar primero con bots, sondas digitales que lanzar hacia el infinito para comprobar si nada colapsaba los planes previstos.

    —Doctor, es hora de dar el salto, ¿No le parece?

    Nolan, de expresión cansada, se volvió para responder a su recién llegado interlocutor.

    —Señor Klauss, da la sensación de que solo aparece usted por aquí cuando lo cree conveniente. Aunque esta vez se ha adelantado. Todavía no estamos preparados para integrar en el corazón de este superordenador cuántico un cerebro humano.

    Klauss, cuyo carísimo traje contrastaba con las batas de laboratorio y las gastadas camisetas geeks, frunció el ceño de su espigada cara en señal de desaprobación.

    —¿Que no estamos preparados? La Tierra se muere y parece que usted quiera arrastrarnos a la tumba con ella. Si esperamos más no habrá nada que probar. Todos lo hemos visto, doctor, el sistema ya es estable con una capacidad de computación inferior a la de su mente, la mía o la de cualquiera de los ciudadanos supervivientes que se mantienen encerrados en sus casas, aterrados y expectantes, esperando una respuesta por nuestra parte. De hecho, sumando la potencia de una población de mil millones de cerebros, el ordenador cuántico nos obliga a recrear un plano virtual casi infinito para encontrar el equilibrio. No les robe la esperanza a todas esas almas.

    —Quién lo diría. Parece un mesías portador de buena voluntad cuando habla así —respondió Nolan dando órdenes con gestos a su equipo, como queriendo restar importancia a la presencia de su molesto visitante. Después, continuó con su particular envite dialéctico—. Los dos sabemos que no hay altruismo en sus palabras. Si una población diezmada espera un mensaje de su gran corporación para abandonar este mundo y habitar uno digital, es solo por desesperación. No hay elección posible. Y no se equivoque. La Tierra no «se muere», ella permanecerá a pesar de nosotros. Solo muta para deshacerse de ese cáncer que somos para ella.

    —Doctor, doctor… —prosiguió Klauss con tono condescendiente—. La población perderá su libertad, sí, pero a cambio ganará su supervivencia. ¿Quién saca más partido con esto? Ofrecemos los medios técnicos para poner en pie un nuevo orden en un universo virtual. Sin fronteras, con un solo Estado que vele por todos.

    Durante unos segundos Klauss levantó la cabeza con la mirada perdida, como imaginando materializado en su cabeza lo que acababa de decir. Nolan, consciente de ello, le dio la réplica.

    Están vendiendo que cuando el planeta sea habitable de nuevo todos podrán volver pero, ¿quiénes si no ustedes son los que tendrán esa información? Aunque el tiempo transcurrirá en el mundo digital a un tercio de velocidad que en el real, ¿serán capaces de renunciar al poder adquirido para, dentro de diez o quince años vividos allí, apagar el universo digital para devolver a la humanidad a su lugar natural?

    El viejo doctor cogió aire y miró directamente a los ojos a Klauss.

    Permítame que lo dude. Sus palabras me suenan más a un nuevo orden que aspira a durar mil años.

    —¡Mil años! —gritó Klauss con una risotada a la vez que alzaba los brazos—. No había pensado en tanto, ni tampoco en aquel sueño truncado del Führer, créame, pero ya que lo dice, tampoco suena tan mal, ¿no le parece?

    Nolan bajó la cabeza, resignado ante una lucha imposible de ganar.

    —Empiece ya con el Sujeto Zero. Y no ponga esa cara, hombre, está creando nada menos que un futuro para la supervivencia de la raza humana. Siempre será recordado por ello.

    Klauss abandonó la sala dejando tras de sí un estruendoso silencio. Nolan observó a su equipo, que había presenciado toda la escena. No hacían falta palabras al respecto, las miradas lo decían todo.

    —Mañana empezamos la última fase: el Sujeto Zero. Descansen lo que puedan el resto del día e intenten pensar en las vidas que van a salvar, solo en eso.

