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Diario de un hippie
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Diario de un hippie
Libro electrónico136 páginas2 horas

Diario de un hippie

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Un joven urbanita, hippie y artesano, descubre Europa viajando a diferentes ciudades como París, Londres, Roma, Madrid, Barcelona...

Durante sus viajes se enamora, sufre rechazos, comete fallos mientras descubre lo que es sexo tántrico, los masajes eróticos o se cuela en la habitación de una vecina muy sexy haciendo un viaje astral. Tiene algunos encuentros de sexo duro y salvaje y otros lleno de poesía y romanticismo. Hasta que un día descubre a Thomas, que le cambiará por completo la manera de entender a las mujeres. 

Viaja en 24 relatos a varias ciudades europeas y acompaña a este hippie urbano en su descubrimiento de lo femenino y de los secretos de las relaciones: amor, erotismo, sexo, amistad...

Algunos de estos relatos son:

  • La Nochevieja más loca en las calles de Roma
  • Besos bajo la lluvia en las calles de París.
  • Un local alternativo en Londres
  • El descubrimiento del sexo tántrico
  • Un encuentro mágico en el mercadillo de artesanía
  • Sol y sexo entre las calas de Mallorca
  • El cofre de los orgasmos
  • Amanecer en un hotel en las calles de Madrid
  • El diálogo con un personaje místico que te permitirá descubrir la esencia de las relaciones entre un hombre y una mujer.

Y 16 historias más. Tras cada una: una mujer, un descubrimiento. 


Sumérgete en escenas llenas de sensaciones: el olor a pan de una "boulangerie" francesa, las luces de Portland Street, la energía de un cristal poderoso, cuerpos desnudos en el mar, las caricias de un masaje, el calor de una piel bajo el edredón, el sexo nuevo y, a veces, prohibido. A veces te reirás, otras llorarás y algunas te excitarás. 

Disfruta ya leyendo estas historias que te harán llevar a una nueva dimensión del sexo y las relaciones. El sexo y el amor en la nueva era. 

IdiomaEspañol
EditorialM.M.Eiró
Fecha de lanzamiento3 ago 2022
ISBN9798201219260
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    Diario de un hippie - M. M. Eiró

    Diario de un hippie

    M.M.Eiró

    © M. M. EIRÓ

    DIARIO DE UN HIPPIE

    2ª edición: marzo 2021.

    Reservados todos los derechos. Salvo excepción prevista por la ley, no se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio (electrónico, mecánico, fotocopia, grabación u otros) sin autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. La infracción de dichos derechos conlleva sanciones legales y puede constituir un delito contra la propiedad intelectual.

    Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).

    A Irene, contigo me siento libre

    Índice

    Mochileando

    Indecisiones......................................

    Hormonas y amores

    Desnudeces.......................................

    Amor al sur

    London

    Roma.............................................

    El río del olvido

    Tantra

    Conectar

    Mercadillo

    Lluvia en París

    Conversación

    Cubana

    Miradas

    Barcelona

    Mallorca

    Entre el sonido rasgado de las hojas al pasar

    80 centímetros alrededor del clítoris

    El cofre de los orgasmos

    Tengo un pene pequeño

    Viaje astral

    De lo que ocurre cuando se unen dos manos

    A mis cuarenta, subido en lo alto de la montaña, disfruto de la vista de mi vida como un valle: las risas en torno a la guitarra, las tardes vendiendo en el mercadillo, los besos y las amantes, los atardeceres en silencio, las pulseras, los baños desnudo en el mar, la mochila, las sandalias, las canciones, las caricias, la playa, la paz, y muchos, muchos otros momentos...

    En ocasiones la subida ha sido dura, otras un descenso reconfortante, ambos me han transformado y ya no soy el que partí.  El panorama desde aquí es majestuoso, ya estoy deseando ver las vistas al otro lado del valle...

    1

    Mochileando

    Aquel verano decidí recorrer parte de Francia solo con mi mochila, algo de dinero y muchas ganas de aventura. Empecé a hacer autostop en Barcelona, siguiendo más o menos la autopista que une con Lyon, pero sin rumbo fijo, dejándome llevar por los acontecimientos. Yo apenas hablaba francés, pero cuando la energía de la libertad y la pasión te invaden, no existen fronteras. De un tirón llegué hasta Montpellier, acompañando a un camionero español que le hacía gracia mi aventura juvenil y al que le hice compañía en el trayecto, mientras me contaba sus aventuras en la carretera y se carcajeaba sus propias gracias. Parecía todo de lo más sencillo. Pero luego no fue así, quería salir de la autopista e ir por carreteras menos principales, pues no quería ir de camión en camión y prefería un contacto más cercano con la gente del lugar. 

