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La Ofrenda de Thot. La puerta ignota
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La Ofrenda de Thot. La puerta ignota
Libro electrónico287 páginas7 horas

La Ofrenda de Thot. La puerta ignota

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El profesor de historia, Alfons Abulí, tenía claro que el Triángulo del Dragón, en el que había desaparecido el barco espía chino, tenía algún tipo de vínculo con el antiguo y legendario reino de Lemuria pero no sabía cual. ¿Por qué y como había desaparecido aquella civiliación que parecía haber ostentado un legado de sabiduría y conocimiento infinitamente superior al actual? ¿Como encajaba Yonaguni, el punto de partida de la expedición, en aquella historia? Hassan, su amigo del alma y Director general del patrimonio cultural de Turquía, le daría la clave después de reunirse con el exmiembro del SETI y de realizar un repaso a las Sagradas Escrituras con el actual responsable de los Archivos Secretos del Vaticano. Una aventura que los había llevado por lugares tan recónditos del planeta como espectaculares con la esperanza de poder hilvanar el origen de la humanidad con el destino final de la misma. Ot, con veinte titulos mundiales en su palmarés y diferentes records Guiness, es un miembro más de la expedición que debe resolver con las herramientas que dispone, situaciones críticas para el grupo.

Volumen dos del género novelístico creado por David de Pedro de los denominados Reality book. En el que se mezclan situaciones ficticias con soluciones ofrecidas, en este caso, por Ot Pi, una persona real que se convierte en un personaje más de la trama. ¿Como reaccionaría él ante los diferentes conflictos generados por el autor? ¿Como resolverá la historia David de Pedro a partir de las reacciones de Ot? Una novela llena de retos que se aventura por un camino literario inexplorado hasta la fecha.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento10 may 2020
ISBN9780463608395
La Ofrenda de Thot. La puerta ignota
Autor

David de Pedro, Sr

David de Pedro (Cassà de la Selva, 1972) tiene una diplomatura en Relaciones Públicas, Publicidad y Marketing y un máster en Dirección de Empresas. Su desarrollo personal en el entorno empresarial se ha basado en la apertura de unidades de negocio, primero en el sector de servicios y posteriormente en el sector industrial. Viajero nato, ha visitado países de América, Europa, África y Asia. Con este bagaje, inició su andadura en el mundo editorial con La revelación de Qumrán, su ópera prima, donde el Opus Dei entabla una lucha contra la masonería. Le siguió 88, la nueva generación, en esta novela trepidante unos periodistas investigan a un nuevo grupo neonazi y estos los descubren. A partir de aquí los periodistas intentan salvar la vida mientras se dan cuenta de que solo han visto la punta del iceberg. En mayo de 2018 ha sacado su tercera novela, el primer Reality book: Operación triángulo. El misterio de pi. Una historia donde unos arqueólogos buscan el origen de una civilización perdida que data 15.000 años antes a.C. mientras se ven inmersos en una guerra entre los servicios de espionaje de China y Japón. La última, Ofrenda de Thot. La puerta ignota revela un final sorprendente de la aventura iniciada en Operación triángulo. El misterio de pi..

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    La Ofrenda de Thot. La puerta ignota - David de Pedro, Sr

    David de Pedro

    La Ofrenda de Thot

    La Puerta Ignota

    Volumen 2

    Operación triángulo. El misterio de Pi

    Primera edición: Febrero 2020

    Copyright © 2018 por David de Pedro

    ISBN: 9798617232822

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida o utilizada por cualquier persona o entidad, incluyendo motores de búsqueda de internet, en cualquier forma o medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación o escaneado, por cualquier medio de almacenaje de información y sistema de recuperación, sin el previo permiso por escrito del autor.

    Agradecimientos:

    A mi familia y amigos, gracias por estar ahí. A Ot Pi por apostar por esta nueva entrega

    Batet, ahora y siempre.