    Antes de salir del laboratorio, el doctor Nolan miró por última vez la gran pantalla que presidía la sala ofreciendo continuamente los datos que generaban las sondas. Ahí llegaba otro nuevo planeta. Árboles gigantescos de irreales colores sirviendo de hogar a pequeños mamíferos que estrenaban vida. Más allá, el vacío se mantenía expectante, esperando ser llenado.

    NEW YORK, NEW YORK

    Roy entra en el ascensor y pulsa planta baja. Una voz sintética anticipa el inane hilo musical.

    «Son las 20:00 horas del 21 de junio del año 8. Año 24 en el plano real. Recuerde que a las 22:00 horas se suspenderá toda actividad y que cualquier acto registrado desde ese momento hasta las 10:00 horas del día siguiente será objeto de castigo. Que pase una buena estancia en Nueva Tierra».

    No deja de ser irónico que se siga contando el tiempo por días, meses y años desde el Gran Apagón de la Realidad, piensa. Al principio, la vigencia de un calendario se utilizó como recurso para crear un anclaje emocional con lo que se había dejado atrás, facilitando así la aclimatación al nuevo espacio virtual, pero hacía mucho que había dejado de ser necesario. Que fuera junio no significaba absolutamente nada. Roy sabía que al salir a la calle no sentiría en el rostro el calor agresivo del despertar del verano neoyorquino, que el momento sería idéntico al de ayer y al de mañana. Solo la hora seguía teniendo sentido. Los planetas se habían generado calcando las pautas físicas que seguían rigiendo el universo real al otro lado del espejo. La rotación de Nueva Tierra aseguraba a esa hora la llegada de un cielo de ébano plagado de estrellas. El factor horario también informaba a los ciudadanos de que a las 22:00 horas cada cual debería estar conectado en su burbuja de descanso para ceder la capacidad de procesamiento de su cerebro a la red central de K-Corp. Decenas de miles de planetas habitados, con sus ciclos individuales de día y noche, aseguraban continuamente millones de individuos en stand by que alimentaran de energía a Madre, el gran ordenador cuántico que los mantenía con vida.

    Roy sale del edificio y comienza a caminar con dificultad por las calles atestadas de avatares. N-Nueva York era la ciudad más poblada de una Nueva Tierra casi vacía. La meticulosa recreación vía satélite había asegurado lugares comunes como Central Park, la Quinta Avenida o Broadway, aunque se habían permitido licencias como las Torres Gemelas del World Trade Center. Este tipo de boutade se encontraba repartida por todo el planeta. Podías visitar las Siete Maravillas del Mundo Antiguo, desde el coloso de Rodas a los jardines flotantes de Babilonia pasando por el faro de Alejandría. Roy imaginaba un mal chiste cinéfilo en el que los arquitectos digitales seguían las enseñanzas de aquel científico chiflado de película ochentera del siglo XX: «Ya que vamos a crear la capital de un nuevo universo, mejor hacerlo con estilo». Ni qué decir tiene, este místico exotismo no evitó que la mayoría de avatares emigraran hasta los confines del espacio. ¿Quién iba a desear habitar el planeta de siempre cuando podía establecerse en cualquiera de los generados procedimentalmente a lo largo de toda una galaxia? Es más, con suerte, en ese espacio casi infinito podía darse la casualidad de llegar a una zona en la que los algoritmos primigenios activaran la génesis de todo un sistema planetario al que poner nombre.

    En la esquina con Lexintong, Roy se detiene junto a un nutrido grupo de avatares que escucha a un par de NPC que están, guitarra en mano, cantando una canción olvidada.

    I’ve been blinded but

    you I can see.

    Los observa y se pregunta qué diferencia hay entre él, una representación digital de un ser humano, y ellos, seres totalmente artificiales creados por Madre. Taxistas, recepcionistas, guardias de tráfico, músicos callejeros, pilotos automáticos con aspecto humanoide… Todo un ecosistema de seres sin vida para hacer más llevadera la suya. «Ese NPC de voz nasal parece más seguro de sí mismo que yo» se dice mentalmente.

    Let me tell you people

    what I found

    I saw my head laughing

    rolling on the ground.

    —¿Roy?

    Escuchar su nombre lo devuelve a la plena consciencia de un sobresalto. Es una voz femenina justo a su espalda.

