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Juego de seducción: Juega conmigo, #2
Juego de seducción: Juega conmigo, #2
Juego de seducción: Juega conmigo, #2
Libro electrónico288 páginas3 horas

Juego de seducción: Juega conmigo, #2

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Información de este libro electrónico

Hector.
En la vida real, la Bestia no acaba con Bella.

Por eso debo mantenerme alejado de Mary.

A pesar de que me joda mucho verla con otro hombre.

Mary.
Héctor cree que no podré con él.

Pero yo sé lo que quiero.

Cederá. Cederá, aunque sea lo último que haga.


Que empiece el juego...

IdiomaEspañol
EditorialBell Press
Fecha de lanzamiento21 ago 2021
ISBN9798201147525
Juego de seducción: Juega conmigo, #2

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    Lectura entretenida y rápida, lo recomiendo. El otro igual uwu

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Juego de seducción - Shanna Bell

Hector.

En la vida real, la Bestia no acaba con Bella.

Por eso debo mantenerme alejado de Mary.

A pesar de que me joda mucho verla con otro hombre.

Mary.

Héctor cree que no podré con él.

Pero yo sé lo que quiero.

Cederá. Cederá, aunque sea lo último que haga.

Que empiece el juego...

CAPÍTULO 1

MARY

La llamó de madrugada.

Mary casi se golpeó la cabeza con la pared cuando fue a coger el móvil de la mesilla de noche. Luego recordó que, al ser tan pequeño, en su dormitorio ya no cabía ninguna. Llevaba tres meses viviendo en su nueva casa y todavía no se había acostumbrado al asfixiante tamaño del apartamento. Menudo cambio después de haber vivido en mansiones enormes toda su vida.

Estiró el brazo hacia el alféizar de la ventana sobre su cabeza para coger el teléfono. Era Britney. Que su amiga la llamara tan tarde nunca era buena señal.

—Britney, ¿va todo bien?

—Lo… Lo siento mucho, Mary. No he podido evitarlo —dijo con una voz muy ronca, y luego rompió a llorar.

«Ay, no».

—Lo he intentado… De verdad…

Mary echó las piernas a un lado de la cama y encendió la luz.

—¿Dónde estás?

—Ya no puedo más —barbulla Britney—. Es demasiado. Estoy cansada. Muchísimo. Zoe se merece una hermana mejor que yo. Se merece a alguien como tú. ¿Puede… puede quedarse contigo otra noche más?

—Claro. Por supuesto. —Sacó unos vaqueros del armario y se los puso, toda una hazaña con una sola mano—. Por favor, dime que estás en casa. —«Y no en un callejón cualquiera».

Otro sollozo.

—Estoy en casa.

Mary ya sabía que el programa de desintoxicación sería difícil para Britney. Aunque no esperaba que volviera a pincharse tan pronto otra vez.

—Vale, pues espérame. Voy para allá. Solo tengo que encontrar a alguien que se quede con Zoe. —Por mucho que a su ahijada le gustase creer que ya era toda una adulta (y una superheroína a tiempo parcial), todavía tenía seis años.

Colgó, terminó de vestirse y se dirigió a la habitación de Zoe. La niña dormía en una cama que parecía desaparecer entre un montón de cajas que abarrotaban la estancia. Una vez más, Mary deseó que su hermana Gina fuese a recoger sus cosas, que básicamente parecían reducirse a prendas de ropa y zapatos. No quisiera Dios que alguien la viera en el apartamento de Mary, pero bien que le gustaba usarlo de almacén.

Se debatía sobre a quién llamar a estas horas. Su prima Jazzy o el amigo de esta, Tommie, normalmente serían su primera opción, pero se encontraban en un congreso hasta mañana. Aunque Jazzy le había dado su número para emergencias. Como no tenía otra opción, la llamó.

—Sí.

Helada, Mary se dejó caer sobre la cama. Reconocería esa voz profunda y gruñona en cualquier sitio. Esa voz que la hacía estremecer de pies a cabeza. ¿Qué hacía Héctor respondiendo el número para emergencias de Jazzy?

—Eh… soy Mary. Busco a Jazzy.

—Este es un número para emergencias que contacta directamente con Díaz Security.

—Vaya. —No sabía muy bien qué más decir. Sabía que Héctor se encargaba de la seguridad del marido de Jazzy.