    Más información en:

    www.daviddepedro.com

    Este libro es una obra de ficción. Los nombres, personajes, instituciones, lugares y hechos que se relatan son creaciones de la imaginación del autor o bien se utilizan ficticiamente y no se tienen que interpretar como reales. Cualquier parecido con otros hechos ficticios, o con lugares, organizaciones y personas reales, vivas o muertas, es pura coincidencia.

    Uno

    El jefe de Akira el PSIA, el suboficial mayor Daisuke Hiroki, se dirigió al despacho del coronel Eita. Después de recibir el beneplácito del superior entró en el interior e informó:

    ―Hay novedades en la operación Triángulo. Ha reaparecido el barco espía que enviaron los chinos y al que le perdimos el rastro en el triángulo del Dragón.

    ―¿Y dónde se encuentra ahora?

    ―En las mismas coordenadas. ―El coronel percibió cierto nerviosismo en la actitud del suboficial―. En cuanto lo detectamos ordené que una fragata se desplazara hasta allí.

    ―Bien hecho. ¿Cuándo los interceptaremos?

    ―Lo hicimos hace una hora. El pesquero estaba vacío y no hemos hallado ningún rastro de la tripulación.

    Yutaka Eita comprendió el estado de ánimo de Daisuke. Sabía que aquello comportaría un conflicto internacional con unos vecinos ya de por sí problemáticos. Su mirada instó al subalterno a proseguir.

    ―No hay señales de lucha o forcejeo. Es como si se hubieran volatilizado.

    ―Puede que lo hicieran intencionadamente...

    ―No. Las paredes del camarote del capitán tenían toda la información que confirma lo que ya sospechó en su día el agente Fukuyama: que estaban en una misión especial de espionaje. Si se hubieran ido voluntariamente supongo que habrían eliminado cualquier prueba antes de dejar la embarcación a la deriva..., aparte de que sería muy raro que abandonaran la tecnología con la que estaba dotada y que estamos examinando con detalle.

    ―¿Sabemos qué buscaban?

    ―Sí y no. Venían de Yonaguni. Los mapas que estaban clavados en la habitación tienen muchas marcas y flechas, pero la primera impresión es que no tienen nada que ver con las corrientes. El oficial al mando dice que los aparatos incautados parecen ser medidores de energía, y eso les desconcierta. También hemos descartado la posibilidad de que tuvieran alguna misión relacionada con Taiwán. Ahora mismo están remolcando la embarcación hasta el puerto de Naha. Hay otro aspecto que me desconcierta: las fechas que marcan los diferentes equipos electrónicos, incluso el reloj digital que está en la cabina de mando.

    ―¿Qué les pasa?

    ―Todos marcan el día después de su desaparición.

    ―A lo mejor se estropearon...

    ―No, el capitán de la fragata, que es el que se ha fijado en ese detalle, afirma que desde que han encontrado el barco los diferentes relojes marcan la hora con una precisión suiza.

    ―Sinceramente, en este momento me da lo mismo que funcionen o no. El Gobierno chino nos reclamará que liberemos a los suyos y no creo que su reacción sea muy comprensiva cuando les digamos la verdad. ¡No me lo creo ni yo mismo y sé la historia de primera mano!

    Ambos se miraron sin decir nada. El despacho estaba decorado de manera muy austera, con fotografías en blanco y negro de la Segunda Guerra Mundial. El coronel tenía una frondosa cabellera canosa que le daba un aire distinguido. Toda su carrera la había desarrollado en el centro de inteligencia japonés, donde había destacado por sus brillantes aportaciones. Estaba considerado como uno de los mejores estrategas del Gobierno y, pese a su rango, más de un general acudía a él cuando tenía alguna duda. Fue el primero en romper el silencio.

    ―No haremos nada ―decidió al fin.

