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Asesinar a un jesuita. De Monseñor Romero a Ignacio Ellacuria
Asesinar a un jesuita. De Monseñor Romero a Ignacio Ellacuria
Asesinar a un jesuita. De Monseñor Romero a Ignacio Ellacuria
Libro electrónico472 páginas15 horas

Asesinar a un jesuita. De Monseñor Romero a Ignacio Ellacuria

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El asesinato del Arzobispo Oscar Romero de El Salvador y años más tarde del jesuita Ignacio Ellacuria generó una polvareda que traspasó las fronteras de El Salvador. Las circunstancias de esos asesinatos siguen estando rodeadas de polémica y las ordenes de detención , cárcel y amnistía posterior salpican a miembros del ejercito.
Las sombras de esas acciones no están despejadas y todavía hoy existen ordenes de extradición que no terminan de cumplirse.

Esta es una semi ficción basada en documentos reales, ya publicados y que aparecen en el relato como soporte de una realidad que sigue vigente.
Introducirse en el como desde 50 metros y con un solo disparo cae muerto el arzobispo, mientras consagraba y el conocer la actuación de los cuerpos especiales en plena guerra civil sin declarar en ese país, puede ser una aventura que distrae y ayuda a comprender el "estado de la cuestión" en un país que puede no ser único en sus problemas.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento16 may 2016
ISBN9781311154958
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    Asesinar a un jesuita. De Monseñor Romero a Ignacio Ellacuria - Carlos Pajuelo de Arcos

    1.- De la portada

    Este es el libro número 12 en el que Sergio González y yo estamos inmersos en un debate constante en materia de expresión gráfica de las portadas.

    Es obvio que siempre llegamos a un consenso. Yo defiendo un grafismo menos conceptual que Sergio, porque entiendo que se han editado cerca de 70.000 títulos el año pasdo, siendo el 50% de estos los que están, poco tiempo, en trance de ser avistados entre los miles de títulos de las diversas librerías.

    Se está a favor del best-seller y apenas hay lectores para los modestos autores cuyas obras sirven, finalmente, para los parientes y amigos y algunos más. A veces un editor te da un alegría y consigues un minuto de gloria.

    Por eso la portada ha de ser un puñetazo de color y texto para el que pasa, para detenerlo y lograr que abra tu obra.

    Esta portada es fruto de la convergencia de Sergio y yo. Gracias, por por detenerse.

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    2.- A modo de prólogo

    Situarse ante la figura de Monseñor Romero resulta impactante. Intentar profundizar en la de Ignacio Ellacuría resulta intrigante. Acercarse a El Salvador, pequeño país en el que se desarrollan los acontecimientos que en este libro se narran, resulta apasionante. En todo caso, las historias dialogadas que van sucediéndose en un relato salpicado de anécdotas, reflexiones, propuestas intelectuales, retos al compromiso… permiten comprender una historia única, todavía incompleta, pero profundamente humana de sus protagonistas, que han ido ocupando espacios insustituibles en la memoria colectiva.

    El gran objetivo del autor vuelve a ser la verdad. Y una verdad contada al modo pajuelista. Son como historias que la propia historia permite integrar para alcanzar y conseguir mantener la atención de quien sienta la necesidad de conocer no sólo lo obvio, sino el trasfondo que es capaz de permitir la interpretación de hechos que de otro modo carecerían de sentido.

    No se sabe bien si Carlos o don Ignacio pretenden que el lector se convierta en socio de sus pensamientos, dejando abierta la puerta no sólo a la imaginación, sino a la reflexión y a la toma de postura frente a una realidad que acabó y puede repetirse en modo enfrentamiento, intolerantemente pergeñado sobre la base de una concepción global que integra la política, la ideología, el compromiso social, la religión y hasta la actividad diaria, trufada de miserias y enfrentamientos, que culmina mediante la imposición del poder a través de la fuerza, que para unos se sustenta en la razón o en la bondad, aliadas de quienes nada tienen; y para otros en las armas y el desprecio como coartada para garantizar el orden.

    En esa dialéctica, cualquier viento permite que el junco oscile de un lado a otro, pues no es posible mantenerse erguido. Ni el cuerpo ni la conciencia soportan los avatares de un permanente enfrentamiento tan radical.