    —¿Perdón? —responde sorprendido al girarse, como aquel que se tropieza con un antiguo compañero del colegio al que no reconoce tras décadas en las que el tiempo ha ejercido su trabajo.

    —¿Eres Roy, verdad?

    A la chica, alta, de peso medio pero atlética y que no debe tener mucho más de veinte años, la acompaña un joven corpulento de casi dos metros de estatura y de parecida edad. Ambos visten gorro ceñido y abrigo largo cerrado con capucha, como si quisieran ocultarse, pasar desapercibidos. Ella descubre entonces su rostro en busca de complicidad. Su pelo negro grisáceo aparece perfilado por un flequillo irregular que apenas tapa unos ojos del mismo color. Su compañero parece estar nervioso y en guardia ante cualquier posible respuesta.

    —Esto no me gusta nada, vámonos Alice, empiezo a pensar que no es un avatar. Seguro que se trata de un jodido NPC que nos han puesto como cebo. Si es así y hemos caído en la trampa, solo tenemos treinta segundos antes de que caiga sobre nuestras cabezas toda la maldita eArmy.

    —Tranquilo Risco, lo hemos observado largo tiempo, no nos equivocamos, lo sé —y vuelve a preguntar, casi suplicante—¿Roy?

    Sin saber por qué, Roy asiente a pesar de su confusión y desconfianza. La chica esboza una leve sonrisa de satisfacción mientras se cubre de nuevo, coge rápidamente su mano y lo arrastra fuera de ese grupo de avatares que ya empieza a mirarlos con extrañeza.

    —Si nuestros datos son correctos, no vives lejos de aquí, ¿cierto?

    —Unas manzanas al norte, pero qué…

    —Calla, confía en mí. Voy a darte una razón por la que abrir los ojos cada mañana. No hay tiempo que perder, ¡vamos!

    Los tres se pierden apresurados entre la multitud. Roy, aturdido, todavía puede escuchar a los NPC trovadores entonando exultantes la última estrofa de la canción.

    And now I’m set free

    I’m set free

    I’m set free, to find a new illusion.

    ÉXODO

    El proceso de desconexión se realizó sin demasiados problemas. Casi nadie protestó entre los elegidos. La inmensa mayoría tenía más que asimilado el bombardeo publicitario que durante el último lustro había recibido inmisericorde por todas las vías de comunicación posibles. CdC, el Conglomerado de Corporaciones, la unión de las más importantes empresas tecnológicas gobernada por un consejo de altos ejecutivos, hacía tiempo que tenía a sus pies a los pocos Estados que seguían existiendo. No importaban los países más pobres. Lo poco que quedaba de ellos se desvanecería de la faz de la tierra en un par de años a lo sumo. El planeta, casi desnudo de una capa de ozono enferma, filtraba a duras penas las energías invisibles de un sol implacable. Cosechas incapaces de germinar en un suelo estéril, tsunamis que lamían las costas haciéndolas desaparecer varios kilómetros tierra adentro y destrozando todo a su paso, zonas de millones de hectáreas con temperaturas incompatibles con la vida… Importaba poco entregarse en manos de los que, sin ninguna duda, habían sido partícipes de ese caos. La moral y el raciocinio desvanecidos cuando se trata de vivir o morir. Después de todo, nadie se libraba de la culpa tras más de un siglo de avisos. Ya no se podía mirar hacia otro lado. El fin eternamente anunciado había llegado, y no importaba el precio a pagar por seguir existiendo al día siguiente.

    El CdC repartió millones de frascos con biobots bajo el refugio que permitía la oscuridad. Noche tras noche, se formaban a las puertas de las grandes sedes interminables hileras de seres cabizbajos en busca de su pasaporte hacia otros mundos. Cuando los mortales rayos del sol amenazaban semiescondidos tras el horizonte en cada amanecer, las filas de los que no habían conseguido todavía su dosis se deshacían rápidamente como hormigas enloquecidas bajo esa lupa que concentra el infierno ardiente sobre ellas. No había aquí un niño travieso que sujetara la lente. Nadie a quien suplicar que parase el horror. Nadie ante quien arrepentirse y suplicar clemencia. Solo el silencio, un silencio vestido de luz cegadora.

