Brujas anónimas - Libro IV - El regreso: Brujas anónimas, #4
Por Lorena A. Falcón
4.5/5
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Micaela ya está cansada.
Es imposible encontrar respuestas a todas las preguntas y, mientras tanto, la situación no hace más que empeorar. Con los vampiros y las sombras en las calles, algunos brujos comienzan a cambiar de lado. Micaela tiene que actuar si no quiere perder su única oportunidad de salir victoriosa.
Todas las pistas la llevan de regreso al comienzo, las raíces del problema pueden estar más cerca de lo que pensaba. Nunca se había preocupado por su pasado, hasta ahora.
Llega al final de esta aventura junto a Micaela en el cuarto y último libro de la serie Brujas anónimas.
Lorena A. Falcón
📝 Creadora de libros diferentes con personajes que no olvidarás. 🙃 Soy una escritora argentina, nacida y radicada en Buenos Aires. Amante de los libros desde pequeña, escribo en mis ratos libres: por las noches o, a veces, durante el almuerzo (las mañanas son para dormir). Claro que primero tengo que ser capaz de soltar el libro del momento. Siempre sueño despierta y me tropiezo constantemente. 📚 Novelas, novelettes, cuentos... mi pasión es crear. Me encuentras en: https://linktr.ee/unaescritoraysuslibros https://twitter.com/Recorridohastam https://www.instagram.com/unaescritoraysuslibros http://www.pinterest.com/unaescritoraysuslibros
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BRUJAS ANÓNIMAS - LIBRO IV - EL REGRESO
Lorena A. Falcón
Copyright © 2018 Lorena A. Falcón
Primera edición.
Diseño de tapa: Alexia Jorques
Esta obra está licenciada bajo la Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional. Para ver una copia de esta licencia, visita http://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/4.0/.
Capítulo I
—¡Quédate quieta! —dijo entre dientes Micaela mientras intentaba concentrarse en la energía blanca en su mente, canalizarla hacia sus manos y luego hacia el cuerpo de Mariana.
Su amiga no dejaba de moverse y gruñir, se oía el rechinar de los dientes. Pero lo que más le molestaba a Micaela era la oscuridad que veía cada vez que intentaba traspasar las fronteras físicas con su magia y entrar con ella en el cuerpo de Mariana.
Bajó las manos y suspiró. Estaba transpirando casi tanto como su amiga.
—No puedo hacerlo —dijo a la vez que negaba con la cabeza. Se dejó caer contra la pared—. No sé cómo. Tal vez si alguien pudiera decirme cómo funciona esto…
Pero no había nadie. El muchacho que había conocido en su último encuentro con los vampiros no había sobrevivido y ella no había podido preguntarle casi nada. Apretó los dientes al recordar esa batalla. Allí los había traicionado Federico, allí había fallado la familia de Mariana, a la cual ella no había dado nunca toda su confianza. Ahora no sabía si sentirse feliz por ello o triste por haber acertado.
Mariana volvió a gruñir, seguía con los ojos cerrados. Micaela la miró, se sentía triste por ella, las peleas en la familia de su amiga no habían cesado desde aquel día y ahora pasaban más tiempo en el escondrijo de Mariana que en su casa, donde debería estar, en una cama.
—Deja de mirarme así —dijo Mariana.
—¿Así cómo? Ni siquiera puedes ver cómo te miro.
—Pero lo siento —se removió en el piso, que seguía bastante sucio—, no pasa nada, ya se curará —movió un poco el hombro y volvió a rechinar los dientes, suspiró—, ya pasará. Solo necesito que dejes de mirarme así.
—Ya no te estoy mirando.
Mariana abrió un ojo, Micaela ahora miraba a través de la ventana del ático, que estaba tan empañada que no se distinguía nada del otro lado. Nesi se acercó a ella y siguió su mirada.
—Yo podría limpiar ese vidrio —propuso con la nariz fruncida y miró de un lado a otro— y también un poco el resto del lugar.
Mariana se incorporó.
—No tocarás nada por aquí sin mi permiso. —Se llevó una mano a la herida y luego la bajó. Inspiró una última vez con profundidad y después se puso de pie.
—Deberías descansar —opinó Micaela sin mirarla.
—Descansar, descansar, empiezas a sonar como la abuela. No puedo descansar, y mucho menos ahora, con las cosas como están. Tenemos que movernos rápido, antes de que…
Dejó el pensamiento en el aire mientras revolvía sus cosas. Micaela y Nesi la miraban con calma, solo añadía aún más caos al desorden que ya reinaba en aquel lugar.
—No es tu culpa —murmuró Micaela.
Mariana se detuvo, se podía ver la tensión en sus hombros. Aunque estaba de espaldas a ella, Micaela estaba bastante segura de la mueca que se reflejaba en su rostro.
—Claro que no, ¿cómo podría yo tener la culpa de la estupidez de mi hermano? —Tiró un par de ollas al otro lado de la habitación—. Pero tendría que haberlo visto, tendría que haberlo sabido. Todo ese tiempo que nos estuvo siguiendo…, yo solo pensé que estaba siendo insoportable como siempre. —Siguió tirando cosas al piso.
—Mariana.
—Un imbécil, eso era, eso es.
—Mariana.
—¿Sabes? Es una suerte que la abuela nunca nos dijera nada. Ja, ahora no tendrá tanta información que darles a los vampiros, ¿no? ¿De qué les servirá a ellos si…?
—Mariana. —Micaela se había puesto de pie y le apoyó una mano en el hombro.
Su amiga la miró de frente, tenía los ojos llenos de lágrimas contenidas, pero una mirada desafiante.
—Es hora de terminar con esto.
