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El Judío: Salvador de la Raza Negra
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Libro electrónico147 páginas4 horas

El Judío: Salvador de la Raza Negra

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Henrique Alves nos presenta una bella y conmovedora biografía del Siervo de Dios, el Venerable Padre Francisco M. P. Libermann. ¿Quién podía imaginar que un niño judío, tímido que nació en un arrabal, hijo de un rabí celoso de su fe y tradiciones, podía llegar a enfrentar a la Curia Romana y luego fundar una congregación religiosa y misionera que extendería a través del continente de África y hasta los rincones más remotos del mundo? Padre Libermann fue el fundador de una sociedad misionera que amalgamó con la Congregación del Espíritu Santo, revivificándola y dándole una espiritualidad auténticamente misionera y un testimonio de vida que es una joya no solamente para la Iglesia de Francia o el continente de África sino para el mundo entero.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento15 mar 2012
ISBN9781476426723
El Judío: Salvador de la Raza Negra

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    El Judío - Enrique Alves

    El Judío Salvador de la Raza Negra

    Por

    Henrique Alves

    Traducción de EUSEBIO CUENCA, Pbro.

    Nihil Obstat D. HERMENEGILDO LÓPEZ

    Madrid, 23 de Septiembre 1966.

    Imprimí Potest AMADEU MARTINS, C.S.Sp.

    Sup. Prov.

    Copyright, 2012, by the Congregation of the Holy Spirit, all rights reserved.

    Published at Smashwords.com by Cornelius T. McQuillan, C.S.Sp.

    Smashwords Edition, License Notes

    This ebook is licensed for your personal enjoyment only. This ebook may not be re-sold or given away to other people. If you would like to share this book with another person, please purchase an additional copy for each recipient. If you’re reading this book and did not purchase it, or it was not purchased for your use only, then please return to Smashwords.com and purchase your own copy. Thank you for respecting the hard work of this author.

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    UNA FIGURA ACTUAL

    Fallecido a mediados del siglo pasado, Francisco María Pablo Libermann, judío converso y padre de una familia de misioneros, sigue siendo una figura actual.

    Antes que nada porque los santos no pierden nunca su actualidad. Cada uno a su manera, todos encarnan la perenne juventud de Cristo y de su Iglesia. Libermann, copia fiel de Aquél que dijo de sí mismo «He venido no para ser servido, sino para servir», sigue vivo en los ejemplos de su vida, en sus escritos y sobre todo en la Congregación por él fundada.

    Nada podrá quitarle la gloria de ser el iniciador de la evangelizarían de África en los tiempos modernos. El Concilio, al reconocer que los institutos misioneros «sobrellevaron desde hace muchos siglos las molestias del día y del calor» fundando nuevas comunidades cristianas «con su sudor y a veces con su sangre», ha resultado indirectamente el mérito de los fundadores de esos institutos. Los fundadores, con el ejemplo de su vida, con las consignas que rigen a su institución y con su poder de intercesión junto de Dios son todavía los grandes impulsores de esa actividad misionera de los institutos. La familia espiritana, pese a los reveses sufridos en el decurso de su historia, sigue vigorosa y plena de actividad. De ello dan testimonio los miles de misioneros que luchan en África y América y las nuevas provincias de reclutamiento que están creando en varios países: Nigeria, Brasil. Trinidad, España y Angola.

    Finalmente, una otra razón en favor de la actualidad de Libermann es el hecho de ser un judío converso. El pueblo judío, sobre todo después de la última guerra, ha atraído las atenciones del mundo. También el Concilio ha querido hablar de él no para acusarle de la muerte de Cristo, ya que Cristo murió por todos nosotros, sino para reconocer que el pueblo del Nuevo Testamento está espiritualmente unido con la raza de Abraham». La Iglesia «no puede olvidar que ha recibido la Revelación del Antiguo Testamento por medio de aquel pueblo». «Como es tan grande el patrimonio espiritual común a cristianos y judíos, este sagrado Concilio quiere fomentar y recomendar el mutuo conocimiento y aprecio entre ellos.»

