Cartas a Giselle
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"Cartas a Giselle" está prologado por el Ministro de Cultura, D. Iñigo Méndez de Vigo, que afirma: "La prosa de Manuel González Busto es literatura de la buena".
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Comentarios para Cartas a Giselle
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- Calificación: 3 de 5 estrellas3/5Es un libro fabuloso que desde que se comienza a leer no puede dejarse.Es una exquisitez de lirismo,derroche de metáforas e imaginería.
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Cartas a Giselle - Manuel González Busto
España
SI LA LLUVIA TUVIESE UN CORAZÓN DE NARDOS
Giselle: Casi nunca llueve. Parece que la lluvia olvidose de la ciudad, o tal vez, la ciudad, cansada, diose cuenta de que esperar es pretender la eternidad. Si la lluvia tuviese un corazón de nardos se desbordaría: único reino cierto, única pulsación cuando nadie danza, ni duerme, ni hace el amor como merece la eternidad que se haga el amor; milagro que aún nombran las estrellas.
¿Tendrá epílogos la lluvia? Parece también que los vecinos olvidáronse de cuanto urge, de cuanto duele, de cuanta paciencia llora: ¿no son las lágrimas salmos en la penumbra del campanario? ¿Será una estatua, su única campana? ¿Será un suspiro, su reloj de nieve? ¿Una sombra, su pórtico de mar? ¿Un espejismo cada imagen, cada ofrenda, cada rezo que luego olvidan? ¿Serán sus templos un desfile de modas, un destello de joyas, una oferta de cáliz como si todo pudiese negociarse? Para venerar un rosario, ¿hay que pagar? ¿Acaso no expulsó Dios a cuanto mercader enriquecíase? ¿Acaso la misericordia, una estrategia para pecar y pecar, y no dolerse, y ser adúltero, y ser rufián, y daga ser: como si los Evangelios fuesen norias y no resplandeciera el corazón de Dios? Ah, Giselle, yo sé de una mujer que enamorose del párroco. Yo sé también de un párroco que enamorose de la tal mujer.
Que nunca faltáronle diez, veinte, cien mujeres para purificar el templo hasta pulirlo como un diamante, hasta desbordarlo como una cerveza. Que nunca careció de vinos, viajes y todo tipo de confituras que, seductoras y diligentes, procurábanle las tales hasta merecer los favores del tal.
Hubo una, ah, mi querida Giselle, que desposarse quiso con el afortunado, tanto, que sin saberlo, sin esperarlo siquiera, adelgazó hasta ser una espiga, una flamante espiga en los predios del párroco que, asustadizo, fugose a otro reino para seguir siendo el párroco que tenía cien, mil, millones de mujeres para purificar sus hábitos –léase: su honra– hasta dejarlos como un diamante…
LA MILAGROSIDAD DEL LIRIO
Giselle: La lluvia es mágica. ¿Será la lluvia una visión? ¿Serán tus muslos un sortilegio? Ah, Giselle, sigue la espera en la danza de las máscaras: toda sonrisa es plástica, toda ternura: nieve, toda discordia: oro, toda promesa: polvo. ¿Es cierto que en Europa adoran a los negros? Aquí los codician. Ah, cuántos se han ido como si no viviésemos en el país más bendecible y nacer no fuera el mayor de los milagros. ¿Te gusta el baseball? Es increíble: un jonrón*, un afortunado jonrón, y el mundo entero te conoce. Ah, si los versos fueran jonrones: ¿cuántas ofertas me harían?
Ah, Giselle, adoro mi país. Vivo en un país de frutas: ya olvidé el sabor del tamarindo, de la guanábana y del mamey. Son tantos los sabores que he olvidado, que hasta de hacer el amor me olvido. ¿Será cierto cuanto escribo? ¿Será cierto que allá nievan las frutas? Dicen que una gira turística es el paraíso. Si no me invitas, moriré: mis ojos nacieron para mirar. Cuando vengas, tráeme un poco de invierno; lentes para mirar el alma, para urdir galeones, o simplemente, para creer que soy feliz. Y más: sueños astrales, bolsillos dóciles: arcángeles bolsillos y un reloj de nardos para vencer al tiempo, para silenciar las navajas del azogue. Ah, y no olvides traerme una visa; tienen el sabor de lo prohibido: la milagrosidad del