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El Ojo Que Todo Ve El Legado De Jerson
El Ojo Que Todo Ve El Legado De Jerson
El Ojo Que Todo Ve El Legado De Jerson
Libro electrónico348 páginas5 horas

El Ojo Que Todo Ve El Legado De Jerson

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Una espada capaz de predecir al futuro. Un joven con pérdida de memoria será enviado a un mundo de tierra gobernado por guerreros, que ambicionan hacerse con la espada. Una leyenda oculta bajo la protección del dragón. Esta novela nos invita a ver el amor más allá de los conflictos, trae consigo mucha magia y amor. Sobretodo lealtad, perdón, misterio, intriga, ambición, ante los que le han traicionado al protagonista.
Para Morvan la gloria en el campo de Batalla era más valiosa que su propia vida. Convirtió la guerra en una misión sagrada. Cuando llegaba a un territorio lo hacía como liberador. Pero su ambición fue más allá de sus conquistas, cuando su espada que posé poderes sobrenaturales anuncio que asechaban cambios drásticos. Engendro un varón con unos fenómenos naturales, en una campesina. Convirtiendo a ese varón en inmortal. Una novela de fantasía, donde el protagonista atravesara una crisis de identidad.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento17 dic 2016
ISBN9781370705580
El Ojo Que Todo Ve El Legado De Jerson
Autor

Talia Ortiz Barbosa

Talia Ortiz Barbosa Nasció en ( Sao Paulo- Brasil), 36 años. Escritora de géneros variados, destacándose en género de Terror, Fantasía y novelas dramáticas.

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    El Ojo Que Todo Ve El Legado De Jerson - Talia Ortiz Barbosa

    El ojo que todo ve

    El legado de Jerson

    Published by: Talia Ortiz Barbosa

    Copyright: 2016: Talia Ortiz Barbosa

    El ojo que todo ve

    El legado de Jerson

    Autora: Talia Ortiz Barbosa

    DEDICATORIA

    Dedicado con todo el cariño

    A mi princesita Talia

    Y a todos los lectores apasionados

    Al cine y la lectura.

    Introducción

    Una espada capaz de predecir al futuro. Un joven con pérdida de memoria será enviado a un mundo de tierra gobernado por guerreros, que ambicionan hacerse con la espada. Una leyenda oculta bajo la protección del dragón. Esta novela nos invita a ver el amor más allá de los conflictos, trae consigo mucha magia y amor. Sobretodo lealtad, perdón, misterio, intriga, ambición, ante los que le han traicionado al protagonista.

    Para Morvan la gloria en el campo de Batalla era más valiosa que su propia vida. Convirtió la guerra en una misión sagrada. Cuando llegaba a un territorio lo hacía como liberador. Pero su ambición fue más allá de sus conquistas, cuando su espada que posé poderes sobrenaturales anuncio que asechaban cambios drásticos. Engendro un varón con unos fenómenos naturales, en una campesina. Convirtiendo a ese varón en inmortal. Una novela de fantasía, donde el protagonista atravesara una crisis de identidad.

    El ojo que todo ve

    El legado de Jerson

    Era un poblado alejado de la ciudad llamado Hierboa, en donde abundaban los animales en rebaños y los huertos llenos de cosechas, que los campesinos recogían y cargaban en burros trabajadores, para llevar al mercado del poblado.

    Sus montañas, llenas de prados verdes, donde en primavera florecían las praderas y desde lejos se podían apreciar sus olores; sus casas hechas de piedras viejas, algunas de tabique de piedras y techos de paja, y en lo más alto de la ladera un antiguo castillo, junto a un solitario y silencioso cementerio de otrora.

    En lo más alto del castillo, se podía contemplar toda la hermosura del poblado, los pinos y árboles que lo rodeaban, sus carreteras de tierra por donde pasaban los burros cargados de mercancías. En el cielo resplandecía el arco iris, que llamaba la atención de todos aquellos que se paraban a observar y transmitía tranquilidad y serenidad, y las nubes tan blancas parecían algodones flotando en el aire. Por la noche el silencio invadía las calles, los burros cansados, dormían antes de afrontar otro día más de labor. En verano los niños salían a jugar. Felices se oían sus risas y voces al hablar, y el sonido de los cantares que se ajetreaban entre ellos hasta el atardecer.