    Desde la Torre K-Corp, el cuartel general del CdC, Klauss supervisaba personalmente el lento progreso e informaba con satisfacción al resto del consejo. En sus búnkeres privados la élite exigía celeridad.

    —Señor Klauss, cuanto más tardemos en saltar al plano digital menos habitantes habrá. En cada reparto se pierden vidas, y por tanto activos para el nuevo Gobierno.

    En la gran sala, los hologramas de rostros desfigurados por las interferencias solares ocupaban virtualmente las sillas alrededor de la mesa ovalada.

    —No debe preocuparse señor Katogy, las estadísticas nos dicen que todavía estamos muy por encima del número de activos que serán necesarios para que el universo virtual se mantenga en pie y sea rentable. Los datos que llegan de China, incluso de lo que queda de Corea del Sur y Japón tras la subida del nivel de las aguas, son además especialmente positivos. Podríamos perder todavía un tercio de la población antes de que el sistema se resintiera.

    —¿Y qué me dice de Europa? ¡El sur es ya un desierto y todo empeora según pasan los meses!

    —En Alemania va todo bien por ahora, señor Hesse. Si su país deja de ser viable para la migración será el primero en enterarse.

    —¿Es una amenaza? ¡Nuestra empresa ha sido vital para este proyecto!

    —Lo sé, lo sé, señor Hesse. Las cápsulas para la desconexión, que ha fabricado y repartido por lo que queda del mundo civilizado a lo largo de los últimos cinco años, son todo un prodigio. Y le estamos agradecidos. Ahora simplemente debe mantener la calma.

    —¡La calma es un bien escaso en los tiempos que corren, señor Klauss! ¡Solo le pido que no nos falle!

    —No me falle usted, señor Hesse, preocúpese de eso. No me falle usted.

    Klauss miró fijamente el tembloroso holograma de su interlocutor. Las interferencias causadas por el Sol permitían a duras penas distinguir un rostro. Pero por un segundo Klauss lo vio. Vio con nitidez el miedo en él. Y sonrió satisfecho sabiendo que el detalle no había pasado desapercibido para el resto del consejo.

    EL APARTAMENTO

    Roy cierra de forma brusca la puerta de su apartamento sin entender nada de lo que está ocurriendo. El chico y la chica que le han acompañado apresuradamente hasta allí se mueven frenéticos y colocan extraños dispositivos en habitaciones y ventanas. Ella se pone a escanear palmo a palmo el salón principal. Pasa por alto el dormitorio, repleto de paneles que simulan relajantes entornos naturales, y el inútil cuarto de baño, en el que lo único que puedes hacer es contemplar en el espejo el rostro eternamente joven de tu avatar. A los pocos segundos, el salón de tamaño medio y abarrotado de chismes del siglo pasado, desde un tocadiscos a una máquina original de Pong, queda registrado en el dispositivo.

    —¿Qué…? ¿Qué haces?

    —Una copia. No necesitas saber más.

    La chica realiza una serie de operaciones y cierra seguidamente el menú de opciones de su brazo. Su voluminoso compañero vuelve de revisar el resto de habitaciones.

    —Parece que todo está bien, Alice. Venga, chequéalo de una vez para ver si es la persona que estamos buscando y acabemos con esto.

    —Si es él no será el final sino el comienzo, Risco.

    El chico fornido la mira descreído y, tras dudar un momento, asiente no demasiado convencido rascándose con fuerza la cabeza en un acto mecánico de nerviosismo.

    —Intenta tranquilizarte. Toma el duplicado del salón y envíalo a Tris para que lo active. —Risco obedece y se muestra claramente la jerarquía que existe entre los dos.

    Siguen vistiendo los gorros ceñidos de nadador bajo las capuchas de sus largos abrigos, como si quisieran ocultar en lo posible cualquier reconocimiento de su identidad. Roy sabe que esa indumentaria es inútil ante los miles de datos que recopilan los ojos de K-Corp colocados casi en cada calle por la que han pasado corriendo. La chica,

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