    El desconcierto se reflejó en el rostro de Daisuke y, antes de que formulara la pregunta que tenía reflejada en la mirada, el coronel respondió:

    ―Es evidente que los chinos han invadido nuestras aguas de forma ilegal, por lo que no pueden posicionarse oficialmente al respecto sin delatarse. Con toda seguridad la baliza de la embarcación les dará su ubicación exacta, si me baso en lo que usted me ha dicho respecto al resto de la electrónica. Ordene a la policía militar científica que registre a conciencia el barco y que tome todas las huellas que pueda. Tenemos que reconstruir lo que fuera que sucediera. También quiero que investiguen las corrientes marinas y que avisen a los diferentes guardacostas para que estén alerta por si aparecen los cadáveres de la tripulación... Hable con el general Hakama para que le haga llegar las imágenes que hayan captado los satélites de la zona desde el día de la desaparición. Explíquele el motivo y no le pondrán ninguna objeción. Guarde la máxima discreción y trasládelo al resto de los implicados hasta el momento. Si acierto en mi pronóstico todo irá bien... solo espero que mientras tanto no caiga ninguno de nuestros espías en sus manos.

    ―Mi coronel, una última pregunta. ¿Qué hacemos con el agente Akira Fukuyama? ¿Le ordeno que regrese?

    ―No, déjelo continuar. Lo último de lo que nos informó es de que la expedición de la que forma parte estaba auspiciada por los Yamaguchi-gumi. Acertó con lo del barco pesquero y parece ser que se desenvuelve bastante bien como agente de campo. Veamos hasta dónde puede llegar, nunca se sabe.

    ***

    En Shanghai, Zhao Wei, máximo responsable de la Oficina Exterior de la MSE, había comunicado al consejo la reaparición del pesquero Lu Yan Yuan Yu después de haber estado ilocalizable durante más de cuarenta días. La alegría duró el poco tiempo que tardó en añadir que no había rastro alguno de la tripulación y que la embarcación estaba en poder de los japoneses. Los máximos dirigentes hicieron que saliera de la sala para deliberar en privado. Sus expresiones se habían endurecido hasta el punto de que ni toda la experiencia de Zhao Wei en la gestión de conflictos le dejaba entrever en qué desencadenaría aquella situación.

    Después de media hora requirieron de nuevo su presencia. Todos eran conocedores de la casuística del mar del Diablo, también conocido como el triángulo del Dragón. Aquella era la zona asiática homóloga al de las Bermudas donde históricamente había desaparecido más de una embarcación y aeronave. A menos que aparecieran los espías que tripulaban el Lu Yan Yuan Yu, vivos o muertos, no sabrían nunca lo que había sucedido en realidad. Aunque la rivalidad entre China y Japón era de sobra conocida, en los últimos años las relaciones se habían suavizado lo suficiente como para que los miembros del Comité creyeran por unanimidad que no habían tenido nada que ver en todo aquello. Que el falso pesquero estuviera en poder de los nipones era un mal menor, con todo lo que podía conllevar. Habían jugado una mano arriesgada y peligrosa internándose en sus aguas territoriales y habían perdido. Tenían que asumirlo. Por otro lado, sabían de sobra que la educación y diplomacia de sus vecinos evitaría cualquier controversia entre ambos países. Lo máximo que descubrirían del equipo tecnológico que había en el interior de la embarcación serían los aparatos de captación de energía telúrica y aquello no desvelaría la verdadera naturaleza de la misión. Durante el debate interno algunos miembros del Comité incluso pensaron que se podía interpretar como una buena maniobra de distracción. Mientras estuvieran entretenidos con el barco podrían continuar con el espionaje industrial que habían iniciado no hacía mucho. Cuando le informaron a Wei de la resolución, este no dio crédito. Le habían ordenado cerrar el expediente y, en todo caso, alertar a toda su red de que si obtenían cualquier tipo de información de los camaradas desaparecidos, alzaran la mano. Zhao pensó que quizá era lo mejor. Libre de la presión del Comité podría continuar la venganza de la muerte de Chen con total libertad.

