Tú eres mi destino
Por Antonella Maggio
4.5/5
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A menudo el destino se muestra por lo que realmente es...
Lilou es una chica simple e insegura, vive en los suburbios de París y adora las plantas. Después de la tragedia que ha golpeado a su familia, no le queda más que soñar con los ojos abiertos, sobrevivir a la distinguida sociedad a la que pertenece, satisfacer los caprichos de su madre y perdonar los defectos de su rico novio.
Gabriel, un chico divertido, encantador y misterioso, irrumpe en su vida cotidiana y acaba con el aburrimiento. Le enseña qué es la amistad y el amor, que Lilou no puede corresponder, al menos hasta que la rueda de la fortuna vuelva a girar en el sentido contrario y equivocado.
Imprevistos y coincidencias, desafíos al destino, desapariciones repentinas.
Enamorarse es peligroso, saber leer la mente lo es aún más.
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Tú eres mi destino - Antonella Maggio
Tú eres mi destino
Antonella Maggio
Novela
––––––––
Primera edición: abril de 2011, A quattr’occhi col destino
Segunda edición impresa: octubre de 2016
Segunda edición e-book: enero de 2017
Copyright © abril 2011 Antonella Maggio
Copyright © 2016 Antonella Maggio
Todos los derechos reservados
Diseño gráfico: Lexy’s Covers
Procesamiento imágenes ©123rf.com cod. imagen 43993243| nd3000
Traducción: Melina Pastore
Página de la Autora:
https://www.facebook.com/Antonella-Maggio-966488490050267/
Esta es una historia de fantasía.
Todos los nombres presentes, personajes, instituciones, lugares y episodios son fruto de la imaginación del autor y no deben considerarse reales. Cualquier similitud con hechos, personas, nombres o instituciones deben considerarse mera casualidad.
De acuerdo con la ley de derecho de autor y el código civil, está prohibida la reproducción de este libro o de partes de él con cualquier medio, electrónico, mecánico, fotocopias, microfilm, grabaciones u otro.
Biografía:
Antonella Maggio vive en Puglia. Adora leer y escribir, tiene predilección por el género rosa y las historias con temáticas fuertes. Hizo su debut de la mano de Butterfly Edizioni y pronto comenzó a trabajar también con otros sellos editoriales y auto publicando sus novelas –algunas escritas a cuatro manos con otros autores- todas ellas Bestseller en Amazon.
Algunos de sus títulos más vendidos son: "Profumo d’ amore a New York", "Regalami un sorriso", "Stocaxxo che ti amo", "Vaffanc**o con amore", "Conquistami se ci riesci", "Black Jack: il gioco del perdono".
––––––––
Sinopsis:
A menudo el destino se muestra por lo que realmente es...
Lilou es una chica simple e insegura, vive en los suburbios de París y adora las plantas. Después de la tragedia que ha golpeado a su familia, no le queda más que soñar con los ojos abiertos, sobrevivir a la distinguida sociedad a la que pertenece, satisfacer los caprichos de su madre y perdonar los defectos de su rico novio.
Gabriel, un chico divertido, encantador y misterioso, irrumpe en su vida cotidiana y acaba con el aburrimiento. Le enseña qué es la amistad y el amor, que Lilou no puede corresponder, al menos hasta que la rueda de la fortuna vuelva a girar en el sentido contrario y equivocado.
Imprevistos y coincidencias, desafíos al destino, desapariciones repentinas.
Enamorarse es peligroso, saber leer la mente lo es aún más.
CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 4
CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 6
CAPÍTULO 7
CAPÍTULO 8
CAPÍTULO 9
CAPÍTULO 10
CAPÍTULO 11
CAPÍTULO 12
CAPÍTULO 13
CAPÍTULO 14
CAPÍTULO 15
CAPÍTULO 16
CAPÍTULO 17
CAPÍTULO 18
CAPÍTULO 19
CAPÍTULO 20
CAPÍTULO 21
CAPÍTULO 22
CAPÍTULO 23
CAPÍTULO 24
CAPÍTULO 25
CAPÍTULO 26
CAPÍTULO 27
CAPÍTULO 28
CAPÍTULO 29
CAPÍTULO 30
CAPÍTULO 31
CAPÍTULO 32
CAPÍTULO 33
CAPÍTULO 34
CAPÍTULO 35
CAPÍTULO 36
CAPÍTULO 37
CAPÍTULO 38
EPÍLOGO
AGRADECIMIENTOS
A quien cree en el destino,
en la vida y en el amor.