    En el poblado vivía una familia joven y a la vez humilde. Jonathan, así se llamaba el papá, era un hombre muy trabajador que se levantaba muy temprano y no regresaba a casa hasta el atardecer. Siempre estaba ocupado con su trabajo. Era un hombre, honrado y humilde al que le gustaban las cosas bien hechas, un hombre que se preocupaba por sacar a su familia adelante, a pesar de las dificultades. Siempre fue honesto y responsable, ponía sentido de humor a los que le hablaban. María, su esposa, era una mujer muy joven, y cuya belleza que deslumbraba pasara por donde pasara. Sus cabellos eran tan largos y sedosos que brillaban con el resplandor del sol. Tenían un hijo noble y risueño, que había heredado de su madre las manías a la hora de vestirse, rara vez gustaba de usar ropa. Solía decir que quería ser como su padre, incluso vestirse igual que él. La pobre María consentía a su único hijito.

    María, que procedía de una familia humilde, cuando terminaba de limpiar la casa y dejaba todo ordenado para el día siguiente, se iba al corral con su hijo entre los brazos a ayudar a su esposo a cargar los burros con cosechas (frutas y verduras de los huertos) que llevarían al mercado donde ella y su hijito venderían.

    Después de dejar a María en el mercado, Jonathan regresaba al corral a ordeñar a las cabras, ovejas y vacas y recoger los huevos que ponían las gallinas. Dejaba todo limpio y ordenado para el día siguiente. María seguía vendiendo en el mercado junto a su hijo Harton, ese era su nombre, los dos siempre llevaban una sonrisa amigable en la cara. Su simpatía les proveía más éxito en las ventas.

    Sus cosechas eran las mejores por sus jugos y frescor, eran de calidad y siempre estaban más frescas que las de cualquier otro vendedor; ya que Jonathan las recogía horas antes de llevarlas y en la cantidad justa que María acostumbraba vender y las que sobraban las guardaba en potes de cristal dejándolas en conservas.

    Jonathan, al atardecer, dejaba los comederos de los animales llenos de comida y llenaban los bebederos de agua, para que tuvieran para el resto del día y al terminar regresaba al mercado para recoger a su familia. Volvían a casa y después de conversar se iban a descansar para el día siguiente enfrentar otro día de trabajo.

    Los años fueron pasando deprisa y Harton fue creciendo. Se convirtió en un hermoso muchachito, de melena clara y grandes ojos azules. Su rostro era tan hermoso y de un dulzor, que María solía compararlo con la hermosura de la primavera, cuando las flores se abrían. Era tal su belleza que pasara por donde pasara, obnubilaba la vista de todos. Harton era un niño noble y humilde, todos lo admiraban.Era el orgullo de éste poblado rebosante de bondad.

    El secreto guardado de María

    Con el pasar de los años, María empezó a cambiar, se sentía angustiada, aislada y callada: algo le estaba perturbando. Siempre procuraba estar en compañía de su hijo, para así poder observarlo. Sin que éste se percatara, salía tras él a vigilarlo y se congregaba con él mientras ayudaba a su padre, que siempre estaba atareado, con los animales.

    En el huerto, Harton recogía verduras y frutos para que su madre las llevara a casa y preparara el puré de verduras que tanto le gustaba. Como buen hijo que era, también llevaba consigo, sacadas de los árboles, unas deliciosas manzanas verdes, para que su madre preparara una apetitosa tarta, que le gustaba tanto a su padre. Jonathan decía que la mejor tarta del poblado era la preparada por su esposa. María se echaba a reír, mientras hacía la tarta, al escucharlo halagarla de aquella manera.

    María, en un momento, se quedó en silencio triste, recordando lo que sucedió años atrás.

    Su esposo ignoraba lo que había sucedido en el pasado. María pensaba una y otra vez como se lo contaría, como explicarle algo así.

    Cuando apenas faltaba cinco meses para el cumpleaños de Harton, María no se veía ilusionada, más bien se encontraba apenada y deprimida. Sabía que tenía un gran secreto oculto y que tarde o temprano debería revelárselo a su esposo, pero no sabía como hacerlo.

    Los días y las noches pasaban muy rápidos.

