Brujas anónimas - Libro II - La búsqueda: Brujas anónimas, #2
Por Lorena A. Falcón
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¿Acaso uno solo tiene que aceptar lo que le sucede?
Micaela no está de acuerdo, ella siempre definió su propia vida y ahora le piden que se deje llevar. ¿Cómo confiar en la magia si no cree en ella? ¿Cómo confiar en las personas que ya le hicieron perder una amiga? No le queda más opción que ir en busca de respuestas. Pero en vez de un camino, encuentra un laberinto, y la única forma de salir es confiar en la misma persona que le cambió la vida.
Adéntrate en el laberinto junto a Micaela y empieza ya a leer el segundo libro de la serie Brujas anónimas.
Lorena A. Falcón
📝 Creadora de libros diferentes con personajes que no olvidarás. 🙃 Soy una escritora argentina, nacida y radicada en Buenos Aires. Amante de los libros desde pequeña, escribo en mis ratos libres: por las noches o, a veces, durante el almuerzo (las mañanas son para dormir). Claro que primero tengo que ser capaz de soltar el libro del momento. Siempre sueño despierta y me tropiezo constantemente. 📚 Novelas, novelettes, cuentos... mi pasión es crear. Me encuentras en: https://linktr.ee/unaescritoraysuslibros https://twitter.com/Recorridohastam https://www.instagram.com/unaescritoraysuslibros http://www.pinterest.com/unaescritoraysuslibros
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BRUJAS ANÓNIMAS - LIBRO II - LA BÚSQUEDA
Lorena A. Falcón
Copyright © 2017 Lorena A. Falcón
Edición revisada.
Primera edición, 2014 en el blog Brujas anónimas (http://brujasanonimas.blogspot.com).
Diseño de tapa: Alexia Jorques
Esta obra está licenciada bajo la Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional. Para ver una copia de esta licencia, visita http://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/4.0/.
Capítulo I
Micaela frunció la nariz y la movió de un lado a otro. Tenía los ojos cerrados con fuerza, enormes patas de gallo se extendían a los costados. Hincó los dedos en los muslos y apretó los labios. Se tensó.
—¿Qué está haciendo, señorita?
Micaela abrió un ojo y miró hacia la mujer que oteaba sobre su cabeza. Abrió el otro ojo y torció el gesto, todavía tratando de mantenerse inmóvil.
—Me pica la nariz.
Se escuchó la risa de Mariana a su lado, la cual se apagó de inmediato. La mujer a su lado bufó.
—Pues rásquese. —Siguió caminando entre los jóvenes que estaban sentados a lo largo y ancho del amplio salón.
Micaela se rascó con esmero y captó la mirada risueña de Mariana. Se encogió de hombros y volvió a cerrar los ojos. Estaba quedándose dormida cuando sintió un pinchazo en la pierna.
—¡¿Qué?! —Pegó un salto.
—¡Señorita!
La mujer estaba en la otra esquina del salón, con los brazos en jarra.
—Perdón —susurró Micaela y miró hacia el costado, Nesi la observaba con el ceño fruncido—. ¿Por qué hiciste eso?
—Se estaba durmiendo, señorita.
Micaela suspiró y se acomodó otra vez en el pequeño almohadón. Tenía las piernas acalambradas, pero no se animaba a moverlas.
—Deberías haberme dejado —murmuró.
—Es mi obligación que se entrene adecuadamente.
—¿Tu obligación? —La voz de Micaela se elevó y echó un vistazo a la mujer, pero la bruja que se dedicaba a impartir esa clase estaba regañando a otro alumno en ese momento. —Pensé que te ocupabas de la casa.
—Lo hago —el hombrecito se irguió—, pero también presto mi ayuda allí donde veo que haga falta.
Micaela puso los ojos en blanco. Volvió a cerrar los párpados, pero entonces sintió un leve golpe en la cabeza y en los muslos. Se miró el regazo, un trozo de papel yacía allí. Lo abrió con cuidado, estaba en blanco.
Miró alrededor, Mariana le hacía señas.
—Así no voy a poder concentrarme nunca —gruñó Micaela.
—Como si lo estuvieras intentando. —Mariana le sonrió.
—Ya es suficiente ustedes dos. —La bruja se acercó a ellas. —Estoy cansada de su falta de respeto y seriedad. Retírense.
Micaela la miró con los ojos agrandados. Nunca había sido expulsada de una clase. Echó una mirada de aprensión a Mariana, pero ella ya estaba recogiendo sus cosas. Micaela suspiró y se puso de pie. Tomó su bolso, dejó que Nesi saltara dentro y se dirigió hacia la salida, bajo la atenta mirada de la mujer.
La puerta las llevó a una mercería desierta, de estantes vacíos y empolvados. Micaela todavía no entendía cómo funcionaba aquello. Varias de las familias que pertenecían a la sociedad de Brujas Anónimas tenían locales como esos que solo servían para ocultar las otras actividades que allí se realizaban. Pero, ¿cómo mantener un local sin ventas? Aun cuando no necesitaran ganancias, había costos a los cuales hacer frente, ¿no? Mariana le había dicho que a esa familia no le faltaba el dinero. Sin embargo, era difícil pensar que todas las familias que pertenecían a la sociedad estuvieran en las mismas condiciones.
