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El Regreso de los Templarios- Dieu le Veut
El Regreso de los Templarios- Dieu le Veut
El Regreso de los Templarios- Dieu le Veut
Libro electrónico306 páginas4 horas

El Regreso de los Templarios- Dieu le Veut

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Dieu le Veut ( Dios lo quiere) era el grito de guerra de los Caballeros Templarios en las Cruzadas a Tierra Santa.

Cuando el Rey Enrique de Francia y el Papa Inocencio decretaron a comienzos del siglo XIV el fin de la Orden del Temple y quemaron a sus principales líderes, no consiguieron uno de sus objetivos principales: apoderarse del tesoro de la Orden. El mismo fue embarcado subrepticiamente en el puerto de La Rochelle hasta las costas de Escocia , y a partir de allí comenzó una larga travesía a lo largo de siglos,  que llevó a una parte del tesoro a las playas de América del Sur.

Un niño halla en las playas patagónicas unas extrañas piedras talladas con fragmentos escritos en latín y una cruz de ocho puntas. Esto dispara la acción en tiempo presente, cuando las piedras son analizadas  por miembros de la familia del niño, entre ellos una arqueóloga mexicana descendiente de mayas y su marido. Al percatarse del origen templario de las inscripciones, comienza una ardua búsqueda para develar el destino del tesoro. El primer contacto es un antropólogo  suizo residente en la ciudad de Bariloche, en una región de lagos de la Patagonia Argentina. Una de las constataciones sorprendentes que realizan es que aún existen descendientes de los templarios formando una cofradía milenarista que propugnan los valores de sus antepasados, radicada en  zonas remotas de los bosques andino-patagónicos. Hacia allí se encaminan en una expedición de investigación. 

Pero su partida no pasa desapercibida a un grupo de depredadores de tesoros culturales, artísticos y arqueológicos que actúan a gran escala en forma internacional, dirigidos por un misterioso ex coronel de la KGB. Ellos envían  un poderoso grupo armado tras las huellas de los exploradores.

Los científicos toman contacto con  pobladores en los que reconocen a miembros de la cofradía, celosos del cuidado de su patrimonio, en el que suponen, hay no solamente bienes materiales sino uno de los objetos más sagrados para la Cristiandad según la concepción medieval.

Guiados por la arqueóloga, dotada de una sensibilidad especial para la detección de arcanos, los buscadores se dirigen a un punto inaccesible del bosque, donde presumen se halla el tesoro. Es en medio de esos parajes perdidos donde estalla un conflicto sangriento entre los bandos en pugna.

IdiomaEspañol
EditorialCedric Daurio
Fecha de lanzamiento4 nov 2019
ISBN9781393867104
El Regreso de los Templarios- Dieu le Veut
Autor

Cèdric Daurio

Cedric Daurio es el seudónimo adoptado por un novelista argentino para cierto tipo de narrativa, en general thrillers paranormales y cuentos con contenidos esotéricos. El autor ha vivido en Nueva York durante años y ahora reside en Buenos Aires, su ciudad natal. Su estilo es despojado, claro y directo, y no vacila en abordar temas espinosos. Cedric Daurio is the pseudonym adopted by an Argentine novelist for a certain type of narrative, in general paranormal thrillers and stories with esoteric content. The author has lived in New York for years and now resides in Buenos Aires, his hometown. His style is stripped, clear and direct, and does not hesitate to address thorny issues.  

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    El Regreso de los Templarios- Dieu le Veut - Cèdric Daurio

    Cèdric Daurio

    Copyright © 2016 por Oscar Luis Rigiroli.

    Todos los derechos reservados. Ni este libro ni ninguna parte del mismo pueden ser reproducidos o usados en forma alguna sin el permiso expreso por escrito del editor excepto por el uso de breves citas en una reseña del libro.

    Publicado en 2019 en los Estados Unidos de América

    Se trata de una obra de ficción. Los nombres, personajes, empresas, lugares, eventos e incidentes son o bien los productos de la imaginación del autor o se utilizan de una manera ficticia. Cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, o eventos reales es pura coincidencia.