—¿Cuál es la emergencia?

El sarcasmo en su voz era evidente. Pues sí que no le caía bien a ese hombre y, Señor, Mary no tenía ni idea de por qué.

—Necesito una canguro.

Silencio. Y entonces:

—¿Perdón?

Eso había sonado mal, así que lo volvió a intentar.

—Me acaba de llamar una amiga. No está bien, así que tengo ir a verla. Su hermana pequeña se está quedando en mi casa y no la puedo llevar conmigo, así que necesito que alguien la cuide mientras tanto.

—Llama a otro.

Mary pidió paciencia en silencio.

—¿No crees que, si eso hubiese sido una opción, ya lo habría hecho? —Su actitud estaba empezando a cabrearla. Él era la única persona capaz de enervarla tan deprisa.

—Joder. Vale. Llegaré en quince minutos.

—¿Quince? —repitió, pero él ya había colgado. No sabía dónde vivía Héctor, pero no creía que fuese en su misma zona de la ciudad.

Aun así, quince minutos después, justo cuando Mary se puso las deportivas, sonó el timbre.

En cuanto abrió la puerta, descubrió que no había venido solo. A su lado había otro mastodonte. Con esos músculos abultados y el pelo que le llegaba hasta los hombros, básicamente era una versión rubia y más amable de Héctor.

—Hola, me llamo Aquiles —se presentó el extraño.

¿Héctor y Aquiles? La historia detrás debía de ser increíblemente interesante. Ojalá tuviese tiempo de quedarse a preguntar.

—Encantada, Aquiles. Yo soy Mary. Con una canguro va bien, en serio.

—Aquiles se va a quedar con la cría, yo voy contigo. Jazzy me cantaría las cuarenta si te dejara ir sola por la noche.

Claro. Por supuesto que no había venido por su propia voluntad.

Tras esas encantadoras palabras, Héctor frunció el ceño.

—¿Vas a dejarnos entrar o qué?

—Claro. —Mary se apartó y los dos la siguieron hasta el salón. La diminuta estancia pareció encoger con semejantes tiarrones allí.

Los dos no perdieron detalle de los montones de cajas que ocupaban la mitad del pasillo; las cosas de Gina no cabían en la habitación de invitados.

—Mi hermana todavía no se ha independizado. —De repente sintió la necesidad de defenderse.

«Qué bajo has caído», se mofó Gina cuando entró por primera vez en el apartamento de Mary. A diferencia de su hermana, Mary era de las personas que veían el vaso medio lleno. Sí, ya no vivía en el lujo que su difunto abuelo —el banquero de los mafiosos— les había proporcionado, pero su nueva vida traía consigo nuevas oportunidades. Ya no tenía las mismas restricciones de antes, lo cual era tremendamente liberador. Podía seguir su propio camino en vez del que su abuelo había marcado para ella. No había razón para pensar que no podría sobrevivir ella sola. Millones de mujeres lo hacían todos los días y en circunstancias muchísimo peores.

Mary cogió el bolso y las llaves de la mesilla.

—Muchas gracias por venir. Zoe está dormida, así que no debería darte mucha lata. Tú como si estuvieras en tu casa.

Héctor gruñó y salió.

Cuando ella se dirigió hacia su coche, él negó con la cabeza.

—De eso nada.

Eso se lo tenía que conceder; el hombre apenas cabría en su minúsculo Toyota.

Para sorpresa de Mary, Héctor bordeó la furgoneta con el logo de Díaz Security y se subió a una Harley. Como no quería iniciar una discusión, simplemente se colocó el casco que le tendió.

Le dijo la dirección a la que debían ir y se puso en marcha.

El trayecto hasta la casa de Britney fue increíble. Era la primera vez que montaba en moto y disfrutó de cada segundo.

Por desgracia, el viaje terminó demasiado pronto. El bloque donde vivía Britney tenía peor pinta que el de Mary.

Cuando Héctor hizo amago de bajar de la moto, ella lo detuvo.

—Britney se pone nerviosa cuando ve a hombres grandes. ¿Podrías esperar aquí mientras veo qué tal está? —No esperó a que le respondiera, sino que desmontó y le devolvió el casco.

—Tienes quince minutos.