—Uf —resopló Mariana a su lado y Micaela volvió su atención hacia ella—, no quiero caer en estereotipos, pero esa mujer sí que es una bruja.
—No la llames así —Micaela se acomodó la ropa—, no está bien.
—Pero lo es.
—Lo que quiero decir… —Micaela miró a su sonriente amiga—, ¡déjalo!
Salieron a un día frío de invierno, el viento las golpeó en el pecho y las forzó a cerrarse los abrigos. Solo ocho cuadras las separaban de la casa de Mariana. Las caminaron en silencio. Mariana, leyendo y escribiendo mensajes de texto; Micaela, ensimismada en sus pensamientos.
—¡Vamos, alégrate! —dijo de repente Mariana.
Micaela esbozó una triste sonrisa.
—No vamos a tener que ver más a esa mujer. De todas formas, no estabas aprendiendo mucho. La meditación no es lo tuyo, ¿no?
—Creo que no —suspiró Micaela—, es muy poco… específica.
Mariana gruñó algo por lo bajo mientras volvía a sus mensajes. Escribía con tanta velocidad que las teclas chillaban bajo sus dedos.
—Sigo sin entender muy bien lo que significa ser parte de la comunidad.
—Sociedad —corrigió Mariana—, sociedad Brujas Anónimas.
—No es realmente una, aunque se llame así.
—Sí que lo es —Mariana despegó los ojos de la pantalla del celular—, todas las familias tienen como un fondo que comparten y con el cual hacen inversiones y esas cosas.
—No me habías dicho eso.
Mariana se encogió de hombros.
—No es lo más importante —alzó un brazo y sacudió la muñeca frente a ella—, sino las fabulosas pulseras que vienen con ellas.
Micaela sonrió levemente y meneó la cabeza, como hacía casi siempre que compartía una conversación con su nueva amiga. Miró su propia muñeca, a ella también le habían dado una pulsera, que hacía juego con la de Mariana. Aunque decían que no todas eran iguales, encontró que no todos los brujos querían mostrar las suyas.
Se acercaban a la panadería cuando Micaela disminuyó el paso.
—A tu abuela no le va a gustar.
—A ella no le gusta casi nada —rio Mariana—, no te preocupes, no es la primera vez que me expulsan de una clase. Aprenderemos más por nuestra cuenta.
—Supongo… —dijo con voz suave.
Las energías comenzaban a agotársele. Solo habían pasado unos días desde que había empezado su nueva vida. Y toda la exaltación que había sentido en la plaza ese día ya comenzaba a diluirse y dejaba espacio para las dudas. Y también estaba lo de Cecilia. No había preguntado cómo los brujos se las habían arreglado para simular el accidente del cual les informaron a sus padres, pero ella ya no podía mirarlos de frente. Ni siquiera había podido hablarles durante el funeral.
—Vamos, Mica, no estés tan triste. —Mariana le puso una mano en el hombro. —¿Otra vez estás pensando en eso?
—¿Y cómo puedo no hacerlo? —La voz se le estranguló y tuvo que esperar unos segundos antes de continuar. —Solo hace dos semanas y yo no puedo…, no puedo dejar de pensar en que en cualquier momento me llamará.
—Tal vez… —sugirió Mariana— si buscáramos a la familia de tu padre.
—¿Y eso en qué ayudaría? —Micaela frunció el ceño.
—Tener a la familia cerca siempre te hace sentir mejor —Mariana sonrió un poco—, aunque sean muy molestos.
—No —inspiró Micaela—, a ellos nunca les importó mantener el contacto.
Se habían detenido a unos pasos del local. La poca gente que iba por la vereda caminaba apresurada y ni siquiera se fijaba en ellas. El silencio se estiró a su alrededor, al ritmo del viento gélido que se negaba a menguar. Mariana apretó los labios y se volvió para mirar a su amiga de frente.
—No hay nada que pueda decirte, Mica, solo que ella era una chica muy alegre y estoy segura de que le hubiera gustado que tú pudieras serlo también. Lo que hizo fue porque te quería, se preocupaba por ti.
—Fue mi culpa, yo la guie…
—No, Mica —esa vez Mariana la tomó por los hombros con ambas manos—, no pienses eso. Fue culpa de esos vampiros, de nadie más. Los encontraremos, tú y yo, y les haremos pagar lo que le hicieron a Cecilia.
Micaela asintió en silencio. Se tragó las lágrimas e intentó poner buena cara antes de ingresar a la panadería. No quería que su madre se preocupara, había mejorado tanto en las últimas semanas que había comenzado a abrigar esperanzas de que la enfermedad al fin la hubiera dejado libre.
El local tenía un solo cliente que estaba siendo atendido por Federico. El muchacho le guiñó un ojo a Micaela cuando ella y Mariana pasaron hacia la puerta trasera. La sala estaba vacía, es decir, no había personas allí, pero seguía tan abarrotada como siempre. Micaela abrió el bolso para que Nesi saltara fuera. Como siempre, el hombrecillo miraba en torno a sí y fruncía el ceño con fuerzas; sin embargo, no tocaba nada, Gilda se lo tenía prohibido.
Mariana se demoró en la sala mientras Micaela se dirigía directamente a la habitación que compartía con su madre. No encontró a Marisa allí, así que revisó el