    ***

    Después de que el reactor privado aterrizara en el aeropuerto de Hanga Roa, en la isla de Pascua, Yee Kwan salió e inspiró hondo. Le encantaba aquella isla. Siempre que la visitaba le producía sensaciones diferentes y aquello le excitaba. La arqueología, tan diferente del mundo del hampa en el que se solía mover, permitía que Gang Fung, un arqueólogo ficticio que había creado hacía años, pudiera experimentar una gran variedad de vivencias lejanas del sórdido ambiente que le envolvía. Disfrutaba dirigiendo la tríada: asesinar, vender drogas y el tráfico de mujeres le otorgaban un poder que nunca llegó a imaginar cuando en el orfanato le azotaban día sí y día también. Era el medio que había escogido para sobrevivir y le había ido muy bien. Tenía una legión de hombres que darían su vida por él solo con pedirlo. Por norma general no solía mancharse las manos, pero de vez en cuando rompía sus propias reglas para saborear el placer de torturar a sus enemigos con un sadismo implacable. Cuando aquel lejano día arrancó parte del jiance del soldado de terracota, no se le pasó por la cabeza la trascendencia que tendría aquel acto en su vida. Nunca llegó a imaginar que el destino le depararía la posibilidad de imprimir su nombre en la historia de la arqueología. Yonaguni había despertado en él la curiosidad por aprender sobre el misterio del origen de la humanidad y estaba dispuesto a resolverlo. Ajeno al final que habían sufrido sus lacayos japoneses, los hermanos Ichi, había volado hasta Rapa Nui con la intención de rematar el camino iniciado en Japón: sacar la información de la ayudante de Ishiguro, Natsuki, y comprobar si el confidente infiltrado, Seiya, había descubierto más novedades. Según él, el grupo se hospedaba en el Mana Nui Inn y por aquel motivo decidió alojarse en otro establecimiento. No podía permitirse el lujo de que el catalán reconociera a su alter ego. No obstante, decidió realizar una pequeña incursión. Cuando Seiya entró en la habitación y encendió la luz, se llevó un susto de muerte.

    ―¿Quién es usted y qué hace en mi cuarto?

    ―Siéntate y ponme al día ―indicó el desconocido―. Solo tienes que saber que trabajas para mí y, si no me dices lo que quiero saber, tu suerte será peor de la que sueles tener en el juego.

    El tono pausado del intruso lo estremeció. No dejaba lugar a dudas de que cumpliría la amenaza. Seiya nunca se había distinguido por su valentía y decidió que no iba a empezar aquel día. El chino que tenía delante no se andaba por las ramas y la superioridad que desprendía le confería una credibilidad total sobre la posición jerárquica que ostentaba respecto a los hermanos Ichi. Era evidente que estaba al corriente de su adicción al juego y a las apuestas. Se sentó sumiso en la esquina de la cama y preguntó, colaborador:

    ―¿Qué quiere que le explique?

    ―Tu actitud me gusta. Seguro que nos vamos a llevar bien. Empieza por todo lo que ha averiguado vuestra expedición desde que desapareció el profesor Ishiguro en Yonaguni hasta el día de hoy ―respondió Yee Kwan mientras cruzaba las piernas y se acomodaba mejor en la butaca.

    Aunque estaba cansado, el japonés no se lo pensó dos veces y vomitó todo lo acaecido en los últimos días sin omitir ningún detalle. De vez en cuando el líder de la tríada lo interrumpía para ahondar en la historia. Al finalizar, Yee Kwan se mostró satisfecho por la labor que había desempeñado Seiya hasta el momento.

    «Así que lo que Yûki Ishiguro encontró seguramente serían las mismas bolas comerciales de piedra que el arqueólogo catalán, lo cual sentaría una conexión sin precedentes entre una cultura desaparecida hace diez mil años con los sumerios. Sin duda, esto se está poniendo muy pero que muy interesante. Si Ishiguro levantara la cabeza y supiera lo poco que le ha durado el secreto...», ironizó el mafioso. Se levantó del sillón al tiempo que también lo hacía el confidente y le animó:

    ―Sigue así, vas por buen camino.

