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Sucio Mentiroso
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Libro electrónico286 páginas4 horas

Sucio Mentiroso

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Información de este libro electrónico

Todo el mundo besa el suelo que pisa Alec Grayson. Y lo digo de manera literal; las mujeres se arrodillan en la sucia acera para darle besos a su deslucida estrella de Hollywood.

Pero yo no.

Desteto el pavoneo y la sonrisa perfecta que consiguen que todas las demás mujeres se derritan. De hecho, he convertido en mi misión vital el detestar a ese tipo cada vez que entra en mi oficina.

Es mi peor enemigo, y todo el mundo lo sabe. Incluido él.

Pero entonces me hace una propuesta estúpida.

Necesita una relación monógama con una novia de mentira para poder conseguir el mejor papel de su vida, el que le conseguirá el Óscar.

Y lo único que tenemos que hacer es mentirle al mundo entero.

¿Podemos conseguirlo?

Puede. Si conseguimos tolerarnos el uno al otro el tiempo suficiente.

Pero entonces, una noche, ocurre una locura…

Me da un único beso ferviente en los labios reacios.

Es un beso falso, de eso no hay duda. Después de todo, Alec es un actor excelente.

El problema es que…

Ha puesto mi mundo patas arriba y está haciendo que lo reconsidere todo.

**Una de esas ardientes novelas románticas que te mantendrán despierta toda la noche. Es excitante y no podrás de leer. Si eso no te gusta… no compres el libro.

IdiomaEspañol
EditorialJanica Cade
Fecha de lanzamiento15 nov 2019
ISBN9781393728382
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    Sucio Mentiroso - Janica Cade

    Capítulo 1

    Alec entró en la moderna oficina de la agencia de talentos Grayson Star Enterprises como si le perteneciera, y me echo un vistazo antes de dirigirse a la oficina del director ejecutivo para reclinarse en el sillón de tweed que había en la esquina.

    El dolor me atravesó la sien. Había dos cosas en el mundo que detestaba con todas mis fuerzas: una de ellas era pasar una mala noche, y la otra…

    Era Alec Grayson.

    Y aquella mañana tenía que lidiar con ambas cosas. Me situé junto a la puerta y forcé a mis labios a formar una sonrisa por más reacios que los sintiera.

    ―Buenos días, Alec.

    Éste arrugó el labio superior y apartó la mirada.

    ―¿Ésa va a quedarse ahí de pie sin más, o va a ir a por café?

    No comprendía por qué me detestaba, pero el sentimiento era mutuo.

    Como multimillonario, actor, donjuán y con una altura de más de metro ochenta de idiotez y pura arrogancia, allá donde fuera siempre actuaba como si fuera el ser más especial que hubiese existido nunca sobre la faz de la Tierra.

    Todo el mundo besaba el suelo que pisaba, y lo digo de manera literal. Las chicas se arrodillaban en la sucia acera para besar la deslucida estrella de Hollywood que le habían asignado.

    Pero yo no. Odiaba su pavoneo y su sonrisa cegadora que hacía que todas las demás mujeres se derritiesen. En realidad, había convertido detestarlo en mi misión.

    Cada vez que veía a Alec se me disparaba la presión arterial y sentía el impulso de adentrarme en alguna tienda en busca de matarratas que poder colarle en el café. De entre todas las agencias de talentos de Los Ángeles, él tenía que trabajar precisamente con ésta.

    Resumiendo, que no lo soportaba.

    Broderick Grayson, mi jefe y el director ejecutivo de Grayson Star Enterprises, sonrió y asintió al ver a su hermano pequeño.

    ―Hola, hermanito. Me alegro de verte.

    Broderick era el mejor de los dos hermanos por goleada.

    Alec desplazó sus ojos color otoño hacia su hermano y aflojó la mandíbula.

    ―Lo mismo digo, hermano.

    «Lo odio tanto».

    Broderick miró en mi dirección y se rió entre dientes. Como siempre, no comprendía que la relación que había entre su hermano y yo no eran simples bromas. Se frotó los ojos y levantó la barbilla cuadrada hacia mí.

    ―Gabrielle, ¿nos podrías traer algo de café, por favor?

    Claro, traería el maldito café. Y después se me caería por accidente sobre el regazo de Alec Grayson. Suspiro. O puede que no. Inspiré y apreté los dientes a través de mi sonrisa.

