El árbol de la ciencia
Por Henry James
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SINÓPSIS:
Peter Brench es un hombre muy rico íntimo amigo del matrimonio Mallow y está secretamente enamorado de la Sra Mallow.
El Señor Mallow, un escultor más que mediocre, es un soñador empedernido quien atribuye su fracaso artístico a distintos factores, pero nunca a su falta de talento.
Lancelot, el hijo de los Mallow va a París a iniciarse en la carrera artístisca pero se percata de su falta de talento que le confiesa a Peter, su padrino. Los dos prometen guardar el secreto del otro en aras de que todo siga tal cual para no enturbiar las relaciones familiares...
Henry James
Henry James (1843-1916) was an American author of novels, short stories, plays, and non-fiction. He spent most of his life in Europe, and much of his work regards the interactions and complexities between American and European characters. Among his works in this vein are The Portrait of a Lady (1881), The Bostonians (1886), and The Ambassadors (1903). Through his influence, James ushered in the era of American realism in literature. In his lifetime he wrote 12 plays, 112 short stories, 20 novels, and many travel and critical works. He was nominated three times for the Noble Prize in Literature.
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El árbol de la ciencia - Henry James
4.
EL ÁRBOL DE LA CIENCIA
1.
Entre otras convicciones secretas, cual las que todos albergamos, Peter Brench estimaba como el más grande logro de su vida no haber emitido jamás un juicio comprometedor sobre la obra, como era denominada, de su amigo Morgan Mallow. En lo tocante a ella, según pensaba él honradamente, nadie podía, con veracidad, citar una sola opinión pronunciada por sus labios, y en ningún lado podía haber constancia de que, a ese mismo respecto, en ninguna ocasión ni tesitura alguna, hubiese mentido o hubiese proclamado la verdad. Semejante triunfo le parecía de relevancia capital aun siendo un hombre que había logrado otros triunfos: un hombre que había llegado a los cincuenta años, que había eludido el matrimonio, que había vivido sin dilapidar su fortuna, que desde muchos años atrás amaba a la señora Mallow sin decir palabra, y que, lo último en orden pero no en importancia, se había juzgado a sí mismo hasta los más íntimos recovecos. De hecho se había juzgado hasta tal punto que había sentenciado que la actitud que mejor le cuadraba era una gran humildad global; y, sin embargo, nada lo hacía tener mejor concepto de sí mismo que el recto rumbo que había logrado seguir pese a varios de los escollos precitados. De esta guisa, consideraba categóricamente un mérito que aquéllos de sus amigos en quienes más confianza tenía fueran precisamente aquéllos ante quienes guardaba la mayor reserva. Él no podía -al menos eso había decidido el excelente hombre- decirle a la señora Mallow que ella era la adorable causa única de su contumaz soltería; y tampoco decirle al marido que la visión de los innumerables mármoles que poblaban el taller de éste le causaba un sufrimiento cuya incisividad ni siquiera el tiempo había conseguido embotar. Sin embargo, su victoria, como ya he apuntado, en lo tocante a estas esculturas, no consistía sólo en haber callado que las abominaba; consistía además, heroicamente, en no haber intentado nunca