    Y vuelve a aparecer la gran pregunta: ¿cuál es la verdad? Como sostiene el autor, todo lo que aparece en las páginas siguientes es verdad, aunque se entrecruce con algún hálito de ficción, que también parte de la verdad misma. Para algunos la verdad se esconde en intereses, se burla de la justicia, se reta con la realidad y destroza a los más descalzos. La verdad de Romero acabó siendo la del pastor llamado a acoger y defender a los más débiles. La verdad de Ellacuría y de sus compañeros acabó siendo la del intelectual y maestro que se asentó en la realidad de un pueblo crucificado con quien tenía sentido embarrarse. La verdad para todos ellos acabó costándoles la muerte. La verdad para el pueblo salvadoreño es que ni Romero ni Ellacuría han muerto. La verdad es que aún es tiempo de la reparación.

    Frente a quienes pensar constituye la pérdida del esfuerzo individual y colectivo porque se resiente la acción coordinada del grupo sometido; Romero y Ellacuría enarbolan la bandera del pensamiento racional y del sentimiento cercano. En ambos, la clave es la pasión por la misión, la sabiduría popular, la enseñanza, la predicación, la investigación de la realidad, el compromiso hasta las últimas consecuencias.

    La muerte del arzobispo fue el preludio de una guerra entre pobres, y la de los seis jesuitas de la UCA y las mujeres que les ayudaban, Elba y Celina, la alarma necesaria que denunciaba haber alcanzado el cenit de la indignidad de quienes seguían alentando el enfrentamiento interesado para mantener incólumes sus privilegios económicos, sociales y políticos. Entre medio, muerte y destrucción, enfrentamientos fratricidas y pérdidas de la identidad como personas y como pueblo. Al final, la impunidad como la gran enemiga de la verdad y la responsabilidad.

    En este libro, querido/a lector/a no sólo aparecen hechos que se sustentan en la realidad, sino reflexiones que pertenecen a la inteligencia del intérprete y pueden ayudar a conocer un país, una historia que se repite con sus variables desde el comienzo de los tiempos y unas personas que fueron capaces de encontrar el modo de abordarlo. Se convirtieron así en subversivos y peligrosos, molestos para el poder establecido y denostados por todos aquellos que, desde el poder institucionalizado, sentían la amenaza de ser arrastrados por ellos. Su causa necesariamente ha de ser la nuestra, como fue y sigue siendo de todas las víctimas que aún son.

    Contar una historia como ésta, desde la verdad, requiere conocimiento y profesionalidad, pues nada impide que sea amena si se sabe contar con el ritmo y la habilidad del estilo pajuelista. Lejos de su intención está la contaminación ideológica que él mismo rechaza para abordar un trozo de historia tan violento. Así es que cada uno será libre de alcanzar sus propias conclusiones sabiendo que la realidad más ajustada de las cosas no se encuentra en ocasiones en la superficie, sino en lo más hondo que no se aprecia a primera vista.

    Romero fue bendecido por el poder mientras no creó problemas, siendo alzado hasta la sede episcopal mientras se mantuvo como curita del pueblo. Ellacuría perteneció al grupo de estudiantes retraídos, hasta que generó expectación y desconfianza en la propia orden y en el país que lo adoptó. Como se lee en el texto, junto a una inteligencia excelente tenía un comportamiento mediocre. Siendo altamente talentoso, tenía un carácter especialmente difícil, con un juicio crítico persistente e influyente. Ambos acabaron coincidiendo en que su trabajo, su compromiso y su vida tenían sentido junto al pueblo crucificado por el que acabaron inmolándose.

    Por último, quisiera agradecer al autor que haya sido capaz de traducir la necesidad de mantener el derecho a la verdad frente al olvido que las víctimas de El Salvador y todas las víctimas necesitan. Merece la pena saber por qué. Gracias.

    José María Tomás

    Presidente del Tribunal Internacional para la aplicación de la Justicia Restaurativa

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    3.- A modo de resumen

    M es un ex marero captado por religiosos de la ciudad de San Salvador en una parroquia de barrio, que trata de olvidar su origen y desea encontrar un lugar en la sociedad salvadoreña.

    No se integra en la parroquia pero acude a ella mientras al tiempo es marero de la M18, hasta que entra en contacto con un observador perteneciente a un grupo de la inteligencia gubernamental con el objetivo de captar jóvenes para incorporarlos a los escuadrones de la muerte.

    El observador sabe que en las iglesias de los barrios puede haber arrepentidos, o en trance de serlo, que desearían integrarse en los llamados escuadrones de la muerte.

    Los escuadrones son unidades que tienen como misión limpiar de comunistas, o sospechosos de serlo, a la Republica.

    Desviado de la mara y de la Iglesia, encuentra en el ejército y la Policía un espacio vital de seguridad, compañerismo y supuestos ideales.

    Es entrenado como francotirador y adscrito a un escuadrón de la muerte dependiente de un alto mando militar fundador de un partido político.