    ―Por supuesto.

    «Ugh, detesto a ese bastardo engreído». Dejé bruscamente dos tazas en la encimera de la cocina con fuerza suficiente para que lo oyeran.

    Sí, tenía un físico atractivo. Era alto y estaba esculpido a la perfección; no iba a negarlo. Además, el pack incluía cabello oscuro y sedoso y unos penetrantes ojos avellana capaces de acelerarte el corazón.

    Las mujeres suspiraban por él. Los hombres ansiaban ser él.

    Pero yo veía lo que se ocultaba debajo de aquel exterior tan atrayente.

    Era un hombre superficial y arrogante, y cada semana cambiaba la compañía que le calentaba la cama. No le importaba nadie que no fuera él mismo, y mi opinión de él no cambiaría nunca. Jamás.

    Me incliné junto a Alec para dejar su taza de café en la mesa, y su perfume, un olor fresco y marino, me invadió la nariz. Me quedé paralizada. ¿Por qué olía tan jodidamente bien?

    Alec suspiró para sí.

    ―Por favor, dime que no le has puesto demasiado azúcar.

    La última vez que le serví café, lo había ahogado en azúcar con la esperanza de echarle a perder esos dientes tan blancos.

    Le dediqué mi sonrisa más encantadora.

    ―No te preocupes ―empecé a decir con voz aguda y dulce―. Esta vez le he echado una pizca de sal.

    Alec soltó una risa breve y carente de humor y le dirigió una mirada a su hermano.

    ―¿Qué demonios le pasa a ésta? ―Apretó los labios y arqueó una ceja mordaz en mi dirección―. Hazlo, y me aseguraré de que éste sea tu último día aquí.

    ―Venga, venga. Parad ya, los dos ―intervino Broderick―. Gabrielle es la mejor ayudante que he tenido nunca. Calma ese temperamento, hermano.

    Se me distendió el pecho; gracias a Dios que había hablado un hombre con sentido común. Inspiré profundamente y centré toda mi atención en el encanto que tenía por jefe.

    Me había prendado de Broderick Grayson desde el primer día. Era amable y paciente, y tenía los hoyuelos más encantadores del universo. Broderick me había acogido bajo su protección después de mi graduación, guiándome y dándome un puesto como su ayudante. Aquel hombre era el mejor jefe que ninguna mujer podía tener.

    «Me encanta mi trabajo». Siempre que no estuviera Alec, claro.

    Alec Grayson era… Demasiado.

    Las náuseas se adueñaron de mi estómago. ¿Por qué intentaba siempre arruinarme el día, como si aquel fuera su único objetivo en la vida? Debía de ser adoptado; era imposible que aquel idiota fuera el hermano del director ejecutivo.

    Salí del despacho de Broderick antes de que Alex pudiera lanzarme otro insulto, y recorrí el pasillo en busca de la tranquila voz de la razón…

    Mi mejor amiga, Eve. Trabajaba en el elegante zoo que era nuestro edificio como secretaria de un exigente agente artístico.

    Apoyé el codo sobre la parte superior de su cubículo gris e intenté calmar mi respiración.

    ―¿Tienes un segundo?

    Sus ojos verdes se desviaron para examinarme por encima de las gafas, sin apartar las manos ni por un instante del teclado.

    Lo tendré en cinco minutos.

    La mandíbula se me relajó y sentí como si me hubiesen quitado un peso de la cara. Eve era mi salvadora. Sonreí para mostrarle mi eterna gratitud.

    ―Genial. Te espero en nuestro sitio.

    Eve volvió a girarse hacia su portátil y a concentrarse en la pantalla.

    ―De acuerdo. Te veo ahora.

    Un repentino escalofrío me sacudió los hombros, así que cogí mi suéter de mi silla y me dirigí a nuestro hueco recóndito, debajo de las escaleras.

    Eve apareció. Echó un vistazo por encima del hombro y después me analizó más de cerca con gesto preocupado.

    ―¿Qué pasa?

    El sudor me bañaba las axilas; había llegado el momento de desahogarse. Tomé aire y rugí su nombre al soltarlo.

    ―Es Alec. Me vuelve loca. Hoy no puedo con él.

    La comisura de los labios de Eve se torció en una sonrisa mientras me observaba. Era espectacular, medía metro setenta y cinco y tenía el cabello rubio color miel. Eve era preciosa, aunque no era consciente de ello. Diablos, debería haber sido ella quien apareciese en las películas, y no quien encontrase papeles para que los interpretasen otros.