CAPÍTULO 1
Enero. Uno de esos días fríos de fin de mes que quisiera pasar en casa, tal vez sobre el sofá y con una vieja manta, mirando una serie en la tv o leyendo un buen libro. Mi madre, en cambio, nos obliga a mi hermana y a mí a participar en un baile de disfraces en la casa de unos amigos de la familia, los Rolland. La fiesta fue organizada por Jean, una especie de mujeriego empedernido por el que yo experimento una fuerte antipatía mientras que, el resto de las mujeres de París, parece desvivirse frente a sus hipnóticos ojos azules.
Fueron inútiles las tentativas y las excusas para evitar ir. Chloé, mi hermana, logró zafarse y, como de costumbre, no se molestó por hacerme escapar a mí también de ese circo. Por lo tanto, despotricando contra los tacos y el vestido pomposo de color rojo, me preparé para pasar la noche entera en uno de los sofás de la casa de los Rolland, sin mi amada manta, ni mi serie de tv preferida ni un buen libro, mientras todos los chicos de mi edad bailaban y se divertían.
«Belleza, ¿sola esta noche? ¿Por qué no te diviertes un poco con nosotros?». Un tipo bastante achispado se me apareció delante. Se encontraba en compañía de otros tres chicos, todos vestidos de vampiros, como era la moda del momento. «Vamos, ven conmigo. Te ofrezco algo de beber».
Su rostro estaba demasiado cerca del mío, extendió una mano y me pegó a su cintura. Luché y me retorcí una y otra vez, pero no era lo suficientemente fuerte para oponerle resistencia y el hedor a alcohol en su boca ciertamente no ayudaba.
«Déjame, quítame las manos de encima, me das asco».
«Vamos bebé, no te hagas la difícil». Intenté una vez más alejarlo y el último empujón fue decisivo para romper ese abrazo forzado. « ¡No sabes con quién te metiste, chiquilla tonta!»
¿Por qué nadie parecía notar lo que estaba pasando conmigo?
Sus dedos alcanzaron mi cara, cerré los ojos temiendo la llegada de una bofetada, pero él se limitó a acariciarme una mejilla y ese toque suyo me causó nauseas, sentía que había sido ensuciada y profanada por sus cochinas manos.
« ¡Marc!» tronó una voz severa y desconocida. « ¡Suéltala inmediatamente!»
El tipo sacó rápidamente sus dedos de mi rostro y se alejó a toda prisa junto a sus amigos, casi asustado por la presencia a mis espaldas. Volví a abrir los ojos y me volteé con cautela, aún shockeada y asustada.
Cédrick Dupont. Rick. El sueño de toda chica de mi edad.
Había sido él quien me había salvado y mi corazón pareció detenerse primero y luego comenzó a latir más fuerte de lo que lo había hecho antes. Experimenté una extraña sensación y también vergüenza. Tomada por un repentino impulso, comencé a correr entre esos jóvenes borrachos que se movían al ritmo de la música en la pista de esa falsa discoteca.
«Lilou, detente. No quiero hacerte daño». Continué corriendo o mejor dicho, mis piernas corrían por sí solas. « ¡Lilou!»
Me tomó por la muñeca, me di vuelta y tímidamente levanté mi mirada para encontrar la suya, sus ojos preocupados, tal vez tan asustado como yo de dirigirme la palabra.
«Rick» murmuré en voz baja.
Me tenía de la mano y la mía encajaba a la perfección con la suya mientras por primera vez me hablaba. Habíamos crecido juntos en ese ambiente, conocíamos nuestros nombres y yo, al igual que las otras chicas, siempre lo había mirado de lejos, creyendo que era guapísimo, uno de esos sueños que pueden perseguirte también cuando estás despierta, pero que están muy lejos de la realidad.
«Lilou ¿estás bien? ¿Qué te hicieron?»