    Dieu le Veut (Deus lo vult en latín, Dios lo quiere en castellano) era el grito de guerra de los Caballeros Templarios y en general de todos los integrantes de las Cruzadas a Tierra Santa.

    Se basa en un sermón del entonces Papa Urbano II a los nobles en Noviembre de 1095 en el Concilio de Clermont donde lanzó la Primera Cruzada. Una de las versiones de dicha alocución es aproximadamente la siguiente.

    Sea entonces éste vuestro grito de guera en los combates, porque esta palabra os fue dada por Dios. Cuando llevéis a cabo un ataque armado sobre el enemigo, que este grito se eleve de todos los soldados de Dios: ¡Es el deseo de Dios! ¡Es el deseo de Dios!

    ÍNDICE

    Prólogo

    Capítulo 1- Non nobis,domine

    Capítulo 2- Bariloche

    Capítulo 3- El chamán

    Capítulo 4- Ten Ten Mahuida

    Capítulo 5- Dieu le veut

    Capítulo 6- Fraternitas sancta

    Capítulo 7- La telaraña de Hartmann

    Capítulo 8- La Chasse

    Capítulo 9- Bellum

    Capítulo 10- Locus ignotus

    Capítulo 11- Thesaurus

    Capítulo 12- La asamblea

    Capítulo 13- El regreso

    Capítulo 14- Floresta da Tijuca

    Capítulo 15- El comandante

    Capítulo 16- Haute trahison

    Capítulo 17- Secretum Templii

    Capítulo 18- Conflicto

    Capítulo 19- Triumphus

    Epílogo- Bonheur

    DEL AUTOR

    Sobre el Autor

    Obras de C. Daurio

    Coordenadas del Autor

    Sobre el Editor

    PRÓLOGO

    El niño se quitó apresuradamente la camisa y las sandalias y comenzó a correr por la arena. Sus padres le miraron por un rato, pero al convencerse de que no había peligros en la desolada playa, casi vacía a esa temprana hora, se dedicaron a otros menesteres; la madre comenzó a extenderse la crema solar por todo el cuerpo, y el padre instaló la sombrilla en la arena y abrió el periódico a su sombra.

    El pequeño vino a la sombrilla y recogió una palita y un balde para hacer castillos en la arena y volvió a alejarse. Ese día había una bajamar muy pronunciada, fruto de una coincidencia espacial del Sol y de la Luna que superponiendo sus atracciones y repulsiones exageran la magnitud de las mareas.

    El niño se sintió atraído por unos caracoles de gran tamaño que el mar había dejado a la vista en su retroceso, y reunió varios de ellos colocándolos en una fila como soldados en un desfile, tal como hacía habitualmente con sus juguetes; luego buscó otros objetos atractivos sobre la arena, hasta que dio con una piedra negra en forma de disco abultado en el centro, casi perfectamente circular. La colocó a continuación de los caracoles y comenzó a escarbar en la arena mojada alrededor de la fila. De pronto algo llamó su atención, clavó la pala en el suelo y recogió la oscura piedra observándola con detenimiento. Se alzó y se dirigió a la sombrilla de sus padres, siempre con la piedra en la mano.

    -Mira papá esta piedra, que marcas tan raras tiene.

    El padre la tomó en sus manos y distinguió claramente unas profundas incisiones hechas como con una herramienta afilada

    -Parece una cruz de Malta o parte de ella, porque está quebrada.

    La madre se acercó con curiosidad, tomó la piedra de manos de su marido y agregó.

    -No cabe duda de que es algo hecho por una mano humana. Mira, puedes aprovechar que el tío Marcelo y su esposa están viniendo a visitarnos la semana que viene.

    -No sabía nada. ¿Van a casa de tus padres en Pigüé o a la nuestra en Bariloche?- respondió el padre. -¡Que honor! ¿La esposa es la mejicana?

    -Van a pasar por Pigüé y luego nos visitarán en Bariloche. Y sí, la esposa es una arqueóloga mejicana y sé que ha realizado expediciones y ha encontrado piezas importantes, por eso es que quiero mostrárselo. Quizás pueda decir algo sobre esas marcas.