    Tanta era la angustia que llevaba María, que un cierto día decidió plantearse como se lo revelaría a su esposo, éste incluso llegó a pensar que ella se estaba enfermando y, preocupado, hizo que visitara a un curandero. Cuando el curandero del poblado la examinó le diagnosticó que no tenía nada grave, que no estaba enferma, simplemente dedujo que era el cansancio y el calor lo que la aquejaba. Jonathan se tranquilizó con la respuesta del curandero y aconsejó a su esposa reposar más.

    Un día de primavera Harton y María se fueron a pasear por los prados verdes, que ya habían florecido en las praderas. Harton corría y jugueteaba de un lado a otro, por todas las partes, haciendo círculos, feliz se le oía disfrutar. María se sentó en una roca a observarlo y se deleitaba con el perfume que desprendía la pradera. Harton empezó a recoger flores, cada una de un color distinto, se acercó a su madre y le dijo mostrando una sonrisa, mientras las sostenía:

    — Estas flores son para la mamá más buena del mundo. — Afirmó Harton entregándoselas.

    María se hecho a llorar y abrazó a su amado hijo, tan fuerte que Harton tuvo que detenerla:

    — Mamá. — Se quejó Harton — ¿Qué te pasa? ¡Me estás haciendo daño!

    — OH querido — respondió María — Siento mucho que te haya hecho daño, no era mi intención.

    — No pasa nada mamá, no es para tanto. Soy muy fuerte, ¿no me ves? — dijo Harton enseñándole sus músculos de niño.

    — Mamá, cuéntame, ¿por qué noto que me observas tanto? Últimamente, estás muy extraña y triste, no paras de vigilarme… — Comentó Harton, haciéndose una pausa– Da igual donde esté, siempre estas ahí, ¿por qué madre? — Prosiguió Harton preguntándole — ¿Dime, qué está pasando? ¿Por qué esa preocupación? ¿Crees que me voy a perder? ¿O que no sé cuidar de mí mismo? Oh, dime, ¿Qué está ocurriendo? — Quiso saber Harton.

    — No cariño, hago eso sin darme cuenta, porque te quiero más que a nadie en este mundo. — Respondió María echándole una pequeña mentira, mientras sentía como se llenaban sus ojos de lágrimas.

    María sabía la verdad que la llevaba a observarlo, era el miedo a que vinieran por él y se lo llevaran. Tenía recelo a perderlo y no soportar su pérdida. No llegaba a hacerse la idea, de que en algún momento todo terminaría y su hijo se marcharía y ella se quedaría sin él. Lo perdería.

    Nadie era conciente del secreto que le estuvo atormentando durante todos esos años. El secreto que le hacía vivir cada día más intensamente al lado de su hijo, sólo ella sabía que el destino les iba a separar y no sabía si sería para siempre o por algunos años.

    Mucho antes de aproximarse el cumpleaños de Harton, María ya no soportó guardar el secreto. Tarde o temprano debería revelárselo a su esposo; no era justo ocultarlo más tiempo.

    Fue durante un atardecer tranquilo que María decidió explicárselo a su esposo para que comprendiera lo sucedido. Ella esperaba que Jonathan, como buen esposo que era, lo comprendiera todo. Sabía también que él no soportaría haber sabido toda la verdad desde un principio, cuando Harton nació. María se sintió en la obligación de llevar con ella el secreto más doloroso de su vida, para no hacerle pasar por las angustias y el sufrimiento que ella tuvo que soportar durante todos estos años de silencio.

    El sol ya se había partido. El poblado estaba aislado. No había ruido alguno. María estaba frente la puerta del corral, Jonathan se acercó a ella, al verla tan ausente para hablarle de su hijo y así conseguir su atención:

    — Nuestro adorado hijo se marchó a dormir, estaba exhausto y le di permiso para que se fuera a reposar — comunicó sereno Jonathan.

    María apenas escuchó lo que su esposo dijo, pero siguió mirando al frente con la mirada perdida.

    Su marido preocupado por verla en aquel estado, tan abatida, siguió hablándole:

    — Hace meses me he dado cuenta de que estás ausente y angustiada, ya no eres la misma de antes y por mucho que intentes disimularlo frente a mí, no puedes, porque te conozco amada mía, mejor de lo que tú te crees. ¿Cuéntame que te esta perturbando?, ya no veo luz en tu rostro tan hermoso, ya no irradia felicidad. Cuéntame. — Habló Jonathan.