«Sí, estoy bien. No pasó nada». Sus manos inseguras no sabían si consolarme con un abrazo o permanecer quietas, aferrando las mías. « ¡Gracias Rick!» agregué finalmente, mirándolo a sus ojos oscuros e inmediatamente después, rompí en llanto.
Odiaba esa parte de mí que reaccionaba a las emociones produciendo lágrimas a voluntad. Me hacía sentir débil, estúpida, y no quería que también Rick pensara eso. Sin embargo él no dudó y se precipitó a abrazarme, a estrecharme fuerte para acunar mis sollozos como si fuera una niña. Sin embargo, esa noche, él decidió por ambos que yo me convertiría en su mujer.
« ¡Todo terminó!». Me levantó el rostro presionando con una mano mi barbilla y con la otra me secó las lágrimas, no quitó su mirada de la mía. Sus ojos eran tan profundos, me adoraban, estaban preocupados, deseosos de que yo dejara de llorar para embriagarse en mi sonrisa. «Y no debes agradecerme».
«Si, tengo que hacerlo porque si no hubieras intervenido tú...yo no...».
Me hizo callar poniéndome un dedo sobre los labios y luego corrió el cabello de mi rostro, tomó mi cara entre sus manos, se inclinó sobre mí para que estuviéramos a la misma altura, sus ojos en los míos, sosteniéndome con fuerza, casi impidiéndome que mirara a otro lado.
«Yo estoy aquí, Lilou. Gracias al cielo te vi. Ahora no debes preocuparte. Estoy aquí y no te dejaré, nunca más te dejaré Lilou».
Extendí una mano y toqué sus labios con mis dedos. Deseé besarlo y tal vez también él en ese momento quería lo mismo, pero temía que no estuviera lista, que aún me encontrara conmocionada por lo que me había pasado. No se movió. Alcancé su rostro poniéndome en puntas de pie.
«Lilou, no quiero arruinar todo... ».
«Bésame Rick».
Sus labios finalmente se posaron en los míos. Era mi primer beso y se lo había regalado a Rick, a él que me había salvado, que me había tomado de la mano, él que había secado mis lágrimas y había hecho latir fuerte mi corazón. No sabía cómo se hacía y tenía un poco de miedo de no estar a la altura, pero todos los temores se perdieron cuando su lengua encontró la mía, seguí su ejemplo y lo besé en la boca, le toqué el cabello, me aferré a su cuerpo y de repente me encontré temblando entre sus brazos, culpando al frío de enero para no admitir que ya estaba perdidamente enamorada de Rick.
Desde esa noche cambiaron muchas cosas en mi vida y, sin darme cuenta, comencé a apreciar el mundo al que pertenecía, porque gracias a las fiestas y a las cenas de los ricachones de París, tenía la ocasión de pasar algo de tiempo con Rick, tomarnos de la mano en público y ahogar gemidos de placer en su boca cuando nos besábamos a escondidas.
Era una sensación extraña. Me costaba ver mi imagen reflejada en el espejo. Ya no parecía yo, pero me gustaba lo que veía y era feliz. También mi madre notó el cambio y cuando la noticia se hizo oficial, es decir que Rick y yo estábamos juntos, comenzó a hacer planes a futuro.
A veces era en verdad insoportable, no dejaba de quejarse de mí por todo, pero rápidamente me volví a sus ojos la hija que siempre había deseado tener.
CAPÍTULO 2
Rick me cuidaba y su cercanía era también buena para mi autoestima, para esa timidez que siempre me había distinguido, impidiéndome ser la mejor amiga de alguien. Conocía gente, pero la verdad es que me frecuentaba con chicas completamente diferentes a mí y, cuando no se tiene nada en común, el simple hecho de intercambiar dos palabras se hace difícil, imaginemos construir lazos de amistad.