    Se identifica a Monseñor Romero como un peligro para la estabilidad del régimen y la orden es matarlo.

    M es designado como el asesino y se entrena para ello.

    Protegido por el Jefe de los escuadrones sigue, tras el asesinato, formando parte de los cuerpos especiales.

    Es enviado a USA y allí vive como testigo protegido de una agencia gubernamental dónde, ya mayor, ha decidido contar su experiencia a un editor con el que ha tenido contacto en la zona donde vive, como uno más de los residentes sexagenarios que comparte bares y restaurantes.

    Esta es la historia de M que el editor no ha dudado en bautizar como asesinar a un jesuita por entender que así contribuiría, según él, a ayudar a esclarecer la verdad de una muerte que está ya perfectamente documentada.

    Un grupo de militares rodea la UCA de El Salvador y mata a los jesuitas que estaban allí en su residencia y a dos sirvientas.

    Unos años atrás matan al arzobispo Óscar Romero que se había convertido, al parecer en un cura molesto por sus acusaciones al Gobierno y su incitación a la desobediencia.

    Este relato no es un Scoop, no es una primicia, un descubrimiento que hará del autor una referencia.

    Todo está escrito ya, comentado hasta la saciedad... pero yo quería profundizar más. Sigue la sombra de sospecha cubriendo sectores civiles, militares y quien sabe qué otros más.

    El autor declara que esta es una novela de naipe de tahúr, es decir que la historia está tan documentada que escribir sobre ella era inútil, salvo que se incorporara una mezcla de ficción y realidad; una realidad de cuyas fuentes se da cuenta cumplida.

    Ocurre como en el caso de la película Titanic y otras; en el caso de James Cameron, el director de Titanic, al que le preguntaron que porque rodaba esa película, siendo que se conocía de antemano el argumento.

    Gran transatlántico, hundimiento por el choque con un iceberg, las gentes que mueren, la orquesta que sigue tocando y las miserias de algunos que tratan de salvarse a costa de quien fuera.

    Si. Es un riesgo, pero es mi visión. No sé si esta novela semi documento, semi ficción logrará éxito... pero es mi perspectiva. Piensen en algunas cosas que aquí se dicen. Especulen con el autor.

    Disfrútenla.

    FUENTES DE NOTAS E HISTORIA.

    Magistrado José María Tomás y Tío, wiki pedía, jesuitas, UCA, prensa de la época y el autor.

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    4.- Me llamo M

    Mi nombre es M y hoy soy testigo protegido. Vivir para la mara o morís para la mara es el lema de los componentes de las maras.

    Ahora no vivo para la mara y no he muerto para y por ella.

    Yo fui miembro en concreto de una mara conocida como M18 que tenía como enemigo a otra mara llamada Salva trucha.

    Me contaron que el nombre de mi mara era un símbolo bíblico y que tenía que ver con el 666, el número del diablo, del demonio, y que si me sentía orgulloso de pertenecer y ser un miembro, debía tatuarme y soportar la prueba.

    La prueba era dura y simple.

    18 segundos de extrema violencia contra mi cuerpo, los golpes surgían por todas partes y yo tenía que aguantarlos y defenderme; con ello, a medida que me defendía mejor, más rápido, me valoraban más y me calificaban como apto para ser miembro.

    Eran tres los golpeadores, aunque en ocasiones son cinco.

    El número depende de la fortaleza del que van a brincar y yo no era, por entonces, muy fuerte dada mi edad y constitución, por eso me asignaron tres.

    Me hubiera gustado que fueran cinco a ver qué pasaba. Ahora pienso que tres eran bastantes e incluso demasiados. Tres golpeando duro, a conciencia, y entrenados, son muchos.

    Todavía me resiento de una costilla cuando respiro más deprisa por el ejercicio, o por el maldito calor tropical que padecemos en esta ciudad.

    No sé porqué ese dolor me enorgullece y es que es como una señal, una condecoración ganada en una batalla cruenta. Me siento orgulloso, es una mezcla rara en este tiempo de recuerdo en el que también hubo un tiempo en el que luché contra las maras.

    La vida tiene recorridos incomprensibles.

    Los recuerdos son la evidencia de que uno vive y ha vivido. Yo he vivido mucho y de formas muy diferentes y eso lo digo porque tengo muchos recuerdos y distintos; se diría que tengo o he tenido varias vidas y para contarlas no tengo más remedio que ir de una en una. Con calma y con orden.

    No llevo diario alguno, porque todo está en mi cabeza y en una cabeza caben muchas cosas.