    Y era la única persona aparte de mí que no intentaba besarle el culo a Alec, otra razón más por la que la adoraba.

    Eve dejó caer los hombros.

    ―Dime algo que no sepa.

    El hueco bajo las escaleras empezaba a caldearse, por lo que me quité el grueso suéter de lana y lo dejé caer al suelo.

    ―Uno de estos días perderé los nervios de verdad. A veces tengo la imperiosa necesidad de empujar a ese capullo por las escaleras y… me imagino sonriendo mientras lo hago.

    Eve miró un momento a lo lejos antes de volver a centrar la vista en mí. Enderezó su postura.

    ―Lo sé, Gab ―susurró, frotándose las uñas―. Tú ignóralo.

    Eve era inteligente, pero siempre daba consejos que resultaban demasiado simplones. No comprendía lo mucho que aquel hombre me ponía de los nervios; era como si sólo apareciera para destrozar mis últimas reservas de tranquilidad. Tenía que lograr que Eve lo viera, porque no me estaba entendiendo.

    Me apoyé contra la pared inclinada y exhalé.

    ―Es imposible ignorarlo. Siempre me está provocando, y ya me conoces. Soy incapaz de mantener la boca cerrada.

    Eve entrelazó los dedos y se inclinó contra la pared azul cielo.

    ―Sí, pero quizás sea eso precisamente lo que busca. Una reacción. ―Hizo una pausa―. Y se la estás dando.

    Sentí una presión en el pecho. Tenía que admitir… que lo que decía tenía sentido. A Alec le encantaba provocarme, un juego que sólo un donjuán idiota querría jugar. Me froté las mejillas atormentadas para relajarme la cara.

    ―¿Por qué se esforzaría nadie tanto en destruir las vidas de otros?

    ―Por aburrimiento. Por diversión ―replicó Eve―. Eres la única que no está ansiosa por hablar con él.

    ―Bueno, pues no pienso aceptarlo ―afirmé, recogiendo mi suéter del sucio suelo―. De ahora en adelante… no conseguirá hacerme reaccionar.

    ―Bien. Tranquila y controlada ―confirmó Eve―. Deberías centrarte en eso.

    Ojalá pudiera tranquilizarme. ¿Y sabes qué otra cosa me irrita? Broderick, que siempre es tan majo, no parece ser consciente de lo horrible que es Alec. Cada vez que lo menciono lo defiende y dice que no lo hace con mala intención ―divagó―. Sin mala intención, y un cuerno. Si no me hiciera falta el dinero para mi familia, le daría a Broderick un ultimátum, y al infierno con las consecuencias.

    ―¿Lo harías? ―resonó una voz profunda a mi espalda.

    Se me escapó un pequeño chillido antes de poder controlarlo. Se trataba del diablo en persona. Me quedé paralizada. «¿Cuánto tiempo lleva ahí de pie?».

    ―¿Qué ultimátum le darías a mi hermano? Siento mucha curiosidad, Gabrielle ―me interrogó Alec. Su constitución masculina se erguía sobre mí, y su cabello castaño oscuro reflejaba la luz que entraba por la ventana de la escalera. Su mirada penetrante me fulminó―. Ilumíname.

    Se me aflojaron los músculos de las piernas. Debería haber sabido que se mantendría cerca de mí, esforzándose al máximo por poner todos los nervios de este pobre y desfallecido cuerpo a flor de piel. Levanté la barbilla y le hice frente.

    ―Es una conversación privada entre Eve y yo ―aseveré, añadiendo una sonrisa brusca. Una mentira descarada vendría muy bien―. Y tienes que ir a que te miren los oídos, porque no he pronunciado en ningún momento la palabra ultimátum.

    La comisura de sus labios masculinos se curvó en una sonrisa, y sus ojos llenos de autoridad se clavaron en los míos. No dijo nada.

    La tensión y el silencio se hicieron cada vez más pesados.

    ―Uh… disculpe, señor ―tartamudeó Eve―. Nuestro descanso estaba a punto de terminarse, así que…

    ―Puedes irte ―contestó Alec sin ni siquiera mirarla―. Tengo que hablar con Gabrielle.

    Se me aceleró el corazón. ¿Por qué decía mi nombre así? Como si fuera venenoso. Recuperé la compostura y tragué el nudo que sentía en la garganta.

