Tamara salió del baño y lanzó un grito aterrador. A unos cuantos metros, un hombre la observaba, dispuesto a lanzarse contra ella.
—¿Quién es usted? –preguntó al ver que se acercaba.– ¿Y qué hace en esta habitación?
—Esa pregunta debería hacerla yo –respondió Mariano–. Tú eres la intrusa que ha invadido mi cabaña y tiene puesta mi bata.
Tamara se paralizó al reconocerlo. Era el hermano de Any, ella le había enseñado la foto de una revista en donde él aparecía con una modelo. Ahora se encontraba en problemas, estaba segura que la echarían de ahí en plena noche y no sabría cómo llegar hasta el pueblo.
¿Quién eres? —preguntó él.
La muchacha a la que le arruinaste la vida, pensó decirle, pero no era buen momento de enfrentamientos.
—Vine a las montañas a pasar unos días, me enteré que habían cabañas vacías y que los dueños no venían hasta diciembre, pensé en ahorrarme el hotel. Deje que me quede hasta mañana —agregó inquieta.
Mariano hizo un gesto de dolor, fue entonces cuando Tamara reparó en la gasa que llevaba en la frente.
—Está herido, ¿ha sufrido un accidente? —le interrogó.
—Sal de aquí, cuando despierte no quiero verte —dijo, sentándose sobre la cama.
Tamara salió. Agarró sus cosas e imitó a Any cuando le dijo que su hermano sólo iba a las montañas en invierno.
—Quién diría que nos veríamos las caras —se dijo a sí misma mientras entraba al cuarto de al lado.
Despertó al escuchar voces y de un salto se levantó de la cama. Un hombre canoso salía de la habitación contigua, llevaba un maletín de doctor.
—Usted debe estar en reposo –decía mientras