¡Qué manía tenía con los quince minutos! A toda prisa, subió los escalones hasta el apartamento de Britney a la vez que sopesaba qué hacer. Se habían conocido en un grupo de apoyo en la casa de acogida para mujeres. Fue allí donde Mary encontró el coraje para abrirse a los demás. Enfrentarse a los traumas y a los miedos era una sensación poderosa. La alternativa era esconderse en un agujero de negación que a menudo desembocaba en alcohol, drogas, una depresión o una mezcla de los tres. Se consideraba afortunada por haber encontrado a gente buena que la apoyara y por no recorrer esa senda oscura. Britney, por desgracia, no había tenido tanta suerte.

Usó la llave de repuesto y entró al apartamento temerosa de lo que iría a encontrarse dentro. Muchas veces Britney estaba tumbada en el sofá o simplemente mirando ausente a la pared.

El único sonido proveniente del salón fue una especie de gruñido.

Abrió la puerta del salón y se encontró de golpe con un hombre quitándose de encima de Britney.

—Mañana volveré a por más, puta —dijo con desprecio y subiéndose la cremallera.

Maravilloso. Mary nunca lo había visto por allí. Britney no solía invitar a hombres a casa, y muchísimo menos a los que daban esa grima, con los ojos inyectados en sangre y los dientes podridos.

Miró por encima del hombro. Britney se encontraba despatarrada en el sofá, desnuda de cintura para abajo. Tenía los ojos cerrados, pero Mary no estaba segura de si seguía consciente o no.

—¿Quién eres? —preguntó.

—Ivan. El novio de esa zorra.

Mary apretó los labios. Dudaba muy seriamente que ese fuera nada de Britney, aparte de, tal vez, su camello.

—Fuera de aquí.

Sorteó unos cuantos recipientes de comida china tirados por el suelo y se arrodilló junto a su amiga. Recogió una manta del suelo y la cubrió con ella. Tenía muy mal aspecto: los ojos hundidos, la cara pálida y apenas le sentía el pulso.

De repente, Mary sintió un brazo alrededor del torso.

Gritó cuando Ivan la tiró contra la moqueta andrajosa. Soltó varios puñetazos, pero fue en vano. El hombre se sentó a horcajadas sobre su cuerpo y le agarró las manos con un solo puño.

—¡Quítate de encima! —empezó a chillar, lo cual solo consiguió que él se riera.

—Me gustan peleonas.

Ay, Dios. El aliento le olía a destilería.

«Vale, no te asustes. Sabes qué hacer».

Cuando dirigió las manos a sus pechos y le rasgó la camiseta de un tirón, Mary entró en acción.

Atrapó su mejilla desaliñada con los dientes y mordió. Con ganas. Y no lo soltó hasta que saboreó sangre.

«Puaj».

—¡Perra asquerosa!

Le hincó un dedo en el ojo, seguido de un movimiento que aprendió en clase de defensa personal, y salió de debajo de Ivan. Por fin servían de algo esas clases a las que Jazzy la había obligado a ir.

Puso más distancia entre ellos apostándose detrás de la mesilla auxiliar y adoptó una posición de defensa.

La adrenalina corría por sus venas y hacía que su sangre cantara. Saber que podía cuidar de sí misma era de lo más satisfactorio. Por desgracia, no sabía muy bien qué hacer a continuación. Sus clases de krav magá iban sobre defenderse de un atacante y luego salir por piernas. Bueno, la última parte no venía especificada como tal, pero ella lo había dado por hecho. El problema era que no podía dejar a Britney con ese asqueroso.

Ivan volvió a ponerse de pie fulminándola con la mirada.

—Te voy a rajar, perra.

Mary dejó de respirar cuando el tipo sacó un cuchillo. En ese momento a punto estuvo de hacerle caso a su instinto y de marcharse de allí.

«¡Hazle frente!».

«¿De verdad tengo que hacerlo?».

«¡Pues claro que sí!».

Siguiendo el consejo de su conciencia, Mary había empezado a canalizar a su amazona interior cuando la puerta se vino abajo. Sí, tal cual, porque Héctor literalmente la sacó de sus goznes cuando irrumpió de golpe en la estancia.

