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Palermo Zombi
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Libro electrónico244 páginas3 horas

Palermo Zombi

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Palermo Zombi transporta al lector por un recorrido introspectivo y personal, en un escenario poblado de bizarros personajes. Allí, algunos buscan la verdad, y otros, su propio destino y el sentido auténtico de su existencia, enfrentando la injusticia y el autoritarismo.
El protagonista es un zombi, el Lobo Rocambole, que vuelve desde el más allá, el Continuo, con un grupo de muertos vivos para desentrañar el enigma de su propia muerte. En su recorrido por Buenos Aires, se involucra sorpresivamente con Leticia, una joven rebelde y valiente. Así queda inmerso en la realidad política atravesada por la profunda crisis social de 2001. Se articulan en la trama otras dos figuras principales: Ocho Pérez, historiador barrial depositario de saberes y métodos de conocimiento diferentes a los académicos, y el fiscal antizombi de Buenos Aires José Macarti, quien encarna, con sus contradicciones, los sectores sociales enfrentados en aquel momento histórico tan controvertido.
A través de esta novela, la narrativa de Miguel Ortemberg lo revela como uno de los más notables escritores de un género literario en expansión: el realismo delirante.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento17 sept 2021
ISBN9789875995628
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    Palermo Zombi - Miguel Ortemberg

    Miguel Ortemberg

    Diseño e ilustración de tapa: Camilo Rodríguez

    © Libros del Zorzal, 2019

    Buenos Aires, Argentina

    Printed in Argentina

    Hecho el depósito que previene la ley 11.723

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    Índice

    Introducción

    Ocho Pérez, historiador urbano | 7

    Recomendación inicial | 11

    Consideraciones sobre un tiempo

    que ha dejado de existir | 14

    Métodos de validación de la investigación histórica cuando algunos de los sujetos

    de la acción son zombis | 15

    José Macarti, fiscal antizombi de Buenos Aires | 20

    El Lobo Rocambole | 27

    Palermo Zombi

    La belleza de Leticia | 42

    La canción de los números | 50

    La rebelión | 59

    La carta | 65

    Curso de capacitación para postulantes, Fiscalía Antizombi de Buenos Aires | 69

    La batalla de Palermo Viejo | 77

    Siete veces siete | 95

    A través de los cristales sucios | 103

    Escapando de Lanús Oeste | 106

    Primera Invasión Inglesa zombi a Buenos Aires | 118

    El lobo estepario | 125

    Terapia de vidas pasadas | 137

    El rapto | 149

    El pacto Rocambole-Macarti | 152

    El plan J | 166

    El gran desafío | 171

    Segunda Invasión Inglesa zombi a Buenos Aires | 189

    La reconquista | 194

    El rescate | 201

    El amor en los tiempos del corralito | 204

    Epílogo

    Posfacio

    Palermo Zombi, de Miguel Ortemberg. Una crítica delirante en tiempos de farsas decadentes | 229

    Introducción

    Ocho Pérez, historiador urbano

    He recibido un número como nombre porque fui el hijo número ocho de una familia española, y se ve que a esa altura de sus vidas a mis padres les costaba imaginar nombres de ancestros aplicables. Creo, por cierto, que yo no estaba en sus expectativas, pero nací.

    Eso me relacionó con la casualidad y esta, con la causalidad. Hace algunos años, investigando mi árbol genealógico, llegué a la conclusión de que tal vez debíamos ser de origen sefaradí, o sea, provenir de una tradición judeoespañola obligada a convertirse para sobrevivir a la Inquisición. Mis padres trataron de no usar nombres bíblicos para sus hijos, y cuando en algún caso lo hicieron fue por respeto a sus antepasados. Las mujeres, mis hermanas, recibieron nombres de flores: Margarita, Rosa, Lila y Jazmín; los hombres, de héroes griegos, como mi hermano mayor, Héctor, o Aquiles, el tercero. El noveno fue llamado Henoc, hermoso nombre y la excepción a la regla.

    En la escuela, para atemperar el impacto de un nombre que generaba risas y chascarrillos, algunos maestros empezaron a llamarme Octavo y, con el tiempo, mis amigos lo transformaron en Octavio, como el emperador romano, pero al fin y al cabo siempre fui un simple Ocho que rima con abrocho; se imaginarán ustedes el resto.

    Número simétrico con una o por delante y otra por detrás, dos vocales iguales que podrían ser dos ceros, dos nadas. Así, el nombre queda reducido a una ce hache, letra compuesta, conformada por una ce, que si se observa bien es otro cero, pero abierto, y una hache, letra muda que debería suprimirse por irracional, oscurantista y contaminante, idea ya sólidamente expresada por el abuelo anarquista, personaje de Miguel de Unamuno en su novela Niebla.

    ¿Qué podría tener yo como vocación sino la historia, una de las maneras de acceder al misterio del tiempo?