    ―¿Cuándo nos volveremos a ver? ―La intuición del japonés le indicaba que aquella relación no había hecho más que empezar.

    ―Pronto. Si surge alguna información importante llama a este número. Me darán el recado enseguida ―dijo Yee Kwan tendiéndole la tarjeta de un hotel.

    Seiya la cogió, dubitativo. La tentación era demasiado grande para eludirla. Decidió lanzarse y probar suerte.

    ―¿No tendríamos que hablar de mis honorarios?

    El chino lo miró con desprecio antes de estallar en una carcajada que, lejos de caldear el ambiente, lo tornó más gélido.

    ―Me caes simpático, pero no tientes a la suerte. Como te he explicado antes, hace tiempo que me perteneces. Lo único que ha cambiado es que a partir de ahora en vez de responder ante Masaru y Taoka, lo harás ante mí. Como ludópata tendrías que saber que no siempre se gana. Confórmate con saldar tu deuda económica y sobrevivir para contarlo.

    Seiya tragó saliva. A pesar de que Yee Kwan vestía con elegancia y gesticulaba como alguien que se hubiera educado en las mejores escuelas, algo en su interior le decía que era pura fachada. En aquel momento le vino a la cabeza la palabra con la que definir a su interlocutor y que le había rondado desde que encendió la luz: sádico. La taimada sonrisa del mafioso ligaba con su despiadada mirada.

    ―Entendido. Perdone la osadía. ―«Prefiero mil veces a Masaru que a este...», pensó Seiya, estremeciéndose ligeramente.

    ―Está bien, no lo sabías y por esta vez te disculpo ―avisó Yee Kwan palmeando un par de veces la mejilla del japonés con firmeza. Se dirigió a la puerta y, antes de salir, se volvió y dijo―: Hasta la próxima.

    Ot Pi

    Estaba agotado. Cuando aceptó participar en las exhibiciones nocturnas de Turín no se imaginó que coincidiría con el rodaje de la película de acción Fuego, nieve y dinamita. A la productora de Willi Bogner le había costado reunir a los campeones del mundo de las diferentes disciplinas con uno de los más afamados actores de los noventa, Roger Moore. Hacía diez días que, después de acabar el espectáculo, a las doce de la noche, Ot cogía su Honda Prelude blanco y se dirigía a toda velocidad por las sinuosas curvas del puerto de montaña rumbo Sankt Moritz. Conducía con un solo objetivo: reducir las tres horas y media que distanciaban ambos puntos lo máximo posible.

    Cuando regresaba, con los primeros rayos del sol, se encontraba con los compañeros de rodaje, que lo esperaban nerviosos. Sabían que lo que hacía era una locura, pero en aquel entonces Ot tenía veinte años y más energía que lucidez. El contrato que había firmado estipulaba que la jornada laboral era de doce horas diarias y que empezaba a las seis de la mañana. Aquel día iba a ser especialmente duro. Tenían que lanzarse por la escarpada montaña de Sankt Moritz en bicicleta, con una pendiente de cincuenta grados, y estaba cubierta de hielo y nieve. Los accidentes iban a estar a la orden del día. Al final de la ladera había una bandera roja como única referencia del punto de llegada. Entre escena y escena Ot solía aprovechar para dormitar en cualquier rincón y recuperarse, aunque fuera poco y mal, del cansancio acumulado. Los accidentes se sucedían continuamente y cada jornada había tres o cuatro deportistas que acudían al hospital con lesiones de diferentes índoles. Él no había sido una excepción. Varios helicópteros sobrevolaban la zona a la espera de captar los mejores fotogramas. Las consignas que les había marcado Bogner solo eran dos: velocidad extrema y caídas espectaculares. Se había propuesto realizar el primer largometraje de la historia de deportes extremos y nada lo impediría, ni siquiera los tres fallecidos que habían sucumbido durante aquel ambicioso proyecto. La productora ya se había asegurado de quedar impune cuando firmaron la cláusula de exención de responsabilidades. De vez en cuando Willi, que también hacía de director, desafiaba a los deportistas con un reto suicida que acompañaba con suculentas primas. Los egos espoleados y las hormonas hacían el resto.