Solo le hizo falta reparar en la ropa desgarrada de Mary para que sus ojos verdes se tornaran incisivos. No medió palabra mientras se acercaba a Ivan. En un abrir y cerrar de ojos, lo desarmó. Luego lo sujetó por la garganta y le presentó a la pared… repetidas veces.

Mary se encogió de dolor cuando oyó el crujir de los huesos. Podía ver a la Muerte reflejada en los ojos de Héctor. Tal vez debería detenerlo. Por otro lado, en la cárcel había vis a vis; bien podría ser esa su única manera de conectar con Héctor Díaz.

—¿Tienes idea de con quién te estás metiendo? —escupió Ivan—. Soy Ivan, y…

Héctor lo arrojó hacia el lavabo. La cabeza de Ivan rebotó contra el espejo. Héctor le asestó una patada en la rodilla y luego en la cabeza hasta que terminó perdiendo el conocimiento.

Mary se volvió para ver cómo estaba Britney. Que no se hubiese despertado pese a todo el alboroto a su alrededor era mala señal.

—Sobredosis —dedujo Héctor a la vez que sacaba el teléfono. Desvió la mirada hacia la aguja sobre la mesa.

—Ay, no, no, no, no. —¿Qué le iba a decir a Zoe?

—¿Mary?

Parpadeó y lo miró. A juzgar por cómo fruncía el ceño, no era la primera vez que la llamaba.

—¿Sí?

—¿Por qué no coges algo de ropa para tu amiga y otras cosas que pueda necesitar?

Cierto. Se levantó y se dispuso a guardar algunas prendas y ropa interior en una bolsa de plástico que había encontrado bajo la cama de Britney.

Las siguientes horas discurrieron en un borrón. Subieron a Britney a una ambulancia y los paramédicos la siguieron al interior. Luego hubo enfermeras y médicos a los que preguntar. Nadie pudo decirle mucho, solo que su amiga estaba muy mal. Menos mal que no estaba sola; Héctor no se fue ni una vez de su lado. No hablaba mucho —no era muy locuaz que digamos—, pero su presencia le insuflaba fuerzas.

Luego, sobre las tres de la madrugada, llegaron las noticias: Britney no había sobrevivido. Tal y como Héctor predijo, la causa de la muerte había sido una sobredosis.

Mary se quedó paralizada cuando el médico le comunicó de forma clara y técnica lo que había sucedido. Ni todas las palabras de consuelo en el mundo serían bálsamo suficiente para paliar el dolor que sentía. Britney tan solo tenía veinticinco años, apenas era mayor que Mary, y ahora ya no estaba. Su vida había acabado antes de llegar siquiera a empezar.

Tuvo que rellenar muchísimo papeleo y, de nuevo, Héctor fue su pilar. Mantuvo la calma y se ocupó de los preparativos del funeral.

Para cuando regresaron al apartamento, Mary estaba agotada. Lo único que quería era meterse en la cama y pensar en el mañana… bueno, mañana.

Se encontraron a Zoe y Aquiles sentados en el sofá, viendo la tele. Al lado del hombretón, Zoe no parecía más que una pitufa.

La niña se levantó de un salto cuando la vio.

—¡Mary! Estamos viendo Wonder Woman. —Luego se quedó quieta y echó un vistazo detrás de Mary—. Eres El Hombre Lobo —susurró, mirando a Héctor con los ojos como platos.

—Puede que le haya hablado sobre uno o dos héroes de verdad —dijo Aquiles poniéndose de pie—. En su versión para todos los públicos, claro.

—Es tarde, cielo. Deberías volver a la cama. —Mañana no tenía colegio, pero, aun así, hacía rato que tendría que estar durmiendo.

Zoe le hizo un puchero.

—Pero la película no ha acabado todavía.

Aquiles mesó el pelo de Zoe.

—Haz caso a Mary… ¡oh, poderosa amazona!

Eso consiguió que se rieran, pero las palabras no surtieron efecto; Zoe seguía prácticamente balanceándose sobre los talones.

Cuando se percató de las migajas y la capa marrón que ensuciaba la boca de Zoe, Mary soltó un quejido.

—Le has dado galletas de chocolate.

Aquiles tuvo la decencia de parecer arrepentido.

—Lo siento. Se despertó y al verme se asustó, así que le ofrecí comida. Me sirvió para romper el hielo.