    María no pudo contener las lágrimas que brotaban en sus ojos y dejó que éstas se resbalaran por sus mejillas sonrosadas y le habló:

    — He de revelarte un secreto que llevo oculto desde hace quince años. — Afirmó María.

    Jonathan no hizo preguntas y dejó que fluyeran las palabras de María.

    — Años atrás, cuando éramos adolescentes y soñábamos en formar una familia, me di cuenta de que no podía darte un hijo. No podía creer lo que me estaba sucediendo, no quise decirte nada, para no desterrar la ilusión que tenías por ser papa. En esos tiempos estaba desconsolada. Lo único que tenía claro, era que no quería decepcionarte con lo que más deseabas y no lo hice. Me dirigí con mi dolor y angustia a lo más alto del castillo y bajo un árbol me quedé dormida de tanto pensar qué hacer, de tanto suplicar, y ver como explicártelo. No tenía valor de revelártelo y borrarte la ilusión que tú tanto añorabas. Al despertarme se había hecho de noche, un vacío se apoderó de mí ser. Me preguntaba a mi misma por qué me estaba sucediendo eso a mí, el no poder proporcionarte un hijo. ¿Por qué a mí? Entonces empecé a hablar con los Dioses. Supliqué, era la única esperanza que tenía, les dije lo angustiada que estaba. Por un momento no me controlé y la desesperación se apoderó de mí…En aquel momento, empecé a juzgarlos sin detenerme, los culpaba de mi desdicha. El silencio invadió mi ser; me había quedado sin fuerzas y sin aliento para seguir suplicando y juzgándolos. Cuando me propuse a marchar y regresar a casa sin respuestas, a decirte toda la verdad, que nunca podría darte un hijo, una luz amarillenta, tan luminosa que enceguecía, cayó desde el cielo frente a mí, con el formato de una estrella destellante que irradiaba luz hacia el árbol donde estaba sentada y me habló. Por un momento no podía creérmelo, la luz me dijo: No te asustes humilde joven. No tengas miedo. He escuchado tus súplicas y el dolor que tienes dentro de ti. Pude escuchar la conversación que mantuvisteis con los dioses, déjame que me presente, soy el rey Morván, he venido desde mi mundo para ayudarte, puedo engendrarte un hijo, si así lo deseas.…Yo no entendía nada, Morván seguía hablándome. Tú lo criarás junto a tu esposo. Todos deben ignorar que eres estéril, que nunca podrás darle un hijo. Te engendraré un varón, harás de él un ser humilde, sencillo, que sepa distinguir el bien y el mal de la humanidad. Cuando ese varón cumpla la edad de quince años, me lo llevaré conmigo a mi mundo.

    …A pesar de sus explicaciones seguía sin entenderlo. Pensé durante un momento que estaba delirando, que estaba enloqueciendo y entonces fue cuando le pregunte: ¿Por qué me vas a quitar a un ser que voy amar, al que le enseñaré a distinguir el bien del mal y a educaré para ser un ser tan humilde y sencillo como lo somos yo y mi esposo? No comprendo, ¿Por qué te lo vas a llevar después que yo le ame? …

    …Entonces fue cuando me explicó, que el mundo donde él habitaba, necesitaban un futuro protector para el universo…, sin un heredero, él era vulnerable, por eso había decidido escuchar mis súplicas. — Comentó María haciendo una pausa.

    Su esposo estaba espantado ante las explicaciones de su esposa.

    — ¿Es qué no lo entiendes? Sus deseos, eran nuestros deseos. — Afirmó María, viendo como su esposo se encolerizaba.

    — No, no puede ser cierto, creo que te estás volviendo loca, es imposible, no puede ser. — Respondió Jonathan perturbado, inconforme con lo dicho por su esposa.

    A pesar de que las palabras de María le resultaban tan confusas él permanecía firme, escuchándola. No podía creer que había un mundo oculto entre el cielo y las tiniebla, que luchaban por salvar el universo. Lo único cierto en su mente era que el mundo real era el que él habitaba, el que él conocía; lo demás, para él, no pasaba de ser una fantasía en la mente de su mujer.