    ―Ot, amigo, despierta. Te toca a ti. ―Un miembro del equipo técnico lo movió con suavidad.

    ―Gracias, Hans ―respondió, saliendo del duermevela en el que se había sumido. La adrenalina empezó a invadirle. Tenía que concentrarse al máximo si no quería convertirse en el cuarto de la lista.

    ―¿Te puedo hacer una pregunta? ¿Por qué te juegas la vida así? ¿Te compensa el riesgo?

    ―Sí, sencillamente lo hago porque esto es acojonante.

    Dos

    Las caricias de Natsuki despertaron a Alfons que, con voz somnolienta, preguntó:

    ―¿Qué hora es?

    ―Las ocho y media. ¿Has descansado bien?

    ―Como un bebé... ―respondió el catalán, frotándose los ojos.

    ―¡Por suerte ellos no roncan como tú! ―bromeó Natsuki mientras llenaba su cara de besos.

    ―¿Quieres que te diga otra cosa que no hacen ellos? ―El tono travieso que utilizó Alfons provocó que Natsuki bajara la mirada hasta el bulto que levantaba la sábana.

    ―¿No te cansas nunca? ―rio la nipona. La noche anterior, después de que Carlos y Seiya se dirigieran a sus respectivas habitaciones, Alfons y ella habían tenido otra de sus ya habituales sesiones de sexo.

    ―Llevaba mucho tiempo en el dique seco, tienes que entenderlo... ―replicó el profesor, meloso, mientras le correspondió los besos―. Para un hombre como yo no es fácil conquistar a una mujer como tú.

    ―No digas tonterías, yo te encuentro de lo más excitante. ―Desde que lo conoció se había sentido atraída por él, pero el hecho de que fuera extranjero la había frenado al inicio. No era la primera vez que tenía una aventura con un europeo, aunque sí la primera que se mostraba tan desinhibida en el terreno sexual. A diferencia de lo sucedido en sus otras relaciones, Natsuki se había enamorado perdidamente de aquel gigantón barbudo. Sus manazas la acariciaban con una suavidad sublime. Alfons la quería y ella lo percibía. Los ojos del catalán la miraban con una ternura que no podía describir y que se fundía en su interior. Cuando el profesor Ishiguro le ofreció la oportunidad de colaborar con él en el proyecto de Yonaguni no se imaginó que realizaría el hallazgo más importante de su vida. Lo besó en los labios y, pese a que apenas lo había rozado, notó cómo el profesor reaccionaba de inmediato ante el estímulo. Empezó a acariciarle el pecho. Le gustaba notar el bello entre sus dedos mientras jugueteaban y descendían hasta una de las zonas más sensibles de Alfons: las ingles. Sus miradas, encadenadas entre ellas, lo comunicaban todo sin decir nada. Este acariciaba los labios entreabiertos de Natsuki con su lengua, entre ligeros espasmos. La japonesa, sin dejar de mirarlo, cogió su miembro. Le encantaba notarlo erecto en su mano, la volvía loca comprobar cómo provocaba aquel efecto en su amado. Lo empezó a mover de arriba abajo con un ligero toque rotatorio. Él, entre suspiros, se dejaba hacer ante aquella técnica tan sublime. Natsuki se dirigió hasta el siguiente punto erógeno del catalán: los pezones. La lengua rodeaba las areolas y le daba de vez en cuando algún que otro mordisquito, para desesperación de Alfons.

    ―Como sigas así no voy a durar mucho... ―susurró el arqueólogo.