    La conversión del pueblo judío ha sido anunciada por San Pablo para la plenitud de los tiempos. ¿No querrá Dios servirse de la intercesión de este humilde judío converso que fue Libermann para acelerar esa conversión? ¡Inescrutables son los designios de Dios!

    Que el ejemplo y la intercesión del Padre Libermann garanticen la renovación de la Iglesia emprendida por el Concilio, y su actividad misionera y hagan progresar la evangelización de todos los pueblos.

    EN EL JUDAISMO

    (1802-1824)

    EL SIGLO «DE LAS LUCES».—El siglo XIX, que León Daudet clasifica brutalmente de estúpido, salió desde su cuna ahogado en incredulidad e indiferencia. Hijo de la Revolución Francesa, fue tristemente famoso por el despotismo de la Masonería y el Liberalismo anti-católico, por la expoliación de los Estados Pontificios y por la persecución más o menos violenta y casi general al clero, a las Órdenes y Congregaciones religiosas, a la Iglesia. Varias herejías, que al final se resumirán todas en el «modernismo», envenenaron los espíritus y los corazones e hicieron estragos aun en la misma fe y en la moral (1).

    Mas no hay cuadro, por más sombrío que sea, sin un poco de luz. A pesar de todo, el siglo XIX fue brillante en la historia de la Iglesia. Si fue el siglo de la incredulidad y de la indiferencia, fue también el siglo de la fe y de la santidad, de la intrepidez en la defensa de los derechos de la Iglesia. Siglo de Bismarck, pero también de Windhurst, que llevó a Canosa al «canciller de hierro». Siglo de San Juan María Vianney, de Santa Bernardita Soubirous, de San Juan Bosco, de Santa Teresita del Niño Jesús, de San Antonio María Claret, de Santa María Micaela del Santísimo Sacramento, de Santa Joaquina de Vedruna, María del Sagrado Corazón, José de Sanjurjo, Melchor García Sampedro, Vicenta López Vicuña, Soledad Torres Acosta... El siglo de lo» grandes polemistas católicos españoles Jaime Balmes, Donoso Cortés, Vázquez de Mella, Menéndez y Pelayo. Siglo en el que surge en España una floración de Institutos religiosos: Misioneros del Sagrado Corazón de María, Siervas de María, Adoratrices del Santísimo Sacramento, Hermanas de la Caridad, Hijas de Jesús, Hermanas de los Ancianos Desamparados, Hermanas de los Pobres, Compañía de Santa Teresa de Jesús, Carmelitas de la Caridad, Hijas de San José, Esclavas del Sagrado Corazón, Religiosas del Servicio Doméstico, Franciscanas Misioneras, Mercedarias de Bérriz, Angélicas, Siervas de Jesús, Congregaciones de la Pureza de la Virgen, Religiosas del Nombre de María... Siglo pródigo, en España, en luchas y persecuciones, en sectarismo y sacrificios de la Iglesia, pero siglo iluminado por d heroísmo y la santidad de ese catolicismo español que está en la raíz y en la sangre de España.

    A los errores de la herejía se opusieron la renovación del tomismo, el desenvolvimiento de la apologética y de la exégesis, el incremento de la vida litúrgica y del culto mariano con la definición del dogma de la Inmaculada Concepción —tan querido en España— y la devoción al Inmaculado Corazón de María. Registrarse conquistas apreciables en el campo de la libertad, de la enseñanza, de las obras y de la beneficencia. Es el siglo de la Encíclica Rerum Novarum y de Ozanán, con las Conferencias dé San Vicente de Paúl.

    A este renacimiento cristiano acompaña la más intensa actividad misionera: fúndanse las obras de La Propagación de la Fe y de la Santa Infancia; se restauran Institutos Misioneros y surgen otros nuevos, como la Congregación del Espíritu Santo y del Inmaculado Corazón de María, los Padres Blancos, los Combonianos, las Hermanas de San José de Cluny y las Misioneras Franciscanas de María; África comienza a ser intensamente evangelizada.