    — Durante todos estos años guardé conmigo este secreto, viví con angustias, amarguras y desdichas que nunca había conocido. Sabía que algún día tendrías el derecho de saber toda la verdad. Nunca te dije nada, quise hacer de ti el hombre más feliz del mundo, un hombre con un sueño realizado, un hombre de familia, el hombre que eres ahora, con un hijo maravilloso y lleno de amor por dar. Porque le has enseñado a saber amar, ser humilde, como lo somos nosotros. Para Harton, tú eres su padre, el padre que él conoce, que él respeta y admira, el padre que le enseñó a ser un ser bondadoso, lleno de sueños y de esperanza y nadie podrá cambiarlo.

    Jonathan ya no podía sostener las lágrimas en sus ojos, que se acumulaban con gran intensidad y se puso a llorar como un niño, desconsoladamente.

    — Hay algo más que tengo que revelarte. — Habló María.

    Jonathan ya no sabía lo que iba a escuchar, lo único que sabía era que ya no había palabras tan dolorosas como las que había escuchado, nada de lo que escuchara podría hacerle peor daño que el perder a su hijo.

    María, mirando a los ojos de su esposo prosiguió explicándole, mientras sus lágrimas escurrían por sus mejillas sonrosadas.

    — Morván dejó conmigo un pequeño baúl de roble oscuro, me pidió que lo mantuviera guardado bajo tierra, en secreto, donde nadie lo encontrara y solamente lo sacara la noche en que Harton cumpliera quince años, la misma noche de su cumpleaños, y que esperara a que se durmiera. Mi deber es abrirlo encima de él. Quise saber lo que contenía. Lo único que Morván me dio por respuesta fue: Contiene unos polvos mágicos, que harán desaparecer sus recuerdos y él vendrá a mi planeta, eso le evitará sufrir por su pasado.

    Jonathan en el establo se volvió loco. Empezó a tirar todo lo que se encontraba en su camino. Lanzó los pastos, el rastrillo, los huevos que estaban en el cesto para llevarse a casa, las frutas y verduras que había recogido momentos antes del huerto. Cuando ya no soportó más el disgusto, cayó al suelo de rodillas gritando rabioso, haciéndose mil preguntas en medio de su sufrimiento.

    — ¿Por qué?, ¿Por qué Dios mío? ¿Qué te he hecho yo para merecerme esto?, ¿Por qué? — Balbució Jonathan encolerizado.

    Mientras María decía para consolarlo:

    — Yo le quiero al igual que tú le quieres. Daría mi vida a cambio de la suya. Entiendo tu dolor, él también es parte de mi ser. Ese es el mismo dolor que tuve que soportar durante todos estos años de silencio. El dolor que me estaba consumiendo por dentro. Hice un juramento y le di mi palabra y él me dio la suya. Me dio un ser encantador, un ser que yo nunca te podría haber concedido y eso se lo debemos a él. — Comentó María.

    — No, ¡No es justo! no le debo nada, ¿No lo ves? Él nos utilizó para sus propios beneficios, ¿Es que estás tan ciega que no puedes darte cuenta? —Rebatió Jonathan furioso.

    — Sí, le debes, le debes los años maravillosos que pasastes junto a tu hijo. Yo no hubiera podido darte tal dicha si no fuera por él. — Afirmó María.

    Descontrolado y lleno de ira, Jonathan se acercó a María y le agarró por el cuello.

    — ¿A eso le llamas dolor? Dolor es lo que yo estoy sintiendo, el que corre por mi cuerpo. Tú estabas al tanto de todo y sin embargo me lo ocultasteis. He vivido todos estos años bajo mentiras, sin saber que Harton es una creación de un rey al cual yo desconozco. Dolor ¿Qué sabes tú de dolor? Dolor es el que tengo en mi alma, el que corre por mis venas, el que me esta consumiendo por dentro. Te maldigo ante todo Morván… — Objetó Jonathan en un gran y desgarrador vocerío, balbuceando en saliva.

    María estaba casi a punto de quedarse sin aliento, apenas podía respirar, las manos de su esposo apretaban su cuello delgado, tan solo le quedaban segundos de vida, ahí fue cuando Jonathan aflojó y quitó sus manos de su delicada garganta.

    María cayó al suelo tosiendo, intentando coger el aire que le faltaba.

    Jonathan la miraba con ira y desprecio.