Por fortuna la tenía a Chloé, ella era un pedazo de mi corazón, la hermana mayor insolente y de ideas revolucionarias que en secreto admiraba. Yo deseaba ser como ella, tener al menos una pizca de su intrepidez o de su carácter testarudo. Ella era bella, bellísima con largo cabello rubio, brillantes ojos marrones y largas pestañas con las que hechizaba a los chicos para luego alejarlos sistemáticamente con su afilada lengua, porque detestaba las aventuras más que a las relaciones estables. Odiaba nuestro mundo, odiaba a mamá con su carácter imposible y sus ideas intolerantes, odiaba el colegio pago donde nuestros padres nos habían inscripto, pero amaba estudiar y lo hacía a escondidas -aunque cada año estaba al borde de ser aplazada- y peleaba con las hermanas que intentaban impartirnos lecciones de matemática y religión. Chloé era extraña, mucho más que yo, y ocultaba secretos: escondía sus amistades simples, esas que mamá no habría aprobado nunca; escondía encendedores y cigarrillos pero fumaba en su habitación y llevaba el olor del tabaco en sus manos aunque lo disimulaba en su boca masticando pequeñas mentas. Chloé era fuerte, como una de esas mujeres a las que la vida intenta derribar pero que permanecen de pie, a pesar de que por dentro su corazón se haya roto.
Habíamos ido de shopping a una de las tantas boutiques de la Rue Montaigne. Nuestra madre nos había ordenado comprar vestidos elegantes para la fiesta de Navidad que celebraríamos en un mes. Las compras las hacíamos siempre juntas para pasar algo de tiempo a solas y, sobre todo, para alejarnos de casa. Terminábamos pasando días enteros en la calle, aunque lloviera y el agua nos empapara los zapatos y los pies o aunque el frío nos hiciera castañetear los dientes. Con frecuencia regresábamos con las manos vacías y esa era la excusa para repetir la experiencia al día siguiente y, de nuevo en la calle, reír o tomarnos de la mano, pelear o intentar repararnos ambas bajo el mismo paraguas mientras la lluvia nos mojaba como a pollitos.
« ¿Has decidido hacer peligrar este semestre también?»
Mientras hablaba intentaba cerrar la cremallera lateral del vestido rojo que sin dudas volvería loco a Rick, aunque luego se negara a quitármelo para evitar apresurarme
.
« ¿A qué te refieres hermanita?»
Siempre fingía no comprender.
«Estoy hablando de la escuela, ayer te negaste de nuevo a dar la lección de latín».
Conversábamos distraídamente, prestando en cambio mucha atención a nuestros vestidos, imaginando qué era lo que dejaría más conforme a nuestra madre, para así ahorrarnos las críticas.
«No había estudiado y sea como sea, ahora mismo te estás pareciendo mucho a mamá"».
« ¡Eres una mentirosa, te vi en tu dormitorio repitiendo en voz alta: Sapiens fingit fortunam sibi... Platón!».
Recité los versos en latín acompañando la voz con el movimiento de mis bazos. Parecía que estaba actuando, como si Platón en ese momento fuera yo.
« ¡Eres una chismosa y ese no es Platón! ¡El hombre sabio es el artífice de su propio destino. Plauto!».
El tono de su voz se volvió odioso para restituirle su honor al filósofo al que yo le había distorsionado el nombre, confundiéndolo con otro. Esa fue la enésima confirmación de que ella estaba más preparada que yo.
« ¡Cómo diablos se llame! ¡El hecho es que te estás haciendo mal solo a ti misma y no a mamá! ¿Te das cuenta, cierto?» Tocada y hundida. Podía detestar a todos y ser gruñona y ácida con los otros, pero cuando se trataba de mí, las cosas eran diferentes. Quizá se sentía culpable por ser la hermana mayor y dar un mal ejemplo. «No entiendo por qué te comportas de este modo. Cuanto antes termines la escuela, antes serás libre de formar tu familia y alejarte de casa para hacer lo que quieras».
Sabía que se equivocaba, pero para ella ya era como el vicio del cigarrillo: no lograba dejarlo, coleccionaba errores y equivocaciones y no conseguía salir.
« ¿Realmente tenemos que hablar de esto Lilou?»
«Claro que tenemos que hacerlo. Chloé, tarde o temprano tú también formarás una familia, tendrás niños. ¿Seguirás comportándote así?»
«Escucha Lilou, en verdad aprecio tu interés y sabes que te quiero mucho, pero desde que estás en pareja con Rick, pareces una mujer hecha y derecha, ya madura. Yo no soy como tú». Hizo una pausa y esas últimas palabras me dolieron un poco. «Yo no necesito una familia ni mucho menos un hijo, no está en mis sueños y menos que menos en mis planes. Ya se hizo tarde, ven, vamos a la caja a pagar estos benditos vestidos».
