Dioses para toda ocasión
El general romano Craso estaba a punto de embarcarse en una batalla contra los partos cuando escuchó vocear a un frutero: “Cauneas!”, o sea, “¡Higos de Cauno!”, palabra que suena exactamente igual que la expresión: “Caue ne eas!”, que significa: “¡Ten cuidado, no vayas!”. Craso pensó que era un simple vendedor de fruta ofreciendo su mercancía y se fue a la guerra. Craso error (de él viene la frase), porque en Carras, además de la derrota, encontró la muerte. Este es uno de los más conocidos omen o presagios que se contaban los antiguos romanos, convencidos de que los dioses convivían con las personas y les avisaban de aquello que iba a suceder.
“Hay que persuadir a los ciudadanos de que los dioses son amos y reguladores de todo -decía Cicerón- y que se comportan muy bien con la raza de los hombres: ellos vigilan los hechos y la responsabilidad de cada persona, sus propósitos y su piedad en el cumplimiento de los deberes religiosos”.
Tú me das, yo te doy
Aunque en la larga historia de Roma hubo grandes cambios -el más importante, el paso de la monarquía a la república y de esta al imperio-, lo cierto es que la relación con los dioses y la religión no varió demasiado en su idea básica. Para lograr los favores de los dioses, los humanos tenían que hacer su parte del trato: realizar ceremonias, ritos y sacrificios que fueran de su agrado. “Yo te doy una cosa a ti, tú me das una cosa a mí”, es lo que funcionaba, y en cierto modo sigue funcionando. Ni siquiera las divinidades hacen favores si antes o después no reciben algo a cambio. Como señala Pierre Grimal en : “Los dioses romanos no
Estás leyendo una previsualización, suscríbete para leer más.
Comienza tus 30 días gratuitos