    — No, no. —Levantó la voz María, respondiéndole cuando consiguió llenar sus pulmones de aire- No viviste bajo mentiras, mantuve silencio para que no sufrieras como he sufrido yo, cargué con toda la angustia, te protegí del sufrimiento, no quería que pasaras por lo que pasé. Todo lo que ocurrió es tan real. Tienes un hijo maravilloso que te quiere más que a nadie y lo tienes en casa, esperando que vayas a su habitación y le des las buenas noches, como lo haces cada anochecer… —Replicó María llorosa.

    Susurró Jonathan, mientras salía del establo dejando a María con las palabras en la punta de la lengua.

    — No es posible, ¿Cómo pudiste hacerme eso? — Farfulló Jonathan.

    María se había quedado en el establo a solas, recogiendo las frutas y verduras del suelo, las mismas que había tirado su esposo en su momento de angustia y dolor.

    Mientras María ordenaba los pastos se decía a si misma.

    — Hice lo correcto, te dí el sueño que añorabas, lo hice para protegerte del sufrimiento. — Dijo en voz baja María, abatida.

    Cuando terminó de ordenar el alboroto que había ocasionado Jonathan, cerró la puerta del establo con su cerrojo y se dirigió hacia su casa, en silencio, muy disgustada.

    El silencio invadía las calles tan oscuras. Los aullidos de los animales y del vendaval se oían furiosos y el dolor de María se reflejaba en su rostro manchado de ordenar el sucio establo.

    Al abrir la puerta vieja de madera de su morada, María se dio cuenta de que Jonathan no la esperaba sentado en la vieja silla de madera frente la mesa de la cocina, como solía hacerlo después de un enfado.

    Esa noche fue diferente, él se había ido a dormir como si ya nada le importase, nada más que él, ya no le importaba nada más que su dolor. La joven humilde supo en aquel momento, que no quería dormir aquella noche junto a su esposo, tuvo miedo a su rechazo, por un momento se levantó de la silla de la cocina tras reflexionar y se dirigió hacia la habitación de su hijo. Abrió la puerta y le estuvo observando por unos instantes.

    Harton dormía en un sueño profundo, de pronto suspiró y giró hacia el lado derecho de la cama. María atrancó la puerta silenciosamente para no despertarle y caminó en sigilo hacia la habitación donde se encontraba su esposo. Su puerta estaba cerrada, María no se atrevió a abrirla, por unos instantes puso la mano derecha sobre el manillar con la intención de hacerlo pero la quitó. Descendió los escalones y se dirigió al sótano. Cogió una manta de un viejo baúl y se la llevo con ella al viejo y boqueteado sillón del salón. Al poco tiempo, pero con gran dificultad, concilió el sueño. La noche pasó muy deprisa.

    María, en un suspirar, sintió la presencia de alguien que le vigilaba y al abrir los ojos vio a su esposo observándola.

    — Siento todo lo que esta sucediendo. — Dijo María a su esposo angustiada, medio adormilada.

    — De eso estoy seguro. — Afirmó Jonathan fríamente, mientras movía la cabeza hacia arriba y abajo, lo único que no llego a entender, es el hecho de que me hayas ocultado todo ¿Por qué me lo has hecho? ¿Por qué guardasteis a solas ese dolor? Se supone que soy tu esposo, el que tiene el derecho de saber lo que te ocurre en cada momento, el que vela por su familia. Tú deber era decirme la verdad, aunque hubiera atormentado mi espíritu. Mi deber como hombre que soy y esposo que soy, es llevar al igual que tú todas las angustias que has pasado… — Comentó Jonathan mostrándose muy decepcionado.

    Las lágrimas de María caían sin cesar, su rostro reflejaba una tristeza inmensa y una gran culpabilidad.

    Jonathan continuó hablando sin dejarla pronunciar una sola palabra.

    — La única conclusión a la que he llegado hasta este momento. La única respuesta que tengo por darte. — Dijo Jonathan haciéndose una pausa: — Es que no sé si tendré el valor de dejarle ir frente en mi presencia. Él es todo cuanto tenemos. Es la única cosa que podemos decir que es nuestra. Es lo único que realmente nos importa a los dos.

    En aquel momento María sintió la necesidad de abrazarlo y buscar consuelo entre sus brazos, mas lo único que hizo fue aguantar sola su angustia una vez más.