    -Voy a hacer un croquis del sitio en que lo encontró Matías. Matu, llévame al lugar donde estaba esta piedra.

    Encantado por la importancia dada a su hallazgo, el niño tomó a su padre de la mano y se dirigió con él al desfile de caracoles, diciendo.

    -La piedra es mía, la encontré yo. Se lo vas a decir al tío Marcelo, ¿verdad? Y a esa señora.

    Padre e hijo caminaron por la enorme extensión de arena que el mar había puesto al descubierto en la remota playa al sur de San Antonio Oeste, donde las diferencias de altura entre pleamares y bajamares están entre las mayores del mundo, y a la que los turistas que en verano pueblan el balneario Las Grutas raramente arriban.

    Al llegar al punto preciso el padre se dedicó afanosamente a escrutar el suelo, en el que la marea baja iba dejando al descubierto nuevas franjas de playa.

    -Mira Matu, allí hay otra piedra oscura como la que hallaste, sólo que más grande.

    El niño la tomó con sus dos manos, y como la encontró pesada, la entregó a su padre para sostenerla. Éste la examinó y dijo.

    -.En este caso hay una inscripción parcial, aunque muy desgastada- el nuevo hallazgo excitó la curiosidad de padre e hijo, que redoblaron sus esfuerzos para cubrir una mayor porción de playa, pero no hubo hallazgos adicionales

    Matías quedó un tanto decepcionado de que sus padres, que habitualmente satisfacían todas sus dudas, no pudieran en este caso dar razones de lo hallado, pero la perspectiva de que una especialista llegara en unos días calmó sus ansiedades.

    CAPÍTULO 1

    Non nobis, Domine, non nobis, sed nomini Tuo da gloriam

    (N o a nosotros Señor , no a nosotros, sea la gloria en Tu Nombre).

    Thibaud de Montbard espoleó a su cabalgadura, reacia a atravesar el bosque cerrado en medio de la más absoluta oscuridad y la lluvia torrencial de aquel día de otoño. El jinete entendía la razones de prudencia del animal, que no se animaba a lanzarse en la fronda con una visibilidad casi nula, pero la gravedad y urgencia de la comisión que lo llevaba justificaban cualquier riesgo, de modo que hombre y bestia se internaron en la arboleda sin más trámite.

    Tres horas antes otro mensajero a caballo había llegado desde París a la encomienda templaria, con la terrible noticia de que la redada y los ataques contra las autoridades y miembros de la Orden se estaba generalizando por toda Francia e incluso habían comenzado en Alemania e Italia. Cientos de hermanos estaban siendo arrestados y torturados, con el propósito de arrancarles confesiones infames, que dieran excusas a las autoridades reales y eclesiásticas para confiscar las inmensas propiedades de la Orden esparcidas por toda Europa. Sin embargo  no habían conseguido apresar al Gran Maestre Jacques de Molay, quien había desaparecido, quizás advertido por los eficientes servicios de inteligencia de la Orden.

    Mientras conducía su corcel por el bosque, el caballero meditaba sobre la tremenda injusticia cometida contra el Temple, sin reparar en que por dos siglos sus integrantes habían esparcido su sangre en la defensa de Tierra Santa y de los miles de peregrinos que llegaban a ella procedentes de Europa para visitar los Santos Lugares. La lucha contra el Turco había sido despiadada, sin dar ni conceder cuartel, y finalmente había concluido con la desaparición de todos los reinos cristianos en Tierra Santa.

    Creada en Tierra Santa en 1118 por nueve caballeros encabezados por Hugues de Payens, el Temple se había transformado en una Orden religiosa y militar, que en su apogeo había tenido en sus filas unos 20.000 integrantes, 1500 de los cuales formaban la elite de monjes-caballeros.