    Lo contaré por tiempos, una vez y luego otra y así hasta el final. Veré si puedo porque los recuerdos se me amontonan.

    Con orden y calma.

    Lo del orden y lo de la calma puede estar bien, eso me lo ha dicho mi editor que se ha convertido en inseparable; es una especie de mosca cojonera pegada a mis huevos, que no logro quitármela de encima porque cada vez que la espanto vuelve y vuelve y con él me pasa como con esos recuerdos que me asaltan; son lo mismo que cuando las pirañas se ceban incansables con el cuerpo ensangrentado de su víctima.

    Yo sangro, mi alma sangra mucho y no es, curioso, por arrepentimiento.

    No me arrepiento de nada, salvo por si en alguna ocasión he sido la causa de lagrimas de mi madre.

    ¿Por qué será que uno se acuerda y venera más a la madre que al padre?

    No lo entiendo porque a mí me han contado, gente que sabe de eso, que somos un 50 % de madre y otro 50 % de padre, pero yo me siento más del 70 % o más de mi madre.

    ¿Será así si algún día llego yo a tener hijos? No me importa eso ahora. Vamos a recordar lo del editor. Un tipo que se acercó a mí un día.

    Si. El editor me dijo que un día me oyó hablar con otros de un retazo de mi vida de marero y se ve que lo hice porque iba un poco cargado y ya se sabe que el alcohol suelta la lengua y la vejiga.

    Este editor es un gringo que frecuenta los sitios dónde los latinos nos vemos y nos hablamos.

    Uno de ellos es el Cabanas Food From El Salvador. Dice el editor que fue allí donde me oyó. A lo mejor es verdad. El sitio lo encontré mirando guías y preguntando.

    Me gustó una opinión que vi consultando una guía en Internet, recién llegado y que pongo aquí porque me parece de interés y porque creo que quién me lea y esté buscando un sitio donde ir, comer y charlar. Ahí tiene uno.

    Y además lo firma una mujer y para esas cosas —y otras— debo decir que siempre me han gustado mucho las mujeres, sean gringas o no. Las veo con mucho cariño y no me importa demasiado el tamaño, el color, pero, miren ustedes, me gustan los ojos que dicen que no engañan y yo siempre he mirado a los ojos, incluidos a los de mis ene-migos...claro que con mirada diferente.

    Bueno, voy a lo que dice la guía para el lugar donde ir, estar, platicar, beber y comer.

    (I discovered this place with my boyfriend years ago and we became instant fans. The food there is good and easy on your pocket. The service there is excellent, always attentive staff. They maintain a friendly atmosphere... I love how they have the chips and salsa at your table just seconds upon your arrival. The food is good, distant size portions. To top it off they deliver to our apartment which makes it even better)

    "Yo descubrí este lugar con mi novio hace años y nos hicimos aficionados instantáneos. La comida es buena y asequible para el bolsillo. El servicio es excelente, con un personal siempre atento. Mantienen un ambiente agradable... me encanta cómo sirven las patatas fritas y la salsa en la mesa apenas unos segundos tras nuestra llegada. La comida es buena y las raciones grandes. Para rematar, entregan los pedidos en nuestro apartamento, lo que lo hace aún mejor"

    Ese es el sitio y allí dice el editor que me oyó y encontró.

    Me propuso escribir mi biografía y me habló de dinero y de cómo podría ser ejemplo para otros.

    Yo les confieso que me importa tres cojones el dinero, ahora y si la historia sirve o no para otros, allá los otros.

    A mí me gusta esto porque me sirve para recordar y me satisface hacerlo; algunos dirían que es por vanidad pero yo lo niego porque en todo el relato yo soy M y solo yo sé quién soy, aunque a veces, es cierto, me olvido de lo que he sido.

    Se ve que la memoria juega con uno a olvidar las cosas malas y a eso algunos enterados lo llaman memoria selectiva. Tengo mucho que seleccionar.

    Hay otros que también saben quién soy y por eso estoy aquí en Miami protegido y sé que algunos dicen que escondido, pero nadie me lo ha dicho de derecho, porque hoy, a lo mejor, ese se lo podría contar a Dios en el Cielo o al Diablo en el Infierno. ¡Que juro que hay Dios!

    Confundo, como otros, el sitio dónde dicen que está Dios o el Diablo; según parece va cambiando de sitio dependiendo de quien lo mente y trate de situarlo, porque es gracioso saber que cada uno, cada grupo se acoge a él para justificar sus acciones. Yo mismo que he sido marero y policía, militar y refugiado, he echado mano de Dios siempre y lo he considerado a mi favor, aunque bien visto y desde la vejez confieso que no todo ha estado bien, aunque eso sí: yo no me arrepiento, o a lo mejor sí. ¡Quién sabe! Depende de días.