Pues claro que sí. Zoe era el monstruo de las galletas.

—Gracias por cuidar de ella. —Se giró hacia Héctor, que seguía junto a la puerta—. Y a ti también por…

—Sí, vale. Vámonos, Aquiles.

Y así sin más, sin siquiera dejarla terminar la frase, Héctor se marchó.

Aquiles le dedicó una sonrisa de disculpa.

—No le hagas caso. La gratitud lo incomoda. Si vuelves a necesitar una niñera, llámame. El mes pasado gané el premio al mejor tío. —Sonaba orgulloso.

Luego él también se marchó y la dejó a solas con una niña que, a partir de esa noche, estaba prácticamente sola en el mundo.

Mary se sentó junto a Zoe en el sofá y la atrajo hacia sí. Zoe estaba acostumbrada a que Britney estuviese constantemente «enferma». Su hermana se había desentendido de ella desde hacía mucho. Durante ese último año, su depresión había empeorado tanto que apenas salía de casa. Mary era la que llevaba a Zoe al colegio y la recogía los días que Britney era incapaz de salir de la cama.

A la vez que abrazaba más a Zoe, el cerebro le dolía de pensar en todas las posibles consecuencias que conllevaría la muerte de Britney. Solo había una que le preocupaba por encima de las demás. Sin Britney, a Zoe solo le quedaba un familiar vivo: su tío. Recordaba las cicatrices en el cuerpo de Britney, las quemaduras de cigarrillo que le cubrían los brazos y el pecho.

Ese monstruo tendría que pasar por encima de su cadáver si quería acercarse a Zoe.

CAPÍTULO 2

HÉCTOR

El mismísimo infierno de Héctor tenía nombre y apellido: Mary Rossi. La mujer más dulce que hubiese olido nunca, pero imposible de tener. Mientras conducía hacia la discoteca, juraría que aún podía oler su perfume. Haberla tenido pegada contra su espalda en la moto había sido pura tortura. Se había puesto duro en cuanto sintió sus pechos voluptuosos contra él.

Arrancó el motor con la esperanza de que la noche hiciese desaparecer su olor. Ojalá pudiese hacer lo mismo con su memoria, porque cada vez que pensaba en aquel gilipollas que le había puesto la mano encima, le entraban ganas de asesinar a alguien. Debería haberle roto algo más aparte de la nariz y de la pierna. Tendría que habérselo partido todo y luego haberlo lanzado por la ventana. El cabrón no era digno siquiera de lamerle los dedos de los pies, ya no digamos tocarla. Por un momento, la rabia lo había consumido tal y como en los viejos tiempos, cuando peleaba en callejones para ganar pasta; cuando dejaba salir a la bestia y aporreaba a su oponente hasta dejarlo al borde de la muerte; y cuando terminaba la noche con un puñado de tías en su cama, todas ansiosas por complacer a Héctor la Bestia Díaz, el luchador callejero.

Creía que ya había dejado atrás los días en los que la ira lo controlaba el ejército era el mejor programa del mundo para aprender a gestionarla—, pero en cuanto vio la camiseta rasgada de Mary, no pudo evitar perder los papeles.

La primera vez que vio a Mary había sido en la boda de Gio, hacía meses. Estaba radiante con aquel vestido rosa, hablando con alguien a la vez que sostenía una copa de champán. Fue como si alguien le hubiese golpeado por sorpresa. Nunca había sentido tantísima lujuria. Le habían entrado ganas de follársela en una habitación, o contra la pared —o en cualquier lado, la verdad— y hacer lo que quisiese con ella. Pero las mujeres elegantes como Mary Rossi no estaban hechas para hombres como él. Héctor cortaba por todos los bordes; estaba demasiado defectuoso y era demasiado siniestro y violento. «Demasiado» de muchas cosas. Así pues, ¿qué hacía un hombre cuando se ponía cachondo por una mujer que no podía tener? Trataba de reemplazarla con otra.

Cogió la salida de South Beach y aparcó en la parte de atrás del club Flux. No era su lugar favorito en el mundo, por que odiaba a uno de los copropietarios. Sin embargo, era de las discotecas más populares de San Francisco y atraía a una gran diversidad de personas. Y como Díaz Security se encargaba de su seguridad, Héctor iba y venía de vez en

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