    ―¿En qué puedo ayudarle, señor Grayson?

    Eve no se movió; se quedó allí de pie, fusionada con el cemento de debajo de las escaleras.

    «Por favor, no me dejes sola con este hombre».

    Alec la miró encarnando una ceja.

    Eve se estremeció y encogió los hombros hasta pegarlos a las orejas.

    ―Lo siento ―murmuró antes de salir huyendo.

    Alec volvió a centrarse en mí.

    ―Estás aquí para trabajar, Gabrielle. Puedes hacer lo que quieras en tu tiempo libre, pero cuando estés aquí, tienes que ceñirte a tus deberes.

    Un sabor amargo me cubrió la lengua. Capullo. Lo miré directamente a los ojos.

    ―Cuando estoy en mi descanso… es mi tiempo libre.

    ―Se acabaron las vacaciones ―anunció―. Tengo un trabajo para ti.

    Se me cortó la respiración; no me gustaba cómo sonaba aquello. Aun así, la curiosidad me afinó el oído.

    ―¿Qué trabajo?

    ―Estoy seguro de que estás al tanto de la idea que la gente tiene de mí ―comenzó.

    ―¿Que eres un idiota engreído? Sí, lo sé. Ahora dime de qué va el trabajo ―lo presioné.

    Hizo una mueca antes de acercarse más.

    ―Venga, Gabrielle. Crece de una vez y deja los insultos por un momento.

    Se me tensó el abdomen; hasta el último centímetro de mi ser anhelaba obligarle a poner los pies en el mundo real para que pudiera ser tan pequeño e impotente como él me hacía sentir a mí. Crucé los brazos sobre el pecho y me obligué a no moverme.

    Una expresión de sinceridad se reflejó en sus ojos avellana.

    ―Hollywood tiene esta imagen de mí de un soltero salvaje incapaz de sentar la cabeza con ninguna mujer, y hasta ahora eso ha jugado a mi favor. Pero… ―Inclinó la cabeza a un lado y miró por la ventana―. No puedo conseguir el papel de mi vida, el que podría ganarme un Óscar, porque el director se niega a trabajar conmigo. Quiere que me enmiende y le demuestre que he madurado, y entonces me dará el papel principal.

    ―Pobrecito ―lo consolé, expresándome con una mirada de pena y lástima. Hice un mohín y fruncí las cejas, burlándome de él―. Oh, espera. ¿Se supone que debe importarme?

    Su mirada se volvió más fría.

    ―El director quiere que mejore mi imagen, y eso significa que necesito una novia estable.

    Las mariposas me revolotearon en el estómago. ¿Hablaba en serio? Solté una breve carcajada.

    ―Tienes a mujeres siguiéndote por todas partes. Escoge a una, sé firme con tu decisión, y consigue el papel de tu vida.

    Alec soltó un suspiro brusco.

    ―No puedo. Necesito a alguien que no sea empalagoso y no me atrape en un matrimonio con un bebé o alguna otra locura.

    ―Entonces lo que estás pidiendo es… ―Hice una pausa, recorrida por un escalofrío―. Una relación monógama falsa. Quieres a una idiota que haga ver que es tu novia. Y quieres que esa idiota sea yo.

    Se irguió, apoyando las manos, fuertes y masculinos, en las caderas e inclinando la cabeza.

    ―Necesito a alguien que no me mire con estrellas en los ojos, a una mujer que preferiría estar a mil kilómetros de mí. ―Bajó los hombros musculosos y resistentes y me fulminó con la mirada―. Alguien como tú.

    Las náuseas se adueñaron de mi estómago. Ni hablar. Levanté la barbilla.

    ―Creo que acabo de vomitar en la boca. Aunque es verdad que no soporto siquiera estar contigo bajo esta escalera con tan poco espacio, no existe ni la más mínima posibilidad de que salga contigo. Ni siquiera mentirosamente.

    El pequeño hueco bajo las escaleras se volvió constrictivo y acalorado.

    El sudor me cubrió el labio superior. «¿Es mentirosamente siquiera una palabra?». Tenía que ser clara para que Alec se rindiera y comprendiera que nunca pasaría. Afirmé bien los pies en el suelo y lo miré directamente.

    ―Antes preferiría comer cristal.

    Apretó los puños, tensando las manos, antes de volver a relajarlas.