    En los tiempos de la Primera Cruzada la Pauperes commilitones Christi Templique Solominici (Orden de los Pobres Caballeros de Cristo del Templo de Salomón) había recibido del rey cruzado de Jerusalén Balduino I el predio de una mezquita, bajo la cual se hallaba el recinto del antiguo Templo de Salomón. En ese sitio habían establecido su cuartel general, lo que dio paso en época moderna a innumerables mitos de naturaleza esotérica sobre el hallazgo en los sótanos del sitio de reliquias cristianas invaluables, incluyendo hasta el Santo Grial, cualquiera fuese su naturaleza real. A partir de comienzos muy modestos, con un grupo muy reducido de caballeros que hasta debían compartir sus cabalgaduras, los templarios fueron progresivamente obteniendo la protección de poderosos personajes seglares y eclesiásticos del momento incluyendo el Papa Urbano II y Bernardo de Claraval, la que les valió el otorgamiento de privilegios tales como la autonomía frente a los obispos y la dependencia directa del Papa. Bernardo les había dado el reglamento general que los gobernaba, con similitudes y diferencias a los de otras órdenes monásticas del tiempo.

    Los reinos cristianos creados en la Primera Cruzada en Palestina eran simples islas, aisladas o conectadas entre sí según la marea de los tiempos, en medio de un océano musulmán hostil, que pugnaba por echarlos al mar. Los templarios habían participado en los dos siglos sucesivos en todos los combates de las sucesivas cruzadas, con sus triunfos y derrotas frente a fuerzas incomparablemente más numerosas. Se convirtieron, junto con las Órdenes hermanas y rivales de los Hospitalarios y Teutones, en la columna vertebral de la defensa de dichos territorios. Su heroísmo y abnegación fueron ejemplos para los combatientes de todos los tiempos. Miles cayeron en el cumplimiento de su deber, y se ganaron el respeto de los peregrinos a quienes amparaban, la envidia de las órdenes aliadas y el temor de los turcos.

    Simultáneamente con sus actividades en Palestina, los Templarios crearon en la retaguardia europea una formidable red de establecimientos y actividades de diverso cuño. Para ello utilizaban las donaciones y legados de sus miembros y de muchos nobles que admiraban su obra. La Orden poseía unos 50 castillos distribuidos por toda Europa occidental y sus aproximadamente 8000 encomiendas dieron lugar al desarrollo del comercio terrestre al permitir a los negociantes errantes hacer noche en la seguridad del interior de sus paredes eludiendo los peligros de los caminos de la época, infestados de bandidos. También crearon los rudimentos de un sistema bancario e instrumentos como la contabilidad, el pagaré y la letra de cambio dando a los numerosos peregrinos a Santiago de Compostela y Jerusalén la posibilidad de viajar sin dinero en efectivo, llevando en cambio papeles de la Orden que les permitían efectuar depósitos de dinero en el lugar de partida e ir retirándolo en las etapas a lo largo del recorrido. También habían creado una poderosa flota militar y comercial, que rivalizaba con Venecia y Génova, las potencias marineras de la época.

    Los monarcas de las diversas naciones se habían endeudado con la Orden por generaciones, ya sea por los préstamos otorgados para mantener guerras o su nivel de vida y el de sus cortes. En particular era deudor el Rey de Francia Felipe IV llamado el Hermoso (Henri Le Bel), por el rescate pagado por los templarios a los turcos para que liberasen a su abuelo Luis IX, apresado en la Séptima Cruzada.

    Con el advenimiento a la Sublime Puerta del genio político y militar del Sultán Saladino que consiguió unificar bajo su mando las innumerables facciones y tribus islámicas, la avasalladora mayoría numérica de los musulmanes se fue imponiendo sobre el coraje de los defensores cristianos de los reinos en Tierra Santa. En una derrota en la batalla de los Cuernos de Hattin las órdenes caballerescas fueron diezmadas. Luego de varias pérdidas y reconquistas, Jerusalén pasó definitivamente a manos de los turcos en 1244, debiéndose replegar los Templarios y Hospitalarios a San Juan de Acre, fortaleza que parecía inexpugnable pero que sin embargo cayó en manos de los otomanos en 1291.

    Se intentaron varias cruzadas más, pero las prioridades de la realidad europea había cambiado y los monarcas no estaban ya interesados en reconquistar Tierra Santa a cualquier costo, por lo que no brindaron su apoyo humano y material dejando a los templarios aislados. De esta manera terminó la gran tragedia humana de las cruzadas, con innumerables víctimas en las poblaciones islámicas y cristianas.