    Es una especie de historia secreta que añade algún acontecimiento que roza la ficción, aunque aquí no es como en esos larguísimos avisos del cine que dicen que todo es ficción y que los personajes son producto de la imaginación del guionista. Aquí no; en todo caso algunos conviene que lo sean.

    Mi editor quiere grabar lo que cuento y yo le digo que yo no grabo nada y que si quiere que tome notas y que si no que se largue con el cuento a otra parte y como no parece entenderlo, le digo que quiero decir, que lo toma o lo deja o que en todo caso si no le gusta que se vaya a tomar por culo, que esto se dice mucho ahora.

    Me mira como calibrándome, me escruta como se mira a una jodida mosca y eso me enerva.

    Me digo este tipo no sabe quién soy yo y se está jugando que le meta una bala en el corazón; le devuelvo la mirada y es importante saber que devolver la mirada y mantenerla fija da una ventaja y así estar hasta vencer por los ojos.

    Que cuando el otro desvía los suyos o baja los parpados ha perdido y solo con un poco de violencia facial. Sin gastar un dólar, sin esfuerzo que luego te deja respirando fuerte, como jadeando tras una cuesta.

    Es un pendejo y al final le digo puta dejamos la materia o sea que lo dejo y él se ha avenido. Se ha avenido a no grabar. Ahora está tomando notas. Es un huevón.

    Como se ha visto hasta ahora, he empezado con mi experiencia como miembro iniciado en la M18. Ahí estaba yo en el suelo defendiéndome como podía de la golpiza.

    Pasados los 18 segundos yo ya había sido iniciado, brincado que es como lo dicen en un español especial, todavía más alejado del llamado salvadoreño, y ya los golpes del futuro serían contra otras pandillas de barrios colindantes o lejanos; era lo mismo. Yo era parte entonces del ejército juvenil que dominaba las calles de El Salvador.

    Pandillas, bandas o ciclas se habían enseñoreado de las ciudades hasta el extremo, que luego con el paso del tiempo me enteré, que obligaron al Gobierno a firmar una especie de pacto, de disminución de las acciones criminales en las colonias (que así se llamaban los barrios de unas maras o de otras y que se concentraban en unas calles dónde ejercían la protección, la extorsión y a veces se recibían encargos para asesinar, por un precio no muy alto, según he visto después)

    Un ciudadano normal, llamémosle corriente, debía tener mucho cuidado de saberse los distritos y por quien estaban dominados, no fuera a ocurrirle que una cuadra más allá cayese en manos de otros y el peligro entonces era superlativo.

    La extorsión, como mal menor de una lista de delitos que culminaban en asesinatos por encargo, era el menor peligro.

    A mí me sobre podía el ver como a la vendedora de frijoles durante la semana y los fines de semana que preparaba Riguas (tortas de maíz tierno fritas con frijoles y queso todo envuelto con hojas de plátano) en la esquina de una calle más allá de la mía, a la señora Cristina, le cobraban por su seguridad, por la de ella, decían.

    Aquello, pese a ser de la mara, me parecía mal, injusto sería la palabra más correcta. Nunca dije nada y no sé si fue por miedo o por pensar que la mara era mi familia y lo que mi familia hacía era lo que debía ser. Nadie decía nada y la mara prosperaba en su miseria.

    Me había llegado la noticia directa por una conversación que tuvo mi madre con otra vecina.

    La Sra. Cristina depositaba una cantidad en una especie de cooperativa; una de una sola salida, se iba por la puerta de los pandilleros. Una salida para comprar armas, comida, drogas.

    En ese tiempo yo vivía con mi madre en una casa de barrio, muy pequeña, el polvo nos emblanquecía o amarronaba, según, cuando el aire espeso soplaba en la calle sin asfaltar; todavía siento en mi boca el sabor agrio de ese polvo. El polvo amargo del pobre y del que siempre seguirá pobre.

    El sabor era parecido al que sentía cuando recibía orden de mi jefe de traspasar la frontera de la colonia de nuestra mara y enfrentarnos a otra. Era una guerra territorial. Los otros eran nuestros enemigos y solo nos separaba una hilera de casas.

    No tendría sentido una mara sin la opuesta. Uno y su contrario. Todo era peor cuando ese uno y su contrario viven en tu cuerpo y no sabes qué es mejor.

    El sabor de ese polvo era agrio y se te pegaba a la garganta durando allí horas.

    ¿Sería el miedo o el polvo solo? Para mí que era más miedo que geología.