    Hay también un consolador movimiento de conversiones. Espíritus ilustres, mordidos por la duda, van a encontrar la luz salvadora y la dorada paz en la depositaría de la Verdad eterna y única, la Iglesia Católica. Baste señalar en Gran Bretaña el movimiento de Oxford, con las célebres conversiones de Newman y de Manning.

    El siglo XIX quiso ser enemigo de Cristo y de su Iglesia. Renán pensaba tejer a Roma un elogio fúnebre, pero los sabios que renegaron de Cristo acabaron minados por la duda desesperada y una mortal fatiga de vivir. Barres, en la flor de la edad, exclamaba: «El tedio bosteza sobre este mundo descolorido por los sabios». Y el gran poeta filósofo portugués, Antero de Quental, gemía impotente:

    Como un viento de ruinas y de muerte

    sopló la duda sobre el Universo:

    hizóse la noche de repente, inmerso

    el mundo en densa y álgida neblina

    Un veneno sutil, vago, disperso,

    emponzoñó la creación divina.

    Y un poeta español, José María Gabriel y Galán, angustiado ante la progresiva descristianización de España, exclamaba en un verso arrebatado:

    ¡Señor! ¡Mi Patria llora!

    La apartaron, ¡oh Dios!, de tus caminos,

    y ciega hacia el abismo corre ahora

    la del mundo de ayer reina y señora

    de gloriosos destinos...

    El siglo XIX, haciendo examen de conciencia, reconoció que hizo una larga siembra de ideas homicidas (de cuerpos y almas) y acabó por un acto de contrición, marchando finalmente hacia Cristo.

    Ernesto Psichari, nieto de Renán, se convierte y pregunta cándidamente: «¿Pero es tan sencillo amarte, Señor?» Littré, positivista y ateo, muere reconciliado con Dios, recibiendo el bautismo en sus últimos momentos. Maestros de la literatura francesa, como Bourget, Huysmans, Coppée, Brunetiére, hicieron también, en medio de su vida, pública profesión de fe.

    En Holanda conviértese el gran poeta Walkeren, y en Dinamarca, el ilustre escritor Joergensen, autor del famoso San Francisco de Asís y otros bellos libros llenos de espíritu cristiano; en Italia, Giovanni Papini pasa de los errores de la anarquía a un ferviente catolicismo y nos de la Historia de Cristo; en Inglaterra se convierte el original y profundo novelista G. K. Chestertón.

    Portugal también tuvo una dolorosa experiencia de incredulidad. Más todos sus grandes escritores acabaron reaccionando contra su obra derrotista e iconoclasta y volvieron al camino de la Iglesia. Antero de Quental es verdad que acabó en un acto de desesperación, firmando con un disparo su último verso; mas antes llegó a presentir una aurora espiritual; Oliveira Martins murió cristianamente, rezando el Ave-María que la piadosa esposa le iba recordando; Eca de Queiroz vivió los últimos años labrando el mármol de sus santos en las Últimas páginas y expiró repitiendo las oraciones con la ayuda de su esposa, asistido por un sacerdote que en los últimos momentos le llevó el perdón de Dios; Ramaiho Ortigio sintió en los últimos años reverdecer la flor marchita de la fe y reparó en lo posible las ruinas de su pasado; Junqueiro comprendió al fin que la Iglesia es el sereno asilo de las almas atormentadas y repudió los libros en que la había atacado, clasificándolos de abominables; Gomes Leal se convirtió frente al cadáver de su madre.

    Así acabó la generación que nos precedió. Según la bella síntesis de Jaime de Magalháes Lima, todos «hicieron acto de contrición y cumplieron su penitencia» (2).

    En España, donde «no hay un hereje que levante dos palmos del suelo», según frase de Ganlvet, no han existido propiamente racionalistas, sino acaso crisis individuales de fe, deserciones aisladas que no afectaron la fe arraigada y colectiva del pueblo. Y también aquí muchos de estos descarriados volvieron al redil: así Castelar, a quien se veía en la catedral madrileña, hincado de rodillas; así Juan Valera, confesando sus culpas, en el lecho de muerte, a un sacerdote; así Pérez Gaidós, que en sus últimos años recordaba las canciones cristianas de su madre y quiso

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