—¡Por supuesto que no va a quedar así! No pienso dejar que ese idiota…
—No me refiero a él, sino a mí, a todo. Basta. No vamos a seguir las reglas de nadie más, no voy a seguir las reglas de nadie más. No me importan ni los mentores, ni los luminosos ni las matriarcas —se detuvo un momento—, solo quiero recuperar mi vida. Es hora de que tome las riendas de verdad, esta responsabilidad me la dieron a mí, ¿no? Pues yo decidiré cómo la ejecuto. Basta de bailar al ritmo de los demás. Solo quiero poder ocuparme de mamá —miró la herida de su amiga— y tú necesitas descansar, no quiero volver a perder…
—Jamás me perderás, Mica, ¡jamás! —La última palabra la pronunció con tanta furia que su amiga tuvo que dar un paso atrás—. Es cierto, no es momento de ocuparse de ese idiota ni de discutir quién tiene la razón como el resto de la familia. Vamos a terminar esto nosotras dos, como siempre tuvimos que haber hecho.
—Nosotros tres —corrigió Nesi, algo ofendido.
—Perdona, Nesi. —Micaela le sonrió con tristeza. El duende se veía como siempre, sin embargo, desde que había regresado, a veces, actuaba exactamente igual que Mariana—. Nosotros tres, ustedes son los únicos dos en los que confío.
Mariana asintió.
—¿Cuál es el primer paso? —preguntó el duende.
Micaela dejó caer los hombros, porque lo cierto era que siempre daban vueltas sobre lo mismo. No conocían el siguiente objetivo de las sombras o sus planes finales, ni tampoco dónde estaban los demás luminosos. Sin esa información, no sabían cómo actuar. Y encima ahora, gracias a Federico, tenían una de las pistas que habían encontrado en la caja.
—Sabemos lo que están haciendo los vampiros y las sombras con los mentores y luminosos, fue lo que me dijo ese muchacho…
—¿Mica…? —Mariana intervino cuando su amiga se quedó callada.
—Lo siento, es solo que me gustaría haber sabido su nombre. —Inspiró—. Tendríamos que buscar si queda al menos uno de ellos, luminosos o mentor. Aunque no sé si confiar totalmente en lo que me digan, así que creo que por nuestro lado tendríamos que averiguar también cómo vencer a las sombras. Es cierto que ahora están dentro de los vampiros, lo que les daría más poder, pero también las hace tangibles, y todo lo que es tangible puede recibir un golpe.
Le sonrió a su amiga y la mirada de Mariana se iluminó.
—Pues yo no tengo problemas en patear un par de cu… —se calló de repente e hizo una mueca.
—Lo sacaremos de ti.
—¿Eso? Es solo una molestia, ya se irá cuando practique mi magia, no podrá vencerme. —Movió un poco el hombro—. No te preocupes por mí.
Micaela vaciló, no estaba segura de que sucediera así, pero no tenía nadie a quién preguntárselo. Solo a Gilda, quien tampoco estaba hablando mucho con las demás matriarcas y ella no pensaba hacerlo.
Micaela asintió y volvió a mirar por la ventana, que solo dejaba ver que fuera había anochecido.
—Tal vez tengamos que volver.
Mariana frunció el ceño.
—No me entusiasma escuchar las discusiones en casa.
—Puedes quedarte aquí, pero yo quiero ver a mamá. —Micaela se encaminó hacia las escaleras.
—Está bien, está bien —la siguió Mariana—, con suerte, habrán hecho algo de comer.
Nesi llegó hasta el bolso de Micaela en dos saltos y todos juntos salieron del escondrijo de Mariana para regresar a su casa.
Les sorprendió encontrar la sala vacía y en silencio. Mariana entró con cautela, mirando de un lado a otro y con pasos lentos.
—Parece que no hay nadie —dijo Micaela a su espalda, en puntas de pie, intentando ver por sobre su hombro.
—Nunca te dejes engañar por las apariencias en una casa de brujos, varias veces mis hermanos me tendieron trampas en… —Sacudió la cabeza—. No importa, creo que tienes razón, no hay nadie.
Atravesaron la sala y abrieron la puerta que daba al pasillo que conducía a la cocina y demás habitaciones. Fue apenas un segundo y con la leve brisa que las bañó llegó también la cacofonía de voces del comedor. Parecían diez personas hablando a la vez. Mariana se detuvo de repente y Micaela chocó contra ella.
Inspiró con fuerza.
—Me voy a la pieza, comeré más tarde.
Micaela la siguió con la mirada, no sabía qué decirle. En su familia siempre habían sido solo su madre y ella y ni siquiera recordaba la última vez que habían discutido. Vaciló frente a la puerta del comedor, las voces del otro lado crecían y bajaban como la marea, pero aun en su punto más bajo eran un murmullo punzante e ininterrumpido. Se alejó de allí y fue hacia la pieza que compartía con su madre. Marisa todavía estaba despierta y la recibió con una sonrisa.
—¿Cómo estás, ma? —Miró alrededor—. ¿Cenaste ya?
—Estoy bien. —Marisa extendió los brazos para recibir el abrazo de su hija.
Micaela la abrazó con fuerza y volvió a mirar alrededor. No se veía por ningún lado la bandeja con la cena. Tal vez Eva ya se la habría llevado, pero… miró la hora. No, según el horario que seguía esa familia recién estarían comenzando a comer en ese momento.
—¿Comiste, ma?
—Estoy bien, hija, no tengo hambre.
Micaela apretó los labios y se puso de pie.
—Iré a buscarte la cena, se supone que Eva tendría que habértela traído ya.
—Tiene otras preocupaciones en mente, y yo no tengo hambre, no te preocupes.
Micaela miró a su madre, estaba más apagada últimamente. Toda la lozanía que había recuperado en los primeros días en la casa de Mariana ya se estaba perdiendo otra vez.