    La nada está en mi nombre, dos ceros más uno abierto y una letra muda. Y no es que quiera hablar de mí; esto viene a cuento porque lo que voy a contarles es una historia verídica con epicentro en la ciudad de Buenos Aires, ocurrida en un tiempo que dejó de existir. Un vacío temporal que, al igual que aquel del siglo xvi, sucedió realmente, pero ha desaparecido de la historia.

    Soy historiador, pero me reivindico en este acto como memorialista. Los memorialistas no dudamos de lo que encontramos. Si una señora nos dice en la puerta de su casa que vio a un zombi comiéndose a un vecino, en principio le creemos. ¿Por qué no deberíamos hacerlo?

    En cambio, la Academia duda por método: de lo que dicen las fuentes orales, de los vecinos, de los inmigrantes, de la veracidad de los documentos. Al dudar de todo, pierde el sentido de realidad, la vivencia, lo que los hechos significan para la gente que los vive. Luego no logra explicar un suceso o tarda décadas en hacerlo. Los academicistas construyen de manera consciente artefactos literarios, ficciones históricas para encontrar después, artificialmente, las pruebas que las sustenten. El relato sostiene y fundamenta su filosofía de la sociedad y la historia. Parten de sus creencias y usan el relato para darle valor a la manera de demostración de un teorema; así vista, la historia tiene fines instrumentales sin verdades propias que proclamar.

    Prefiero, ante eso, la memoria viva, el sabor y el sentimiento de algo ocurrido que cambia la vida de la gente. Nosotros vamos a la realidad lo más desprovistos posible de todo, con cierta ingenuidad y una mirada llena de sesgos como la de cualquiera, pero no intentamos demostrar una verdad previa indiscutible.

    Se sabe lo que socialmente desencadena la prohibición: la del sexo en la época de la moral victoriana llenó el mundo de reprimidos y perversos; la del alcohol durante la Ley Seca en Estados Unidos colmó ese país de borrachos; la actual de las drogas hace aparecer cada vez más adictos, instalando la doble moral como sistema; ese es el plan. La discusión no es si consumiremos drogas en el futuro, sino quién tendrá el control de su distribución ilegal.

    La invasión zombi correrá tal vez la misma suerte, a pesar de las prohibiciones. O gracias a ellas.

    No soy abogado, aunque me gano la vida desde hace años como ayudante en una escribanía. Ese hecho me ha conectado con el pasado del barrio de manera directa, he accedido a la historia de las propiedades y, por lo tanto, de las personas y familias, de sus títulos, sucesiones, herencias, usucapiones, traslaciones de dominio, subdivisiones, juicios, reyertas, acusaciones, negocios, fraudes y todo tipo de cosas donde se mezcla el territorio y su apropiación con la historia de la gente que lo habita. Durante siglos, fueron los curas párrocos los depositarios de la memoria de los barrios. Los sacramentos les permitían acceder a la vida de los fieles. Bautizaban, confirmaban, casaban, confesaban, cuidaban enfermos, auxiliaban huérfanos, alimentaban vagabundos, daban la extremaunción, acompañaban a los difuntos hasta las sepulturas rezando por sus almas... Toda la dimensión de la vida en significación y sentido se desplegaba ante sus ojos como una gran película que los encontraba comprometidos con la felicidad y el dolor que la vida proporciona. En cambio, lo mío fue accidental, el trabajo me conectó involuntariamente con la historia de Palermo y despertó en la juventud una fuerte vocación que he sostenido en el tiempo.

    Como he utilizado la palabra barrio, se impone que explicite sus significados posibles. Por oposición, barrio es lo contrario a lo que no es barrio; por ejemplo, un barrio cerrado no es barrio, porque los barrios, por definición, no pueden ser cerrados, en ese caso son guetos. Los barrios de una ciudad amurallada no pueden ser cerrados. Las ciudades pueden estar protegidas por murallas; los barrios, no. El centro de la ciudad no es un barrio, porque los barrios son lo contrario a los centros, las acrópolis. Las villas miseria no lo son inicialmente, pero están llamadas a transformarse en barrios. Así empezó La Boca, como un humilde caserío de inmigrantes genoveses. Las áreas modernizadas artificialmente de manera violenta tampoco lo son. Los barrios se definen por la multiplicidad de contenidos yuxtapuestos: simbólicos, históricos, políticos, culturales, económicos, sociales, que hacen que alguien se sienta parte de algo llamado barrio de Palermo o barrio de Boedo.

    Recomendación inicial

    La narración se dispone alrededor de un conjunto de vórtices poderosamente románticos, con momentos abismales de los cuales resulta difícil recuperarse anímicamente. Un especialista lo definiría como un texto tardo-romántico, en el que lo histórico nos envuelve y afecta.