    ―Ni se te ocurra ―advirtió Natsuki antes de introducirse el pene. Ella también se notaba al límite de su resistencia. Una neblina de emociones y sensaciones los rodeaba embriagándolos hasta el punto de no saber dónde se encontraban. La suavidad con la que se movía Natsuki encima de Alfons era imperceptible pero a la vez tan intensa que no podían evitar que sus cuerpos sudorosos convulsionaran de vez en cuando. Ambos, sincronizados, notaban cómo lentamente el punto álgido se iba acercando. La primera oleada vació a Natsuki entre jadeos y arrastró en su camino a Alfons, que no se pudo contener más.

    ―¡Ha sido increíble! ―suspiró el catalán, dando por acabada la sesión.

    ―No salgas, no salgas... ―suplicó Natsuki mientras se frotaba encima de él con renovada intensidad y se provocaba un segundo e intenso orgasmo. La japonesa besó a Alfons antes de desplomarse agotada a su lado. El silencio llenó la habitación acompañado de una dulce complicidad.

    ***

    Una hora más tarde, la parte de la expedición pascuense estaba otra vez reunida en el comedor del restaurante. La camarera, hija de los propietarios, no daba abasto para servir a todos los comensales.

    ―¿Y ahora cuál es el siguiente paso? ―preguntó Seiya a Alfons.

    El interpelado miró de soslayo al japonés. No ocultaba el desagrado y la desconfianza que le generaba. Estaba esperando el momento oportuno para lanzarle la información errónea y despistar al asesino de Yûki. Ser conocedor de que, de una manera u otra, aquel individuo había estado involucrado en la muerte de su amigo le revolvía el estómago. Tal como había quedado con Taoka, el yakuza de los Yamaguchi-gumi, cuando fuera el momento ya se encargarían de saldar las cuentas.

    ―Se me han ocurrido un par de ideas, una de las cuales nos afecta a nosotros.

    ―¿Y la otra? ―quiso saber Carlos.

    ―La otra es para Akira, Ot y Hassan ―respondió el profesor haciendo referencia al resto del equipo de investigación, de los cuales los dos primeros también formaban parte del quinteto inicial.

    ―¿Pero no venían hacía aquí? ―La sorpresa de Seiya era latente. En su interior empezaba a tener un cierto nerviosismo. Aunque se lo había explicado todo al chino misterioso no quería ni imaginar lo que le sucedería si él pensaba que lo había engañado.

    ―Sí, pero todavía no habían comprado el billete y les he pedido que hagan escala en el Vaticano. ―El profesor pensó que revelar aquel cambio no era trascendente, pero para fastidiarlo pidió:

    ―Seiya, ¿podrías traerme un café, por favor?

    El interpelado se revolvió inquieto. Sabía que en cuanto se levantara de la mesa el catalán explicaría los motivos de la variación. Con la frustración e impotencia carcomiéndole interiormente, el japonés obedeció. En cuanto estuvo a una distancia prudencial Carlos, el amigo peruano de Alfons y Hassan que se había unido al grupo como traductor experto en lenguas muertas, preguntó perplejo ante aquel cambio:

    ―¿Perdón? ¿Qué tiene que ver la Santa Sede en todo esto?

    ―Todo y nada a la vez. He tenido una intuición y quiero que la exploren. Iu y Enric han hecho bastantes referencias a las Santas Escrituras: la longevidad de algunos de sus representantes más notorios, el tema de los ángeles y la relación entre los animales esculpidos en los monolitos de Göbekli Tepe y el Arca de Noé en el monte Ararat. Eso por no hablar de la tendencia de la Iglesia a anular las costumbres ancestrales paganas de otras culturas para convertirlas en suyas.

    ―¿Como cuál? ―intervino Natsuki, a quien la influencia del catolicismo le caía lejos.

    ―Por ejemplo, el día de Navidad. En la antigüedad celebraban el inicio del solsticio de invierno en el hemisferio norte a partir del 21 de diciembre. Ni en el Antiguo ni en el Nuevo Testamento indica que Jesús naciera en esas fechas…

    ―¿Y

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