    La Orden del Temple se había entonces replegado sobre Europa, donde estaban todas sus posesiones acumuladas por siglos en base como se dijo a legados y a los beneficios del comercio y la intermediación financiera.

    De acuerdo con órdenes secretas emitidas con anterioridad por el Rey Enrique IV, el 13 de octubre de 1307 ciento cuarenta caballeros, incluyendo la mayoría de los jefes pero no su Gran Maestre fueron detenidos en París, mientras en el resto de Francia órdenes semejantes eran llevadas a cabo en las restantes fortalezas templarias. La Orden quedó descabezada y sus posesiones confiscadas incluyendo castillos y tierras, siendo éste y la extinción de las deudas reales con la Orden los verdaderos objetivos del monarca francés. Fueron expropiados los inmuebles, armas y efectos de los caballeros, pero nunca se encontró el tesoro en plata y oro que esperaban los funcionarios reales.

    En los procesos posteriores el Rey Enrique respaldado por su títere el Papa Clemente V, consiguió hacer condenar al Temple en base a una serie absurda de acusaciones de herejía, adoración de falsas dioses en la figura de un ídolo Baphomet, de escupir sobre los crucifijos y de actos de sodomía, todo esto en el curso de presuntas ceremonias de iniciación.

    Era éste el contexto político en que se inicia nuestra historia.

    Thibaud de Montbard se dirigía a La Rochelle, plaza fuerte de la Orden, con instrucciones precisas: los bienes remanentes debían ser puestos a salvo de inmediato, lo que implicaba sacarlas de Francia por vía marítima de esa pequeña ciudad, principal puerto templario sobre el Océano Atlántico, y sede de una flota de mar poderosa para su tiempo. El mensajero no conocía los preparativos que se estaban realizando para ese fin, pero el mensaje que portaba especificaba que se debían llevar a cabo sin demoras. Los templarios consideraban que su lucha era espiritual y rendían culto al valor pero no se engañaban sobre la naturaleza del ser humano de modo que el mandato que el jinete transmitiría a sus hermanos era claro: salvaguardar esos bienes, supuestamente un tesoro de oro, era un prerrequisito para el renacimiento futuro de la Orden.

    En efecto, según los pocos documentos remanentes de la época, el jueves 12 de octubre de 1307 había fondeados en el puerto de La Rochelle doce naves templarias. Al final del día siguiente no quedaba ninguna.

    LAS PIERNAS YA SE LE dormían por la inacción. En efecto, James Campbell se encontraba parado en el alto acantilado desde el mediodía oteando la entrada de la angosta caleta a la espera de la aparición de alguna vela. Miró hacia abajo, allí en una pequeña meseta Sir Colin Stewart y el visitante llamado de Blanchefort conversaban animadamente en francés, idioma que el joven James comprendía a medias; reflexionó que de haber escuchado a su padre Sir Niall Campbell y haber hecho el esfuerzo de aprenderlo, podría estar participando entonces de la charla y enterarse de primera mano de los acontecimientos que sobrevendrían. Se propuso corregir esta carencia en el futuro ya que parecía haber vínculos crecientes con los templarios que hablaban francés, y de los que no se podía esperar que aprendieran el dialecto gaélico hablado en las Highlands, Tierras Altas de Escocia. Los ojos se le cerraban de sueño y cansancio a pesar de sus esfuerzos para mantenerlos abiertos. Se los frotó con energía para activar la sangre en esa zona, y volvió a observar el dedo de mar que penetraba en la tierra. Lo que vio lo sobresaltó y le produjo un brinco que le llevó peligrosamente cerca de la punta del risco, que caía a pico sobre el mar. Una nave de dos palos había ya superado la punta este de la bahía y el velamen de una segunda se avizoraba poco más atrás.

    -¡Sir Colin!, Monsieur de Blanchefort- gritó con todas sus fuerzas- ¡Vengan pronto!

    Los aludidos levantaron la vista, y al ver las agitadas señales que James realizaba con sus brazos comenzaron a trepar el risco.

