Uróboros: Clichés con hocico y cola
Por Eduardo Uribe
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Cuál es la línea entre nuestra humanidad y nuestra animalidad es la pregunta que te haces mientras lees esta antología. Misma que utiliza al animal que se muerde la cola como un símbolo inicial en estos cuentos que, como sus personajes, son un ensamble desparpajado de formas y géneros; un motivo desarrollado con variaciones, modelos y resultados distintos. Cada uno de estos clichés es una exploración del cuerpo, del sexo, del contacto animal, de la sensación física. La risa que provoca la libertad de pensar, la libertad de sentir.
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Uróboros - Eduardo Uribe
Baudelaire
Xnc
Lo vi quedarse en la silla y repetir:
—No, yo no voy.
Pagué mi parte de la cuenta y me levanté de la mesa, cuando añadió:
—Es un mito.
Estaba confundido, por eso volví a la mesa. Lo miré, echado en su silla con los brazos enlazados tras la nuca. Yo, enfrente, me preguntaba si me veía a través de sus lentes oscuros.
—¿Sigues aquí? —me preguntó.
No respondí. Le di la espalda. En la calle algunos animales iban en manada y algunos solos, pero todos en la misma dirección. De nuevo me enfrenté a Utl:
—Míralos —le dije—, todos esos animales no pueden estar equivocados.
—Prrr… Un mito —luego se sacó la cola y comenzó a lamérsela.
Se veía hermoso y por un momento pensé en quedarme a su lado. Luego miraba a todos esos animales, en la calle y junto a la terraza, dirigiéndose al encuentro con Xnc. ¿Quién lo había visto? No sé, pero se rumoraba que estaba cerca. Y eso bastaba para que todos nos moviéramos a buscarlo.
—Ah, me parece que tengo nuevos parásitos —su voz se cerraba, intentando salir con la lengua ocupada en la cola.
—¿Es en serio?
—Es una impresión, dije me parece, no alcanzo a verlos.
—¿Quieres que vea por ti?
—No, se te hace tarde para buscar a Xnc.
—Eres un malnacido, sabes que me encanta arrancarte los parásitos de la cola.
No respondió. Siguió lamiéndose. Había en él esa provocación que tanto me gustaba y que a la vez me fastidiaba. Era como si me echara en cara que estaba con él por su cola, por esos movimientos que me hacían pensar que su cuerpo se volvía sobre sí mismo. Y me resultó tan predecible, tan egoísta, que le dije:
—Xnc es lo más diferente que haya de nosotros, pensé que te habría gustado vivir conmigo esa experiencia.
—Detesto las experiencias. Más si sabes de qué van.
—No te entiendo.
—No me extraña, todo este tiempo te la has pasado queriendo entender: a mí o lo que sea. Yo en cambio ningún momento que pasé contigo fue para entenderte, o porque quisiera entender algo, a la mierda con todo eso. Adiós.
Y fue verdad. Se levantó de la silla y se largó. Me quedé desconcertado no sé por cuánto tiempo, primero viéndolo alejarse, luego lo suficiente para preguntarme por qué seguía allí. Me levanté y caminé deprisa. Había menos animales que unos minutos antes, pero aún los suficientes como para dejarme guiar por ellos. Crucé la mirada con algunos. Era como si al verlos a los ojos les pidiera que me convencieran de que íbamos tras lo mismo, pues la discusión con Utl me había dejado una dosis de escepticismo. Quizá era cierto que sólo se trataba de un mito, o quizá es que hay algo de circo donde menos se espera. Ahora quería comprobarlo, sentirlo por mí mismo. Cómo será eso de recorrer desde su interior un animal de la cola a la boca y de regreso. Lo que sería realmente entrar en un cuerpo. Se dice que Xnc es tan grande que a cualquiera alberga. Su sola presencia es