Me sonrió y para ella sonreír era el equivalente a decirle a alguien que estuviera tranquilo y que no se preocupara. Me dio un beso en la mejilla y luego me tomó por un brazo, a paso rápido recorrimos los pasillos de la gran tienda para pagar un Valentino y un Chanel cuyo valor era casi comparable al de un automóvil.
***
La Navidad de ese año se acercaba y la residencia de los Duval estaba tomada por los preparativos para la gran fiesta. Como de costumbre, la única estresada era la dueña de casa, que iba de un lado para el otro gritando a los camareros o a quien fuera que ella le estuviera pagando para soportarla y complacerla. Mamá había estado tomando bebidas alcohólicas o con altas concentraciones de cafeína, pero en los últimos días consumía solo grandes cantidades de manzanillas y tisanas calmantes; mientras, nuestro padre mantenía deliberadamente la distancia, prefiriendo el caos de su escritorio en el trabajo al que reinaba en nuestra casa.
La única con la cabeza en las nubes más que de costumbre, era Chloé. Parecía buscar un escondite, un modo de ocultarse o el momento oportuno para darse a la fuga con Eve, su mejor amiga que mamá no tragaba.
Yo estaba acostada boca abajo en mi cama, levanté la vista de la lista de regalos y la vi dudar en el umbral de mi habitación, indecisa sobre si entrar o regresar sobre sus pasos. Eligió salir corriendo y en silencio la seguí. La puerta de su cuarto estaba entre abierta y, mientras hacía presión sobre el picaporte para pasar, vi a mi hermana asomada por la ventana instando a alguien a que se fuera, diciéndole que se verían esa noche.
« ¡No lo hagas Chloé! ¡Estás cruzando todos los límites!» Se giró con exagerada lentitud, su rostro estaba tan blanco como la sábana que yacía desordenada sobre su cama. Me preguntó qué había escuchado pero no le respondí, entré en su habitación cerrando la puerta a mis espaldas y puse cuarta para agredirla, ya cansada también yo de sus transgresiones. « ¡No lo hagas!»
«Lilou, pero ¿qué estás diciendo? ¡Sabes que nunca me saltaría la Navidad! ». Claro que lo haría. Si la idea ya estaba en su cabeza, nadie lograría convencerla de lo contrario. «Sé que no me crees pero puedo asegurarte que en este momento, lo único que quiero es quedarme en casa. Puede parecerte extraño, pero así es. Créeme, por favor».
« ¿Creerte? ¡No me hagas reír! Seré más pequeña que tú, pero no soy tan estúpida como para tragarme tu enésima mentira. ¿Qué tienes en la cabeza? Diablos, soy tu hermana y ¿cuántas veces te he visto ya desaparecer en medio noche para ir quién sabe dónde y quién sabe con quién? »
«Quédate tranquila, al menos por ésta Navidad me quedaré en casa». Sonrió y comencé a dudar de mi seguridad. «Digamos que tengo un buen motivo para quedarme y que nunca deseé tanto hacerlo como en este momento, aunque la idea de complacer a mamá decididamente me hace sentir muy poco contenta conmigo misma».
Posé mis ojos dubitativos sobre ella para estudiar todos sus movimientos. No sabía si creer en sus palabras, no sabía si confiar en Chloé pero ella parecía en verdad sincera y tenía una luz nueva en los ojos. La miré un poco más y por primera vez sus mejillas blancas y algo pecosas se sonrojaron. Súbitamente llegué a una conclusión sorprendente y extraña.
« ¡Te lo ruego, dime que te enamoraste pero no de Jean-Louis!» Ella se echó a reír y yo la seguí, luego golpeó con la palma de la mano el espacio libre sobre su cama y tomé asiento junto a ella. Quería saber todo, quería que su alegría fuese también mía. «Y, ¿quién es? ¿Cómo se llama? ¿Lo conozco? Vamos, cuéntamelo todo».
En mí podía confiar y confiaba, pero por su mirada podía ver que las dudas la carcomían y pronto deduje que la situación era compleja y