    Con el tiempo he sabido que puede ser de los restos azufrosos de una extinta laguna que estaba en el fondo de un cráter, el del cercano volcán que apenas teníamos a quince kilómetros de la puerta de mi casa y de la valla de paja que encerraba a las gallinas que mi madre tenía en su corral.

    Jodidas gallinas. A las gallinas no parecía pasarles nada. La mierda era su territorio preferido. Y mierda teníamos de sobra.

    El polvo que impregnaba mi ropa se diría que venía directamente de El Boquerón, la huella telúrica de un volcán, apenas a 15 Km de la capital. El Boquerón, creo yo, estaba observándola y la capital, como un todo, lo intuía y a veces sentía la certeza.

    Yo creo que la Naturaleza tiene sus signos, su lenguaje. El Boquerón también hablaba y escuchaba el ritmo humano, parecía esperar y estaba esperando la señal íntima, profunda, la confirmación física de que sigue siendo considerado activo.

    Por muchos senderos de visita que hayan habilitado para los turistas (pocos salvadoreños de la ciudad próxima se acercaban por allí, si acaso algunos grupos de niños de la escuela de la mano de su maestra que quería que conocieran lo que era un volcán y sobre todo su volcán) que deseaban sentir el temblor de la tierra. El temblor está presente, recordándonos la existencia de una fuerza más allá de lo concebible.

    Cuando el temblor llegaba, todos los ojos se volvían casi al mismo tiempo, la cabeza vuelta hacia El Boquerón, todos levantaban la cabeza hacia el horizonte donde se adivinaba la presencia oscura de la fuerza; como en el tenis, todas las cabezas seguían a la bola, esperando el contragolpe que no llegaba en este caso.

    No tengo más miedo al temblor que al Jefe de la M18.

    Cuando la tierra tiembla, las maras, los extorsionados, la policía nacional, el ejercito, todo desaparece; se acalla el runrún de la rutina y es el murmullo sordo, infra pies, el que lo domina todo y se sobrepone al silencio; si acaso la risa aguda de algunos niños horada el aire. Están jugando a matarse.

    Es lo que ven, sin apenas adivinarlo y sin temor. Dicen que eso es la inocencia y yo digo que es el desconocimiento de la realidad imperante. La realidad violenta a flor de piel.

    Pero yo no tengo más miedo al temblor de la Tierra, al grito sordo y enterrado del volcán, que al Jefe de la M18.

    Ese jefe decía que era el Diablo el que le hablaba a él y entonces se volvía como loco, poseído decían algunos, y lanzaba al aire una ráfaga de metralla como disparando a Dios y se reía. Yo agachaba la cabeza y miraba al suelo no fuera a creer que lo estaba retando o algo así. Estos jefes tienen la sensibilidad del reto tan cerca como la uña del dedo que protege.

    El mío llevaba mucho tiempo como Jefe y ya su padre perteneció a una pandilla de cuando muchos se fueron a USA,que allí les daban asilo político por la guerra civil que me han dicho que se llevó por delante a más de 75.000 almas.

    Eso sí que es matar y sin provecho alguno. Yo lo repito por ahí y algunos me dicen que la guerra fue por la libertad y yo muevo la cabeza, asiento y solo contestó con un: ¡Ah! ¿Sí?

    El editor me sugiere que si sé algo de ese enfrentamiento lo contase también.

    Este huevón me va a volver loco con tanto contar y además con tanta interrupción me descalabra el pensamiento, pero es cierto que eso de la Guerra Civil es un asunto que está en el fondo de la cuestión, así que voy a dar un par de brochazos gordos.

    Me quedo en blanco un rato y como parece que me he ido, el huevón me insiste y yo sin decir nada lo miro largamente hasta que el gringo de los cojones baja la testuz.

    Mirar así se aprende y bajar la cabeza también se aprende y entonces, cuando la bajas, sientes por dentro que el otro es superior a ti y que te puede perjudicar e incluso matar. Por eso ahora cuando hago bajar la cabeza a alguien sé lo que pasa por su cabeza y por su pecho.

    Un ramalazo de miedo que le prende en la nuca y le eriza los pelos de esa misma nuca. Lo has convertido en un animal sometido. Sometido a ti y eso te causa placer, casi más que con una tía, no tiene nada que ver es superior, muy superior os lo digo yo que durante mucho tiempo he bajado la cabeza y ahora la hago bajar. El silencio es definitivo, la mirada sostenida con los ojos sin pestañear hasta que logras que el parpado del otro esté vencido. Es sublime.