    Abandonar el propio cuerpo y viajar al Hades en una búsqueda temeraria del otro no es una experiencia fácil de atravesar con la pretensión de salir ileso.

    Deseo, por lo tanto, advertir a las personas impresionables y a los menores de edad, a las mujeres embarazadas y a todos aquellos que estén atravesando alguna situación emocionalmente riesgosa que posterguen la lectura. Puede parecer inofensivo y hasta remanido el hecho de contar una historia tremebunda en la que unos muertos vivos mal parecidos y peor vestidos invaden alguna ciudad, pero el escrito incluye contenidos conmovedores. Deben considerar que los zombis no suelen ser aristocráticos y elegantes como los vampiros.

    Las voces en primera persona corresponden a fragmentos utilizados tal cual fueron encontrados, con el objetivo de que no perdiesen su frescura y veracidad.

    Los hallazgos iniciales, producto de la casualidad, dieron lugar a la búsqueda sistemática de pruebas, documentos y trabajo de investigación.

    Todo se exhibe como mosaico de discursos concurrentes; las anotaciones al margen explicitan su origen y metodología. Se trata, entonces, de una compilación en la que las partes, los extractos, las materias y los documentos han sido organizados en función de rescatar los hechos y registrar la memoria común sobre ellos.

    El relato describe una invasión zombi que se inicia con una aparición traumática en el barrio de Villa Crespo, hacia fines de 2001, y que se desplaza luego para configurar su epicentro en el barrio de Palermo. Resulta obvio que para ustedes los zombis no existen, y que los consideran personajes de ficción. Sería apropiado que dejen ese prejuicio a un lado. Al finalizar la lectura, podrán replantearse sus ideas en relación con la existencia o no de los zombis y sobre los juicios de valor que nos llevan a distinguir entre el mundo de lo existente, al que llamamos mundo real, y el de lo inexistente, al que denominamos ficción, irrealidad, fantasía, metafísica.

    Los zombis son un fenómeno anómalo y poco creíble; sin embargo, como podrán verificar, muchísimas cosas anómalas ocurren cotidianamente en la vida de las personas y deben ser aceptadas como parte de la realidad del mundo por el simple hecho, fatal e inevitable, de que les tocó vivirlas. Y así lo expresan: ¿sabés lo que me pasó?… ¡Increíble!

    Increíble pero real, creíble pero irreal: así estaban las cosas por esa época en Buenos Aires. Resultaba difícil distinguir.

    La invasión zombi sigue siendo negada oficialmente, pues las fuerzas oscuras así lo decretaron, destruyendo las pruebas y censurando de manera sistemática toda información relacionada.

    Resultan importantes los vestigios. ¿Qué son acaso los zombis sino vestigios de una vida que ya no existe o que está dejando de existir?

    Tal vez sean lo contrario: pruebas de una muerte que no puede terminar de morir, pues tiene alguna cuenta pendiente en el mundo de los vivos. Los vestigios son señales latentes de una realidad anterior, cenizas, ruinas, restos, escritos, cartas, ropaje, marcas que los que vivieron nos han dejado.

    Las miniaturas, los microrrelatos, los he compuesto junto a fragmentos más largos, de los cuales algunos son de mi autoría. Inicialmente, tenían una gran dispersión. Con el tiempo y el trabajo de campo, he podido darles sentido y compaginarlos en una serie coherente.

    Las numerosas entrevistas a testigos y actores de los sucesos me permitieron verificar los hechos, y las interpretaciones se suman a las pruebas documentales que han llegado a mis manos, algunas casualmente, otras luego de una perseverante búsqueda: cartas, material periodístico, trabajos de arqueología urbana, entrevistas y el hallazgo final de sitios y utensilios como el caloventor Aurora y la mesada de acero inoxidable en la carnicería de Rino en el Bajo Flores. Los zombis aparecen y desaparecen sin dejar señales, tomando y abandonando cuerpos muertos, pero no es lo único que aparece y desaparece en Buenos Aires.

    Los zombis no existen, sin embargo allí estaban, caminando por las calles.

    Consideraciones sobre un tiempo

    que ha dejado de existir

    En 1582, diez días desaparecieron del almanaque: el 4 de octubre pasó a ser el 15 del mismo mes. El evento, decidido por el papa Gregorio XIII, corregía así las desviaciones del calendario juliano. Los que nacieron en esos días dejaron de existir; los que murieron debieron resucitar para morir luego; los matrimonios fueron anulados; las compras, las ventas, las leyes promulgadas, los actos administrativos, las condenas a muerte, los eventos deportivos y sus resultados, siempre discutibles; lo dictado en días inexistentes había perdido realidad. Lo anterior demuestra que la realidad es una cuestión convencional.