    Un par de días después, unos marroquíes que iban con música árabe a todo trapo, me habían dejado a mediodía en un cruce. Yo pensaba llegar hasta Suiza y ellos se desviaban mucho de esa dirección. Comencé a caminar por la carretera, pero el calor empezaba a ser sofocante, así que aproveché la sombra de una gran encina junto al camino para sentarme y esperar a que parara alguien. Dejé la mochila al borde de la carretera y me recosté contra el tronco. Supongo que el calor y el cansancio hicieron un efecto soporífico en mí, porque me quedé medio dormido, hasta que el sonido de un claxon me sobresaltó. Una Volkswagen destartalada, la típica T1 con la rueda de repuesto en el frontal, se había parado junto a la mochila conducida por un tipo bastante desaliñado. Era alto, de unos ojos azules profundos, y su pelo largo parecía que colgaba a jirones. Entre el sobresalto y las pintas de primeras no me dio buena espina, pero la aventura era la aventura. La furgoneta tenía los cristales tapados con papeles y cuando me asomé, tenía la parte de atrás llena de cachivaches de cocina y otros enseres, bastante desordenados. Me senté junto a él, nos dinos la mano y arrancamos rumbo a no sé dónde. Se llamaba Marc. Entre mi mal francés y su mal inglés, entendí que iba a una casa de un pueblo donde iba a reunirse con su pareja, que ya llevaba días allí. Él trabajaba en Valence, al parecer iba los fines de semana y ahora iba a pasar sus vacaciones allí. Yo ni sabía el día que era. La verdad es que era muy simpático, sus dientes aparecían incomprensiblemente blancos detrás de sus continuas sonrisas, y todos mis temores se fueron esfumando según transcurrían los kilómetros, y sentía gran curiosidad por conocer su estilo de vida, en plan agricultura biológica y esas cosas, así que cuando me ofreció quedarme a cenar en su casa no lo dudé ni un instante. 

    El pueblo era pequeño, pero encantador. Había casas de piedra con balcones de madera llena de flores, como restos de pinceladas de color que caprichosamente un artista había ido dejando de aquí para allá. Su casa estaba un poco apartada. No estaba tan finamente adornada como las otras, era más bien rústica, con amplias y toscas vigas de madera cruzando el frontal de la vivienda. Cuando llegamos a la casa había otro coche aparcado a la puerta, este pequeño y más moderno, y Marc anunció su llegada de una manera escandalosa haciendo sonar el claxon. Cuando Sophie, su pareja, apareció por la puerta, me fascinó. Tenía el pelo a media melena, castaño, sujetándolo graciosamente detrás de las orejas, dejando su cuello y sus hombros al desnudo, sus ojos negros, vivos, y su sonrisa, la iluminaban. Era delgada y tenía un vestido largo y vaporoso, que parecía flotar más que andar, de colores azules y morados. Recibió a Marc con un profundo beso, colgándose prácticamente de su cuello, porque era bastante más alto que nosotros. 

    Después de las presentaciones, dejé mi mochila dentro de la casa y me dieron una vuelta por ella. Era bastante amplia, pero muy sencilla: camas antiguas, muebles de madera, ventanas grandes y toscas. Pasamos bastante rato en el huerto: era su orgullo, totalmente biológico, me decían y me señalaban grandes plantas de calabacines, racimos de tomates, pepinos que parecían escaparse por aquí y por allá, otras parecían plantas medicinales, muchas de las cuales no acertaba a reconocer, salvo la menta, el orégano o el espliego. Sus labios pronunciaban palabras extrañas para mí. Yo no entendía la mitad de las cosas que me decían, y trataba de no mirar a Sophie, porque me sentía muy turbado al hacerlo. A veces me sentía un poco bobo, pero estaba muy feliz en ese momento.  Entre todos preparamos la cena, yo más bien llevando platos y vasos, cada uno de un estilo y color diferente, como restos venidos de diferentes lugares. Aun había mucha luz todavía, así que cenamos fuera en una gran mesa, con sillas de todo tipo (creo que no había dos iguales). Nos quedamos sentados en el exterior, mientras el sol iba desapareciendo y el calor daba paso a una ligera brisa Yo cada vez hablaba menos, pues la conversación se hacía lenta con las repeticiones, gestos y aclaraciones. A veces ellos parecían ponerse al día de sus cosas, pero yo no llegaba a entender lo que decían, otras veces nadie hablaba, pero el silencio no se hacía incómodo. Ya habíamos decidido que me quedaría a dormir, así que llegó un momento en que creí oportuno irme a mi habitación y dejarles solos a recuperar su intimidad invadida.

    La cama era enorme, creo que hubiera podido dormir en cualquier posición y mis pies no sobresaldrían de ella. Y alta, bastante alta. Pero no me podía dormir, estaba bastante excitado por la situación, me parecía vivir un sueño. Y pensaba en Sophie, en sus ojos, en su sonrisa, en el nacimiento de su cuello, en sus pies descalzos... Daba vueltas en la cama, repasando los sucesos del día, y aunque no habíamos hablado

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