    -Nueve naves- dijo Sir Colin en inglés, para que todos pudieran entender- ¿No le habían informado sobre doce?- la pregunta iba dirigida al francés.

    -Esas son las que zarparon hace tres días de La Rochelle. Ignoro si algo les pasó en el camino, o si algunas llevaron otro rumbo. La información es precaria, y las decisiones de hacerse a la mar fueron tomadas en el curso de un día mientras cargaban los barcos, de modo que no me extrañaría que haya habido cambios. Pueden haberse desviado hacia Portugal, reino con el que la Orden siempre tuvo buenas relaciones. La navegación desde La Rochelle a Portugal es costera por el Golfo de Vizcaya en su mayor parte lo que evita su detección por naves del rey francés.

    -Bien, ya tendremos ocasión de preguntar lo ocurrido a los capitanes de las naves. Vayamos donde están mis hombres para dirigir el desembarco y ayudar a trasladar a tierra a tripulaciones y carga.

    ROBERT BRUCE, QUE REINABA como Robert I de Escocia, había sido excomulgado por el Papa Clemente V por su presunta participación en el asesinato de John Comyn en la iglesia de Greyfriars, en Dumfries, y estaba al presente enfrascado en una guerra contra los invasores ingleses. Por todo ello, el camino a Escocia se hallaba expedito para los templarios, ya que allí no regían todas las interdicciones papales. Además, sabían que el rey escocés daría en el futuro inmediato la bienvenida a guerreros valientes y experimentados como los caballeros del Temple, los cuales, en efecto, le brindarían la victoria en 1314 sobre un ejército inglés mucho más numeroso en la batalla de Bannockburn por medio de una carga incontenible, como las que en su tiempo habían diezmado y puesto en fuga a los turcos.

    El joven James se acercó a los botes que llegaban a la playa, transportando las cargas de los navíos. Los bultos eran trasladados por tripulantes de los buques, por hombres de los clanes rivales que los Campbell y Stewart habían llevado para tal fin, y por otros extraños personajes, vestidos con simples túnicas de material ordinario, cuyo aspecto general hacía pensar en monjes; sin embargo eran hombres musculosos y varios de ellos lucían en sus rostros y brazos lo que parecían ser heridas de combate.

    Algunos de los bultos permitían adivinar su contenido: se trataba de indumentaria y efectos personales de los pasajeros que los barcos llevaban; otros eran provisiones de a bordo, incluyendo toneles vacíos que seguramente serían llenados y devueltos a las naves. Al término de la serie de bultos James divisó una hilera de cofres de madera dura con herrajes de hierro, los que estaban guardados por hombres armados que le impidieron acercarse a ellos. Llamó su atención la disciplina imperante en la playa y la forma ordenada en que la maniobra de descarga era realizada. No pudo menos que relacionar esta comprobación con los rumores que habían llegado a sus oídos de que las naves pertenecían a los caballeros templarios, quienes tenían precisamente reputación de orden, disciplina y silencio.

    Los bultos eran subidos a hombros por los peones desde la playa hasta la parte superior de una barranca, en la cual los recogían otros hombres de los clanes escoceses para disponerlos en carretas de bueyes que los esperaban. A medida que se llenaban los carros, subían a los mismos los presuntos monjes, ahora blandiendo inesperadas espadas, y emprendían el viaje hacia un lugar desconocido en el interior. James miraba absorto el trabajo organizado de tantos hombres, espectáculo poco habitual en Escocia en esa época aún en partidas militares.

    DON ANTONIO FONSECA aferraba el cabo para superar el efecto del violento cabeceo del navío, que ya le había producido mareos casi continuos desde su partida de Oporto veinte días atrás, sólo aliviadas por su corta estadía en las Islas del Cabo Verde. Corría el año de 1535, y hacía ya dos meses que había abandonado el monasterio de Thoman, cerca de Santarem donde había permanecido los últimos quince años, y extrañaba la vida metódica y tranquila del convento, en particular a Don Miguel, su superior y protector. Sin embargo la misión que le había sido encomendada le producía gran expectativa y ansiedad: trasladar cofres pertenecientes a la Orden de Cristo desde su actual emplazamiento en Ribeira Grande hasta

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