    El nuevo calendario entró en vigor en esa fecha para las tierras que dependían de Roma, España y Portugal. Sin embargo, fue resistido en otras latitudes. Inglaterra lo aceptó en 1752; Alemania lo incorporó recién hacia 1700; Rusia, en 1918, y Grecia, por último, en 1923, a comienzos del siglo xx.

    La anulación de un cronotopo, por infinitésima que sea, genera grandes consecuencias.

    Métodos de validación de la investigación histórica cuando algunos de los sujetos

    de la acción son zombis

    El hecho de que muchos de los personajes sean zombis no le quita valor al testimonio. Por el contrario, le suma sentido y lo hace más verdadero.

    Las tradiciones de los pueblos cuentan historias míticas que reúnen en el escenario de los hechos personajes históricos con almas errantes, fantasmas, brujas, dragones, espíritus, ángeles y diablos, dioses menores, faunos, sátiros y todo tipo de actores que ayudan a comprender la realidad existencial de las sociedades, sus interrogantes, angustias y proyectos. Pero debo advertir que Palermo Zombi no es un relato que mezcla ficción y realidad, zombis con seres vivos, mito con sucesos históricos, sino que parte del hecho de que la presencia zombi es un fenómeno real, concreto y demostrable. Los zombis están y actúan, se expresan, son sujetos históricos y no personajes de ficción.

    El libro más difundido en la historia humana, la Biblia, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, reúne relato histórico, epifanía, poesía, sabiduría, escatología, milagros, guerras, fiestas y conmemoraciones, ritos, normas de higiene física, adivinaciones, profecías y recetas de cocina. Todo actuado por sujetos de diversa naturaleza y condición: pueblos, tribus, reyes, personas, ángeles, arcángeles, demonios y, por supuesto, el mismísimo Creador bajo sus tres formas. Nadie sensato puede decir que la Biblia está desconectada del mundo y de lo que en él sucede, ni que trata de una ficción.

    Sin la menor pretensión de comparar este limitado escrito con una de las obras literarias colectivas más importantes de la historia de la humanidad, asumo libre y responsablemente la anomalía de contar hechos de difícil comprobación. Un historiador clásico jamás habría tomado semejante riesgo profesional. La marginalidad de los saberes que articulo y los métodos de trabajo con que he llegado a las verdades que la narración propone me distancian del academicismo. Estar lejos de lo académico no es garantía de verdad sino que puede ser la rebeldía de una persona contrariada con los formalismos del saber institucional. No es mi caso. Me considero un buscador más que un rebelde.

    Nací en Palermo, lo conozco como la palma de mi mano: su gente, sus calles y en particular la esquina de Cabrera y Gurruchaga, donde paraba todos los días al menos un rato. Era un bar almacén en el que, desde 1953, Jesús y su esposa Lola se repartían para atender a los clientes, la mayoría, como en mi caso, reincidentes.

    Los primeros documentos llegaron a mí de la mano del propio Jesús. Era un mediodía de verano; en el salón del bar había tres empleados del Automóvil Club Argentino. Solían dejar sus autos grúa de color amarillo estacionados frente al local y comían en la misma mesa sándwiches de pan francés cargados con fiambre y acompañados de cerveza helada. Era su almuerzo cotidiano. Jesús les cobraba siempre lo mismo, a diferencia de otros clientes, a los que nos facturaba lo que se le antojaba al momento, poco o mucho según sus humores. Hacía mucho calor ese día, y me senté a tomar una gaseosa con hielo.

    Luego de traer la bebida, Jesús se acercó a mi mesa y con su acento español dijo: Tengo una caja llena de escritos que tal vez le interesen, los encontró mi nietita en la pieza de la azotea, en el armario. Está llena de documentos de una fiscalía antizombi. Y me preguntó, con una sonrisa en la boca: ¿Usted sabe qué son los zombis?. Le respondí que eran personajes de historieta. ¡Qué boludez!... ¿no?, imaginé que contenía revistas del género. Fue lo que se me ocurrió en ese momento y llevé la caja a casa. Luego de cenar, la puse sobre la mesa, corté los hilos y levanté la tapa. Encontré un verdadero tesoro: relatos novelados escritos a mano por un tal Lobo Rocambole que decía ser un zombi, textos íntimos de una joven llamada Leticia y documentos membretados de la fiscalía antizombi de Buenos Aires. No tenía idea de que tal fiscalía existiese. Esa noche casi no dormí, me quedé hasta la madrugada leyendo y clasificando esos textos, que cambiaron el curso de mi vida.

    Cuando volví al bar esa semana, Jesús comentó: Yo iba a tirar todo, pero a Lola por suerte se le ocurrió entregárselos.

    Con el pasar de los días, comprendí que esos documentos, al igual que muchos otros que hallaría más tarde, habían formado parte de algo ocurrido delante de nuestros ojos. Como los milagros que presenciamos y no podemos creer, esa realidad nos

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