    Harton sueña con un mundo desconocido

    —¡Mamá! —De fondo se escuchó, venía de la habitación de Harton una voz temblorosa que continuaba llamándola —¡Mamá, mamá!—Sin pausas cada vez con más intensidad.Era Harton clamando el nombre de su madre desesperadamente

    María se apresuró secándose las lágrimas con el borde de su largo vestido. Subió por las escaleras y abrió la puerta de la habitación de su hijo y lo vio sentado sobre la cama, empapado en sudor.

    — ¿Qué ocurre hijo? — Preguntó María acercándose y acomodándose a su lado, sintiendo como el corazón se le acercaba a la boca.

    — Madre, tuve un sueño muy extraño. Soñé que pronto tendría que irme y que nunca más os volvería a ver. Había un hombre en mi sueño, me pidió que no me asustara, que fuera a unirme a él en su mundo… También me dijo que yo era el futuro protector de Nagia y Atanasio. No paraba de repetirme que era el elegido. Me asusté y me desperté. ¿Quién era ese hombre madre? ¿Que quería de mí? Si ni siquiera se quien es… — Preguntó Harton.

    María abrazó a su hijo entre lágrimas y para calmarle le susurro:

    — No hijo mío, nadie te llevará lejos de mí, nadie. Fue tan solo un sueño, estoy aquí para protegerte, calma hijo mío. — Dijo María consolándole.

    Jonathan también había subido para comprobar lo que estaba sucediendo. Se detuvo frente a la puerta y había podido escuchar todo lo que su hijo le había comentado a su esposa y decidió calmarle él, o al menos intentarlo, ya que a Harton se le veía muy angustiado.

    — Calma, tranquilo, ya pasó, estamos aquí, tranquilízate hijo mío.— Exclamó Jonathan mientras sostenía las manos de su hijo; prosiguió — Estoy aquí y no voy a permitir que nadie te lleve, nadie me quitará lo que es mío, me oyes, nadie… —Dictaminó firmemente Jonathan, mirando a su esposa.

    Las palabras de su padre y las acaricias de su madre, consiguieron tranquilizarle. Logró relajarse y todo volvió a la normalidad.

    Harton pasa un domingo en el campo

    Después de desayunar, Harton salió a jugar con los demás niños del poblado, como lo hacía por costumbre los fines de semana. María se había adentrado en la cocina como todos los domingos. Jonathan dejó la conversación zanjada, ya no había solución para tal juramento, al fin y al cabo quién era él para juzgarla.

    — María voy al campo, prepararé las mesas y las sillas. Encenderé el fuego y asaremos un buen borrego. — Comunicó Jonathan acercándose a su esposa. Esta se encontraba en la cocina.

    Esa tarde María preparó un gran banquete lleno de delicias para disfrutar con los familiares que estaban por venir.

    Agitado entró Harton por la puerta dirigiéndose a la cocina.

    — Madre, ¿Papá dónde esta? ¿Por qué no me llevo con él? — Quiso saber Harton, mostrándose enfadado.

    — Tranquilízate hijo. Tu padre ha ido al campo a preparar todo para el banquete. —Respondió María con un suspiro.

    — Quería acompañarle ¿Por qué no me ha llamado? — Quiso saber Harton.

    María supo en aquel momento que Harton estaba muy encariñado con su padre y pensó: — ¿Qué pasaría si en algún momento de su vida volviera a recordar todo lo ocurrido?, ¿Qué dolor le podríamos ocasionar?, ¿Nos perdonaría por apartarle de nosotros o nos rechazaría y pasaría a no importarle lo que somos para él? ¿Me odiaría? Éste fue el juramento y tengo que entregarle a Morván, he de cumplir lo que le prometí.

    María se había quedado parada frente a su hijo absorta en su pensamiento, sin darse cuenta de que aún estaba allí frente a ella, agitado, queriendo respuestas. Los pensamientos se alejaron de María cuando sintió un pellizco muy agudo en su cintura.

    — Huf. — Se quejó María.

    Harton le había dado un pequeño y molesto apretón en la cintura para llamarle la atención.

    — Madre, contéstame. — Pidió Harton.

    — No vuelvas a pellizcarme de esa manera jovencito — Riñó María.

    — Perdona, tienes razón pero estas absorta y no me contestas — Se disculpó Harton sintiendo una gran vergüenza por su actitud de jovencito rebelde.

    — Tu padre no te llamó porque te vio entretenido con tus amigos y pensó que estabas divirtiéndote, se fue con mucha prisa, hay mucho que hacer en el campo y tu padre tiene que

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