    Yo tenía al huevón, eso creía yo, a mi merced y por eso me tomaba el silencio como un premio que me daba a mi mismo.

    La Guerra Civil de mi país enfrentó a hermanos contra hermanos. Unos militaban en el ejército del Gobierno (FAES- Fuerzas Armadas de El Salvador) y otros en el Frente Farabundo Martí para la Liberación nacional (FMLN). Esa fue una guerra que estaba tan cerca como lo están dos esposos que se odian, pero que no pueden vivir el uno sin el otro. Se dan casos así. No intentes entender nada. Es imposible.

    No la llamaron Guerra y eso que estuvieron liados a tiros desde 1980 hasta 1992. No quería el Gobierno admitir que enfrente tenían otros ejercito y les llamaba insurgentes

    -Son muchos años —me dijo el editor— ¿Quién suministraba armas, porque ahí debieron de consumirse millones de balas y todo tipo de armamento, no?

    -El Gobierno mismo. La corrupción campaba entre las miserias de los mandos inferiores.

    -¿Seguro? —el editor huevón quería seguir sabiendo más y preguntaba y preguntaba.

    -Sí. Eso lo sé porque mi armamento era de origen americano, de USA; yo tenía asignado un M16 que también se cargaba con la misma munición que IMI Galil israelí y un subfusil Uzi de 9 mm.

    -Pero ¿Tú no eras marero?

    -No siempre. Hubo un cambio en mi vida. Ya se contará y se verá. Tú escucha y calla.

    -Ya. Tenías entonces casi un arsenal ¿No?

    -Se podría decir que sí. Mucha gente entonces y ahora en El Salvador tenía armas.

    Yo estaba acostumbrado al manejo de armas aunque estos aparatos no estaban entre las armas de la mara18... creo que solo el Jefe se había hecho con un M16.

    Mi país ha estado casi siempre metido en guerras desde 1871 momento de la primera Constitución y la base fue la abolición de la propiedad comunal y la concentración de la tierra en grandes propiedades.

    -Te veo muy puesto. ¿Y eso?

    -Eso, nada. No solo he sido un marero. En la Escuela de las Amé-ricas he estudiado historia de mi país, tácticas de supervivencia, guerrilla y estrategia política. Había que saber que querían y quieren los comunistas.

    -¿Y los insurgentes de dónde recibían el avituallamiento armamentístico?

    -De Cuba, de Nicaragua y otros decían que de la Unión Soviética. Vete a saber. Todo es cuestión de dólares, siempre igual, como ahora. Los vendedores de armas venden a Dios y al Diablo, a los dos bandos.

    -Vosotros los yanquis sabéis mucho de eso. ¿No?

    -Yo no. Solo sé que la industria del armamento americano o yanqui, como tú nos llamas es potente y próspera.

    -Ya. Por lo que sé si fuera solo para su propio territorio las casa particulares tendrían almacenes para guardar las armas.

    -¿Qué tipo de armas tenían los insurgentes?

    -Ellos tenían a los AK47 soviéticos, ametralladoras ligeras RPK, bazucas antitanque RPG-7. Todos teníamos lo mismo con marcas distintas.

    Yo creo que todo empezó en serio con el asesinato del arzobispo Romero.

    -Pero ese asesinato lo cometiste tú. ¿No?

    -Y a ti quién te ha dicho eso, cabrón —este tipo me está poniendo nervioso y como siga así le hago un agujero en su bonita tripa de hamburguesa con cebolla y en vez de sangre le hago tirar primero toda la jodida salsa de tomate que ha tomado en su vida.

    -Lo has dicho tú en una de esas sesiones, con amigos, que yo escuchaba,

    -Tú no creas todo lo que oigas y además eso ya se contará si llega el momento y viene al pelo... No jodas más. Ahora vuelvo a donde lo habíamos dejado. A cuando yo era un marero.

    Mi padre fue de los que se quedó y según mi madre, que todavía le lloraba en la soledad de su pequeña estancia, se quedó para siempre y para nada.

    Decía que el monte se lo tragó y al decirlo miraba al infinito de las montañas. Era un quien sabe dónde.

    No había más que ver la casa dónde vivíamos y la carrera que yo había emprendido. Esa era la prueba del triunfo de mi padre.

    Mi escuela era la calle y un pequeño colegio regentado por un venerable y buen religioso que estaba empeñado en hacernos la vida diaria más comprensible; quería hacernos creer que identificando letras nos ayudaría a entender mejor la vida, saber leer abría un mundo nuevo y yo, entonces, no lo veía así. La violencia de la calle me daba el contraste.