    ―¿Si quiera por un montón de dinero en metálico?

    Sentí presión en los costados. No se me ocurría ninguna respuesta, así que no dije nada.

    ―He oído lo que le has dicho a tu amiga. Necesitas dinero urgentemente, y puedo ayudarte con eso. Sería más de lo que ganas en meses. Diablos, de lo que ganas en años.

    Maldito fuera Alec y todos sus millones.

    Ojalá no estuviera atrapada. Tras la marcha del inútil de mi padre, mi madre se había pasado años luchando por conseguir un salario. Éramos pobres, pero había hecho todo lo posible para ayudarme a ir a la universidad.

    No nos sobraba el dinero, y su último ataque de asma no había ayudado. Las facturas de los médicos eran enormes, y cada vez que mi madre conseguía un trabajo nuevo, los síntomas empeoraban. Le había dicho que se quedase en casa y yo me encargaría de ganar lo suficiente para las dos.

    Alec inclinó la cabeza hacia un lado y frunció los labios masculinos.

    ―¿Qué dices?

    ―¿Cuánto…? ―Me aclaré la garganta mientras consideraba su ridícula propuesta. Increíble―. ¿Cuánto tiempo duraría ese horrible acuerdo?

    ―El director tendrá que decidir este invierno, así que sólo unos meses.

    Apoyé mi peso en una pierna.

    ―¿Y qué pasa si no consigues el papel?

    ―Nada ―replicó Alec―. Te liberaré de tu contrato y podrás marcharte.

    ―¿Y recibiré el dinero?

    Puso los ojos en blanco.

    ―Por supuesto. ¿Alguna pregunta estúpida más?

    Me quedé en blanco. Hacer ver que era la novia de Alec Grayson era una locura.

    ―¿En serio crees que la gente se creerá esta tontería?

    Dibujó una sonrisa lenta y juguetona.

    ―Sólo hay un modo de averiguarlo, Gabrielle.

    Se me tensaron los hombres al oír mi nombre en sus labios. ¿Durante cuánto tiempo tendría que escucharlo?

    ―Que alguien me dispare. Por favor.

    Alec apretó la mandíbula.

    ―No seas tan dramática. Si estás de acuerdo, necesito que accedas a algunas cosas.

    Tragué el nudo que tenía en la garganta.

    ―¿Hay más?

    ―Puesto que soy un personaje público, nuestra relación…

    ―Relación falsa ―señalé de inmediato.

    Curvó la comisura de los labios hacia abajo.

    ―Nuestra relación falsa será examinada. Estaremos bajo el escrutinio del público en todo momento del día, así que tendrás que tener cuidado con lo que dices y haces.

    Contuve el suspiro que quería escapar de entre mis labios.

    ―Yo no soy un personaje público.

    ―Ni espero que lo seas. Sólo tienes que comportarte, especialmente cuando asistamos a algún evento. Deja que sea sincero…

    ―Oh. Me alegro de que la sinceridad empiece a echar raíces en ti.

    ―En cuanto empecemos, pasarás a perder casi toda la privacidad ―empezó―. Y tendrás que vivir con ello.

    Aquel acuerdo era horrible, y no hacía más que empeorar. Todo mi ser me pedía que saliera huyendo de aquella farsa, pero ¿qué había de mi madre? Tenía que hacerlo por ella. Ojalá tuviera los detalles; tener más información me ayudaría a decidir. Me aclaré la garganta.

    ―¿Cuánto dinero sería?

    Sus labios masculinos se torcieron en una media sonrisa.

    ―Coge lo que sea que ganas con mi hermano y multiplícalo por tres.

    Los hombros se me relajaron. El dinero sonaba fantástico. ¿Qué estaba pasando por alto?

    Una tensión fría me comprimió las costillas. ¿Y qué había del sexo? ¿Esperaría que tuviera sexo con él? Después de todo, es lo que haría una novia.

    ―Si esperas besos prolongados o sexo… ya te puedes ir olvidando.

    ―Claro que no. Quiero que actúes como una mujer enamorada: ir cogidos de la mano, besos en la mejilla… Las tonterías habituales. ―Su mirada se oscureció y apretó la mandíbula―. Y no te preocupes, a mí tampoco me apetece en lo más mínimo besarte.

    Los ojos se me aguaron. Sus palabras me habían hecho daño.

    ―Una

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