    Yo veía que una bala era más rápida y contundente que una sílaba. La vida me sigue dando el mismo mensaje.

    Mi madre se acogía con fervor a la sombra alargada de la Iglesia y me invitaba a acompañarla y el religioso Pablo se empeñaba en hablarme de cosas que yo no entendía, pero me gustaba que me diera un dulce o un salado; creo que era para ganarme a su causa, que luego he sabido que era buena, pese a que no todo el mundo pensase lo mismo como se verá luego en el relato.

    Para mí y en aquel tiempo podía ser la iglesia un lugar de refugio y de alimento. Nunca olvidaré la cara de aquel Pablo.

    Ni siquiera recuerdo el tiempo en el que vivimos en Santa Ana, ni el viaje hasta la calle de ahora -que no la digo exacta para que no me identifiquen porque el miedo todavía lo llevo en el alma que ya el cuerpo no me sirve para mucho- y el odio y la rivalidad son como el aceite sobre el agua, siempre queda la mancha, no se va ni siquiera cuando tiras de la cadena. El rastro deja huella.

    Los mareros tienen buena memoria y huelen el rastro como los perros hambrientos en busca de comida y son capaces de escarbar durante horas en la basura hasta dar con el hueso que otro perro ha dejado por comido.

    -¿Te han seguido?

    -Supongo. Todavía estoy vivo. ¿No?

    -Ya pero ahora con esta especie de memorias.

    -Ahora soy casi un saco de piel vacío... pero espero que no seas un pendejo porque aún te puedo dar un buen susto. ¿Ok?

    -Ok. Descuida. No hay firma, solo la que tú quieras poner.

    -La calle era el único lugar donde encontrar gente de mi edad y con la que sentirme a gusto, más seguro. Y si tenía que brincarme lo haría.

    He leído que hay un refrán castellano que dice Quien bien te quiere te hará llorar y puedo asegurar que a mí me han querido mucho, demasiado.

    Era mi nueva familia. Mi calle estaba a unos centenares de metros de la antigua Iglesia de San Esteban que hoy es un montón de ruinas tras un incendio que me han contado que fue tremendo. Desde ahí parten procesiones en los días señalados, que son muchos para tan poca gente.

    -¿Costumbres antiguas?

    -Sí. Costumbres españolas, coloniales le dicen. Salen los pobres con un paso casi militar y velas encendidas y en medio unas andas que sujetan los más fuertes del lugar y encima una Virgen, casi siempre es una Virgen y la compañía que la sigue es una tropa de mujeres con velos, una tropa ausente de varones y con algún niño que corretea entre las mujeres y en el aire un sonido machacón expirado por viejos músicos que no tienen donde caerse muertos. A eso le llaman procesión.

    A veces me acuerdo de la escuelita y del pobre religioso Pablo que supongo que ya habrá muerto, de muerte natural, espero, que aquí no es lo más natural del mundo, por cierto y los curas no son bien acogidos por algunos que los temen, los ven como mensajeros de un Dios diferente; claro que aquel cura no lo parecía y era tan viejo que no molestaba apenas.

    Daba pena, ahora que lo pienso, intentando meter en la mollera de los niños unas mínimas reglas de conducta y lo salpicaba con letras y números. Pobre hombre, merecía más.

    En ocasiones venían algunos mayores que llevaban una especie de uniforme y le hacían burla e incluso le metían miedo.

    Recuerdo que una mañana temprano entraron en la escuela y nos dijeron que calláramos y permaneciéramos quietos en las pupitres de a dos y que miráramos y aprendiéramos que eso era tan importante como leer y entonces se reían.

    Ponían firme al viejo Pablo y le llenaban de improperios y lo llamaban hijo de Marx, entonces yo no sabía quién era y el significado de su prédica, pero por lo que decían aquellos uniformados parecía ser peor que el diablo para El Salvador y eso que a mí, por pertenecer a la M18, el diablo no me era ajeno.

    Supe más tarde que el viejo Pablo y luego otros religiosos más sabios y que decían que eran jesuitas predicaban la necesidad del amor al prójimo, la igualdad de derechos, la redistribución de la riqueza y yo eso no lo entendía ni antes ni ahora. Y todo sigue igual por si alguien de afuera cree que con unos papelitos firmados las cosas han cambiado.

    Los ricos siguen siendo ricos, los pobres igual solo que más pobres y los muertos siguen apareciendo en las cunetas sin nombre y apellidos. Solo sus madres les echan de menos a la hora de dormir o de comer.

    ¿Como se puede pensar así sin haberlo guerreado, ni habiendo sido miembro de la mara, ni de otros grupos? No podía ser.

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